Tristán e Isolda: la pasión sin límites

Egon Friedler

 

Pocas obras en la historia de la música han hecho derramar tanta tinta como "Tristán e Isolda". Muy justificadamente. Se trata de una obra cardinal de la historia de la cultura en el sentido más amplio. Sin "Tristán" no podemos comprender ni el fenómeno Wagner, ni el siglo XlX, ni la evolución de la música a partir del posromanticismo, ni el nihilismo y la pasión destructiva en la cultura alemana, ni el movimiento romántico en todas sus implicancias, ni la tendencia al gigantismo en las más variadas artes en el siglo XX.

Se trata, sin duda, de una obra paradójica y genial de Richard Wagner (1813-1883), exasperante y maravillosa, con personajes arquetípicos, casi carentes de psicología y que, sin embargo, integran la galería de los amantes más célebres del imaginario occidental. Es al mismo tiempo sencilla y tremendamente compleja. Su arquitectura teatral tiene el preciso diseño de una tragedia griega y su música, la complejidad de una sinfonía escrita por uno de los mayores orquestadores de todos los tiempos. Los sentimientos de los personajes no están en sus palabras sino en el maravilloso aluvión sinfónico que no cesa y que tiene una sugestión erótica sin parangón en la historia de la música.

Wagner escribió "Tristán e Isolda" en un período crítico de su vida, refugiado en Zürich, luego de su fallida y discutible participación en el movimiento revolucionario en Dresde en 1849. Dos hechos fundamentales influyeron en la creación de su ópera: su febril lectura de la obra del filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860) "El mundo como voluntad y representación" y su relación con Mathilde, la esposa del industrial suizo Otto Wesendonck en cuya casa campestre estuvo alojado en calidad de huésped desde el verano de 1857 al verano de 1858. En una carta a Liszt, de 1854, anunció su conversión a la filosofía pesimista de Schopenhauer. Wagner coincidió con el filósofo en que la negación de la vida es la única forma verdadera de liberación. En otra carta a Liszt, del mismo año, le comunicó en estos términos que escribiría "Tristán e Isolda": "Al no haber disfrutado en mi vida la genuina y verdadera alegría del amor, quiero alcanzar el más hermoso de los sueños: un monumento, en el cual del principio al fin este amor sea totalmente satisfecho. Pienso en "Tristán e Isolda", con una concepción musical tan sencilla como intensa. Quisiera envolverme con la vela negra que flamea al final y morir".

Este estado de ánimo exasperado tuvo mucho que ver con su violenta pasión por Mathilde Wesendonck, una mujer culta y hermosa, que demostró ser muy sensible a su arte. Sus famosos cinco lieder sobre poemas de Mathilde constituyeron una preparación para el Tristán, cuyo texto escribió en Zurich en 1857 y cuya partitura completó en Viena en 1859.

En su muy compartible juicio sobre la obra, escribe el musicólogo austríaco Otto María Carpeaux: "La música es la más expresiva que jamás se haya escrito : una sinfonía colosal, que emplea un lenguaje musical cromático que se aproxima a las fronteras de nuestro sistema tonal. El musicólogo situará esta obra entre Gesualdo y Schoenberg. Pero las consideraciones históricas no alcanzan al núcleo de la obra. ‘Tristán e Isolda’ es la transfiguración musical del Amor, la Muerte y la Nada, del ‘Nihil” en la base del universo que este mago supo hacer oír; la armonía trágica de las esferas".

La trama

Tristán, fiel servidor del rey Marke, viaja en un navío escoltando a Isolda, princesa de Irlanda y futura esposa de su rey. Isolda se siente atraída y al mismo tiempo repelida por el caballero que la evita. En realidad, tiene con él amargas deudas pendientes, ya que Tristán, que se había dado el apodo de Tantris, dio muerte a su prometido Morold en un combate cuando ambos países estaban enfrentados. Isolda y su madre curaron a Tristán y ya entonces la princesa comenzó a enamorarse del caballero. Al reconocer a su antiguo enemigo, del que está enamorada, decide poner fin a su vida y pide a su fiel dama de compañía Brangania, que le dé un filtro de muerte preparado por su madre. Pero Brangania da a Isolda y a Tristán un filtro de amor, preparado para sus nupcias con el rey Marke. El barco llega a puerto e Isolda al enterarse de que ha tomado el filtro de amor se desvanece en los brazos de Brangania.

En el segundo acto, el rey Marke atribuye el desmayo de la joven al cansancio provocado por el viaje, y la noche presuntamente dedicada a la consumación del matrimonio, parte para una cacería nocturna. Tristán e Isolda se citan en el parque, en la oscuridad nocturna, pese a las advertencias de Brangania quien teme que Melot, quien se finge amigo de Tristán, delate a los amantes. Brangania monta guardia con una antorcha hasta que se desvanece el sonido de las trompetas de los cazadores. Tristán e Isolda se abrazan apasionadamente y se olvidan del mundo. No oyen el llamado de alerta de Brangania y son sorprendidos por el rey Marke que vuelve de la cacería. Se produce un duelo entre Melot y Tristán y éste no se defiende en un momento decisivo y es gravemente herido por la espada de Melot.

En el tercer acto, Tristán, acompañado por su fiel escudero Kurwenal se cura de sus heridas en el castillo de su padre, en Bretaña. La herida no cicatriza y Kurwenal solicita que venga Isolda. Cuando la princesa finalmente desembarca y llega hasta el herido, éste expira en sus brazos. Poco después llega un segundo barco, en el que arriban el rey Marke y Melot. Kurwenal se abalanza sobre el asesino de su señor y ambos se trenzan en una lucha que termina por ser mortal para ambos. Isolda muere de desesperación y el rey Marke perdona a los amantes muertos. Para él, la pasión de los amantes se debió a circunstancias que estaban más allá de su voluntad y su conciencia ya que habían ingerido el filtro del amor.

La versión del Teatro Colón

La versión del Teatro Colón que vimos (octubre 3) fue una notable realización, aunque no haya alcanzado los niveles de las dos versiones anteriores de la ópera, en 1971 (con Jon Vickers y Birgit Nilsson) y en 1977 (con Jess Thomas y Ute Vinzing). Los dos protagonistas fueron esta vez el tenor finlandés Heikki Siukola y la soprano alemana Nadine Secunde. Siukola encarnó a un Tristán de buena estampa, sobria y convincente actuación, fluida línea de canto y excelentes agudos. Algunos pasajes de entonación imprecisa no alcanzaron a empañar su digna, aunque no brillante, actuación. Nadine Secunde como Isolda lució una voz de hermoso registro en la zona media y alta, y menos atractivo en la grave. Cantó con entrega y tuvo momentos de gran emoción en la "Muerte de amor". Escénicamente se desempeñó con desenvoltura y convincente naturalidad.

Por su parte, la mezzo argentina radicada en Alemania Graciela Alperyn en el papel nada secundario de Brangania, tuvo un lucimiento parejo a lo largo de toda la ópera. Su actuación sensible e inteligente se combinó ejemplarmente con su hermosa voz, su impecable musicalidad y su ejemplar estilo wagneriano. Juicios similares son válidos para el bajo noruego Oddbjörn Tennfjord (Rey Marke) y el barítono británico Tom Fox (Kurwenal). En cambio, los cantantes argentinos que completaron el elenco (Marcelo Lombardero, Rocco Lisotto, Oscar Imhoff y Gabriel Renaud) realizaron una labor competente pero de escaso brillo vocal.

En última instancia, los dos hombres claves para el éxito de la versión fueron el admirable director Franz Paul Dekker y el imaginativo régisseur y escenógrafo Roberto Oswald. Dekker supo dar toda su intensidad, su riqueza y su color a la opulenta partitura wagneriana con el concurso de la disciplinada y excelente Orquesta Estable del Teatro Colón, mientras Oswald creó una espléndida planta escenográfica, que enriqueció con deslumbrantes efectos de color (como el mar desbordante del final) mientras en lo que respecta al desarrollo de la acción escénica, aprovechó todas las posibilidades teatrales de la obra con precisión y equilibrio clásicos. Por sus dificultades no es una ópera frecuentemente representada en ninguna parte del mundo. Haber podido verla en el Teatro Colón constituyó una rica experiencia artística de esas que no se olvidan fácilmente.


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