dicciones

Las voces de los animales

Héctor Balsas

De vez en cuando conviene recordar algunos nombres de la cultura, ya perdidos en el pasado y totalmente desconocidos para mucha gente instruida de hoy. Si el olvido los enterró con su fuerza poderosa, suele pensarse que nada han dejado para que, por lo menos, se los revise o reconsidere a la luz actual. No siempre sucede de esta manera tan extrema: hay nombres soterrados por el tiempo, pero de utilidad en el presente, aunque no hayan sido los descubridores de la pólvora ni nada parecido.

Surge de en medio de un centenar de figuras la de don Baldomero Rivodó (1821–1915), filólogo oriundo de Venezuela, que recorrió casi todo el siglo XIX dedicado intensamente al estudio de la lengua española.

De hoy (2000) a cuando Rivodó ejerció su magisterio idiomático pasaron muchos decenios. Cuéntense y se verá que superan largamente el siglo. Esto no es obstáculo para tomar algo –mucho, en verdad– de lo dejado por él como herencia cultural. Son temas que desarrolló con gracia, buen criterio y conocimiento seguro, aunque con enfoques propios de su momento, los cuales pueden no coincidir en ciertos y determinados casos con los que se adoptaron posteriormente.

Pluma fecunda

Rivodó tiene en su haber una larga producción de obras que aportan materia de reflexión y de conocimiento. Se recuerdan Tratado de compuestos castellanos, Diccionario consultor o memorándum del escribiente y Voces nuevas de la lengua castellana, entre otras.

Lo que importa ahora es entrar en una obra singularísima suya titulada Entretenimientos gramaticales(1) y que lleva por subtítulo Colección de tratados y opúsculos sobre diferentes puntos relativos al idioma castellano.

Tomando el tomo tercero (hay cuatro en total), se encuentran los puntos siguientes: verbos castellanos (con formación sobre verbos irregulares, participio, gerundio, verbos terminados en -ir, en su mayor parte defectivos, anticuados, poco usados o que no constan en el diccionario); géneros gramaticales (con destaque de la parte dedicada al epiceno); diminutivos y variantes que se dan a los nombres propios de persona; superlativos absolutos; voces de algunos animales.

El mundo animal

Los animales no hablan en el sentido estricto que se da a este verbo. No lo pueden hacer porque son seres irracionales. Sin embargo, los integrantes de una misma especie se comunican entre sí o comunican a otros (incluidos los humanos), por medio de movimientos y sonidos, sus diversas necesidades y estados asimilables a los anímicos en el hombre y la mujer.

Rivodó reunió decenas de palabras para designar las voces que lanzan algunos animales. Aclara que se refiere a algunos, porque es imposible abarcar el conjunto total y porque los hay cuyo sonido no tiene denominación alguna.

A continuación, se mencionarán algunas de estas dicciones, conocidas unas, pero desconocidas muchas otras por no ser de uso general en la época de Rivodó ni después.

Con gusto se cumple aquí lo expuesto por Rivodó en su Prefacio de Entretenimientos gramaticales: "Todo periodista está autorizado para insertar en su diario la parte que a bien tenga de esta o cualquier otra de nuestras obras, seguro de que esto lo consideraremos siempre como un favor y una honra que se nos hace". También debe verse como un homenaje a quien tanto hizo por el español o castellano.

Entre perros y gatos

Los hablantes de hoy saben que el perro ladra y que el gato maúlla. Recuerdan que el caballo relincha y que el toro muge. Desconocen que la golondrina trisa y que rebrama el ciervo. Así ocurría ayer también.

La preferencia por ciertos términos es clara: la proximidad y la familiaridad con algunos animales lleva a saber de ellos cómo viven, qué hacen, cómo se alimentan, qué nombre recibe su voz característica. Sin duda, en el campo hay un mayor dominio de las designaciones de voces de animales por la convivencia con una cantidad más grande de especies.

Tómense dos animales domésticos universales: el perro y el gato.

El perro puede aullar, arrufar, gruñir, gañir, regañir, ladrar, latir, regañar y quizá sea capaz de producir otros sonidos aún sin nombre o con designaciones diluidas por los siglos.

El gato bufa, maúlla, maya, miaga y mía.

Queda en la conciencia del hablante aquello que es cotidiano. Lo demás se oscurece y se pierde, pues el uso es escaso y produce inevitablemente el olvido. De ahí que, casi nadie tenga claro que el perro arrufa cuando gruñe e hincha el hocico al tiempo que enseña los dientes, o que regaña (de regañir) cuando lo maltratan, o que regaña (de regañar) cuando demuestra saña, sin ladrar y mostrando los dientes o, finalmente, que late cuando ve o va siguiendo la caza.

Lo mismo sucede con el gato, que bufa cuando hace "fu"; que maúlla cuando, siendo adulto, da maúllos o maullidos; que maya cuando, siendo joven, da maídos; que miaga o mía cuando dice "miau" o "mío".

"¡Bah! Simples curiosidades", dirán los de siempre. Lo son, en efecto, pero válidas porque nadie sabe en qué oportunidad deberá valerse de esos vocablos para transmitir con exactitud lo que la situación le requiere ni en qué momento se topará con ellos en sus lecturas. De rechazar estos términos por el mero hecho de escapar del radio de acción común, habría también que dejar a un lado, sin más, sustantivos, adjetivos y verbos que no sean los elementales de una conversación trivial diaria. Sería inadmisible adoptar una actitud tan negativa e iría contra la tan pregonada riqueza del español, que existe, por cierto, y que debe ser demostrada cuando sea necesario, tanto en el almacén de la esquina como en la cátedra universitaria.

¿Musita, parpa, vozna?

Esta pregunta dejará perplejo a más de un lector. Muchos correrán –y harán muy bien– en busca del diccionario para entender los vocablos que la integran. Si bien el primero resuena en el oído porque a veces se oye decir "musitó alguna palabras" y el segundo hace exprimir la memoria porque en cierto momento se lo oyó o vio escrito, el conjunto de esos tres verbos produce desconcierto.

Rivodó enseña que "musita el ratón", "parpa el pato o parro" y "vozna el cisne u otra ave semejante".

El DRAE, en su última edición (1992), no asocia "musitar" con los ratones ni con ningún otro animal y define "voznar" hablando en general de aves de voz bronca, sin distinguir a los cisnes. Ello no impide aceptar lo dicho por Rivodó en su obra, que data, recuérdese, de 1891. En cien años muchas palabras y acepciones aparecen y desaparecen o se redefinen para mejorar o empeorar, según los lexicógrafos que les toquen en suerte.

"Voznar", "parpar" y "musitar" son tres verbos en medio de un centenar de otros que corren a su lado con las mismas ventajas y desventajas para el lector u oyente. Una lista breve contiene otras palabras por el estilo: ajea (la perdiz), arrúa (el jabalí), barrita (el elefante), crascita o croscita (el cuervo), cuchichea (la perdiz), grilla (el grillo), himpla (la pantera), susurra (la abeja), trisan (la golondrina y la alondra), zurea (la paloma)(2).

No siempre existe un término justo y privativo para la voz de un animal. ¿Qué hacen la jirafa, el delfín, el carpincho y el cóndor? Hasta el momento o por estos lares no hay conocimiento acerca de sus sonidos naturales y particulares. Habrá que designarlos por la similitud que tengan con sonidos de otros animales o dejarlos sin denominación.

De los animales a las cosas

La experiencia individual de cada hombre y mujer recoge una cantidad nada despreciable de sonidos y ruidos que son producidos habitualmente por muchas de las cosas que los rodean. Pueden o no relacionarse con las voces propias de los animales, pero, a veces, el sonido de un objeto recuerda el de un animal conocido o el de una persona en determinada situación.

Se dice o escribe que "braman los mares" como brama el toro; "crujen las sedas, los dientes y las maderas"; "gimen los vientos" como gimen los dolientes o la paloma y la tórtola; "murmuran las fuentes" como alguien que habla entre dientes; "silban los vientos, las locomotoras" como la serpiente; "truena el cañón" como el trueno en la tormenta; "zumban los vientos y las balas" como los mosquitos; "ruge el motor" como lo hace el león.

La creación individual es capaz de acuñar imágenes de valor insospechado en el momento de su aparición. A menudo, al difundirse y ser aceptadas por el uso, se generalizan, e incrementan el tesoro de la lengua así como dan flexibilidad y viveza a la expresión(3).

Notas

1. Rivodó, Baldomero. "Entretenimientos gramaticales". Cuatro tomos. (Librería Española de Garnier Hnos. París. 1890–1891).
2. En "Fábulas literarias" (Ediciones de La Lectura. Madrid, 1915) de Tomás de Iriarte se puede leer lo siguiente:
I) "Murmuran por lo bajo / zumbando en voces roncas / el zángano, la avispa, el tábano y la mosca". (De "El elefante y otros animales").
II) "Una serpiente astuta, / que le estaba escuchando, / le llamó con un silbo / y le dijo…" (De "El pato y la serpiente").
III) "Desde su charco una parlera rana / oyó cacarear a una gallina". (De "La rana y la gallina").
IV) "¿Te espantas de eso, cuando no me espanto / de oírte cómo graznas día y noche?").
En consecuencia, zumban el zángano, la avista, el tábano y la mosca; silba la serpiente; cacarea la gallina; grazna la rana.
3. Juan Ramón Jiménez en su famosísimo "Platero y yo" presenta ejemplos dignos de mención, como el que sigue: "Salgo al huerto y doy gracias al Dios del día azul. ¡Libre concierto de picos fresco y sin fin! La golondrina riza, caprichosa, su gorjeo en el pozo; silba el mirlo sobre la naranja caída; de fuego, la oropéndola charla en el chaparro; el chamariz ríe larga y menudamente en la cima del eucalipto; y, en el pino grande, los gorriones discuten desaforadamente". Hay una continua asociación de voces y hechos sonoros emitidos por el hombre y que Jiménez atribuye, para el caso, a animales. Este fragmento está tomado del capítulo titulado "La primavera".

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