"Tus hijos no son los míos"
Alba Busto de Rossi
Tradicionalmente, la familia nuclear está constituida por el padre, la madre y los hijos nacidos de esta unión, en la cual el padre es el sostén básico de la familia y la madre dedica la mayor parte de su tiempo a las tareas domésticas y al cuidado de los hijos, con una natural complementación de ambos cónyuges en sus respectivos ámbitos de acción: el público en el hombre y el privado en la mujer.
Este sistema, denominado en la sociología "breadwinner system" o sistema de "proveedor único del ingreso familiar", ya no funciona de este modo en nuestro país.
LOS CAMBIOS
"No es la carne
y la sangre, sino el corazón lo que nos hace padres e hijos."
F. von Schiller
Carlos Filgueira (1996) afirma que las principales transformaciones que llevaron a dicha declinación se explican en gran medida por los cambios operados en tres planos: a) demográfico, b) económico, c) sociocultural.
a) Tres procesos han tenido lugar que tuvieron consecuencias directas sobre la transformación de la estructura familiar: el incremento de la esperanza de vida, el cambio en la estructura de edades, el envejecimiento relativo de la población.
Se ha producido un incremento regular y continuo de los hogares unipersonales, integrados por personas de avanzada edad, y aumentaron las familias nucleares sin hijos, debido al crecimiento del "nido vacío". Por otra parte, como consecuencia de la mayor esperanza de vida y de los diferenciales de mortalidad entre hombres y mujeres, creció en mayor medida la familia monoparental con jefatura femenina. Un dato relevante que plantea Filgueira es que la familia nuclear tipo, compuesta por la pareja y los hijos, constituye en la actualidad poco más de una tercera parte del total de hogares.
b) Dentro de los cambios económicos, la participación creciente de la mujer en el mercado laboral se considera la causa principal del quiebre del sistema de "breadwinner", ya que no es solo un aporte secundario sino que puede ser similar al del hombre, y en otros casos superarlo. Por otra parte, en sectores sociales más pobres a veces es la mujer la única que aporta económicamente. Se produce así una ruptura de la especialización tradicional del trabajo de hombres y mujeres. Todo ello implica un cambio en las bases normativas de la familia sustentada en los sistemas valorativos prevalecientes que definieron históricamente las relaciones de autoridad, poder y legitimidad de los roles familiares de género.
c) Dentro de los cambios socioculturales, tres grandes transformaciones sociales contribuyeron a modificar los patrones normativos de la familia: la revolución sexual, la revolución de los divorcios y los movimientos por la igualdad de género.
Dentro de estos cambios me parecen interesante los datos que proporciona Wanda Cabella con relación al aumento de divorcios en Uruguay. La década de 1980 presenció una brusca inflexión en su camino de ascenso, cuya magnitud le ha valido el nombre de "la revolución de los divorcios". Entre 1990 y 1997 se produce el mismo número de divorcios que entre 1950 y 1990. Desde el punto de vista de los hijos, el divorcio se produce antes de los siete años de casados, y por ello los niños son cada vez más pequeños en el momento de la separación de sus padres. Con el divorcio quedan dos personas desunidas, pero es diferente la situación del hombre y de la mujer: 70% de las mujeres divorciadas no se vuelven a casar, quedando los hijos con la madre. De los hombres divorciados, treinta de cada cien, rápidamente se casan con mujeres más jóvenes (W. Cabella. mayo 2000).
Esta autora eñala varias tendencias:
-Hay una propensión constante al aumento de divorcios y, a su vez, ocurre una duración menor del matrimonio. Esto no es un fenómeno particular del Uruguay.
-Aumenta el número de parejas estables no unidas por matrimonio civil.
-Rezago en la edad de constituir una pareja y, como contracara, una emancipación juvenil más tardía.
-Estos cambios fueron acompañados por descensos importantes en la fecundidad desde los años 50, situación que caracteriza a Uruguay. Por otro lado, se produce aumento de la fecundidad adolescente. Es decir, hay dos tendencias diferentes a este respecto que hace que se mantenga en estos últimos años el mismo nivel de fecundidad.
-Mayor importancia de los vínculos filiatorios frente a los vínculos de alianza. Frente a la inestabilidad conyugal, las relaciones filiares entre padre e hijo están representando el vínculo durable de estabilidad afectiva (W. Cabella, octubre 2000).
Estas consideraciones no dejan de impactarnos, ya que no tenemos una clara conciencia de estos cambios, que son denominados por economistas y sociólogos como "revoluciones ocultas". Generan preguntas que son objeto de debate en la discusión actual de las ciencias sociales, diálogo fructífero que nos permite, juntos, intentar dar cuenta de los efectos de estos cambios en la familia.
EL PLANTEO
Los grandes cambios socioculturales determinan diferente lugar y función de los integrantes de la familia, modifican sus componentes, con ausencia de denominación y juridicidad para los nuevos vínculos, así como su ubicación en la sociedad. Dentro de esta gran complejidad, me interesa plantear un interrogante que se va reiterando en mi práctica con pacientes individuales y parejas: ¿Por qué en algunas situaciones los hijos nacidos en uniones anteriores de la pareja actual pueden cristalizarse como núcleo del conflicto conyugal? Cuando esto ocurre, los denomino "los hijos del cónyuge".
Dentro de una diversidad de consideraciones que iré desarrollando a lo largo del trabajo pienso que cuando el lugar del "hijo del cónyuge" queda cristalizado como núcleo del conflicto de la pareja, encarna y pone de manifiesto la dificultad, cuando no la imposibilidad, de un trabajo de duelo por lo perdido y que no podrá recuperarse y duelo por lo que no se tuvo ni se tendrá en ese vínculo. Duelos de cada uno de los integrantes de la nueva familia y especialmente de la pareja.
Creo que uno de los obstáculos para ello lo constituye el carácter ínter subjetivo del narcisismo que se pone en juego en estas situaciones. Dada la polisemia de la noción de narcisismo quiero destacar el aspecto de la dimensión ínter subjetiva del narcisismo. Freud, en "His majesty the Baby", señala que el amor de los padres por sus hijos reaviva su propio narcisismo infantil. Apoyándose en las formulaciones de Lacan en su artículo sobre el estadio del espejo y de Winnicott sobre la importancia de la mirada de la madre. Mc. Dougall plantea especialmente este aspecto de la relación con el otro. Piera Aulagnier lo hace con el concepto de contrato narcisista. H. Faimberg plantea la dimensión narcisista de la configuración edípica: el narcisismo depende siempre de otro.
En nuestro medio, Fanny Schkolnick y Javier García subrayan la importancia de la relación con el otro; para ellos no hay una separación entre narcisismo y sexualidad. "Narciso no desplazó a Edipo"; según Schkolnik, es necesario concebirlos juntos en un complejo interjuego que también da cuenta de "las relaciones entre lo intra, inter y transubjetivo". Como dice García, "es insuficiente una explicación económica y limitada a lo intrasubjetivo; si así fuera, Narciso no sería narcisista".
"LOS MíOS, LOS TUYOS Y LOS NUESTROS"
En la constitución de la familia la pareja inaugura el vínculo de alianza y a su vez la parentalidad. A partir de la separación y el divorcio, la parentalidad puede discurrir por diversos caminos. Dentro de la diversidad de situaciones de los pacientes, hay quienes no inician juntos la conyugalidad y/o la parentalidad. Para uno de los integrantes de la pareja actual, puede ser su primer matrimonio, o nacer de esa unión su primer hijo o no tener hijos con esa pareja. El otro integrante puede haber tenido matrimonios anteriores y tener hijos de esas uniones. Esta diversidad se manifiesta en la expresión popular "los tuyos y/o los míos y/o los nuestros".
Se constituyen así diversas modalidades familiares, cuya denominación fue cambiando de acuerdo con las orientaciones sociológicas, antropológicas y psicológicas que prevalecieron en diferentes épocas. Aguiar y Nusimovich (1996 a) realizan una síntesis de estos cambios. Creo que la denominación "familias ampliadas" que proponen estas autoras, para las familias constituidas por "vínculos de filiación y consanguinidad que son producto de la alianza, y por vínculos que son efecto de la alianza" (Aguiar, Nusimovich, 1996 b), cubre bastante bien esta diversidad.
De todos modos pienso que, más allá de la diversidad, en la familia se une lo biológico en tanto perpetuación de la especie y lo cultural que opera como prohibición del incesto, cuyo efecto simbólico de ley regula el deseo y sostiene el funcionamiento familiar.
Por otra parte, diferentes expresiones muestran la dificultad de nombrar los vínculos familiares que no provienen del primer matrimonio y lo hacen a través de un rodeo: "¿Tú quién sos?, no sos mi padre, sos el esposo de mi madre". Actualmente no se utiliza coloquialmente, ni en ámbitos familiares ni sociales, las expresiones "madrastra, padrastro, hijastro", salvo cuando se quiere denotar un aspecto de rechazo, antiguo resabio de los cuentos infantiles.
En estas nuevas organizaciones familiares surgen también preguntas sobre el origen y la filiación, que interrogan a su vez sobre las relaciones entre los vínculos que unen a los progenitores con su descendencia y los lazos que unen a la pareja matrimonial.
"él no es mi hijo ni pretendo que lo sea, yo soy el que siempre está ¿y el padre de él?". "No podés estar pegada permanentemente a tu hijo, te enojás porque yo pongo límites". "Sacrifiqué a mis hijos por él". "Yo para ella no tengo ningún lugar, solo están sus hijos". "Mis hijos son niños normales, mi esposo magnifica las cosas y me preocupa. De mis hijas, la mayor lo ve realmente como un hombre, se ve cautivada por él. La otra es más indiferente, el varón siente rechazo por él, es muy sensible, siente que traiciona al padre." "Nosotros no tenemos problemas de ningún tipo, nos llevamos bárbaro, el único problema que tenemos son los hijos de ella, solo estamos bien cuando se van con el padre. Tienen actitudes muy violentas. En casa y cuando salimos con ellos son una tortura, no se portan bien para nada, son mal educados. El chiquilín y el padre se mueven en ese ambiente del baby fútbol que yo rechazo." "Mi esposo hace pareja con su hijo y me excluye a mí, no tengo lugar desde que la madre del hijo se fue a otro país, antes era ella la que quedaba afuera".
Destaco en estas manifestaciones de pacientes el despliegue de la configuración edípica que, como plantea Haydée Faimberg, incluye las relaciones recíprocas entre padres e hijos: los deseos inconcientes de muerte e incestuosos del hijo con los padres y los deseos inconcientes de los padres hacia el hijo. Se producen movimientos circulares según los cuales sus integrantes quedan ubicados en el lugar de excluido, incluido o competidor (hijos, cónyuges, ex cónyuges), movilizando diferentes deseos inconcientes y sentimientos de culpa. También, la función materna y paterna y el modo y la consistencia con que se arman los bordes entre las relaciones de alianza y parentalidad
Constitución de una nueva familia
Sabemos que el proceso de constitución de una nueva familia puede ser
muy dificultoso, ya que sus integrantes pueden provenir de anteriores organizaciones familiares. Lo que antecede a la constitución de la nueva familia puede ser sentido como amenazante. De un modo muy especial los hijos nacidos en anteriores uniones de la pareja actual y el ex cónyuge pueden encarnar este peligro. El cónyuge puede quedar fuera del vínculo que establece su pareja con sus hijos, puede favorecer o no una separación de una relación dual de una madre o un padre con un hijo. Estas situaciones pueden dar cuenta de fallas en la instauración del espacio conyugal, en la cual los hijos pueden tener o no un espacio delimitado.
Por otra parte, la relación del cónyuge y el ex cónyuge con respecto a la parentalidad tiene características que son propias de cada vínculo conyugal, dándose una amplia gama de posibilidades: rivalidad y competencia, ausencia de uno y presencia de otro en la función materna o paterna, celos y vivencia de pérdida por parte del padre o de la madre y de carga y responsabilidad para el otro.
En las situaciones de monoparentalidad, el fantasma del otro genitor igualmente está presente en el hijo a través de gestos, modo de caminar, color de los ojos, determinados rasgos de personalidad, etc.
En los hijos de matrimonios anteriores de la pareja actual puede generarse "el conflicto de lealtades". Winnicott establece un aspecto de la relación polifacética entre la familia y el niño, en la cual hay diferencias entre un niño que se alejó de la madre, llegó junto al padre y volvió al punto de partida, y un niño que nunca pasó por esa experiencia. El niño necesita que no se le exija lealtad y es la familia quien debe tolerar su conducta como parte del proceso del crecimiento, sin tomarla como deslealtad. Muchas veces los hijossienten como traición a sus padres el aceptar al esposo de la madre o a la esposa del padre.
Considero, además, que el vínculo de pareja y el lugar que tienen los propios hijos en cada uno, condiciona el lugar que el nuevo cónyuge ocupa en la parentalidad. Si bien es cierto que en los casos en que la pareja inauguran juntos la parentalidad, el hijo igualmente va a acondicionar el lugar que tiene el otro en la pareja y, a su vez, el lugar que le da la pareja al hijo. Desde un punto de vista estructural, siempre el lugar de uno va a condicionar el lugar que tiene el otro, ya que la posición de un elemento redefine la posición de los otros; hay una solidaridad de los elementos. Pero en las situaciones que estoy analizando se dan simultáneamente planos diferentes, diferentes escenarios que producen una gran complejización.
En tanto se arma una nueva pareja que es heredera de una estructura familiar anterior, tiene que articularse con esta otra nueva. La modalidad de este nuevo armado va a depender de cómo es la relación del cónyuge con sus propios hijos, la relación de la pareja, cómo se ubique el otro frente al hijo de su cónyuge y el hijo frente a éste.
Duelos en la separación; constitución de segundos matrimonios
Cuando ambos o uno de los miembros de la pareja actual han tenido uniones anteriores, se enfrentan inicialmente a la pérdida del vínculo provocada por la separación, que produce una serie de consecuencias.
El criterio de realidad -a diferencia de lo que acontece cuando muere un ser querido-, impone la presencia del ex cónyuge, quien está "más presente" cuando la pareja ha tenido hijos. Esta presencia adquiere significaciones diversas sostenidas por cada vínculo.
Por otra parte, mientras en el duelo por muerte existe una malla social que sostiene, a veces la separación genera rechazo, sentimientos de lealtades o deslealtades que son formulados como "no debemos tomar partido". Circulan en el imaginario social certezas que funcionan como normativas de los vínculos. Estas convicciones se manifiestan en cuentos que terminan: "y vivieron felices para siempre", o en afirmaciones "hasta que la muerte nos separe". Estas ilusiones e ideales se ven desterradas cuando uno de los progenitores se vuelve a casar y tiene otros hijos. Otras veces subsiste la fantasía, en los hijos y en los ex cónyuges, de una futura reunión de la pareja. Estos ilusiones pueden ser reforzadas por las familias de origen de cada uno y por la sociedad.
La separación puede producir en uno de los miembros de la pareja sentimientos de abandono. Puede ser que ello ocurra por el grado de indiscriminación en el vínculo marcado por sentimientos narcisistas de indisolubilidad y completud. Ello incide en el proceso de separación y en el duelo por la pérdida que es investida de este modo. Esta dificultad puede manifestarse también cuando quedan instalados en el intercambio de reproches violentos, fuertes sentimientos de odio y rabia, que se constituyen en defensa frente al dolor psíquico insoportable vinculado al sentimiento de abandono. Es en definitiva un nexo y clara expresión de no poder separarse. En el resentimiento, el otro es el depositario de aquello que se quiere expulsar; otras veces la confrontación continúa, pero ahora en el terreno de los hijos.
Carácter intersubjetivo del narcisismo
A veces, el padre o la madre rechaza a sus hijos porque en ellos subsiste una parte del otro que querrían excluir. Por el contrario, otras veces intentan "apropiarse" de él como una parte de ellos mismos y hacer que el ex cónyuge sufra por la pérdida de los hijos como él o ella sufrió su abandono. El hijo "apropiado" queda coagulado en el lugar de lo perdurable, lo seguro, lo que no puede perderse, lo realizado que sobrevive a la separación.
Freud ha planteado que a través de los hijos -su majestad el bebé- los padres recuperan la fantasía de completud y perfección, la imagen fálica narcisista, y hacen posible sostener la fantasía parental de satisfacción de deseos y la ilusión de inmortalidad a través de la cadena generacional. Esta presencia y continuación filial ante la propia muerte se patentiza en la frase: "En un cierto momento de la vida se desea un hijo. Quizás, para morir un poco menos cuando se muere" (Fraþoise Sagan).
Por otra parte, los padres son adornados con todas las perfecciones y grandezas que caracterizan a la omnipotencia infantil: Reyes Magos, Papá Noel, etc.
El lugar que ocupa el hijo en la fantasmática de cada uno de los progenitores y en la pareja estará determinado en relación con el sistema narcisista de la madre y del padre. Falizar al hijo significa que algo de "yo ya no soy el niño maravilloso", como dice Ricardo Rodulfo, se transfiere al hijo, operación simbólica que se opera en los padres y en todo grupo familiar. Cuando este proceso simbólico no se realiza, la posibilidad de narcisizar al hijo se transforma en una tarea imposible de realizar. En estos casos sucede entonces exactamente lo opuesto: el hijo queda cristalizado en el narcisismo fálico.
"Los ideales perdidos"
Con el divorcio, "el proyecto" de hijo de la pareja parental, proyecto realizado y perfecto, se quiebra. Por otra parte, el desvalimiento y desamparo, la impotencia de los hijos queda al descubierto y caen al suelo ellos mismos junto con la imagen de poder, seguridad y refugio, tal como eran investidas las figuras parentales.
Los hijos de la pareja anterior en cierta medida son testimonios de una cierta idealidad que ha fracasado, que se ha perdido. Se intentó una alianza matrimonial, se tuvieron hijos y esa estructura ideal cayó. Se vuelven a fundar nuevas familias, pero esos hijos de alguna manera presentifican y señalan la eventualidad de la caída de una nueva alianza. Por ello a veces los hijos del cónyuge son tan fuertemente expulsados, no solo porque no son hijos propios como posición narcisista, sino que representan la pérdida de la pareja y la familia como algo muy valorado.
Con el divorcio se rompe la estabilidad que produce lo cotidiano en su dimensión temporal y espacial. Naufragan los ideales, fundamentalmente el ideal de alianza matrimonial, y los proyectos realizados de la pareja: la formación de un hogar, una familia, los hijos, la casa, logros económicos, etc. Deben afrontar en el futuro una economía separada. Se enfrentan a la pérdida de los amigos comunes de la pareja y de las familias de origen del cónyuge, así como la vida social que compartían con ellos. También la identificación familiar dada en nuestra cultura por el apellido paterno: "somos la familia Pérez", el sentimiento de pertenencia al grupo familiar. Escuchamos "se deshizo la familia", como lo hace un paciente al hablar de su ex esposa: "Ella destruyó la familia que teníamos, yo perdí a mis hijos. ¿Qué derecho tenía a hacer esto?".
El divorcio puede también sacudir los ideales de los hijos -o nietos-, hermanos y padres ûo abuelos (según a qué eslabón generacional pertenece la pareja que se separa)û de ambas familias, y también los ideales de los amigos, y los enfrenta a estas pérdidas y al duelo. Duelo que puede reeditarse cuando los progenitores vuelven a casarse.
Sintetizando, hay duelo por la disolución de la pareja conyugal que se produce en diferentes niveles: personal, de la pareja, de la familia, de las familias de origen de cada uno de los miembros de la pareja, sociales y, muchas veces, queda afectada la parentalidad. Cada uno de los diferentes duelos necesita un trabajo, trabajo mediatizado por las historias de cada uno y de la pareja, y por haber iniciado o no juntos la conyugalidad y la parentalidad. Son diferentes marcas que quedan tras la separación y que, como vimos, tienen diferentes destinos.
En el caso de los duelos del cónyuge que no tuvo hijos con una pareja anterior, él se ve enfrentado a lo que no estuvo presente, a lo no experimentado. "Los hijos del cónyuge" pueden dar cuenta de la imposibilidad de darle un lugar dentro de la pareja a algo que no pertenece a la historia en común. Esto es diferente a darle un lugar a un nuevo hijo de esa pareja; el cónyuge no puede reconocer en el hijo del otro ûsea a través de un gesto, una actitud, un hábito, o un rasgo físicoû "la marca" que podría tener su hijo.
Narcisismo de las pequeñas diferencias
Como plantea Freud, "casi toda relación afectiva íntima y prolongada entre dos personas, matrimonio, amistad, relaciones entre padres e hijos, contiene un sedimento de sentimientos de desautorización y de hostilidad, que sólo en virtud de la represión no es percibido". Se trataría del "Narcisismo de las Pequeñas Diferencias" La primera vez que Freud utiliza este concepto es en 1917, en "El tabú de la virginidad". Remitimos al trabajo de Carlos Ríos, Rogelio Rimoldi y Alfredo Job, quienes hacen un análisis de este concepto manejando diferentes esquemas referenciales (Freud, Lacan, Melanie Klein y Bion).
Este concepto freudiano intenta dilucidar lo que ocurre entre personas que tienen algo en común y mantienen entre sí relaciones íntimas y prolongadas. Estaría relacionada con la teoría freudiana del odio vinculado a los conflictos de intereses y a la preservación del narcisismo. "Se marca con la pequeña diferencia una distancia que da a entender agresivamente que la completud narcisista no se ha logrado" (Ríos 1990). En estos casos, el hijo rompe, fractura esa imagen de completud narcisista de la pareja, generando odio y rechazo.
Pero seríamos, como dice Gómez Mango (1998), "peligrosamente restrictivos si no agregáramos (que) la diferencia permite el encuentro y el amor" (...) (1998).
La polisemia del término "diferencia" incluye aspectos estrictamente descriptivos y conceptuales. En estos últimos están lo que desde el punto de vista de la lógica del concepto implica una polaridad entre dos términos: los contrarios y los contradictorios. En la lógica de las oposiciones lo diverso (dos o más términos) corresponde a las relaciones de contradictorios, mientras que lo diferente (sólo dos términos) la relación es entre contrarios. La diferencia se distingue de la diversidad, pues en ésta se hace explícita la pluralidad de la diferencia.
Daniel Gil estudia este tema desde hace años y varios de sus trabajos informan de la profundización de sus ideas. Este autor, nutriéndose de otras disciplinas, fundamentalmente de la antropología y la filosofía, toma aportes de Laplanche y Lacan. Sostiene: "La diferencia es un elemento organizativo básico de lo humano y de la cultura en general, pero debe verse como un aspecto desde el cual se despliega lo diverso" (Gil 2000).
Distingue un nivel simbólico y otro imaginario que se dan entrelazados, factores que denotan la complejidad. La formalización lógica de la diferencia es simbólica; cuando se despliega en el plano imaginario, representacional, surge el carácter de exclusión, de categorías dicotómicas, que además de hacerse exclusivamente, como dice Daniel Gil, "en términos contrarios, implica un criterio evolutivo y normativo". De este modo lo que puede aparecer como criterios clasificatorios objetivos, ya son criterios discriminativos que califican peyorativamente provocando rechazo y exclusión (mejor-peor, superior-inferior, incluido-excluido, bueno-malo, etc.). Es decir, cuando lo simbólico empieza a operar ejerce violencia, no es neutro, porque de alguna manera es capturado en el plano imaginario, por las ideologías. No puede ser de otro modo, pero importa establecer esta distinción entre ambos.
El otro como ajeno, el ajeno del otro
El ajeno es constitutivo de todo vínculo, define al otro como tal siendo un aspecto del reconocimiento del otro. Hay varias modalidades de relacionarme con el ajeno del otro: puede ser tolerado, rechazado o desmentido. Las dos modalidades de rechazo serían: hacerlo totalmente semejante a mí o excluirlo. Muchas veces los reproches se erigen como defensa más radical contra lo ajeno porque se considera que en su lugar debe existir la semejanza más absoluta y completa. Estos reproches toman a veces un carácter paranoico que despliega gran hostilidad. El destino depende del vínculo.
El otro es otro semejante a mí, marcado a su vez con diferencias que son estructurantes (diferencias de sexos, generacionales y yo- no yo) y ajeno a mí.
La "diferencia" puede ser ubicada en el lugar de lo ajeno que etimológicamente proviene del latín alienus, derivado de alius "Otro". Ajeno significa perteneciente a otro, extraño, impropio, el hecho de estar uno desapegado de una cosa o no tener conocimiento de ella. Agregamos que en el S. XIII derivaba de enajenar; enajenación; alienado; alienista. "Otro" a su vez deriva del latín alter, era, erum. Etimológicamente "el otro entre dos".
"Otro" incluye, como dijimos, lo semejante, lo diferente y lo ajeno a mí. Incluye el Alter y el Alius, que tienen matices diferentes. Alius tiene el aspecto de lo desconocido, inquietante, extraño (en cada uno de nosotros hay un aspecto de desconocimiento, inquietante, ajeno, que es el propio inconciente). Cuando el otro representa solo "alienus" se pierde lo semejante y la diferencia estructurante yo-no yo, marcando de este modo la diferencia como irreconciliable, significada como enemigo, extraño y extranjero (alienígeno). Marcelo Viñar (1998) destaca este aspecto de lo ajeno como raíz del rechazo al extranjero.
En la situación que he denominado "los hijos del cónyuge" la diferencia estaría en el nivel de los contrarios, "no abriéndose la posibilidad del reconocimiento de la diversidad, que es el de la posibilidad de reconocimiento del otro y de lo otro (alteridad)". (D. Gil 2000). Sería um-heimlich lo extranjero, inquietante, siniestro (en alemán Heim es la raíz que alude al hogar y a la patria). Heimlich es lo propio, lo que se ama como tal. El hijo que no es propio puede ser investido como lo familiar, que puede ser adoptado, pero hay momentos y situaciones en que ocupa justamente el lugar de lo extraño, lo extranjero, lo ajeno.
FINALMENTE
Podríamos decir que "el hijo del cónyuge" es aquel que es alojado únicamente en el lugar de lo ajeno pero que se cree que no debería serlo, y por lo tanto no es aceptado. Representa eso que se instala en el vínculo, que no es tolerado y funciona como lo que los cónyuges se imponen mutuamente. El cónyuge progenitor "impone la presencia de sus hijos" y el otro "impone que no deberían estar", generando dos modalidades de exclusión: quedan excluidos los hijos o queda excluido el cónyuge. Inicialmente la pareja intenta nuevos acuerdos, según los cuales tratan de aceptar lo que es ajeno, acuerdos que luego no pueden ser sostenidos. La práctica nos muestra la importancia de la posibilidad de establecer nuevos acuerdos que es necesario reformular y que contribuyen a constituir esa nueva estructura familiar.
Como hipótesis tentativa para analizar estas situaciones, planteo el lugar que adquiere el narcisismo de las pequeñas diferencias, donde el carácter intersubjetivo del narcisismo (madre, padre, cónyuge e hijos), así como la pérdida de los ideales, dificultan el trabajo de duelo a que ellos deben enfrentarse para poder construir un nuevo funcionamiento familiar. Si ello es posible, permite transformaciones, dando lugar a lo nuevo, produce enriquecimiento personal y familiar.
Referencias :AGUIAR, E., NUSIMOVICH, M. "Implicancias ling³ísticas e ideológicas en los últimos 50 años en las investigaciones sobre los segundos matrimonios y sus familias ampliadas". (1996 a) En: Publicación del XII Congreso Latinoamericano de Psicoterapia Analítica de Grupo. Buenos Aires, Argentina. AGUIAR, E., NUSIMOVICH, M. "Separación matrimonial y segundos matrimonios." (1996 b) En: LA PAREJA. Encuentros, desencuentros, reencuentros. Pág. 229. Paidós. BERENSTEIN, I. En el Grupo Teórico-Clínico de Familia del Laboratorio de Pareja y Familia de APU. 1999. CASAS, M. "Función paterna en la familia en este fin de milenio". RUP nº 79/80. 1994 CABELLA, W. Ponencia en el Taller "Cambios en la familia desde la Interdisciplina". XIII Congreso de Flapag. Montevideo, octubre 2000. FAIMBERG, H. "La dimensión narcisista de la configuración edípica". Rev. de psicoanálisis y Boletín de la API. Edit. por APA. 38º Congreso de API. Amsterdam. 1993. T. L, Nº 4/5. FILGUEIRA, C. "Sobre revoluciones ocultas: la familia en el Uruguay". Comisión Económica para América Latina y el Caribe. (CEPAL) 1996. FREUD, S. "Introducción al narcisismo". 1913. Ed. Amorrortu. O.C; T. XIV. GARCIA, J. "El narcisismo en las neurosis". 1993. Pág. 299. En: Publicación de las VIII Jornadas Científicas. APU. GIL, D. "La castración. Reconocimiento. Desmentida-Deseo". 1983. GIL, D. "La familia. Una aproximación genealógica en este fin de milenio". RUP Nº 79/80. 1994. GIL, D.; GËMEZ MANGO, E.; HASSOUN.; FELICITAS LENT, C.; SCAZZOCHIO, C.; VIÐAR, M. (Compilador); ZYGGOURIS, R. "¿Semejante o Enemigo? Entre la tolerancia y la exclusión. Ed. Trilce, 1998 GIL, D. "La anatomía, ¿es el destino?. Primera versión AUPCV. 1998. Segunda versión APU. noviembre 2000. KANCYPER, L. "Narcisismo, resentimiento y temporalidad en la relación entre padres e hijos". Revista Asociación Argentina de Psicoterapia para Graduados. Nº 15, 1988. RIOS, C., RIMOLDI, R., JOB, A. "Narcisismo de las pequeñas diferencias". Pág. 166. Rev. de psicoanálisis. Vol. XII. Nº 1, 1990. RODULFO, R. "El niño y el significante". Pág. 98. Paidós. 1989. SCHKOLNIK, F. ¿Narciso desplazó a Edipo? Pág. 322. En: Publicación de las VIII Jornadas Científicas. APU. 1993. WINNICOTT, D. "El niño en el grupo familiar". Pág. 159. Conferencia pronunciada en el Congreso de la Asociación de Jardines de Infantes sobre Adelantos en la Educación Primaria. En: El hogar, nuestro punto de partida. Ensayo de un psicoanalista. Paidós. 1996. |
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