RETOS DEL MOVIMIENTO DE HOMBRES
POR LA IGUALDAD (Junio 2003)
¿Somos o queremos
ser un movimiento social?
¿Quiénes y qué somos?
¿dónde estamos y dónde queremos estar? ¿queremos organizarnos y cómo
queremos hacerlo? ¿qué queremos hacer y cómo pretendemos hacerlo? Y
sobre todo, ¿qué queremos conseguir y qué medidas vamos a tomar para
ello?
Estas son algunas de
las preguntas básicas que podemos hacernos con respecto al
¿movimiento? de hombres por la igualdad en España. Las dudas son
tantas que incluso hay que poner entre interrogantes la palabra
movimiento. ¿Lo somos? ¿cumplimos con los criterios que son
exigibles para que una realidad pueda ser considerada como
tal?.
Pero... ¿qué es un
movimiento social? Podríamos comenzar respondiendo que es una forma
de acción colectiva, en la que, de alguna manera, se
establece una identidad común en cuanto que sus miembros se
reconocen unos a otros como pertenecientes o copartícipes de unas
mismas ideas, principios y deseos. Además, en todo movimiento social
hay un deseo de cambio. Normalmente, explicita un conflicto
social y sus integrantes se cuestionan una forma de dominación
social.
Es necesario, pues, un pacto
entre grupos de personas involucradas en una misma problemática.
Dicho pacto suele incluir acuerdos sobre los principios
fundamentales de dicho movimiento y los objetivos generales a
conseguir.
Como indica la socióloga Judith Astelarra,
“por definición, un movimiento social puede expresar las
inquietudes, demandas o críticas de un conglomerado social formado
por grupos diferentes, con diversos grados de organización al que
les une el compartir unos problemas y unas reivindicaciones
comunes”.
¿Cumplimos nosotros,
los hombres por la igualdad, con todos estos requisitos? ¿tienen
conciencia, los componentes de los grupos de hombres –esta situación
podría ser considerada, actualmente, el nivel de mayor compromiso-
de pertenecer a algún tipo de movimiento? ¿desean hacerlo? Y si no
es así, ¿es por falta de motivación o, por el contrario, es por una
convicción de que esa no es la vía adecuada?.
La cuestión está en
saber cuál es el verdadero interés de los hombres que se acercan a
nuestras posiciones. Creo que se puede afirmar, sin temor a
equivocarse excesivamente, que los principales motivos que mueven a
un hombre a cuestionarse y a interesarse por los planteamientos de
los hombres por la igualdad, son fundamentalmente, de índole
personal; el deseo mayoritario es poder realizar ese proceso de
deconstrucción interior de los valores patriarcales, que tanto
necesitamos.
Y esto en sí, es
bueno. Es una especie de garantía de salud, bondad, honestidad y
pureza del movimiento y de quienes lo componen. De alguna manera, la
forma de entrar en este selecto club de la igualdad, que es primero
buscando con ahínco dónde se encuentra y luego llamando a una
estrecha y semioculta puerta de entrada, garantiza el firme
propósito de quienes llegan.
Pero entonces... si,
por un lado, sólo pretendemos dar soluciones a nuestros propios e
individuales interrogantes vitales sin permitirnos ningún tipo de
compromiso y actividad colectiva y, por otro, mantenemos una especie
de semi-clandestinidad elitista, entonces ¿cómo vamos a
desarrollarnos como movimiento? De esta manera estamos condenados a
seguir siendo, eternamente, una exigua minoría de almas puras sin
ninguna capacidad de incidencia ni cambio social.
Aplicando la
situación a valores de mercado, podríamos decir que vivimos en un
pintoresco escenario en el que el producto está semioculto a la
espera de que los potenciales compradores se motiven lo suficiente
como para recorrer un largo y espinoso camino en la búsqueda de
alguno de los escasísimos puntos de venta (no publicitados). Para
colmo, lo habitual es que se encuentren la tienda vacía.
En mi opinión, atrás
deben quedar ya los debates que, hace años, llevaron a parte de los
hombres pro-feministas / por la igualdad, a negarse a sí mismos el
derecho a generar un movimiento social, ante el argumento de que eso
podría ser un nuevo intento de acceso al poder dentro del movimiento
feminista. Afortunadamente, el movimiento feminista ha conquistado
ya suficientes espacios de poder como para no temer nada de nosotros
y, además, las propias feministas han comprendido que eso les ha
quitado mucho más de lo que les haya podido aportar. En realidad,
las ha dejado solas en la lucha, porque nos ha condenado a los
hombres por la igualdad a una situación de parálisis
desorganizativa. Desde el limbo de los justos, poco se puede hacer
para ayudar en la tarea de construir una sociedad igualitaria.
Ni siquiera nos ponemos de acuerdo en el
nombre
Hombres por la
igualdad, feministas, pro-feministas, antisexistas, igualitarios,
antipatriarcales, movimiento masculinista... estos son algunos de
los nombres que nos identifican o nos han identificado en los
últimos años, a lo largo de los distintos países en que
existimos.
Este pudiera parecer
un problema menor y, en sí mismo lo es. Lo que ocurre, es que es muy
significativo y nos habla acerca de nuestra debilidad. Ni siquiera
tenemos nombre.
Debo confesar que
hace algún tiempo intenté iniciar un debate sobre este tema. Ahora
mismo ya no estoy ahí. Que salga el nombre que sea, convencido como
estoy de que en el momento que el motor empiece a funcionar, el
nombre saldrá (nos lo pondrán o lo pondremos) de forma natural.
Sí me preocupa que
tengamos excesivamente acotado el abanico de posibilidades y, casi
siempre, porque ya antes, hace años en otros lugares, hayan adoptado
un determinado nombre. Es lo que nos pasa con el término
“masculinista” que fue el que a mí más me apetecía utilizar durante
un tiempo. Para mí, masculinista era en los hombres lo que feminista
en las mujeres. Me gustaba asimilarme de esa manera y creía que la
sociedad nos ubicaría mejor así, en el movimiento por la igualdad y
contra el sexismo. Comprendo las razones históricas, pero eso habrá
que superarlo en algún momento.
Sin embargo, ahora
mis razones son otras. Me gusta más –y no sé por qué- lo de hombres
por la igualdad. ¿Tiene que haber razones para todo?. En cualquier
caso, vuelvo a repetirlo, me gustaría que tuviéramos un nombre,
porque eso sería claro indicador de que vamos tomando cuerpo. No hay
nada más frágil que algo que no tiene ni nombre ni historia.
¿Quiénes, cuántos
somos y cómo nos (des)organizamos? El panorama actual del movimiento
de hombres por la igualdad
La realidad del
movimiento de hombres por la igualdad en España, en estos momentos,
es muy difícil de conocer, debido a la gran desestructuración y
debilidad que padecemos. Ni mucho menos, hay un registro de grupos
ni ningún tipo de entidad u organización que los agrupe o coordine.
Ni siquiera que, simplemente, los comunique entre sí.
En un estupendo y
reciente trabajo realizado por J. A. Lozoya, L. Bonino, D. Leal y P.
Szil, titulado “Cronología inconclusa del movimiento de hombres
igualitarios del Estado Español”, a fecha de junio de 2003, se
contabilizan un total de 16 grupos-entidades-realidades. En algunos
casos se dice específicamente que siguen en activo y en otros no se
hace mención. Son, en cuanto a grupos de hombres, los siguientes:
Sevilla (2), Granada (2), Málaga (2 + 1 grupo virtual), Jerez (2),
Mallorca (1), Barcelona (1), Badalona (1), Pamplona (1), Jaén (1),
Huesca (1) y Estepa (1). A esto habría que añadir, las dos
Asociaciones (Málaga y Badalona), las tres páginas web (Jerez,
Heterodoxia y AHIGE) y la Concejalía de Salud y Género de Jerez de la Frontera.
De mi experiencia
activista de estos últimos años, me atrevo a proponer la siguiente
relación de distintas realidades en torno a las que se
(des)estructura el movimiento, aunque, ni mucho menos, me atrevo a
decir que estén todos los que son, aunque sí al menos, que son todos
los que están. En cuanto a las cifras, debo advertir que, en ningún
caso, puedo comprometerme con su exactitud. Así, pues, en estos
momentos, nos encontramos con:
- Grupos
de hombres: es la forma tradicional de articulación del
movimiento. Sus principales características se tratan más
ampliamente en otro apartado de este artículo. En Andalucía, que
es la comunidad autónoma que más conozco, podemos ser alrededor de
8-9 grupos.
- Figuras
individuales: son hombres en los cuales podemos encontrar algunas
características comunes: llevan muchos años (una media de diez) en
el movimiento y profesionalmente proceden mayoritariamente del
ámbito de la psicología/sexología. Mantienen un cierto papel de
liderazgo informal. Su número podemos situarlo cercano a la docena
de nombres. Algunos son miembros de grupos de hombres y otros no.
- Administración
pública: fundamentalmente, el Ayuntamiento de Jerez de la
Frontera, con su famosa Delegación de Salud y Género. En ella
trabaja José Ángel Lozoya. Además, algunos otros ayuntamientos y
programas europeos, especialmente los equal, están realizando
alguna incursión en el tema.
- Asociaciones:
La única asociación de tipo generalista (no específica contra la
violencia de género u otro tema) existente por el momento en
España es AHIGE (Asociación de Hombres por la Igualdad de Género)
con sede en Málaga y de ámbito nacional. También existe la
Asociación Colectivo de Hombres Contra la Violencia de Género de
Badalona (HOCOVIGE) y alguna otra iniciativa que, según creo, ha
dejado de funcionar. En estos momentos, me consta que hay varios
intentos de crear otras asociaciones.
- Profesionales
dedicados, especialmente, a la formación. Sobre todo, tengo
referencias de ellos en el País Vasco. En esa comunidad, son menos
de media docena.
- Hombres
aislados, no integrados en ningún grupo: Internet está permitiendo
que hombres que viven en pueblos y ciudades en los que no hay
grupos de hombres (que, por cierto, son la mayoría) puedan
mantener un contacto permanente a través de las listas de
discusión, u otros medios. La que tenemos en AHIGE cuenta ya con
casi un centenar de miembros y, aproximadamente, la mitad de
ellos, pueden ser incluidos en esta categoría. Sus lugares de
origen se sitúan en todo el mundo de habla en Español, desde la
Patagonia Argentina hasta Chicago, desde el País Vasco hasta
Albacete.
- Otras
realidades: este último apartado lo dedico a Heterodoxia, que
funciona como página web y está compuesta por hombres con larga
tradición en el movimiento.
¿Alguien da más?
Espero que sí, que haya muchas más cosas. Aprovecho la ocasión para
solicitar la colaboración de toda aquella persona que lea este texto
y a la cual le agradecería enormemente que aporte la información que
tenga para ayudar a completar el mapa del movimiento de los hombres
por la igualdad..
¿Y cuáles son
nuestros objetivos?
Como todos nos
podemos imaginar, éste es un tema clave. Debemos ponernos de acuerdo
en los objetivos comunes que tenemos y éstos han de ser lo
suficientemente sólidos y compartidos como para motivarnos y
servirnos de impulso y, además, ser un instrumento que facilite el
manteniendo los lazos que nos unen y cohesionan, pero que lo haga
sin excesivas rigideces. ¡Que está claro que no somos hombres ni de
consignas ni de jerarquías o lealtades personales!.
Hay un primer
objetivo que es claro y contundente:
Luchar activamente a favor de la
construcción de una sociedad igualitaria, en la que no exista ningún
tipo de discriminación en razón de sexo.
Para ello, por un lado, apoyamos decididamente las luchas y
reivindicaciones de las mujeres contra la tradicional dominación
masculina y, en conjunto, el sistema patriarcal.
Y,
por otro, creemos necesario realizar actividades de estudio,
formación, comunicación, acompañamiento, etc., dirigidas a los
hombres con el fin de promover y favorecer, en ellos, lo que
estimamos que es un cambio necesario que les libere de las ataduras
y limitaciones que el modelo tradicional patriarcal genera.
No digo yo que esté
expresado de la mejor manera posible pero creo que todos, o una gran
mayoría, estaremos de acuerdo con la idea. (Se admiten –se
solicitan- aportaciones que afinen más la idea).
Expresado así, nos
encontramos con un único objetivo –que podríamos catalogar de
general- y otras dos ideas que se refieren al cómo queremos
conseguir ese gran objetivo inicial y a las que podríamos denominar
–en la nomenclatura de mi profesión- objetivos específicos. En este
sentido, los objetivos específicos serían las vías, los instrumentos
a través de cuya consecución, conseguiremos alcanzar el objetivo
final. Son premisas necesarias para ello y, por supuesto,
sustancialmente deseables en sí mismos.
Lo que nos da
singularidad con respecto al resto del movimiento antisexista y
pro-igualdad (dicho de otra manera, con respecto al movimiento
feminista) es, precisamente, el segundo objetivo específico; nuestra
convicción de que es necesario trabajar con los hombres, desde el
apoyo y la cercanía, en la creencia de que es posible favorecer un
cambio en ellos que los acerque hacia posiciones igualitarias y,
además, les genere un cambio interior que les libere de los corsés
patriarcales.
Esto, junto con los
beneficios que aporta el hecho de que aparezcan hombres como
referentes opuestos al modelo tradicional masculino, es nuestra
contribución al mencionado movimiento mundial antisexista y
pro-igualdad.
Además, enlaza con
nuestra tradición y explica nuestra doble tendencia –al menos, la
que mantenemos en AHIGE y creo, también, en la mayoría del
movimiento- que se plasma en la convicción de que nuestro camino, en
gran medida, es interior –cada hombres es una revolución interior
pendiente, es nuestro lema- y, además, en el convencimiento de que
es necesario articular una organización que dé proyección social a
todos esos cambios que procuramos promover.
Factores que actúan en contra del
cambio
Aparentemente, la
inmensa mayoría de la población – también los hombres- está a favor
de una plena igualdad entre hombres y mujeres. En estos momentos, ya
prácticamente nadie defiende la desigualdad. Y, sin embargo, a nadie
se oculta que estamos muy lejos de vivir en una sociedad plenamente
igualitaria. ¿Qué ocurre entonces? ¿por qué las filas de los hombres
por la igualdad siguen siendo, a estas alturas, tan absolutamente
minoritarias? A mi entender, cuatro son los factores sociales en los
que podemos basarnos para explicar las enormes dificultades que está
encontrando el cambio en los hombres.
El primero de ellos
lo podemos situar en el contexto histórico en que nos
encontramos. Por decirlo sencillamente, los hombres venimos de una
posición de privilegio. Es un pedestal que se ha ido debilitando,
haciéndose más pequeño e inestable a lo largo del pasado Siglo XX y,
de forma mucho más acelerada, en su último cuarto. Muchos hombres se
sienten muy inseguros por ello. Hay que tener en cuenta que los de
la actual generación, los hombres que cuentan entre 25 y 60 años en
la actualidad, son los primeros que se encuentran con que el modelo
de sus padres ya no les sirve (pueden ocultarse eso a sí mismos,
pero esta es la realidad).
En este contexto, no
nos podemos extrañar que la mayoría de los hombres tengan respuestas
diferentes a la de optar claramente por nuestras posiciones. Muchos
de ellos se aferran al no cambio de una manera más o menos oculta. A
menudo, sienten más significativamente la pérdida de posiciones y
estatus que lo que aún les queda. Es la típica postura de aquellos
que dicen que ya hay igualdad y se preguntan qué mas quieren las
mujeres. Ellos vivencian mucho más las pérdidas que han sufrido que
las posibles desigualdades que aún quedan por acometer.
En general, podemos
decir que hay una clara incapacidad de adaptación a los cambios que
se les está exigiendo.
En esto último tienen
mucho que ver nuestras propias características, que están
determinadas por el modelo tradicional patriarcal. Es importante
recordar que a la mayoría de los hombres actuales, se les ha educado
plenamente, en los valores tradicionales de lo que significa ser un
hombre y, por tanto, sus estructuras internas de pensamiento,
sentimiento y funcionamiento, responden a este modelo. Este sería el
segundo factor que actúa en contra del crecimiento del movimiento de
hombres por la igualdad.
Se plasma en que no
tenemos una estructura personal interna propicia a los
cambios. Los hombres miramos hacia fuera, no hacia dentro, hacia
nuestro interior. Somos seres hechos para lo social, para la
competitividad, la eficacia y el éxito. Llevamos muchos años, desde
nuestra más tierna infancia, ocultándonos de nosotros mismos. Este
ha sido el gran pago que hemos tenido que hacer a cambio de poder
creernos a nosotros mismos seres fuertes y poderosos.
Las estructuras
mentales que se derivan de estos esquemas no son nada propicias a
facilitar los cambios internos, porque para ello, uno tiene que
mirarse, cuestionarse a sí mismo, replantearse valores y principios.
Admitirse la inseguridad y el miedo como compañeros de viaje. Y los
hombres no sabemos hacer nada de eso. Huimos despavoridos ante
cualquier situación que nos enfrente a nosotros mismos.
El tercer factor que
actúa en nuestra contra es el fuerte control social
imperante; cualquier hombre que se atreva a salirse del modelo
tradicional masculino, ha de contar con que va a recibir un fuerte
rechazo y que las fuerzas en contra de su opción van a ser
tremendamente poderosas.
Esto es una
aplicación concreta de una ley social más generalista que dice que
los humanos tendemos a castigar duramente a las personas diferentes.
A nuestra especie no les gustan las personas que se salen del
tiesto. Nos ponen nerviosas, nos muestran que otra forma de ser es
posible y nos abre el interrogante de si estaremos actuando de la
forma más apropiada y correcta. No. Preferimos que todos seamos
iguales. Eso nos da seguridad. Si todos son como yo, entonces estoy
en lo cierto, tengo razón. No hay duda, esto es así.
Cualquier chico que
intente salirse de la norma imperante, del modelo tradicional
masculino, es duramente castigado; será tildado de mariquita,
débil o, sencillamente, de raro, por sus iguales y será
rechazado por el grupo. Entre nuestros chavales, campan por sus
respetos los valores de toda la vida, aunque eso sí, adaptados a los
nuevos tiempos; si hace mil años –o en otras culturas- los chicos
habían de pasar por procesos iniciáticos que hacían las veces de
exámenes de virilidad, ahora se juegan la vida con las motos o se
han de demostrar los unos a los otros que desprecian las normas y el
peligro de cualquier otra manera. Es lo mismo de siempre.
Y no sólo los chicos
lo tienen difícil. También los hombres de más edad son duramente
castigados si tienen alguna tendencia a la diferencia con respecto a
lo que se entiende que debe ser un hombre. Sus compañeros de trabajo
se reirán y los castigarán.
Y esta función de
control social sobre la masculinidad no sólo la ejercen los hombres.
Las chicas del Instituto prefieren a los más valientes y fuertes, a
los que cumplen más correctamente con el modelo de siempre. Los más
chulos son los que, realmente, las atraen. Las mujeres más
mayores siguen sintiéndose muy inseguras ante muestras de debilidad
de los hombres. Nos quieren sensibles pero que, en cierto modo, les
sigamos sirviendo de apoyo y bases para su seguridad. Ellas también
son producto de esta sociedad sexista.
Y un cuarto factor
sería el de la falta de una alternativa real al modelo
dominante patriarcal. Hoy día, un chico, un hombre, jóvenes y no
tan jóvenes que sientan dentro de sí una inquietud, un rechazo a lo
establecido, un deseo de cambio... varones que busquen algo
diferente al modelo tradicional patriarcal, sencillamente, no
cuentan con un referente social y cultural que les valide ese deseo
inconcreto de diferenciación contra los estereotipos sexistas
mayoritarios.
El feminismo libra
una batalla desigual contra un enorme conjunto de fuerzas
contrarias. Y, sin embargo, a pesar de las grandes dificultades
contra las que ha de enfrentarse, podemos decir que ha conseguido
hacer llegar su mensaje a la mayoría de la sociedad –aunque, eso sí,
con enormes cargas de negatividad adosadas por el poder dominante-.
Hoy día, una chica, una mujer, jóvenes y no tan jóvenes que sientan
dentro de sí la misma inquietud a la que antes me refería aplicada a
los hombres, cuentan, afortunadamente, con un amplio referente
cultural y social; asociaciones, administraciones públicas, figuras
sociales, libros, programas de radio y tv., partidos políticos,
obras de teatro, películas, etc., etc., que a pesar de las enormes
dificultades que significa oponerse a la cultura y poder dominantes,
conforman una alternativa real que sí que les sirve de referente en
sus procesos de transformación personal.
El cambio en las
personas es tremendamente difícil. Todos lo sabemos. Cualquier cosa
nos cuesta años de identificar, asumir y reconvertir por otra que
consideremos más acorde con nosotros mismos. Y si ya es difícil de
por sí, resulta casi imposible cuando no contamos con referentes
externos que nos apoyen en nuestros deseos y necesidades
vitales.
Pues justo esa es la
situación con la que se encuentran esos hombres, jóvenes y mayores,
de los que antes hablaba. ¿Cómo nos podemos extrañar, pues, de que
tan pocos peguen en nuestra puerta?
Y, a pesar de todo lo
dicho, somos tremendamente necesarios. Me atrevo a decir,
humildemente, que esta sociedad nos necesita. Realmente, no hay otro
camino para los hombres que el de iniciar el proceso de cambio hacia
la igualdad. No podemos permanecer, eternamente, atrincherados
negándonos a nosotros mismos. No hay otra posición aceptable para
las mujeres, que la de una sociedad en la que los hombres hayan
asumido plenamente una relación de iguales con ellas.
La prueba de esta
necesidad, es el goteo de hombres que, a pesar de la práctica
inexistencia de “oferta” y de las enormes fuerzas que actúan en
nuestra contra, encuentran en los postulados del movimiento por la
igualdad, la respuesta a muchas de sus preguntas y el alivio para
muchos de sus pesares vitales.
No tenemos presencia
social
Desde luego, si para
permitir la entrada en un imaginario club de movimientos sociales
hiciera falta, por ejemplo, el requisito de contar con un número
mínimo de miembros, posiblemente nosotros nos quedaríamos fuera – o
a lo más nos incluirían en el apartado de varios-.
El problema es que,
prácticamente, no tenemos incidencia social. Nuestro mensaje no
llega a la sociedad. Seguimos siendo una reducida minoría cultural e
intelectual que habla y se dirige desde y para un pequeño grupo que
apenas significa un minúsculo porcentaje del total de los hombres.
También podemos incluir en este círculo, a una parte, aún reducida,
de las mujeres que son activistas en la lucha contra la
discriminación en razón de sexo, que se están interesando, cada vez
más y con mejor actitud, por nuestra existencia y por lo que tenemos
que aportar.
Pero no nos
engañemos. Estoy seguro de que si hiciéramos una encuesta a la
población Española, la mayoría de las respuestas serían de total
ignorancia acerca de nuestra existencia. Aún recuerdo algunas de las
anécdotas de las que fui protagonista, conforme iba comunicando en
mi entorno, personal y profesional, mi intención de crear, junto a
otros compañeros, primero un grupo de reflexión y, poco más tarde,
una asociación de hombres.
Profesionales,
hombres y mujeres, psicólogos/as, médicos/as, trabajadores/as
sociales, etc., etc., reaccionaron de forma variopinta y curiosa.
Varias mujeres nos preguntaron qué teníamos los hombres que discutir
y hacer como para tener que asociarnos. Ellas eran las que tenían
los problemas, no nosotros. Una amiga mía, sorprendida pues me tenía
por una persona favorable a una plena igualdad entre hombres y
mujeres, me miraba intentando descubrir en mi cara al nuevo
misógino, convencida como estaba de que ésa era la única posible
dirección de las nuevas iniciativas.
Otro profesional de
renombre, me preguntó, entre balbuceos, que una asociación de
hombres para qué... que, que, que... ¿contra quién estáis? ¿contra
los hombres o contra las mujeres? Lógicamente yo le respondí que ni
contra unos ni contra otras, sino a favor de ambos. Su mirada me
demostró que no lo comprendía muy bien.
Al poco, cuando
fuimos a incluir AHIGE en el registro municipal de entidades, una
profesional nos recibió con una amplia sonrisa. Ah, y, ¿de qué es la
Asociación? Pues de hombres. Ah, sí.... a ver, a ver, aquí está,
sección minorías sociales. Yo intenté explicarle que no, que se
estaba equivocando. Y ella me contestó con una sonrisa entre
complaciente y cómplice que sí, que nosotros estábamos incluidos en
ese apartado.
Yo, que soy
Trabajador Social y conozco el registro municipal de asociaciones,
tuve que explicárselo. Ella había entendido que éramos una
asociación de homosexuales. Nosotros, que no sólo no tenemos nada en
contra de los homosexuales, sino que los apoyamos especialmente por
considerar que han sufrido durante muchos años –y aún hoy- una
durísima represión, tuvimos que explicarles que no, que no somos una
asociación de homosexuales sino de hombres en general. Y que, por
tanto, somos la mitad de la población y no una “minoría
social”.
Ella respondió
incrédula con un ¡ah, bueno! y cambió el apartado por el de “otras
asociaciones”. Aunque claro, seguramente por dentro estaría pensando
que, más minoría que nosotros, no había nadie.
Estas y otras
anécdotas de las que podría seguir hablando, nos demuestran
fehacientemente la realidad; no tenemos ninguna incidencia social.
Ni siquiera nos conocen. Es más, ni siquiera, los y las
profesionales del ámbito de la Acción Social, que son las personas
que, a priori, los/as más cercanos/as, tienen noticias nuestras. Y,
peor aún, muchos y muchas tampoco tienen claro de la conveniencia de
que existamos. Al menos como primera reacción, porque luego, hay que
decir que quienes nos conocen, también nos reconocen y valoran muy
positivamente nuestras posiciones e iniciativas.
Y, sin embargo, todo
parece indicar que estamos en un momento histórico propicio. Cada
vez más personas, me refiero fundamentalmente a mujeres y
especialmente a las que trabajan activamente en el tema de igualdad,
mantienen posiciones favorables a que los hombres participemos en el
proceso.
Cada vez son más las
personas –especialmente mujeres feministas- que comprenden que
construir una sociedad igualitaria es un complejísimo proceso de
transformación social –que incluye masivos procesos de
transformaciones personales- que no se va a dar adecuadamente o que,
al menos, se retrasará considerablemente, si en el mismo los hombres
no participan activamente. La idea central es que el tema de la
igualdad no es un problema de mujeres sino de toda la sociedad.
Y, por otro lado,
estoy convencido también, de que cada vez son más los hombres que,
al menos en potencia, podrían aliarse con los que ya estamos para
formar un potente movimiento de hombres por la igualdad que ayudara
a acelerar ese cambio tan necesario que tenemos que realizar.
Por todo ello,
apremia que nuestro mensaje llegue a la sociedad y, especialmente, a
esos hombres potenciales receptores del mismo. Debemos ser capaces
de romper con el círculo vicioso de la debilidad; somos muy pocos
por lo que no somos capaces de hacer llegar nuestra voz al conjunto
de la sociedad, por tanto nadie nos conoce y, por tanto, seguiremos
siendo muy pocos. Bajo esta situación, sólo los muy interesados
llegarán a conocernos, puesto que para ello, los hombres han de
iniciar un proceso de búsqueda –bendita Internet que tanto facilita
esto último- de algo que les ayude a encontrar respuestas a sus
preguntas.
Las causas de nuestra
debilidad
La verdad es que,
estratégicamente, lo tenemos difícil. Nunca, ningún grupo en el
poder, a lo largo de la historia, lo ha abandonado por iniciativa
propia. Y, a primera vista, eso es lo que nosotros les pedimos a
nuestros congéneres. Dicho de esta manera, así no tenemos ningún
futuro. Mucho más conseguirá el movimiento feminista en su lucha por
la igualdad apelando a los derechos básicos de las personas, a la
honestidad de los hombres, sus valores fundamentales y, por
supuesto, a la pura y dura reivindicación y adecuada utilización de
las fuerzas con que, cada vez más, cuenta.
Por este camino,
fácilmente se nos podría aplicar el adjetivo de poco útiles o,
directamente, desechables. Y si bien es cierto que al movimiento
feminista y a la lucha por la igualdad de las mujeres, les
vendríamos muy bien, pues siempre podrían decir, ¡ahí tenéis un
ejemplo de lo que algunos hombres están haciendo, seguidlo!, también
es verdad que, en la práctica,
para la mayoría de la población, el mensaje de ellas y el
nuestro es el mismo, o peor aún, para muchos hombres, la
interpretación es la de vernos como hombres débiles, feminizados y
fagocitados por el poder femenino, con lo que el efecto es el
contrario del perseguido, ya que conseguimos, en muchos hombres, un
reforzamiento de los valores tradicionales ante la amenaza de este
nuevo tipo de hombre que se ha aliado con las feministas para
quitarle lo que, él entiende, que es suyo.
Visto así, nuestra
aportación es exigua y quizás, ni tan siquiera justificativa del
esfuerzo que acarrea el mantenimiento de todo movimiento
social.
Todo esto se exagera
si tenemos en cuanto que vivimos en un momento histórico de especial
transformación social en cuanto a las relaciones entre los géneros
se refiere. Las mujeres avanzan en sus conquistas sociales y
personales. Cada vez con mayor fuerza, están consiguiendo cuestionar
los principios fundamentales de la sociedad patriarcal.
¿Y los hombres qué?
Un artículo de Jon Gotzon
Baraia-Etxaburu Artetxe titulado “Convivencia
y Reestructuración de los Roles”. presentado al
Congreso sobre masculinidad organizado por Emakunde en el año 2001,
nos da la respuesta. En su gran mayoría, los hombres han adoptado
una actitud que podríamos denominar “políticamente correcta”. Han
aprendido la terminología de la igualdad y se expresan con ella
socialmente, Sin embargo, casi todo es fachada. Su actitud real,
aplicada a su vida personal, es intentar que esos cambios sociales
que se sienten incapaces de evitar, no les afecte excesivamente a
ellos. No les exija demasiado esfuerzo.
Los hombres han
aprendido, una vez más, a convivir en una contradicción, en un doble
lenguaje. Por un lado, la mayoría de nosotros apoyamos claramente la
igualdad. Por principios humanitarios, de los cuales nos sentimos
vigorosos defensores, no podemos aceptar que haya discriminaciones
en razón de sexo. Sin embargo, cuando cerramos la puerta de nuestra
casa, escabullimos todo lo que podemos el bulto a la hora, por
ejemplo, de asumir las tareas domésticas. Permitimos, si no buscamos
directamente, situaciones de clara discriminación hacia las personas
que, supuestamente, más queremos; nuestras propias parejas.
El ámbito de lo
privado se está convirtiendo en un bunker en el que la mayoría de
los hombres se están atrincherando para contrarrestar el avance
inexorable de las mujeres. Sus paredes nos permiten, además,
ocultarnos de la crítica pública, que esa sí que no podríamos
soportar.
Y no sólo en lo
privado. En aquellos espacios donde pueden, los hombres están
construyendo círculos de poder y complicidad para obstaculizar el
avance de las mujeres, ante el que se sienten amenazados e
inseguros.
Y todo ello no quita
para que cualquiera de los componentes de esa inmensa mayoría de
hombres, esté dispuesto a firmar, el primero, cualquier manifiesto
que se le presente por delante, de apoyo a las mujeres o de denuncia
de alguna situación de discriminación. Sabemos muy bien movernos
entre dos aguas.
Según el mismo
estudio, casi la totalidad del resto de los hombres, en un
porcentaje cercano al 15%, se sitúa directamente en posiciones
contrarias al avance de las mujeres, con argumentaciones tales como
que ya está bien, ¡qué más quieren!, la familia ya no es lo que era,
etc., etc.
De nosotros, de los
hombres por la igualdad, apenas hay constancia estadística. ¡Tan
poquitos somos!.
Antes de terminar
definitivamente con este argumento, debo incluir una nota de llamada
hacia más adelante. No todo es pesimismo y negatividad. De lo aquí
dicho podría deducirse que no tenemos un espacio social que nos haga
necesarios. Nada más lejos de mi pensamiento. Más adelante expondré
cuál debe ser, a mi juicio, el posicionamiento adecuado que nos
permita aparecer con un mensaje positivo ante los hombres, sin
abandonar un ápice nuestro firme apoyo a las justas reivindicaciones
de la mujer.
La otra causa que nos
permite explicar la situación actual de grave debilidad estructural
del movimiento de hombres por la igualdad, a pesar del tiempo
transcurrido y de la aparente bondad y adecuación de nuestros
principios y postulados, es la forma en que tradicionalmente se ha
articulado; los grupos de hombres.
Éstos son unas
herramientas muy válidas para favorecer la creación de espacios de
intercambio e intercomunicación entre hombres, en los que sus
componentes puedan expresar sus preocupaciones y dolores más íntimos
y personales y recibir los de otros hombres, en una complicidad y
cercanía desconocida entre varones. Por todo ello, no es casualidad
que en distintos lugares y diferentes momentos, hombres que no
conocíamos la historia previa, optáramos por soluciones similares.
Siempre un grupo de hombres.
Sin embargo, ese
instrumento no ha sido ya tan bueno en cuanto a lo de crear
estructuras estables que sirvieran de base para la consolidación de
un movimiento social. En primer lugar, se desenvolvían en espacios
privados y sin ninguna pretensión de salir al ámbito público. Es
más, en muchos de los grupos, la autoimposición de no salir, de no
generar una extensión pública de lo que allí se hacía y creaba, se
tomó como uno de los principios fundamentales. El grupo no existía
como entidad propia, era sólo una suma de individualidades que
funcionaba únicamente con los objetivos de propiciar la comunicación
y el intercambio entre ellos. Nada más.
Era un intento, entre
otras cosas, de huir de uno de nuestros grandes ogros, de mantener
alejada una de las tentaciones que siempre nos amenazan a los
hombres; el poder. En cuanto nos reunimos tres o cuatro, siempre hay
alguno que tiene la pretensión de aprovechar esa fuerza para
conseguir algo, que normalmente tiene una cara externa
impecablemente desinteresada pero que, a la vez, suele ocultar
personales pretensiones de protagonismo y autorrealización a través
del éxito social.
Para colmo, un cierto
complejo de culpabilidad nos constriñe –afortunadamente, creo que
cada vez menos- a todos los hombres y, quizás especialmente, a los
hombres por la igualdad. Esto, traducido al terreno que tratamos,
generaba la idea de que los hombres no podían aparecer públicamente
ante ningún tipo de problema y situación si esto significaba
quitarle el más mínimo protagonismo a las mujeres en su lucha. Claro
está, en la práctica significaba que los hombres por la igualdad no
podían aparecer en casi ningún sitio y que las activistas del
feminismo seguían soportando, en extrema soledad, el peso de la
desigual lucha contra el sexismo y la discriminación.
Este conjunto de
factores; la dimensión personal-íntima de los caminos que debemos
recorrer, el rechazo a toda proyección pública y la autoimposición
de no hacer sombra a las mujeres, explican el devenir vital de
la inmensa mayoría de los grupos de hombres que se han creado en
España en las últimas dos décadas: nacieron, no crecieron, tampoco
se reprodujeron y murieron.
Esto ha dado lugar a
la realidad actual, en la que a pesar de lo dicho anteriormente
sobre el propicio momento histórico que vivimos para nuestro
movimiento, el número de grupos de hombres sigue siendo exiguo y el
de asociaciones, sencillamente, ridículo.
Asociacionismo y grupos
de hombres. Una coexistencia necesaria
Aún recuerdo –con
cierto pesar, lo reconozco- el rechazo con que fue recibida la
iniciativa de crear una Asociación de Hombres por la Igualdad, en
las Jornadas sobre Masculinidad celebradas en el otoño de 2001 en
Jerez de la Frontera.
Allí había hombres de
buena parte de los grupos existentes por aquél entonces en todo el
Estado. Algunos de ellos llevaban ya sobre sus espaldas, años de
recorrido en este movimiento. Por mi parte, era un recién llegado.
Mi primera vez en una convención de este tipo y, salvo alguna
excepción, mi primer encuentro con la mayoría de los allí
presentes.
En aquél momento,
AHIGE era apenas una iniciativa recién nacida. Yo la llevaba con
ilusión y así la presenté en sociedad. Mi ofrecimiento era claro:
hace falta articular este movimiento y creo que vosotros, los
miembros históricos del mismo, sois las personas adecuadas para
asumir esa responsabilidad y liderar el proceso.
El rechazo fue
frontal. La idea de crear una estructura asociativa fue negada con
rotundidad por una buena parte, mayoría de los que allí estaban.
Especialmente, por los que más años y experiencia acumulaban. Una
asociación era contemplada como una perversa estructura de poder en
la que los hombres acabaríamos aprovechándonos los unos de los otros
y destrozándonos en luchas intestinas.
La verdad es que yo,
que procedía de muchos años de activismo en distintos movimientos
asociativos; de estudiantes, asociaciones de vecinos, movimiento
consumerista y, en los últimos años, los colegios profesionales de
Trabajadores/as Sociales, no podía comprender lo que allí estaba
ocurriendo. No concebía –y sigo sin poder hacerlo- cómo una realidad
social podía expandirse sin una estructura organizativa que la
sustente.
¿Acaso cabe esperar
que los hombres del mundo sufran repentinos, masivos y simultáneos
procesos de transformación personal que les lleve a pararse,
interesarse, buscar y adherirse a un movimiento que, prácticamente,
no existe y que, desde luego, no tiene ningún tipo de estructura con
la que recibirles? No lo creo. Esto no ha sucedido en los treinta
años transcurridos desde la creación del primer grupo de hombres y
no va a suceder.
Los grupos de hombres
son el más formidable –e imprescindible- instrumento que tenemos.
Permiten crear un espacio de comunicación, en el que se crea una
especial complicidad y en el que se facilita el cambio necesario en
sus participantes. En los grupos de hombres, muchos de nosotros
encontramos los referentes necesarios de los que carecemos en el
exterior.
En AHIGE, indicamos a
los hombres que es necesario integrarse en un grupo de reflexión. No
queremos “militantes” que quieran cambiar al mundo sin haberse
parado antes a cambiarse ellos mismos. Más que personas con grandes
verdades, queremos hombres en un continuo replanteamiento y puesta
en cuestión de todo lo que les rodea y de sí mismos. Son tantos los
cambios, externos e internos, que implican el querer ser hombre
igualitario, es tanto el esfuerzo que significa enfrentarse a todo
nuestro proceso de socialización renunciado a nuestros privilegios y
a los mecanismos de autoafirmación que tradicionalmente hemos
utilizado, que necesariamente hemos de apoyarnos en otros hombres
que se encuentren en nuestra misma situación, para llevar a buen
término dicho proceso.
Los grupos de hombres
son necesarios. De lo contrario nos encontraríamos con un movimiento
vacío que, en consecuencia, no sería capaz de dar las respuestas que
muchos buscamos. Los grupos de hombres son necesarios porque
responden a necesidades vitales de sus integrantes. Así lo demuestra
el hecho de que hayan sido el instrumento escogido por hombres
desconectados entre sí, situados en diferentes lugares y momentos
históricos.
Pero no podemos
confundirnos. Ese instrumento que es tan bueno para dar respuestas a
esas necesidades personales de sus integrantes, no lo es tanto para
articular un movimiento social. Su propia función de responder a
encrucijadas vitales de sus miembros, hace que sus desarrollos vayan
paralelos. Dicho de otro modo, los grupos existen en tanto que sus
integrantes, mantienen las necesidades personales que los
originaron. Al cabo del tiempo, lógicamente, esas necesidades se van
transformando y la evolución natural es que el grupo acaba por
desaparecer o transformarse. A esto contribuye el hecho de que,
llegado un momento, el grupo suele cerrarse a nuevas
incorporaciones, debido a que sus miembros llegan a un nivel de
complicidad que les permite intercambiar gran cantidad de espacios
personales en los que no cabría nadie nuevo y desconocido.
Podemos decir que
los grupos de hombres son necesarios, pero no suficientes.
Por un lado, los necesitamos para afrontar el difícil camino del
proceso de cambio personal que debemos realizar, pero por otro, no
cumplen el objetivo de ser el instrumento que articule adecuadamente
un movimiento social de hombres por la igualdad.
En mi opinión, la
solución a este problema la tenemos en que es necesario realizar,
paralelamente a nuestras actividades del grupo de hombres, una labor
de proselitismo social. Es una cuestión de dar a la vez que se
recibe, de no quedarse, únicamente, en lo que a uno le interesa y le
aporta.
El segundo grupo de
hombres de AHIGE es la prueba de ello, pues sus componentes son, en
su mayoría, hombres que pasaron por alguno de nuestros talleres de
masculinidad. Jamás hubiera existido de no haber sido por esa labor
de proselitismo. Si hubiésemos seguido la trayectoria común de los
grupos de hombres, en estos momentos seguiríamos con nuestro primer
y único grupo, encantados, eso sí, de lo bien que nos lo pasamos
juntos, de lo mucho que aprendemos y avanzamos en nuestros procesos
de desarrollo personal.
Esto, quizás, no
tuviera que ser así si las redes informales de hombres se hubieran
manifestado como un vehículo adecuado para transmitir las
experiencias que se están dando en los grupos, de manera que
alrededor de cada uno de ellos, se consiguiera hacer llegar nuestro
mensaje a un amplio número de amigos y conocidos que, a su vez, se
decidieran a formar nuevos grupos. Pero está demostrado que esto no
se da. La razón parece estar en que somos tan pocos que el efecto
“ejemplo” que pudieran tener los grupos queda en vacío ante la
distancia tan enorme que nos separa a unos de otros, siendo como
somos esas “islas en mitad del océano”. Todos sabemos que,
rápidamente, se nos acaban las redes de conocidos y amigos a los que
se nos “ocurra” la posibilidad de ofrecerles entrar a formar parte
de un grupo de hombres.
Así pues, el
crecimiento natural, no forzado, es una opción que la realidad nos
demuestra que hay que descartar, al menos por ahora. La única vía
que nos queda es la de fomentar y favorecer ese crecimiento con
acciones positivas encaminadas a ello. Dónde está creciendo el
movimiento de hombres por la igualdad –dentro del ámbito Andaluz- es
porque se dan estas circunstancias. En Jaén, ha sido el Instituto
Andaluz de la Mujer quien asumió, inicialmente, esa labor de
organización y dinamización necesaria. A partir de ahí, el Instituto
ha seguido prestando apoyo logístico a los hombres que,
inicialmente, se implicaron y gracias a ello, se está consolidando
una realidad de hombres por la igualdad.
En Jerez de la
Frontera, ciudad que cuenta con dos grupos de hombres, es el
Ayuntamiento el que está haciendo esa labor, gracias a las
actividades que se realizan desde la Concejalía de Salud y Género,
que tiene una sección dedicada a hombres.
En Málaga, es AHIGE
la organización que ha asumido el reto de incidir socialmente con el
objetivo de favorecer la expansión del movimiento de hombres
igualitarios. El resultado es que se ha conseguido crear un segundo
grupo de hombres en la ciudad y un tercer grupo que funciona a
través de Internet. Desde los seis iniciales, en estos momentos
somos ya alrededor de una treintena de hombres implicados -cada uno al nivel que
desea- en este proceso. Además, en estos momentos se están
realizando dos proyectos en colaboración con la Diputación
Provincial y el Ayuntamiento de la ciudad, que tienen como objetivo,
la creación de nuevos grupos.
Nuestro modelo de
funcionamiento se basa en la necesidad de compaginar los grupos de
hombres con una estructura organizativa que favorezca el adecuado
desarrollo de nuestro movimiento. Por un lado, vemos a los grupos de
hombres como instrumentos necesarios para producir las
catarsis personales en los hombres que se acercan a la asociación.
Y, por otro, estimamos fundamental la realización de actividades
formativas (cursos y talleres), divulgativas (página web, charlas y
conferencias...), preventivas (proyecto de prevención de la
violencia de género), participativas (estamos presentes en el
Consejo de la Mujer de Málaga) y de otros muy diversos tipos. Una
parte muy importante de nuestro esfuerzo va dirigido a fomentar y
mantener el funcionamiento de los grupos de hombres, pero otra
parte, va encaminada a intervenir en la sociedad con el fin de hacer
llegar nuestro mensaje.
Y todo ello no hace,
por supuesto, que caigamos en el inocente error de pensar que el
modelo asociativo es idílico. ¿Que la creación de estructuras
asociativas puede dar lugar a problemas? Evidentemente que sí. Sin
duda, los habrá. Cuando nos juntamos más de uno, siempre los hay. Y
bienvenidos sean esos problemas. Serán de todo tipo, algunos de
ellos, incluso podrán ser clasificados dentro del temido epígrafe de
luchas de poder. Sí señor, no somos perfectos... casi no somos
mejores que los demás, diría yo. Y, por tanto, no podemos pretender
permanecer impolutos, inmaculado, porque eso nos lleva,
irremediablemente, al ostracismo y la eterna marginalidad.
Rosa Cobo, profesora
de la Universidad de A Coruña, escribió un artículo titulado
“DEMOCRACIA PARITARIA. Mujeres y hombres hacia la plena ciudadanía”.
Hace un análisis sobre un problema similar con el que se enfrenta al
movimiento feminista actualmente. Me apoyaré en sus palabras para
presentar una, para mí, correctísima visión del tema:
“El feminismo no
puede renunciar a estructuras organizativas y a principios
normativos, pues ambas renuncias podrían conducir a su
desaparición”. Asimismo, dice, “Amelia Valcárcel subraya que las
redes informales son uno de los sistemas más recurrentes del
patriarcado para excluir a las mujeres de los espacios de poder y
del uso de los recursos”.
Yo no pienso que haya
una utilización de ese planteamiento en nuestro caso, pues creo que
el posicionamiento de rechazo tiene unas bases honestas y
sinceras, pero desde
luego, el efecto es el mismo que el ya apuntado por Amelia Valcárcel
para nuestras compañeras de viaje.
Continúa Rosa Cobo
diciéndonos, “Los estudiosos de las organizaciones han verificado
que la ausencia de estructuras formales aboca a los grupos a la
formación de redes informales y conduce invariablemente a la
institucionalización del elitismo. Los grupos que se aferran a la
ideología de la "falta de estructuras" son más fácilmente
susceptibles de ser acaparados por un grupo de militantes no
elegidos para ello y cuya existencia se ha configurado
informalmente. Estos grupos corren el riesgo de caer en la
arbitrariedad. Como señala Freeman, "contar con un procedimiento
fijo para tomar decisiones garantiza, hasta cierto punto, la
participación de todos y cada uno de los miembros".
Seguro que con la
creación de asociaciones tendremos muchos problemas, pero, al menos,
saldremos de la situación actual. Serían estructuras creadas a
partir de la realización de “Pactos entre hombres”, en los que se
diera lo que apunta la misma autora, “una combinación de intereses y
principios”.
AHIGE. Asociación de
hombres por la igualdad de género
AHIGE fue creada en
mayo de 2001 por una parte de los hombres que estábamos funcionando
como grupo desde unos meses antes. También se unió algún otro que no
participaba en el grupo. En cualquier caso, éramos muy pocos, aunque
eso sí, con muchas ilusiones.
La Asociación surge
como una evolución natural de lo que sucedía en el seno del grupo.
Los procesos de transformación personales, los debates, las
propuestas... todo ello tenía una clara dimensión privada y
personal, pero también, otra con un amplio potencial de proyección
social.
La razón por la cual,
en nuestro caso, no seguimos la tradición de mantenernos en el
terreno de lo privado y decidimos saltar al público, no está nada
clara. Quizás influyó la profesión de alguno de nosotros. Desde
luego, los Trabajadores Sociales somos gente activista,
acostumbrados a movernos entre instituciones y organizaciones y a
fomentar iniciativas sociales de todo tipo. Lo nuestro es la
intervención. Pero no
sólo es eso. Hay compañeros con otras profesiones que comparten
plenamente el criterio de la necesidad de una intervención social
que dimensione públicamente al movimiento de hombres por la
igualdad. Lo que sí compartimos todos, además de una mediana edad,
es una trayectoria histórica en el asociacionismo, de uno u otro
tipo.
Y como es lógico, los
fines de la Asociación, se derivan de nuestras vivencias y
descubrimientos en el seno del grupo de hombres. Recordemos que, lo
que nos llevó en un principio al mismo, fue la necesidad de contar
con un espacio propio para intercambiar ideas y sentimientos en
tanto que hombres a los que nos ha tocado vivir una época de
especial cambio. Y que, a la vez que iniciábamos ese proceso,
descubrimos que no podíamos hablar de masculinidad sin hacerlo,
paralelamente, de feminismo y discriminación.
Pues bien,
básicamente esos son los principios que sustentan la asociación y
que se plasman en sus fines estatutarios:
- Fomentar
y acompañar a los hombres en el cambio hacia posiciones cada vez
más lejanas del modelo tradicional masculino y más cercanas a la
igualdad.
- Lucha
activa por la igualdad real y contra la discriminación que sufren
las mujeres.
Los comienzos no
fueron fáciles. Nuestro primer miedo era acerca de cómo nos iban a
recibir en las administraciones dedicadas a la igualdad; Área de la
Mujer del Ayuntamiento de Málaga y el Servicio Provincial de la
Mujer de la Diputación Provincial, como las más cercanas.
Afortunadamente, esa
duda se despejó pronto y con el mejor de los resultados. Nos
recibieron encantadas, convencidas como estaban de la necesidad de
que los hombres nos sumemos a esta ardua tarea de conseguir la
igualdad.
La otra gran tarea
que acometimos, fue la puesta en marcha de nuestra página web.
Nuestra actividad más costosa en esfuerzo y la que más alegrías nos
da. Estábamos convencidos que Internet era el medio ideal para
conectar esas “islas en medio de un inmenso océano” como se
describió un compañero en el citado encuentro de Jerez. La Red
centraba nuestras esperanzas de poder llegar a los hombres
igualitarios, no ya sólo de España, sino de todo el mundo de habla
hispana.
En los casi dos años
que lleva funcionando nuestra página, los avances han sido
considerables. Nos hemos convertido en un portal de referencia para
todas aquellas personas, especialmente hombres, interesados en la
masculinidad y avanzar en las posiciones igualitarias. Así nos lo
dicen nuestras cifras de visitas, que aún siendo modestas, se han
multiplicado por cinco en este tiempo.
Luego vinieron los
proyectos de intervención apoyados financieramente por Ayuntamiento
y Diputación. Básicamente sus objetivos son el difundir y consolidar
un movimiento de hombres en la ciudad y la provincia de Málaga. Con
actividades como charlas, conferencias, reuniones, talleres, cursos,
etc., pretendemos difundir nuestro mensaje e ir poniendo las bases
para la creación de una estructura estable y sólida de hombres por
la igualdad.
Y no quiero dejar sin
mencionar, nuestro proyecto de intervención en Institutos de
Enseñanza Secundaria, de prevención de la violencia de género.
Hombres que aparecen hablando contra la violencia de género y pueden
servir de figuras referentes para chavales que sólo reciben impactos
en sentido contrario.
También empezamos a
realizar actividades de formación por iniciativa propia. Nuestros
cursos-talleres. Y, por supuesto, las charlas y conferencias. De
pronto, empezamos a convertirnos en referente para administraciones
y organizaciones de todo el Estado. Nosotros decimos, humildemente
-y con sonrisa irónica-, que somos la mejor Asociación de Hombres
por la Igualdad de España y que, por eso, nos llaman. Aunque
añadimos a continuación... ¡claro, que somos la única!.
Al menos, la única no
específica. Porque no nos olvidamos de nuestros compañeros y amigos
de la Asociación Colectivo de Hombres Contra la Violencia de Género
de Badalona (HOCOVIGE). La única por ahora, porque esperamos que
esto deje de ser así pronto. Esa esperanza tenemos y la alimenta el
hecho de que hayamos recibido, en los últimos meses, varias
peticiones de apoyo para crear asociaciones de hombres.
Una de las
actividades más hermosas y gratificantes la hemos denominado
Encuentro “El género en las relaciones”. Básicamente, fue una
continuación de los trabajos realizados en nuestros seminarios sobre
masculinidad y relaciones Inter-género. Hombres y mujeres que
pasaron por alguno de esos seminarios nos encontramos durante todo
un fin de semana para discutir sobre 4 temas básicos:
sentimientos-emociones, sexualidad, relaciones Inter-género y
expectativas para el futuro.
Los resultados de
todo esto son modestos pero importantes. Quizás de lo que estamos
más satisfechos y orgullosos es de nuestra capacidad de generar
grupos de hombres. En la actualidad, tenemos tres funcionando. Dos
presenciales y un tercero, virtual, que funciona a través de
Internet y, que sepamos, es la primera experiencia mundial. No
olvidamos que, el grupo de hombres, es nuestro mejor instrumento de
transformación. Por eso seguimos apoyando su creación.
La igualdad nos hace
libres: enviando un mensaje positivo a la sociedad
Antes he tratado el
problema del mensaje que enviamos a la sociedad. Bueno, en realidad,
el que ni tan siquiera somos capaces de hacer llegar. Pero si
tuviéramos fuerza para hacerlo, la cuestión está en que éste es,
esencialmente, negativo para los hombres. O, al menos así, lo
podrían interpretar muchos de ellos.
Les decimos que no
vale lo que han aprendido y con lo que han funcionado durante
milenios, que tienen que cambiar y que ese cambio consiste,
básicamente, en que han de desprenderse de sus privilegios y
posiciones de poder. Es decir, todo pérdidas. Y muchos pensarán...
¿y a cuento de qué me voy a meter yo en ese berenjenal en el que
tanto pierdo y nada gano? Si alguien tiene que tener el poder, pues
que sigamos siendo nosotros.
No es extraño, pues,
que ese mensaje se haya confundido y perdido, no consiguiendo llegar
a la mayoría de la población masculina. Sin embargo, es muy
importante que esto cambie. Sincera y humildemente, pienso que la
sociedad nos necesita. Sólo nosotros podemos realizar la labor de
favorecer y acompañar a otros hombres en ese proceso de
de-construcción y posterior reconstrucción del que hablamos. Sólo
nosotros podemos situarnos en la suficiente cercanía con respecto a
los hombres para que eso sea posible.
Hay una parte de
nuestro trabajo que nadie puede hacer por nosotros. Ni siquiera el
movimiento feminista puede. Es la parte de cambio interior,
personal, que debe darse en los hombres. No es casualidad que
eligiéramos, por ello, como lema de la Asociación el que “Todo
hombre es una revolución interior pendiente”. Facilitar esa
revolución interior es nuestra tarea.
Aunque no es objeto
de este artículo, sí cabe decir que esta idea es la que promueve una
de nuestras grandes líneas de trabajo: el estudio de los hombres, de
la condición masculina. Justo para conocer por qué los hombres somos
como somos, qué ha hecho de nosotros el Patriarcado, cómo han
funcionado los poderosísimos mecanismos de socialización, en qué y
de qué manera nos marcan los estereotipos de género y, sobre todo,
cómo podemos actuar para conseguir que todo eso empiece a cambiar en
el interior de nuestros congéneres.
Desde estos procesos
de estudio, se genera un conocimiento que, a la postre, nos dota de
las herramientas necesarias para conseguir nuestro objetivo de
favorecer el cambio en los hombres. Y, entre esas herramientas, una
de las más importantes es dotarnos de un discurso, de un mensaje
en positivo que podemos dirigir al conjunto de la sociedad y
que, básicamente, consiste en describir lo más ampliamente que
podamos, lo que los hombres ganan acercándose a nuestras posiciones
igualitarias.
Podríamos empezar
diciéndoles a los hombres; éstos son algunos de los muchos
beneficios que obtendréis:
·
Un mayor desarrollo personal: este es el
ineludible resultado de iniciar el recorrido por esos caminos
interiores de los que hemos hablado. Deconstruir y volver a
construir para hacer las revoluciones interiores pendientes, exige
un esfuerzo, cierto, pero también reporta la gran satisfacción de
conseguir un aumento considerable en el conocimiento de uno mismo y,
por tanto, en el control de la propia vida.
Los hombres
que participan en nuestro movimiento, los que se incorporan a los
grupos de hombres, a los debates y procesos que en esos espacios se
dan, logran romper con ese estigma que tenemos de ser unos grandes
desconocidos para nosotros mismos. Son hombres que consiguen una
mejor y, sobre todo, más directa y sincera, relación consigo mismos,
aprovechando para el conjunto de los aspectos de su vida, el rigor y
el esfuerzo empleados en el proceso de enfrentarse a un yo interior
lleno de imperfecciones. A pesar del dolor que produce, esta es de
las mayores riquezas con que pueda contar una persona.
·
Aprendemos a ser personas completas: A los
hombres nos faltaba una parte de nosotros mismos. Una parte
fundamental: los sentimientos. En nuestros talleres, explicamos que
nuestra castración emocional, lo que denominados “el analfabetismo
emocional masculino” es, quizás, el más grave efecto del patriarcado
sobre los hombres. La explicación de cómo ha funcionado dicho
mecanismo es sencilla:
Todos los mamíferos
superiores tienen, al menos, las 4 emociones llamadas básicas:
ira/rabia, alegría, miedo/dolor y tristeza. Sin embargo a los
hombres se nos ha inculcado la idea de fortaleza. Los hombres, ya
desde niños, debemos ser, ante todo, fuertes. Esto excluye la
posibilidad de mostrarnos –ante los demás, y lo que es más grave,
ante nosotros mismos- débiles, temerosos o inseguros. Y creo que es
muy importante hacer hincapié en la idea de que estamos todos
incluidos, pues tenemos la tendencia a pensar que nosotros estamos
por encima de estas deficiencias. Pero a poco que nos paramos, nos
damos cuenta de cuán influenciados estamos en realidad.
De cuajo, el
patriarcado nos arrancó la posibilidad de sentir dos de las
emociones básicas: el miedo/dolor y la tristeza. Desde niños, como
no podemos permitirnos a nosotros mismos el tener esos sentimientos,
aprendemos a “no tenerlos”, tapándolos, haciendo como que no
existen.
Pero claro, no se
puede tapar una parte y la otra no, por lo que el resultado es que
iniciamos un camino, que reforzamos a lo largo de nuestra vida, de
distanciamiento de nosotros mismos, de nuestro mundo
afectivo-emocional. Cuando llegamos a la adultez, nos da verdadero
pánico de tantos años que llevamos tapando cosas y
ocultándonos.
Así pues, nuestro
“analfabetismo emocional” no consiste, como se suele decir, en que
no sabemos expresar nuestros sentimientos”. No, el problema es
anterior. Está en que, llegado un momento pasada la niñez, llevamos
tanto tiempo desconectados de nuestro yo interior, de nuestros
sentimientos, que ya ni siquiera sabemos identificarlos
correctamente.
Los hombres por la
igualdad, en nuestro camino de identificación y modificación de
aquellos elementos interiores impuestos por el Patriarcado, pasamos
ineludiblemente por un proceso de descubrimiento de nuestro mundo
emocional-afectivo, que incluye, entre otras cosas, la aceptación de
nuestra imperfección. Es un laborioso trabajo de ir desenredando
nudos, eliminando las capas que, herida tras herida, hemos ido
acumulando para poder, así, seguir aparentando una fortaleza sin
grietas, que es absolutamente irreal.
Rechazamos la idea
de tener que mostrarnos –a los demás y a nosotros mismos-
constantemente como seres fuertes. Aprendemos a identificar nuestros
sentimientos, a no anularlos en el caso de que sean de miedo, dolor,
inseguridad, frustración, tristeza o similares, a no seguir
autoengañándonos para poder mantener una imagen interior y exterior
determinada y, por último, a expresarlos de una forma asertiva. Por
todo ello, intentamos estar en disposición de aprender a mantener
una relación sana y madura con nuestro mundo emocional.
·
Descarga de las responsabilidades que nos
abruman: los hombres hemos recibido el mensaje de que hemos de
hacernos responsables de dar soporte en los aspectos económicos y de
seguridad, al conjunto de nuestros seres queridos. Este es un
mandato que en sí mismo, nos constriñe a nosotros y vicia todas
nuestras relaciones. No nos permite, en muchos casos, mirar con el
necesario sosiego a la vida y, además, nos impide situarnos en
posiciones de plena igualdad en nuestras relaciones con las mujeres;
si yo soy el que tiene que aportar la base del sustento, de alguna
manera soy imprescindible y el más fuerte y, por tanto, tengo
derecho a cosas por ello.
Liberarnos de esas
pesadas alforjas con las que nos cargó desde pequeñitos el
patriarcado nos hace más libres y más propicios a la igualdad. Ya no
hemos de hacernos cargo de responsabilidades que, a menudo, nadie
nos pide.
·
Ganamos en autonomía personal: nuestro
increíble nivel de autodesconocimiento personal y la falta de
aprendizaje de las habilidades básicas relacionadas con las labores
domésticas, son dos de los factores que nos han convertido en unos
grandes dependientes. Esta dependencia se produce, primero, en lo emocional,
pues muchos de nosotros pasamos de la dependencia de nuestras madres
a la de nuestras compañeras y esposas y terminamos por la de
nuestras hijas. Y también en lo funcional, pues no sabemos realizar
las labores básicas de automantenimiento que necesita cualquier
persona (la comida, el vestido, la limpieza de nuestro entorno más
inmediato, etc.).
El patriarcado,
que nos jugó la mala pasada de hacernos creer que éramos los
fuertes, no nos enseñó a mantener una mínima autonomía
personal.
Ser hombre por
la igualdad, nos exige el compromiso de llevar a la práctica y hasta
sus últimas consecuencias, la corresponsabilidad doméstica y
familiar. Es una situación en la que damos pero con la que también
ganamos mucho.
·
Descubrimos las relaciones de complicidad con otros
hombres: factores ya reseñados como la falta de habilidades para
la comunicación y nuestro analfabetismo emocional, con otros
añadidos, como el tipo de relación competitiva que habitualmente se
construye entre los hombres, hacen que sean escasísimas las
relaciones entre hombres en las que se entra en planos de
complicidad e intercambio
personal.
Las
relaciones que se establecen entre los hombres suelen ser
superficiales, habitualmente articuladas a través de grupos, bien en estructuras formales
(trabajo, familia, clubs, etc.) o informales (grupos de amigos). Y
los temas que se tratan, rarísimas veces, se adentran en cuestiones
personales. Nosotros hablamos de deportes, política, trabajo,
coches, mujeres y poco más.
Es habitual
que los hombres que nos definimos como igualitarios, hayamos pasado
por periodos personales en que hayamos sentido soledad, como
resultado de la dificultad para encontrar otros hombres con los que
intercambiar nuestros pensamientos y sentimientos. De hecho, este es
uno de los primeros y mayores descubrimientos que hacemos cuando nos
encontramos, en nuestras vidas, con otros hombres con inquietudes y
planteamientos similares.
Y no resulta
fácil. Aparecen rápidamente temores ancestrales relacionados con el
miedo a la cercanía de otros hombres. Nos da miedo mostrarnos
débiles entre nosotros o, simplemente, mostrarnos. Rechazamos
visceralmente la desnudez entre hombres, aunque sea la de nuestros
corazones. Por supuesto, mucho tiene que ver con todo esto, el miedo
a la homosexualidad y a toda situación de contacto entre hombres que
pudiera, tan siquiera, presentarnos alguna similitud, aunque fuera
lejana, con ella.
Cuando
superamos estos miedos iniciales, todo un esplendoroso mundo de
complicidades, cercanías y apoyos mutuos se abre ante nuestros
asombrados corazones.
·
La paternidad: los hombres por la igualdad
descubrimos una nueva paternidad. Ya no se trata de mantenernos en
ese segundo plano al que parecía que estábamos condenados o en el
que nosotros mismos nos colocábamos en cuanto aparecía el bebé en
casa.
La paternidad
tradicional se ejercía desde la distancia y tenían una clara función
de control. En ella, no había una verdadera implicación personal
padre-descendencia. En realidad, no podía haberla, porque los
hombres no habían aprendido/desarrollado las habilidades emocionales
y relacionales necesarias para ello.
Romper con
todo eso y adquirir esas habilidades, nos permite a los hombres
implicarnos realmente con nuestros hijos/as, manteniendo una
relación más completa y cercana. Sin intermediarios. Un padre que
siga a diario la ida de sus hijos/as, que sienten, qué miedos
tienen, qué dolores y qué alegrías y amores, cómo les va en el
colegio, cuáles son sus amigos, cómo se relacionan ...
·
Autoestima y seguridad: En AHIGE hemos empezado
a dar talleres de autoestima. Quizás suena un poco raro, pero los
que estamos metidos en esto sabemos que no. Los hombres sufren una
gran falta de autoestima y somos seres tremendamente inseguros. Esto
son realidades que están debajo de esa espesa coraza de falsa
seguridad con la que andamos por la vida.
Las causas de
esa baja autoestima y de esa inseguridad personal las encontramos,
en parte, en lo que aquí se ha dicho ya con respecto a nuestro mundo
afectivo-emocional. Nosotros sabemos que tenemos grandes
carencias –aunque nunca seremos capaces de reconocérnoslo y mucho
menos admitirlo ante los demás-. Sabemos que las mujeres controlan
un mundo, el de la afectividad y el de las relaciones
inter-personales que a nosotros se nos presenta como cuasi-mágico. Y
todo ello nos genera mucha inseguridad.
Además, no hay
quien mantenga el tipo. Es imposible responder adecuadamente al
cúmulo de exigencias –y autoexigencias- que nos plantea el
Patriarcado. El hombre Marlboro se derrumba cuando sale de la
pantalla de cine y se ha de enfrentar a la cotidianidad.
Constantemente debemos dar la talla, debemos ser competitivos,
ganar, tener éxito... y todo ello, ante los demás y, sobre todo,
ante nuestros más exigentes jueces, que somos nosotros mismos.
Somos de
autoestima sumamente frágil, pues se sustenta en unos,
necesariamente efímeros, éxitos externos y no en una
autosatisfacción de encontrarnos donde nosotros queremos estar, de
una adecuada autorrealización personal.
Trabajar la
autoestima con los hombres exige, pues, incluir la perspectiva de
género. Y si la aplicamos, muchos de los nudos que los ahogan desde
niños, encuentran la vía adecuada para poder ser desenredados.
·
Relaciones de verdadera igualdad con las
mujeres: una de las consecuencias que podemos obtener de todo lo
dicho, es la creación de un sistema de relaciones en verdadera
igualdad con las mujeres con que nos relacionamos. Unas relaciones
que no estén dominadas por los estereotipos de género, en las que no
debamos demostrar ni demostrarnos nada y en las que tampoco hayamos
de cargar con el peso de las inseguridades que nos provoca
saber lo débiles que somos por dentro.
No es una
situación fácil. Hemos de saber conjugar múltiples factores que son
bastante novedosos; en primer lugar, el mantenimiento de uno de
nuestros principios básicos, que es el reconocimiento de la grave
discriminación que sufren las mujeres y el compromiso de luchar
activamente para acabar con esta situación, con la construcción de
unas nuevas relaciones en las que no caigamos en el complejo de
culpabilidad ante las mujeres en general y las activistas feministas
en particular, que como ya hemos visto, nos constriñe, paraliza y
perjudica a todos y todas.
También hemos
de saber desmontar todo un cúmulo de estereotipos sexistas que tiñen
el complejo mundo de las relaciones inter-géneros. Es un proceso
personal que, podemos afirmar, dura toda la vida. Es un camino de
superación de los estereotipos de género en el que, si obtenemos los
resultados deseados, cada vez nos relacionaremos más con personas y
menos con hombres y/o mujeres.
Y, por
supuesto, está el tema de la nueva sexualidad. Una nueva manera de
vivenciar nuestra sexualidad, que va desde la redifinición –interna-
del deseo sexual hasta la identificación de los modelos
pornográficos que nos inundan. Pero esto será tema para otro texto
más específico.
Está todo por hacer... ánimo
Mi experiencia
personal es que los hombres reciben como una liberación el poder
recorrer el camino hacia la igualdad. El dolor inicial, poco a
poco, va dando paso a la satisfacción por los descubrimientos y a la
fascinación ante el cambio que se vislumbra.
En mi opinión,
pues, tenemos muchísimo que ofrecer a los hombres. ¿Por qué no lo
hacemos?
Como creo que ha
quedado evidente a lo largo del texto, estoy decididamente a favor
de que el movimiento de hombres por la igualdad sea eso, un
movimiento social y que se articule como tal. Estoy convencido de
que cumplimos con todas las cualidades necesarias para serlo y, lo
más importante aún, que la sociedad necesita de nuestra
existencia.
Rein van de
Ruit, escribió un artículo titulado “La ausencia de hombres
sabios”. Básicamente, argumenta que los hombres jóvenes –y los no
tan jóvenes, añado yo- carecen de figuras de referencia que les
ayuden a contrarrestar la fortísima influencia del modelo
tradicional masculino. Éste se transmite a través de los múltiples
procesos de socialización que viven nuestras nuevas generaciones de
varones; la televisión, los grupos de iguales, el cine, la
publicidad, la música, etc. El autor los define como “hombres que
pueden ayudar a otros pues han aprendido sobre sus propias
profundidades”.
Esos somos nosotros.
Sintamos la responsabilidad y la alegría de estar ahí, de poder
ayudar y pongámonos mano a la obra, aunque eso sí, cada uno en la
medida de sus posibilidades y de su deseo personal.
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Antonio
García Domínguez (antonio@ahige.org)
es Presidente de AHIGE (www.ahige.org)
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