Serie: Orbe Freudiano (IX)

Fuentes de lo humano: naturaleza y sociedad

Contribuciones del psicoanálisis actual

 

Víctor Raggio

 

La naturaleza misma de las ciencias del hombre promueve su vulnerabilidad frente a ancestrales sistemas de creencias, ideas y suposiciones que infiltran y contaminan sus cuerpos teóricos. En rigor, pues, es inexorable que tal eventualidad lesione y reste efectividad a sus dispositivos estratégicos y técnicos. No obstante, no pretendemos que las ciencias naturales operen libres de "pecado", si bien su estructura y metodología les permiten ser menos proclives a tropiezos y desvíos ideológicos.

Dado que nuestro aporte de hoy se centra en el psicoanálisis las acechanzas se ven incrementadas; por necesidad, la mentada ciencia nos sumerge con mayor vigor en las insondables profundidades de nuestro ser. Digamos desde un principio que en el marco de nuestra disciplina se aprecia un considerable espectro de opciones teóricas. En tal contexto, se puede delimitar la presencia de ciertas concepciones que, instaladas en una atmósfera ausente de toda crítica, propenden a eternizar "verdades" inmutables bajo la apariencia de axiomas, dogmas y creencias, los cuales, en ciertos casos, desdibujan una elemental rigurosidad científica.

Hoy día la mayoría de los analistas centran sus desvelos en propender al desarrollo teórico-técnico de las diferentes psicoterapias psicoanalíticas que, dicho sea de paso, proporcionan en la actualidad un amplísimo espectro de posibilidades que cubren la mayoría de las necesidades psicoterapéuticas; paradógicamente, peculiares minorías analíticas dan a luz abstractas conceptualizaciones catalogadas por ellos mismos como "innovadoras". Las pretendidas innovaciones mantienen ciertos dogmas y creencias, a la vez que crean otros, tales como su negativa al diálogo con las demás ciencias, con lo que ostentan un peligroso rasgo de autosuficiencia narcisista; exhiben, además, una marcada tendencia individualista y subjetivista, rayanas en el autismo solipsista. A mayor abundamiento, se destacan por su afección a sumergirse en frágiles elucubraciones impregnadas de deslices escépticos, nihilistas y relativistas.

Desde el punto de vista teórico-técnico "el psicoanálisis", a su entender, excluye cualquier otro evento que no refiera a "la relación bipersonal", parapetándose en lo "único", "inefable" e "irrepetible" de la misma. Por este conducto, ocluyen la posibilidad de generalizaciones teóricas en el marco de un trabajo compartido, despreciando la interacción dialéctica entre teoría y práctica clínica, así como el papel de esta última como criterio insustituible de validación científica. La intención de este trabajo se inspira en una visión totalmente opuesta: nuestra meta consiste en establecer conexiones y nexos imprescindibles, especialmente con una concepción epistemológica científica basada en el materialismo filosófico moderno, aspirando a la obtención de instrumentos efectivos que nos permitan discriminar lo verdadero de lo falso o perimido, y nos alientan a propiciar nuevos desarrollos para consolidar, en mayor medida, los fundamentos de la recién centenaria ciencia inaugurada por Freud.

Iniciamos esta atractiva aventura con una demanda que obra como insoslayable punto de partida epistemológico y que sustente cualquier disquisición en torno a las ciencias humanas: se trata del requerimiento de basar nuestras posturas en una concepción del hombre proveniente de sólidos y demostrables principios científicos. En relación con este tópico hay personas que confunden la seudo-complejidad de los discursos abtrusos y entelequiales con la real y profunda complejidad del auténtico discurso de la ciencia.

De los orígenes y fundamentos

Si bien hoy por hoy resulta imposible negarlo, nuestro punto de partida es reconocer que la actividad psíquica del ser humano es producto de un órgano material: el cerebro. Este último conforma la manifestación más elevada y compleja del desarrollo de la materia, en otros términos, la materia en su forma altamente organizada.

Naturalmente, este desarrollo no resulta de la casualidad ni de la arbitrariedad: los primates, privados de su vida arbórea al modificarse la superficie terrestre, adoptan la posición bípeda; por lo demás, su nucleamiento en grupos para subsistir se hace más estrecho y estable. No es ocioso recordar que estos cambios acontecen en continua interacción con las modificaciones genéticas promovidas al compás de la selección natural: los homínidos se hacen presentes en el planeta.

En el transcurso de decenas y decenas de siglos, los ancestros del hombre comienzan a manufacturar sus instrumentos de trabajo. En el marco de esta actividad manual, impuesta por sus condiciones materiales de vida, tiene lugar un progresivo desarrollo del cerebro. La grupalidad les permite compartir sus logros con los demás, su inteligencia crece con ímpetu: el trabajo colectivo y la incipiente transformación de la naturaleza complejizan sus vínculos, los cuales implican un creciente uso de símbolos lingüísticos, hecho que incrementa sin pausa su capacidad de pensar y el concomitante desarrollo del cerebro.

En el plano de las relaciones se consolida la solidaridad grupal y los impulsos amorosos. Se hace patente que la regulación biológica cede primacía a factores determinantes de índole social. En la medida en que nos socializamos nos individuamos. Advenimos a la historia, nace el Homo sapiens: somos naturaleza que piensa.

Luego de esta breve incursión filogenética, sumerjámonos en la ontogénesis.

Todo ser humano nace, pues, con un rico patrimonio biológico. A pesar de ello el cerebro no posee en sí mismo, en su estructura, las funciones psicológicas humanas; consiste, en cambio, en el soporte material que comprende una inmensa constelación de potencialidades.

En el momento actual ha culminado exitosamente la secuenciación de largos fragmentos de ADN y la consecuente tipificación de la totalidad de los genes humanos. Este descubrimiento, de acuerdo con las advertencias de numerosos científicos, puede precipitarnos en reduccionismos y simplificaciones: la biología, como toda disciplina científica, deberá ser una ciencia de los sistemas complejos; a la vez, estamos convencidos de que el sistema existente más complejo es el psiquismo humano; consideramos perentorio evitar rigurosamente las propias tendencias reduccionistas y simplificantes. Por tal razón, es imprescindible tener presente que el maravilloso motor que representa nuestro cerebro sólo adquirirá su dinámica al influjo de factores que trascienden el acontecer biológico.

La última afirmación nos conduce a retomar lo explicitado hace instantes: al igual que lo observado en el desarrollo filogenético, en la esfera ontogenética, la emergencia de lo humano se produce por la internalización de los múltiples factores histórico-sociales que proporcionan los vínculosque nos acompañan desde el comienzo de nuestra vida. En consecuencia, somos seres naturales-sociales. El núcleo esencial de nuestro ser se conforma con aquello que aporta el contexto socio-histórico: nuestras relaciones sociales en general y biográficas en particular. Destacamos al pasar el contraste con la conceptualización idealista, que considera el psiquismo como una misteriosa secreción inherente a la individualidad.

Como resultante de lo hasta aquí expresado, observamos el derrumbe de antiguos mitos, básicamente el del "hombre aislado" y el de "familia aislada"; con ellos también se esfuma aquel entrañable mito de "Tarzán de los monos" que nos acompañó durante nuestra infancia. Es fácil comprender que nuestro héroe, careciendo del entorno social humano, imposibilitado de adquirir ningún elemento psicológico de la misma procedencia, en especial el lenguaje, nunca habría podido ser otra cosa que un mono.

En otro orden de cosas, es pertinente dejar a un lado todo esquema fijista: la historia y la sociedad se hallan en perpetuo cambio y mutación; por ende, el psiquismo "normal" y el "patológico" se definen también por su movimiento, desarrollo y transformaciones. Suponer la existencia de elementos subjetivos eternos e inmutables, y por tanto a-sociales y a-históricos, es un resabio regresivo soldado a obsoletas tradiciones filosóficas.

El psicoanálisis en la mira

Nuestro énfasis está dirigido antes que nada a destacar que las peripecias de la teoría, la investigación y la praxis clínica se encuentran impregnadas del tema filosófico que inspira este escrito: los conflictos y equívocos que hacen eclosión en el campo del psicoanálisis a raíz de nuestro peculiar origen natural-social. Lorenzer define las contradicciones de Freud -quien sin duda fue el primero en sufrirlas- expresando que el fundador del psicoanálisis "no problematizó esa dualidad de estratos de la teoría psicoanalítica, ni la doble pertenencia de su objeto (el ser humano, nota del autor) a la "naturaleza" y a la "cultura", sino que procuró alcanzar una explicación simple, no dialéctica, de la coexistencia a-histórica de categorías pertenecientes a la ciencia natural y a las ciencias sociales".

Esto explica que Freud permitiera la convivencia del esquema fisicalista-biologista-energetista, con afirmaciones del tenor de que "la psicología es desde un principio psicología social", otorgando crucial importancia a la biografía del sujeto. Es penoso observar cómo en distintos lugares del mundo ciertas comunidades psicoanalíticas cultivan esta disociativa contradicción, que infiltra y desvirtúa posturas clínicas y terapéuticas. Otro error no menos disociante es la actitud extremista que intenta ubicar al psicoanálisis sea en el ámbito de las ciencias sociales o, por lo contrario, en la esfera de lo natural.

Es ineludible convenir que el único camino que respeta la complejidad de nuestro origen es aquel que toma en cuenta la dialéctica que Lorenzer reclamaba: estudiar los fenómenos humanos como la resultante de las infinitas interacciones de los factores provenientes de nuestra doble pertenencia, iluminando ese estudio con las vicisitudes del devenir histórico.

Por lo demás, el ocaso de la dicotomía o disociación referida reafirma, al decir de Bleger, "que no existen dos psicologías -individual y social- porque todos los fenómenos humanos son, indefectiblemente, también sociales y porque, el ser humano, es un ser social". En conclusión, los fenómenos mentados poseen en su totalidad el carácter de bio-psico-sociales.

Observemos ahora cómo axiomas, dogmas y creencias obnubilan nuestro entendimiento y remiten a concepciones metafísicas del ser humano.

De las creencias y los dogmas

Uno de los grandes psicoanalistas que se refieren a este tema es D. Winnicott, autor que jamás tuvo pelos en la lengua; en efecto, tildaba a ciertos principios o dogmas psicoanalíticos no solo de creencias sino de "supersticiones". Digamos desde ya que entre los grandes iconoclastas de nuestra ciencia, además de Winnicott, figuran Fairbairn, Balint, Pichon-Rivière, Bleger, Bowlby y muchos otros de diferentes escuelas y distintas partes del orbe.

No haremos hincapié en creencias que hoy por hoy muy pocos sostienen, tal como la existencia de presuntas "fantasías originarias"; en cambio, subrayamos la persistencia de otras como "libido" y "pulsiones": la primera combustible energético cuantificable, la segunda motor del psiquismo. Tales "mitos" (llamados así por Freud en alguna oportunidad) jamás han sido demostrados a pesar de los alucinantes progresos de la biología. Parece increíble que mientras se profundiza en el conocimiento de la materia, explorándose a la luz de la teoría de los quanta, como también de la relatividad einsteniana, magnitudes de 10-33 cm., persistamos porfiadamente en mantener los axiomas de referencia que, parafraseando a W. Baranger, deberían pertenecer "a la paleontología del psicoanálisis", en compañía de las "fases del desarrollo" y la teoría económica.

La introducción del concepto de "pulsión de muerte" ("instinto de muerte" para Klein) -justificado por el Segundo Principio de la Termodinámica (!) de Carnot y C. Claussius- configura un nuevo paso atrás, propendiendo a la creencia en la inexorable malignidad constitucional del ser humano; todo lo cual exacerba el ambiente "culpógeno" en que nos hallamos inmersos por obra y gracia de nuestras tradiciones judeo-cristianas.

Estas concepciones biologistas nos instan a convertir al hombre aislado en un reservorio de fantasías, donde lo socio-histórico no tiene injerencia alguna. Por este conducto regresamos a la Edad Media del psicoanálisis, precipitándonos en el despeñadero del idealismo filosófico y del reduccionismo simplificante.

De sucumbir a este mito es menester aceptar que las pulsiones determinan buena parte de las relaciones objetales y sociales, desarraigándonos del contexto que nos circunda. Quedaría, pues, descalificado aquello que significó un enorme progreso dentro del psicoanálisis: arribar a la certeza de que no son las pulsiones las que modelan la biografía del individuo, sino que es esta la que signa las características de los impulsos. Este proceso es condicionado en definitiva por circunstancias objetivas, acontecidas en el seno de un grupo familiar, producto a su vez de una sociedad específica en un marco histórico determinado. Las gratificaciones proporcionadas en lo vincular promoverán impulsos afectivos, en tanto que las frustraciones, muchas veces crueles, invocarán la destructividad, el odio y la envidia.

Estos últimos conceptos son plenamente demostrables; en cambio, los dogmas, axiomas y creencias pretenden proclamar "verdades" que sustituyen mágicamente la labor científica destinada al hallazgo de las verdaderas explicaciones.

Rescatando realidad y fantasía

Los planteamientos que han aflorado en este trabajo muestran de manera diáfana el respeto y consideración que nos merece la realidad. A nuestro juicio es prioritario reconocer que la realidad psíquica, o sea nuestro mundo interno, manifestado a través de infinitas fantasías inconcientes no proviene de una misteriosa autogeneración individual, sino que, al decir de Pichon-Rivière, "es la crónica interna de la realidad".

Es imprescindible desplegar, aunque sea de modo sucinto, las múltiples facetas que implica la condensada introducción de este punto. En primer término, al referirnos a la "realidad", siento que queda claro que ella abarca todo lo que nos rodea; mas, como psicoanalistas, privilegiamos lo vincular. En segundo término, un nuevo dogma resulta demolido: la dicotomía, la escisión mundo externo-mundo interno, resultando el último expresión del primero, más allá de que el resultado emerja a través de insólitas distorsiones. En tercer término, las distorsiones aludidas no nos sorprenden, puesto que se asientan en arcaicas experiencias reales, procesadas por un sistema nervioso notoriamente inmaduro. Es así que adjudicamos importancia medular a las vicisitudes de los vínculos tempranos, y por esta razón no nos veremos impelidos a imaginar construcciones entelequiales para dar cuenta de los aspectos crípticos de nuestro mundo de fantasía. Pecaríamos de injustos si omitiéramos mencionar que fueron los estudios e investigaciones de Melanie Klein -fundadora del psicoanálisis moderno- los que nos permitieron reconocer la magnitud e importancia de las experiencias tempranas, integrándolas como imprescindibles recursos teórico-técnicos del psicoanálisis.

Las tres premisas recién explicitadas permiten representarnos lo inconciente como una pléyade interactiva de fantasías siempre activas, inspiradas en relaciones de objeto provenientes de diversas etapas del desarrollo. Es imprescindible, pues, concebir el mundo interno y el psiquismo todo como un sistema abierto (Pichon), pasible de ser modificado por nuevas experiencias y en continuo intercambio con el ambiente que lo rodea. Por consiguiente, nuestro quehacer se nutre de la realidad: analizamos vivencias y padecimientos de seres reales expresados a trvés de vínculos reales, incluyendo la relación analítica. Esta última -en contraste con la postura clásica- debe estimular el calor humano, condición indispensable para el cambio psíquico.

Aprovechando la referencia al "psicoanálisis clásico", mundointernista y restringido al sujeto aislado, estamos convencidos -y la práctica, como criterio de verdad, lo corrobora- que la perspectiva teórica que estamos exponiendo profundiza y extiende impetuosamente los alcances de nuestra ciencia, permitiéndonos el acceso a una cautivante complejidad. La misma nos resultaría vedada, de permanecer amarrados a las herramientas conceptuales de la "ortodoxia" psicoanalítica. Por lo demás, esta última, aferrada a la perpetuidad e inmovilidad, cultivadas por bíblicas lecturas freudianas -diría yo antifreudianas-, no nos permite, como señala acertadamente Bowlby, un pleno acceso a los medios académicos, tal como la ciencia de lo inconciente merece.

Deconstrucción de otras claudicaciones metafísicas

Hace cuatro décadas, Pichon-Rivière emitió su teoría de las "áreas de la Conducta". Usaremos indistintamente "áreas de la conducta" o "áreas de los fenómenos psíquicos".

El autor parte de un postulado esencial: el ser humano es un todo. Antes que nada, como ya lo expresáramos, es un ente bio-psico-social; por otra parte, su psiquismo puede manifestarse a través de fenómenos mentales, corporales o en la esfera del mundo externo: la mente es el área 1, el cuerpo la 2 y a la realidad externa la nominamos 3. No obstante es imperioso aclarar que dichas áreas no refieren a estos elementos en concreto, sino que consisten en la representación que de cada uno de ellos alberga nuestro mundo interno. Por ende, resultan habitáculo de infinitas fantasías inconcientes.

Cabe agregar que las conductas o fenómenos psíquicos pueden manifestarse en cualquiera de las tres áreas, en dos, en las tres o alternándose caprichosamente. Citando un ejemplo, si estoy deprimido, exhibo a nivel mental desánimo o tristeza, en el cuerpo astenia o trastornos psicosomáticos, en el mundo externo actitudes pesimistas, escasa disposición al trabajo o a cualquier actividad que en otro momento fue placentera. Obviamente estos síntomas pueden coexistir o producirse fenómenos específicos de una sola área.

Esta teoría tiene, entre otros, dos efectos relevantes. Uno en el campo teórico: se concreta la erradicación definitiva de la dicotomía mente-cuerpo (antes alma-cuerpo). Concomitantemente la mente deja de constituir un "reservorio" de presuntos contenidos que luego promueven efectos corporales o acciones; a ello debemos agregar el ocaso del privilegio que se concedía a lo mental en detrimento de los demás factores. El acontecer psíquico implica, pues, fenómenos en las tres áreas que en última instancia son aspectos de una sola cosa, indisociable, propia de la vida, del existir humano.

Aludamos brevemente a otro elemento mitológico que urge eliminar de nuestras teorizaciones: nos referimos al "aparato psíquico" como entidad extensa en el espacio y capaz de procesar diversas cantidades de energía. ¿Existirá algún analista acorde con que este modelo, por tanto construcción abstracta y provisoria, describe una "cosa" real y tangible?

Introduzcámonos ahora en el análisis de otra entelequial supervivencia: se trata, ni más ni menos que de nuestro principal objeto de conocimiento, lo inconciente, transmutado por medio del lenguaje en un nuevo existente mítico: "el inconciente". Por esta simple maniobra nos hallamos encadenados a un nuevo contenido sustancial, a una estructura real, material. "El" inconciente sería una "cosa", una "caja negra" en nuestro cerebro que avisaría cuenta de su existencia a través de síntomas y formaciones diversas. Por añadidura, el propio Freud declara, capturado por la tradición positivista, que esta "cosa en sí" es inaccesible e incognoscible, resultando aprisionado una vez más por reminiscencias animistas.

Existe otra faceta que agrava aun más los tropiezos de nuestra ciencia. El maestro, en "Inhibición, síntoma y angustia" deja bien claro el panorama: "Pero por otra parte, el yo es idéntico al ello, no es separable del ello, no es más que un sector del ello diferenciado en particular. Si conceptualmente contraponemos ese fragmento al todo, o si se ha producido una bipartición entre ambos, se nos hará manifiesta la endeblez del yo. Pero si el yo aparece ligado con el ello, no es separable del ello, entonces muestra su fortaleza".

A renglón seguido aclara que las "biparticiones" se establecen como fruto de los conflictos patógenos; agregaría yo que otro elemento disociante sería tomar al pie de la letra las descripciones esquemáticas que utilizamos en nuestra labor docente, muchas veces sin el complemento de las necesarias aclaraciones.

A mayor abundamiento, existen propuestas teóricas aún vigentes que ubican lo inconciente en el triste papel de acuciarnos y hostigarnos eternamente, algo así como un tormento interior por nuestros pecados. Amén de mística y diabólica, esta visión puede definirse como pre-freudiana: se basa en la "spaltung" que escinde conciencia e inconciencia, operando además con categorías fijas que invalidan la dialéctica que nutre ambos aspectos de nuestro psiquismo. Como si no fuera suficiente destituyen al yo, dejándonos a merced de "el inconciente" indiscernible e incognoscible. De hecho, resulta conculcada la propia esencia del hombre, inconcebible sin la perenne y rica interacción de lo conciente y lo inconciente.

Aportes al estudio de la construcción del mundo interno

Sigmund Freud, al formular su concepción de "pulsión de muerte", fue el primero en destituir la sexualidad como eje de la teoría psicoanalítica. A pesar de ello, seres más papistas que el Papa persisten en la defensa de la primacía de lo sexual, constituyéndose en defensores de un dogma o axioma difícil de mantener a esta altura de los acontecimientos. Antes de finalizar este punto precisaremos, según nuestro punto de vista, el lugar de la sexualidad.

Efectuemos a renglón seguido la enumeración, acompañada de un escueto comentario, de los factores que en complejísima interacción producen nuestra subjetividad. Los mismos muestran con diáfana frescura la sutil interacción de lo biológico y lo social en la configuración del sujeto, tanto como la incuestionable primacía del segundo factor.

Apego.- J. Bowlby define el apego como "la tendencia a establecer lazos emocionales con individuos determinados, siendo este un comportamiento básico de la naturaleza humana". Por otra parte es muy claro al afirmar: "Dentro del marco del apego los lazos emocionales íntimos no se consideran subordinados ni derivados del alimento ni del sexo" (...) "Aunque los alimentos y el sexo en ocasiones desempeñan un papel importante en las relaciones de apego, la relación existe por derecho propio y tiene una función propia y clave para la supervivencia, es decir de protección".

Bowlby extrae estas conclusiones de sus observaciones clínicas, de sus investigaciones, de sus estudios etológicos. Las conductas de apego se enraízan profundamente en lo biológico y se manifiestan con mayor riqueza al ascender en la escala zoológica. Arribamos, por ende, a un punto crucial de nuestro tema; el hombre como ser social dota al apego de infinita plenitud, adquiriendo, por contrapartida, mayor dramaticidad toda perturbación o fracaso. Sin embargo, estas eventualidades no son patrimonio humano: se ha observado en ciertos roedores la diferencia entre crías de "buenas" y "malas" madres; estas últimas exhiben conductas impropias de los patrones normales. Completadas estas observaciones con estudios imagenológicos, se comprobaron en los roedores menos afortunados notoria precariedad y defectos en el desarrollo de determinadas estructuras cerebrales. Es pertinente suponer que en el hombre ocurran fenómenos similares.

La faz técnica, con relación al apego, es sin duda un punto nodal. Dejemos que Bowlby lo resuma en pocas palabras: "El papel del terapeuta ha sido relacionado con el de una madre que proporciona a su hijo una base segura" (...) "Es un papel muy similar al descrito por Winnicott como sostén (holding) y por Bion como contención".

No insistiremos en este tema ni en nuestro pleno acuerdo con quienes conciben la tarea analítica como correlativa, isomórfica con la de los cuidados maternos; en efecto, hemos escrito mucho al respecto en nuestros libros de técnica psicoanalítica, y existe, además, profuso material al respecto.

Separación, autonomía, individuación- Este tema, al igual que el anterior, ha sido privilegiado en todos nuestros escritos. Por otra parte es factible observar en el reino animal, como acontece con el apego, las diferentes conductas tendientes a promover la individuación de los nuevos especímenes. La experiencia nos muestra de manera inequívoca que la dialéctica contacto-separación, alentada mediante el respeto de los padres por la creciente autonomía del hijo, es decisiva para alimentar el proceso de individuación e identificación.

He observado, además, que la falla del mentado proceso es siempre concomitante a graves carencias de sano apego. Este defecto ambiental es la fuente principal de odio e impulsos tanáticos. Todo lo que se construya sobre la base del fracaso de ambos elementos exhibirá dramáticas alternativas patológicas.

No queremos pasar por alto mínimas pero necesarias referencias técnicas. La dinámica separación-contacto en el curso de los tratamientos psicoanalíticos es factor esencial y debe procederse sistemáticamente a su análisis. Nuevamente aparece ante nosotros el isomorfismo entre nuestra tarea y la de los padres. Pichon-Rivière lo resume brillantemente: "el psicoanálisis es un aprendizaje para la separación".

Agresión.- Su importancia, como vimos, fue señalada por Freud al introducir la hipotética pulsión de muerte. Klein demuestra ampliamente el protagonismo de lo agresivo, destacando la acción del odio, la destructividad y la envidia. Mencionamos poco antes que estos descubrimientos, vinculados al estudio de ansiedades primarias, revolucionan y desarrollan múltiples aspectos teórico-técnicos varios años antes de la muerte de Freud y luego de ella.

También se hace cierto que "nadie enferma por amor sino por odio"; por lo demás, a raíz de lo discutido en puntos previos, queda claro que el origen de la agresión no debe atribuirse a "maldades constitucionales" sino a fallas ambientales, ellas sí pasibles de demostración práctica.

Conductas alimentarias.- Bowlby insiste -y poseemos casos clínicos demostrativos- en que determinadas conductas alimentarias por parte de quienes cuidan al bebé son fuente de patología sin que medie en las mismas ningún factor atribuible a la sexualidad.

El macro contexto.- Definido el hombre como "ser social" y plasmando su esencia en el contexto que lo circunda, es ineludible reconocer que nuestra patología es una resultante de la compleja interacción de familia, grupos e instituciones de pertenencia; en rigor, del conjunto de la sociedad en sus multifacéticas manifestaciones: el ámbito social modela al ser humano a través de sus relaciones materiales en la esfera productiva, como también al influjo de los sutiles efectos subjetivos emanados de una contundente maquinaria de producción de ideas, de ideología.

Nuestras reflexiones girarán en torno al tema nodal de cómo se conforman sectores esenciales de la subjetividad y qué lugar ocupa el psicoanálisis en su estudio e investigación.

Recién mencionábamos la ideología: entendemos por tal una compleja trama de representaciones que conforman un sistema de concepciones e ideas, una peculiar e imaginaria forma de ver las cosas, interpretar los hechos y actuar en la realidad que nos rodea.

Cada momento histórico, cada época, exhibe una estructura ideológica dominante que, de acuerdo con lo descubierto por Marx y Engels hace ya siglo y medio, responde en general a las ideas de la clase dominante, poseedora de los medios de producción material y de aquellos que producen ideas.

La ideología dominante cincela nuestras concepciones filosóficas, religiosas, éticas, jurídicas, estéticas y científicas. También lo hace con nuestros vínculos, incluyendo los laborales, familiares, de género, educacionales y analíticos. Configura inexorablemente nuestra relación con el poder, con el dinero, con la locura; impregna nuestra perspectiva de la sexualidad, del placer, de la vida.

Lo antes expresado nos permite deducir que el factor ideológico es en gran medida inconciente; sensiblemente menos, para aquellos que "fabrican" ideología con la finalidad de dominar a sus semejantes.

Como se comprenderá, la ideología es inoculada por la familia, en la escuela, mediante diversas instituciones laicas o religiosas: son portadores y distribuidores de ella gobernantes, seres poderosos, tanto civiles como militares, hombres de la televisión y muchos otros. De algo no hay duda: ingresan a nuestro mundo interior como ingredientes autoritarios, represivos y culpógenos, soldándose a figuras arcaicas de similar estirpe.

Los efectos de tan poderosa alianza no se hacen esperar: a través de este cristal opaco se juzgará "normal", "adecuado" y "necesario" todo lo instituido por quienes ejercen el poder. No aceptarlo o contradecirlo será vivenciado como ataque a los objetos primarios, acompañado de inexorables sentimientos de culpa. Se hace patente, pues, que lo inconciente es una sola cosa, de la cual lo ideológico es parte inseparable, elemento protagónico de un todo inextricablemente unido.

Es doloroso reconocer que luego del valiente intento llevado a cabo por W. Baranger (1957) y otros adelantados, en la actualidad, con relación a este tema, reina absoluto mutismo en amplios sectores del campo analítico. Esta realidad nos conduce a suponer que la falencia técnica que promueve tal omisión sustrae de la órbita del análisis a extensas áreas de inconciencia.

Al abordar las peripecias de lo ideológico hemos irrumpido en un espinoso terreno vinculado a la producción de subjetividad y, por ende, de las vicisitudes del proceso de identificación. En efecto, tales instancias productivas poseen como ingrediente decisivo el impacto ideológico: el mismo no cubre todo el proceso, pero sí participa en todas sus fases.

El tema hoy se ha tornado candente con el advenimiento de una presunta época discernible de las anteriores: la posmodernidad. Frederic Jameson la define como "la dominante cultural de la lógica del capitalismo tardío". Al hablar de la posmodernidad aludimos a un modelo construido en las complejas circunstancias actuales y cuyo intento es englobar y hallar explicaciones para una serie de fenómenos expresados en el campo cultural. Las investigaciones de Jameson le permiten opinar que el secreto y la causa de los mentados fenómenos debe buscarse en la lógica de cambios, desarrollos y crisis del capitalismo tardío; en otras palabras, su forma trasnacional, neoliberal y consumista.

La lógica aludida genera la necesidad de precipitar al individuo en una alienante neorrealidad, de cuya construcción es protagonista la imagen televisiva: espectacularidad, ocultamiento y distorsión de la realidad. Todo ello apunta al desmantelamiento y fragmentación del ser humano: seducidos, fascinados, básicamente disociados, se nos impulsa, ya inermes, a refugiarnos en brazos del consumo irrestricto y voraz.

Otro instrumento alienante en manos de los medios masivos es la difusión (sin ellos no la habría tenido) de un presunto "ideario" posmoderno impregnado de pesimismo y desencanto. Por este conducto se apunta al desmontaje intelectual de todo ser pensante: es pan de cada día escuchar lúgubres vaticinios, como el fin de las ideologías, de las utopías, de la fe en cualquier cosa racional, profiriendo, por fin, el lacónico anuncio del fin de la historia.

A mayor abundamiento, la ideología dominante alienta un malsano individualismo y, paradógicamente, nos empuja irremediablemente a la masificación. En otro plano, la familia sufre las consecuencias de la crisis económica y tiende a debilitarse: su capacidad continente se deteriora. Igual efecto produce la desaparición del "Estado de bienestar" y sus principios solidarios. Estas fallas de la función continente propenden, desafortunadamente, a temibles y profundos daños tempranos.

Debemos concluir que la subjetividad producida se encarna en seres humanos sin ideales, atormentados por la frustración y el vacío, portadores de identidades frágiles, evanescentes. Todo ello los precipita a mimetizarse en posturas hedonistas, narcisistas, preocupados por su apariencia y posesiones, no por sus valores intrínsecos.

El psicoanálisis es interpelado por esta inquietante realidad, por las "nuevas" patologías, por la droga, la violencia y por todo tipo de actuaciones auto y heterodestructivas. Para responder a estos dilemas debemos munirnos de instrumentos idóneos. Su adquisición y utilización es, como acotamos desde el principio, eje fundamental de este escrito.

El lugar de la sexualidad.- Al comienzo de este punto prometimos emitir un concepto abarcativo que deje clara nuestra postura referente a la ubicación de la sexualidad en el psicoanálisis moderno. En pocas palabras, y transcribiendo lo dicho en nuestro libro "Psicoanálisis. Teoría y Práctica...", "queremos dejar constancia -para tranquilidad de los puristas que conciben al psicoanálisis como tributario de lo sexual-edípico-, que la óptica propuesta no destituye la sexualidad, es más, el interjuego de los distintos factores transfunde riqueza y complejidad al psiquismo en general y a lo propiamente sexual en particular".

Desamos destacar que en la producción de subjetividad, de identidad, obran otros factores que en este momento y para este trabajo no configuran un punto de urgencia y que merecieran, además, un tratamiento especial. Nos referimos a grupos e instituciones cuya impronta en nuestro proceso identificatorio debe considerarse como de real magnitud. Tal hecho fue abordado por Sigmund Freud en su trabajo "Psicología de las masas y análisis del yo".

En rasgos generales, creemos haber provisto al lector de categorías suficientes como para pensar lo humano en general y el psicoanálisis en particular, enmarcados en un consecuente respeto por la complejidad: dejarnos capturar por ella, de acuerdo con Prigogine, es crucial para enfrentar los desafíos de la ciencia y del futuro.

Consideraciones adicionales sobre la complejidad

Contemplamos a diario, con la insustituible ayuda del televisor, cómo la ideología prevalente disloca sistemáticamente la coherencia de lo existente, atomizando la complejidad de todo acontecer y remitiéndonos, por ende, a una simplicidad sustentada en determinaciones lineales, mecanicistas e ignorantes de todo sentido histórico. La coherencia aludida pierde su carácter de totalidad compleja al considerar partes y momentos de cualquier suceso humano como entidades aisladas, escindidas. Por este conducto, lo económico, lo histórico-social, lo político, lo ético, lo estético, la filosofía, el arte, la ciencia, se tornan, conforme a la estrategia explicitada, en acotadas parcelas inconexas.

En el campo psicológico, los factores productores de subjetividad se comportan como entes dotados de peculiar autonomía, alimentada por el consabido a-historicismo. De hecho, recorriendo la literatura psicológica es harto frecuente hallar múltiples disociaciones y compartimentaciones entre escuelas, teorías, y también entre técnicas y estrategias investigativas. Por tal razón se suele decir que hay múltiples psicologías y psicoanálisis. Como ya hemos señalado, el universo "psi" ostenta como tarea pendiente investigar sin cortapisas la licitud de estas disociaciones, con el indispensable apoyo de una epistemología científica, materialista, inmune a cualquier desvío disociante, metafísico o especulativo. Para ello, además, es insoslayable el diálogo interdisciplinario en un ámbito de comprensión y tolerancia.

A lo largo de este escrito hemos establecido que, más allá de la porfiada compartimentación emanada de la ideología dominante, el único dispositivo apto para rescatar la cohesión perdida consiste en que la epistemología referida posea como herramienta clave el análisis histórico-crítico. En otros términos, es menester que utilice como referente la Historia real, asentada en hechos reales y vivida por hombres de carne y hueso. Sobre esta base, parece congruente suponer que cualquiera de los factores considerados como productores de subjetividad solo pueden entenderse en su compleja e infinita interacción con los demás. Tal concatenación de hechos muestra de manera transparente el protagonismo del macrocontexto, de la matriz histórico-social, motivo de silencio para aquellos que temen el levantamiento de las disociaciones y con él la desaparición de la ceguera que lo escindido impone.

La referida interactuación de factores evoca contradicciones diversas, superándose a la vez que generando renovadas e innumerables contradicciones, conflictos, antagonismos y complementaciones, creando lo nuevo, el cambio, el orden y el desorden, continuidades, discontinuidades; en fin, transformaciones y desarrollos. Se perfila, en rigor, una nueva cualidad que distinguirá nuestro basamento epistemológico: la adquisición de conocimientos solamente podrá consolidarse conducida por el pensamiento y la lógica dialécticos.

Parece natural, de acuerdo, a lo expresado, que sectores del psicoanálisis, y probablemente de toda ciencia social, se enfrenten al dilema de parapetarse tras modelos reduccionistas y simplificantes o vérselas decididamente con los torbellinos e incertidumbres inmanentes a la complejidad.

Referencias

Baranger, W. y M. - Problemas del campo psicoanalítico. Ed. Kargieman. Bs. As. 1971.

Baranger, W. - Posición y objeto en la obra de Melanie Klein. Ed. Kargieman. Bs. As. 1971.

Bleger, J. - Psicología de la conducta. CEDAL. Bs. As. 1969.

Bowlby, J. - Una base segura. Ed. Paidós. Bs. As. 1974.

Freud, S. - Obras completas. Amorrortu Ed. Bs. As. 1981.

Galende, E. - De un horizonte incierto. Ed. Paidós. Bs. As. 1997.

Jameson, F. - Ensayos sobre el posmodernismo. Ed. Imago Mundi. Bs. As. 1991.

Jameson, F. - El giro cultural. Manantial. Bs. As. 1998.

Klein, M. - Obras completas. Paidós. Bs. As. 1991.

Pichon-Rivière, E. - Del psicoanálisis a la psicología social. Ed. Nueva Visión. Bs. As. 1983.

Pichon-Rivière, E. - Teoría del vínculo. Ed. Nueva Visión. Bs. As. 1977.

Prigogine, I., Stengers, I. - La nueva alianza. Metamorfosis de la ciencia. Alianza Ed. Madrid. 1990.

Raggio, V. - Técnica psicoanalítica. Su fundamentación práctica (2ª ed). Ed. Psicolibros. Mdeo. 1999.

Raggio, V. - Psicoanálisis. Teoría y práctica. Los desafíos de una nueva realidad. Ed. Roca Viva. Mdeo. 1997.

 

Orbe Freudiano

Artículos publicados en esta serie:

(I) Psicoanálisis en el tiempo (J. B. Pontalis, Nº 112)

(II) En psicoanálisis ¿Moralización o controversia? (Raquel Capurro, Nº 183)

(III) Freud-Lacan ¿qué relación? (Ma. Amelia Castañola, Nº 186)

(IV) El desafío histérico (Lucien Israel, Nº 193)

(V) Psicoanálisis porque ...(Elizabeth Roudiesco, Nº 194)

(VI) Lou Andreas-Salomé (Adolfo Berenstein, Nº 199)

(VII) Salomé: el alma humana (Hiltrud Amuser, Nº 199)

(VIII) "Tus hojos no son los míos" (Alba Busto de Rossi, Nº 202)

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