Trofeos
Siete
Eduardo Markarián
DEFENSA: PARA TENTAR LA ESQUIZOFRENIA
Reconozco que he dudado. He cambiado de vocación y dedicación. También fui empujado: estudié Ciencias Económicas para "hacer carrera". Ensayé Literatura: escribí cuentos, novelas y poemas en prosa. Probé con la música y casi destruyo un violín. Recién en Buenos Aires un grupo de iniciados pintores alentaron las primeras acuarelas que imitaban despiadadamente a maestros europeos. Demoré 25 años más en arrepentirme de ser autodidacta.
Confieso que he caído en la vanidad y soberbia de pretender enseñar a ingenuos a pintar y dejarles creer que extraer imágenes de su interior es regocijante. La amenaza es transferir a otros su propia y limitada experiencia. Mientras tanto el progreso técnico se ganó disimuladamente. ¡Que algún Dios nos proteja! Aspirábamos a civilizar la culpa.
DIFAMACION AUTOBIOGRAFICA
Eduardo Markarian: Especie de geronte en extinción, tampoco estudió bellas artes. Plagió -sin éxito- a Paul Klee y Max Ernst. Cometió 24 exposiciones individuales y escribió de la crítica lo que se merecía. Otras veces habla con los árboles. Es dudoso que ganase algún premio, ya que por temer las confrontaciones, jamás se presentó a ninguna competencia. Y porque es avaro sólo regala sus obras a quienes ama. Comprobó que el dinero provee sonreír y toda tentación lleva a la sabiduría. Pintando cae en la vanidad de crear imágenes, así peca de soberbia ya que imita al supremo libretista. Se sabe condenado a no ir al paraíso pues, además, su orgullo no le deja distinguir entre simbología y lujuria. Abusa del arte para huir de la realidad. A pesar de estos inconvenientes nada le impide gozar la amistad de sus amigos, colegas, familiares y desconocidos. Fue nacido en 1930 en Montevideo y desde 1950 aún vive en Buenos Aires. Corrió por calles y veredas hasta que Elisa, una judía maniática de la psicología social lo detuvo. Juntos fueron padres de una hija (fanática del vivir) y un hijo (que devoto del infinito conoció la muerte): estas experiencias no perturbaron su placer por la pintura, la música, la literatura, el cine, la ira, ni los viajes con ella por el Viejo Mundo. De la gula ni hablaremos. Cree que confía en el humor, divertir y el ingenio del verbo. Su perplejidad de que la historia de la pintura ejerce un hechizo sin retorno, es indestructible. Sufre por contagiar a sus alumnos la adicción de dejarles creer que el arte es un amor palpitante. Pese a que fue educado en la creencia de que no hay placer sin culpa, después de ensayar tantos años, verificó que no hay culpa sin placer. Ahora -que renunció a ser profeta en su tierra- se siente libre, y esto le complace.
Definitivamente: no merece
llegar al siglo XXI ya que por cobarde debilitó su inspiración abusando de la
nostalgia, las evocaciones, el pasado de la sangre y la melancolía de los
horizontes que se distancian.
Eduardo Markarián
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