El Derecho y la Literatura

"¡Matemos a todos los abogados!"

Roberto Puig

La frase que sirve de título a estas líneas pertenece a la segunda parte de "Enrique VI" de Shakespeare quien así formula una conocida diatriba. ¿Acaso era ésa la opinión de Shakespeare y la manifestaba tan drásticamente ante el auditorio? Es difícil afirmarlo sin considerar la situación del momento en que fue escrita la obra.

El derecho, por su misma naturaleza, ha sido en numerosas ocasiones tema literario. Todos los avatares de la condición humana han sido tratados, en mayor o menor medida, por escritores y poetas. Los procesos judiciales parecen ser materia idónea no sólo para el libro, sino también para el teatro y el cine. La literatura trascendente trata de problemas y situaciones que no han variado mayormente con el tiempo: el odio, la venganza, la envidia, el amor, han sido objeto de innumerables obras y enfoques. Modernamente están en auge los llamados "legal thrillers", es decir, las novelas de intriga con trama jurídica, género que tiene destacados y prolíficos cultores en diversos países.

UN TEMA LITERARIO

En la Inglaterra isabelina los dramaturgos evidenciaban corrientemente conocimientos de derecho, tal como se advierte de la mera lectura de sus dramas y comedias. Muchas obras de Shakespeare -"El Mercader de Venecia", entre las más conocidas y, en otro plano, "Medida por Medida" (que se desarrolla en Viena), por ejemplo- tienen escenas enteras de corte jurídico. Y se da aquí un doble fenómeno: por un lado, el conocimiento de la literatura enriquece la comprensión que del derecho tiene un abogado; y por otro, la penetración jurídica de un abogado puede ampliar y enriquecer el aprovechamiento y el placer que deriva de las obras literarias.

El derecho requiere ser interpretado; las técnicas de interpretación literaria, a su vez, pueden resultar útiles en la interpretación del derecho. Sin embargo, sólo recientemente parece haberse acordado al tema de la relación derecho-literatura la importancia que entendemos que tiene.

Durante largo tiempo se comentó meramente, casi, que el derecho es frecuente tema en el campo literario, o que los escritos y sentencias judiciales constituyen también una variedad susceptible de mérito literario. Pero las últimas décadas del siglo que acaba de finalizar vieron surgir autores y ensayistas, especialmente en los países de habla inglesa, que dieron origen a renovados enfoques jurídicos y filosóficos que se ocupan de la citada relación. En Inglaterra algunas conocidas figuras del mundo literario se iniciaron en el campo del derecho: el Dr. Samuel Johnson, William Wordsworth, Walter Scott, Robert Louis Stevenson, entre otros ensayistas y novelistas; en Francia, Gustave Flaubert tuvo formación jurídica; Franz Kafka también estudió derecho en su país natal.

Sin embargo, esta noción general de que la literatura y el derecho constituyen una combinación verdaderamente explotada sólo recientemente, tiene, en todo caso, un notable antecedente: Shakespeare. Su producción teatral, llena de alusiones y situaciones de naturaleza jurídica y judicial, lo comprueba fehacientemente.
Debidamente analizada, nos trae también la certidumbre de que, por lo menos en apariencia, el gran dramaturgo no suele dejar a los abogados muy bien parados que digamos.

En aquella época circulaban libros -los diarios harían su aparición mucho después-, y los libros eran formadores de hábitos lingüísticos y proveían de enseñanzas y conocimientos esenciales; hablaban de lo positivo del hombre, proclamaban verdades no cuestionadas y reflejaban directamente, así como las obras teatrales, los problemas sociales, políticos y jurídicos del momento, dentro del marco que la censura oficial hallaba aceptable. Y pocas situaciones sociales son tan pronta o fácilmente transferibles a la escena como los juicios de los tribunales, que literariamente aderezados podían representarse y describir cabalmente los conflictos ante un público ávido e interesado.

Es menester recordar que en la época la gente de las ciudades solía acudir a los tribunales como forma de entretenerse; allí no sólo se ventilaban pleitos sino que se pasaba el tiempo, se observaba, se aprendía. Los procedimientos judiciales no eran algo necesariamente separado o distante de la experiencia diaria del común. Londres era, además, la sede de las llamadas "Inns of Court", instituciones de tipo universitario donde se capacitaban los abogados, que durante sus períodos de estudio también eran espectadores de los dramas del teatro. Pero no eran sólo residencias y escuela a la vez, eran centros de vida literaria, donde Shakespeare mismo debe haber abrevado material para sus producciones, y donde también se representaron algunas de éstas.

SHAKESPEARE Y LA JUSTICIA

El propio Shakespeare a lo largo de su vida participó como litigante en diversos juicios; todo esto también contribuyó a su conocimiento de los procedimientos y de las prácticas de abogados y leguleyos, de las demoras de la justicia, de la forma de ser de los jueces, que elaboró y vertió con el toque de su genio en varias de sus comedias y tragedias.

Y la frase que figura al comienzo de estas líneas epitomiza una de sus más conocidas diatribas: "Lo primero que debemos hacer, ¡matemos a todos los abogados!", que pone en boca de un personaje secundario en la segunda parte de "Enrique VI" (acto IV, esc. 2, línea 82, ed. Clark-Wright – "The first thing we do, let’s kill all the lawyers!"). ¿Significa esto que en realidad tenía o compartía tal opinión, y la manifestaba tan drásticamente ante el auditorio? Es difícil afirmarlo. En primer lugar, analicemos la situación del momento.

"Enrique VI" es una trilogía histórica que se cuenta entre las obras iniciales del autor. Es obra de un dramaturgo joven y promisorio, aun sin experiencia y maestría, inspirada en crónicas históricas diversas, de las que se aparta cuando a los efectos del drama lo necesita. Es obra fundamentalmente política, más que una pintura de las relaciones y las influencias recíprocas de encumbrados personajes. En ella el autor revela una creciente aptitud para escribir parlamentos creíbles en verso, que culminará en producciones posteriores. Hay que recordar aquí, además, que era entonces advertible en Inglaterra un deseo de conocer la historia, en parte por un aumento del patriotismo luego de la derrota de la Armada Invencible. Shakespeare contaba con este interés popular, sin duda, al escribir estas obras.

La historia tenía valor por registrar acontecimientos y por tener uso práctico inmediato. Ofrecía la posibilidad de prever el futuro, además de rescatar del olvido hechos a tener en cuenta: mostraba formas de actuar, es decir, qué era aconsejable y qué debía evitarse. En ese marco de ubica "Enrique VI".

La obra se divide en tres partes, escritas alrededor de 1590-91. En la segunda parte la trama –más bien, diríamos, la sucesión de episodios que presenta- es sintéticamente la siguiente: El Protector Duque de Gloucester, iracundo ante la cesión de Anjou y Maine a Francia a cambio del matrimonio de Margarita de Anjou con Enrique (único rey inglés coronado en Francia), se granjea la enemistad de Margarita, del Cardenal Beaufort (Obispo de Winchester), del Duque de Suffolk y del Duque de York. Ocurre luego el destierro de la Duquesa de Gloucester por practicar hechicería en perjuicio del rey, y después el arresto y asesinato del propio Gloucester. Suffolk, amante de la reina, es exiliado por el crimen y muerto en manos de piratas. Tiene lugar entonces la rebelión de Jack Cade, y la muerte de éste. Comienzan a la sazón las Guerras de las Rosas: Enrique, Margarita, el Duque de Somerset y Lord Clifford favorecen a Lancaster; los Condes de Warwick y de Salisbury, a York y a sus hijos. La obra termina con el triunfo de York sobre las fuerzas del rey en la batalla de St. Albans (1455), en que hallan la muerte Somerset y Clifford.

Jack Cade, por su parte, es un personaje que aparece como el líder de una revolución y aspirante al trono de Inglaterra. Shakespeare lo presenta como una figura algo bufonesca, brutal, que caprichosamente ejecuta a quienes saben leer o a los que ignoran lo que se debe saber sobre él. Dispone, así, la muerte del escribano de Chatham, persona instruida, "con su pluma y su tintero al cuello". En el caso de Lord Say (personaje que en el teatro difiere del histórico, quizás no tan encomiable), la virtud de la víctima era haber sido un benefactor de la educación. Cade ordena la destrucción del Puente de Londres, así como de las "Inns of Court". Se muestra entusiasta cuando uno de sus seguidores, nada menos que Dick el carnicero, propone matar a todos los abogados. Todo esto aparece motivado por el Duque de York, que le ordenó crear dificultades que justificaran formar un ejército y suprimir a los rebeldes que combatía, provenientes de Irlanda, para así fortalecer su posición y concretar sus ambiciones.

LA HISTORIA EN EL TEATRO

Al presentar este episodio, el dramaturgo se tomó gran libertad respecto de la historia, ya que el verdadero York nada tuvo que ver en el asunto, y el alzamiento de Cade y sus seguidores tuvo razones de diferente índole. La llamada "Rebelión de los Campesinos", en que para esto se inspiró Shakespeare, durante la que hubo intentos de destruir el puente de la ciudad y los locales de estudio y vivienda de los abogados, no ocurrió entonces sino en 1381.

La propuesta de matar a todos éstos también data de esa anterior oportunidad, en que se derramó más sangre que en la revuelta dirigida por Cade. Éste, residente en Kent, era probablemente irlandés, y tenía ideas propias sobre la política del reino; pero Shakespeare desvirtúa dramáticamente su carácter y lo presenta como un mero traidor, propagador de doctrinas que pueden minar la sociedad. En la obra este personaje sirve para aliviar la tensión mediante la comicidad, siguiendo una tradición de rústica gracia que el público bajo celebraba. Pero el humor pronto se desvirtúa: el mal de la anarquía se hace evidente, y actúa como motor de la acción. Aquí el dramaturgo muestra su razonamiento político, como en otras obras, sosteniendo que todo el bien social deriva de una monarquía estable. La ambición aristocrática es, pues, la causa directa del trágico desorden que debe corregirse. El cuadro que presentan, como aquí, los dramas históricos de Shakespeare es de desorden, principalmente: guerra desastrosa en el exterior, guerra civil en lo interno.

Volviendo a la célebre frase, entonces, ¿podemos afirmar que en boca de Dick Shakespeare expone sus propias ideas? Hay que examinar esas palabras en el contexto de la animosidad de las clases populares contra el poder y el lujo de las clases altas. Cade dice a sus partidarios que lucha por recobrar la "antigua libertad", para no vivir más en la esclavitud frente a la nobleza. Los abogados en esos tiempos estaban en gran parte a disposición de los pudientes más que de los necesitados, lo cual no los mostraba en forma simpática al populacho; lo mismo ha ocurrido otras veces en la historia.

Sin embargo, la frase podría tener una explicación diferente: fue dicha por un rebelde, contra una profesión que tiende a estabilizar la sociedad, a seguir precedentes, a no romper con el pasado. Pero también puede interpretársela como una invectiva contra los malos abogados, contra los corruptos que se sirven de la ley para sus propios e innobles fines, infectando así la vida social terrena, que debe ser la contrapartida a su vez del orden reinante en el cielo. El caos para los isabelinos era obra humana; la salvación provendría del estudio e imitación del orden de la naturaleza.

Una obra que tratara los grandes acontecimientos de la nación era, por otra parte, una novedad entonces, así presentada; la historia se convierte de tal suerte en material dramático para la escena. Shakespeare resume de ese modo con su arte las teorías políticas de su tiempo, que compartía: el rey debe ser fuerte, pero prudente y virtuoso. Mas el poder político también inspira temores, no sólo ideales. Y dentro de este mundo variopinto que puebla el teatro, están naturalmente los abogados, que en todo tiempo han sido objeto de chanzas, opiniones destructivas y críticas, tantas de las cuales parten de los propios miembros de la profesión. Dickens y Daumier, entre otros, son ejemplos de ello. Shakespeare en sus obras se vale de las mismas, con total efecto dramático.

No obstante, el estudio de "Enrique VI" no nos permite cabalmente, en el fondo, hallar de la citada frase una interpretación única y definitiva de entre las anteriores -que pudieran no ser todas, tampoco- que en verdad nos satisfaga plenamente. La obra en sí no está entre las más populares, pero por lo menos en los países de habla inglesa, la frase "¡Matemos a todos los abogados!" de Dick el Carnicero ha trascendido las fronteras de lo meramente literario y ha sido común materia de interpretación en el foro, del mismo modo que las vías y los procedimientos que relata en otros episodios, por ejemplo en el de la libra de carne en "El Mercader de Venecia", o en la trama de "Medida por Medida" cuando de la moralidad y la ley se trata.

Como lo hemos referido en otros breves trabajos sobre el tema, Shakespeare también echa mano de las situaciones jurídicas con otros fines (en Hamlet, por ejemplo, suscita hilaridad el razonamiento abogaderil de algunos personajes en determinadas situaciones); pero de un modo u otro, su versación en la materia se hace patente a lo largo de una trayectoria sin par como dramaturgo en la historia del teatro.

Este conocimiento del derecho, no obstante, no fue privativo de él: otros autores de la época, tales como Ben Johnson, emplean más voces y tecnicismos jurídicos en sus obras; sin embargo, el genio del bardo del Avon ha llevado a tal altura el manejo de tales materiales en la escena que los mismos configuran una parte imprescindible e irrenunciable de su legado.




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