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Asociación de Hombres por la Igualdad de Género
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RETOS DEL MOVIMIENTO DE HOMBRES POR LA IGUALDAD
 Autor  Antonio García Domínguez

RETOS DEL MOVIMIENTO DE HOMBRES POR LA IGUALDAD (Junio 2003)

¿Somos o queremos ser un movimiento social?

¿Quiénes y qué somos? ¿dónde estamos y dónde queremos estar? ¿queremos organizarnos y cómo queremos hacerlo? ¿qué queremos hacer y cómo pretendemos hacerlo? Y sobre todo, ¿qué queremos conseguir y qué medidas vamos a tomar para ello?

Estas son algunas de las preguntas básicas que podemos hacernos con respecto al ¿movimiento? de hombres por la igualdad en España. Las dudas son tantas que incluso hay que poner entre interrogantes la palabra movimiento. ¿Lo somos? ¿cumplimos con los criterios que son exigibles para que una realidad  pueda ser considerada como tal?.

Pero... ¿qué es un movimiento social? Podríamos comenzar respondiendo que es una forma de acción colectiva, en la que, de alguna manera, se establece una identidad común en cuanto que sus miembros se reconocen unos a otros como pertenecientes o copartícipes de unas mismas ideas, principios y deseos. Además, en todo movimiento social hay un deseo de cambio. Normalmente, explicita un conflicto social y sus integrantes se cuestionan una forma de dominación social.

Es necesario, pues, un pacto entre grupos de personas involucradas en una misma problemática. Dicho pacto suele incluir acuerdos sobre los principios fundamentales de dicho movimiento y los objetivos generales a conseguir.

Como indica la socióloga Judith Astelarra, “por definición, un movimiento social puede expresar las inquietudes, demandas o críticas de un conglomerado social formado por grupos diferentes, con diversos grados de organización al que les une el compartir unos problemas y unas reivindicaciones comunes”.

¿Cumplimos nosotros, los hombres por la igualdad, con todos estos requisitos? ¿tienen conciencia, los componentes de los grupos de hombres –esta situación podría ser considerada, actualmente, el nivel de mayor compromiso- de pertenecer a algún tipo de movimiento? ¿desean hacerlo? Y si no es así, ¿es por falta de motivación o, por el contrario, es por una convicción de que esa no es la vía adecuada?.

La cuestión está en saber cuál es el verdadero interés de los hombres que se acercan a nuestras posiciones. Creo que se puede afirmar, sin temor a equivocarse excesivamente, que los principales motivos que mueven a un hombre a cuestionarse y a interesarse por los planteamientos de los hombres por la igualdad, son fundamentalmente, de índole personal; el deseo mayoritario es poder realizar ese proceso de deconstrucción interior de los valores patriarcales, que tanto necesitamos.

Y esto en sí, es bueno. Es una especie de garantía de salud, bondad, honestidad y pureza del movimiento y de quienes lo componen. De alguna manera, la forma de entrar en este selecto club de la igualdad, que es primero buscando con ahínco dónde se encuentra y luego llamando a una estrecha y semioculta puerta de entrada, garantiza el firme propósito de quienes llegan.

Pero entonces... si, por un lado, sólo pretendemos dar soluciones a nuestros propios e individuales interrogantes vitales sin permitirnos ningún tipo de compromiso y actividad colectiva y, por otro, mantenemos una especie de semi-clandestinidad elitista, entonces ¿cómo vamos a desarrollarnos como movimiento? De esta manera estamos condenados a seguir siendo, eternamente, una exigua minoría de almas puras sin ninguna capacidad de incidencia ni cambio social.

Aplicando la situación a valores de mercado, podríamos decir que vivimos en un pintoresco escenario en el que el producto está semioculto a la espera de que los potenciales compradores se motiven lo suficiente como para recorrer un largo y espinoso camino en la búsqueda de alguno de los escasísimos puntos de venta (no publicitados). Para colmo, lo habitual es que se encuentren la tienda vacía.

En mi opinión, atrás deben quedar ya los debates que, hace años, llevaron a parte de los hombres pro-feministas / por la igualdad, a negarse a sí mismos el derecho a generar un movimiento social, ante el argumento de que eso podría ser un nuevo intento de acceso al poder dentro del movimiento feminista. Afortunadamente, el movimiento feminista ha conquistado ya suficientes espacios de poder como para no temer nada de nosotros y, además, las propias feministas han comprendido que eso les ha quitado mucho más de lo que les haya podido aportar. En realidad, las ha dejado solas en la lucha, porque nos ha condenado a los hombres por la igualdad a una situación de parálisis desorganizativa. Desde el limbo de los justos, poco se puede hacer para ayudar en la tarea de construir una sociedad igualitaria.

Ni siquiera nos ponemos de acuerdo en el nombre

Hombres por la igualdad, feministas, pro-feministas, antisexistas, igualitarios, antipatriarcales, movimiento masculinista... estos son algunos de los nombres que nos identifican o nos han identificado en los últimos años, a lo largo de los distintos países en que existimos.

Este pudiera parecer un problema menor y, en sí mismo lo es. Lo que ocurre, es que es muy significativo y nos habla acerca de nuestra debilidad. Ni siquiera tenemos nombre.

Debo confesar que hace algún tiempo intenté iniciar un debate sobre este tema. Ahora mismo ya no estoy ahí. Que salga el nombre que sea, convencido como estoy de que en el momento que el motor empiece a funcionar, el nombre saldrá (nos lo pondrán o lo pondremos) de forma natural.

Sí me preocupa que tengamos excesivamente acotado el abanico de posibilidades y, casi siempre, porque ya antes, hace años en otros lugares, hayan adoptado un determinado nombre. Es lo que nos pasa con el término “masculinista” que fue el que a mí más me apetecía utilizar durante un tiempo. Para mí, masculinista era en los hombres lo que feminista en las mujeres. Me gustaba asimilarme de esa manera y creía que la sociedad nos ubicaría mejor así, en el movimiento por la igualdad y contra el sexismo. Comprendo las razones históricas, pero eso habrá que superarlo en algún momento.

Sin embargo, ahora mis razones son otras. Me gusta más –y no sé por qué- lo de hombres por la igualdad. ¿Tiene que haber razones para todo?. En cualquier caso, vuelvo a repetirlo, me gustaría que tuviéramos un nombre, porque eso sería claro indicador de que vamos tomando cuerpo. No hay nada más frágil que algo que no tiene ni nombre ni historia.

¿Quiénes, cuántos somos y cómo nos (des)organizamos? El panorama actual del movimiento de hombres por la igualdad

La realidad del movimiento de hombres por la igualdad en España, en estos momentos, es muy difícil de conocer, debido a la gran desestructuración y debilidad que padecemos. Ni mucho menos, hay un registro de grupos ni ningún tipo de entidad u organización que los agrupe o coordine. Ni siquiera que, simplemente, los comunique entre sí.

En un estupendo y reciente trabajo realizado por J. A. Lozoya, L. Bonino, D. Leal y P. Szil, titulado “Cronología inconclusa del movimiento de hombres igualitarios del Estado Español”, a fecha de junio de 2003, se contabilizan un total de 16 grupos-entidades-realidades. En algunos casos se dice específicamente que siguen en activo y en otros no se hace mención. Son, en cuanto a grupos de hombres, los siguientes: Sevilla (2), Granada (2), Málaga (2 + 1 grupo virtual), Jerez (2), Mallorca (1), Barcelona (1), Badalona (1), Pamplona (1), Jaén (1), Huesca (1) y Estepa (1). A esto habría que añadir, las dos Asociaciones (Málaga y Badalona), las tres páginas web (Jerez, Heterodoxia y AHIGE) y la Concejalía de Salud y Género de  Jerez de la Frontera.

De mi experiencia activista de estos últimos años, me atrevo a proponer la siguiente relación de distintas realidades en torno a las que se (des)estructura el movimiento, aunque, ni mucho menos, me atrevo a decir que estén todos los que son, aunque sí al menos, que son todos los que están. En cuanto a las cifras,  debo advertir que, en ningún caso, puedo comprometerme con su exactitud. Así, pues, en estos momentos, nos encontramos con:

  • Grupos de hombres: es la forma tradicional de articulación del movimiento. Sus principales características se tratan más ampliamente en otro apartado de este artículo. En Andalucía, que es la comunidad autónoma que más conozco, podemos ser alrededor de 8-9 grupos.
  • Figuras individuales: son hombres en los cuales podemos encontrar algunas características comunes: llevan muchos años (una media de diez) en el movimiento y profesionalmente proceden mayoritariamente del ámbito de la psicología/sexología. Mantienen un cierto papel de liderazgo informal. Su número podemos situarlo cercano a la docena de nombres. Algunos son miembros de grupos de hombres y otros no.
  • Administración pública: fundamentalmente, el Ayuntamiento de Jerez de la Frontera, con su famosa Delegación de Salud y Género. En ella trabaja José Ángel Lozoya. Además, algunos otros ayuntamientos y programas europeos, especialmente los equal, están realizando alguna incursión en el tema.
  • Asociaciones: La única asociación de tipo generalista (no específica contra la violencia de género u otro tema) existente por el momento en España es AHIGE (Asociación de Hombres por la Igualdad de Género) con sede en Málaga y de ámbito nacional. También existe la Asociación Colectivo de Hombres Contra la Violencia de Género de Badalona (HOCOVIGE) y alguna otra iniciativa que, según creo, ha dejado de funcionar. En estos momentos, me consta que hay varios intentos de crear otras asociaciones.
  • Profesionales dedicados, especialmente, a la formación. Sobre todo, tengo referencias de ellos en el País Vasco. En esa comunidad, son menos de media docena.
  • Hombres aislados, no integrados en ningún grupo: Internet está permitiendo que hombres que viven en pueblos y ciudades en los que no hay grupos de hombres (que, por cierto, son la mayoría) puedan mantener un contacto permanente a través de las listas de discusión, u otros medios. La que tenemos en AHIGE cuenta ya con casi un centenar de miembros y, aproximadamente, la mitad de ellos, pueden ser incluidos en esta categoría. Sus lugares de origen se sitúan en todo el mundo de habla en Español, desde la Patagonia Argentina hasta Chicago, desde el País Vasco hasta Albacete.
  • Otras realidades: este último apartado lo dedico a Heterodoxia, que funciona como página web y está compuesta por hombres con larga tradición en el movimiento.

¿Alguien da más? Espero que sí, que haya muchas más cosas. Aprovecho la ocasión para solicitar la colaboración de toda aquella persona que lea este texto y a la cual le agradecería enormemente que aporte la información que tenga para ayudar a completar el mapa del movimiento de los hombres por la igualdad..

¿Y cuáles son nuestros objetivos?

Como todos nos podemos imaginar, éste es un tema clave. Debemos ponernos de acuerdo en los objetivos comunes que tenemos y éstos han de ser lo suficientemente sólidos y compartidos como para motivarnos y servirnos de impulso y, además, ser un instrumento que facilite el manteniendo los lazos que nos unen y cohesionan, pero que lo haga sin excesivas rigideces. ¡Que está claro que no somos hombres ni de consignas ni de jerarquías o lealtades personales!.

Hay un primer objetivo que es claro y contundente:

Luchar activamente a favor de la construcción de una sociedad igualitaria, en la que no exista ningún tipo de discriminación en razón de sexo.

  Para ello, por un lado, apoyamos decididamente las luchas y reivindicaciones de las mujeres contra la tradicional dominación masculina y, en conjunto, el sistema patriarcal.

Y, por otro, creemos necesario realizar actividades de estudio, formación, comunicación, acompañamiento, etc., dirigidas a los hombres con el fin de promover y favorecer, en ellos, lo que estimamos que es un cambio necesario que les libere de las ataduras y limitaciones que el modelo tradicional patriarcal genera.

No digo yo que esté expresado de la mejor manera posible pero creo que todos, o una gran mayoría, estaremos de acuerdo con la idea. (Se admiten –se solicitan- aportaciones que afinen más la idea).

Expresado así, nos encontramos con un único objetivo –que podríamos catalogar de general- y otras dos ideas que se refieren al cómo queremos conseguir ese gran objetivo inicial y a las que podríamos denominar –en la nomenclatura de mi profesión- objetivos específicos. En este sentido, los objetivos específicos serían las vías, los instrumentos a través de cuya consecución, conseguiremos alcanzar el objetivo final. Son premisas necesarias para ello y, por supuesto, sustancialmente deseables en sí mismos.

Lo que nos da singularidad con respecto al resto del movimiento antisexista y pro-igualdad (dicho de otra manera, con respecto al movimiento feminista) es, precisamente, el segundo objetivo específico; nuestra convicción de que es necesario trabajar con los hombres, desde el apoyo y la cercanía, en la creencia de que es posible favorecer un cambio en ellos que los acerque hacia posiciones igualitarias y, además, les genere un cambio interior que les libere de los corsés patriarcales.

Esto, junto con los beneficios que aporta el hecho de que aparezcan hombres como referentes opuestos al modelo tradicional masculino, es nuestra contribución al mencionado movimiento mundial antisexista y pro-igualdad.

Además, enlaza con nuestra tradición y explica nuestra doble tendencia –al menos, la que mantenemos en AHIGE y creo, también, en la mayoría del movimiento- que se plasma en la convicción de que nuestro camino, en gran medida, es interior –cada hombres es una revolución interior pendiente, es nuestro lema- y, además, en el convencimiento de que es necesario articular una organización que dé proyección social a todos esos cambios que procuramos promover.

Factores que actúan en contra del cambio

Aparentemente, la inmensa mayoría de la población – también los hombres- está a favor de una plena igualdad entre hombres y mujeres. En estos momentos, ya prácticamente nadie defiende la desigualdad. Y, sin embargo, a nadie se oculta que estamos muy lejos de vivir en una sociedad plenamente igualitaria. ¿Qué ocurre entonces? ¿por qué las filas de los hombres por la igualdad siguen siendo, a estas alturas, tan absolutamente minoritarias? A mi entender, cuatro son los factores sociales en los que podemos basarnos para explicar las enormes dificultades que está encontrando el cambio en los hombres.

El primero de ellos lo podemos situar en el contexto histórico en que nos encontramos. Por decirlo sencillamente, los hombres venimos de una posición de privilegio. Es un pedestal que se ha ido debilitando, haciéndose más pequeño e inestable a lo largo del pasado Siglo XX y, de forma mucho más acelerada, en su último cuarto. Muchos hombres se sienten muy inseguros por ello. Hay que tener en cuenta que los de la actual generación, los hombres que cuentan entre 25 y 60 años en la actualidad, son los primeros que se encuentran con que el modelo de sus padres ya no les sirve (pueden ocultarse eso a sí mismos, pero esta es la realidad).

En este contexto, no nos podemos extrañar que la mayoría de los hombres tengan respuestas diferentes a la de optar claramente por nuestras posiciones. Muchos de ellos se aferran al no cambio de una manera más o menos oculta. A menudo, sienten más significativamente la pérdida de posiciones y estatus que lo que aún les queda. Es la típica postura de aquellos que dicen que ya hay igualdad y se preguntan qué mas quieren las mujeres. Ellos vivencian mucho más las pérdidas que han sufrido que las posibles desigualdades que aún quedan por acometer.

En general, podemos decir que hay una clara incapacidad de adaptación a los cambios que se les está exigiendo.

En esto último tienen mucho que ver nuestras propias características, que están determinadas por el modelo tradicional patriarcal. Es importante recordar que a la mayoría de los hombres actuales, se les ha educado plenamente, en los valores tradicionales de lo que significa ser un hombre y, por tanto, sus estructuras internas de pensamiento, sentimiento y funcionamiento, responden a este modelo. Este sería el segundo factor que actúa en contra del crecimiento del movimiento de hombres por la igualdad.

Se plasma en que no tenemos una estructura personal interna propicia a los cambios. Los hombres miramos hacia fuera, no hacia dentro, hacia nuestro interior. Somos seres hechos para lo social, para la competitividad, la eficacia y el éxito. Llevamos muchos años, desde nuestra más tierna infancia, ocultándonos de nosotros mismos. Este ha sido el gran pago que hemos tenido que hacer a cambio de poder creernos a nosotros mismos seres fuertes y poderosos.

Las estructuras mentales que se derivan de estos esquemas no son nada propicias a facilitar los cambios internos, porque para ello, uno tiene que mirarse, cuestionarse a sí mismo, replantearse valores y principios. Admitirse la inseguridad y el miedo como compañeros de viaje. Y los hombres no sabemos hacer nada de eso. Huimos despavoridos ante cualquier situación que nos enfrente a nosotros mismos.

El tercer factor que actúa en nuestra contra es el fuerte control social imperante; cualquier hombre que se atreva a salirse del modelo tradicional masculino, ha de contar con que va a recibir un fuerte rechazo y que las fuerzas en contra de su opción van a ser tremendamente poderosas.

Esto es una aplicación concreta de una ley social más generalista que dice que los humanos tendemos a castigar duramente a las personas diferentes. A nuestra especie no les gustan las personas que se salen del tiesto. Nos ponen nerviosas, nos muestran que otra forma de ser es posible y nos abre el interrogante de si estaremos actuando de la forma más apropiada y correcta. No. Preferimos que todos seamos iguales. Eso nos da seguridad. Si todos son como yo, entonces estoy en lo cierto, tengo razón. No hay duda, esto es así.

Cualquier chico que intente salirse de la norma imperante, del modelo tradicional masculino, es duramente castigado; será tildado de mariquita, débil o, sencillamente, de raro,  por sus iguales y será rechazado por el grupo. Entre nuestros chavales, campan por sus respetos los valores de toda la vida, aunque eso sí, adaptados a los nuevos tiempos; si hace mil años –o en otras culturas- los chicos habían de pasar por procesos iniciáticos que hacían las veces de exámenes de virilidad, ahora se juegan la vida con las motos o se han de demostrar los unos a los otros que desprecian las normas y el peligro de cualquier otra manera. Es lo mismo de siempre.

Y no sólo los chicos lo tienen difícil. También los hombres de más edad son duramente castigados si tienen alguna tendencia a la diferencia con respecto a lo que se entiende que debe ser un hombre. Sus compañeros de trabajo se reirán y los castigarán.

Y esta función de control social sobre la masculinidad no sólo la ejercen los hombres. Las chicas del Instituto prefieren a los más valientes y fuertes, a los que cumplen más correctamente con el modelo de siempre. Los más chulos son los que, realmente, las atraen. Las mujeres más mayores siguen sintiéndose muy inseguras ante muestras de debilidad de los hombres. Nos quieren sensibles pero que, en cierto modo, les sigamos sirviendo de apoyo y bases para su seguridad. Ellas también son producto de esta sociedad sexista.

Y un cuarto factor sería el de la falta de una alternativa real al modelo dominante patriarcal. Hoy día, un chico, un hombre, jóvenes y no tan jóvenes que sientan dentro de sí una inquietud, un rechazo a lo establecido, un deseo de cambio... varones que busquen algo diferente al modelo tradicional patriarcal, sencillamente, no cuentan con un referente social y cultural que les valide ese deseo inconcreto de diferenciación contra los estereotipos sexistas mayoritarios.

El feminismo libra una batalla desigual contra un enorme conjunto de fuerzas contrarias. Y, sin embargo, a pesar de las grandes dificultades contra las que ha de enfrentarse, podemos decir que ha conseguido hacer llegar su mensaje a la mayoría de la sociedad –aunque, eso sí, con enormes cargas de negatividad adosadas por el poder dominante-. Hoy día, una chica, una mujer, jóvenes y no tan jóvenes que sientan dentro de sí la misma inquietud a la que antes me refería aplicada a los hombres, cuentan, afortunadamente, con un amplio referente cultural y social; asociaciones, administraciones públicas, figuras sociales, libros, programas de radio y tv., partidos políticos, obras de teatro, películas, etc., etc., que a pesar de las enormes dificultades que significa oponerse a la cultura y poder dominantes, conforman una alternativa real que sí que les sirve de referente en sus procesos de transformación personal.

El cambio en las personas es tremendamente difícil. Todos lo sabemos. Cualquier cosa nos cuesta años de identificar, asumir y reconvertir por otra que consideremos más acorde con nosotros mismos. Y si ya es difícil de por sí, resulta casi imposible cuando no contamos con referentes externos que nos apoyen en nuestros deseos y necesidades vitales.

Pues justo esa es la situación con la que se encuentran esos hombres, jóvenes y mayores, de los que antes hablaba. ¿Cómo nos podemos extrañar, pues, de que tan pocos peguen en nuestra puerta?

Y, a pesar de todo lo dicho, somos tremendamente necesarios. Me atrevo a decir, humildemente, que esta sociedad nos necesita. Realmente, no hay otro camino para los hombres que el de iniciar el proceso de cambio hacia la igualdad. No podemos permanecer, eternamente, atrincherados negándonos a nosotros mismos. No hay otra posición aceptable para las mujeres, que la de una sociedad en la que los hombres hayan asumido plenamente una relación de iguales con ellas.

La prueba de esta necesidad, es el goteo de hombres que, a pesar de la práctica inexistencia de “oferta” y de las enormes fuerzas que actúan en nuestra contra, encuentran en los postulados del movimiento por la igualdad, la respuesta a muchas de sus preguntas y el alivio para muchos de sus pesares vitales.

No tenemos presencia social

Desde luego, si para permitir la entrada en un imaginario club de movimientos sociales hiciera falta, por ejemplo, el requisito de contar con un número mínimo de miembros, posiblemente nosotros nos quedaríamos fuera – o a lo más nos incluirían en el apartado de varios-.

El problema es que, prácticamente, no tenemos incidencia social. Nuestro mensaje no llega a la sociedad. Seguimos siendo una reducida minoría cultural e intelectual que habla y se dirige desde y para un pequeño grupo que apenas significa un minúsculo porcentaje del total de los hombres. También podemos incluir en este círculo, a una parte, aún reducida, de las mujeres que son activistas en la lucha contra la discriminación en razón de sexo, que se están interesando, cada vez más y con mejor actitud, por nuestra existencia y por lo que tenemos que aportar.

Pero no nos engañemos. Estoy seguro de que si hiciéramos una encuesta a la población Española, la mayoría de las respuestas serían de total ignorancia acerca de nuestra existencia. Aún recuerdo algunas de las anécdotas de las que fui protagonista, conforme iba comunicando en mi entorno, personal y profesional, mi intención de crear, junto a otros compañeros, primero un grupo de reflexión y, poco más tarde, una asociación de hombres.

Profesionales, hombres y mujeres, psicólogos/as, médicos/as, trabajadores/as sociales, etc., etc., reaccionaron de forma variopinta y curiosa. Varias mujeres nos preguntaron qué teníamos los hombres que discutir y hacer como para tener que asociarnos. Ellas eran las que tenían los problemas, no nosotros. Una amiga mía, sorprendida pues me tenía por una persona favorable a una plena igualdad entre hombres y mujeres, me miraba intentando descubrir en mi cara al nuevo misógino, convencida como estaba de que ésa era la única posible dirección de las nuevas iniciativas.

Otro profesional de renombre, me preguntó, entre balbuceos, que una asociación de hombres para qué... que, que, que... ¿contra quién estáis? ¿contra los hombres o contra las mujeres? Lógicamente yo le respondí que ni contra unos ni contra otras, sino a favor de ambos. Su mirada me demostró que no lo comprendía muy bien.

Al poco, cuando fuimos a incluir AHIGE en el registro municipal de entidades, una profesional nos recibió con una amplia sonrisa. Ah, y, ¿de qué es la Asociación? Pues de hombres. Ah, sí.... a ver, a ver, aquí está, sección minorías sociales. Yo intenté explicarle que no, que se estaba equivocando. Y ella me contestó con una sonrisa entre complaciente y cómplice que sí, que nosotros estábamos incluidos en ese apartado.

Yo, que soy Trabajador Social y conozco el registro municipal de asociaciones, tuve que explicárselo. Ella había entendido que éramos una asociación de homosexuales. Nosotros, que no sólo no tenemos nada en contra de los homosexuales, sino que los apoyamos especialmente por considerar que han sufrido durante muchos años –y aún hoy- una durísima represión, tuvimos que explicarles que no, que no somos una asociación de homosexuales sino de hombres en general. Y que, por tanto, somos la mitad de la población y no una “minoría social”.

Ella respondió incrédula con un ¡ah, bueno! y cambió el apartado por el de “otras asociaciones”. Aunque claro, seguramente por dentro estaría pensando que, más minoría que nosotros, no había nadie.

Estas y otras anécdotas de las que podría seguir hablando, nos demuestran fehacientemente la realidad; no tenemos ninguna incidencia social. Ni siquiera nos conocen. Es más, ni siquiera, los y las profesionales del ámbito de la Acción Social, que son las personas que, a priori, los/as más cercanos/as, tienen noticias nuestras. Y, peor aún, muchos y muchas tampoco tienen claro de la conveniencia de que existamos. Al menos como primera reacción, porque luego, hay que decir que quienes nos conocen, también nos reconocen y valoran muy positivamente nuestras posiciones e iniciativas.

Y, sin embargo, todo parece indicar que estamos en un momento histórico propicio. Cada vez más personas, me refiero fundamentalmente a mujeres y especialmente a las que trabajan activamente en el tema de igualdad, mantienen posiciones favorables a que los hombres participemos en el proceso.

Cada vez son más las personas –especialmente mujeres feministas- que comprenden que construir una sociedad igualitaria es un complejísimo proceso de transformación social –que incluye masivos procesos de transformaciones personales- que no se va a dar adecuadamente o que, al menos, se retrasará considerablemente, si en el mismo los hombres no participan activamente. La idea central es que el tema de la igualdad no es un problema de mujeres sino de toda la sociedad.

Y, por otro lado, estoy convencido también, de que cada vez son más los hombres que, al menos en potencia, podrían aliarse con los que ya estamos para formar un potente movimiento de hombres por la igualdad que ayudara a acelerar ese cambio tan necesario que tenemos que realizar.

Por todo ello, apremia que nuestro mensaje llegue a la sociedad y, especialmente, a esos hombres potenciales receptores del mismo. Debemos ser capaces de romper con el círculo vicioso de la debilidad; somos muy pocos por lo que no somos capaces de hacer llegar nuestra voz al conjunto de la sociedad, por tanto nadie nos conoce y, por tanto, seguiremos siendo muy pocos. Bajo esta situación, sólo los muy interesados llegarán a conocernos, puesto que para ello, los hombres han de iniciar un proceso de búsqueda –bendita Internet que tanto facilita esto último- de algo que les ayude a encontrar respuestas a sus preguntas.

Las causas de nuestra debilidad

La verdad es que, estratégicamente, lo tenemos difícil. Nunca, ningún grupo en el poder, a lo largo de la historia, lo ha abandonado por iniciativa propia. Y, a primera vista, eso es lo que nosotros les pedimos a nuestros congéneres. Dicho de esta manera, así no tenemos ningún futuro. Mucho más conseguirá el movimiento feminista en su lucha por la igualdad apelando a los derechos básicos de las personas, a la honestidad de los hombres, sus valores fundamentales y, por supuesto, a la pura y dura reivindicación y adecuada utilización de las fuerzas con que, cada vez más, cuenta.

Por este camino, fácilmente se nos podría aplicar el adjetivo de poco útiles o, directamente, desechables. Y si bien es cierto que al movimiento feminista y a la lucha por la igualdad de las mujeres, les vendríamos muy bien, pues siempre podrían decir, ¡ahí tenéis un ejemplo de lo que algunos hombres están haciendo, seguidlo!, también es verdad que, en la práctica,  para la mayoría de la población, el mensaje de ellas y el nuestro es el mismo, o peor aún, para muchos hombres, la interpretación es la de vernos como hombres débiles, feminizados y fagocitados por el poder femenino, con lo que el efecto es el contrario del perseguido, ya que conseguimos, en muchos hombres, un reforzamiento de los valores tradicionales ante la amenaza de este nuevo tipo de hombre que se ha aliado con las feministas para quitarle lo que, él entiende, que es suyo.

Visto así, nuestra aportación es exigua y quizás, ni tan siquiera justificativa del esfuerzo que acarrea el mantenimiento de todo movimiento social.

Todo esto se exagera si tenemos en cuanto que vivimos en un momento histórico de especial transformación social en cuanto a las relaciones entre los géneros se refiere. Las mujeres avanzan en sus conquistas sociales y personales. Cada vez con mayor fuerza, están consiguiendo cuestionar los principios fundamentales de la sociedad patriarcal.

¿Y los hombres qué? Un artículo de Jon Gotzon Baraia-Etxaburu Artetxe titulado “Convivencia y Reestructuración de los Roles”. presentado al Congreso sobre masculinidad organizado por Emakunde en el año 2001, nos da la respuesta. En su gran mayoría, los hombres han adoptado una actitud que podríamos denominar “políticamente correcta”. Han aprendido la terminología de la igualdad y se expresan con ella socialmente, Sin embargo, casi todo es fachada. Su actitud real, aplicada a su vida personal, es intentar que esos cambios sociales que se sienten incapaces de evitar, no les afecte excesivamente a ellos. No les exija demasiado esfuerzo.

Los hombres han aprendido, una vez más, a convivir en una contradicción, en un doble lenguaje. Por un lado, la mayoría de nosotros apoyamos claramente la igualdad. Por principios humanitarios, de los cuales nos sentimos vigorosos defensores, no podemos aceptar que haya discriminaciones en razón de sexo. Sin embargo, cuando cerramos la puerta de nuestra casa, escabullimos todo lo que podemos el bulto a la hora, por ejemplo, de asumir las tareas domésticas. Permitimos, si no buscamos directamente, situaciones de clara discriminación hacia las personas que, supuestamente, más queremos; nuestras propias parejas.

El ámbito de lo privado se está convirtiendo en un bunker en el que la mayoría de los hombres se están atrincherando para contrarrestar el avance inexorable de las mujeres. Sus paredes nos permiten, además, ocultarnos de la crítica pública, que esa sí que no podríamos soportar.

Y no sólo en lo privado. En aquellos espacios donde pueden, los hombres están construyendo círculos de poder y complicidad para obstaculizar el avance de las mujeres, ante el que se sienten amenazados e inseguros.

Y todo ello no quita para que cualquiera de los componentes de esa inmensa mayoría de hombres, esté dispuesto a firmar, el primero, cualquier manifiesto que se le presente por delante, de apoyo a las mujeres o de denuncia de alguna situación de discriminación. Sabemos muy bien movernos entre dos aguas.

Según el mismo estudio, casi la totalidad del resto de los hombres, en un porcentaje cercano al 15%, se sitúa directamente en posiciones contrarias al avance de las mujeres, con argumentaciones tales como que ya está bien, ¡qué más quieren!, la familia ya no es lo que era, etc., etc.

De nosotros, de los hombres por la igualdad, apenas hay constancia estadística. ¡Tan poquitos somos!.

Antes de terminar definitivamente con este argumento, debo incluir una nota de llamada hacia más adelante. No todo es pesimismo y negatividad. De lo aquí dicho podría deducirse que no tenemos un espacio social que nos haga necesarios. Nada más lejos de mi pensamiento. Más adelante expondré cuál debe ser, a mi juicio, el posicionamiento adecuado que nos permita aparecer con un mensaje positivo ante los hombres, sin abandonar un ápice nuestro firme apoyo a las justas reivindicaciones de la mujer.

La otra causa que nos permite explicar la situación actual de grave debilidad estructural del movimiento de hombres por la igualdad, a pesar del tiempo transcurrido y de la aparente bondad y adecuación de nuestros principios y postulados, es la forma en que tradicionalmente se ha articulado; los grupos de hombres.

Éstos son unas herramientas muy válidas para favorecer la creación de espacios de intercambio e intercomunicación entre hombres, en los que sus componentes puedan expresar sus preocupaciones y dolores más íntimos y personales y recibir los de otros hombres, en una complicidad y cercanía desconocida entre varones. Por todo ello, no es casualidad que en distintos lugares y diferentes momentos, hombres que no conocíamos la historia previa, optáramos por soluciones similares. Siempre un grupo de hombres.

Sin embargo, ese instrumento no ha sido ya tan bueno en cuanto a lo de crear estructuras estables que sirvieran de base para la consolidación de un movimiento social. En primer lugar, se desenvolvían en espacios privados y sin ninguna pretensión de salir al ámbito público. Es más, en muchos de los grupos, la autoimposición de no salir, de no generar una extensión pública de lo que allí se hacía y creaba, se tomó como uno de los principios fundamentales. El grupo no existía como entidad propia, era sólo una suma de individualidades que funcionaba únicamente con los objetivos de propiciar la comunicación y el intercambio entre ellos. Nada más.

Era un intento, entre otras cosas, de huir de uno de nuestros grandes ogros, de mantener alejada una de las tentaciones que siempre nos amenazan a los hombres; el poder. En cuanto nos reunimos tres o cuatro, siempre hay alguno que tiene la pretensión de aprovechar esa fuerza para conseguir algo, que normalmente tiene una cara externa impecablemente desinteresada pero que, a la vez, suele ocultar personales pretensiones de protagonismo y autorrealización a través del éxito social.

Para colmo, un cierto complejo de culpabilidad nos constriñe –afortunadamente, creo que cada vez menos- a todos los hombres y, quizás especialmente, a los hombres por la igualdad. Esto, traducido al terreno que tratamos, generaba la idea de que los hombres no podían aparecer públicamente ante ningún tipo de problema y situación si esto significaba quitarle el más mínimo protagonismo a las mujeres en su lucha. Claro está, en la práctica significaba que los hombres por la igualdad no podían aparecer en casi ningún sitio y que las activistas del feminismo seguían soportando, en extrema soledad, el peso de la desigual lucha contra el sexismo y la discriminación.

Este conjunto de factores; la dimensión personal-íntima de los caminos que debemos recorrer, el rechazo a toda proyección pública y la autoimposición de no hacer sombra a las mujeres,  explican el devenir vital de la inmensa mayoría de los grupos de hombres que se han creado en España en las últimas dos décadas: nacieron, no crecieron, tampoco se reprodujeron y murieron.

Esto ha dado lugar a la realidad actual, en la que a pesar de lo dicho anteriormente sobre el propicio momento histórico que vivimos para nuestro movimiento, el número de grupos de hombres sigue siendo exiguo y el de asociaciones, sencillamente, ridículo.

Asociacionismo y grupos de hombres. Una coexistencia necesaria

Aún recuerdo –con cierto pesar, lo reconozco- el rechazo con que fue recibida la iniciativa de crear una Asociación de Hombres por la Igualdad, en las Jornadas sobre Masculinidad celebradas en el otoño de 2001 en Jerez de la Frontera.

Allí había hombres de buena parte de los grupos existentes por aquél entonces en todo el Estado. Algunos de ellos llevaban ya sobre sus espaldas, años de recorrido en este movimiento. Por mi parte, era un recién llegado. Mi primera vez en una convención de este tipo y, salvo alguna excepción, mi primer encuentro con la mayoría de los allí presentes.

En aquél momento, AHIGE era apenas una iniciativa recién nacida. Yo la llevaba con ilusión y así la presenté en sociedad. Mi ofrecimiento era claro: hace falta articular este movimiento y creo que vosotros, los miembros históricos del mismo, sois las personas adecuadas para asumir esa responsabilidad y liderar el proceso.

El rechazo fue frontal. La idea de crear una estructura asociativa fue negada con rotundidad por una buena parte, mayoría de los que allí estaban. Especialmente, por los que más años y experiencia acumulaban. Una asociación era contemplada como una perversa estructura de poder en la que los hombres acabaríamos aprovechándonos los unos de los otros y destrozándonos en luchas intestinas.

La verdad es que yo, que procedía de muchos años de activismo en distintos movimientos asociativos; de estudiantes, asociaciones de vecinos, movimiento consumerista y, en los últimos años, los colegios profesionales de Trabajadores/as Sociales, no podía comprender lo que allí estaba ocurriendo. No concebía –y sigo sin poder hacerlo- cómo una realidad social podía expandirse sin una estructura organizativa que la sustente.

¿Acaso cabe esperar que los hombres del mundo sufran repentinos, masivos y simultáneos procesos de transformación personal que les lleve a pararse, interesarse, buscar y adherirse a un movimiento que, prácticamente, no existe y que, desde luego, no tiene ningún tipo de estructura con la que recibirles? No lo creo. Esto no ha sucedido en los treinta años transcurridos desde la creación del primer grupo de hombres y no va a suceder.

Los grupos de hombres son el más formidable –e imprescindible- instrumento que tenemos. Permiten crear un espacio de comunicación,  en el que se crea una especial complicidad y en el que se facilita el cambio necesario en sus participantes. En los grupos de hombres, muchos de nosotros encontramos los referentes necesarios de los que carecemos en el exterior.

En AHIGE, indicamos a los hombres que es necesario integrarse en un grupo de reflexión. No queremos “militantes” que quieran cambiar al mundo sin haberse parado antes a cambiarse ellos mismos. Más que personas con grandes verdades, queremos hombres en un continuo replanteamiento y puesta en cuestión de todo lo que les rodea y de sí mismos. Son tantos los cambios, externos e internos, que implican el querer ser hombre igualitario, es tanto el esfuerzo que significa enfrentarse a todo nuestro proceso de socialización renunciado a nuestros privilegios y a los mecanismos de autoafirmación que tradicionalmente hemos utilizado, que necesariamente hemos de apoyarnos en otros hombres que se encuentren en nuestra misma situación, para llevar a buen término dicho proceso.

Los grupos de hombres son necesarios. De lo contrario nos encontraríamos con un movimiento vacío que, en consecuencia, no sería capaz de dar las respuestas que muchos buscamos. Los grupos de hombres son necesarios porque responden a necesidades vitales de sus integrantes. Así lo demuestra el hecho de que hayan sido el instrumento escogido por hombres desconectados entre sí, situados en diferentes lugares y momentos históricos.

Pero no podemos confundirnos. Ese instrumento que es tan bueno para dar respuestas a esas necesidades personales de sus integrantes, no lo es tanto para articular un movimiento social. Su propia función de responder a encrucijadas vitales de sus miembros, hace que sus desarrollos vayan paralelos. Dicho de otro modo, los grupos existen en tanto que sus integrantes, mantienen las necesidades personales que los originaron. Al cabo del tiempo, lógicamente, esas necesidades se van transformando y la evolución natural es que el grupo acaba por desaparecer o transformarse. A esto contribuye el hecho de que, llegado un momento, el grupo suele cerrarse a nuevas incorporaciones, debido a que sus miembros llegan a un nivel de complicidad que les permite intercambiar gran cantidad de espacios personales en los que no cabría nadie nuevo y desconocido.

Podemos decir que los grupos de hombres son necesarios, pero no suficientes. Por un lado, los necesitamos para afrontar el difícil camino del proceso de cambio personal que debemos realizar, pero por otro, no cumplen el objetivo de ser el instrumento que articule adecuadamente un movimiento social de hombres por la igualdad.

En mi opinión, la solución a este problema la tenemos en que es necesario realizar, paralelamente a nuestras actividades del grupo de hombres, una labor de proselitismo social. Es una cuestión de dar a la vez que se recibe, de no quedarse, únicamente, en lo que a uno le interesa y le aporta.

El segundo grupo de hombres de AHIGE es la prueba de ello, pues sus componentes son, en su mayoría, hombres que pasaron por alguno de nuestros talleres de masculinidad. Jamás hubiera existido de no haber sido por esa labor de proselitismo. Si hubiésemos seguido la trayectoria común de los grupos de hombres, en estos momentos seguiríamos con nuestro primer y único grupo, encantados, eso sí, de lo bien que nos lo pasamos juntos, de lo mucho que aprendemos y avanzamos en nuestros procesos de desarrollo personal.

Esto, quizás, no tuviera que ser así si las redes informales de hombres se hubieran manifestado como un vehículo adecuado para transmitir las experiencias que se están dando en los grupos, de manera que alrededor de cada uno de ellos, se consiguiera hacer llegar nuestro mensaje a un amplio número de amigos y conocidos que, a su vez, se decidieran a formar nuevos grupos. Pero está demostrado que esto no se da. La razón parece estar en que somos tan pocos que el efecto “ejemplo” que pudieran tener los grupos queda en vacío ante la distancia tan enorme que nos separa a unos de otros, siendo como somos esas “islas en mitad del océano”. Todos sabemos que, rápidamente, se nos acaban las redes de conocidos y amigos a los que se nos “ocurra” la posibilidad de ofrecerles entrar a formar parte de un grupo de hombres.

Así pues, el crecimiento natural, no forzado, es una opción que la realidad nos demuestra que hay que descartar, al menos por ahora. La única vía que nos queda es la de fomentar y favorecer ese crecimiento con acciones positivas encaminadas a ello. Dónde está creciendo el movimiento de hombres por la igualdad –dentro del ámbito Andaluz- es porque se dan estas circunstancias. En Jaén, ha sido el Instituto Andaluz de la Mujer quien asumió, inicialmente, esa labor de organización y dinamización necesaria. A partir de ahí, el Instituto ha seguido prestando apoyo logístico a los hombres que, inicialmente, se implicaron y gracias a ello, se está consolidando una realidad de hombres por la igualdad.

En Jerez de la Frontera, ciudad que cuenta con dos grupos de hombres, es el Ayuntamiento el que está haciendo esa labor, gracias a las actividades que se realizan desde la Concejalía de Salud y Género, que tiene una sección dedicada a hombres.

En Málaga, es AHIGE la organización que ha asumido el reto de incidir socialmente con el objetivo de favorecer la expansión del movimiento de hombres igualitarios. El resultado es que se ha conseguido crear un segundo grupo de hombres en la ciudad y un tercer grupo que funciona a través de Internet. Desde los seis iniciales, en estos momentos somos ya alrededor de una treintena de hombres implicados  -cada uno al nivel que desea- en este proceso. Además, en estos momentos se están realizando dos proyectos en colaboración con la Diputación Provincial y el Ayuntamiento de la ciudad, que tienen como objetivo, la creación de nuevos grupos.

Nuestro modelo de funcionamiento se basa en la necesidad de compaginar los grupos de hombres con una estructura organizativa  que favorezca el adecuado desarrollo de nuestro movimiento. Por un lado, vemos a los grupos de hombres como instrumentos necesarios para producir las catarsis personales en los hombres que se acercan a la asociación. Y, por otro, estimamos fundamental la realización de actividades formativas (cursos y talleres), divulgativas (página web, charlas y conferencias...), preventivas (proyecto de prevención de la violencia de género), participativas (estamos presentes en el Consejo de la Mujer de Málaga) y de otros muy diversos tipos. Una parte muy importante de nuestro esfuerzo va dirigido a fomentar y mantener el funcionamiento de los grupos de hombres, pero otra parte, va encaminada a intervenir en la sociedad con el fin de hacer llegar nuestro mensaje.

Y todo ello no hace, por supuesto, que caigamos en el inocente error de pensar que el modelo asociativo es idílico. ¿Que la creación de estructuras asociativas puede dar lugar a problemas? Evidentemente que sí. Sin duda, los habrá. Cuando nos juntamos más de uno, siempre los hay. Y bienvenidos sean esos problemas. Serán de todo tipo, algunos de ellos, incluso podrán ser clasificados dentro del temido epígrafe de luchas de poder. Sí señor, no somos perfectos... casi no somos mejores que los demás, diría yo. Y, por tanto, no podemos pretender permanecer impolutos, inmaculado, porque eso nos lleva, irremediablemente, al ostracismo y la eterna marginalidad.

Rosa Cobo, profesora de la Universidad de A Coruña, escribió un artículo titulado “DEMOCRACIA PARITARIA. Mujeres y hombres hacia la plena ciudadanía”. Hace un análisis sobre un problema similar con el que se enfrenta al movimiento feminista actualmente. Me apoyaré en sus palabras para presentar una, para mí, correctísima visión del tema:

“El feminismo no puede renunciar a estructuras organizativas y a principios normativos, pues ambas renuncias podrían conducir a su desaparición”. Asimismo, dice, “Amelia Valcárcel subraya que las redes informales son uno de los sistemas más recurrentes del patriarcado para excluir a las mujeres de los espacios de poder y del uso de los recursos”.

Yo no pienso que haya una utilización de ese planteamiento en nuestro caso, pues creo que el posicionamiento de rechazo tiene unas bases honestas y sinceras,  pero desde luego, el efecto es el mismo que el ya apuntado por Amelia Valcárcel para nuestras compañeras de viaje.

Continúa Rosa Cobo diciéndonos, “Los estudiosos de las organizaciones han verificado que la ausencia de estructuras formales aboca a los grupos a la formación de redes informales y conduce invariablemente a la institucionalización del elitismo. Los grupos que se aferran a la ideología de la "falta de estructuras" son más fácilmente susceptibles de ser acaparados por un grupo de militantes no elegidos para ello y cuya existencia se ha configurado informalmente. Estos grupos corren el riesgo de caer en la arbitrariedad. Como señala Freeman, "contar con un procedimiento fijo para tomar decisiones garantiza, hasta cierto punto, la participación de todos y cada uno de los miembros". 

Seguro que con la creación de asociaciones tendremos muchos problemas, pero, al menos, saldremos de la situación actual. Serían estructuras creadas a partir de la realización de “Pactos entre hombres”, en los que se diera lo que apunta la misma autora, “una combinación de intereses y principios”.

AHIGE. Asociación de hombres por la igualdad de género

AHIGE fue creada en mayo de 2001 por una parte de los hombres que estábamos funcionando como grupo desde unos meses antes. También se unió algún otro que no participaba en el grupo. En cualquier caso, éramos muy pocos, aunque eso sí, con muchas ilusiones.

La Asociación surge como una evolución natural de lo que sucedía en el seno del grupo. Los procesos de transformación personales, los debates, las propuestas... todo ello tenía una clara dimensión privada y personal, pero también, otra con un amplio potencial de proyección social.

La razón por la cual, en nuestro caso, no seguimos la tradición de mantenernos en el terreno de lo privado y decidimos saltar al público, no está nada clara. Quizás influyó la profesión de alguno de nosotros. Desde luego, los Trabajadores Sociales somos gente activista, acostumbrados a movernos entre instituciones y organizaciones y a fomentar iniciativas sociales de todo tipo. Lo nuestro es la intervención.  Pero no sólo es eso. Hay compañeros con otras profesiones que comparten plenamente el criterio de la necesidad de una intervención social que dimensione públicamente al movimiento de hombres por la igualdad. Lo que sí compartimos todos, además de una mediana edad, es una trayectoria histórica en el asociacionismo, de uno u otro tipo.

Y como es lógico, los fines de la Asociación, se derivan de nuestras vivencias y descubrimientos en el seno del grupo de hombres. Recordemos que, lo que nos llevó en un principio al mismo, fue la necesidad de contar con un espacio propio para intercambiar ideas y sentimientos en tanto que hombres a los que nos ha tocado vivir una época de especial cambio. Y que, a la vez que iniciábamos ese proceso, descubrimos que no podíamos hablar de masculinidad sin hacerlo, paralelamente, de feminismo y discriminación.

Pues bien, básicamente esos son los principios que sustentan la asociación y que se plasman en sus fines estatutarios:

  • Fomentar y acompañar a los hombres en el cambio hacia posiciones cada vez más lejanas del modelo tradicional masculino y más cercanas a la igualdad.
  • Lucha activa por la igualdad real y contra la discriminación que sufren las mujeres.

Los comienzos no fueron fáciles. Nuestro primer miedo era acerca de cómo nos iban a recibir en las administraciones dedicadas a la igualdad; Área de la Mujer del Ayuntamiento de Málaga y el Servicio Provincial de la Mujer de la Diputación Provincial, como las más cercanas.

Afortunadamente, esa duda se despejó pronto y con el mejor de los resultados. Nos recibieron encantadas, convencidas como estaban de la necesidad de que los hombres nos sumemos a esta ardua tarea de conseguir la igualdad.

La otra gran tarea que acometimos, fue la puesta en marcha de nuestra página web. Nuestra actividad más costosa en esfuerzo y la que más alegrías nos da. Estábamos convencidos que Internet era el medio ideal para conectar esas “islas en medio de un inmenso océano” como se describió un compañero en el citado encuentro de Jerez. La Red centraba nuestras esperanzas de poder llegar a los hombres igualitarios, no ya sólo de España, sino de todo el mundo de habla hispana.

En los casi dos años que lleva funcionando nuestra página, los avances han sido considerables. Nos hemos convertido en un portal de referencia para todas aquellas personas, especialmente hombres, interesados en la masculinidad y avanzar en las posiciones igualitarias. Así nos lo dicen nuestras cifras de visitas, que aún siendo modestas, se han multiplicado por cinco en este tiempo.

Luego vinieron los proyectos de intervención apoyados financieramente por Ayuntamiento y Diputación. Básicamente sus objetivos son el difundir y consolidar un movimiento de hombres en la ciudad y la provincia de Málaga. Con actividades como charlas, conferencias, reuniones, talleres, cursos, etc., pretendemos difundir nuestro mensaje e ir poniendo las bases para la creación de una estructura estable y sólida de hombres por la igualdad.

Y no quiero dejar sin mencionar, nuestro proyecto de intervención en Institutos de Enseñanza Secundaria, de prevención de la violencia de género. Hombres que aparecen hablando contra la violencia de género y pueden servir de figuras referentes para chavales que sólo reciben impactos en sentido contrario.

También empezamos a realizar actividades de formación por iniciativa propia. Nuestros cursos-talleres. Y, por supuesto, las charlas y conferencias. De pronto, empezamos a convertirnos en referente para administraciones y organizaciones de todo el Estado. Nosotros decimos, humildemente -y con sonrisa irónica-, que somos la mejor Asociación de Hombres por la Igualdad de España y que, por eso, nos llaman. Aunque añadimos a continuación... ¡claro, que somos la única!.

Al menos, la única no específica. Porque no nos olvidamos de nuestros compañeros y amigos de la Asociación Colectivo de Hombres Contra la Violencia de Género de Badalona (HOCOVIGE). La única por ahora, porque esperamos que esto deje de ser así pronto. Esa esperanza tenemos y la alimenta el hecho de que hayamos recibido, en los últimos meses, varias peticiones de apoyo para crear asociaciones de hombres.

Una de las actividades más hermosas y gratificantes la hemos denominado Encuentro “El género en las relaciones”. Básicamente, fue una continuación de los trabajos realizados en nuestros seminarios sobre masculinidad y relaciones Inter-género. Hombres y mujeres que pasaron por alguno de esos seminarios nos encontramos durante todo un fin de semana para discutir sobre 4 temas básicos: sentimientos-emociones, sexualidad, relaciones Inter-género y expectativas para el futuro.

Los resultados de todo esto son modestos pero importantes. Quizás de lo que estamos más satisfechos y orgullosos es de nuestra capacidad de generar grupos de hombres. En la actualidad, tenemos tres funcionando. Dos presenciales y un tercero, virtual, que funciona a través de Internet y, que sepamos, es la primera experiencia mundial. No olvidamos que, el grupo de hombres, es nuestro mejor instrumento de transformación. Por eso seguimos apoyando su creación.

La igualdad nos hace libres: enviando un mensaje positivo a la sociedad

Antes he tratado el problema del mensaje que enviamos a la sociedad. Bueno, en realidad, el que ni tan siquiera somos capaces de hacer llegar. Pero si tuviéramos fuerza para hacerlo, la cuestión está en que éste es, esencialmente, negativo para los hombres. O, al menos así, lo podrían interpretar muchos de ellos.

Les decimos que no vale lo que han aprendido y con lo que han funcionado durante milenios, que tienen que cambiar y que ese cambio consiste, básicamente, en que han de desprenderse de sus privilegios y posiciones de poder. Es decir, todo pérdidas. Y muchos pensarán... ¿y a cuento de qué me voy a meter yo en ese berenjenal en el que tanto pierdo y nada gano? Si alguien tiene que tener el poder, pues que sigamos siendo nosotros.

No es extraño, pues, que ese mensaje se haya confundido y perdido, no consiguiendo llegar a la mayoría de la población masculina. Sin embargo, es muy importante que esto cambie. Sincera y humildemente, pienso que la sociedad nos necesita. Sólo nosotros podemos realizar la labor de favorecer y acompañar a otros hombres en ese proceso de de-construcción y posterior reconstrucción del que hablamos. Sólo nosotros podemos situarnos en la suficiente cercanía con respecto a los hombres para que eso sea posible.

Hay una parte de nuestro trabajo que nadie puede hacer por nosotros. Ni siquiera el movimiento feminista puede. Es la parte de cambio interior, personal, que debe darse en los hombres. No es casualidad que eligiéramos, por ello, como lema de la Asociación el que “Todo hombre es una revolución interior pendiente”. Facilitar esa revolución interior es nuestra tarea.

Aunque no es objeto de este artículo, sí cabe decir que esta idea es la que promueve una de nuestras grandes líneas de trabajo: el estudio de los hombres, de la condición masculina. Justo para conocer por qué los hombres somos como somos, qué ha hecho de nosotros el Patriarcado, cómo han funcionado los poderosísimos mecanismos de socialización, en qué y de qué manera nos marcan los estereotipos de género y, sobre todo, cómo podemos actuar para conseguir que todo eso empiece a cambiar en el interior de nuestros congéneres.

Desde estos procesos de estudio, se genera un conocimiento que, a la postre, nos dota de las herramientas necesarias para conseguir nuestro objetivo de favorecer el cambio en los hombres. Y, entre esas herramientas, una de las más importantes es dotarnos de un discurso, de un mensaje en positivo que podemos dirigir al conjunto de la sociedad y que, básicamente, consiste en describir lo más ampliamente que podamos, lo que los hombres ganan acercándose a nuestras posiciones igualitarias.

Podríamos empezar diciéndoles a los hombres; éstos son algunos de los muchos beneficios que obtendréis:

·        Un mayor desarrollo personal: este es el ineludible resultado de iniciar el recorrido por esos caminos interiores de los que hemos hablado. Deconstruir y volver a construir para hacer las revoluciones interiores pendientes, exige un esfuerzo, cierto, pero también reporta la gran satisfacción de conseguir un aumento considerable en el conocimiento de uno mismo y, por tanto, en el control de la propia vida.

Los hombres que participan en nuestro movimiento, los que se incorporan a los grupos de hombres, a los debates y procesos que en esos espacios se dan, logran romper con ese estigma que tenemos de ser unos grandes desconocidos para nosotros mismos. Son hombres que consiguen una mejor y, sobre todo, más directa y sincera, relación consigo mismos, aprovechando para el conjunto de los aspectos de su vida, el rigor y el esfuerzo empleados en el proceso de enfrentarse a un yo interior lleno de imperfecciones. A pesar del dolor que produce, esta es de las mayores riquezas con que pueda contar una persona.

·        Aprendemos a ser personas completas: A los hombres nos faltaba una parte de nosotros mismos. Una parte fundamental: los sentimientos. En nuestros talleres, explicamos que nuestra castración emocional, lo que denominados “el analfabetismo emocional masculino” es, quizás, el más grave efecto del patriarcado sobre los hombres. La explicación de cómo ha funcionado dicho mecanismo es sencilla:

Todos los mamíferos superiores tienen, al menos, las 4 emociones llamadas básicas: ira/rabia, alegría, miedo/dolor y  tristeza. Sin embargo a los hombres se nos ha inculcado la idea de fortaleza. Los hombres, ya desde niños, debemos ser, ante todo, fuertes. Esto excluye la posibilidad de mostrarnos –ante los demás, y lo que es más grave, ante nosotros mismos- débiles, temerosos o inseguros. Y creo que es muy importante hacer hincapié en la idea de que estamos todos incluidos, pues tenemos la tendencia a pensar que nosotros estamos por encima de estas deficiencias. Pero a poco que nos paramos, nos damos cuenta de cuán influenciados estamos en realidad.

De cuajo, el patriarcado nos arrancó la posibilidad de sentir dos de las emociones básicas: el miedo/dolor y la tristeza. Desde niños, como no podemos permitirnos a nosotros mismos el tener esos sentimientos, aprendemos a “no tenerlos”, tapándolos, haciendo como que no existen.

Pero claro, no se puede tapar una parte y la otra no, por lo que el resultado es que iniciamos un camino, que reforzamos a lo largo de nuestra vida, de distanciamiento de nosotros mismos, de nuestro mundo afectivo-emocional. Cuando llegamos a la adultez, nos da verdadero pánico de tantos años que llevamos tapando cosas y ocultándonos.

Así pues, nuestro “analfabetismo emocional” no consiste, como se suele decir, en que no sabemos expresar nuestros sentimientos”. No, el problema es anterior. Está en que, llegado un momento pasada la niñez, llevamos tanto tiempo desconectados de nuestro yo interior, de nuestros sentimientos, que ya ni siquiera sabemos identificarlos correctamente.

Los hombres por la igualdad, en nuestro camino de identificación y modificación de aquellos elementos interiores impuestos por el Patriarcado, pasamos ineludiblemente por un proceso de descubrimiento de nuestro mundo emocional-afectivo, que incluye, entre otras cosas, la aceptación de nuestra imperfección. Es un laborioso trabajo de ir desenredando nudos, eliminando las capas que, herida tras herida, hemos ido acumulando para poder, así, seguir aparentando una fortaleza sin grietas, que es absolutamente irreal.

Rechazamos la idea de tener que mostrarnos –a los demás y a nosotros mismos- constantemente como seres fuertes. Aprendemos a identificar nuestros sentimientos, a no anularlos en el caso de que sean de miedo, dolor, inseguridad, frustración, tristeza o similares, a no seguir autoengañándonos para poder mantener una imagen interior y exterior determinada y, por último, a expresarlos de una forma asertiva. Por todo ello, intentamos estar en disposición de aprender a mantener una relación sana y madura con nuestro mundo emocional.

·        Descarga de las responsabilidades que nos abruman: los hombres hemos recibido el mensaje de que hemos de hacernos responsables de dar soporte en los aspectos económicos y de seguridad, al conjunto de nuestros seres queridos. Este es un mandato que en sí mismo, nos constriñe a nosotros y vicia todas nuestras relaciones. No nos permite, en muchos casos, mirar con el necesario sosiego a la vida y, además, nos impide situarnos en posiciones de plena igualdad en nuestras relaciones con las mujeres; si yo soy el que tiene que aportar la base del sustento, de alguna manera soy imprescindible y el más fuerte y, por tanto, tengo derecho a cosas por ello.

Liberarnos de esas pesadas alforjas con las que nos cargó desde pequeñitos el patriarcado nos hace más libres y más propicios a la igualdad. Ya no hemos de hacernos cargo de responsabilidades que, a menudo, nadie nos pide.

·        Ganamos en autonomía personal: nuestro increíble nivel de autodesconocimiento personal y la falta de aprendizaje de las habilidades básicas relacionadas con las labores domésticas, son dos de los factores que nos han convertido en unos grandes dependientes. Esta dependencia se produce,  primero, en lo emocional, pues muchos de nosotros pasamos de la dependencia de nuestras madres a la de nuestras compañeras y esposas y terminamos por la de nuestras hijas. Y también en lo funcional, pues no sabemos realizar las labores básicas de automantenimiento que necesita cualquier persona (la comida, el vestido, la limpieza de nuestro entorno más inmediato, etc.).

El patriarcado, que nos jugó la mala pasada de hacernos creer que éramos los fuertes, no nos enseñó a mantener una mínima autonomía personal.

Ser hombre por la igualdad, nos exige el compromiso de llevar a la práctica y hasta sus últimas consecuencias, la corresponsabilidad doméstica y familiar. Es una situación en la que damos pero con la que también ganamos mucho.

·        Descubrimos las relaciones de complicidad con otros hombres: factores ya reseñados como la falta de habilidades para la comunicación y nuestro analfabetismo emocional, con otros añadidos, como el tipo de relación competitiva que habitualmente se construye entre los hombres, hacen que sean escasísimas las relaciones entre hombres en las que se entra en planos de complicidad e intercambio  personal.

Las relaciones que se establecen entre los hombres suelen ser superficiales, habitualmente articuladas a través de grupos,  bien en estructuras formales (trabajo, familia, clubs, etc.) o informales (grupos de amigos). Y los temas que se tratan, rarísimas veces, se adentran en cuestiones personales. Nosotros hablamos de deportes, política, trabajo, coches, mujeres y poco más.

Es habitual que los hombres que nos definimos como igualitarios, hayamos pasado por periodos personales en que hayamos sentido soledad, como resultado de la dificultad para encontrar otros hombres con los que intercambiar nuestros pensamientos y sentimientos. De hecho, este es uno de los primeros y mayores descubrimientos que hacemos cuando nos encontramos, en nuestras vidas, con otros hombres con inquietudes y planteamientos similares.

Y no resulta fácil. Aparecen rápidamente temores ancestrales relacionados con el miedo a la cercanía de otros hombres. Nos da miedo mostrarnos débiles entre nosotros o, simplemente, mostrarnos. Rechazamos visceralmente la desnudez entre hombres, aunque sea la de nuestros corazones. Por supuesto, mucho tiene que ver con todo esto, el miedo a la homosexualidad y a toda situación de contacto entre hombres que pudiera, tan siquiera, presentarnos alguna similitud, aunque fuera lejana, con ella.

Cuando superamos estos miedos iniciales, todo un esplendoroso mundo de complicidades, cercanías y apoyos mutuos se abre ante nuestros asombrados corazones.

·        La paternidad: los hombres por la igualdad descubrimos una nueva paternidad. Ya no se trata de mantenernos en ese segundo plano al que parecía que estábamos condenados o en el que nosotros mismos nos colocábamos en cuanto aparecía el bebé en casa.

La paternidad tradicional se ejercía desde la distancia y tenían una clara función de control. En ella, no había una verdadera implicación personal padre-descendencia. En realidad, no podía haberla, porque los hombres no habían aprendido/desarrollado las habilidades emocionales y relacionales necesarias para ello.

Romper con todo eso y adquirir esas habilidades, nos permite a los hombres implicarnos realmente con nuestros hijos/as, manteniendo una relación más completa y cercana. Sin intermediarios. Un padre que siga a diario la ida de sus hijos/as, que sienten, qué miedos tienen, qué dolores y qué alegrías y amores, cómo les va en el colegio, cuáles son sus amigos, cómo se relacionan ...

·        Autoestima y seguridad: En AHIGE hemos empezado a dar talleres de autoestima. Quizás suena un poco raro, pero los que estamos metidos en esto sabemos que no. Los hombres sufren una gran falta de autoestima y somos seres tremendamente inseguros. Esto son realidades que están debajo de esa espesa coraza de falsa seguridad con la que andamos por la vida.

Las causas de esa baja autoestima y de esa inseguridad personal las encontramos, en parte, en lo que aquí se ha dicho ya con respecto a nuestro mundo afectivo-emocional. Nosotros sabemos que tenemos grandes carencias –aunque nunca seremos capaces de reconocérnoslo y mucho menos admitirlo ante los demás-. Sabemos que las mujeres controlan un mundo, el de la afectividad y el de las relaciones inter-personales que a nosotros se nos presenta como cuasi-mágico. Y todo ello nos genera mucha inseguridad.

Además, no hay quien mantenga el tipo. Es imposible responder adecuadamente al cúmulo de exigencias –y autoexigencias- que nos plantea el Patriarcado. El hombre Marlboro se derrumba cuando sale de la pantalla de cine y se ha de enfrentar a la cotidianidad. Constantemente debemos dar la talla, debemos ser competitivos, ganar, tener éxito... y todo ello, ante los demás y, sobre todo, ante nuestros más exigentes jueces, que somos nosotros mismos.

Somos de autoestima sumamente frágil, pues se sustenta en unos, necesariamente efímeros, éxitos externos y no en una autosatisfacción de encontrarnos donde nosotros queremos estar, de una adecuada autorrealización personal.

Trabajar la autoestima con los hombres exige, pues, incluir la perspectiva de género. Y si la aplicamos, muchos de los nudos que los ahogan desde niños, encuentran la vía adecuada para poder ser desenredados.

·        Relaciones de verdadera igualdad con las mujeres: una de las consecuencias que podemos obtener de todo lo dicho, es la creación de un sistema de relaciones en verdadera igualdad con las mujeres con que nos relacionamos. Unas relaciones que no estén dominadas por los estereotipos de género, en las que no debamos demostrar ni demostrarnos nada y en las que tampoco hayamos de cargar con el peso de las inseguridades que nos provoca saber lo débiles que somos por dentro.

No es una situación fácil. Hemos de saber conjugar múltiples factores que son bastante novedosos; en primer lugar, el mantenimiento de uno de nuestros principios básicos, que es el reconocimiento de la grave discriminación que sufren las mujeres y el compromiso de luchar activamente para acabar con esta situación, con la construcción de unas nuevas relaciones en las que no caigamos en el complejo de culpabilidad ante las mujeres en general y las activistas feministas en particular, que como ya hemos visto, nos constriñe, paraliza y perjudica a todos y todas.

También hemos de saber desmontar todo un cúmulo de estereotipos sexistas que tiñen el complejo mundo de las relaciones inter-géneros. Es un proceso personal que, podemos afirmar, dura toda la vida. Es un camino de superación de los estereotipos de género en el que, si obtenemos los resultados deseados, cada vez nos relacionaremos más con personas y menos con hombres y/o mujeres.

Y, por supuesto, está el tema de la nueva sexualidad. Una nueva manera de vivenciar nuestra sexualidad, que va desde la redifinición –interna- del deseo sexual hasta la identificación de los modelos pornográficos que nos inundan. Pero esto será tema para otro texto más específico.

Está todo por hacer... ánimo

Mi experiencia personal es que los hombres reciben como una liberación el poder recorrer el camino hacia la igualdad.  El dolor inicial, poco a poco, va dando paso a la satisfacción por los descubrimientos y a la fascinación ante el cambio que se vislumbra.

En mi opinión, pues, tenemos muchísimo que ofrecer a los hombres. ¿Por qué no lo hacemos?

Como creo que ha quedado evidente a lo largo del texto, estoy decididamente a favor de que el movimiento de hombres por la igualdad sea eso, un movimiento social y que se articule como tal. Estoy convencido de que cumplimos con todas las cualidades necesarias para serlo y, lo más importante aún, que la sociedad necesita de nuestra existencia.

Rein van de Ruit, escribió un artículo titulado “La ausencia de hombres sabios”. Básicamente, argumenta que los hombres jóvenes –y los no tan jóvenes, añado yo- carecen de figuras de referencia que les ayuden a contrarrestar la fortísima influencia del modelo tradicional masculino. Éste se transmite a través de los múltiples procesos de socialización que viven nuestras nuevas generaciones de varones; la televisión, los grupos de iguales, el cine, la publicidad, la música, etc. El autor los define como “hombres que pueden ayudar a otros pues han aprendido sobre sus propias profundidades”.

Esos somos nosotros. Sintamos la responsabilidad y la alegría de estar ahí, de poder ayudar y pongámonos mano a la obra, aunque eso sí, cada uno en la medida de sus posibilidades y de su deseo personal.

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Antonio García Domínguez (antonio@ahige.org) es Presidente de AHIGE (www.ahige.org)