UNA REALIDAD QUE SE ESCAPA DE LAS MANOS
Jorge Liberati
Hay una realidad que se escapa de las manos y otra que no. ¿Atrapamos la realidad falsa? ¿La que se escurre es la verdadera?
La ciencia de nuestro tiempo nos ha familiarizado con las relaciones más que con las cosas. La teoría de la relatividad de Einstein, por ejemplo, más que de los cuerpos individuales se ocupa de la relación que unos mantienen respecto fr los otros, en función de sus acciones e influencias mutuas, aun cuando ellas tiendan a cero si aumenta la distancia que los separa. El mundo cuántico, por su parte, gasta una terrible broma: en él no es posible dar una descripción de sus componentes por separado y sólo es posible apreciar comportamientos de conjunto y relaciones globales. En el ámbito de la física clásica, en cambio, los fenómenos pueden subdividirse arbitrariamente: los cuerpos y sus movimientos por un lado, sus trayectorias y localizaciones por otro; en fin: podemos ubicar un planeta, en una fecha determinada, olvidándonos momentáneamente de los demás astros.
Se ha establecido, igualmente, que el genoma no es una disposición lineal de genes independientes, sino una red altamente entrelazada de acciones y efectos. Los anticuerpos del sistema inmunológico humano ya no parecen "los soldados a la caza del enemigo", y esta imagen fue sustituida por la de una red en la cual es más importante el enlace que establecen entre sí los componentes que los mismos componentes. Para la hipótesis Gaia —y habría más ejemplos— el medio no es contenedor sino parte de la vida, y contiene los enlaces que convierten al planeta en un sistema autorregulable, relaciones invisibles que se caracterizan por su especificidad cualitativa y no por sus propiedades cuantitativas de permanencia o acumulación.
Así como las cosas o cuerpos mantienen una solidaridad estrecha, aunque a veces imperceptible, los momentos, los instantes, presentes o pasados y aun los futuros, tampoco pueden considerarse por separado y mantienen una fuerte vinculación con el todo al que pertenecen. Se habla del carácter global en que se produce la creación artística, encontrándose en Mozart, por ejemplo, la capacidad de establecer una visión de conjunto de la obra: «mi mente la atrapa —declara el mismo músico— de la misma forma como una mirada de mi ojo atrapa una imagen bella. No viene a mí poco a poco, con las diversas partes trabajadas en detalle a medida que se van haciendo, sino que es su totalidad como me deja oírlas mi imaginación» (citado por Roger Penrose).
LA ESENCIA ES EL ACCIDENTE
Ocurre que la acumulación de tiempo no obra de una manera sustancial en el desarrollo de una cosa. Ya no cuenta el "uno más uno" o el "parte por parte". Charles Darwin ya había observado, con relación a su famosa teoría, que «El simple transcurso del tiempo no hace nada por sí mismo a favor ni en contra de la selección natural» (en El origen de las especies). Si hablamos de fundamentos, de la esencia de las cosas, o como quiera llamarse, parecería que nada depende de sí, que nada es por lo que podamos encontrar en cada individualidad o particularidad.
La ciencia nos conduce a posar nuestra atención en un grupo de propiedades relacionales, que puede conocerse sólo en tanto conjunto, remitiéndonos con ello a la convicción de Anáxagoras, en el siglo V a.C.: «no es posible que exista más que el conjunto», y «ninguna cosa puede existir separadamente» (Fragmentos IV y V). El siglo XX parece abandonar definitivamente la concepción mecanicista, legado de Descartes, por la cual nos familiarizamos con la realidad en la medida en que podemos practicar el análisis, esto es, la separación y el estudio del detalle. La expresión "el todo es más que la suma de sus partes" se constituye en uno de los símbolos de ese proceso. La biología organicista, la física cuántica, la psicología de la Gestalt, la cibernética, en fin, la teoría de sistemas, convienen en que las cosas no son nada por encima de sus relaciones o por fuera del conjunto mayor al cual pertenecen.
¿Cuándo una cosa es? Semejante pregunta obliga a considerar una condición mínima: la de una cierta permanencia ante nosotros. Se diría que una cosa es si, por lo menos, permanece ante nuestra percepción o intelección por un cierto tiempo considerado suficiente. La permanencia, a su vez, se da por la continuidad. Parecería que la cosa no puede ser sólo de a ratos. Tiene que presentar una continuidad ante nosotros para que podamos decir "aquí está", pero también una continuidad en sí misma, para que nadie pueda decir que ahora es algo y que antes era otra cosa. Es una y la misma cosa, y esta particularidad ayuda a considerarla como existente. Sin embargo, en sí misma e independientemente de nosotros, la cosa no es "continuamente", puesto que el hecho de que algo sea continuo depende de algo externo, cuya percepción permita rechazar las interrupciones o cortes, esto es, depende de algo fuera de la cosa, lo que parece absurdo o al menos injusto. ¿Qué determina, pues, que esa cosa sea?
Sobreviene la noción que desde Aristóteles llamamos esencia. La cosa es si tiene esencia. Pero la esencia de una cosa no puede dejar de ser permanente, y hemos visto que las cosas no son por la continuidad que dejen apreciar. Se atisba en la cosa tanto su esencia como su accidente, puesto que la ciencia nos viene diciendo, y con insistencia, que depende de relaciones. ¿De qué relaciones? No interesa aquí cuáles, pero, sean las que fueren, se trata de aquellas que se configuran en los enlaces, uniones, encuentros, asociaciones que establece con las demás, relaciones que podemos llamar accidentes (sin necesariamente las connotaciones de azar o casualidad). "Accidente" es sólo uno de los estados que la cosa guarda en relación con las demás. Estos estados, y la relación que cada uno mantiene con el resto, es la única "esencia" de la cual se puede hablar.
Se podría decir, como consecuencia de estas compulsiones a que nos acostumbra el discurrir científico, que las cosas son en tanto y en cuanto están referidas entre sí. La existencia de una cosa, pues, parecería que sólo se establece claramente si hay otra con la cual pueda relacionarse. La bella teoría de George H. Mead, que fundaba la constitución de la personalidad humana en la comparecencia frente al otro, frente al "tú", como él decía, parecería transferible a las cosas, cualesquiera fueren.
NADA ES SINO CON RESPECTO A ALGO
La teoría del conocimiento sacude sus bases, pero también la de la realidad. Este sacudimiento empieza, sin duda, con el desplazamiento de nociones como "materia", "individuo", "partícula", que permite la introducción de otras como "interconexión", "proceso", "red" y "globalidad". Hoy día la palabra "accidente" es más importante que la palabra "esencia". Xavier Zubiri, que fue filósofo y físico, decía que «La mesa es mesa tan sólo en cuanto la cosa real así llamada forma parte de la vida humana». De manera que retrotrae el problema al mismo punto: la necesidad de encontrar relaciones.
Puede decirse, sin caer en la exageración, que nada es sino con respecto a algo. Parece la nueva evidencia acerca del mundo. Todo indica la imposibilidad de definir la existencia prescindiendo del universo al cual pertenece y que ya no es su contenedor, sino el sistema que ella misma construye. Pidiendo prestada una palabra muy suya a Zubiri, la palabra "respectividad", pero tomándola en su directo y sencillo significado literal, se diría: la respectividad es lo que define a una cosa. No se trata de que entre las cosas pueda hallarse una respectividad sino de que ésta, emergente de las múltiples y permanentes manifestaciones de la energía, nos conduce a ver o a inteligir cosas.
La realidad habría de ser concebida como una suerte de distribución de accidentes. Una fuente distribuidora de estados, por supuesto que en permanente cambio. Aunque tengan una historia sin quiebres, las cosas no serían el resultado de una acumulación; no serían un montón. En su tiempo, tal vez, apenas habría momentos que tuvieran de verdad que ver con ellas, en lo que efectivamente son en la actualidad considerada.
La cosa, sea orgánica o inorgánica, lejos de resultar la suma de todas las veces que ha sido, debe considerarse más bien como el producto, eventual quizá, tal vez probabilístico, de ciertas circunstancias o vicisitudes determinantes de su historia. Muchas veces no ha sido la misma cosa sino otra. No es exactamente una cama aquella cama en la que nadie duerme. ¿Qué es entre tanto? No es cama, exactamente o, tal vez, no hay un "entre tanto". Ya se ha dicho que la cosa no es sino su manifestación. Lo real, afirma José Ferrater Mora, es lo que pura y simplemente es en cada caso. Se habla hoy en día abundantemente de los "grados", de que en todo hay un poco de lo que es y un poco de lo que no es. Una puerta, por ejemplo, es una pared hasta cierto grado, y un segmento de la pared es una puerta hasta cierto grado. Su realidad surge de la alternancia, no de la coexistencia. Se diría que hay un mínimo suficiente para contar en el mundo: esa es la cosa.
Con respecto a la esencia, o al accidente, su notable y opuesto sustituto, se podría argüir, tratándose de la historia de la persona, que habría que buscar en la "vivencia", que es la auténtica dimensión conmensurable de la materia humana. Pero la vivencia pertenece a la clase de hechos o fenómenos que sólo se realizan en el coexistir, en el anteponerse, en el fuerte compenetrarse del ser con el ser, con lo que siempre llegamos a las relaciones enfrontadas.
Es «la condición unitaria de la vida y del conocimiento» (Dilthey). Este concepto puede verse hoy modificado levemente por la reflexión. Deberá entenderse como la vicisitud liberada del tiempo y del espacio: como si se dijera: la vez. No el momento, no la situación ni la presencia, no el acto; sólo aquello que nos ha tocado, independientemente de cómo, de cuándo, de dónde, valedera por lo que ha dejado. Su condición se define por el ser constitutivo que se escurre entre el ser evolutivo. Una serie pertenece al pasado pero no a la historia del organismo. Sólo las veces de la serie constitutiva forman parte de aquello que el ser vivo es "ahora".
Una persona tiene una larga experiencia en un oficio o en una tarea. Se puede decir que conoce aquello como su mano. Ha estado cantidad de veces en ello; ha pasado la vida haciéndolo. Pero no ha sido la cantidad de veces lo que le ha dado el conocimiento y la destreza. La cantidad de veces no ha tenido un papel secundario, pero sólo las veces le dieron destreza, no la cantidad. Esta persona experimenta una exploración del tiempo, así como realiza una exploración del lugar. Aquello que encuentra en la exploración ¿interesa más que la misma exploración? Se puede decir que los accidentes configuran la fuente de su destreza, de su astucia, puesto que sin duda alguna y al revés sabe más por diablo que por viejo. Se tiene un panorama del montón de arena y una vista de cada uno de sus granitos. Pero estas imágenes no rinden cuenta de la realidad de vida. Muestran la realidad en la cual transcurrió la vida, pero no la realidad de la vida.
LA NATURALEZA DE LAS COSAS
Que una cosa tenga aspecto, naturaleza, orden, que disponga de lugar y tiempo, resulta hoy poco interesante. Tal vez "hacerse valer" sería la expresión que ajustaría mejor, o "hacerse sentir", tratándose ahora del "sentir del corazón". El sentir o el valer que emanan de ella pueden emparentarse con el sentimiento o con el reconocimiento con que se les acoge, semejantes a los que se activan ante la obra de arte. La aprehensión común y la estética son una cuestión de grados. Y un código estético puede regir completamente un algoritmo matemático. La cosa, ya se sabe, dispone de un ser inmaterial, real como el material, en su "forma" o "patrón". Los organismos vivos, por ejemplo, poseen "patrones de organización", como gustan decir los biólogos. Estos "patrones", descriptibles tal vez por alguna ecuación no lineal, pertenecen a la dimensión de las veces y no a la del tiempo continuo. Una cosa inorgánica no tiene corazón ni espíritu, pero en ella está lo que la hace tal cual es; por ejemplo, el "caer" de una piedra es un caer de ella y está en ella el manifestarse. Piénsese en el "llover" de la lluvia, en esos verbos llamados "de la naturaleza": "nevar", "atardecer". Así como hay un "llover" de la lluvia hay un "piedrear" de la piedra. Es, de la misma manera, un constituirse, puesto que "piedrear" es eventualmente pasar de ser lava a ser roca. La piedra hace lo que hace una piedra y hace lo que hace a una piedra; hace ambas cosas. El químico Manfred Eigen reveló la existencia de una actividad prebiológica, similar a la biológica, dotada con sus mismas posibilidades de estructuración y capaz de evolucionar de acuerdo con la selección natural, sin necesidad de que un ser haga algo, como hacen algo los seres vivos.
Siempre se investigó la naturaleza de la vida, aquello que se considera el fundamento de lo vivo. Pero, si nos atenemos a la marcha actual de los descubrimientos y a la orientación de los intereses, en las áreas más ajetreadas por el descubrimiento y por la aplicación posterior de los conocimientos en el campo de la tecnología, advertiremos una nota diferencial que pone el acento en la posibilidad de ser,más que en el ser. Notaremos que la interpretación de la realidad ya no se apoya en el tiempo y en el espacio, necesarios para que lo más elemental exista. ¿Qué significan estas categorías ante un fenómeno como el del big bang o ante la frenética actividad de los entes subatómicos?
El "ser" necesita, antes que nada, veces. Si tiene cuerpo, "materia", partes, bien puede no tener veces y correr el riesgo de no ser plenamente. La oportunidad, el caso, el hecho fundamental de que "le toque ser", dependerá de él tanto como de su entorno, del mundo al cual pertenece y que lo define en su más intrínseca particularidad. El hecho de que la cosa esté contenida en otra o el hecho de que contenga a otras en su propio ser, todas cuestiones sin duda muy importantes y que son objeto de estudio detallado y especializado, termina remitiendo al investigador a una verdad de tipo recursiva, nada más, como la de las redes, la de los bucles o la de los círculos causales, fenómenos hoy reconocidos en los fenómenos de carácter sistémico. El ser vivo, como el inanimado, tiene una determinada naturaleza, por cierto, entendiendo esta palabra en su sentido más amplio; y, del mismo modo, el ser abstracto, conceptual o teorético, ético o axiomático, incluso el ser axiológico (correspondiente a los "valores"), tiene alguna explicación, algunos "porqués", causas y consecuencias, entornos y justificaciones, que rinden cuenta de muchos de sus misterios.
LA CERTEZA ACERCA DE LAS COSAS
Pero hoy se presenta otro misterio, si se permite usar los términos de la física: el campo. Mientras que anteriormente interesaba el ser como entidad aislada, objeto o partícula, con posición y magnitudes perfectamente mensurables, ahora interesa como entidad perteneciente a un dominio bastante impreciso y cuya presencia apenas puede augurarse. Esta nueva incertidumbre constituye todo el conocimiento de la cosa, y ello es patente en el universo cuántico, en el cual la existencia es casi estadística, así como en el espacio cósmico que se hunde, como los bordes de un profundo lago, en las proximidades de los agujeros negros.
La incertidumbre gira en torno a la frecuencia con que los fenómenos pueden ser atrapados por el observador. De acuerdo con la noción de campo, la imaginación humana prefiere representarse la realidad bajo la figura de ondas, como las del agua cuando en su superficie tranquila arrojamos una piedra, y el flujo de las actividades bajo la impronta de sus frecuencias. Cuando se habla de la frecuencia con que llueve, por ejemplo, o de la frecuencia con que vamos al cine, no se habla de la lluvia ni del cine sino de la frecuencia. Se habla de las veces "que" y no de aquello que "a veces" ocurre. Surge un "mundo" cuyas "cosas" no se pueden atrapar como no fuera cotejándolas con las demás en sus "enfrentarse". La relación es vicisitudinaria o, para abreviar, vécica. Nada hay de nuevo en esto. Nicolai Hartmann, en su Ontología, sostuvo que la conciencia no comprende la cosa o la situación real «partiendo de la totalidad de las condiciones, sino sólo de una selección de factores subjetivamente condicionada». De allí que cada cosa tenga tras sí «una sola cadena completa de condiciones». Puede sospecharse de que la realidad, independientemente de nuestra conciencia, resulte de una selección de sus condiciones, es decir, de sus veces constitutivas.
Otra vez la sombra cae sobre el patio. Otra vez ha llegado la estación del calor. Estos signos, por cierto, tienen que ver con el tiempo en el sentido del transcurrir y con el tiempo en el sentido del momento. Pero, exactamente, no aluden a la sombra ni al calor sino, más bien, a la frecuencia con que la sombra y el calor aparecen. Los hechos acaecen, en cambio las veces sobrevienen. Las veces constituyen el signo del tiempo, no la repetición, no la espera, aunque haya igualmente repetición y espera. No es la vuelta en torno al sol aquello que nos da la idea de un año. Nos la da, especialmente, el saber que hay más vueltas. La repetición no está relacionada con "algo" sino con algo que vecea. Se trata de que en el ser, en tanto ser, hay un "vecear". Hartmann habla, sorprendentemente, de «temporacear». Pero no es el tiempo el que hace algo.
Las cosas ya no se pueden sostener en la mano; se escurren. Y sólo si se escurren alientan en nosotros alguna certeza.
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