Anorexia y Bulimia

La muerte ¿está de moda?

Sylvia Silva Daleiro

Uno de los hechos notables del siglo XX ha sido el predominio de la imagen de la mujer delgada, lo que ha modificado la concepción de la belleza femenina. A la vez, la bulimia y la anorexia nerviosa son afecciones cuya frecuencia se ha multiplicado en los últimos veinte años y ambas son fenómenos complejos que se relacionan con determinado momento histórico y con sistemas socioculturales específicos. 

La bulimia y la anorexia nerviosa invitan a reflexionar sobre un tema central para la antropología social, el de la relación entre el individuo y la cultura que lo ha conformado y que a su vez él constituye.

En este trabajo se abordan áreas conceptuales de indagación en teoría social, como son el estigma social, los símbolos de prestigio relacionados con la salud y la enfermedad.

Enfermedad y cultura

La antropología social es una disciplina que siempre se ha preocupado por entender los fenómenos sociales en sus contextos, abordando el significado de “el otro” en la conformación del sí mismo y del sí mismo para el otro. La bulimia y la anorexia hacen evidente hoy en día el papel de las convenciones culturales que llegan a afectar hasta la percepción del propio cuerpo.

La cultura conforma representaciones colectivas que como tales son compartidas por los integrantes de la sociedad.

A las enfermedades las entendemos, en el sentido otorgado por Brian Turner, en tanto productos sociales, como desviaciones indeseables con respecto a las normas aceptadas de salud y de conducta apropiadas. “Las afecciones pertenecen a la naturaleza; las enfermedades a la cultura” (1989:251).

Se parte del supuesto básico de que bulimia y anorexia son enfermedades que tienen que ver con el espacio, con la ubicación del “yo corpóreo” en el espacio social. Son enfermedades de “representación” que confieren expresión a las “limitaciones estructurales de las mujeres” (op. cit.: 114).

La bulimia y la anorexia se pueden definir a grandes rasgos como enfermedades adictivas. Quienes las padecen son personas adictas a pensar en las dietas, en la comida, y en cómo hacer para no asimilar lo que ingieren. Son “dos caras de la misma moneda”, dos modos de expresar un mismo problema subyacente de falta de comunicación, como el de otras adicciones (término que etimológicamente significa lo no dicho). En la anorexia lo expresan por medio de la restricción máxima de su alimentación y en ejercer un control extremo sobre sus ingestas, lo que adquiere un sentido progresivo. La bulimia por el contrario se caracteriza por períodos de descontrol y sobreingesta, como también períodos de abstinencia. En ambas enfermedades utilizan métodos compensatorios para gastar las calorías que ingirieron y se sienten culpables cuando comen. Desde el punto de vista psicológico existen más cosas en común que diferencias entre ambos trastornos, y generalmente coexisten en las mismas pacientes ambos tipos de síntomas.

El tratamiento del cuerpo

Partiendo del supuesto de que los diferentes sistemas socioculturales determinan el tratamiento que sus miembros otorgan a su cuerpo, se pretende ver el nexo entre la manifestación de bulimia y anorexia y los sistemas que las contienen.

Tradicionalmente, en todas las culturas el cuerpo ha sido un sistema clasificatorio en sí mismo; ha sido un medio por el cual se emiten mensajes sociales. Conforme a la antropóloga Mary Douglas, “las funciones del cuerpo se ignoran o se relegan más, cuanto mayor es la presión que ejerce el sistema” (1978:14).

Es posible citar numerosos ejemplos etnográficos de alteración de patrones biológicos en función de normativas y requerimientos socioculturales, lo cual deja en evidencia el hecho de que el cuerpo está impregnado de significación simbólica. Pensemos por ejemplo en la deformación de los pies entre las mujeres chinas, en el artificial alargamiento del cuello de las mujeres karen de Burma o el ensanchamiento de los labios en la cultura ugandesa, o los casos de tatuajes o cicatrices a que son sometidos los hombres nuer, por citar solo algunos casos.

Desde este modo de mirar las cosas, no resulta del todo incomprensible el hecho de que en función de normativas estéticas se “dañe” al cuerpo desde el punto de vista biológico. Enfermedades como la bulimia y la anorexia son ejemplos de subordinación de las necesidades biológicas en favor de necesidades de tipo cultural. Lo que se considera “normal” no es un criterio estadístico, sino que es fundamentalmente una definición de carácter cultural. Las sociedades, de acuerdo con la perspectiva foucaultiana, ejercen su poder sobre y por medio de los cuerpos.

El modo en que el individuo de un grupo social trata a su cuerpo expresa claramente su deseo de estar en el mundo de determinada manera y no de otra. A través de los cuerpos los individuos “hablan” de sí mismos y de su posición en los grupos mediante un lenguaje no verbal.

En la cultura de medios masivos de comunicación se ha hecho posible la difusión de modelos corporales, modelos estéticos valorados socialmente, y por lo tanto prestigiosos, que se difunden a contingentes poblacionales inimaginables para otras épocas históricas. Los medios venden productos valiéndose de ese tipo de imágenes, pero a su vez se venden y se promocionan como exitosas las mismas imágenes; hoy en día, la imagen es un valor de cambio.

En los últimos diez años ha proliferado en los medios masivos la difusión e imposición de la imagen de belleza femenina occidental como la de una mujer hiperdelgada. Lo que también concuerda con la “explosión” de este tipo de enfermedades. Muchas pacientes manifiestan haber sentido mucha presión desde el “afuera”, en el sentido de que debían presentar cierta imagen física (delgada) para ser aceptadas.

Además, los sistemas socioculturales en los cuales surgen la bulimia y la anorexia nerviosa, se caracterizan por emitir mensajes contradictorios. Por un lado se estimula el consumo compulsivo de todo tipo de productos y, por el otro, se aconseja la moderación y lo “light” como formas saludables de vida. Esto se suma al hecho de que son sociedades en las que los arreglos corporales son cruciales a la hora de indicar salud, estilos de vida y situación social.

Son sociedades en las que el yo y su representación dependen del estilo y de la moda más que de símbolos fijos de clase o de rango jerárquico como sucede en otro tipo de sociedades. El éxito depende de las habilidades personales para manipular él “yo” por medio de características interpersonales adecuadas, y el triunfo depende de la presentación de una imagen aceptable. Entonces la creación y el mantenimiento de la imagen se tornan decisivas.

A lo anteriormente expuesto se debe agregar que al acto de alimentarse, si bien apunta a la satisfacción de necesidades biológicas, es una actividad que se halla fuertemente mediada por la cultura; es una técnica corporal cuyo control implica entre otras cosas un crecimiento en la autonomía personal.

Individuo y Sociedad

Desde el marco teórico adoptado, el “interaccionismo simbólico”, el hombre se concibe como en constante interacción con los otros seres sociales, para lo que comparten ciertas escalas normativas de valoración comunes a cada sociedad. En parte las normas son aceptadas y compartidas porque han sido incorporadas a través de mecanismos concientes e inconcientes. Se considera que la identidad se conforma por la interacción del individuo y el “afuera”. Los “otros sociales” son referentes por medio de los cuales se consolidan pautas de comportamiento propias de un grupo.

Analizando las interacciones de las pacientes con el resto de los integrantes de la sociedad es posible ver ciertas condiciones que hacen posible la manifestación de dichas enfermedades. A partir de ello se abordan aspectos que hacen inteligible la manifestación de fenómenos multicausales y complejos como los mencionados. Cuando afirmamos que un fenómeno social es de carácter complejo aludimos a aquellos que para su explicación requieren la consideración de los múltiples factores que en los mismos convergen. Son fenómenos que existen por la confluencia de factores de diversa naturaleza.

Desde la perspectiva adoptada se considera que lo que “yo soy” está unido a mi capacidad para reconocerme “a mí mismo” y al continuo reconocimiento que de mí hacen los otros. Las expectativas que de mí se forman los otros son esenciales a la hora de definir cómo voy a actuar y quién voy a ser, tanto como lo es la autoimagen del propio sujeto.

De acuerdo con la perspectiva interaccionista los actores sociales, por medio de sus actuaciones, apuntan a evitar la estigmatización. Las actuaciones van a depender, entonces, de cómo son interiorizadas las representaciones simbólicas del orden sociocultural por los individuos. Como no todos interiorizan del mismo modo las mismas cosas, algunas personas enferman y otras no, independientemente de que se acerquen o no al modelo estético ideal propuesto. Las actuaciones tienden a corporizar signos de prestigio y a evitar los signos estigmatizantes.

Los signos corporizados sean de “prestigio” o de “estigma”, pertenecen a una identidad que es social (dependen de una configuración sociocultural particular y por tanto no existen atributos universalmente adjudicables a un tipo o al otro). Pero el solo hecho de poseer un atributo desacreditador o estigmatizante (la gordura en nuestras sociedades) no determina per se la manifestación de estas enfermedades. Si ciertas personas enferman es porque además de poseer un atributo desacreditador, o sea de corporeizar un “símbolo de estigma”, tienen personalidades y situaciones familiares y socioculturales que contribuyen conjuntamente a la manifestación de este tipo de enfermedades. Esto explica por qué existen personas portadoras de un “símbolo de estigma” y en cambio lo viven de modo diferente: no manifiestan enfermedades como bulimia y anorexia porque no se presentan los otros factores de igual importancia.

En el universo simbólico de nuestra sociedad el atributo de la gordura es asociado, de acuerdo con la significación simbólica vigente, como signo de que la persona es descuidada y tiene poco control de sí misma. El hecho de sentirse gordas es una característica común en las personas que enferman de bulimia y anorexia.

Dependiendo del caso particular, la imagen del propio cuerpo es vivida como un símbolo de prestigio o de estigma, por lo que puede constituirse en un atributo beneficioso o su contrario, dependiendo de si se adecua o no a las normas estéticas de valoración vigentes en nuestra sociedad. En el caso de las personas que padecen bulimia o anorexia la propia imagen se vive (independientemente de su real dimensión) como atributo estigmatizante. Son personas que nunca están conformes consigo mismas y tampoco con su imagen. Sin perjuicio de que muchas veces se acercan bastante a los atributos socialmente considerados como prestigiosos, ellas no se ven como tales debido a la “distorsión del esquema corporal” que las caracteriza y que las hace verse como más gordas de lo que son. Esto es como una especie de bloqueo o condicionamiento, mediante el cual el mecanismo fisiológico del hambre se distorsiona por respuestas anormales.

Conforme a lo planteado por el médico Deepak Chopra, el acto de comer es una elección que casi todos hacemos libremente varias veces al día. Pero quien padece anorexia o bulimia halla esa elección gravemente limitada, pues en la conciencia de los anoréxicos, por ejemplo, hay poderosas impresiones de baja autoestima, dura culpa, ira reprimida e imágenes de un cuerpo defectuoso. Impresiones que pueden ser extraordinariamente intrincadas, pero cuyo resultado final es que esta persona ya no puede comer normalmente: su autonomía está afectada. La mera visión de la comida activa en ella el condicionamiento inconciente; la sensación repulsiva aflora de modo espontáneo, anulando el apetito.

Estas enfermedades constituyen somatizaciones de lo arbitrario cultural (en lo que a belleza femenina se refiere). La cultura global y mediática difunde modelos corporales que son asimilados por los actores sociales y en algunos casos el adecuarse a ellos termina siendo la única vía para expresar conflictos subyacentes.

La familia: ese Sistema

Concebir a la familia en tanto sistema implica pensar en sus miembros como interdependientes, o sea que el modo de actuar de uno de ellos influye y condiciona al resto, y viceversa. De acuerdo con esto la enfermedad de uno de sus miembros debe analizarse en relación con el sistema familiar que lo contiene y del cual forma parte, y no como un problema individual aislado. Si aceptamos lo que propone N. Ackerman (1966) la familia puede ser portadora tanto de ansiedad como de conflictos, de salud como de enfermedad y desempeña un papel fundamental en la salud mental de sus miembros. Los individuos poseen autonomía relativa y no absoluta para su accionar, y son responsables de sus acciones solo hasta cierto punto.

Las vivencias al interior del sistema familiar son fundamentales a la hora de manifestar enfermedades como la bulimia y la anorexia. Son familias que por un motivo u otro no se interrelacionan satisfactoriamente. No establecen apropiadamente las estructuras comportamentales que esta sociedad particular les ha asignado, o sea, no cumplen con el cometido disciplinador y generador de comportamientos apropiados. Este rol que la familia nuclear, padre y madre biológicos, debe asumir es determinado culturalmente. En otras culturas los padres biológicos no son quienes asumen esta misión. Pensemos por ejemplo en la cultura china, en la que el encargo disciplinador es llevado a cabo por los abuelos, o en la sociedad melanesia estudiada por B. Malinowski (1958), donde el padre biológico no cumple papel alguno en el establecimiento de normas de conducta para sus hijos, sino que ese deber está a cargo del hermano de la madre.

La familia, en tanto institución mediadora, particulariza para el individuo los modelos sociales y culturales.

Las familias de bulímicas y anoréxicas se caracterizan por sus relaciones empobrecidas po rcarecer de una comunicación apropiada, por tener una escasa integración de sus miembros. Las jóvenes se sienten como extrañas, como abandonadas, como en un “estado interno de gran indefensión”. En general los jóvenes adictos no se sienten queridos. Sus familias son esas en las que no se establecen adecuadamente límites y normas conductuales, y las jerarquías no son establecidas de modo eficaz. Esta es una característica común que comparten con las familias de drogadictos (Romero: 1999).

La deficiencia en el establecimiento de normas (anomia), se ha analizado en estudios clásicos de sociología, como el de E. Durkheim (1971) sobre el suicidio, y se ha observado que es una situación que no genera comportamientos saludables en los individuos, sino que, al contrario, la anomia genera reacciones “patológicas”.

En general son familias que se podrían llamar disfuncionales, pues no cumplen adecuadamente con las funciones que tradicionalmente la sociedad le ha atribuido. Existe un monitoreo deficiente de sus hijos, al igual que lo observado en otros trastornos adictivos. Se puede pensar que cuando la familia no representa para sus integrantes un referente apropiado, regulador y formador de conductas, que defina lo que es deseable y lo que se debe evitar, ni tampoco es efectiva desde el punto de vista del relacionamiento emocional, esto trae aparejado para sus miembros vacíos de sentidos que se intentan colmar o sustituir por medio de diversas adicciones.

Los cambios que la sociedad global imprime en la familia se hacen sentir en familias de diversos tipos de adictos. Se observa en los casos de anorexia y bulimia lo que sostienen investigaciones sobre adictos a la droga: “...la familia no está exenta de cambios, de transformaciones anómicas y comportamentales. Los cambios en la familia comprometen sus posibilidades de procesar positivamente su función estructurante sobre los jóvenes” (Romero, 1999: 147). De ello se desprende que las carencias en este sentido provocan una amplia gama de adicciones que son la evidencia de problemas generados por la deficiencia de esa “función estructurante”.

De algún modo, el hecho mismo de estar enfermas se constituye para estas jóvenes en un modo de ejercer poder y de recibir un trato particular y mayor dedicación por parte de sus padres. Algunas recuerdan que cuando eran niñas las mimaban mucho cuando estaban enfermas de algo; también están los otros extremos, los de familias que trataban a la enfermedad en general como inexistente Estos ejemplos no tienen la intención de generar ideas de generalización, sino que solamente se citan con carácter ilustrativo para facilitar la comprensión de lo que se explica a nivel teórico.

En el caso de bulímicas y anoréxicas, la constante carencia afectiva es evidente. Veamos lo que dice una de las pacientes entrevistadas al respecto: “...la forma que la viví a mi relación con mis padres era desastrosa”. Otra agrega: “En mi casa cada uno hace la suya”. En estos dos comentarios se ponen de manifiesto inexistencias de afecto en el interior de la institución familiar y queda en evidencia el hecho de cómo la ideología de una cultura y una época específica impregna todo tipo de instituciones. La familia no queda ajena a ello, pues no es una institución impermeable, sino todo lo contrario.

Los integrantes de un mismo orden social asimilan, a través de instituciones mediadoras, de diversas formas las normativas sociales; entonces existen conductas consideradas apropiadas y otras patológicas. El caso de las pacientes bulímicas y anoréxicas tiene que ver con jóvenes que en su afán de ajustarse a normas estéticas consideradas vigentes llegan a la patología, de la cual no pueden salir solas pues la situación afecta su estado psíquico, que siempre es muy difícil revertir. No es fácil enseñarles a vivir y a actuar de modo diferente al que se habituaron. Para eso es necesario que cambie el modo de relacionarse con el entorno familiar y sociocultural, lo que debe estar unido al proceso de modificación de los hábitos mentales y conductuales individuales.

El Rol Femenino

Desde la óptica de los cometidos sociales, es notorio el hecho de que en nuestra población las mujeres en el ámbito estético, están más presionadas en cuanto a su apariencia física y aspecto corporal. Se espera de ellas que tengan éxito en el dominio público, y los medios muestran que las más exitosas se ajustan a determinado modelo estético (en los últimos tiempos delgado en extremo). Las presiones sociales de carácter estético, al ser más estrictas conrespecto a las mujeres que respecto de los hombres, las haría más propensas a la manifestación de este tipo de enfermedades.

¿Cuáles son los factores que hacen que estas enfermedades sean casi exclusivamente femeninas? Se puede decir que en cuanto al rol social (término que refiere al grado en que un individuo posee las características asociadas con el “estereotipo” de su rol sexual), hay dos características de la femineidad en nuestras sociedades: la primera es que las mujeres están más orientadas interpersonalmente que los hombres y la segunda es que la belleza constituye un aspecto central de la femineidad. Si bien la primera característica puede ser discutible, sobre la segunda parece haber cierto acuerdo general, al menos en las sociedades occidentales.

La primera característica alude a que las mujeres consideran más relevante que los hombres el hecho de preocuparse por qué sienten los demás. Se interesan más que los hombres por obtener aprobación social y evitar la desaprobación. En los casos de bulimia y anorexia se observa fácilmente este rasgo, pues son personas que están siempre pendientes de agradar a los demás. Para lograrlo “necesitan” (así lo viven) ajustarse a los atributos de belleza femenina vigentes. Existen casos extremos de mujeres que consideran que la valoración personal pasa exclusivamente por lo físico. Para este tipo de personas el hecho de agradar a los demás se transforma en un “vivir pendiente de tener o mantener una buena apariencia”, ser como los demás quieren que ellas sean o como ellas suponen que lo hacen. Este constituye un rasgo recurrente en enfermedades adictivas como la bulimia y la anorexia nerviosa, de igual modo que lo que se observa en el estudio citado sobre la adicción a las drogas.

Con respecto a la segunda de las características enumeradas, creemos que todos estamos de acuerdo en que la femineidad parece estar íntimamente ligada a la belleza física. La belleza propia constituye un atributo de mayor peso en las mujeres que en los hombres. Diversos estudios avalan el hecho de que, para ser consideradas atractivas, tienen que ser percibidas como bellas (Raich, 1994). Ser delgadas es actualmente en las sociedades occidentales, una condición esencial de la belleza femenina. Dada la importancia de la belleza física en las mujeres para obtener éxito social, asociado a que éstas se hallan más afectadas por las opiniones y aprobación de los demás, no es de extrañar que ciertos casos particulares lleguen a otorgar a su apariencia física y peso un lugar central en su vida.

El período adolescente

Si bien los modelos de familia y los roles que le son atribuidos varían de cultura en cultura en las diversas sociedades, el establecimiento de la diferenciación entre niños, jóvenes y adultos es universal; está presente en todos los sistemas socioculturales.

Es de resaltar el hecho de que las edades en que se manifiestan mayormente estas enfermedades (entre 14-19 años) se hallan dentro del período llamado adolescencia (transición entre la niñez y el mundo adulto), período que facilita el surgimiento de todo tipo de adicciones y enfermedades, por ser vivido por miembros de nuestra sociedad como un período de gran incertidumbre y de conformación de identidades. Como su identidad está en proceso de formación, los adolescentes no poseen aún una estructura firme que les proporcione autonomía suficiente para afrontar los problemas que les plantea el mundo adulto. Por esto necesitan en esos momentos más que nunca, referentes de sentido que contribuyan a la conformación identitaria en proceso. Cuando existen carencias o ausencias familiares que no contribuyen en tal sentido, los jóvenes pueden reaccionar de modo patológico.

La adolescencia en nuestras sociedades es un período vivido como conflictivo, se caracteriza por altibajos emocionales, por inestabilidad, inseguridad, lo que de algún modo lleva a que las personas bulímicas y anoréxicas quieran agradar a los demás valiéndose de un atributo sobrevalorado socialmente. Como miembros de la sociedad a la que pertenecen, ellas apuntan a acercarse a los atributos considerados prestigiosos y a descartar aquellos que se consideren indeseables y estigmatizantes. En dichos pacientes el temor a engordar ocupa un lugar central en sus pensamientos y actuaciones cotidianas. El solo hecho de imaginar ser portadoras de un atributo estigmatizante, potencialmente desagradable para los demás, les provoca mucha angustia, pues esto se vive como algo que dificulta sus actuaciones cara a cara. Además de la apariencia física, ellas desean hacer y decir todo lo posible para agradar a los otros y temen siempre no poder lograrlo.

Pensar en la adolescencia como la edad más peligrosa para la manifestación de estos trastornos no debe resultar extraño, si tenemos en cuenta todo lo que implica en la actualidad la etapa adolescente, cuando las jóvenes ya empiezan a asumir las conductas apropiadas del rol femenino, con las presiones que, como vimos, esto implica personal y socialmente. A su vez el cuerpo sufre diversos cambios por la mayor cantidad de hormonas (se ensanchan los pechos y las caderas y el cuerpo empieza a acumular grasas en ciertos lugares) que se producen en ese período junto con la aparición de la menstruación. Cambios que son difíciles de asimilar por este tipo de jóvenes, para quienes cualquier transformación corporal produce sensaciones de profunda incertidumbre y malestar, pues no saben cómo afrontar los cambios en general.

El hecho de que el período adolescente sea vivido como conflictivo en las sociedades occidentales es determinado culturalmente, pues en otras culturas el pasaje de la niñez al mundo adulto se halla tan estructurado en cuanto a los comportamientos y actitudes a adoptar que no se deja espacio libre para la incertidumbre y la búsqueda de sentidos individuales.

Entonces se puede comprender mejor por qué, en determinados sistemas socioculturales y en jóvenes inseguras de sí, y con características de personalidad particulares, se empiezan a manifestar cada vez en mayor cantidad enfermedades como la bulimia y la anorexia nerviosa.

La importancia de la mirada del otro

En los estudios de antropología se citan numerosos ejemplos de lo que implica y cómo es abordado en las diversas culturas el tema de “la mirada del otro”. Esta se refiere a la observación que el sí mismo recibe de los otros actores sociales, un tema recurrente de reflexión en muchas sociedades. En la cultura islámica, por citar solo un ejemplo, la mirada, especialmente la femenina, es considerada como potencial generadora de enfermedades, sobre todo en los niños chicos. El llamado “mal de ojo” es un ejemplo de una afección que se cree producida en los niños chicos por la mirada “fuerte” o mal intencionada de alguien. Esta presunta enfermedad es considerada también en nuestro país, sobre todo por algunos sectores sociales.

Para abordar el tema en cuestión se parte del supuesto planteado por a T. Todorov (1995), acerca de que “el deseo humano es imposible sin la mirada del otro, en el sentido genérico dado aquí a ese término”. Reflexionar sobre la mirada del otro remite a pensar en el tema de la “alteridad”, de la relación entre “sí mismo” y “el otro”. Para esto se considera que la “membrana” que separa el sí mismo del otro, lo exterior del interior, no es impermeable sino todo lo contrario. Se considera que “el sí mismo es el producto de los otros que, a su vez, éste produce” (op. cit.: 177).

En el presente trabajo abordamos este tema a raíz de la importancia que adquieren para las pacientes las ideas que “los otros” tienen -o ellas se representan que tienen- de ellas mismas. Esto ocurre porque una de las características de personalidad más sobresalientes de pacientes con anorexia y bulimia es que viven pendientes de colmar las expectativas de los otros, de ser como creen que los demás desearían.

La postura adoptada implica que el sí mismo se conforma por efecto de nuestras percepciones de nosotros mismos, de nuestro cuerpo, nuestras acciones, sumado a lo que creemos que los otros se representan sobre nosotros. Partimos del supuesto de que el sujeto existe porque existe un “otro”, sin el cual el sujeto no tendría existencia. El “sí mismo” y “el otro” son instancias psíquicas presentes en cualquier persona.

La imagen que las pacientes creen que los otros tienen de sí mismas adquiere especial importancia, pues tienen su autoestima muy baja. Entonces en su mente, en el diálogo entre su “sí mismo” (la representación de sí) y las imágenes que creen que “los otros” tienen de ellas, siempre adquiere mayor importancia esta última instancia.

En cierto modo puede considerarse “normal” el hecho de que nuestro comportamiento se modifique atendiendo a lo que creemos que los otros esperan de nosotros. Pero en el caso de las pacientes anoréxicas y bulímicas este proceso se torna patológico, pues la imagen que poseen de sí mismas es muy negativa. Para ellas adquiere más peso lo que los otros dicen o esperan debido a su autoevaluación negativa. Ilustrativos de ello son los comentarios de las pacientes en cuanto a que le otorgaban tanta importancia al tema, que llegaban a golpearse contra diferentes objetos por estar cotidianamente mirando su imagen proyectada en cualquier reflejo. Una explicación plausible de ello es que existe en estas pacientes una ruptura entre esas dos instancias psíquicas (en vez de una normal retroalimentación), que les provoca una subordinación del “sí mismo” en beneficio “del otro”. Esto genera una persona en la que el sí mismo se somete a lo que los otros esperan o desean y por lo tanto es una persona con escasa autonomía y sentido del valor propio.

En el ámbito familiar sienten que no eran “vistas”, en el sentido de que les faltó atención; recordemos que son familias con carencias afectivas fuertes, en las cuales si las jóvenes querían ser “atendidas” sentían que debían “demostrar que hacían las cosas bien”. Esa atención tenía que tener siempre un motivo o justificación. Ese hacer las cosas bien para “ser queridas” por sus padres quiere decir hacer las cosas que a ellos les gustan y valoran. Esto trae consecuencias patológicas por el olvido de la individualidad de la persona y sus requerimientos propios en beneficio de las expectativas de los otros.

La bulimia y la anorexia pueden ser entendidas, desde el plano simbólico, como una especie de tentativa inconciente de desaparecer frente a la mirada “del otro”. Serían como intentos de desaparecer para no ser miradas, no ser juzgadas, escrutadas, rechazadas... La presión interna que genera la mirada del otro es un factor crucial en dichas enfermedades que invita a reflexionar sobre la cuestión universal de la relación entre el yo y el otro.

Todo esto puede relacionarse con el planteo de Todorov en el sentido de que si un niño fue poco atendido, esto trae como consecuencia que más tarde tenga escasa confianza en sí mismo. El trato que la familia otorgue a una persona va a influir mucho en lo que esa persona termine creyendo que es. Las imágenes interiorizadas de los otros se toman en cuenta por el individuo en la producción de una imagen para los otros, o sea, en la producción de la persona. Tanto la imagen que se recibe como la que se produce, la interiorización de otros y la exteriorización de sí mismo son formaciones dependientes de las relaciones entre el individuo y la sociedad. Este hecho plantea la necesidad de repensar las relaciones de la familia en tanto institución mediadora de la sociedad global, y sus carencias y potencialidades con respecto al individuo.

Consideraciones generales

Desde el punto de vista socio-antropológico, bulimia y anorexia pueden considerarse, a grandes rasgos, como enfermedades de “representación”, pues dependen en gran medida de problemas de la ubicación del yo corpóreo en el espacio social. Se dan en personas que otorgan excesiva importancia a la imagen corporal en la presentación de sí mismas frente “al otro”. Esto, sumado al hecho de que tienen una “distorsión de su esquema corporal” que las hace representarse a sí mismas con formas negativas o indeseables, termina produciendo relaciones difíciles de modificar.

Las personas anoréxicas y bulímicas perciben la gordura como atributo estigmatizante, al tiempo que identifican a los “símbolos de prestigio” (la delgadez) con el éxito social; trataría un atributo que favorece las interacciones sociales de quienes lo corporizan. Por tanto, desde chicas, estas jóvenes sintieron la necesidad imperiosa de ajustarse a las normas de valoración estética de su entorno. Ello en su imaginario les facilitaría la actuación en sus interacciones cotidianas. Si, al contrario, no se ajustan a las normas estéticas promocionadas, lo viven como una desventaja a la hora de relacionarse con el medio y de tener éxito en el ámbito público.

Según se investigó estas pacientes viven una especie de “terror” con respecto a cómo son vistas por los demás miembros de la sociedad. Existe en ellas una constante inseguridad con respecto a las “expresiones de sí”, que se hacen “impresiones para el otro” en su vida diaria.

Esas características del yo de las pacientes que llegan a resultados patológicos son resultado de la acumulación de interacciones a lo largo de su historia biográfica, por medio de las que se conformaron representaciones negativas con respecto a sí mismas. Por esto las terapias apuntan a eliminar ese terror “fóbico” frente a la mirada del otro y a encontrar modos alternativos de relacionarse consigo mismas y con el resto de la sociedad.

REFERENCIAS

  1. ACKERMAN, Nathan, 1966. Diagnóstico y tratamiento de las relaciones familiares. Psicodinamismos de la vida familiar. Buenos Aires: Paidós.

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  3. DOUGLAS, Mary, 1978. Símbolos naturales. Madrid: Alianza.

  4. DOUGLAS, Mary, 1966. Cómo piensan las instituciones. Madrid: Alianza.

  5. DURKHEIM, Émile, 1971. El suicidio: estudios de sociología. Buenos Aires: Schapire.
  6. GOFFMAN, Irving, 1993. Estigma. La identidad deteriorada. Argentina: Amorrortu.

  7. GOFFMAN, Irving, 1971. La presentación de la persona en la vida cotidiana. Argentina: Amorrortu.

  8. LIPOVETSKI, Gilles, 1995. La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Barcelona: Anagrama.

  9. MALINOWSKI, Bronislaw, 1958. Estudios de psicología primitiva. Buenos Aires: Paidós.

  10. RAICH, Rosa María, 1994. Anorexia y bulimia: trastornos alimentarios. España: Pirámide.

  11. ROMERO, Sonia, 1999. En: Consumo de sustancias psicoactivas en el Uruguay (pp.143-163). Montevideo: Gordon.

 

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