Serie: La Cotidianeidad (IX)

Situaciones múltiples y nexos a revisar

Familia y salud

Alfredo Falero

 

La medicina requiere, por tanto, repensar las relaciones entre salud y familia a la luz de los cambios globales en curso. Asumir un estereotipo de familia ideal, de entidad metahistórica, lleva a idealizar un espacio privado como ámbito de resolución de problemas. Lo mismo ocurre cuando se le confiere al perfil profesional del médico de familia un protagonismo imposible de desplegar.

 

De límites difusos, con resonancias de distintas disciplinas, este tema ha sido transitado más como blanco de consejos médicos que como foco de conceptualización o análisis riguroso. Las posturas que encontramos reducen la articulación multidimensional de la realidad, excluyen lo que no se encuadra en determinaciones preestablecidas y, consecuentemente, encubren límites en el discurso y en el diseño de políticas en el sector.

Entre los bloqueos en la apertura del razonamiento, incluimos: 1) una lógica conceptual sistémica y/o funcional más bien simplista (la familia es un "sistema" que se cruza con otros sistemas sociales); 2) una ausencia total del plano histórico-social que dé perspectivas (es decir, tanto historicidad como horizontes de desenvolvimiento posibles) y 3) un conocimiento precario de lo que se entiende por familia en la actualidad y, como resultado, una invocación "ideal" de la misma y de sus interrelaciones con el plano de la salud.

A estos tres puntos nos vamos a referir seguidamente desde una visión sociológica, asumiendo que entre las conceptualmente complejas y escurridizas relaciones entre familia y salud, nos centraremos sólo en dos dimensiones básicas: prevención de enfermedades y tratamiento y rehabilitación de enfermos. Considerando los límites de este artículo, sólo tangencialmente asomaremos a subáreas específicas como salud del niño y del adolescente y envejecimiento, y omitiremos directamente otras, como salud reproductiva o lo referente al médico de familia.

Tentativas teóricas de aproximación

En rápidos trazos, se puede sustentar una división en dos grandes perspectivas posibles. Una de ellas es visualizar la familia como un grupo con una dinámica psicosocial particular. Considerada de esta forma, se puede decir que la familia es un grupo de personas directamente ligadas por nexos de parentesco, cuyos miembros adultos asumen la responsabilidad del cuidado de los hijos. Teniendo en cuenta tal dinámica, se estudian en sus integrantes el estatus, es decir la posición de la persona dentro del grupo y la valoración social de esa posición, y el rol o papel social, como conjunto de normas de conducta, que exige el grupo a quien ocupa esa posición.

Si se atiende a esta postura, se observará un marcado hincapié en privilegiar aspectos internos de un grupo que define una pertenencia al mismo y desarrolla una serie de funciones (reproductivas o educativas, por ejemplo). Toda la problemática intragrupal vinculada a la salud puede ponerse de manifiesto en temas como el ajuste psicológico, afectividad, comunicación interpersonal, etc. (Pastor Ramos, 1988). Pese a iluminar algunos aspectos del tema, el enfoque subestima sin embargo las interacciones con la sociedad en un contexto determinado. En ese sentido, quedan también mediatizadas las conexiones conceptuales con la salud.

Un enfoque que articule la familia dentro de la sociedad, podría suponer asimismo un análisis de aspectos "funcionales" o "disfuncionales" de la misma. Desde esta perspectiva, se puede argüir que la familia tiene una importante función de socialización; por ejemplo, que permite el mantenimiento del equilibrio u "orden social". De la misma forma, se puede atribuir una función de atención de salud, como se ha establecido reiteradamente. El problema -y esto ha sido insistentemente manejado- es que suponer la existencia de una constante llamada familia, digamos una "parte" que se va "ajustando" a una totalidad sincrónica que sería la sociedad, se transforma en una perspectiva ahistórica.

La propuesta que se sostiene aquí es pensar lo que entendemos por familia definida por sus propias prácticas y no por la atribución de funciones. De hecho, considerando que existen distintas modalidades de prácticas sociales, resultado de un proceso dialéctico de constitución de subjetividad social, tales prácticas deben analizarse desplegadas en un contexto determinado. Ello significa, desde el punto de vista metodológico, que el recorte para acercarnos a este objeto de estudio involucra dos planos:

a) la captación de lo histórico, el plano espacio-temporal, lo que implica, como sugerimos, un presente dinámico que ya contiene tendencias posibles de desenvolvimiento hacia el futuro. Y que en ese campo de posibilidades se concrete una opción, depende también de voluntades individuales y colectivas.

b) la articulación del objeto de estudio en una perspectiva de totalidad social. Ello implica descubrir las relaciones posibles que se evidencian con el contexto específico de que se trate. La determinación de la "totalidad" en que se inscribe un conjunto de prácticas es una operación teórica que nos permite descubrir los "puntos de articulación" existentes (Zemelman, 1996). Por ejemplo, si queremos analizar la familia rural en Uruguay, no debería dejar de verse sus mediaciones con la estructura agraria del país.

De acuerdo con lo dicho, si lo que denominamos como familia implica un conjunto de prácticas sociales, se revela ésta como una postura que no ofrece mayores reparos, aunque hay que admitir que sin más agregados supone una extrema vaguedad conceptual. Por ello, analizar la familia mediante la categoría institución puede ayudar. Una institución se define como un "conjunto de pautas de actividad supraorganizativas mediante las cuales los seres humanos rigen su vida material en el espacio y en el tiempo, y como un conjunto de sistemas simbólicos de los que se sirven para categorizar esa actividad y dotarla de significado" (Friedland y Alford, 1993). Conforme a lo mencionado, sociológicamente una institución tiene dos aspectos: a la vez que implica un conjunto de prácticas materiales, también comunica significados. La amplitud de estos parámetros lleva, pues, a considerar como institución no sólo la familia sino también la religión cristiana, la democracia representativa, etc.

Se puede reconocer aquí un acercamiento a múltiples autores. Entre ellos puede ser ilustrativo citar una cercanía a la conocida teoría de la estructuración de Giddens, en el sentido que las estructuras sociales son el resultado y el medio de la praxis. El resultado, en cuanto las prácticas sociales actualizan un conjunto de reglas, y el medio, porque a la vez permite a los agentes producir prácticas (Giddens, 1995). Pero de ello no puede desprenderse que no exista un campo de acciones -abierto aunque limitado- desde donde se potencien realidades alternativas.

Enfatizamos, en síntesis, que la reproducción de prácticas sociales modelan las preferencias y el repertorio de comportamientos posibles, pero sin ver allí un determinismo. Las acciones de los individuos no tienen por qué circunscribirse a un ordenamiento institucional determinado. Y de hecho, en virtud de que se está desigualmente predispuesto a "ajustarse" a tales "exigencias", aparecen prácticas diferenciadas que llegan a modificar, a veces profundamente, una institución. Es el caso de lo que llamamos familia, donde han aparecido nuevos modelos para comprenderse a sí mismos (desafiando antiguos significados) y nuevas prácticas sociales que transforman las anteriores.

Las prácticas materiales y las construcciones simbólicas que le dan sentido a una institución pueden ser cuestionadas y modificadas, pero puede subsistir una lógica central con límites históricos concretos. En el caso de la familia, puede ser la de un conjunto de obligaciones recíprocas e incondicionales para la reproducción de sus miembros. Porque sin reproducción humana -al igual que sin producción económica- ninguna sociedad puede existir. Ambas son imprescindibles pero presentan justamente distintas lógicas, lo que lleva a situaciones potencialmente contradictorias entre sí. Por ejemplo, las diferentes inserciones ocupacionales con que se articula una familia, condiciona (no en exclusividad) su dinámica interna, tanto como sede de la reproducción biológica, como de generación de subjetividades sociales (aunque obviamente tampoco es solo la familia la que determina la construcción de aquellas).

Breves consideraciones históricas

Una distinción habitual que realizan sociólogos y antropólogos es entre familia nuclear, es decir dos adultos juntos, con hijos propios o adoptados y familia extensa o grupo de tres o más generaciones que, en cualquier caso, habitan el mismo lugar. Hecha tal distinción, la sociología solía relacionar básicamente la primera con la sociedad industrial y la segunda con sociedades fundadas en economías agrarias o preindustriales. No obstante, tal aproximación merece desde hace un tiempo variadas relativizaciones.

No se trata aquí de hacer una historia de las formas de familia y adicionar matices en tal sentido, pero la comparación histórica puede clarificar lo que venimos tratando. Tomemos por ejemplo el caso de Inglaterra entre los siglos XVI y XVIII. En ese contexto, básicamente se identifican tres formas predominantes sucesivas, aunque con variaciones según las clases sociales (Stone,1989): la llamada "familia de linaje abierto", caracterizada por una fuerte integración en la comunidad, sin sentido de privacía doméstica; la "patriarcal restringida", donde se advierte lo que podemos denominar una "transferencia de lealtades" desde la comunidad y la parentela hacia el Estado y la religión en lo externo y hacia el núcleo familiar en lo interno, y finalmente la "familia nuclear domesticada cerrada", en un proceso que va desde el siglo XVII en adelante y cuya característica central es la existencia del "individualismo afectivo" (es decir, la libre elección de la pareja).

Las modificaciones de las conductas, en la composición e interrelaciones, podían puntualmente tender a conservar la salud familiar; sin embargo nadie puede dudar que el esquema general era de altas tasas de mortalidad infantil y de adultos -especialmente en las clases populares-, producto de condiciones de vida insalubres, amontonamiento en una pieza, poca higiene, ingestión de comida descompuesta, así como desnutrición crónica, abastecimientos de agua contaminados, entre otros factores estructurales.

La omnipresencia de la enfermedad y la muerte como "incidente normal" llevaba a que la familia se constituyera en una asociación transitoria, lo que ha llevado a decir que "parecería que el divorcio moderno fuera sólo más que el sustituto funcional de la muerte" (Stone, p. 38). En este panorama, no sólo se trataba de que la medicina tenía poco que ofrecer, sino que las condiciones generales de vida de la población no permitían alteraciones sustantivas del perfil patológico.

Un panorama que se fue luego modificando, en virtud precisamente de un mejoramiento de tales condiciones, por ejemplo, a través del aumento en el abasto de leche de vaca en áreas urbanas, una mejor higiene, etc., así como la práctica médica a través de los avances en la obstetricia y la vacunación contra la viruela, entre otros elementos.

Asimismo, pueden considerarse los cambios en el trabajo como determinantes de importantes cambios en la composición y prácticas de la familia. En el período de la industrialización (fines del siglo XVIII y principios del XIX), la forma familiar que emergió entonces debe entenderse más bien como el resultado de la interacción del desarrollo de una lógica de producción con formas familiares preexistentes. La adopción de medios de producción industriales, que entrañan el trabajo estandarizado y repetitivo, así como el control burocrático, iba en contra del empleo de familias como grupos más que como individuos. La familia deja de ser una unidad de producción y pierda su anterior centralidad social (Harris, 1986).

Ahora bien, esta generalización conceptual no debe obviar la existencia transitoria de múltiples configuraciones familiares y de redes donde se insertan. Así hablamos de familias aristócratas o de las restantes; del medio rural francés, por ejemplo, donde se prolongaron las prácticas familiares tradicionales y se mantuvieron redes de ayuda mutua (de parentesco y vecindad), o del medio urbano, donde fueron suplantadas; según se trate del requerimiento del tipo de industria, como por ejemplo, industrias textiles de mano de obra esencialmente femenina (Burguière y otros, 1988, p. 389 y 390).

Hay que remarcar que entre fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX se da un doble proceso a tener en cuenta y que va de la mano con la necesidad de cuerpos aptos, saludables, para el trabajo. En el marco de racionalización de la sociedad occidental, por un lado se va dando la localización de un cierto saber médico dentro de la familia junto con otros "saberes", como vestirse, comer, etc.; por otro lado, se da la incorporación del hospital como instrumento terapéutico (la práctica de un amparo físico mínimo ya se había ido transfiriendo progresivamente, desde el medioevo, a asilos y hospitales). Como observaba Foucault (1992), la medicina iba adquiriendo "suficiente fuerza para lograr que ciertos enfermos salieran del hospital" (p. 103) y dejara de ser una institución de asistencia para pobres en espera de la muerte y de protección de los demás ante el "peligro" que aquellos entrañaban.

Las prácticas familiares vinculadas a la salud se ven lentamente modificadas: a la nueva composición familiar emergente, le corresponderá la prevención mediante la transmisión de enseñanza en distintas prácticas, y la recuperación del enfermo -de ser posible- se transfiere indirectamente al Estado. Un Estado que va interviniendo además en todo lo referente al ambiente urbano (aire, agua, desagües, infraestructura).

Sobre fines del siglo XIX, las teorías de Pasteur modifican entonces actitudes, sobre todo en materia de higiene. La higiene familiar, que es lo corporal, lo alimentario, pero también lo moral (como analizó Barrán para la sociedad uruguaya), ancla en las familias burguesas. El desencadenante es el combate del microbio, lo que hace sugerir a Hobsbawm: "Villermé había demostrado que existía una acentuada relación entre la pobreza y la enfermedad... De pronto nadie pensaba más en ese vínculo; todo el mundo estaba tratando de descubrir aquellos agentes biológicos nuevos 'socialmente neutrales', los microbios" (citado en Cuéllar, p. 20).

Elementos como la obligación de alejar de su familia al contagioso o la vigilancia de la aplicación de medidas profilácticas tienden a velar las fronteras entre lo público y lo privado. Se advertirá claramente a esta altura que, visto en perspectiva, el esquema general de actuación médica y el de reproducción familiar se van interrelacionando, pero claramente subsumidos en otros planos sociales más complejos, fuera de los cuales no se comprende lo anterior. En ese entendido, podemos ya hacer un salto histórico y analizar el posicionamiento del tema en la región actualmente.

Transformaciones globales y salud familiar. Ejes de análisis y cuestionamientos posibles

El debate sobre globalización o mundialización ya acumula algunos años. La magnitud de los cambios actuales es examinado mediante tales recurrentes rótulos, en posturas que oscilan entre la cautela y la audacia. Más allá de la disidencia, sin embargo, podemos establecer con seguridad, a nuestros efectos y al menos para América Latina, dos ejes de cambio que, en términos generales y sin entrar en mayores detalles, afectan fuertemente la cotidianeidad:

a) creciente heterogeneización del trabajo con expansión de empleos precarios y de tiempo parcial, subcontrataciones o terciarizaciones, y del desempleo estructural, etc. Asimismo se observa incremento del trabajo informal y de la fuerza de trabajo femenina.

b) significativa pérdida de la capacidad de las instituciones de los Estados nacionales para instrumentar políticas sociales universales (o incluso focalizadas pero menos restrictivas) y, por el contrario, establecimiento de políticas con pérdida del sesgo social y transferencia al sector privado de múltiples servicios. Vale aclarar que, como señala Vilas, pérdida de capacidad implica que "suponiendo que la voluntad política exista, ella se encuentra severamente limitada por la pérdida de herramientas y de recursos institucionales para hacerse efectiva" (Vilas, 1996, p. 194).

Sin pretensiones de señalamiento novedoso, es preciso ponderar adecuadamente que tales procesos se dan en condiciones de transferencia de ingresos sin precedentes hacia grupos económicos locales y hacia empresas y organismos trasnacionales. Como consecuencia estamos ante una marcada desigualdad entre clases sociales, entre región rural y urbana, con áreas altamente diferenciadas (por ejemplo, unas con familias cuyos niveles de fecundidad y mortalidad son tan bajos como en zonas desarrolladas, y otras con niveles muy elevados); en fin, con muy desiguales posibilidades de trayectoria para los que traspasan exitosamente el primer año de vida.

Tampoco se trata de ver meramente "impactos" sobre el hogar como reproductor de fuerza de trabajo y que pasa a asumir ahora actividades que antes correspondían al capital y al Estado. Hay transformaciones culturales que debemos atender. En especial es a partir de la década del sesenta cuando se verifican algunos giros que llevan a utilizar expresiones como "crisis de la familia" o hablar directamente de "la muerte de la familia".

Fue el comienzo de una extraordinaria liberalización de la mujer y de los homosexuales, de la juventud y de las conductas sexuales en general. Los movimientos feministas, aun con distintas perspectivas, ocupan un lugar destacado en sus demandas en favor de la igualdad con el hombre (aunque en realidad, tales reclamos datan de fines del siglo XVIII). En EE.UU., valga como ejemplo, la "exigencia de salirse del ámbito doméstico y entrar en el mercado laboral tenía una fuerte carga ideológica entre las mujeres casadas, prósperas, cultas y de clase media, que no tenía en cambio para las otras"(Hobsbawm, 1998, p. 320). Incluso en sociedades donde la familia aparecía claramente articulada a las doctrinas de la Iglesia católica, como en Italia, hubo un referéndum a favor del divorcio (1974) y una ley de aborto más liberal (1981). La juventud, por su parte, comienza a ganar autonomía como grupo, saca a luz un contraste generacional importante e impulsa nuevos valores. La relajación del peso de los lazos tradicionales de parentesco es entonces más evidente: en medios urbanos cede la "penalización social" por ser madre soltera, se intensifican las "parejas fluctuantes" y la cohabitación juvenil, quizás también como desconfianza del porvenir. El divorcio, por su parte, se incrementó notablemente, dado que para las mujeres ya no era imprescindible la "sociedad económica" de la pareja. Y hoy, para el caso uruguayo, es oportuno recordar que en un marco de alta frecuencia en la disolución de uniones, la familia nuclear tipo, compuesta por pareja e hijos, constituye apenas 37 % de los hogares (Cepal).

Susceptible de variar extraordinariamente, a nivel teórico se advertirán, a esta altura, las dificultades de trabajar con la familia como unidad de análisis. Más allá de esa índole polémica, es preciso tratar de evaluar la supervivencia y el desgaste de los miembros de una unidad familiar, digamos, de estratos bajos o medio-bajos en las sociedades latinoamericanas actuales, ante situaciones problemáticas. Por ejemplo, ¿a quién se recurre en caso de accidente laboral o de enfermedad en condiciones no formales o precarias de inserción laboral? ¿Qué consecuencias genera ese "stress agregado" alrededor de una hospitalización? ¿Y si se trata de un paciente crónico o de invalidez permanente? ¿qué sucede si los parientes viven distantes?

Esta muestra de un conjunto bastante más abundante de interrogantes, nos hace desconfiar en principio de las posturas que, explícitamente o no, atribuyen invariablemente múltiples ventajas a la familia en el cuidado de sus miembros adultos dependientes. Esquematizando, podemos establecer al menos reparos en las siguientes dimensiones:

a) Socioeconómica. La salud familiar se ve afectada por factores vinculados al trabajo, como el desempleo o la baja del salario, lo que significa limitaciones en la nutrición, en horas destinadas al descanso o a otras actividades (dado que se debe trabajar más horas), etc. Cualquier situación vinculada a la enfermedad en estas condiciones sólo puede agravar el cuadro general y acentuar lógicas de sobrevivencia.

b) Variaciones culturales. Se ha dicho, en cuanto a los cambios que experimentan los vínculos familiares en la actualidad, que "la modernidad impulsa el refugio en la vida privada, pero las solidaridades primarias no desaparecen, sino que cobran fuerza y mantienen su vitalidad" (Izquieta, 1996). Quizás, pero en cualquier caso, presuponiendo los deseos de autonomía personal que caracterizan a nuestra época, tales apoyos no serían constantes sino, por el contrario, extremadamente variables en cuanto a continuidad y al contexto.

c) Representación social de la enfermedad. Familias con bajos ingresos -y generalmente también con bajo nivel educativo- sufren más con una enfermedad, tanto porque suelen ser menos conscientes de la peligrosidad de la misma, cuanto porque pueden no tener claro a quién acudir. A ello debe agregarse que los códigos de comunicación con el médico son diferentes, lo que genera barreras que no siempre el profesional está dispuesto a superar.

d) Atención de salud. Se ve resentida por lo que significan los recortes del presupuesto al sector estatal corresponciente y la privatización de algunos servicios en sus modalidades formales e informales (esto es, a través del abandono o la "muerte lenta" de servicios), que lleva a un acceso más restringido de los mismos y al encarecimiento de otros (por ejemplo, cuotas de mutualistas). Los gastos que acarrea el tratamiento y la rehabilitación desestimulan anticipadamente. Puede recurrirse a la automedicación o a algún paliativo que prolonga la situación. Es probable que la necesidad de una rápida reincorporación al trabajo, sin apoyo estatal, sea a costa de un deterioro físico evitable.

e) Visión pública estereotipada de la composición familiar. Cuando se habla de "respuesta emocional" de la familia o de potencialidad en el tratamiento y rehabilitación de enfermos, se alude intrínsecamente a una "familia tipo" de clase media, de inserción laboral formal, que no existe en términos numéricos importantes en la realidad latinoamericana, incluido el Uruguay. Seguramente es una prenoción más sustentada en la publicidad para vender café instantáneo, que en la realidad.

f) Visión pública idealizada y sacralizadora. La interacción familiar no tiene por qué ser armoniosa. Por el contrario, a pesar de las dificultades de medición, no puede obviarse el fenómeno de la violencia doméstica, cuya forma más extendida es contra la mujer, y que también da cuenta de los cambios actuales. Se omite además los casos de abuso sexual (es decir de adultos a niños por debajo de la edad de consentimiento), fenómeno igualmente más frecuente que la rara excepcionalidad.

g) Consecuencias biopsicosociales del cuidado informal. Más que respuesta emocional de la familia, cabría hablar de "carga emocional", en el sentido que los resultados de recientes investigaciones con relación a prácticas de cuidado informal, hablan de consecuencias negativas sobre la salud de los cuidadores (Montoro Rodríguez, 1999).

Balance provisorio

Todo lo anterior representa un repaso no exhaustivo de ítems que tienden a poner en duda algunos aspectos sobredimensionados en las redes informales en el tema salud. Faltan, no obstante, estudios empíricos en este sentido. A veces incluso se pueden invocar algunas estadísticas acerca de la proporción de enfermos y discapacitados que son atendidos por la familia en una sociedad concreta, que en verdad no mejoran nuestro conocimiento.

Por ejemplo, se ha indicado que en España tal proporción llegaba hace algunos años a 76 % y que en el caso de los ancianos enfermos, subía a 90 % (Izquieta, 1996, p. 200). Pero -más allá de la confiabilidad de estas cifras- como indicador no resulta generalizable a otros casos, además de que nos dice poca cosa acerca de las tendencias que se puedan manifestar. Por otra parte, no hay que olvidar otras redes: al parecer son más frecuentes apoyos familiares en la clase trabajadora, mientras que en las clases medias tendrían más peso los vínculos de amistad. En cuanto a las redes de vecinos, varían mucho de acuerdo con el contexto.

Pero, en todo caso, es central subrayar que estamos ante lo que María Angeles Durán identifica como "problema de invisibilidad de los costos indirectos del cuidado de la salud". Costos no sólo económicos inmediatos e indirectos de más largo plazo, como dijimos, sino en cuanto a la incapacidad de realizar otras actividades. De hecho, a eso alude la publicidad de las empresas que ofrecen servicios de acompañamiento de enfermos. Si no se pueden pagar servicios de esta naturaleza, tampoco debe subestimarse, por lo que vimos, que los llamados a las redes de solidaridad o reciprocidad familiar como estrategia de resolución de problemáticas, tienen límites claros y disimulan los compromisos de los gobiernos.

Y esto vale tanto para lo que venimos tratando como para niños y ancianos, en la medida que, para una parte de la población, guarderías y hogares de ancianos (no depósitos de personas, como muchas veces ocurre) no son posibilidades sostenibles económicamente. En el caso de llos niños, su salud depende de la nutrición, de los cuidados y estímulos en sus primeros años, de las condiciones sociales de vida de la familia en que están insertos y que pueden ponerlos en menor o mayor contacto con agentes infecciosos, y del acceso a servicios de salud preventivos y curativos. Como es sabido, una carencia crónica de nutrientes provoca abatimiento, daños del sistema inmunológico, alteración de la potencial capacidad intelectual y, en casos graves, la muerte. Sobre la vulnerabilidad de esta franja se pueden mencionar múltiples políticas sociales exitosas orientadas a ella (algunas ciertamente muy económicas, como la rehidratación oral para abatir la mortalidad infantil). Sin embargo, suelen ser políticas puntuales, sin seguimiento alguno.

En la base del trabajo infantil y en la adopción precoz de roles de adultos, claramente está la urgencia de satisfacer necesidades básicas y contribuir a la lucha de las familias más pobres por la subsistencia. De hecho, el trabajo infantil no puede ser simplemente eliminado sin causar un fuerte impacto en la familia de origen. Por ende, las políticas no pueden circunscribirse al ámbito familiar, sino que deben considerarse las interralaciones con un contexto más amplio. Del mismo modo que también vemos más allá de la familia como sujeto de políticas cuando hablamos directamente de los "niños de la calle", es decir, sin lazos familiares visibles y cuya vida se centra allí, en la calle.

Muchas veces el discurso médico se desvía más hacia el rol de la mujer, lo cual -por encíma de las consideraciones que puedan hacerse desde una perspectiva de género- puede resultar engañoso. Se acumulan frases del estilo "la mujer tiene la mayor participación en el cuidado de la salud de la familia, ella debe ser preparada para lograr una mayor eficacia de su labor", pero la prevención solo da resultado si existen, además de actitudes, condiciones para prácticas familiares en ese sentido.

En síntesis, asumir implícitamente un estereotipo de familia ideal, de entidad metahistórica, lleva a idealizar un espacio privado como ámbito de resolución de problemas. También ocurre, dicho sea de paso, cuando se le confiere al perfil profesional del médico de familia un protagonismo imposible de desplegar. La medicina requiere, por tanto, repensar las relaciones entre salud y familia a la luz de los cambios globales en curso.

En otro plano, también se trata de instrumentar y gestionar sistemas institucionales participativos que ofrezcan otras posibilidades a las actividades de prevención y curación que hoy se devuelven "naturalmente" a los hogares. Con demasiada facilidad se desvía el tema de la problemática central que son los recortes -formales e informales- de lo que hace años ya se designaba como "salario indirecto". Visto desde una perspectiva sociohistórica, parece confirmarse crudamente que la sobreoferta de fuerza de trabajo no estimula el desarrollo de cuerpos saludables.

 

 

 

 

 

 

 

 

Referencias

- Burguière, Klapisch-zuber, Segalen y Zorrabend: "Historia de la Familia", tomo II, Madrid, Alianza, 1988.
- Cuéllar Romero, Ricardo: "La crítica de la Economía Política y la salud en el trabajo" en Salud Problema, Maestría Medicina Social/UAM-Xochimilco, México, set. 1994.
- Durán, María Angeles: "Salud y sociedad. Algunas propuestas de investigación", en "Mujer, trabajo y salud", Madrid, ed. Trotta, 1992.
- Falero, Alfredo: "Familia y salud: elementos para un análisis sociológico", documento de trabajo, Fac. de Medicina, Ciclo Básico, Sociología Médica, 1997.
- Foucault, Michel: "La vida de los hombres infames", Mdeo, Altamira/Nordan, 1992.
- Friedland, Roger y Alford, Robert: "La sociedad regresa al primer plano: símbolos, prácticas y contradicciones institucionales", en Zona Abierta 63/64, Madrid, ed. Pablo Iglesias, 1993.
- Giddens, Anthony: "La constitución de la sociedad. Bases para la teoría de la estructuración", Buenos Aires, Amorrortu ed., 1995 (1a. ed. en inglés: 1984).
- Harris, Christopher: "Familia y sociedad industrial", Barcelona, ed. Península, 1986.
- Hobsbawm, Eric: "Historia del siglo XX", Buenos Aires, ed. Crítica, 1998 (1a. ed. 1994).
- Izquieta, José Luis: "Protección y ayuda mutua en las redes familiares. Tendencias y retos actuales". En Revista Española de Investigaciones Sociológicas Nº 74, Madrid, abril-junio 1996.
- Montoro Rodríguez, Julián: "Las consecuencias psicosociales del cuidado informal a personas mayores" en Revista Internacional de Sociología Nº 23, Madrid, mayo-agosto de 1999.
- Pastor Ramos, Gerardo: "Sociología de la familia", Salamanca, ed. Sígueme, 1988.
- Prost, A. y Vincent, G.: "La vida privada en el siglo XX" en "Historia de la vida privada", tomo 9, Madrid, Taurus, 1991.
- Stone, Lawrence: "Familia, sexo y matrimonio en Inglaterra 1500 - 1800", México, FCE, 1989.
- Torrado, Susana: "Familia y diferenciación social", Buenos Aires, Eudeba, 1998.
- Trad y Bastos: "O impacto sócio-cultural do Programa de Saúde da Familia (PSF): uma proposta de avaliação", en Cad. Saúde Pública, Rio de Janeiro, abril-junio 1998.
- Vilas, Carlos (coord.): "Estado y políticas sociales después del ajuste", UNAM/ed. Nueva Sociedad, Caracas, 1996.
- Zemelman, Hugo: "Problemas antropológicos y utópicos del conocimiento", México, El Colegio de México - CES, 1996.

 

La Cotidianeidad

Artículos publicados en esta serie:

(I) ¿Cómo somos? (Ana Ma. Araújo, Nº 124)
(II) ¿Somos lo que comemos? (Argene Benedetti, Nº126)
(III) Cámara sorpresa y violencia (Ana Lía Kornblit y A. Mendes Diz, Nº127)
(IV) Hacia la dimensión educativa del habitus. (Mabela Ruiz Barbot Nº 128/129)
(V) Una aproximación al cuerpo. (Horacio Falcón, Nº 132)
(VI) ¿Cómo habla una sociedad? Vestimenta y lenguaje (David Elliot Salamanovich, Nº 134)
(VII) Una semántica de lo cotidiano (Mariluz Restrepo, Nº 145)
(VIII) Famoso y anónimo: la extraña pareja (M. Ondina - G. Halevi, Nº 173)

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