LA QUIMERA DEL ORO
Carlos E. Barredo y Miguel Leivi
Pocos significantes han logrado acumular en el uso habitual, un conjunto tal de significaciones relativas a lo valioso, lo precioso, lo brillante y superior, como el oro, significaciones que el denigratorio "vil metal" no consigue enturbiar.
Más allá de toda apetencia material, de toda adoración de un becerro de oro, nadie se resiste a los dorados reflejos de una medalla de oro, al aprecio de un corazón de oro, a la promesa del oro en polvo de un golden boy, al nostálgico resplandor de una edad de oro. Tampoco Freud. Tampoco nosotros.
Es muy probable, también, que la aplicación en amplia escala de nuestra terapia nos obligará a mezclar el oro puro del análisis con el cobre de la sugestión directa... Pero, cualquiera sea la forma que esta psicoterapia adopte, cualesquiera sean los elementos de los que esté compuesta, sus ingredientes más efectivos y más importantes seguirán siendo, sin dudas, aquéllos tomados del psicoanálisis estricto e imparcial.
Sigmund Freud
"Líneas de avance en terapia analítica" (1918)
ORO Y COBRE
¿Cuál es el oro puro del análisis? Es claro que, para Freud, lo áureo del psicoanálisis es aquello que lo diferencia de otras prácticas psicoterapéuticas, cuyo recurso principal es la sugestión. A su juicio, la superioridad de la práctica analítica es tal que su presencia valorizaría toda mezcla de la cual pueda eventualmente formar parte. Y es claro también que esa preciada diferencia no reside en las condiciones formales de la práctica; ésta puede adoptar cualquier forma, siempre que preserve los ingredientes más efectivos e importantes del análisis (ibid). Invertir la ecuación podría llevar a que se perdieran esos valiosos elementos, quedando entonces el "análisis" reducido a una, formalmente correcta, práctica sugestiva más.
El oro puro del análisis es, a criterio de Freud, disponer de un procedimiento, de un método terapéutico y de investigación, que permite obtener... oro puro: "Cuando uno realmente practica psicoanálisis debe hacerse a la idea de considerar de una manera bastante especial el material que el paciente produce obedeciendo la regla: como si fuese mineral en bruto, del cual su contenido de metal precioso debe ser extraído por un proceso particular.
Deberá estar preparado también para elaborar muchas toneladas de mineral en bruto, el cual puede contener apenas un poco del material valioso que uno busca" (Freud, S.; 1926), Más allá de su forma, es el hacer posible una experiencia de lo inconsciente lo que define lo efectivo, lo valioso y lo importante del procedimiento analítico.
¿Qué fue lo que permitió que Freud encontrara oro donde nunca nadie había encontrado nada digno de valorar, sino sólo tonterías descartables; sueños, lapsus, palabras, actos insensatos, etc.? Solamente el hecho de haber partido de suponer aún antes de saberlo con certeza que allí había algo valioso que debía ser extraído; ideó en consecuencia un método para producción de mineral en bruto, la libre asociación, y un método para extraer de él, el metal precioso, la interpretación.
Es esta suposición de Freud y el corolario de la misma: su posición y su deseo de analista lo que constituye en valioso tanto al método como a lo obtenido por su intermedio; ella es la piedra filosofal, la fuente del efecto por el cual, como en una verdadera transmutación alquímica, éstos últimos se conviertan en oro. Bastaría perder ese lugar, dejar apagar el deseo que lo sostiene, para que todo vuelva a convertirse en tonterías vacuas, pura escoria sin ningún valor.
NO TODO LO QUE BRILLA
Algo en todo esto ha cambiado sustancialmente en los tiempos actuales, a juzgar por los discursos que se escuchan. La práctica analítica parece haber perdido, a la vez, valor y potencia. Ya no luce atractiva, y los buscadores contemporáneos de oro prefieren apelar a otros métodos, más modernos, rápidos, eficaces, económicos e indoloros.
Su metodología artesanal, anticuada, de otra época, debería al parecer se modificada, modernizada, adecuada a los tiempos, que corren, a las nuevas condiciones socioeconómicas, a las patologías supuestamente nuevas, con las cuales no cabe esforzarse en "extraer laboriosamente, a través del trabajo analítico, el metal puro a partir del mineral en bruto de las asociaciones libres y los síntomas" (Freud, S.;1922), porque en ellas, en lugar de oro, hay vacío. Sólo les ha quedado, apenas, el brillo narcisístico, que tal vez reluzca como el oro, pero no lo es. Como sabemos, no todo lo que brilla es oro.
Es frecuente oír comentarios de colegas que aluden, con tono de queja, a la índole de los pacientes que nos llegan en la actualidad. Se los visualiza como portadores de algún rasgo esencial que adopta generalmente la forma de un rótulo psicopatológico que los convierte en menos aptos para el tipo de tratamiento psicoanalítico, se entiende, que e quiere practicar. Esto último se ve además dificultado porque llegan los pacientes, claro, imbuidos de un imaginario social relativo a los tratamientos que difiere del de otras épocas: no se muestran dispuestos a exploraciones profundas y dilatadas de sus conflictos, y esperan más bien soluciones eficientes y rápidas, a tono con los tiempos que corren.
Vivimos ahora añorando la edad de oro perdida del psicoanálisis, cual si fuésemos hinchas nostálgicos de aquel Racing que, 30 años atrás, todavía ganaba campeonatos de fútbol: pacientes y psicoanálisis eran los de antes. Ante la dura realidad, sólo quedaría aggiornarse, adaptar el análisis a los tiempos actuales para asegurar, al menos, su supervivencia, amenazada de desaparición; pero enfrentando al mismo tiempo el riesgo de que, de ese modo, sólo queden de él apariencias, oropeles. Surge así la necesidad de concebir una práctica otra respecto del psicoanálisis, la cual agrupa bajo el rótulo de psicoterapia un heterogéneo conjunto de experiencias cuyo estatuto conceptual está lejos de contar con un amplio consenso entre los analistas.
¿Qué es lo que ha cambiado? ¿Dejó de producir efectos el inconsciente? ¿Dónde fue a parar su eficacia en los pacientes de la clínica del vacío, en las perturbaciones narcisísticas, los déficits estructurales, las nuevas patologías? No resulta demasiado consistente señalar que ha cambiado la época, los tiempos, En principios, porque es una obviedad: demasiadas cosas han cambiado en 30 años por no hablar de 100 años como para tener que abundar al respecto. Sin embargo, los cambios de época no tienen por qué producir necesariamente caídas de teorías o de disciplinas. Ejemplos de ello sobran. Que el psicoanálisis sea hijo de la sociedad europea de fines del siglo XIX, vienesa para mayor precisión, no vuelve obligatorio que tenga que caducar en sus principios junto con esa época. Si tal fuese el caso, sería verdaderamente para preguntarse cuál es el patrón-oro con el cual los valores del psicoanálisis eran justipreciados. En rigor, ocurre que las épocas cambian constantemente, que los tiempos siempre corren: siempre las condiciones extremas fueron y son contingentes y cambiantes. Argüir como explicación que la época ha cambiado implica la suposición contraria: la posibilidad de que podría o debería no cambiar. Lo cual no es sino un fantasma neurótico.
Por otra parte, tampoco hay dudas de que el inconsciente no habla ahora como lo hacía en la época de Freud, de que no se deben escuchar ahora las mismas manifestaciones de lo inconsciente que entonces,. Entre muchas otras razones, "...porque el inconsciente mismo evolucionó. Hay una historia del inconsciente. Puede parecer fantástico decir algo así si uno está convencido de que el inconsciente es una especie de energía vital que sería tan estable, tan fija, como la gravitación del universo. Pero se entiende mejor si se admite, como Lacan, que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, y que la intervención del psicoanalista en el inconsciente es de naturaleza tal que puede modificarlo" (Miller, J. A.). La propia presencia y el efecto del psicoanálisis sobre nuestros discursos culturales, a los cuales ha impregnado de una manera imposible de disecar, es en gran medida responsable de que el inconsciente hable ahora de otro modo. No obstante, de lo que siempre se trata es de escucharlo.
Ni las singualaridades de época ni las singularidades de los efectos inconscientes, deberían representar un obstáculo insalvable para un método hecho justamente para abordar en su singularidad lo singular de la articulación significante inconsciente.
En rigor, el inconsciente habla a quien desee, sepa y se disponga a escucharlo. En esto Freud fue pionero, y por eso creó la disciplina que aún sigue siendo suya. Pero esa experiencia debe ser recreada y retomada por cada analista en su práctica: ya que la experiencia de lo inconsciente, lejos de configurar un saber constituido y acumulativo, al modo de las ciencias duras, es siempre singular, siempre incierta, siempre abierta a los significantes que el discurso de la asociación libre articula, y al recorte que de ellos haga el analista. Que una tal experiencia produzca oro o escoria sigue dependiendo, ahora tal como en tiempos de Freud, del deseo de analista, de su posición de escucha, sostén y fuente de valor de esa experiencia. Perder esta perspectiva vuelve al análisis impracticable, corran los tiempos que corran.
HACIA EL YO
Dado que la posibilidad misma de la experiencia analítica es absolutamente subsidiaria de la posición del analista, de su compromiso ético con el deseo de develar los determinantes inconscientes, valdría la pena preguntarse si el vaciamiento que se registra hoy en día a nivel de la práctica, en las demandas del análisis, en la psicopatología, no obedecerá menos a la variación de condicionantes extremos obvios e indiscutibles que a cambios operados en la posición de los analistas.
Muchos analistas piensan hoy en día su lugar mucho menos en términos de hacer posible la experiencia de lo inconsciente, de "garantizar al paciente que este ejercicio en pura pérdida quiere decir algo, antes incluso de que epa qué quiere" (íbid.); piensan en cambio al análisis mucho más como una práctica que debe apuntar a lograr un mayor desarrollo y una mejor adaptación yoicos. El desvelamiento de los fenómenos significantes de lo inconsciente, objetivo al cual responde toda la organización del dispositivo analítico freudiano, queda reducido a un lugar secundario, accesorio, un lujo sólo practicable en algunos casos, cada vez menos frecuentes, en los cuales, a veces, hasta es posible el ejercicio nostálgico de un análisis como los de antes. Con tantos otros pacientes, cuyo número parece ir en aumento incesante, tal ejercicio sólo será posible, en el mejor de los casos, en un futuro lejano, después que una otra práctica haya operado una ortopedia eficaz de ciertos déficits yoicos. Con algo de postergación obsesiva, esta postura se acerca en cierta medida a viejas concepciones de Anna Freud relativas al análisis infantil, al que consideraba impracticable sin intervenir antes educativamente sobre el sujeto, justamente debido a su inmadurez yoica.
Es este mismo cambio de posición analítica el que ha producido el vaciamiento de la categoría de las neurosis, categoría psicopatológica central en la concepción freudiana del análisis. Conviene no perder de vista que la psicopatología freudiana no es un mero ordenamiento de entidades preexistentes descriptas objetivamente, sino que está centrada en el dispositivo transferencial, concebido para producir y develar los determinantes inconscientes del sujeto. De este modo, quedan allí separadas aquellas entidades para las cuales dicho dispositivo fue ideado y con las cuales funciona las neurosis de aquéllas otras cuya estructuración las torna inadecuadas para el mismo: las psicosis "Cometer un error tiene mucha mayor trascendencia para el psicoanalista que para el psiquiatra clínico. Este último no intenta hacer nada que sea de utilidad, cualquiera sea el caso; sólo corre el riesgo de cometer un error teórico, y su diagnóstico no tiene más interés que el académico. En lo que respecta al psicoanalista, en cambio, si el caso es desfavorable, él habrá cometido un error práctico, habrá sido responsable por el esfuerzo desperdiciado y habrá desacreditado su método de tratamiento" (Freud, S. 1913).
La proliferación, en las formulaciones psicopatológicas actuales, de los trastornos narcisísticos y los problemas caracterológicos, es consecuencia de este cambio del foco de la experiencia, desde las formaciones de lo inconsciente a la maduración y la estructuración yoicas.
En una comprobación cuya novedad es difícil percibir, se descubre que casi todos los pacientes padecen de trastornos narcisísticos como si Freud no lo hubiera ya postulado desde la propia introducción del concepto de narcisismo y que, por lo tanto, deben ser ubicados en esta nuevas categorías psicopatológicas, en detrimento de las neurosis clásicas, especies en vías de extinción. Son promovidos así modelos evolutivos con consecuencias técnicas, que postulan la prioridad de las problemáticas de la integración yoica, de las necesidades, del narcisismo, las cuales deben ser encaradas antes de que la conflictiva edípica, el campo desiderativo y la sexuación puedan ser abordados. Narciso es, así, anterior a Edipo; pero, si se lo atiende adecuadamente, también Narciso podrá llegar algún día a ser Edipo. Ese será el tiempo del oro puro del análisis.
Las consecuencias sobre el método tampoco se hacen esperar. Si las articulaciones del deseo inconsciente a las que se accede por la vía de las asociaciones libres del paciente en tanto éste obedece la regla fundamental constituyen ese material precioso que e obtiene mediante la herramienta de la interpretación, pueden observarse dos situaciones diferentes, frecuentes en los intercambios entre analistas: en algunos casos, se registra en las presentaciones clínicas abundante material de emergencias de lo inconsciente, sin que sea detectado o considerado como tal, ya que el analista, mirando hacia otro lado, se guía por instrumentos que orientan su búsqueda en otras direcciones; en otros casos, se observan extensas presentaciones clínicas en las que a la inversa, abundan observables conductuales que supuestamente dan cuenta del grado de madurez e integración de la personalidad, pero en las que no se registra ninguna manifestación de formaciones de lo inconsciente que den cuenta de un trabajo elaborativo; incluso el material onírico sólo es considerado como configuraciones escénicas que confirman aspectos vinculares de la interacción con el analista, propios del nivel imaginario de la transferencia.
Tanto en uno como en otro caso, el dispositivo freudiano, puesto al servicio de un objetivo diferente y contrapuesto a aquél para el cual fuera ideado, se vacía, funciona en falso y, reducido a un conjunto de condiciones formales, parecería confirmar el vaciamiento postulado como rasgo de la época.
Todo este panorama no deja de incidir y producir consecuencias sobre la formación de los analistas. En nuestras instituciones se ha puesto el énfasis en la preservación de ciertas condiciones dentro de las cuales debería transcurrir el análisis de los analistas, condiciones que configuran un encuadre sujeto a standards. Esto se ha hecho con el loable propósito de tratar de garantizar la experiencia del inconsciente que allí debería producirse. A nadie escapa, sin embargo, que si la ética del analista implica la preservación de una dimensión de falta por la cual el sujeto advendrá como deseante, la experiencia es, en sí misma, imposible de garantizar de antemano; sólo dependerá del encuentro con esa función que caracterizamos como deseo de analista, la única que da lugar a que una transferencia se despliegue para hacer posible un cambio en la posición subjetiva del analizante.
Si se pierde de vista este horizonte, se desvirtúa la experiencia, la cual queda entonces reducida a un mero, llenar requisitos o cumplir formalidades que, una vez establecidos, transformándolos a un analizante en analista por una vía acumulativa y no por el acceso a una investidura diferente, que dé cuenta del cambio subjetivo acaecido en el análisis.
Considerara los requisitos de standards como el único encuadre posible en que un análisis puede ser llevado a cabo produce, además, otros efectos. Como ha cambiado el imaginario social que hacía posible que esa práctica standarizada se sostuviera como aconsejable, los candidatos se encuentran hoy en día formándose y entrenándose para una práctica que ya nadie o casi nadie practica. Surgen entonces planteos acerca de si no será necesario proveerlos, además, de otra formación para las prácticas que sí se practican, incluso en los centros asistenciales de nuestras propias instituciones, prácticas llamadas "psicoterapias" para diferenciarlas del "psicoanálisis" standarizado. La discusión se traslada entonces a si esa otra formación debe ser brindada en los institutos de formación, a riesgo de que e vean "bastardeados" en sus objetivos, o fuera de ellos, una vez culminada la formación curricular. Lo que sin embargo queda fuera de la discusión es la standarización de la práctica, como si eso fuera ahora lo efectivo, lo valioso y lo importante del procedimiento analítico.
No creemos que se haya agotado la veta aurífera inconsciente, la cual, en su capacidad de producir efectos, es potencialmente inagotable; creemos, en cambio, que, con mayor probabilidad, los analistas han extraviado la piedra filosofal, ésa que permitió a Freud descubrir la vía regia hacia su propio El Dorado: la apuesta por el sentido de lo que articulan las manifestaciones de lo inconsciente. En estas condiciones, transformando el psicoanálisis en un ideal impracticable, las consecuencias directas sobre la práctica que los psicoanalistas sí realizan en la actualidad son claras: del oro puro del análisis sólo quedará una quimera.
Fuente: Revista Tres al Cuatro.
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