Filosofía en el Mercosur

Ética de la liberación

Enrique Puchet C.

Créase o no, afortunadamente, la filosofía no cesa de producir expresiones a la altura de nuestros problema. Pasado los "tiempos revueltos", mas no los de inquietud y afán de mejoramiento, los intelectuales de estas tierras renuevan su compromiso de elaborar interpretaciones globales con que responder a las urgencias más apremiantes.

"Huir de hablar solamente para las ociosas escuelas de los filósofos, sino para todos los hombres"
 S. Jerónimo

Hay hambre de bienes materiales e intangibles: alimentación, vivienda, cultura, y, junto y conectada con ella, sed de teorías argumentadas e inspiradoras. Por eso es que a nadie extraña el renacer, ¡bienvenido!, del interés por la ética en cuanto disciplina filosófica y preocupación de cada día.
Cabe adoptar otro ángulo para alcanzar la misma conclusión. Superada la seudocerteza de las "ineluctables leyes de la Historia" (que iba siempre con mayúsculas), pero, también, en tanto que ideal, la fiebre del oro del mero "tener", los críticos con capacidad teórica tienden a retomar tradiciones como la filosofía clásica alemana (si bien Hegel demorará aún) y a definirse como individuos que piensan a la vez que actúan.
Pasando a las pruebas, y con las atenuaciones que tarde o temprano toda filiación plantea, la sucesiva bibliografía de un compatriota que no se da descanso nos servirá para ejemplificar este giro de la inteligencia latinoamericana.(1)

Un empeño infrecuente

Radicado en Brasil, doctor en filosofía por la Universidad Católica de Lovaina con la tesis sobre Vaz Ferreira, uruguayo riverense, Sirio López Velasco viene desarrollando en su patria adoptiva, donde pertenece a la Universidad de Río Grande (FURG), una considerable obra de reflexión con el título común de ética de la liberación. Es un título y tema que usa también Enrique D. Dussel, pero en López Velasco, para nuestro gusto, todo discurre más ceñido a su objeto y, por cierto, menos inclinado a juzgar con dureza descalificadora a ancestros y a coetáneos.
Tiene publicados tres volúmenes (1996, 1997, 2000), precedidos por una ética de la producción: fundamentos (1994). Ya esta sucesión es significativa: una labor continuada que abarca más y más aspectos de una visión que no se reduce al plano intelectual, puesto que los textos de López Velasco constituyen también informes de una militancia practicada junto a organizaciones populares.
Marxista sin escuela, -o, mejor, siendo alguien que desarrolla los principios de Marx y, por supuesto, ha leído las Tesis sobre Feuerbach-, parece proponerse, en tanto que educador, la tarea simultánea de educarse a sí mismo, como teórico y como activista. Desde múltiples horizontes -el psicoanálisis, la llamada "ética del discurso", inclusive la lógica simbólica (con la que no vamos a meternos), la teoría de sistemas...-, convergen con el marxismo direcciones influyentes del pensamiento contemporáneos.
Al parecer, es indispensable mencionar asimismo a John L. Austin, quien, nos dice el autor en correspondencia reciente, "debe ser citado pues sin su trabajo no existiría mi propuesta".
Esta ética se sitúa en los centros de la discusión de nuestros días: le importa tratar los problemas vitales del trabajo y de la erótica, de la ecología comunitaria y del individualismo coparticipante (sobre individuología versa, en parte, el vol. II). Aprende de otros y lo hace siempre con independencia. Hay (creemos notar) algo de la ductilidad del espíritu brasileño, mucho mayor que la del rioplatense, en esta aptitud para cruzar límites sin detenerse en fronteras que pueden no ser más que prejuicios escolásticos.
Son, todas, razones para fijar la atención en una obra tan singular; apreciación que no supone -¿por qué lo haría?- conformidad universal con sus tesis. Sirio López Velasco polemiza, y atrae la polémica (más: siguiendo un excelente hábito de estos días, nos proporciona su E-mail: decsirio@super.furg.br).

Imperativos mayores

¿Qué está afirmando con insistencia este compatriota próximo al medio siglo de su existencia? Sacrificando encuadres del original, y ejerciendo en esa medida cierta violencia de comentarista "externo" (puesto que venimos de otro horizonte ideológico... y de otra generación), nos reduciremos a algunos rasgos sobre los que invitamos al lector a cerciorarse por su cuenta.
Lo dominante es aquí la vocación de alguien que quiere pensar, y contribuir a realizar, un orden social "a la medida del hombre", esto es, libre de coerciones y de alienaciones, resultado de un acuerdo para la convivencia siempre renovado, que evoca, a nuestra "lectura", el lema kantiano de que los asociados sean, a la vez "legisladores y súbditos". Que haya en esto empuje igualitarista, prédica de la reciprocidad no coartada, negativa a aceptar fatalismos que se dicen inscritos en el destino de los seres, son cosas que saltan a la vista de todo lector de la ética de la liberación. Digamos que se nos ofrece un remozamiento de la Utopía.
Veámoslo más de cerca. También en estilo kantiano, aunque sobre otras bases y ya con clara intención social, la pregunta central de la ética es aquí: ¿Qué debo/debemos hacer? Sin embargo, no se trata de consultar alguna revelación de la conciencia solitaria o atenerse al ubicuo "fuero íntimo" (tampoco era ese el caso en Kant). Una adecuada respuesta a las cuestiones del deber-hacer supone, por así decirlo, condiciones de posibilidad, y éstas remiten a lo que los existencialistas (no Sirio López Velasco) llamarían "ser en situación" (términos que han retornado, en estos tiempos sincréticos). Pues, realizo "felizmente" la interrogación ética si me atengo a tres normas básicas: si preservo mi capacidad de decisión; si concurro lealmente a tomar decisiones que sean consensuales; y si obro para mantener la integración en una naturaleza "sana". Vida justificable es aquella que salva los derechos del individuo en el seno de una experiencia de coparticipación que se abstiene de agredir el medio. Y un acuerdo sobre preservación y regeneración del medio ambiente ha de servir para decidir sobre la oportunidad y el grado de incidencia de los dos requerimientos antes referidos.
Ni qué decir que Sirio López Velasco deriva de esto la necesidad de ir más allá del modo capitalista de vida y de producción. Para expresarlo con radicalidad que no le es ajena: o se apunta a un poscapitalismo que incorpore pero (literalmente) desarme los logros adquiridos, o se está pregonando -por interés o por incuria- la aceptación de la "barbarie".
¿Es mucho pedir? Dicho con franqueza y con palabras propias: se nos aparece como un hilo conductor -un principio "regulador": Kant, de nuevo- que, desagregado, traducido en tareas y responsabilidades concretas, encierra una porción importante de lo que reclamamos como justicia, democracia efectiva, inclusive desempeño eficiente de las individualidades. ¿Se trata de mucho más, en la intención del autor? Valdría la pena verificarlo en el texto mismo, sin olvidar que cada cual "lee" en función de sus prenociones y de sus limitantes. Especialmente en este tipo de asuntos es aplicable la observación de Nietzsche: la filosofía que se hace (agreguemos: buena o mala) depende de la persona que se es.
Por nuestra parte, en tren de exégesis, nos interesa despejar malentendidos. A esta altura de la crisis del socialismo (¿o hay que hablar de su colapso irremediable?), el lector común está en guardia ante retornos del "colectivismo" y, en materia de conducción, de los modales autoritarios. Es inevitable, y Sirio López Velasco lo sabe. Conoce sin duda los reparos, que son empíricos y no dogmáticos, al tipo de "sociedad cerrada" que, por de pronto en Europa oriental y no sin sobresaltos, ha estado sometida a un desmantelamiento sistemático.
Reconozcamos que no es fácil navegar en estas aguas que siguen y seguirán agitadas. En esquema, el Ecomunitarismo -y ahí asoman los riesgos de parálisis, en presencia de tantas exclusiones inadmisibles, de mutilaciones de lo humano aún redituables, propone adecuar, no las necesidades a la producción de bienes, sino la producción de bienes a las necesidades: es "el contorno del régimen poscapitalista al que "apunta". No se está pensando en un cuadro rígido en el que se inscribirían las necesidades sociales y las vocaciones individuales que han de satisfacerse. No: las vocaciones son múltiples (es solo la "economía del interés privado" la que ahoga su diversidad), y el esquema de las demandas, siendo el hombre un ser que se autoproduce, que se recrea, no está acotado de una vez para siempre.
Las normas éticas antes enunciadas van en el sentido de un futuro abierto: "las mismas no establecen una versión inmóvil de cuáles son las "necesidades" que caben en sus límites sino que se comportan como fronteras flexibles en cuyo seno puede ser acogida como "necesidad legítima" toda carencia puesta por el desarrollo universal de los individuos que no infrinja la libre autodeterminación de cualquier otro (con el cual la única relación admisible de cara a la satisfacción de deseos es la del consenso)..."
Hay más, para desvirtuar suspicacias. El Ecomunitarismo, ni cierra el porvenir, ni se propone como un dogma con que sus propulsores -enseñantes, en el sistema formal- "matrizarían" las mentes inmaduras. López Velasco se adhiere a los postulados de Paulo Freire y a su concepto de la educación como "práctica de la libertad". Una buena página del volumen que comentamos hace ver el nudo de dificultades en que se libra el "combate" profesor-alumno. Nos gustaría reproducirla abreviada por encontrarla gratificante para quienes -lúcidos o simples oficiantes- hemos estado en la profesión durante (muchas) décadas.
"A la luz de esas mismas normas, en especial de las dos primeras, el profesor nunca podrá intentar imponer la postura ecomunitarista que profesa; intentar hacerlo sería violar las normas éticas en las que dice basar su praxis.
"Solo podrá desafiar a los alumnos a conocer y describir los fundamentos y consecuencias de tal postura, y a lo más, a asumirla ex hipótesis para el desarrollo de los trabajos escolares o académicos. (...)
"Mas, en tanto que guardián de parte del saber acumulado por la cultura, el profesor nunca podrá confundir tal libertad concedida al alumno con el "laissez-faire" en materia de conocimiento e ignorancia. Con o sin cultura de la que forma parte (y aún la educación más "reproductivista" espera que por lo menos parte de los actuales educandos puedan en el futuro enriquecer la cultura con esa cuota de inventividad) si es capaz de manejar los fundamentos del caudal que constituye su tradición, en el área de que se trate (física, artes, medicina, pedagogía, etc.).
"(...) En relación al criterio para evaluar opiniones de los alumnos, creo que el educador puede guiarse, haciendo abstracción del contenido de las mismas, por el carácter fundado o no y por su coherencia y consistencia, a la luz de las reglas de la lógica (formal, dialéctica y del pensamiento sistémico) que están enraizadas, como horizonte último, en la "gramática" del lenguaje que moldea el "modo de vida" compartido por educador y educando."
Creemos que contiene bastante como para aventar la suposición de que la utopía -por lo menos, ésta- está de nuevo entre nosotros solo para empujarnos a algún temerario salto al vacío. No estará de más hacer notar cómo el tema ahora usual de la "comunidad de habla" es asumido con autoridad en esta persuasiva visión de las relaciones educando-educador.
A llamar la atención sobre una metódica exploración del campo de la ética signada por el arraigo y la incitación a la acción transformadora(2), ha tendido esta noticia tal vez orientadora, no hagiográfica.

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