Serie: Del Encuentro (XXV)

¿Psicología o antropología? 
Un hombre uno

María Luisa Pfeiffer

En 1878 se abrió el primer laboratorio experimental exigido por una ciencia que se alejaba de la filosofía y buscaba un saber científico sobre la mente humana. Desde entonces la psicología ha recorrido un extenso camino, en el cual nunca ha dejado de ser influida por la filosofía, tanto en su lenguaje como en sus concepciones del hombre.

Pero, ¿cuál es la razón que separa a la psicología de la filosofía y cuál pasa a ser el objeto propio de la psicología al constituirse ésta en ciencia independiente?

Psicología y Fisiología

La constitución del objeto de una ciencia puede establecerse, por un lado, con relación a la clase de objeto y, por otro, en relación con el método. Normalmente se ve a la ciencia con el patrón de la ciencia natural, asícomo definida por un método que interpreta e investiga específicamente lo pasible de ser cuantificado y medido.

Durante mucho tiempo, mientras la medida de la ciencia fue lo físico-natural, las llamadas funciones psíquicas se veían como epifenómenos, es decir como una función particular del sistema nervioso. El resultado fue que la psicología se confundió con la fisiología y fisiopatología del cerebro.
Esta psicología prescindía metódicamente de una valoración científica de la introspección, por ejemplo, o de otro tipo de parámetros que no fuera el biológico. Como ejemplo histórico más representativo podemos citar a Watson y el behaviorismo. Esta concepción psicológica no solo no ha perdido vigencia sino que no ha dejado de prosperar y, especialmente en EE.UU., es actualmente una de las que suscitan mayor interés. La psicología que piensa en categorías científico-naturales iguala el concepto de objetividad con la validez general del método científico-natural.

Evidentemente estas psicologías han dejado de lado la idea del hombre de La Mettrie o Turing, como suma de automatismos; la máquina que sirve de modelo actualmente ya no es la que manipula fuerzas, sino símbolos, y en ese sentido se aleja del rígido determinismo que presidía los mecanicismos del siglo pasado. Debemos reconocer también que después de Brentano y W. James nadie admite que se den sensaciones aisladas, incluso dentro de una corriente estrictamente apegada a los cánones científicos tradicionales, como el behaviorismo. El neobehaviorista Tolman intercala procesos intermedios dentro de la situación objetiva que representan los estímulos físicos y la respuesta observable, y estos procesos intermedios no son observables sino inferibles.
Esta posición, como tal, está evidentemente fundada en una hipótesis metafísica: que las propiedades están en las cosas, que lo que interpretamos unívocamente como cambios en el acontecer cerebral, están necesariamente unidos a cambios en el acontecer exterior al cerebro. El desarrollo de esta psicología está absolutamente ligado al de la fisiología.

Muchos psicólogos la han rechazado justamente porque es el obstáculo que impide la formación de una psicología autónoma, ya que confunde y compara constantemente los procesos llamados psíquicos con los del organismo.

Pero, por otra parte, mucha de la psicología que se opone a ésta no va más allá de Locke, que toma al ego como alma que, en la evidencia de la introspección, llega a conocer sus estados, actos y facultades internos. Es víctima de un naturalismo ingenuo para el cual el alma es una realidad en sí misma. Sabemos que la idea del alma como realidad en sí no es originariamente lockeana, que su origen es esencialmente griego y que fue renovada por Descartes, quien le dio las connotaciones que necesitó la psicología para convertirse en una ciencia de la psique, del alma, del espíritu o de la mente, según la imagen de hombre que tomó como base para conformarse como psicología.

Estas psicologías quieren ser ciencia universal de las almas, la paralela de la ciencia universal de los cuerpos, y en cuanto tales ciencias universales, siguen presas del mismo esquema dualista, en el cual hacer ciencia es ocuparse de lo experimentable, lo sensible, lo verificable en el laboratorio. La necesidad que surge entonces es hacer de las experiencias, de las vivencias objetos visibles. Ese objeto visible es la conducta. Y aquí es donde ambas posiciones, aun sin admitirlo, se encuentran a veces en el mismo camino, ya que la conducta puede ser leída como la de un organismo o como la de una máquina. Piaget y Skinner son ejemplos de esto; para el primero el sujeto de conocimiento es una prolongación del organismo vivo, y para el segundo la conducta es función de los estados externos.

Psicología y Biología

La conclusión general que prevalece en la psicología contemporánea es que el hombre debe ser estudiado como un organismo biológico unitario, sin parcialidad o prejuicio filosófico, utilizando datos y métodos exclusivamente científicos. La finalidad metodológica de la psicología sigue siendo la de ser una ciencia explicativa, vale decir, una que descubra hipótesis de leyes de validez general que puedan ser comprobadas empíricamente, añadiéndole condiciones concretas de adecuación, sin las cuales una explicación no se considera correcta.

Son precisamente esas condiciones concretas las que llevan a la ciencia psicológica a considerar la relación de lo que podemos denominar la mente (o lo mental) con el cerebro y las funciones corporales. Esta relación fue conflictiva y dividió las aguas en toda la historia de la filosofía, y estuvo siempre en estrecha dependencia con el concepto de hombre, pero históricamente el conflicto se agudizó cuando en el siglo XIX la fisiología presentó hechos que exigían respuesta de los psicólogos.

El concepto de alma o psique (vigente hasta entonces para denominar una realidad separada del cuerpo) fue suplantado por el de conciencia y mente, hablándose entonces de una psicología sin alma. Más tarde se llega a prescindir también de la mente y la psicología se queda con el comportamiento (la psicología sin la mente) como su único objeto. Pero con alma o sin ella se sigue considerando incumbencia de la psicología la relación entre los hechos intangibles y no directamente observables y una serie de hechos corporales, tangibles y observables. Fechner elaboró el concepto de psicofísica: para él lo físico y lo mental eran una distinción entre dos aspectos de la misma realidad y había una exacta correspondencia entre alma y cuerpo. Bain habla de paralelismo psicofísico.

Se trataría de dos ámbitos entre los cuales no habría relación causal, pero los hechos en uno de esos campos tendrían su paralelo en el otro. Esta solución resultó práctica para todas las ciencias, porque los psicólogos podían seguir ocupándose de los procesos mentales o de la conciencia, y los médicos, por ejemplo, de los fisiológicos, sin preocuparse los unos por los problemas de los otros. Por eso, cuando se plantea como objeto de la psicología la investigación de la personalidad humana, o su identidad, se producirá un giro completo en la psiquiatría y la medicina.

No se trata aquí de volver a plantear el viejo problema filosófico cuerpo-mente y recurrir a Fechner o Bain para reelaborar un paralelismo psicofísico, padre de la actual psicosomática. La cuestión es que si bien la psicología se separó de la filosofía, podemos decir que hasta el presente el intento de determinar su objeto y su método es insatisfactorio.

Psicología y Comprensión

Tal vez haya que cambiar de perspectiva y lograr lo que Jaspers entendía por psicología: “una forma de hacer presente la totalidad del ser”. 

La multiplicidad de las teorías psicológicas, así como el cuestionamiento del carácter científico de la psicología, nacen de las diferentes vías de acceso a la vivencia y al comportamiento humano y de la comprensión o entendimiento y valoración no unitarios de lo que es observable, sin dejar en ningún caso afuera al observador. De allí que, acertadamente, Sardello dice que en psicología “el investigador es el investigado”.
Las preguntas son entonces qué clase de experiencia es la psicológica, qué clase de generalización es posible, qué leyes pueden establecerse que tengan en cuenta al individuo sin dejar de lado una posición lógica y metodológicamente válida.

Si seguimos con Jaspers, hemos de tener en cuenta su noción de “comprensión” que, de alguna manera, se opone a la de explicación. El concepto de comprensión jasperiano no es aquel que se une con el momento irracional de la hermenéutica de Dilthey, en tanto favorece asociaciones con conceptos como intuición, concordancia armónica o “ponerse en lugar del otro”. Según la idea de Jaspers, mientras el explicar pretende relacionar lo desconocido con algo hipotéticamente conocido, el “comprender” busca en lo desconocido un sentido que está oculto. Lo esencial del comprender es ser intencionado y expresa una vinculación de motivaciones haciendo referencia a un asunto tematizado conjuntamente. No concibo al otro como objeto que debe ser entendido, sino como sujeto participante que forma parte de la interacción.

La psicología ha de considerar las condiciones de posibilidad del comportamiento, no de su materialidad, y de alguna manera debe ocuparse de comportamientos adecuados o no a una norma, mientras que la relatividad de ésta debe hallar un límite para poder ser formulada como tal y acceder así al carácter de científica.
La psicología debe lograr nada menos que una normalidad relativamente invariable.

Lanteri Laura se pregunta si “en una concepción transcultural muy bien informada permanecen rasgos diferenciales no culturales, es decir invariantes respecto de la variación cultural”. De esto se trata y acerca de esto nos preguntamos frente a la posibilidad de un campo científico que pueda llamarse psicología.
La psicología como una de las ciencias positivas conservó el impulso de la filosofía objetivista: reducir lo psíquico a la categoría de un objeto. Pero, como dice Binswanger, “hemos de liberarnos del viejo ideal objetivista del sistema científico, de la forma teórica de la ciencia natural matemática, es decir de una ontología del alma análoga a la física”.(1)

La cuestión no es si hemos de llevar a cabo una psicología descriptiva o genética, experimental o apriorística, conductista o analítica, sino si la psicología es posible como tal. El desafío al que se enfrenta es el de hallar su método y objeto propios.

Para poder avanzar hemos de preguntarnos si la psicología es una ciencia que se enfrenta, como la medicina, al hombre “infirmus”, “patients”, al carácter supuestamente menesteroso del hombre, o si por el contrario habrá de plantear la cuestión de la personalidad del hombre vista no como síntesis, sino como unidad.
Considerando el primer caso podemos seguir el planteo de Minkowsky, que se opone a una clasificación científico-natural generalizante que distingue entre normal y enfermo y propone la distinción entre humano y enfermo; la psicología resultante deberá entonces enfrentarse a los enfermos y no a la enfermedad y dará primacía al aspecto clínico. Aunque autores como Binswanger se niegan a ver sus métodos terapéuticos solamente como tales: “La Daseinanalyse no es una técnica -dice Binswanger- es puramente una tarea científica, no terapéutica y no apunta a tareas psicoterapéuticas”(2), muchos otros, como Otto Doerr, por ejemplo, consideran que toda práctica sistemática de la psicología implica una terapia.

Ellenberg, Boss, Condrau, en la misma línea, plantean la psicología y la psiquiatría como actitudes terapéuticas que han de llenar el requisito de que el psicoterapeuta permanezca en el plan de la comunidad de la presencia, considerando al paciente como partenaire y no como objeto. Para ellos la psicología ha de tener en cuenta, primordialmente, el encuentro interhumano. Una importante corriente de la psiquiatría actual se apoya en la clínica, sobre todo por el interés que ésta suscita por estar volcada hacia el hombre concreto. Pero la psicología, limitándose a su aspecto clínico, puede correr el peligro de verse reducida a un catálogo de métodos terapéuticos, de técnicas que pueden tomar la cara de psicoanalíticas, conductistas, constructivistas, etc.

Desde la segunda perspectiva, volveremos a referirnos a Jaspers y su concepto de “comprender”. Comprender es, como vimos, un modo de conocer que trata al hombre como persona única.

No se trata ni de biologizar lo anímico, como hizo Freud, ni de psicologizar lo físico, como Adler, sino de descubrir cómo las condiciones de posibilidad del ser humano como ser-en-el-mundo aparecen desnudas en el enfermo mental.(3) Las condiciones de posibilidad de que habla esta psicología son las que surgen del análisis de la corporalidad: espacialidad, mundanidad, temporalidad, y autoconocimiento, como lo propio del hombre.(4)

Descubrir al hombre como ser-en-el-mundo permite la descripción de los mundos constituidos por los enfermos mentales; frente a la explicación causal de las leyes, opone la comprensión individualizante, siempre teleológica, de la persona que ha de encontrar el camino para llegar a ser supra-personal. Se busca una nueva edificación de la experiencia por el camino de la descripción, lo cual no significa que se busque una psicología puramente descriptiva. La adecuación o no de la descripción dependerá del alcance intersubjetivo de la misma, de allí que su validez podrá ser establecida, solo cualitativamente, por diferentes caminos. Lo más importante quizá es no dejar fuera de la descripción al psicólogo y lo que la descripción significa. Describir los celos, la agresión, la honestidad, el pensamiento, la angustia, la hostilidad, solo tendrá sentido en la medida en que la descripción tiene un significado desde una intencionalidad operante.

Un nuevo objeto

No es una mera cuestión accidental, sino que la propia idiosincrasia de esta psicología busca el modo de resolver el problema de las relaciones entre el ser del hombre y su aparecer. Cualquier comportamiento está potencialmente presente en todo hombre y lo que caracteriza al hombre sano es que puede impedir la autonomización o la persistencia temporal del comportamiento desviado -y no la ausencia de su potencialidad o su realización incipiente. Como bien dice el refrán: “De poetas y de locos todos tenemos un poco”. Solo podemos considerar normal a alguien que es capaz de no serlo.

El criterio de normalidad no puede provenir solamente de lo social, sino que ha de tener que ver con las condiciones de posibilidad de un comportamiento, vale decir si un hombre es libre o no. Cambiamos así la óptica de la ciencia físico-natural para la cual la conducta debería regirse por leyes determinadas, adoptando otro criterio científico que tendrá en cuenta necesariamente el estatuto de lo individual. “Una disciplina que sea relativa, orientada a los procesos internos, aceptando que la conducta es necesariamente ambigua”.(5)

¿Qué objeto entonces habrá de tener en cuenta esta psicología que intentamos describir?

1. identidad corporal.
2. carácter intersubjetivo de la realidad.

La clave para esta psicología es, sin duda, la noción de intencionalidad husserliana. La conciencia como intencionalidad operante y reflexiva es la que se identifica como un cuerpo que constituye una realidad con los otros.

Encontramos entonces dos tareas apremiantes frente a la posibilidad de una psicología de este tipo: la primera es la reflexión sobre el cuerpo, sobre la condición corporal del hombre. Esto no significa volver a adentrarse en la biología, la anatomía y la fisiología, ni elaborar complicados análisis neurológicos, caracterológicos o de comportamiento, sino detenerse en el hombre, en su condición de cuerpo intencional, de cuerpo constituyente y dador de sentido de un mundo. “El gesto del cuerpo hacia el mundo lo introduce en un orden de relaciones que la psicología y la biología puras no pueden llegar a suponer”.(6) Muchos psiquiatras italianos han dejado de llamar a esta ciencia psicología: prefieren denominarla antropología.

Afirmar que la psicología ha de ocuparse del cuerpo no es proponer una psicología que utilice lo que es llamado por Husserl “método de los cuerpos”, es decir, una psicología fisicalista. Esto sería imposible, porque el cuerpo de que se trata ya no es cuerpo-materia ni cuerpo-objeto, ni cuerpo-máquina, ya no es cuerpo-físico, cuerpo-cosa, sino que es otra realidad; es conciencia, intencionalidad, y es imposible como tal tratarlo como res extensa.

Esto es precisamente lo contrario de lo que sucede en la práctica psicológica de nuestros días. El cuerpo sigue siendo visto desde una tesis instrumentista, lo curamos, lo cuidamos, lo ejercitamos, lo embellecemos para que el alma (el ánimo, el ánima) “se sienta bien”, se autorreconozca, se realice, se encuentre consigo misma, supere sus estados patológicos.

La psicología que proponemos es una que priorice la relación de hombre a hombre, en la cual el entendimiento, la racionalidad, solo ocuparán una parte del campo de la experiencia. Dará entonces lugar a los sentimientos (en cuanto sensibilidad general, afectos, intuiciones, etc.), y dejará aparecer, junto a la lógica de la fantasía del pensar mítico y religioso, la “lógica del corazón” pascaliana. Pretendemos una psicología que penetre el carácter intencional de los sentimientos para buscar leyes esenciales, significativas y formales en esa esfera. Una psicología para la cual el sujeto sea intersubjetividad, que tematice la cuestión de la norma como problema del anclaje del individuo en un mundo común, constituido por la intersubjetividad que también es él mismo.

Esa psicología tendrá que dilucidar cuál es el camino, si el descriptivo o el genético, pero la condición de verificabilidad que le exige su pretensión de ser científica solo puede provenir del carácter intersubjetivo de todas las conductas humanas. No hay experiencias internas ni externas, no hay conductas solitarias o solidarias, sino desde la posibilidad que abre la condición de intersubjetividad de la intencionalidad de la conciencia.

Dijimos al principio que toda psicología, como toda ciencia, depende de los principios filosóficos sobre los que se apoya. Habremos de dejar de lado entonces la imagen dualista del hombre (imagen que sigue viva y que aparece por debajo de la mayoría de los discursos monistas que solemos escuchar), en la búsqueda de una ciencia paradójica, puesto que intenta una actitud rigurosa respecto de los fenómenos. Una ciencia que tendrá como punto de arranque un hombre uno, no unificado, no integrado, sino único; pero que al mismo tiempo de ser uno, no es todo. El psicólogo se contentará con atisbar algo del misterio del hombre, sin sentir la imperiosa necesidad de controlar su conducta.

Referencias
  1. Binswanger, L., cit. por Spigelberg, L. Phenomenology in psychology and psychiatry. Norwestern University Press, Evanston, 1972.
  2. Idem.
  3. Tatossian, A. Phénoménologie des Psychoses. Masson, Paris, 1979.
  4. Cfr. Tellenbach.
  5. Kagan, cit. Giorgi A. Phenomenology and Psychological Research. Introduction. Duchuesne University Press. Pittsburgh, 1985.
  6. Merleau-Ponty, M. Signes. Gallimard. Paris, 1967, pág. 85.


Del Encuentro

Artículos publicados en esta serie:

(I) Del "caso" al encuentro (Bruno Callieri, Nº 123)
(II) La mirada diagnóstica (Jorge J. Saurí, Nº124)
(III) El campo de la escucha diagnóstica (Jorge J. Saurí, Nº126).
(IV) La condición corporal (Ma. Luisa Pfeiffer, Nº127)
(V) El encuentro con lo psicótico (Bruno Callieri, Nº 128/129)
(VI) Estar-en el-mundo del sueño (María Luisa Pfeiffer, Nº130)
(VII) Desafío y enigma: La corporalidad (María Luisa Pfeiffer, Nº 135)
(VIII) Para una historia del cuerpo ( María Lucrecia Rovaletti, Nº 136)
(IX) Para una historia del cuerpo (2) La metáfora mecanicista y el saber biomédico (María Lucrecia Rovaletti Nº 137)
(X) Para una historia del cuerpo (3) El cuerpo que somos (María Lucrecia Rovaletti, Nº 138)
(XI) Baudelaire, lo que fue (Federico Rivero Scarani, Nº 144)
(XII) ¿Qué hace un filósofo? (María Luisa Pfeiffer, Nº148)
(XIII) Cuerpo, Percepción, pensamiento (Saúl Paciuk, Nº 150)
(XIV) Corporeidad disimulante, interioridad disimulada (María Lucrecia Rovaletti, Nº 152/53)
(XV) El habitar como condición de felicidad (Jean Naudin, Nº 158)
(XVI) Alienación y liberatad (María Lucrecia Rovaletti, Nº 161)
(XVII) Discurso ético y discurso psicoterapéutico (Ricardo Maliandi, Nº 166)
(XVIII) Esquizofrenia, sentido e insensatez (María Lucrecia Rovaletti, Nº 168)
(XIX) Perversiones (Medard Boss, Nº 169)
(XX) El cuerpo y la experiencia obsesiva. (Andrea Lasagna, Nº 171)
(XXI) El cuerpo en la anorexia nerviosa (Susana Squarzon, Nº 174)
(XXII) La idea de subjetividad como temporalidad (Saúl Paciuk, Nº 180)
(XXIII) El cuerpo como "lugar" del sentido (Ma. del Carmen Schilardi, Nº 186)
(XXIV) El cuerpo en la experiencia anoréxica (Ma. Lucrecia Rovaletti, Nº 192).

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