Ocultar el suicidio
Andrés Núñez Leites
El suicidio juvenil, y el suicidio en general, no forma parte de la agenda uruguaya. El gobierno, los partidos políticos, las organizaciones de la sociedad civil y los mass media se abocan a otros asuntos. No obstante, las muertes se siguen sumando.
Los crímenes, la corrupción, la pobreza, las violaciones a los derechos humanos, no son esencialmente un problema. En todo caso, llegan a serlo si opera en ese sentido un proceso de problematización. Este puede conducir a diferentes escenarios: desde la más o menos audible protesta de los activistas de alguna minoría concientizada, hasta la movilización general de la comunidad en torno a la solución para ese "problema".
El suicidio juvenil no es un problema
Es evidente, entonces, que la problematización es un hecho político.
Esto, que puede parecer una verdad trivial para el o la cientista social, no lo es para todos. Y es que la problematización de un asunto suele ir acompañada del ejercicio persistente de una violencia simbólica, a la que podemos definir como "la imposición arbitraria de una arbitrariedad cultural" (Bourdieu y Passeron, 1995:45). Es decir, que cuando irrumpe en la agenda pública un problema, suele opacarse -voluntaria o involuntariamente- el sistema de relaciones de fuerza entre distintos actores políticos (en sentido amplio) que sustenta esa irrupción. En términos un poco pasados de moda, diríamos con Dahrendorf que "se oculta la lucha de los grupos de interés" que está por detrás de la emergencia del problema y de la forma particular en que lo hace.
Un caso paradigmático es el discurso oficial sobre las drogas: emerge como resultado de la conjunción de diversos intereses, entre ellos, el interés biopolítico del gobierno de EE.UU. con relación a su propia población y una innegable estrategia geopolítica de dominación internacional, el interés del gobierno local de extender el ojo avizor del Estado por todas las redes sociales para poder tener bajo control a los elementos más peligrosos de la sociedad (los pobres y los jóvenes, fundamentalmente), de la mano de la voluntad de imposición de un modelo de individuo competitivo, altamente productivo y disciplinado, acorde a los requerimientos de la etapa actual del desarrollo del modo de producción capitalista.
Comprenderá entonces el lector por qué el discurso oficial sobre las drogas asume una estrategia prohibicionista y también por qué los discursos alternativos sobre las drogas (despenalización, legalización, etc.), son excluidos del debate público, a pesar de la solidez científica de algunas de sus asunciones.
Volvamos al tema del suicidio juvenil para preguntarnos: ¿por qué no se diseñan políticas nacionales y locales sobre el tema? ¿Por qué casi no se habla del tema, y cuando se habla, se lo reduce a su dimensión psico-biológica individual, o, en el mejor de los casos, familiar, y no se intenta vincular el suicidio juvenil con procesos sociales más generales?
Esos molestos cadáveres: una tesis sobre el ocultamiento de la muerte
Siguiendo a Nietzsche, Gabriel André afirma que "la muerte de Dios" quitó sentido a nuestra existencia terrena: "(...) el mundo verdadero ha desaparecido y con él el mundo aparente" (André, 1998:39). Con la secularización, la racionalidad científica moderna intentó -y por mucho tiempo logró- ocupar el lugar del dios recién destronado.
En cuanto al tema específico de la muerte, el despliegue de la racionalidad científica en la sociedad uruguaya (desde fines del siglo XIX) coincide con el afianzamiento del poder médico y del poder burocrático. La muerte se traslada del espacio familiar hacia los hospitales, la ancianidad es amontonada en asilos y se cierne sobre los familiares del moribundo o del muerto una maraña de controles burocráticos. El cadáver es expropiado por el Estado, que legitima su acción a través de un discurso médico-higienista. Junto a esta política de salud pública, el autor descubre una función en el ocultamiento de la muerte y del cadáver: la legitimación del lazo social. La cohesión de nuestra sociedad contemporánea se funda en la illusio del productivismo, el consumo, la eficiencia. "Nuestro destino está en manos de los nuevos teólogos de fin de siglo, los economistas, y nuestra sociedad toda parece prepararse para una suerte de consumación escatológica en el aquí y ahora" (André; 1998: 39).
La muerte se ha convertido en evidencia de la precariedad del "proyecto" consumista, hedonista e inmediatista. El cuerpo muerto y putrefacto se vuelve intolerable para una sociedad que hace culto del cuerpo delgado, bronceado y eternamente joven. Es necesario poner a la muerte al margen de la cotidianeidad. El autor considera, con lucidez, que asumir la realidad de la muerte puede permitirnos reconstruir un sentido para nuestra existencia, trascendiendo así las políticas de la banalización masiva.
El ocultamiento del suicidio juvenil
La tesis de André adquiere particular relevancia en el caso del ocultamiento del suicidio juvenil, aunque requiere cierta ampliación del marco teórico.
Las muertes por enfermedad, si bien son objeto de ese dispositivo de ocultamiento, pueden ser "rescatadas" por el discurso del poder, desde el cual cabrían enunciados como el siguiente: "el progreso científico irá derrotando progresivamente a las enfermedades". Como no todos son conscientes de que, por efecto de la reestructuración regresiva del sistema capitalista y la consiguiente precarización de los sistemas de salud, sin olvidar el crecimiento mundial de la pobreza, cada vez más personas mueren por enfermedades que tienen cura, es posible generar consenso y conformidad con el modelo neoliberal-conservador a partir de enunciados como el expuesto más arriba.
Pero la muerte de jóvenes por su propia voluntad es reacia a un "rescate" como el mencionado. ¿Cómo hacer funcionar, en forma creíble, dentro del discurso del poder un hecho como éste? Se ha dado en los mass media una limitada atención al tema de la depresión, que se ha enfocado, como cabría esperar, desde un discurso de la psicopatología que no es esencialmente falso, pero que refuerza el efecto de ocultamiento, en la medida que constriñe el análisis del fenómeno a sus aspectos orgánicos y psicológicos, desprendidos del contexto social en el cual las personas están inmersas.
El suicidio juvenil, considerado en su dimensión política, deviene la más fuerte y radical contestación a un "proyecto" de vida egoísta, en el cual se confunde al culto a los símbolos de status con el amor propio, y donde el sentido de la vida es subsumido en el consumo de mercancías aparentemente imprescindibles. Afirmábamos en un trabajo anterior que "(...) la sociedad actual es un contexto desfavorable para el intento de los individuos de mantener una estabilidad psíquica y la illusio en el juego social (...)" (Núñez Leites, 2000; Relaciones No.193: 27). Ahora, complementamos esa hipótesis con la siguiente: el ocultamiento del suicidio juvenil como fenómeno social relevante, su exclusión de la agenda pública, cumple una función política, que es impedir el resquebrajamiento del discurso que sustenta al modelo neoliberal-conservador.
Dispositivo y voluntad de ocultamiento
Considero que el ocultamiento del suicidio juvenil obedece a dos lógicas solidarias: la una sistémica y la otra individual. Si nos preguntamos respecto a la naturaleza de este fenómeno, descubriremos, en primer lugar, la presencia de un dispositivo. Este concepto es clave en el análisis genealógico foucaultiano: "Las dos primeras dimensiones de un dispositivo (...) son curvas de visibilidad y curvas de enunciación. Lo cierto es que los dispositivos son como las máquinas de Raymond Roussel, según las analiza Foucault; son máquinas para hacer ver y para hacer hablar." (Deleuze, 1990:155)
En el caso que tratamos, el dispositivo operaría de modo inverso: máquina de ocultar y hacer callar. Un dispositivo es, esencialmente, una relación de poder, entendido el poder no en el sentido jurídico, sino como algo dinámico e inestable, que resulta del entrecruzamiento y solidaridad de otras relaciones de poder (Foucault; 1992: 142); surge como base y resultado de prácticas discursivas e institucionales que se apoyan mutuamente. Surge de un agenciamiento, dirían Deleuze y Guattari (1994: 50).
Pues bien, la tendencia autorreproductiva de todo sistema de dominación conduce a la exclusión del campo de lo real de todo aquello que lo deslegitime.
Esto explica por qué ni el gobierno, ni los partidos de derecha, ni los mass media promueven alguna discusión psico-sociológica sobre el suicidio. Y en tanto los grupos de oposición desconocen su importancia estratégica, el suicidio juvenil permanece en el plano de lo políticamente inexistente. En términos foucaultianos, el suicidio juvenil se halla "proscripto de lo real": "(...) lo inexistente no tiene derecho a ninguna manifestación, ni siquiera en el orden de la palabra que enuncia su existencia; y lo que se debe callar se encuentra proscripto de lo real como lo que está prohibido por excelencia. La lógica paradójica de una ley que se podría enunciar como conminación a la inexistencia, la no manifestación y el mutismo." (Foucault, 1987: 12)
La lógica de acción individual que colabora en el ocultamiento y la no-problematización del suicidio se inscribe en el dispositivo mencionado. No sería pertinente la oposición sistema/acción individual, pues esta última, enmarcada en el cumplimiento de roles precisos, a la vez que la sustenta, es pre-determinada por la lógica sistémica. Así, no es aconsejable desde el marketing político que los gobernantes asuman que la situación actual constituye un escenario suicidógeno, ni desde el marketing mediático es aconsejable que los mass media se distraigan de su tarea de producción de distracción para atender un tema tan molesto como el suicidio juvenil.
Hay aquí una voluntad de ocultamiento solidaria con el -y parte del- dispositivo de ocultamiento.
La vida es un carnaval o el imperio de la banalidad.
¿Y por qué la gente no reacciona indignada? Por el mismo motivo que vive inmersa en un modo de vida indiferente. La indiferencia es un estado de la cultura (Lipovetsky; 1988: 40) correspondiente a la caída de los proyectos autoritarios modernistas (tanto revolucionarios como burgueses) y a la aparente imposibilidad de la cultura posmoderna para engendrar un sustituto estable, capaz de dotar de un sentido (ya sea trascendente o inmanente) a las vidas individuales.
En la posmodernidad se superponen y se refuerzan dos fenómenos. El primero, heredado del racionalismo cientificista de la modernidad: la necrofobia. Para la cosmovisión cristiana, la muerte tiene sentido como pasaje hacia otro nivel de existencia de la persona, el cuerpo muere, pero no así el alma, donde reside el ser. Tras la primera secularización, esa visión de la muerte sufre un inevitable resquebrajamiento; de ahí el esfuerzo científico por vencer las enfermedades (excluir el dolor) y prolongar la vida (excluir la muerte); la muerte aparece como signo de todo lo no deseado por la cultura moderna, es necesario negarla u olvidarla, pues ahora ya no es parte de la vida. Y con la posmodernidad, también conceptualizable como segunda secularización (Hopenhayn, 1997: 25) asume toda su intensidad el mencionado fenómeno de la indiferencia.
Aquí solo hay lugar para lo que se pueda vender o comprar. Y se sabe que la reflexión profunda, las preocupaciones existenciales y la crítica, no son mercancías redituables.
Re-encantar el mundo
Intentar problematizar el suicidio juvenil es una opción netamente política. Y a contracorriente.
Para los investigadores, implica actualizar las teorías ya existentes sobre el suicidio, y rediseñar las estrategias metodológicas de acuerdo con el contexto específico de la sociedad uruguaya. Implica además profundizar las perspectivas disciplinarias, al mismo tiempo que tender lazos para construir una o varias perspectivas globales sobre el tema.
Para la sociedad civil y las fuerzas políticas que quieran participar en la tarea, conlleva atreverse a romper con el mito de la impotencia para provocar cambios en el sentido de la construcción de una sociedad más solidaria y equitativa.
¿Hay lugar para el re-encantamiento del mundo? Yo creo que sí. Porque este artículo fue escrito con dolor, pero también con esperanza.
Referencias
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