Del cielo al infierno
Héctor Balsas
Alguien ha dicho, con razón, que todo el conocimiento es diccionarizable; de ahí que la proliferación de obras de consulta que traen sus temas por orden alfabético se haya hecho tan frecuente.
Esto significa que hay diccionarios que, además de los vocablos específicos de su contenido, aportan explicaciones que contribuyen al estudio y al mejoramiento de cada punto tratado en ellos. Un diccionario de Medicina informa qué significan artrosis, varicela y pericardio, pero no se queda en eso solamente, pues agrega, yendo ya a un plano más hondo, una serie de nociones que atienden a muchos aspectos médicos, como enumeración de los síntomas de una enfermedad, su evolución, su tratamiento, cuidados postoperatorios y otros detalles secundarios y terciarios que no pueden dejarse en el olvido si se desea prestar atención exacta a cada palabra.
Quien está acostumbrado a recorrer librerías y dejarse llevar por el imán de los títulos expuestos en anaqueles fijos y giratorios (como hay ahora) encuentra hasta lo inimaginable en materia de lexicones. Así, los hay de gastronomía, juegos infantiles, matemática, ocultismo, refranes, fotografía, malas palabras, sexología y mil (+mil solamente?) temas más.
Hacia el infinito
No cabe, pues, el asombro cuando el curioso rebuscador se halle frente al Diccionario de dioses y diosas, diablos y demonios de Manfred Lurker (Paidós. Barcelona, 1999). Uno más, sin duda, en medio de tantos, se dirá.
Claro que, siendo uno más, no es uno más cualquiera. Tiene con qué defenderse muy bien frente a la imputación de trivialidad que se le pueda oponer. Hay en él un trabajo de organización, investigación y desarrollo inmejorable.
Si bien no es completo -no lo puede ser por razones de abarcamiento de un tema tan amplio y complejo-, es, por lo menos, muy abundante en información. Tanto es así que hay nombres de seres demoníacos y de deidades que no se encuentran en otras obras similares y que hay que rastrear en libros muy especializados.
En el Prólogo, el autor dice: Esta obra de consulta ofrece una visión panorámica de los más importantes seres sobrenaturales concebidos en forma personal que se dan en la fe de los llamados pueblos civilizados y en las religiones actuales, aunque también hay en ella numerosos ejemplos de los llamados pueblos primitivos. Ya de antemano, no ha sido su propósito recoger todos los nombres, funciones y símbolos o atributos, cosa que, incluso en una obra de varios volúmenes, habría tropezado con grandes dificultades. Las figuras de la épica solamente se han recogido cuando un proceso de divinización del personaje lo ha justificado. Así, se puede encontrar a Eneas y Heracles, y no al celta Arturo o al germano Sigfrido. Y lo mismo hay que decir de los fundadores religiosos y de los santos: aparecen Buda y Laozi, pero no Mahoma ni Zaratustra. Intencionalmente se ha renunciado a aportar muchos detalles mitológicos. Tampoco se ha contemplado una entrada dedicada a Cristo, porque, por diversas razones, no la consideramos conveniente en nuestro léxico.
Como se ve, hay una autolimitación que hace el autor y no siempre las razones se refieren a la imposibilidad de la recolección de términos denominadores.
Sea como fuere, este diccionario tiene una gran solidez. Apenas se recorren sus páginas, el ojo descubre decenas y decenas de nombres que escapan a la memoria del consultor o que nunca en su vida oyó o leyó. Lógico es que así ocurra porque los campos temáticos abarcados corresponden a muy diversas clases de culturas de Oriente y Occidente. La extensísima bibliografía registrada al final del libro es índice muy elocuente de cuánto material se escribió sobre estos puntos y de cómo se requieren un estudio y una especialización muy particulares para entrar en la vastísima zona de las religiones de hoy y de ayer.
Información lateral
El diccionario propiamente dicho va acompañado de (a) un vocabulario para clarificar palabras que en el texto general quizá resulten nuevas o semiconocidas para muchos lectores: andrógino, escalda, pali, teónimo y ureo, entre otras; (b) un índice de sobrenombres, segundos nombres y variantes: Argeia (Hera), Ennosigaios (Poseidón), Urthekau (Isis), entre muchos más; (c) un índice de dioses por funciones, aspectos y ámbitos, como demonios y espíritus encarnadores del mal, dioses de la venganza o enemigos de los dioses; (d) un índice de símbolos, atributos y motivos, como alfarero, arco, corona de laurel, hogar y obelisco, entre un sinfín más; (e) un índice de pueblos y religiones, como armenios, coreanos o hinduismo; (f) una bibliografía de, por lo menos, doscientos títulos.
Cada consultor tiene, en consecuencia, varias vías de complementación. Vale la pena hojear (y ojear) esta obra tan valiosa.
Los nombres propios
Cada entrada presenta su lema con mayúscula inicial. Podría interpretarse como producto de una convención entre autor y editor, ya que lo habitual, en el presente, es escribir el lema con minúscula de principio a fin, a no ser que sea un sustantivo propio.
En esta oportunidad, la mayúscula inicial es obligatoria pues todos los vocablos integrantes del diccionario son sustantivos propios, y sabido es que este tipo de palabra exige la mayúscula. Así se tienen: Ebisio (dios del Japón), Irmin (diosa de los antiguos germanos), Ová (diosa acuática de los yorubas nigerianos), pero también Tuatha De Danann (familia de dioses celtas, en Irlanda), Hachibu Oshu (los ocho grupos de protectores del budismo), Culsu (demonio femenino de los etruscos), Herensugue (espíritu demoníaco del País Vasco).
Por otro lado, aparecen como propios, nombres que hoy -y desde hace muchísimo tiempo- entran ya en el grupo de los comunes o apelativos y que, por lo tanto, se escriben con minúscula. El uso y la difusión de estas voces, sobre todo en sentido figurado, contribuyeron a darles ese carácter de comunes. Se pueden hallar, entre otros pocos, los siguientes: arpía (o harpía), elfo, hada, íncubo, lares, musa, nereida, ninfa, ogro, ondina, penates, querubín, sátiro, serafín, súcubo, valquiria, vampiro(1).
Una curiosidad. En la definición de súcubo (del latín succumbere, yacer, estar echado en el suelo), se explica que es una demonia que durante el sueño acosa sexualmente al hombre. Llama la atención el sustantivo demonia, evitado en otros casos, pues se dijo demonio femenino, como se ve en el caso de Culsu. Asimismo se lo tiene en Arpías, designadas como demonias nefastas de la mitología griega. Es una inconsecuencia del traductor o, simplemente, una variante suya para no caer continuamente en la misma denominación. Demonia no debe asombrar a nadie: si hay dioses y diosas, puede haber demonios y demonias.
Notas
Dice Lurker en la entrada Ondina: Ondina se puede utilizar como nombre propio (en el caso especialmente del Romanticismo alemán: Fouque, T. A. Hoffmann) o como nombre genérico. Lo mismo (excluyendo, cuando sea necesario, la referencia al Romanticismo alemán) pudo haberse dicho de otros nombres, ya mencionados anteriormente.
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