Edgar Allan García
Leonel
Leonel amaba a la humanidad: cada vez que hablaba de ella los ojos se le humedecían y se le cortaba la voz, pero odiaba el modo en que vivía su vecino Carlos, odiaba la forma de conducir de su primo Roberto, odiaba cuando su madre Luisa se ponía sentimental, odiaba la pereza de su compañero Pepe, odiaba el color de piel de su Jefe Romualdo, odiaba la indisciplina de su sobrino Ricardo, odiaba la inutilidad para los negocios de su esposa Mercedes, odiaba la altanería de su hijo Alfredo, odiaba la indecisión de su amigo Ernesto, odiaba la docilidad de su abuela María, odiaba las ideas políticas de su tía Esperanza, odiaba la forma de mirar de su sobrina Amanda, odiaba la inteligencia desbordante de su ex compañero de escuela Horacio, y se odiaba a sí mismo por no romper con todos ellos de manera definitiva, con esa tarea de humanos que no le dejaban amar a la humanidad como a él le gustaba.
Narla
Narla se paraba frente al espejo y se decía, mientras se arreglaba los graciosos rulos cobrizos, que en verdad era una suerte que ella fuera humilde, muy humilde, sin duda la más humilde de entre sus hermanos, sus primos y primas, sus compañeros y compañeras, sus vecinos y vecinas. Más humilde aun que su papá o que su mamá, tan dados a comentar en voz alta sus pequeños logros, e incluso que su abuelita Lorena a quien ella quería tanto, pero que siempre se estaba vanagloriando de los "exquisitos" platos que cocinaba de tarde en tarde.
Por todo ello y mucho más, Narla se sentía orgullosa de su humildad, una humildad que ella se esmeraba en dejar en claro cada tanto, una humildad realmente majestuosa, espléndida, incomparable, una humildad semejante a una aureola de santidad que hacía de ella un ejemplo, alguien muy pero muy por encima de tanta gente vanidosa, soberbia y pedante que ella, por desgracia, conocía bastante bien.
Dalo
A Dalo le atraía Musa, pero no se atrevía a acercarse. Le preocupaba el qué dirán y temía hacer el ridículo, pero sobre todo le daba terror el rechazo. Un día se encontró odiando a los que sí se atrevían a acercarse y cortejar a Musa. Otro día se dio cuenta de que odiaba a Musa y, con ella, a todas las mujeres. Más tarde llegó a la conclusión de que los hombres eran unos degenerados y las mujeres unas inmorales. Se dedicó a estudiar: quería que los demás lo admiraran por sus ideas, no por su corazón o por su cuerpo. Un día se dijo: la única manera de encontrar la pureza del espíritu es alejándome de los placeres de la carne. Se alejó. Otro día creó una teoría: el bien sólo es posible a través del sacrificio del cuerpo. Se sacrificó. Más tarde, formó un grupo con el cual compartir sus ideas. El grupo se multiplicaba día tras día. Sin embargo, una noche Musa emergió de sus sueños y le dio un beso apasionado. Dalo despertó sudando. Otra noche, Musa se le apareció desnuda. Dalo despertó sintiéndose un animal lascivo, sucio, vil... pero entonces supo, en un destello de alegría mezclada con miedo, que ya nunca más sería puro, porque La Vida lo había alcanzado por fin.
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