AVARIENTOS
Creemos que la raíz de los
males globales que asolan el mundo radican
en la existencia de un poderosísimo gropusculo
de personaliddes psicopaticas
caracterizadas por ser
avarientos, sedientos de poder,
usureros implacables etc.
Posedores de cuantiosos
fortunas logran acrecentarlas
indefinidamente
usando cualquier tipo de
artimaña legales o ilegales y aum criminales .
Por eso estimamos que es de
vital importancia presentar documentos,asi como
reflexiones sobre este repugnante vicio tan nefasto para
decenas de Paises
y millones de desamparados.
Transcribimos aquí lo que
pensaba un brillante autor nacido en el siglo XV:
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Antonio
de Guevara
1480-1545
Do el auctor
persuade a los príncipes y grandes señores que miren mucho en los
inconvenientes que trae consigo el vicio de la avaricia, y que el hombre
avariento es a Dios y al mundo odioso
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El gran Alexandro, rey de Macedonia, y el
infelice Darío, rey que fue de Persia, no sólo fueron diferentes en las guerras
y conquistas que traýan, mas aun en las condiciones y inclinaciones que tenían;
porque Alexandro era naturalmente amigo de dar y gastar, y el rey Darío por
contrario fue amigo de allegar y guardar. Como la fama de Alexandro se divulgó
por todo el mundo ser príncipe dadivoso y no cobdicioso, amávanle mucho los
suyos y desseávanle servir los estraños; al triste rey Darío, como estava
infamado de mucha avaricia y de poca largueza, desobedescíanle los suyos y
aborrecíanle los estraños, de do se puede collegir que los príncipes y grandes
señores dando se hazen ricos y guardando se tornan pobres. Plutharco cuenta en
su Apotémata que, después que el rey Darío fue muerto y Alexandro uvo de
toda Oriente triumphado, estando en la plaça de Athenas un hombre thebano
engrandesciendo la fortuna de Alexandro por lo mucho que ganó, y declamando la
infelicidad de Darío por tanto como perdió, dixo a grandes bozes un philósopho:
«Muy engañado vives,
¡o! thebano, en pensar que el un príncipe perdió muchos señoríos y que el otro
príncipe ganó muchos reynos; porque Alexandro Magno no ganó sino las piedras y
las tejas de las ciudades, porque con su
largueza ya tenía ganadas las voluntades de los ciudadanos; y por
contrario el infelice rey Darío no perdió sino las piedras y las tejas de las
ciudades, porque con su escasseza y avaricia ya tenía perdidas las voluntades
de todos los de Asia. (E dixo más aquel philósopho.) Los príncipes que quieren
engrandescer sus estados y ensanchar sus reynos en sus conquistas deven primero
ganar las voluntades con ser generosos y dadivosos, y después embiar a sus
exércitos a conquistar las fuerças y muros; porque de otra manera muy poco les
aprovechará enseñorear las piedras si están rebeldes las voluntades.»
Puédese de lo dicho colegir que lo que ganó
Alexandro lo ganó por ser largo y magnánimo, y lo que perdió el rey Darío lo
perdió por ser avaro y mísero; y desto no nos maravillemos, porque los
príncipes y grandes señores que de avaricia son vencidos, dudo yo que se vean
ellos de muchos reynos vencedores.
Es tan feo, es tan malo, es tan odioso y es
tan peligroso el vicio de la avaricia, que si se pusiesse a escrevir todos los
males que en él ay mi pluma, no sería más que presumir de agotar el mar de
agua; porque en las entrañas do entra el avaricia haze que sirva a los vicios y
adore a los ýdolos. Si un hombre cuerdo se parasse a pensar el trabajo y
desassossiego que consigo mismo trae este maldito vicio, dudo yo que osasse
ninguno ser en él vicioso. Aunque el avaro no tuviesse otro trabajo sino
acostarse siempre con peligro y levantarse con cuydado, me parece que es harto
trabajo; porque el tal, de que se acuesta, piensa que le han de matar en la
cama, o que durmiendo le han de decerrajar la arca; y de que se levanta,
levántase con temor si ha de perder lo ganado y con cuydado de aumentar lo poco
en mucho. En el primer libro de su República dezía el divino Platón esta
palabra: «Por esso los hombres no son ricos, porque nunca deprendieron hazerse
ricos; ca el hombre que quiere perpetua y verdaderamente hazerse rico, primero
ha de reprimir la cobdicia que no ocuparse en allegar hazienda; porque el
hombre que no pone límites a su desseo, siempre se le hará poco, aunque se vea
señor del mundo.» [755] Fue por cierto esta sentencia digna de tal varón. Mucho
satisfaze a mi juyzio la sentencia de los estoycos, de la qual Aristóteles haze
mención en su Política, do él dezía que a las grandes necessidades
siempre precedieron grandes riquezas, y que no ay estremada pobreza sino do uvo
mucha abundancia, de do se sigue que a los príncipes y grandes señores que
tienen mucho, a éssos falta mucho; porque a los hombres que siempre tuvieron
poco, no les puede faltar sino poco.
Si motejamos a los mundanos de viciosos,
siempre tienen escusas para escusarse en dezir por qué fueron viciosos, excepto
en el vicio de la avaricia, en el qual y del qual no tienen ninguna escusa;
porque si tienen alguna frívola razón para se escusar, ay dos mil para los
condenar. Pongamos en todos los principales vicios exemplo, y veremos cómo sólo
el de la avaricia quedará condenado y no escusado. Si argüymos a un príncipe o
a un gran señor por qué es elevado y presumptuoso, respondernos ha que tiene
mucha ocasión para serlo, porque natural inclinación es de los hombres querer
antes mandar con trabajo que no servir con reposo. Si argüymos a uno que es
furioso y en la yra súbito, respondernos ha que no nos maravillemos dél, pues
no nos maravillamos del sobervio; porque el enemigo y vezino no tiene más
auctoridad de enojar a uno que el otro tiene de vengarse dél. Si argüymos que
es carnal y vicioso, respondernos ha que no puede abstenerse de aquel pecado;
porque, si puede uno evitar los actos impúdicos, siempre está peleando con los
pensamientos malos. Si argüymos a uno que es descuydado y perezoso,
respondernos ha que no merece ser culpado; porque es de tan mala carona nuestra
naturaleza, que, si la trabajamos, luego se cansa; y, si la relevamos, luego se
regala. Si argüymos a uno que es glotón y goloso, respondernos ha que sin comer
y bever no podemos vivir en este mundo; porque la Divina Palabra no dixo que
dañavan al hombre los manjares que entravan por la boca, sino los inmundos
pensamientos que salían del coraçón.
Como dezimos destos pocos de vicios,
podríamos poner escusas en todos los otros, mas al vicio de la avaricia ninguno
le puede dar escusa verdadera; porque con el dinero atesorado ni el ánima se
puede aprovechar, ni menos se puede el cuerpo regalar. Dezía Boecio en su libro
De Consolación que entonces son buenos los dineros no quando en nuestro
poder los tenemos, sino quando dellos nos desfazemos; y de verdad la sentencia
de Boecio es muy alta, porque desechando el dinero alcança hombre lo que
quiere, mas teniéndolo consigo para ninguna cosa le es útil ni provechoso.
Podránnos dezir los hombres ricos y avarientos que si allegan y guardan no es
sino para los años caros y secos, do remediarán a sus parientes y amigos. A
esto les respondemos que ellos no atesoran para remediar a los pobres en
semejantes necessidades, sino para poner a las repúblicas en otras mayores;
porque, según entonces venden caro y según lo mucho que dan a logro, yo juro
que juren los míseros pobres que más daño les hizo el avariento con lo que les
emprestó que no el año seco en lo que les quitó.
Los hombres generosos y virtuosos no deven
dexar de hazer bien con temor que vernán años caros, que al fin al fin si acaso
viniere un año estrecho, todo lo haze estrechar la costa un poco, y en tal
tiempo y en tal caso, aquél sólo se podrá llamar bienaventurado que por ser
largo en la limosna holgará de estrechar su mesa. Los hombres cobdiciosos y
avaros guárdense que por guardar muchas haziendas no den mal cobro de su ánima,
que ya podrá ser quando viniere el año caro el tal avariento sea ya muerto, por
manera que antes que llegasse el tiempo de vender su trigo a gran precio,
dieron sus ánimas de balde al demonio. ¡O, quánto bien haze Dios a los hombres
generosos en darles coraçones generosos!, y ¡o, quánta malaventura tienen los
hombres avaros, en tener como tienen los coraçones estrechos!; porque si los
avarientos gustassen quán dulce cosa es el dar, aun lo necessario para sí no
podrían tener.
Ya que los míseros y avaros no tienen coraçón
para dar a los amigos, repartir con los parientes, socorrer a los pobres,
emprestar a los vezinos y sostener a los huérfanos, ¿es verdad que osan
espenderlo consigo mismos? Digo que no, por cierto; porque ay honbres tan
cativos de lo que tienen, que dan por
tan mal empleado lo que consigo mismos gastan, como lo que otros de su hazienda
les hurtan. ¿Cómo dará de vestir al desnudo el hombre que de escasso y mísero
para sí mismo no se atreve a hazer un sayo? ¿Cómo dará de comer al pobre
famélico el que de puro mezquino come el pan de salvado y centeno por venderlo
de trigo? ¿Cómo hospedará a los peregrinos en casa el que de pura miseria aún
no es para trastejarla? ¿Cómo visitará los hospitales y socorrerá a los enfermos
el que muchas vezes pone en condición su propria salud y vida por no dar un
real al cirujano y otro a la botica? ¿Cómo socorrerá de secreto a los pobres y
necessitados el que a sus hijos y criados trae descalços y desnudos? ¿Cómo
ayudará a casar a las pobres donzellas huérfanas el que dexa envegescer en su
casa a sus proprias hijas? ¿Cómo dará de su hazienda propria para redemir los
captivos el que no quiere pagar la soldada a sus criados proprios? ¿Cómo dará
de comer a hijos de pobres fidalgos el que siempre está llorando lo que comen
aun sus proprios hijos? ¿Cómo creeremos que dará de vestir a una pobre biuda el
que no quiere dar a su muger aun para una toca? ¿Cómo se obligará a fazer cada
día una limosna ordinaria el que dexa el domingo de yr a missa por no ofrescer
una blanca? ¿Cómo dará el hombre avaro una cosa de gracia, pues por no gastar
un real se acuesta muchas noches sin cena? Finalmente digo que nunca nos dará
de su hazienda propria el que siempre está llorando por la hazienda agena.