Violencia contra las mujeres
Publicado en Clarin el 19 de noviembre 2001.
En la década del 80 el tema comenzó a estudiarse sin tapujos. Fue
posible que así sucediera porque algunas mujeres se atrevieron a
denunciar las violencias que soportaban por parte de sus parejas
y porque los movimientos políticos y sociales formados por mujeres
avalaron internacionalmente dichas denuncias.
Hasta ese
momento las diversas formas de violencia contra las mujeres y las
niñas se escondían prolijamente en la intimidad del grupo familiar,
cualquiera fuese la condición social de las víctimas y de los
victimarios; las palizas provenían —provienen— tanto de varones que
ostentaban títulos profesionales cuanto de peones y
empleados.
La novedad actual reside en haber logrado que
estas violencias se reconozcan como un problema de índole
pública, superando el secreto con que la domesticidad
garantizaba su persistencia y la impunidad de los
agresores.
Más allá de este reconocimiento conviene no
descuidar la reiteración de un fenómeno protagonizado por personas
aparentemente ajenas al territorio de las violencias. Por ejemplo:
es suficiente que durante un curso universitario o dictado en otra
área social el docente comience a mostrar las estadísticas que
ofrecen los organismos internacionales para que alguien interrumpa
preguntando: "¿Sólo hay hombres violentos? ¿No hay mujeres
violentas?"
La persona que interroga lo hace como si hubiese
emitido una pregunta clave, penetrante y novedosa. Imagina que ha
descubierto un filón inexplorado de los estudios acerca de la
violencia y obviamente intenta ridiculizar a quien está a cargo del
curso.
Una interpretación doméstica me autorizaría a pensar
que la angustia personal lo ha conducido a inquirir, negando la
evidencia estadística que inclusive enuncia los homicidios
perpetrados por los golpeadores. También podríamos pensar que su
petulancia le impide escuchar y aprender; pero estimo que se trata
de personas cuyos procesos mentales y emocionales las conducen a un
falso criterio acerca de la equidad. Como si dijeran: "Seamos justos
y distribuyamos las responsabilidades; los hombres golpean y las
mujeres también." Es un argumento mediante el cual implícitamente
afirman que quien dicta la clase o conferencia está engañando al
auditorio; sin lograr confundir, por supuesto, a quien con tal
lucidez advierte la trampa y supone avanzar con una pregunta
develadora.
Son personas que buscan un argumento capaz de
convalidar lo que consideran su derecho a agredir, expresado
mediante su pregunta absolutamente carente de ingenuidad. Intentan
demostrar que quien expone el tema merece ser castigado por engañar
al auditorio.Funcionan como golpeadores simbólicos que
mediante una pregunta pretenden demostrar que el o la docente ha
sido descubierto/a en su mala fe y le atribuyen un deseo de alterar
el orden social que posiciona a los varones en el lugar del poder
indiscutido.
Este es uno de los modelos utilizados por los
golpeadores de sus parejas: "Si mi mujer dice o hace algo que a mí
no me gusta la golpeo para que se calle y para que aprenda. Y para
aliviarme de la ira que me produce lo que dice, lo que hace o lo que
no hace." O sea, atribuye a la víctima una intencionalidad
provocadora que sólo existe en la imaginación del victimario,
que al golpear encuentra el placer que ha buscado.
Son
argumentaciones que forman parte del circuito de la
violencia: posteriormente el golpeador puede pedir disculpas,
jurar que se arrepiente y prometer no hacerlo nunca más. Hasta la
próxima vez.
Los circuitos de la violencia que se organizan
contra las mujeres como abuso de poder y de fuerza física forman
parte de otros sistemas más abarcativos, socialmente
disimulados, dentro de los cuales se enmascaran quienes
ingenuamente preguntan: "¿No hay mujeres violentas?" Claro que las
hay, pero ellas no saturan las estadísticas policiales,
hospitalarias o antropológicas porque no descalabran diariamente
a sus maridos aplicándoles puntapiés en el cuerpo o trompadas en la
cara.
Cuando quien formula la pregunta es una mujer, se trata
de alguien muy preocupada por la posible injusticia que podría
significar una acusación generalizada contra el género masculino,
género al cual le rinde pleitesía mediante la estrategia que
pretende promover ecuanimidad cuando en realidad apunta al
silenciamiento de los hechos. Habitualmente son mujeres u
hombres que atacan a quien describe las diversas formas de violencia
contra las mujeres y que, cuando no pueden negar las evidencias, las
justifican : "algo habrán hecho esas mujeres para que los hombres
tengan que golpearlas..."
Un tema
político
Esas intervenciones en los cursos o
conferencias forma parte de los discursos sociales que intentan
favorecer el silencio alrededor de las denuncias acerca de la
creciente y terrorífica cultura de la violencia que golpea,
viola, acosa, explota y asesina a un caudal significativo de
mujeres. Afirmación que, aunque estadísticamente avalada, no
corresponde que sea convertida en un discurso totalizador acerca del
género masculino; es decir, que se adjudique a los hombres un
poder destructor inconmensurable capaz de posicionar a las mujeres
exclusivamente como víctimas.
Reconocer actualmente las
potencialidades históricas del género mujer no es suficiente para
enfrentar este problema; esa evaluación tampoco les resulta útil a
los organismos internacionales de los que dependen las subvenciones
para realizar los programas en beneficio de las mujeres, porque han
descubierto que las víctimas disminuyen su rendimiento laboral
debido al incremento de su ausentismo: faltan al trabajo porque no
quieren mostrarse lesionadas, o porque están en el
hospital.
Entonces, un nivel de análisis reside en lo que se
conoce como el "empoderamiento" de las mujeres, o sea su notorio
aumento de representatividad social y de presencia en la vida
pública. Otro nivel de análisis es el de la victimización de
innumerables mujeres. Este no constituye un tema específico de la
psicopatología, ni una ocupación para las trabajadoras sociales, ni
solamente una demanda de intervención en territorio del derecho
civil o penal: es mucho más abarcativo.
Lo que se denomina el
campo del poder —del cual no solamente conocemos sus abusos—
distribuye sus acólitos en ambos géneros e incluye las violencias
enmascaradas en las preguntas insidiosas. Esos discursos también
construyen la realidad cultural y avalan a quienes coinciden con
ellos y a los/las indiferentes.
Cuando se trata de violencias
físicas las estimaciones estadísticas se inclinan notoriamente en la
descripción de las víctimas cuyo nombre técnico es mujer golpeada,
violada, acosada, asesinada, por varones. Y cuya presencia en
comisarías, juzgados, hospitales, vecindarios, instituciones donde
se las asesora y protege debe nombrarse como urgencia
social.
Las violencias contra las mujeres —que no se
limitan a ataques físicos— constituyen un problema grave cuya
exposición pública excede los rigores académicos y forma parte de
las exigencias políticas que los gobiernos no pueden
eludir.
Las exigencias políticas pueden incluir reflexiones
éticas. Una de ellas es revisar si se cumplen los compromisos
internacionales que se oponen a las diversas formas de violencia
contra las mujeres y las niñas, firmados en nombre de nuestro país.
Entre nosotros, las organizaciones nacionales y privadas formadas
por mujeres mantienen el alerta, pero no es suficiente: en nuestro
horizonte cultural aún persiste la sombra de aquellos varones que
encarnan la letra pudorosa del tango milonga: "Si no te rompo de un
tortazo es por no pegarte en la calle..."
Con ellos
mantenemos una cuenta pendiente que, para comenzar a ser saldada,
reclama las voces esclarecedoras que provienen de la escuela y de
los ejemplos domésticos sin golpes, sin empujones, sin insultos
desbordados; y sin idealizar a los grupos familiares como
remansos de paz.
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