Serie: Convivencias (XXXVI)

La conciencia colectiva en América Latina

H. C. Mansilla

Las constantes alusiones a una conciencia colectiva en América Latina hacen necesario un esclarecimiento teórico más preciso de este concepto y del fenómeno correspondiente. Creencias, ideas e ilusiones colectivas, es decir, sustentadas por grupos relativamente extensos y socialmente relevantes, pertenecen a diversos planos de lo que podría llamarse el espíritu supraûindividual.

Existen una serie importante de postulados y suposiciones de carácter obvio y sobreentendido, que, como en otros casos similares, atañen en forma determinante a las metas de la evolución histórica y social. Estas suposiciones no son, generalmente, normas o criterios ganados en una discusión crítica o adquiridos a lo largo de un proceso autónomo y racional, sino que más bien parecen corresponder a una instancia intermedia entre el nivel de la conciencia plena y la esfera de lo inconciente e irracional. Por afinidad a la psique individual, este plano ha sido denominado el preconciente colectivo.

Un preconciente colectivo

El aspecto central de la conciencia colectiva latinoamericana reside -muy probablemente- en el contenido concreto de sus paradigmas de desarrollo y en la relación de éstos con las tendencias directrices del progreso metropolitano. Con cierta seguridad se puede afirmar que los efectos de demostración, irradiados por la cultura de los centros metropolitanos, han influido decisivamente en aquel contenido, pero que al mismo tiempo esta adopción de valores exógenos de orientación sucede en medio de un contexto sociocultural, en el cual se reafirma vehementemente la necesidad de una cultura y de una vía de desarrollo propias. Una explicación adecuada a esta problemática, tan compleja como ambivalente, requiere de un análisis de las diferentes capas de la conciencia colectiva, aunque tal tentativa no logre rebasar los límites de un primer acercamiento a este fenómeno. Debido a estas circunstancias, este ensayo de elucidación, de carácter cursorio y basado en una analogía, queda dentro del campo de las hipótesis de trabajo, sometido como éstas al proceso usual de crítica y verificación.

El preconciente colectivo tiene algunas de las características esenciales del superûego individual; está conformado por las pautas de comportamiento, los valores de orientación, y los ideales normativos que son impuestos al sujeto desde el exterior y que son internalizados durante un largo proceso de naturaleza prelógica. No se trata de paradigmas o criterios producidos por la actividad racional de la conciencia por medio de un sopesar crítico de alternativas diferentes o concebidos como las metas adecuadas a una evolución histórica autónoma y peculiar, sino de modelos de desarrollo, anhelos colectivos y criterios para juzgar la historia, que se han originado en la cultura y la tradición de los centros metropolitanos. A causa de su índole prelógica, los objetivos normativos del preconciente colectivo tienden a escapar a un análisis racional que cuestionará su deseabilidad, su utilidad y sus efectos colaterales, pues adquieren simultáneamente la cualidad de una evolución inevitable con carácter de ley natural.

En la teoría psicoanalítica el superûego representa el punto de convergencia entre la sociedad y el individuo: las normas, las restricciones y los mandamientos sociales se manifiestan en cada persona mediante la actividad del superûego(1). Estas normas son internalizadas sin una acción conciente del propio sujeto; como se sabe, el sujeto generalmente reconoce y respeta las prescripciones y los modelos sociales que encarna el padre (u otras instancias supraûindividuales en las sociedades modernas sin la figura del padre tradicional), a pesar de una rebelión o, más probablemente, de una infidelidad contra el padre (o la encarnación respectiva de la autoridad social).

En analogía a esta tesis fundamental del psicoanálisis individual, se puede postular la existencia de una situación similar en el campo de la conciencia colectiva. Las sociedades latinoamericanas, como la mayoría de las naciones del Tercer Mundo, se han levantado y han combatido a sus respectivas potencias coloniales, no escatimando la crítica al sistema político y a las prácticas de estas últimas, pero han adoptado como propios los logros más importantes de la civilización occidental. El mecanismo que ha posibilitado esto, guarda una notable semejanza con el proceso individual: durante una larga época, las naciones periféricas tuvieron que sufrir los efectos de una civilización expansiva, tecnológicamente superior y bastante exitosa a nivel mundial, la cual quebrantó la identidad primigenia de las sociedades meridionales y ha hecho improbable su evolución orgánica según sus leyes inmanentes de desarrollo anteriores al contacto con el mundo occidental. En aquella era de la dominación surgieron los gérmenes de la ideología de perpetuo progreso y crecimiento, que ha quedado internalizada de manera definitiva en la psique colectiva de las naciones colonizadas y que, con las necesidades del tiempo, se ha transformado en los paradigmas de industrialización masiva, modernización incesante y exhaustiva, y consolidación del Estado nacional. Estas metas supremas de desarrollo aparecen ahora desligadas de toda paternidad colonialista -más bien como respuesta de las sociedades jóvenes al imperialismo metropolitano y como resultado del desenvolvimiento "natural" de la esencia misma de cada país del Tercer Mundo.

Problemas

El teorema del preconciente colectivo no está libre de problemas de comprensión y delimitación. La instancia de un superûego colectivo no debe confundirse, en ningún caso, con la concepción de un "alma colectiva" o de un "espíritu de masas" de carácter nacional. Erich Fromm señaló acertadamente que no existe algo así como un "alma de masas", pues solo los individuos son sujetos con cualidades y procesos psíquicos(2). Freud rechazó la existencia de un "espíritu colectivo" porque esto equivaldría a reconocer la independencia de este espíritu con respecto a los procesos psíquicoûindividuales(3). El preconciente colectivo no representa la "esencia de la nación" ni otros rasgos pretendidamente definitorios de las colectividades, como suponen ideologías conservadoras, sino que es el concepto que engloba a normas sociales y paradigmas de desarrollo originados en un mundo cultural diferente y que denotan ese carácter obvio y natural propio de valores de orientación que no han brotado en forma autónoma y racional, valores que, por lo tanto, poseen una connotación autoritaria y una fuerza que no admite cuestionamientos. En el fondo, se trata de aspectos típicos de la Edad Moderna, sometidos a la validez relativa de todos los fenómenos históricos y hasta ahora bastante marginados por la investigación en las ciencias sociales.

Los elementos del preconciente colectivo no corresponden a las supuestas particularidades nacionales y no manifiestan "la esencia misma de los pueblos", sino que se traslucen las aspiraciones de las sociedades con respecto a ciertos terrenos concretos y en determinadas fases históricas; Freud vio en el superûego la instancia que almacena rasgos históricos y que, mediante su naturaleza supraûindividual, encarna las tradiciones y los ideales del pasado(4). Freud atribuye al superûego una importante parte constitutiva de origen social, como el depósito del "ideal común de una familia, de un estamento y de una nación"(5); él sostuvo que la concepción del superûego abriría un camino importante para la comprensión de la psicología de las masas(6). Freud escribió que también la comunidad contribuye a la formación del superûego, y que bajo la influencia de este último se lleva a cabo el desenvolvimiento de la cultura(7). En este contexto postuló la existencia de un "superûego de la cultura", el cual establecería exigencias ideales tan severas como el superûego individual, y se producirían similares temores al transgredir estas pautas(8). Cabe mencionar aquí que Freud admitió que el superûego tiende a llevar una existencia aparte y que fácilmente se separa del ego y hasta se le contrapone(9).

Individual y colectivo

La elucidación de las relaciones entre la conciencia individual y los elementos colectivos del superûego conforma un campo aún no estudiado exhaustivamente por la teoría psicoanalítica; la esfera de lo que Freud llamó el superûego de la cultura, que concuerda a grandes rasgos con lo que aquí se denomina el preconciente colectivo, no ha recibido todavía mucha atención de la comunidad científica, y menos aún en todo lo relativo a sociedades del Tercer Mundo. Quedan por examinar temas centrales, tales como el contenido concreto de los preceptos y normas del superûego cultural periférico, su origen histórico y su concatenación con las civilizaciones más antiguas. El psicoanálisis social se ha preocupado de investigar preferentemente la evolución de los instintos e inclinaciones, y de su adaptación a las situaciones cambiantes en el terreno socioeconómico; también el papel de la familia como "agencia de la sociedad" para el desarrollo de predispositivos supraûindividuales de trascendencia socioûpolítica ha sido uno de los objetivos de aquellas indagaciones(10). Asimismo, no existe aún un ensayo de esclarecimiento acerca de la resistencia de individuos y grupos a nivel preconciente contra la internalización de pautas ejemplares y modelos obligatorios de evolución; los trabajos existentes se refieren más bien al renunciamiento que un orden social represivo, por un lado, y el desarrollo cultural mismo, por otro, exigen al individuo en las sociedades ya altamente industrializadas(11).

En este excurso solo se pueden mencionar brevemente algunos puntos de la problemática derivada del preconciente colectivo: la localización de la instancia exterior (origen de las pautas normativas), el alcance e intensidad con que estas últimas se han difundido entre las diferentes capas de la población, las modificaciones que el contenido de los paradigmas ha sufrido en el contexto periférico, las ideologías que han surgido para justificar su adopción y el mecanismo de gratificaciones y penalidades para imponer su implementación.

La relación entre los centros metropolitanos y las naciones periféricas ha sido, como los términos mismos lo mencionan, de una marcada concentración de innovaciones, adelantos y éxitos en las sociedades del Norte. La duración secular de esta situación y la preeminencia de que ha gozado la civilización occidental en todo el mundo, a partir de la era de los grandes descubrimientos en los siglos XV y XVI, han contribuido a ver en ella la conjunción de rasgos positivos, ejemplares e imitables. Esta constelación ha sido acentuada en América Latina a causa de su larga pertenencia a los imperios coloniales ibéricos y de sus contactos particularmente estrechos con la cultura europea; el elemento decisivo ha sido, sin embargo, el hecho de que estos pueblos no hayan podido desarrollar sus culturas autóctonas y una identidad socioûhistórica correspondiente. Ante lo que puede llamarse un vacío de modelos de progreso, las colectividades meridionales se han dirigido hacia el Norte industrializado en busca de las pautas rectoras de su evolución interior, reproduciendo de esta manera una posición de dependencia de tinte paternalista.

Ideologías justificatorias

El origen de los paradigmas de desarrollo reside en los métodos y logros específicos con que los centros metropolitanos han conseguido inducir un proceso autocentrado de modernización integral. La subordinación múltiple de las periferias mundiales ha producido seguramente esa predisposición a tomar modelos exógenos como los únicos concebibles, y a repetir a nivel colectivo una actitud generalizada semejante a aquella, frente al patriarca individual. El anticolonialismo como ideología dominante de muy diversos grupos sociales y políticos y la lucha misma contra Europa Occidental y Estados Unidos han conducido paradójicamente a que los paradigmas metropolitanos de desarrollo aparezcan como totalmente desligados de su mundo de origen y adquieren entretanto la cualidad de modelos universales, ineludibles e irrenunciables.

El preconciente colectivo se nutre de tales elementos normativos que, una vez separados de su fuente, son revestidos por el áurea de los históricamente positivo y deseable y que ejercen sobre los individuos un genuino impulso compulsivo para alcanzarlos. Ya se ha mencionado el carácter prerracional de este fenómeno, que dificulta no solamente su cuestionamiento y crítica en el campo de la discusión intelectual, sino que también impide el surgimiento de otros posibles paradigmas y alternativas en el terreno de la praxis política. Uno de los aspectos centrales del preconciente colectivo es, pues, el grado de profundidad con que están internalizadas las normativas metropolitanas, que puede apreciarse justamente por medio del carácter obvio y obligatorio que se les atribuye. Se puede postular la tesis de que la intensidad de la internalización de los patrones metropolitanos está en estrecha correlación con su falta de cuestionamiento de parte de la conciencia colectiva. En el caso latinoamericano se puede hablar de una internalización particularmente exitosa, pues tanto las elites y los partidos tradicionales como sus detractores de izquierda aceptan en calidad de sobreentendidos los modelos de modernización originados en las sociedades del Norte, así se trate de aquellos basados en la propiedad privada o en la economía planificada. En todo caso, la validez incondicional de las normativas mencionadas conforma el aspecto central del superûego colectivo latinoamericano.

La extensión de este fenómeno según capas sociales y medios geográficos no ha sido aún objeto de una investigación seria. Probablemente todas las capas altas y medias en América Latina han sufrido de manera prolongada y profunda los efectos de demostración irradiados por las sociedades altamente industrializadas e influyen, a su turno, sobre las aspiraciones de los estratos menos privilegiados. Por lo demás, los medios modernos de comunicación y entretenimiento, en conjunción con el sistema educativo, tienden a una acción de alcance muy amplio y duradero, dando como resultado un igualamiento de los anhelos colectivos en los diferentes estratos sociales, especialmente en lo relativo a las últimas metas de desarrollo. Esta misma evolución ha contribuido a que la instancia de la autoridad paternal se haya desplazado hacia aquellas agencias sociales como la escuela y la opinión pública prefabricada; en este plano las normativas metropolitanas se han unido a los cánones de la autoridad social y a sus canales de manifestación en un vínculo complejo y difícil de desagregar analíticamente.

El mecanismo de gratificaciones y penalidades que corresponde al preconciente colectivo puede ser considerado como similar a otros dispositivos de control social. Discriminación, acusaciones de espíritu retrógrado y antiûmoderno y pérdida de status social recaen sobre las íntimas minorías que se niegan a reconocer la autoridad del progreso tecnológicoûeconómico. La relevancia de este mecanismo es, sin embargo, bastante reducida, pues la cantidad de individuos que se exponen a ser llamados enemigos del progreso, y simultáneamente reaccionarios, es insignificante. En este sentido existe aún en América Latina un consenso muy generalizado sobre las bondades de la modernización acelerada.

Las ideologías elaboradas para justificar la adopción de los paradigmas metropolitanos así como las modificaciones pertinentes dentro del contexto latinoamericano pertenecen a las actividades genuinas de la conciencia intelectual y quedan, por lo tanto, fuera de la problemática del preconciente colectivo. En aquellas ideologías, sin embargo, hay elementos de origen muy antiguo, fragmentos de naturaleza atávica y aspectos que previenen de las capas más profundas del aparato psíquico, probablemente en conjunción con la tradición ibero católica.

En este terreno es posible localizar pautas de comportamiento que indirectamente favorecen una cierta forma de progreso económico centrado en parámetros cuantitativos y desligado de la consideración de costos a largo plazo, que entorpece toda política de conservación ecológica y de limitación de la presión demográfica. Creencias de corte atávico y muy arraigadas en toda la población latinoamericana favorecen la concepción de que la tierra tiene únicamente la función de ser usada intensamente para las actividades humanas y que esto permite una explotación exhaustiva a la que sería ilícito y hasta inmoral ponerle fronteras. Paralelamente, en la esfera donde lo sexual se entremezcla con pautas sociales, todo intento de reducir la tasa del crecimiento demográfico tropieza con parámetros muy tradicionales y hasta arcaicos de conducta sexual, con fantasías de potencia y fecundidad, y con temores de castración y esterilidad. Todos estos momentos son proclives, entonces, a favorecer en forma obvia y, por ende muy efectiva, las aspiraciones de crecimiento y progreso que distinguen al preconciente colectivo latinoamericano.

La especulación y la utilidad

La fuerza prelógica y autoritativa de la que disponen las normativas del preconciente colectivo, ya muy considerable por ser vistas éstas como obvias y naturales, se ve reforzada por la marcha victoriosa del pensamiento utilitarista y pragmatizado, propio del mundo contemporáneo. Esta tendencia, que se inclina a utilizar la ciencia y la tecnología como meros instrumentos para la consecución de fines que quedan fuera del cuestionamiento racional, representa igualmente la forma predominante bajo la cual se llevan a cabo la actividad reflexiva y analítica y la aplicación de conocimientos científicos en América Latina. Esta preocupación por elaborar medios y procedimientos altamente eficaces y rentables para objetivos fijados a priori entra ahora al servicio de los paradigmas de desarrollo del preconciente colectivo, realizando esta labor de perfecto acuerdo con sus principios instrumentalistas y acríticos. En ambos casos, las metas de la evolución histórica y los objetivos ulteriores de todos los programas de desarrollo permanecen ajenos al cuestionamiento racional, concentrándose todos los esfuerzos en la creación acelerada de una conocida variedad de progreso material. Las concepciones utilitaristas y pragmatizadas, cuya preeminencia en el campo de la planificación económica, la implementación de proyectos y la remodelación urbanística es inequívoca, se ponen prácticamente al servicio de las normativas del preconciente colectivo: la mayor parte del quehacer profesional, técnico y hasta de adoctrinamiento político está dedicada explícitamente a hacer realidad aquellos paradigmas de desarrollo y a facilitar la imposición de sus pautas sociales. Aquí reside tanto la fuerza autoritativa de las grandes metas históricas como el carácter "moderno" y adecuado a los standards tecnológicos contemporáneos que denotan las obras específicas y los métodos de ejecución de la mayoría de los intentos de modernización acelerada.

El predominio del pensamiento instrumentalista y antiûespeculativo impide que las metas del preconciente colectivo sean sometidas a análisis crítico, el cual pueda apreciar su deseabilidad a largo plazo y sopesar sus costos sociales y humanos. El psicoanálisis de Freud, que no conoce esas limitaciones, brinda, en sus pocos momentos de crítica históricoûsocial, algunos criterios para enjuiciar procesos políticos con pretensiones de cambio y modernización que se remiten también a paradigmas fijados a priori. La insistencia en alcanzar ciertas metas -no relativizada por ninguna reflexión humanista y transûutilitaria- hace perder la idea justa de la proporcionalidad de los medios: un intento radical de transformación social, que tiene como objetivo precisamente la reducción del sufrimiento humano, no debe incluir el riesgo de sufrimientos mayores como parte integrante de su praxis diaria y como núcleo de su propia identidad intelectual(12). El resultado de un uso generoso de violencia y de la imposición continuada de padecimientos a la población en nombre de las necesidades ineludibles de un programa es la creación de un régimen muy similar al que se pretende superar, como indicó Freud al referirse a la Unión Soviética(13).

La investigación de las diversas capas de la conciencia colectiva podría esclarecer una serie de problemas que no pueden ser tratados en este contexto; mencionaremos tan solo que Freud manifestó un escepticismo liminar con respecto a las revoluciones sociales; los "límites de la educabilidad del hombre", definidos, entre otros factores, por las experiencias de la infancia temprana, se revelan como posibles fronteras que restringen el alcance de cambios socioûpolíticos sistemáticos(14). El instinto de agresión podría ser asimismo un impedimento para la construcción del socialismo, pues su tendencia a perdurar se contrapondría a la antropología fundamentalmente optimista y positiva del marxismo(15). En relación con las ideologías justificatorias de la conciencia intelectual latinoamericana (el progreso como universal e ineludible) es conveniente recordar que Freud impugnó la validez de esquemas predeterminados para la evolución histórica: la teoría marxista le pareció errónea porque ésta supone que el desarrollo de las diferentes formas sociales sucede en base a procesos con carácter de leyes naturales(16).

Este acercamiento a la problemática de la conciencia colectiva y su vínculo con las aspiraciones de desarrollo debe ser interpretado exclusivamente como un intento de explicación, sin más valor que el de una hipótesis de trabajo, subordinada a la crítica y a la elaboración de teorías más adecuadas(17).

Referencias

1. Cf. Bruno W. Reimann, Psychoanalyse und Gesellschaftstheorie (Psicoanálisis y teoría de la sociedad), Darmstadt: Luchterhand 1973, p. 57. Acerca de la temática psicoanálisis y sociedad véase también: Igor A. Caruso, Soziale Aspekte der Psychoanalyse (Aspectos sociales del psicoanálisis), Stuttgart: Klett 1962; H. U. Wehler (comp.), Geschichte und Psychoanalyse (Historia y psicoanálisis), K÷ln: Kiepenheuer & Witsch 1971; T.W. Adorno, Psychoanalyse und Soziologie (Psicoanálisis y sociología), en: Festschrift f³r Max Horkheimer, Frankfurt, 1955; T.W. Adorno, Zum Verhõltnis von Psychoanalyse und Gesellschaftstheorie (Sobre la relación entre psicoanálisis y teoría de la sociedad), en: Sociológica II, Frankfurt: EVA 1962.
2. Erich Fromm, ber Methode und Aufgabe einer analytischen Sozialûpsychologic (Sobre método y tareas de una psicología social analítica), en: Fromm, Analytische Sozialpsychologie und Gesellschaftstheorie, Frankfurt: Suhrkamp 1970, p. 16.
3. Sigmund Freud. Gesammelte Werke (SFGW, Obras Reunidas de Sigmund Freud), Frankfurt: Fischer 1967, t. XIII, p. 94.
4. Freud, Neue Folge der Vorlesungen zur Einf³hrung in die Psychoanalyse (Nueva serie de conferencias introductorias al psicoanálisis), en: SFGW, op. cit., t. X, p. 169.
6. Ibid.
7. Freud, Das Ubehagen in der Kultur (El malestar en la cultura), en: SFGW, t. XIV, p. 501.
8. Ibid., p. 502.
9. Freud, Neue Folgeà, op. cit, p. 65, 65 s.
10. E. Fromm, op. cit., p. 17 s. 23; B.W. Reimann, op. cit., p. 78.
11. Cf. Herbert Marcuse, Aggressivitõt in der modernen Industriegesellschaft (Agresividad en la sociedad industrial moderna), en: Aggrression und Anpassung in der Industriegesellschaft, Frankfurt: Suhrkamp 1968; Erik H. Erikson, Identitõt und Lebenszyklus (Identidad y ciclo vital), Frankfurt 1966; Klaus Horn, Probleme einer psychoanalytischen Sozialpsychologie (Problemas de una psicología social psicoanalítica), en: Psyche, Vol. 22, 1968.
12. S. Freud, Neue Folgeà, op. cit., pp. 195û7. Esta temática ha sido tratada igualmente por J³rgen Habermas en su libro Erkenntnis und Interesse (Cognición e interés), Frankfurt: Suhrkamp 1968, p. 344. S.
13. Freud, Neue Folgeà, op. cit., p. 195.
14. Freud, Die Zukunft einer Illusion (El futuro de una ilusión), en: SFGW, op. cit., t. XIV, p. 330.
15. Freud, Das Unbehagen in der Kultur, op. cit., p. 473: "Con la supresión de la propiedad privada se despoja al instinto humano de agresión de una de sus herramientas, y ciertamente de una importante, pero no de la más." (Ibid.)
16. Freud, Neue Folgeà, loc. cit., p. 191.
17. Freud, Das Unbewussto (El subconciente), en: SFGW, t. X, p. 274.

         
Convivencias
Artículos publicados en esta serie:
(I) La democracia como proyecto (Susana Mallo, Nº 126 )
(II) Nuevas fronteras -lo público y lo privado (Gustavo De Armas Nº 127)
(III) Refeudalización de la polis (Gustavo De Armas, Nº 130)
(IV) América Latina: entre estabilidad y democracia (H.C.F. Mansilla,132)
(V) El defensor del Pueblo (Jaime Greif, Nº 133)
(VI) Crimen, violencia, inseguridad (Luis Eduardo Moras, Nº 137)
(VII) ¿"Fin" de la Historia? (Emir Sader ,Nº 139)
(VIII) Democracia y representación (Alfredo D. Vallota? Nº 140/41)
(IX) Discusión, Consenso y Tolerancia Habermas y Rawls (Jaime Rubio Angulo Nº 140/41)
(X) Irrupción ciudadana y Estado tapón (Alain Santandreu - Eduardo Gudynas Nº 142)
(XI) Moral y política (Hebert Gatto, Nº 146)
(XII) Un señor llamado Gramsci (Carlos Coutinho, Nº 148)
(XIII) La reforma constitucional (Heber Gatto, Nº 151)
(XIV) Un poder central (Christian Ferrer, Nº 158)
(XV) Antipolítica y neopopulismo en América Latina (René Antonio Mayorga, Nº 161)
(XVI) La inversión neoliberal. Marx, Weber y la ética cotidiana en tiempos de cólera (Rolando Lazarte, Nº 164/65)
(XVII) Nazismo, bolcheviquismo y ética (Heber Gatto, Nº 166)
(XVIII) Marginalidad. Frente a las ideas de pobreza y exclusión (Denis Merklen, Nº 167)
(XIX) La invención anarquista (Christian Ferrer, Nº 170)
(XX) Violencia en el espacio escolar (Nilia Viscardi, Nº 172)
(XXI) El ciudadano dividido, (Pablo Ney Ferreira, Nº 173)
(XXII) Terapeutas, ciudadanos, criminales y creyentes (Christian Ferrer, Nº 176/77)
(XXIII) Utopía y esperanza (Damián Mozzo, Nº 181)
(XXIV) Un politicidio en el siglo XX (Hebert Gatto, Nº 181)
(XXV) ¿Fahrenheit 451 para la democracia? (Joseph Vechtas, Nº 182)
(XXVI) ¿Razones para el genocidio? (Hebert Gatto, Nº 183)
(XXVII)Intelectuales y política en Uruguay (Adolfo Garcé, Nº 185)
(XXVIII) La izquierda como proyecto (José Portillo, Nº 186)
(XXIX) ¿Qué socialismo? (José Portillo, Nº 188/89)
(XXX) Economía y sistema de valores (Joseph Vechtas, Nº 192)
(XXXI)Pena de muerte (Héctor Caraballo Delgado, Nº 195)
(XXXII) Poder sobre la vida (Michel Foucault, Nº 197)
(XXXIII) Pena de Muerte El abolicionismo (Héctor Caraballo Delgado, Nº 198)
(XXXIV) La socieda civil global (Alfredo Falero, Nº 199)
(XXXV) Violencia en la familia (Arnon Bentovim, Nº 200/201)
 

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