mundanalia

1) Vaz Ferreira, una casa, la casa

Mauricio Langón

Barrio Atahualpa, al borde del Prado, a tres cuadras de Millán y Larrañaga. Una casa grande, de los años 20, en un terreno esquina de una media hectárea. La rodea un jardín selvático, con enredaderas y güembë, con centenarios ombúes, timboes, laureles, palos borrachos, eucaliptus, nogales, rosales y no sé cuántas especies vegetales más. Hay pájaros, los restos de un gran gallinero en el que parece que el filósofo criaba gallos de riña, un aljibe, un estanque, un gran jaulón bastante conservado, la armazón de una glorieta, un deshecho banco de jardín delante de una magnífica magnolia japonesa ahora en flor.

Es grande, de planta rectangular en dos pisos y un entrepiso. Nadie vive en ella desde hace años (antes la habitó solo, hasta su muerte, uno de los hijos del filósofo), pero está relativamente bien conservada. Recientemente se radicaron allí dos jóvenes que la cuidan: uno se encarga de las reparaciones eléctricas, el otro realiza tareas vinculadas a los trabajos biológicos de otro de los hijos de Vaz Ferreira.

Es propiedad de los descendientes de Vaz Ferreira que se ocupan de su mantenimiento. En el momento de nuestra visita, un grupo de obreros trabajaba en el muro que da a la calle. La maderería exterior de la casa está en condiciones bastante malas y el costo de su refacción está estimado en U$S 50.000: los reparos de los balcones casi no existen, muchas persianas están rotas, una puerta destrozada por alguno de los muchos ladrones que penetraron en la casa en diversos momentos, provocando algunos desórdenes y hurtando algunos bienes, en general de valor histórico (una caja fuerte llena de papeles del filósofo y su hermana poetisa, Eugenia, algunos libros, una pequeña mesa). Actualmente, un sistema de alarmas parece asegurar la propiedad. La instalación eléctrica debería renovarse; en muchas partes el empapelado de las paredes está desprendido; hay algunas manchas de humedad en la planta alta debidas a filtraciones de la azotea, que ha sido recientemente impermeabilizada, y una especie de mirador está en malas condiciones. Aparte de eso y del mucho polvo, que se acumula especialmente en el que fue el escritorio del filósofo, se diría que la casa está bien.

Si uno entrara por la puerta principal, que está orientada hacia la calle que hoy lleva el nombre de Vaz Ferreira, y a no menos de veinte metros de ésta, subiría unos pocos escalones y atravesaría una gran puerta de vidrio y hierro forjado, coronada por un vitral realizado en la Escuela de Artes y Oficios. Eso hace muy luminoso el espacioso hall de entrada, con piso "monolítico", con las paredes recubiertas de una especie de estera de tejido vegetal hasta más o menos un metro y medio de altura. Hay pocos muebles, sillas, mesas. A la derecha se abren dos habitaciones. En la primera no entramos; la otra tiene un piano, el escritorio de uno de los hijos de Vaz, un par de roperos o bibliotecas y paquetes de libros de autoría de los Vaz Ferreira.

A la izquierda se entra por su centro al amplio sancta sanctorum del filósofo que parece estar como estuvo a su muerte, en 1958. Se trata de un ambiente (puedo equivocarme en las dimensiones) de unos siete metros de largo por unos tres de ancho, que se comunica por medio de dos grandes aberturas (quizás de unos tres metros de alto y uno y medio de ancho cada una) con otra habitación similar pero de menor tamaño y de construcción posterior, con la cual constituye una unidad. Este segundo ambiente se abre en grandes ventanales sobre el jardín y oficiaba como lugar de reposo del filósofo.

El estudio propiamente dicho también tiene una gran ventana que da al frente de la casa, de modo que debe tratarse de una estancia muy luminosa (la vimos con las persianas cerradas). El piso es de parquet. El techo fue pintado por Beretta con dibujos geométricos que han perdido algo de su vivo colorido. Las lámparas de la casa (no sé si todas) fueron diseñadas por el mismo artista en un estilo moderno y ágil al que se adecuan también otros adornos y muebles.

Bibliotecas y estanterías con libros y una amplísima colección de discos de 78 rpm y de antiguos rollos o tubos musicales (todos ellos de música culta) ocupan la pared en que está la puerta, la pared del fondo y la parte superior de las aberturas. Entrando, a nuestra izquierda está el escritorio (expuesto en el Museo de Artes Visuales el año pasado) y una mesa-escritorio. Hay algunos sillones, sillas y otros muebles. Por todas partes: libros, carpetas, álbumes. Los lentes de Vaz Ferreira con su estuche. En el centro de la pared que da a la sala de descanso, un armonio. Aquí y allá, en ambas habitaciones, tocadiscos de diversos modelos (uno de ellos con púas de madera). Nuestro filósofo era gran amante de la música -exclusivamente la culta- y solía ofrecer famosas veladas. Años después sus descendientes intentaron revitalizar esa costumbre y el Maestro Tosar tocó en el armonio... ¡un tango! Algo que sería inaceptable para quien no escuchaba otra música que la clásica, en una casa en la que nunca entró una radio…

Si volvemos al hall, encontraremos en la pared opuesta a la puerta de entrada, a la izquierda, la puerta de vidrio que lo une al comedor, perpendicular al hall; a la derecha, las escaleras hacia arriba y hacia un sótano (no muy grande, que comunica con las cámaras de aireación del parquet) y una puerta hacia las dependencias de servicio.

Una gran mesa ocupa casi todo el comedor. La pared de nuestra izquierda tiene un gran ventanal sobre el jardín; la que nos enfrenta, otra gran ventana; la de la derecha, una puerta que va a la cocina. Hay mesas, un aparador, muebles a medida debajo de las ventanas. Los objetos de la casa pertenecen a la misma. En otro sitio serían opacos o inútiles, sólo lucen en su lugar... El magnífico mantel que adorna la mesa, por ejemplo, colocado en cualquier otra sería demasiado grande, viejo, manchado, roto. Y sólo volviendo a su lugar recuperaría su brillo.

El resto de la planta baja son dependencias auxiliares. Están en un nivel algo más bajo. Por la puerta exterior, que da sobre la calle Arteaga, de la que está a algunos metros, entramos a la casa por un pasillo. A nuestra izquierda, un bañito. A la derecha, la gran cocina con su antecocina, totalmente recubiertas de azulejos blancos; a los artefactos antiguos se suman los nuevos, en funcionamiento. El pasillo termina en algunos escalones que conectan con el comedor y, hacia la izquierda, con el hall y escaleras de servicio. Hacia la derecha: una gran habitación de piso de ladrillo, con salida al patio, que conecta con el garaje.

Si subimos por la escalera del hall llegamos a un entrepiso espacioso que ocupa la casi totalidad de la parte posterior de la casa, con ventanas a lo largo de tres paredes (tras la otra supongo que haya otras dependencias de servicio). Ahí estudiaban los ocho hijos del filósofo, que se educaron íntegramente en su casa, prescindiendo de la escuela. Un mueble especial de tres escritorios, con nombre propio, era el lugar de las niñas. Los varones contaban con una gran mesa y sillas. Hay alguna biblioteca.

La planta alta cuenta con un gran pasillo al que dan los dormitorios. En el extremo que da al jardín, un gran baño con su pasillo separa las habitaciones de Vaz Ferreira (a la izquierda, en dirección a la calle de su nombre) y de su señora. El cuarto de Vaz Ferreira tiene una ventana con balcón, su cama, mesa de luz, alguna silla y un ropero. Parece que fue siempre oscura por la sombra de un gran nogal que cayó este año, por lo que ahora es luminosa. Hay una palmeta para golpear la ropa, según Mario (pero, a mí déjenme creer que es una raqueta de xare y que el filósofo practicaba ese deporte, quizás en el Círculo de Armas, lo que haría creíble alguna vieja anécdota). La habitación de su señora también tiene el mobiliario, cama, cuna (para el hijo de turno), un ropero, una estantería con libros y otros muebles y objetos.

Al pasillo central se abren numerosas habitaciones que fueron dormitorios de los hijos. Al menos una sobre el frente de la casa, una al fondo y otra que da a la calle Arteaga. Todas tienen algunos muebles, paquetes de libros y objetos varios. En la parte sobre el entrepiso siguen pasillos amplios y más habitaciones. En la última se guardan muebles: un secretaire, un hermosísimo juego de sillas y sillones esterillados y otro de sillas con incrustaciones de nácar.

La de Vaz ferreira es última casa hecha por Reboratti, con instalación eléctrica de Bello; posiblemente sea el motivo del conflicto que los llevó a unirse en la famosa firma Bello y Reboratti, que embelleció la ciudad con tantas y tantas obras.

Con Isabel González y Mario López, visitamos la casa del filósofo Carlos Vaz Ferreira. Esta es una especie de memoria personal de esa visita, con sus imprecisiones y sus errores.

 

Monumento Histórico Nacional.

La casa de Vaz Ferreira fue declarada monumento histórico nacional más o menos al mismo tiempo que la de Francisco Pérez, de la calle Agraciada, que es de la época colonial y que -pese a las declaraciones oficiales que dicen que será reciclada- está en ruinas. No es buen agüero.

La casa tiene un destino. Debe ser respetado. Y no parecería difícil dar a la casa una vida que respete su destino. Sin embargo, hasta el momento se ha hablado de proyectos (algunos muy ambiciosos), pero nada se ha concretado. ¿Es absurdo soñar que la casa sea la memoria viva del más importante filósofo uruguayo?

2) EL TABLERO DE ATAHUALPA

Agustín Courtoisie

"El abuelo, el abuelo..." - exclamó un nieto del filósofo, algo grueso, de unos treinta y pico de años, con gesto de fastidio-. Un momento antes, cordialmente, me había preguntado a qué me dedicaba. Ahora trataba de explicarme que a él no le interesaba demasiado la obra de Carlos Vaz Ferreira, y atribuía su reacción a un bien intencionado pero excesivo proseletismo familiar. La resumía repitiendo "el abuelo, el abuelo", con cierta simpatía agresiva y cara de hacer "puff...".

Corría un día caluroso de enero de 1977. Yo esperaba en una sala fresca de la quinta de Atahualpa a Sara Vaz Ferreira de Echevarría, hija del filósofo. Era apenas un veinteañero, pero ya había leído Moral para intelectuales, Lógica Viva, Fermentario y alguna otra cosa. (Después no paré hasta el tomo XXV, excepción hecha de Sobre la percepción métrica, que me aburrió bastante, y que leí con dificultad mucho más tarde).

Por entonces quería ampliar mis "fichas" para un futuro libro sobre el filósofo, lobro que nunca llegó. Después hice una cosa mucho mejor que eso, algo más breve y tolerante para los que no han hecho de Vaz Ferreira un objeto de "culto", como he hecho yo desde mis diecisiete: escribí varios ensayos breves, con muchas citas, entre los cuales prefiero Vaz Ferreira. Volver al futuro, publicado en el número de junio/julio de 1999 de Cuadernos de Marcha.

En aquella ocasión Sara se alegró por mis lecturas y mis preguntas pero frente el grabador habló muy poco. Su testimonio se redujo a una anécdota en que Vaz Ferreira, ante una pregunta sobre su religiosidad, explicó que la fe, simplemente, se le fue "disolviendo". De todos modos, después de apagar el aparato, conversamos muchísimo, y me regaló unos opúsculos escritos por ella sobre su padre. Llegué a conocer la casa de Sara, en el barrio Capurro. De allí recuerdo un fuerte olor de yuyos y cocina.

No es poco lo que puedo decir de aquella visita a la quinta de Vaz Ferreira, que no fue la última, pero no es del todo agradable. Aclaro que las horas que pasé leyendo y "revisitando" los volúmenes de la Edición de Homenaje de la Cámara de Representantes, se cuentan entre las más disfrutadas de mi vida. En cambio, la casona del barrio Atahualpa, rodeada de los árboles y la famosa maleza salvaje que el filosófo expresamente había ordenado respetar. (el autor de Los problemas de la libertad y los del determinismo había fallecido en enero de 1958), me llenaron de tristeza, y una sensación de vejez o muerte.

En 1977 yo todavía quería ser arquitecto, pero el tiempo me transformó en algo similar al personaje de Bienvenido, Bob de Onetti. Más tarde ingresé en la Facultad de Ingeniería (en la entonces denominada carrera de Analista Programador), y también incursioné por la Facultad de Humanidades. Debo decir que no me ignoraron durante mi pasaje por el Instituto de Profesores Artigas. Pero esos deliciosos vaivenes, de los cuales no me arrepentiré, tuvieron una constante en la lectura y la investigación sobre Carlos Vaz Ferreira.

Como la mayoría, para profundizar en algunas cuestiones, pasé horas escuchando a Arturo Ardao en su apartamento de Pocitos -a Ardao lo conocí después de una mención obtenida en un concurso en 1989 con un mamotreto epistemológico; él integraba el jurado-. Sin embargo, mi entusiasmo era espontáneo y me ganó cuando ya había transcurrido algún tiempo de una visita, junto a mi hermano Rafael, a los archivos del SODRE, para escuchar la voz de Vaz Ferreira -en unas viejas cintas que no se podían retirar de allí, burocráticamente hablando-.

Regresemos a la escena de la quinta de Atahualpa. El rostro de la señora de Echevarría se parecía extrañamente al de su padre. Me hizo pasar a la sala espaciosa donde estaba la biblioteca de Vaz Ferreira. Sentados en un sillón de tres cuerpos, una pareja de jóvenes, un muchacho y una chica, fumaban. Se retiraron algo irónicos o displicentes, cuando Sara advirtió de un peligro de incendio.

Luego se recompuso y me dijo: "Mi padre, probablemente, leyó todo lo que hay aquí. Pero también es probable que no haya leído mucho más de lo que hay aquí". Nuestra conversación continuó sobre diversos tópicos: las reuniones musicales en la quinta, el encuentro con Albert Einstein, las conferencias sobre teoría de la relatividad y uno de los "cuentos para intelectuales" -aquéllas y éste último sospechosamente desaparecidos-, el gusto por las comidas que preparaba la esposa, la vida familiar y los personajes de la cultura de otros tiempos.

En determinado momento -caminando despacio, dado que Sara ya era una señora de edad-, ella se acercó hacia una mesa pequeña, con dos silllas enfrentadas, y un tablero de ajedrez. Luego relató con el sutil automatismo de alguien que ha contado muchas veces una historia, cierta leyenda condescendiente acerca de la posición de las piezas en el tablero.

A propósito. Hoy recuerdo con cierta inquietud los testimonios de Matilde Durruty, otra hija del filósofo, reunidos con el título de Recuerdos de mi padre. Estando en la quinta también recordé que después de la muerte de su esposa, Vaz Ferreira atribuyó un extraño significado a las mariposas blancas que aparecían cada tanto. Además, el filósofo había prohibido transitar cierto sendero de la quinta, por donde se habían llevado a su amada Elvira en un ataúd.

Vargas Llosa declaró una vez que le gustaría atesorar los huesos de sus escritores favoritos (lo decía refiriéndose a Flaubert). Sin embargo, mi racionalidad -o mi razonabilidad-, me obliga a alejarme por unos instantes de esas impresiones y asociaciones de ideas algo morbosas despertadas durante mis visitas a la quinta de Atahualpa.

Cambio de tema. Prefiero declarar que suelo tener la sensación de que pierde el tiempo mucha gente que se dedica profesionalmente a la filosofía. Tanta verbosidad, tanta palabrería irrelevante, tanto divorcio de la experiencia. Pero estoy completamente seguro que no perderá el tiempo, hoy, a fines del 2001, quien lea a Vaz Ferreira.

La verdad es que no me interesa mucho, como se ha manifestado recientemente, discutir si Vaz Ferreira tiene un aire de familia con los pensadores posmodernos -sea por lo fragmentario, por rehuir las totalidades cerradas u otras notas-. Al revés, a mí al principio me despertó expectativas lo posmoderno porque me hacía acordar a Vaz Ferreira. Pero, con perdón, a mí no me han enseñado nada nuevo los posmodernos. Posmodernos los de antes, cuando la duda no tenía buena prensa.

Por eso voy a recordar, igual que lo hice en otras oportunidades, que el ideario de Vaz Ferreira -y conviene llamarlo así, antes que doctrina o sistema cerrado de pensamiento-, concebido durante las primeras décadas del 1900, posee una sutil actualidad. Pero hay que tener el ojo entrenado para verlo.

La misma historia que el ilustre montevideano miró tantas veces con desconfianza, hoy señala con una guiñada el formidable cambio de espíritu que trajo el fin del siglo XX y el comienzo de este siglo XXI, y tardíamente parece darle la razón. Con dolor sabemos ahora que había que buscar la justicia sin dejar de lado la libertad y no comparar ideales con realidades. Que debíamos llevar adelante todos los valores aunque fatalmente ellos entraran en conflicto. Que la democracia, como la racionalidad, no era todo pero era mucho.

Que no era malo enseñar a dudar y que ningún daño hubiera causado el escepticismo dulce, el escepticismo con esperanza, en vez de lo que provocaron las creencias rígidas de las almas tutoriales de uno u otro signo. Que hubiera sido mejor pensar por ideas a tener en cuenta que pensar por sistemas. Que la ciencia se ocupaba de cuestiones explicativas pero no admitían solución perfecta las normativas. Que podían estar muy cerca las personas de pensamiento o convicciones diversas si los planos mentales, la amplitud y la sutileza en la forma de sostenerlos, era similar.

Que la lógica estaba viva. Que sería algo raro estar muertos pero no es más natural el seguir vivos y que no había que caer en falsa precisión al hablar de esas cosas. Que de todos modos podía desnudarse hasta la vaguedad de sus velos, mediante el estudio de las falacias verbo-ideológicas. Que se podía ser filósofo sin tener una visión omnicomprensiva. Que había cuestiones de hecho pero si queríamos llegar a Dios, construir una Torre de Babel y decir lo indecible, seríamos castigados por cuestiones de palabras. Que eso sucedería también a diario porque son turbias las relaciones entre el lenguaje y el pensamiento y porque cada palabra, sostenía Vaz junto con Nietzsche, es un prejuicio.

Que no se terminaría la historia cuando todo esto se supiera. Habría bastado con escuchar a los hombres de pensamiento -es decir, los de acción a largo plazo- para que hubiera comenzado de otro modo. Pero la historia "tiende a eliminar a los hombres que sienten todos los sentimientos, todos los ideales, y cuya acción entonces es menos simétrica y menos descriptible... tiende a agrandar a los hombres de ideal y de acción más unilateral... Ni la opinión ni la historia registran ni valoran mucho de lo mejor de los hombres mejores, que está en todo lo que en sí mismos contuvieron o reprimieron, en todos los impulsos que dominaron, en todos los errores, faltas, a veces crímenes, que fueron capaces de no cometer"

Ahora regreso a la quinta de Atahualpa y a las mariposas blancas. Tenía razón Sara. Es probable que la posición de las piezas en el tablero sea la misma que cuando nos dejó Vaz Ferreira.

 

3) UN PROYECTO DESPROYECTADO

Jorge Liberati

Desde 1980, en dos oportunidades, la profesora Sara Vaz Ferreira de Echevarría, hija del filósofo y principal mentora de su obra, nos recibió en su casa y en la vieja Quinta del Prado. Le hicimos conocer nuestro deseo de investigar los papeles de la biblioteca de su padre, los libros, sus márgenes posiblemente apuntados, los documentos, notas o bosquejos de discursos, y hasta una misteriosa Carpeta de Lingüística que creyó ver en alguna oportunidad y en otros años nuestra desaparecida amiga, la lingüista Elda Lago.

Voceros de la familia expresaron su comprensible deseo de contar con el respaldo del Estado uruguayo. Buscando ese respaldo, presentamos al Ministerio de Educación y Cultura, el 8 de mayo de 1995, un Proyecto de «Investigación del archivo privado y notas personales del Dr. Carlos Vaz Ferreira, con miras a la futura creación de un ámbito de proyección de su obra y de la filosofía uruguaya en general». Tenía dos objetivos: 1) un trabajo de investigación en la biblioteca del filósofo uruguayo, con el propósito de buscar posibles vertientes lingüísticas de su pensamiento, y 2) la creación posterior de un centro de investigación filosófica, en primer lugar en torno a la figura en cuestión y, en segundo lugar, en referencia a la filosofía uruguaya en general.

Un secretario del Ministro Cr. Samuel Lichtensztejn, el Lic. Kimal Amir, puso en conocimiento del Proyecto al Presidente de la Comisión del Patrimonio Histórico, Artístico y Cultural de la Nación, el desaparecido Arq. Luis Livni, quien mostró interés desde el primer momento, facilitando un documento que nos acreditaba ante la familia Vaz Ferreira para «indexar analíticamente los documentos inéditos del filósofo Dr. Carlos Vaz Ferreira», y encomendaba al autor del proyecto «la posibilidad de gestionar acuerdos» que permitieran el acceso a los archivos y a la biblioteca para llevar a cabo la investigación. Llegó a constituirse una Comisión, por iniciativa del Arq. Livni, que se encargaría de llevar a cabo las actividades, y que integrábamos con el Dr. Heber Gatto y con otras personalidades, con la cual colaboraba el Lic. Daniel Loustaunau. El respaldo estaba conseguido. La Comisión del Patrimonio llevó a cabo una inspección de Arquitectura en la Quinta, con el fin de relevar su estado, comprometiéndose a iniciar algunas modestas pero urgentes reparaciones.

En el curso de los años 1996 y 1997 se realizaron reuniones con los albaceas del filósofo, sus hijos el Dr. Eduardo Vaz Ferreira y el Licenciado Raúl Vaz Ferreira. Dos de los nietos del filósofo deseaban que el Estado adquiriera la Quinta. Impulsamos múltiples gestiones en el Ministerio durante los años siguientes, aunque jamás logramos entrevistar al Ministro de Cultura. Se nos sugirió que buscáramos el apoyo de la Presidencia de la República, puesto que facilitaría aquello que pudiera gestionar el Ministerio. De manera que escribimos al Dr. Julio María Sanguinetti, quien apoyó la idea por medio de su secretario personal, pero remitiendo la iniciativa al principio, es decir, al Ministerio. Llegamos a elevar dos notas al Dr. Enrique Iglesias, Director, como ahora, del BID, quien nunca nos contestó.

Al fallecer, Mario Vaz Ferreira legó su parte al Estado. Finalmente, enviamos, en octubre de 1998, una última nota al siguiente Ministro, Prof. Yamandú Fau, también sin respuesta. Y hasta aquí llega nuestra información. Y nuestra intervención.



Volvamos al comienzo del texto


Portada
Portada
© relaciones
Revista al tema del hombre
relacion@chasque.apc.org