Coca y ambiente

H. C. F. Mansilla

La situación medio-ambiental en las zonas bolivianas productoras de coca es simplemente alarmante; no existen prácticamente dudas de que una porción considerable de los procesos de deforestación se debe a la tala de arboledas subtropicales y tropicales (chaqueo) y al manejo inadecuado de suelos por parte de los campesinos de reciente inmigración a las zonas de colonización, de los cuales la mayoría se dedica al cultivo de la coca para la elaboración ulterior de cocaína.

El complejo coca/cocaína y el medio ambiente

Las consecuencias medio-ambientales generadas por el sector coca/cocaína son de extrema gravedad. En el Chape se han descompuesto los mecanismos de control social y familiar que se habían preservado -aunque muy precariamente- en las comunidades campesinas del Occidente boliviano. A esto corresponde la pérdida de las antiguas prácticas ecologistas y conservacionistas que eran propias de los campesinos aymarás y quechuas en sus zonas de origen, sobre todo en el pasado. No se debe, sin embargo, sobrevalorar el aporte aborigen a un genuino desarrollo ecológicamente sostenible, ya que los grupos campesinos mencionados se han alejado bastante de la agricultura realmente responsable de sus antepasados y son también los autores del descalabro medio-ambiental del Altiplano y de los valles mesotérmicos. Pero al abandonar sus lugares de origen y migrar al trópico, los mismos trabajadores rurales echan por la borda el último resquicio de saber ecológico y se dedican con énfasis a prácticas totalmente depredatorias.

Dos son las causas principales de la destrucción medio-ambiental en las zonas de cultivo excedentario de la coca: la tala de árboles para iniciar los cultivos y el uso de insumos químicos para elaborar la pasta base de cocaína. Los daños ecológicos se agravan considerablemente debido a factores geográficos que no pueden ser influenciados por la acción humana: el muy abundante régimen pluvial y el carácter escarpado de una buena parte de la región. Aunque la coca sea probablemente una planta más o menos adaptada a la región, al clima subtropical y a la calidad del suelo, su monocultivo requiere la tala de inmensas arboledas que nunca más volverán a existir como tales. Sin el manto protector de vegetación, las lluvias lavan literalmente la tierra hacia los cursos de los ríos, llevándose además todos los nutrientes naturales. Las secuelas de este proceso abarcan desde la erosión de los suelos hasta el aniquilamiento de la flora y la fauna -y, por ende, de la diversidad biológica-, pasando por la contaminación del subsuelo y de los ríos mediante la utilización masiva de agentes químicos de la más variada especie.

Los colonos, por lo menos en sus primeros tiempos, comparten los prejuicios colectivos en torno a la pretendida fertilidad y feracidad de los suelos tropicales. El frondoso manto tropical induce equivocadamente a la creencia inmensamente popular acerca de la riqueza intrínseca y no aprovechada de los suelos tropicales. El colono andino que llega al trópico (por ejemplo al Chapare) percibe su nuevo medio ambiente con una marcada ambigüedad, puesto que en general no piensa pasar allí el resto de su vida. Problemas de equilibrio ecológico no suelen preocupar a transeúntes, por más larga que resulte al final la estadía en el trópico: este último aparece a los colonos como un medio básicamente hostil y extraño.

Beneficio individual, tragedia colectiva

A pesar de una enorme propaganda en favor de las presuntas bondades ecológicas de la coca, se puede hoy en día afirmar que su monocultivo no es inocuo con respecto a la prevención de los ecosistemas (sub)tropicales, a pesar de ser la coca originaria de la región. Todos los monocultivos de índole excluyente y comercial generan dilemas medio-ambientales similares a nivel mundial, y la coca no es una excepción.

A causa del alto grado de susceptibilidad a la erosión, los suelos de ladera escarpada -típicos de los Yungas y del Chapare- exhiben una fertilidad muy limitada; los colonos están obligados a un avance permanente, adentrándose en el trópico en dirección a los dilatados llanos orientales, dejando tras sí laderas peladas y probablemente no aptas para todo otro tipo de cultivo (y posiblemente incapaces de regenerarse, es decir de volver a producir un manto vegetal comparable al original). El daño a largo plazo y a escala global es difícilmente cuantificable.

Esta estrategia de cultivos itinerantes coincide, por otra parte, con los criterios de supervivencia de los campesinos cocaleros; pero esta lógica del interés individual es "la que provoca una tragedia colectiva" (Eduardo Beyoda Garald).

También son dañados irremediablemente los terrenos utilizados para los llamados servicios auxiliares de la elaboración de la pasta básica de cocaína: campamentos, caminos de acceso, depósitos de víveres, combustible, precursores y afines, pozas de maceración y, en algunos casos, laboratorios y pistas de aterrizaje, Por otra parte, las altas fluctuaciones en el precio de la coca y la posibilidad de incrementar sus propios ingresos mediante labores que no requieren una formación técnica y ni siquiera insumos demasiado sofisticados han conducido a que cada vez más campesinos intenten agregar valor a su producción de hojas de coca por medio de la elaboración casera de pasta básica de cocaína. Para ello construyen pozas de maceración y utilizan cantidades crecientes de precursores y otros productos químicos, sin tener prácticamente ninguna información sobre los riesgos colaterales de tal uso y provocando daños graves y duraderos al medio ambiente.

El descarte de estos insumos químicos, que tiene lugar del modo más irracional, afecta sobre todo al subsuelo y a los ríos. Es pertinente señalar que hay un uso cada vez mayor de fertilizantes químicos inorgánicos, que se degradan biológicamente de modo lento y que permanecen en el subsuelo superior por períodos de tiempo extremadamente largos. En el caso de los cultivos de coca, "dada su elevadísima rentabilidad y la ignorancia de los cultivadores, los niveles de aplicación de estos agroquímicos superan todo lo razonable" (Marc J. Dourojeanni).

A pesar de la gravedad de este contexto, se constata la indiferencia medioambiental de los campesinos involucrados y de las agencias gubernamentales, por un lado, y la tendencia de los sindicatos agrarios de minimizar el impacto ecológico del monocultivo de la coca, por otro.

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