Por Otra Parte

¿Una lectura marrana de "La Celestina"?

Nisso Acher

La Celestina es una creación literaria emblemática de la literatura española, al punto que Marcelino Menéndez y Pelayo entiende que si no hubiera existido El Quijote, ostentaríaía el privilegio de ser considerada como la más importante obra de imaginación de la lengua castellana.

La primera edición conservada en archivos vio la luz en Burgos en 1499. Sin autoría, compuesta en dieciséis actos (la edición definitiva tendrá 23), quien la escribe declara haber hallado el primero y terminado luego los restantes con tan sólo 15 días de descanso.

Al año siguiente se imprime en Toledo, con el título de Comedia de Calisto y Melibea, Se le incorporan dos nuevos elementos: una carta “del auctor a un su amigo” y un enigmático acróstico. La lectura de la primera letra de cada estrofa revela: El Bachiller Fernando de Rojas acabó la comedia de Calisto y Melibea y fve nascjido en la Pvebla de Montalvan.

En la “Carta al Autor”, Rojas al mencionar el primer acto, comenta:

“Y tantas cuantas más, tanta más necesidad me ponía de releerlo y tanto más me agradaba...” agregando casi enseguida: “Vi que no tenía su firma del autor, según algunos dicen fue de Juan de Mena, y según otros, Rodrigo Cota”.

La Celestina cobró extraordinario éxito y popularidad en el siglo XVI, se publicaron unas ochenta ediciones, fue traducida a diversos idiomas europeos y representada en numerosos escenarios de España y del resto del continente.

En 1632, muerto el autor, la Inquisición enmendó y tachó lo “inconveniente” hasta que por último, en 1793, la prohibió definitivamente.

Desde su publicación hasta hoy ha provocado dispares interpretaciones e innumerables comentarios. El texto es complejo y sinuoso, y ha excitado la imaginación de generaciones de lectores y analistas.

 

La Trama

Buscando su halcón perdido, Calisto encuentra a Melibea en su jardín.

Se enamora de ella, pero es “despedido”; por tanto “fue para su casa muy sangustiado”. Busca ayuda en Sempronio, su sirviente, para consolar tal sufrir, su mal de “amores”. El criado le procura una intermediaria que oficie para obtener a su amada, recomendándole: “de esta vezindad, una vieja barbuda que se dize Celestina, hechicera, astuta, sagaz, en cuantas maldades hay. Entiendo que passan de cinco mil virgos los que se han hecho y deshecho por su auctoridad en esta Cibdad”. Calisto acepta.

La Celestina complota con Sempronio y Parmeno -otro sirviente- quienes habrán de repartirse los beneficios que puedan extraer de la locura amorosa de Calisto. La vieja les ofrece también el atractivo sexual de Elicia y Areusa, mujeres de su burdel, que los criados reciben con gran satisfacción.

La Celestina logra penetrar en casa de Pleberio y Alisa, padres de Melibea; con un juego sutil obtiene la velada aquiescencia de Melibea, quien le entrega el cordón con el que ciñe sus vestiduras, “que es fama ha tocado todas las reliquias que hay en Roma y Jerusalemy le promete una oración “para esse doliente que de mal tan perplexo se siente”.

En una segunda visita, Melibea revela a la Celestina su “amor”: “Quebróse mi honestidad, quebróse mi empacho, afloxó mi mucha vergüenza”.

Calisto podrá hablar con Melibeade quien lo ha de separar una puerta cerrada.

Se produce el encuentro, acuerdan repetirlo la próxima noche y es entonces cuando Pleberio escucha ruidos extraños. Interroga a su hija, quien lo engaña aduciendo razones triviales.

La gestión es exitosa, el cordón obtenido en mucho es apreciado. Calisto premia a la Celestina con un collar de oro, y la codicia por la joya provoca un conflicto entre los “socios”. Al negarse la Celestina a compartir siquiera una parte del botín, es asesinada; los victimarios son capturados e inmediatamente ejecutados: “quedan degollados en la plaça”.

Los encuentros entre los jóvenes se suceden a lo largo de un mes.

Pleberio y Alisa, proyectando el futuro de Melibea, sueñan con una boda y la continuidad de su familia, Melibea los escucha con indiferencia y dice a Lucrecia, su criada: “déxalos parlar, déxalos devaneen”.

Areusa y Elicia, envidiando a Melibea y rencorosas por la pérdida de sus amantes, urden un plan para dañarla. Contratan a un hombre de baja ralea que promete ayudarlas. La conjura como tal no logra ser ejecutada. En el intento se oyen voces que hacen que Calisto decida ayudar a sus criados, pero al bajar de la escala en la que accede al balcón de Melibea se desploma, y al caer muere.

Melibea dialoga con su padre, explica sus actos y resuelve suicidarse, arrojándose también ella desde lo alto.

El acto XXI contiene el dolorido lamento de Pleberio ante la muerte de su hija. Profiere una acerba repulsa al mundo en que le toca vivir: “O vida de congoxas de miserias llena acompañada!” y luego: “Yo pensaba en mi tierna edad que eras y eran tus hechos regidos por alguna orden; agora, visto el pro y contra de tus bienandanças, me pareces un laberinto de errores, un desierto espantable, una morada de fieras, juego de hombres que andan en corro, laguna llena de cieno, región llena de espinas.

 

¿Como se interpreta?

 

La Celestina es una obra mayor. Formalmente resulta heredera del drama de la comedia elegíaca, abreva en la comedia humanística y surge inmersa en el naciente mundo burgués del siglo XV. La estructura argumental es de gran sencillez, si bien posee un lenguaje ambiguo y elusivo que contiene velados mensajes. Se la ha visto como “misteriosa”. Es iconoclasta; se atreve a mostrar la imperfección e hipocresía, la grandeza y la miseria de su época; maneja la lascivia y la lujuria; sutilmente sugiere una eventual relación lesbiana; alterna tendencias epicúreas y hedonistas; contiene hilachas lindantes con la herejía, y abunda en citas de antiguos como Aristóteles, Plutarco y Séneca.

 

La exégesis es dispar, abundante y variada

 

Ema Ruth Berndt (1) ve en el amor el pivote de la obra. Destaca la impaciencia por vivir, el apuro por el goce y el deleite. José Antonio Maravall (2) observa la situación política y social en la España del siglo XV: conflictos, crisis, pérdida de los viejos valores, desorden y contradicción.

Otros autores, como Marcelino Menéndez y Pelayo, M. de Riquer (3), Marcel Batallion (4), privilegian el sentido ético, didáctico y moralista, juzgando que los amores ilícitos reciben el castigo que merecen.

E. Orozco, F. Garrido y S. Serrano Poncela (3) la consideran como una narrativa de época en la cual un caballero, cristiano viejo, pretende a la hija de un converso judío. J. M. Aguirre la interpreta como el ejemplo de los errores del “amor cortés”.

Stephen Gilman (5) (en adelante SG), Américo Castro (6) (en adelante AC), y Yermihahu Yovel (7) (en adelante YY), entre otros aspectos, registran a Rojas como judío converso. Afirma Américo Castro: “La Celestina no es, insistamos en ello, ni medieval ni renacentista. Su motivación ha de buscarse en la catástrofe que los judíos aún rememoran y equiparan a la destrucción de su Templo por los romanos: la expulsión de 1492.”

España, siglo XV: reconquista, esperanza, intolerancia, búsqueda de la unidad.

Terminaba el siglo: los moros habían sido derrotados en Granada, la imprenta recién instalada comenzaba a difundir conocimiento, el medioevo manifestaba sus postreros estertores, el Renacimiento penetraba mediante la relación itálica con el Reino de Aragón, había transcurrido medio siglo de penurias económicas, pestes y guerras, fueron los duros años de los reyes Juan II, Enrique II y Juan II de Aragón.

Bajo las coronas de Fernando e Isabel, Castilla y Aragón permanecen controlados y unidos. El Tratado de Tordesillas establecía los amplios horizontes de las futuras conquistas, Cristóbal Colón había llegado al nuevo continente, generando sueños, fantasías y esperanzas, y la idea de un solo reino y una sola religión afirmaban la identidad nacional. Estaba ya instaurada la Inquisición, los judíos habían sido convertidos o expulsados y lo mismo les esperaba a los moros.

Es un período de transición. Grandes cambios ideológicos y económicos comienzan a efectuarse, la sociedad está en transición, los valores prevalecientes se encuentran en un proceso erosivo, generando un vacío y gran incertidumbre.

Por su señorío, los españoles como nación sentían haber llegado a la cúspide. AC (7) expresa: “El cristianismo se creyó superior no en virtud de los mismos principios de la nobleza feudal o de la condición de estar haciendo lo que el villano no sabía o no podía, sino por hallarse en posesión de una creencia mejor”.

Existe una desmesurada sobrevaloración de la noción de hidalguía, una obsesión por el linaje y la pureza de sangre, el trabajo es considerado “un mal necesario algo que la gente tiene que hacer para vivir pero algo que se ha de evitar” (8). El comercio, la artesanía protoindustrial y la actividad comercial o financiera no representaban ningún valor en la jerarquía social.

En una atmósfera de enfervorización religiosa, la evangelización se entendía como una misión sagrada.


Judíos, Conversos, Marranos

 

Los judíos llegaron y se instalaron en Iberia con anterioridad a los romanos. Desde el siglo X al XIV, Sefarad (España) se convirtió en el gran centro de la toda la diáspora hebrea, constituyendo esta última una vigorosa comunidad con fantásticos aportes en medicina, filosofía, literatura, diplomacia, artesanía, comercio y finanzas.

Fueron “los siglos de oro del judaísmo en España”.

Cristianos, moros y judíos convivían en un rico, múltiple mosaico religioso y étnico, escribe AC: “La historia del resto de Europa puede entenderse sin necesidad de situar a los judíos en un primer término; la de España, no.”

En Sevilla, en el año 1391, se producen tumultos y persecuciones, los judíos bajo pena de muerte efectúan conversiones forzadas al cristianismo, iniciando un nuevo fenómeno social con la irrupción de un nuevo personaje: el “converso” o “cristiano nuevo”.

Es converso quien coercitiva o voluntariamente ha ingresado con fidelidad al cristianismo y el marrano es aquel que, en contra de su voluntad, aparenta aceptar la pila bautismal pero conserva su identidad ideológico-religiosa. Ambos, sin distinción, fueron considerados cristianos nuevos.

El siglo XV fue un período duro para los hebreos. En 1413-14 la Disputa de Tortosa provocó nuevas conversiones obligadas.

Los cristianos nuevos son discriminados. En Toledo se instituye “La Sentencia-Estatuto de Pureza de sangre”, la que establece: “por razón de sus heregías e otros delictos, insultos, sediciones e crímenes por ellos fasta hoy cometidos que de suso se face mención, sean habidos como el derecho lo ha e tiene, por infames, inhabiles, incapaces de todo oficio e beneficio publico y privado en esta Cibdad de Toledo, y en su tierra, término y jurisdicción, con la cual puedan tener señorío los christianos viejos en santa fe catholica de nuestro Señor Jesuchristo creyentes, e facerles daño e injurias y así mesmo ser infames, inhábiles, incapaces para dar testimonio de fe como escribanos públicos o como testigos ...”(9).

Para combatir la herejía, en 1478 se instala la Inquisición y se realizan los Autos de fe; ocho acusados son quemados.

El Santo Oficio actúa con gran dureza. Ejerce la “justicia”, persigue, tortura, encarcela, se apropia de bienes, usa anónimas delaciones, es centinela de los marranos vigilados; luego de los “juicios”, los judaizantes son quemados vivos en la hoguera. Es temido, implacable y brutal; la amenaza está presente sobre quienes pudieran haber tenido antecesores judíos.

En marzo de 1492, Fernando e Isabel firman el Decreto de Expulsión: los judíos no dispuestos a aceptar la conversión deberán ser desterrados de España, cosa que sucede en agosto del mismo año.

En Portugal, en el año 1497, el rey Manuel I ordena la conversión forzosa de todos los judíos, agregando la prohibición de abandonar el país.

Un sinnúmero de consecuencias generaron estos hechos; entre ellos, que en la estructura social permanecía sin integrar un peculiar estamento que es a su vez rechazado: los judíos son bautizados, sus nombres modificados; sin embargo, vida y costumbres permanecen incambiados. Siendo más laboriosos, ajenos a los impedimentos culturales relativos al trabajo, logran buenos resultados económicos, creando por consecuencia una seria conflictividad con el resto de la población, sean ellos paisanos, hidalgos o nobles.

Los marranos debieron actuar en condiciones difíciles. Fue necesario recurrir a artimañas, engaño, silencio y a una conducta disfrazada, acorde con los esquemas cristianos. Mantenían entonces un comportamiento contradictorio con el auténtico yo, arrastrando una personalidad fragmentada a causa de su adhesión a un judaísmo en desintegración.

En razón de esta tensión ideológico-religiosa-espiritual, en algunos casos ciertos individuos adhieren a una negación religiosa, adoptando una postura secular en oposición a todo tipo de trascendencia, manifiestamente en lo referente a las creencias escatológicas.

Yovel los caracteriza: “Para algunos, la necesidad de oscilar entre la esencia secreta y lo simulado; para otros, la prudencia y disimulo para evitar falsas acusaciones de judaización; y para todos la de idear estrategias de supervivencia y crear un lenguaje alusivo, vehículo de mensajes ilícitos para un grupo selecto”.

Fernando de Rojas Zorrilla

El autor de La Celestina nació en 1476 en Puebla de Montalbán, Toledo. La amplia mayoría de analistas confirman el origen converso del autor. Desconocemos si se trataba de una familia de marranos o si fue bautizado (en 1492) para evitar la eventual expulsión. Sus padres fueron juzgados y hallados culpables de judaización, los restos exhumados y quemados para “purificarlos” (10).

Américo Castro describe el doloroso recuerdo de Fernando, niño, presente en la ejecución de este acto. Crece en Toledo, lugar de tradicional y densa concentración hebrea; la ciudad es también un profuso medio donde se hallaban marranos y conversos. Rojas tenía plena conciencia de la situación riesgosa que enfrentaba, de la incertidumbre que avizoraba en su futuro, así como un pleno conocimiento del efecto que personalmente le significaban los Estatutos de Limpieza de Sangre.

Había sido testigo de las vicisitudes de los judíos que portando sólo la llave de sus casas abandonaron España; de los episodios de conversión forzosa y de los acontecimientos acaecidos a su familia y allegados, a causa de la política inquisitorial.

Rojas procura, superando estas condiciones, acomodarse al nuevo esquema existente para los judíos españoles.

Decide estudiar leyes. En 1494 ingresa a la Universidad de Salamanca y durante ocho años concurre a los cursos. El claustro constituía el gran centro intelectual de la época. Allí convergían las nuevas corrientes renacentistas y se daba lugar a fermentales controversias. Rojas asiste al intenso trajín transformador de los viejos esquemas tomistas en otros nuevos de carácter antropocéntrico, que descubren la naturaleza, cultivan la estética y la belleza, e incorporan la dimensión sensual en la vida para otorgar lugar a la diversión y al placer.

Américo Castro considera que una altísima proporción de marranos y conversos constituían la población universitaria. Rojas, junto a ellos, como par entre pares, incorporó y compartió ideas.

Finalizados los estudios, Rojas contrajo enlace con Leonor Alvarez, hija de una familia judía, estableciendo el matrimonio en su propio “ethos”.

Su suegro, Alvaro de Montalbán, quien fue enjuiciado por realizar comentarios vistos como heréticos, así como por cumplir ciertos ritos religiosos, nombró a su yerno para su defensa. El pedido fue rechazado por cuanto Rojas era un sujeto “muy vigilado”.

No se han hallado las razones por las cuales se trasladó a un rincón provincial, la ciudad de Talavera de la Reina, donde ejerció como Letrado y ocupó por algún tiempo la alcaldía. Su vida transcurrió pacíficamente; no hay indicaciones de ningún hecho destacable. En su vejez, con el fin de proteger de los inquisidores a doña Leonor, redactó prolijamente su testamento. Murió calladamente en 1541.

Se le desconoce otra obra literaria de valor.

La existencia de Rojas maduro, complaciente y resignado es una típica expresión marrana: máscara por medio, debió medrar para sobrevivir en circunstancias de extremo riesgo. Su silencio, disimulo y “bajo perfil”, se contraponen con el espíritu atrevido, mercurial y provocativo de su obra.


Una lectura marrana

Pero ¿existe una lectura marrana de la obra?

Incorporemos un nuevo ángulo a la lente de observación y podremos advertir una diferente versión, que nos habla de la presencia de una mente de sensibilidad marrana.


El medio marrano

Antes de la expulsión de 1492, los judíos cumplieron un importante cometido en la producción literaria española. Los marranos continuaron luego con esta tradición, aunque concibieron caracteres señaladamente diferentes, dice AC: “de tradición sombría ...de conversos desesperados sin cómodo asiento en este mundo“.


Las Advertencias

 

El texto contiene mensajes específicamente reconocibles para los marranos; son prevenciones o recordatorios de protección y salvaguardia.

La cautela (11) es condición imprescindible. La ocultacón, el secreto y el silencio infranqueable son guardianes de la libertad.

Parmeno dice (acto II): “Porque a quien dizes tu secreto, das tu libertad.” En el acróstico mencionado anteriormente, en la primera estrofa, Rojas afirma “El silencio escuda y suele encubrir.”

Para obrar en un mundo lleno de soplones y agentes inquisitoriales, la reserva sobre la auténtica vida realizada solo en la intimidad del hogar, se constituyó en un precioso instrumento defensivo.

Parmeneo (acto XI) dialoga con Calisto: Si passión tienes, súfrela en tu casa; no te sienta la tierra. No descubras tu pena a los estraños, pues estás en manos del pandero que lo sabrá bien tañer.”

¿Qué es esta pasión sino su secreto judaísmo? El aviso a los criptojudíos es simple: practica la religión en tu casa y cuídate de los que podrán descubrirte, pues rápidamente lo harán saber a la Inquisición.


Ideología, conducta y espacio social


Los marranos ven el mundo en cual viven como escenario de “burlas, mentiras e hipocresía”.

A la Celestina se la describe: “con sus afeites y vírgenes hechas y deshechas”.

Sobre ella, comenta Sempronio (acto IX) “…cuando va a la yglesia con sus cuentas (rosario) en la mano...lo que en sus cuentas reza es los virgos que tiene a su cargo y cuantos enamorados hay en la Cibdad.”

Los marranos asistían a la iglesia a fin de “mostrar” su fe pero rezaban en un ininteligible y balbuceante hebreo; “las cuentas del rosario” eran abjuraciones y retractación de votos asumidos.

Las actitudes de Parmenio y Sempronio son impostura, muestran mendaz fidelidad al amo, en tanto no cesan de fingir y engañar.

Así, los cristianos nuevos se ven reflejados mediante una expresión de constante simulación. En los hechos impugnan su propia ética, inmersos en una indeseada y degradante realidad.

Los criptojudíos rechazaban todo cariz cristiano. Consideraban a la religión católica como idólatra por la adoración de imágenes, politeísta por la concepción trinitaria y la veneración de los santos y entendían que todo ello estaba en abierta contradicción con las nociones bíblicas de unicidad divina, así como con la visión abstracta y no representada de Yahvé.

A lo largo de todo el texto, ni Jesucristo, ni María, ni la Trinidad, ni los santos aparecen nombrados. No existe referencia de tipo alguno vinculada a los dogmas o a la teología cristiana. Apenas Areusa en el acto XV invoca a “Jesú”, como una interjección exclamatoria.

En ésta época, la vida cotidiana, la literatura o el arte están inundados por imágenes, figuras y referencias religiosas. Esta ausencia tan categórica constituye una negativa por demás significativa.

Américo Castro escribe: “cuando un converso dice al otro «iremos a la Parroquia de Santa Cruz» todos sabían que equivalía a «nos encontraremos en la Sinagoga»”.

Es el omnipresente juego de apariencias. Calisto dice en el acto I: “como de apariencia a la existencia, como de lo vivo a lo pintado, como de la sombra a lo real...”. Imitando la dialéctica de la vida marrana, la obra juega con figuras que ejercitan el contraste entre esencia y apariencia, entre afirmaciones y acciones.

Los personajes son un artificio de la realidad. Todos, engañosamente, portan una máscara; se juega a la doblez, los equívocos, los ardides.

En razón del linaje y por “pureza de sangre”, los marranos estaban excluidos del acceso a cargos, honras y consideraciones sociales; por ello pugnaban por reducir la exagerada valoración de la alcurnia y la estirpe, para lograr una relación más igualitaria con los cristianos viejos. Esta perspectiva agrega una nueva faceta a la percepción de conflicto social mencionada por Maravall. Por otra parte, en éste escenario histórico la burguesía avasallante, de la cual los criptojudíos formaban parte, se abre paso en medio de una estructura medieval que languidece.

Areusa, una de la mujeres de La Celestina, afirma: “La obras hazen al linaje; que al fin todos somos hijos de Adán y Eva”. En el acto II, dice Sempronio: “E dizen algunos que la nobleza es una alabança que proviene de los merecimientos y antigüedad de los padres; yo digo que la agena luz nunca te hará claro si la propia no tienes”.

En las mentes criptojudías está asumida dolorosamente la certeza de que, en España, su condición es irreversible: alea jacta est. Sólo queda pues, lo que afirma la Celestina en el acto I: “¿Tú no ves que es necedad o simpleza llorar por lo que con llorar no se puede remediar?”.


El mundo interior de Rojas

 

Cuando Rojas escribe La Celestina es un joven estudiante, con una efervescente cosmovisión, refractario, reactivo, crítico, denunciatorio, preocupado, confundido, atrevido y sumamente lúcido, madurando para recomponer un universo despedazado, embarazado en la dialéctica de la heredad judaica y el cristianismo que osmóticamente la cotidianidad le incorpora.

En la primera edición no registra su nombre, no se atrevió; al tomar conciencia que los esbirros de la Inquisición no descifraron sus signos, se evidenció mediante el acróstico.

Dice Julio Rodríguez Puértolas (12): “La Celestina es el resultado de una obsesión y de una existencia y de una mente angustiada y, como tal, difícil, sinuosa, un claroscuro de contrastes, a veces deliberados, a veces inconcientes”.

Concebir la angustia de Rojas no parece demasiado arriesgado. Se advierte en las primeras líneas, en explícito texto: Calisto al volver a su casa se halla “muy sangustiado”.

Encontramos una constante en su pensar y sentir: la evidencia de ansiedad y temor. Sobre él se proyecta la sombra de su padre incinerado y surge el anhelante deseo de estar fuera de malicia, Pleberio expresa en el acto XXI: “...los miedos y temores que cada día me espavorecian: sólo tu muerte, es la que a mí me haze seguro de sospecha”.

En una conversación fortuita, don Álvaro de Montalbán se habría referido a los placeres de este mundo. Su interlocutor le increpó: “No sabes que en nuestra fe, quien bien obrare tendrá vida eterna”, a lo que le respondió: “Acá toviese, que no sé yo bien lo de allá”. Las frases que siguen, citadas del texto de la obra, parecen salidas del acta inquisitorial de don Álvaro: en el acto VII, la Celestina previene a Parmeno: “ ... de este mundo, pues no le tenemos más de por nuestra vida”. En el primer acto Sempronio señala a su amo: “Por lo que dizes contradize la christiana religión”. Rojas no se amedrenta y parafrasea a su suegro: hace decir a Calisto “¿Qué a mí?”.

Yovel sostiene: “Rojas anticipa el escepticismo metafísico moderno: y no está menos cerca de Nietzsche que de Virgilio o de Séneca. Ni profeta judío ni creyente cristiano, Rojas retorna al mundo pagano sin alcanzarlo”.

Resulta sorprendente un peculiar diálogo, que sin lograr unanimidad de criterio ha sido comentado ampliamente por diversos investigadores; es el mantenido entre Calisto y Sempronio. Éste le inquiere: “¿Tú no eres christiano?” y la respuesta es : “¿Yo?, Melibeo só y a Melibea adoro y en Melibea creo...”.

Calisto es irreverente y casi herético. Al responder equipara al cristianismo con el amor que profesa a Melibea. Escribe YY: “Las blasfemas palabras de Calisto ponen a Eros en un plano más alto que Cristo”.

En el espíritu de Rojas deambulaba la angustiante incógnita sobre su futuro de hombre adulto. Sabemos ya de la elección que lo condujo a una prudente vida provincial.

Estaba anunciado: “Querría pasar la vida sin envidia, los yermos y asperezas sin temor, el sueño sin sobresalto, las injurias sin respuesta, las fuerzas sin denuesto, las premias con resistencia” (Parmeno en el acto I).


La Salvación

 

La idea de “salvación” tiene acepciones diferentes: en el judaísmo se concreta en la “redención” (heb. Gueulá), que se habrá de producir con la llegada del Mesías. Será un hecho colectivo que abarcará al Pueblo de Israel [la “nación” (13)] y a la humanidad toda. En el cristianismo se accede a ella mediante la fe y en forma individual. Quien no la profesara se verá sometido al infierno: “El que creyere y fuera bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (San Marcos, 16.16).

Los nuevos cristianos estuvieron expuestos constantemente a la penetrante influencia católica; la formulación cristiana era difícil de asimilar, se manifestaba alarmante, en contradicción con la propia. La mera idea de enfrentar la riesgosa alternativa de una pérdida de la salvación resultaba aterradora.

George A. Shipley (14) señala que imágenes relativas a enfermedad, curación, remedios y medicina, adquieren una especial importancia.

Yovel indica que las expresiones de “salud y esperanza” configuran un sentido oculto.

Calisto siente a su amor como un “mal” y la Celestina pide a Melibea “sanar” el “mal” de su mandante, quien en la soledad se acompaña del laúd para cantar su enamoramiento (acto I): “¿Cuál dolor puede ser tal, que se iguale a mi mal?”

Melibea acepta “curar” a Calisto (acto IV): “Más haré por tu doliente, si menester fuera".

Son numerosas las referencias. ¿Qué hay detrás de estas alusiones?

Ante la existencia del mal, se procede a “sanar”, que es, en definitiva, “salvar” de la enfermedad o la muerte. He aquí la obsesión marrana: ¿cómo salvarse? La inquietud angustiante es convertida en una figura literaria: “sanar el “mal” es acceder a la “salvación”.


Calisto


El personaje recoge divergentes opiniones por parte de los expertos.

Según nuestro criterio, el texto compone una figura definida. Se trata de un cristiano viejo, de linaje y “sangre pura”, sus ingresos son rentas, su vida es de holganza, es un “ cazador” que llega al jardín de Melibea en busca de su perdido halcón.

María Rosa Lidia de Malkiel (20), apreciando a Melibea como de noble filiación, se pregunta: “Ni diferencia de clase, ni de religión, ni de patria, los divide. ¿Por qué, pues, no buscó Calisto a una persona honrada, que intercediera por él y venciese el desvío de Melibea, y se casó con ella en paz y en gracia de Dios?”

La respuesta se halla en la interpretación que estamos considerando. Calisto sabe que Melibea es cristiana nueva; cuando se refiere a “los amores ilícitos” conoce perfectamente qué naturaleza tienen, los desea y los habrá de lograr, puesto que no son sus intenciones desposarla, en cuyo caso habría solicitado su mano u obrado de otra manera. Por su propio linaje, no habría podido contraer enlace con una marrana.

Melibea es su presa, terminará “cazándola” y gozando de los “ilícitos amores”. Tiene afición por los trofeos de “caza”. En una escena del acto VI, luego de recibir el cordón de Melibea, termina fastidiando a la Celestina, que así reacciona: “Cessa ya, señor, esse devanear, que me tienes cansada de escucharte y al cordón, roto de tratarlo”. Sempronio, el criado, no menos hastiado, profiere: “Señor, por holgar con el cordón, no querrás gozar con Melibea”.

Calisto es una figura descomedida. Se sabe engañado, comercia a sabiendas con una “vieja puta” y por inepcia, de una manera “antiheroica”, termina cayendo con estrépito de una simple escala. Muere sin gloria alguna, excepto la de haber “seducido” a Melibea.

¿Qué es la figura que representa Calisto en el mundo de Rojas? ¿Quiénes “cazan” a los marranos? Son los delatores, los que, vigilantes, espían y denuncian. Y aun más es la propia Inquisición. En su fuero interno, Rojas debió firmemente acariciar el “deseo” (Wunsch) de que tal como fue la suerte del protagonista, así se produjera el vil final de todos cuantos constituían la razón de su angustia.


Plebeo: un mundo que muere


Numerosos autores confirman la filiación marrana de Plebeo, Alisa y Melibea. Considerando los indicios que existen, no parece caber duda alguna. En un parlamento, Sempronio atribuye “linaje” a Melibea, pero el lector bien sabe que sus elogiosos comentarios suelen ser embustes. Los personajes no califican a la joven por su privilegio de “limpieza de sangre”; solamente la tildan como proveniente de “alto origen” (15). En el texto “Argumento de toda la obra” usado por Rojas como preámbulo, la refiere “de alta y serenísima sangre”; no hay alusión a la “pureza” en un sentido clasificatorio.

En el acto XVI, dialogan Plebeo y su esposa. Él pregunta: “¿Quién rehuyría nuestro parentesco en toda la cibdad?”. Pleberio es rico, su hija hermosa, agraciada, única heredera. ¿Qué razón tendría la pregunta si no cobijara una duda dado el origen judío de la familia?

En la primera visita efectuada por la Celestina a Melibea, las dos mujeres ejercitan un sinuoso juego de máscaras. Poco antes de finalizar, la joven se torna complaciente el lector no lo habría anticipado- y da la impresión que de antemano estaba muy interesada en este “amor”. Fácilmente accede al pedido de ceder su cordón.

Hay sugerencias singulares en esta “entrega”. La primera impresión lleva a considerar que, anudado al talle, protege su intimidad y su virginidad. Sin embargo, este acto contiene otros velados significados: el ceñidor “ha tocado las reliquias de Roma y Jerusalem”. Para el imaginario marrano se evoca aquí una poderosa imagen, pues Roma y Jerusalem los dos polos antagónicos en el dilema de la perspectiva criptojudía.

Estas ciudades tienen contenidos opuestos: la primera, ahora cristiana, antiguamente fue la triunfadora causante de la diáspora; la segunda, vencida, inaccesible, permanece como el signo paradigmático de la espiritualidad y continuidad judía. He aquí dos visiones antinómicas: o la definitiva aceptación confesional o la vida marrana, llena de peligros.

Rojas maneja hábilmente los símbolos. Melibea se despoja del talismán. Con ello busca resolver el acongojante dilema, intenta un “desprendimiento” de su identidad judía, soltando el “lazo” (21) que la anuda a su filiación; trata entonces de liberarse de su “ser” marrano.

¿Es una juvenil evasión ante la angustiante condición del marrano?

Una perspectiva sofocante avizoraban los jóvenes marranos en España.

El pensamiento, las costumbres y los valores se modificaban. Podría

tener sentido, pues, suponer que la nueva generación, en un espacio social tan recluido, se sintiera tentada por un fuerte deseo de evasión.

En el perfil del tipo de marrano delineado por Rojas, ¿esta huida no está motivada también por la búsqueda de la libertad para acceder a vedados goces y placeres? Dice Melibea en el acto XVI: “ Déjenme gozar de mi mocedad alegre. No tengo otra lástima por el tiempo que perdí de no gozarlo”.

Observando desde una perspectiva de hoy, con cierto atrevimiento, nos podríamos imaginar a Melibea como una reactiva “postmarrana”.

La relación de Calisto y Melibea estuvo visiblemente marcada por un fuerte contenido erótico. No se percibe la eterna magia del amor juvenil. Más aun, a través del presunto amor es que la joven pretende lograr el “pase” a un fantaseado mundo de cristianos viejos. Fracasado su intento, se suicida.

Escribe Orlando Martínez Miller (18): “Melibea es adúltera porque traiciona a su Dios, a su religión y a su propia gente, ... es idólatra...entrega un cordón que tiene facultades sobrenaturales... Su apostasía, de la cual nunca estuvo ajena, la obliga al suicidio”.

La figura de Melibea –tal como la vemos- es efectivamente una alegoría de la ansiedad marrana presente en la psiquis ambivalente de Rojas; sin embargo, en una escena de dramática configuración, no deja de advertir que desde el punto de vista judío, esta conducta lleva a la muerte por “suicidio”.

En los hechos, la certidumbre de estas alternativas conduce a que más adelante, Rojas maduro, tomara eclécticamente una ambigua y “renunciante” actitud.

Pleberio “edificó torres, adquirió honras, fabricó navíos”: es el mercader burgués-judío por antonomasia, fiel a su herencia ideológico-religioso-cultural. En el acto final, ve con impotencia desaparecer los postreros vestigios de la sobrevivencia judía.

La clausura de la obra provoca gran curiosidad. Hemos indagado en las numerosas exégesis disponibles pero la búsqueda no aportó resultados satisfactorios. Procurando hallar los posibles significados, realizamos una investigación en fuentes referenciales inexploradas para este tema, en las que nos hemos basado para formular nuestras propias conclusiones.

La obra está escrita en castellano salvo las cuatro palabras finales en latín: “por qué me dexaste triste y solo in hac lachrimarum valle” (aquí en este Valle de Lágrimas).


¿Por qué terminar en ese idioma?

 

Seguramente Rojas conoce el concepto en el original idioma hebreo, pero pretende disimular su propósito. En consecuencia sustituye la lengua original por el latín, “el otro” idioma, similar en su carácter sacro-litúrgico y como vehículo de expresión intelectual.

¿Qué trasmite esta imagen de valle de lágrimas? Esta locución figura en la Biblia, Libro de los Salmos 84.7. Ha sido traducida equivocadamente; el texto original hebreo menciona: “Valle del Llanto” (Emek Habajá).

Se refería a una árida hondonada en el camino a Jerusalén, por donde los antiguos peregrinos israelitas accedían al Templo a fin de realizar sus plegarias o entregar sus ofrendas. En el sendero crecen “espinosos” arbustos que tienen la particularidad de excretar una savia semejante a una lágrima; pareciera que la planta llorara (17). Las espinas, obviamente, se vinculan a las “lágrimas o dolor” (no es por azar que la corona de Cristo fuera de espinas).

Para los judíos, el destierro diaspórico ocurrido en el año 70 d.C. fue considerado el “Emek Habajá”. La expulsión de España generó “un exilio en el exilio”, creando un nuevo valle de lágrimas. Esta amarga idea permaneció por generaciones anclada firmemente en el espíritu judío. Cincuenta y nueve años luego de la publicación de La Celestina se edita en hebreo, en la ciudad de Ferrara, un volumen llamado “Emek Habajá” obra de Yosef Hacohen, que narra “las penalidades ocurridas a nosotros desde el día del exilio de Judah de su tierra” (18).

El concepto de valle de lágrimas, no es mencionado en el Nuevo Testamento pero es recogido en la oración dedicada a María llamada “Salve”:

“Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve”.

A ti llamamos los desterrados hijos de Eva, a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas” (19).

La habilidad y talento de Rojas se muestran mediante un clásico recurso marrano: evoca el “valle de lágrimas” y menciona a los “desterrados”. Estos componentes producen una fuerte resonancia en la sensibilidad marrana. En un ambiente de apariencia católica, trasmite una disímil significación.

La cita comienza con in hac (no figura en el texto hebreo ni en el Salve) y Rojas enfatiza que es precisamente “aquí”, en España, donde los hijos de Sefarad se encuentran en un Valle de Lágrimas, desterrados en el “exilio en el exilio”. Con una plegaria institucionalizada, se pone a salvo de cualquier suspicacia, disfrazando la real intención de poner de manifiesto la patética condición del marrano que, a través de La Celestina, se incorpora en la historia con un fascinante perfil.

Por medio de Pleberio, el único personaje libre de máscaras, Rojas, angustiado, hesitante, ambivalente, consuma el mensaje profundo y auténtico de su propio yo. En el amargo parlamento por el fin de Melibea transita el lamento por la pérdida de la tan amada Sefarad, aquella otra España en la que el judaísmo creó maravillas durante los “siglos de oro”.

 

Referencia

Las citas en español antiguo han sido extraídas de La Celestina, Colección Austral, Edición de Pedro M Piñeiro Ramírez, Espasa-Calpe S.A., Madrid, 1980.

1) Berndt, Ema Ruth, Amor, muerte y fortuna en La Celestina, Gredos, Madrid, 1963.

2) Maravall, José Antonio, El mundo social de La Celestina, Gredos, Madrid, 1968.

3) Cardona, Francesc-Lluis, Citados en, La Celestina, Edicomunicaciones S.A., Madrid 1994.

4) Batallion, Marcel, La Célestine selon Fernando Rojas, Didier, Paris, 1961.

5) Gilman, Stephen, The Spain of Fernando de Rojas, The Intelectual and Social Landscape of “La Celestina, Princenton, 1972

6) Castro, Américo, La Celestina como contienda literaria, Revista de Occidente, Madrid, 1965. Idem, España en su historia, Cristianos, Moros y Judíos, Crítica (Grijalbo Mondadori), Barcelona, 1983.

7) Yovel, Yermihau, Spinoza, el Marrano de la Razón, capítulo “Marranos enmascarados y mundo sin trascendencia: Fernando de Rojas y La Celestina”, Anaya y Mario Muchnik, Madrid, 1995.

8) Canessa de Sanguinetti, Marta, cita en El bien nacer, Taurus, Montevideo, 2000.

9) Lewin, Boleslao, La Inquisición en Hispano América, Paidós, Buenos Aires, s/f.

10) La purificación por el fuego era una medida para evitar, por la eternidad, los castigos del infierno.

11) Tan acendrado era el imperativo que Spinoza, habiendo nacido libre de amenazas en Amsterdam, portaba un anillo con un sello que contenía cinco letras: “Caute”.

12) Puértolas, Julio Rodríguez, Nueva aproximación a La Celestina, Gredos, Madrid, 1972.

13) Usando el término de la época para denominar al pueblo judío.

14) Severin, Dorothy S. Cita en La Celestina, Cátedra, Letras Hispánicas, Madrid 1997.

15) Los judíos españoles se consideraban directos descendientes de las tribus de Levy (sacerdotal) y Juda (real), por consecuencia de una “alta” jerarquía.

16) Martínez Miller, Orlando, La ética judía y La Celestina como alegoría, Ediciones Universal, Miami, Fl, 1978.

17) Casutto, M., Sefer Tehilim (hebreo), Hotzaat Iavne, Tel Aviv, 1953.

18) Ha-Kohen, Yosef, El Valle del Llanto (Emek ha-Bakhá), Ediciones Río Piedras, Barcelona 1989.

19) Pequeño Manual de Piedad, Editorial “El Propagador Cristiano”, Buenos Aires, 1946.

20) Lidia de Malkiel, María Rosa, La originalidad artística de La Celestina, Editorial Universitaria de Buenos Aires, Buenos Aires, 1962.

21) Mircea Eliade considera que el nudo simboliza la posibilidad de desatar el problema esencial.

22) La Celestina y su Contorno Social, Actas del I Congreso Internacional sobre La Celestina, Dirección Manuel Criado Del Val, Colección Summa, Borras Ediciones, Barcelona, 1977.


Breve Curriculum Vitae

Nisso Acher, uruguayo, empresario en el área de medicina, activista comunitario israelita, investiga y escribe sobre judíos y marranos en España, su expulsión y dispersión luego

de 1492.

 

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