FUENTE: AÑO CERO


 

HISTORIA

 

El origen del Almanaque

 

 

Antes de que la gente regulara su vida mediante el calendario, este servía para fijar los ritos mágicos. La palabra Calendario deriva de CALENDAS: día del mes en el cual el sumosacerdote convocaba al pueblo romano en el Capitolio para anunciar las fiestas y ceremonias que debían guardarse en ese período del año.

 

 

Calendario de Fca. de puros de La Habana (1866)

 

El primer calendario fue lunar porque, de entre los cuerpos celestes deificados por los sistemas religiosos, se creía que nuestro satélite intervenía en los misterios de la fertilidad y la fecundidad, que en un principio fueron asociados a la prosperidad. Todavía hoy, los calendarios judío y musulmán se basan en las fases de la Luna. Es más, en el calendario litúrgico cristiano la Pascua de Resurrección no tiene fecha fija, porque se celebra el primer domingo después del plenilunio siguiente al equinoccio de primavera.

Sin embargo, hace unos 4.800 años los magos egipcios convencieron al faraón de que, a la hora de medir el tiempo, el dios Sol era más fiable que la diosa Luna, y este pueblo optó por el calendario solar, que se encontraba más cerca de su realidad cotidiana. En consecuencia, con la fuerte impregnación mágico religiosa del calendario, los sacerdotes-astrólogos tuvieron durante siglos el monopolio de fijar los días de culto y de trabajo de los ciudadanos. Desde las terrazas de los templos, observaban el cielo con el fin de fijar la agenda mágica inmediata a su feligresía.

 

Colgante indígena con una reproducción del calendario azteca.

Almanaque de taco del año 1929

 

Dichos calendarios constituían el arma secreta de los dirigentes religiosos, que sólo daban a conocer a los más poderosos. De esta manera tenían éstos una ventaja sobre los demás, al saber con antelación las fechas de augurios de sacrificios. Así fue en la antigua Roma hasta que, en el año 304 a.C., el plebeyo Cneo Flavio robó las claves que determinaban el calendario y las expuso para que todos las vieran y pudieran hacer sus previsiones. 

Ante ello, los sacerdotes y patriarcas no tuvieron otra opción que ceder y hacerlo público. Así y todo, el clero continuó teniendo el control de ajuste del calendario al ciclo solar.

En Roma, los excesos cometidos por los sacerdotes en el control del calendario llevaron a Cayo Julio César a cambiarlo, en el año 45 a.C., porque las fiestas de la siega y de la vendimia ya no coincidían con la época estival. Siguiendo el consejo del astrónomo griego Sosígenes, decidió utilizar un calendario estrictamente solar, de 365 días, y uno más, cada cuatro años: los bisiestos. Aún así, los sacerdotes continuaron ejerciendo una gran influencia sobre el calendario. Por ejemplo, un año después de la reforma juliana el colegio de pontífices comenzó a contar los bisiestos cada tres años. Un cuarto de siglo después, Augusto trató de separar el calendario del poder eclesiástico, pero la conversión de Constantino I le devolvió a su origen religioso.

 

Calendario publicitario del siglo XIX

Calendario con signos mágicos de la tribu Batak, de Sumatra

 

En el año 1582 la Iglesia creyó llegado el momento de reafirmar la hegemonía católica frente a los protestantes, a los que había llegado a combatir en el campo de batalla, e impuso un nuevo modo de contar el transcurso del años, que era básicamente un calendario cristiano. Lo hizo mediante bula de Gregorio XIII, uno de los teólogos más destacados del Concilio de Trento.

No es de extrañar que, pese a lo acertado del cómputo astronómico preconizado, los gobiernos se resistieran a aceptar el calendario gregoriano. Fue admitido inmediatamente en España, Portugal e Italia, y a lo largo de los siglos en los demás países católicos. En los estados protestantes de Alemania, en 1700, Inglaterra en 1753, y Suiza, en 1753.

La Unión Soviética, no lo adoptó hasta 1918, con lo que el 1 de febrero de aquel año se transformó en el 14 de febrero, saltándose los trece días de error que había acumulado su anterior calendario. Grecia no lo aplicó hasta 1923, y sólo por motivos administrativos.

En la actualidad muchos países de religión cristiana oriental conservan el calendario juliano para fijar sus celebraciones religiosas. Y así hasta nuestros días, con el breve paréntesis de doce años en que los republicanos franceses lograron desacralizar el almanaque en 1793, poniendo a los meses nombres más cercanos a su realidad climática.  

 

Un Calendario de diseño clásico de Balí


 

El 2001 en otros sistemas de datación

A los agoreros hay que recordarles que el nuevo milenio sólo es una convención cronológica del cómputo cristiano. He aquí algunos de los años equivalentes a nuestro 2001 en otros calendarios, ninguno a las puertas de un nuevo milenio.

2754 - en el primitivo calendario romano.

2750 - antiguo calendario babilónico.

6237 - calendario solar egipcio.

5761 - calendario judío.

1421 - calendario islámico.

1379 - calendario persa.

1716 - calendario copto.

2545 - calendario budista.

5120 - actual gran ciclo maya.

Y año de la serpiente de metal en el calendario chino


 

2000 La víspera del siglo XXI

El calendario que utilizamos actualmente en Occidente fue iniciado, en el año 532 por Dionisio, abad de un monasterio romano, que escribió varias obras proponiendo una nueva cronología cristiana a partir del año uno y no cero, porque este número no era conocido. En consecuencia, el primer siglo empezó el 1 de enero del año 1 y finalizó el 31 de diciembre del año 100.

Por lo tanto, el siglo XXI empieza el 1 de enero del año 2001 y finalizará el 31 de diciembre del año 2100.


 

Meses y días sagrados

Los ocho primeros meses del calendario tienen origen mágico: Enero, de Jannuarius, el dios jano. Febrero, de los ritos purificadores o februa, que se celebra en ese mes. Marzo, del Dios Marte. Abril, de «abrir» las celebraciones del equinoccio de primavera. Mayo, Júpiter Majus. Julio, de Julio César, como sumo sacerdote y jefe de la religión del estado. Agosto, de Augusto, «consagrado», que es el título que le otorgó el senado a Cayo Julio César Octavio.

Los romanos dejaron el último tercio del año al orden cronológico con que los meses figuraban en su primitivo calendario, quizá en espera de que generaciones posteriores ampliasen con otros dioses su correspondiente protección mágica: septiembre, el séptimo; octubre, el octavo; noviembre, el noveno; y diciembre, el décimo.

Los días de la semana tenían también una adscripción religiosa, de la que deriva su nombre actual. El lunes, a la Luna. El martes, al dios Marte. El miércoles, al dios Mercurio. El jueves, al dios Júpiter o Jovis. El viernes, a la diosa Venus. El sábado, al sabat, el día sagrado de los judíos. Y el domingo, de dominica, al «día del Señor» en latín.