Serie: Pensamiento ()

De la arqueología de las ciencias humanas a la arqueología del saber 

Foucault innovador 

María Guadalupe López

Atraviesa la filosofía, la historia, las ciencias sociales, la epistemología, poniendo en evidencia una voluntad de transgresión del orden del discurso que, lejos de acomodarse a los criterios preestablecidos en el terreno científico, lo conduce a analizar las reglas de su formación y funcionamiento.

Aproximarse a la perspectiva de Michel Foucault (1926-1984), uno de los pensadores más originales e incisivos del siglo XX, conlleva la necesidad de penetrar en la multiplicidad de motivaciones y orientaciones de su pensamiento y en la complejidad de una obra que, al igual que la de todos aquellos que rompen con las seguridades de la tradición, resulta difícil de encasillar.Tras haber recorrido un largo itinerario intelectual, en el que fue afirmando, profundizando y hasta modificando en cierta medida sus conceptos, sus temas y sus problemáticas centrales, a la vez que incorporando a su propio pensamiento los resultados de los debates y las críticas suscitados por su obra, Michel Foucault puede describirse como un autor particularmente sensible a las diferentes experiencias, coyunturas y atmósferas culturales en las que estuvo inmerso, al ritmo de las cuales evolucionó y maduró el conjunto de sus diversas producciones y de sus aportaciones más importantes.

EL PROYECTO GENEALOGICO

Los estudios realizados por Foucault, originalmente gestados dentro de los horizontes de una formación filosófica, coadyuvaron a crear un nuevo y poderoso marco conceptual cuyas raíces se hunden en una corriente de pensamiento crítico que, si bien se aproxima y en ocasiones se vincula con la historia, hace su conexión y su diálogo más explícito con la historiografía francesa.

Su intento de definición epistemológica respecto de ella, se concentra de manera más intensa y determinante en la década de los años sesenta, particularmente el período que va de 1964 a 1971 (período que antecede, coexiste y prolonga dos fechas importantes en la historiografía francesa: el año 1966, que según algunos autores marca el punto de clímax de los distintos proyectos reunidos bajo la nebulosa del estructuralismo francés, y 1968, año de la gran ruptura cultural que, habiendo alcanzado una difusión de dimensiones universales, tuvo en París uno de sus epicentros fundamentales). En esta época sus trabajos se encuentran más cercanos a la tradición francesa de historia de las ciencias, representada por las obras de Gastón Bachelard o de Georges Canguilhem, que son deudores de los debates y de los desarrollos emanados de la filosofía impulsada por M. Merleau Ponty, J.P. Sartre o J. Hypolitte. Las obras posteriores de Foucault, de los años setenta y ochenta, se desplazan en cambio hacia otros campos menos analizados por la historiografía francesa, y lo alejan de la evolución del estructuralismo.

A partir del lanzamiento de su libro Las palabras y las cosas (1966), Foucault se convirtió en uno de los filósofos franceses más reconocidos, lo que le obligaría a definir con mayor precisión sus propios perfiles intelectuales, situando su obra en relación con los problemas del presente que lo obsesionaban. De ahí su interés por el trabajo genealógico, que requiere la realización de un minucioso análisis de las mediaciones, aislar las tramas, seguir los hilos, definir sus conformaciones, sus transformaciones, su incidencia en el objeto de estudio y, en fin, repensar los conceptos que permiten su definición.

El proyecto genealógico de Foucault se despliega en tres grandes dimensiones, las que –según describe en Saber y verdad- hacen a la ontología histórica de nosotros mismos, con relación: a la verdad, a través de la cual nos constituimos en sujetos de conocimiento; al campo de poder, a través del cual nos constituimos en sujetos que actúan sobre los demás; y a la ética, a través de la cual nos constituimos en agentes morales.

Podría decirse, en líneas generales, que Historia de la locura (1961), El nacimiento de la clínica (1963), Las palabras y las cosas (1966), La arqueología del saber (1969) y El orden del discurso (1971), producciones que se orientan a examinar las condiciones formales del desarrollo de determinadas configuraciones del saber, pertenecen a la primera dimensión; en tanto que Vigilar y castigar (1975) y Microfísica del poder (1977), que giran en torno al concepto central de poder, corresponden a la segunda dimensión. En la tercera dimensión se ubican los tres volúmenes hasta ahora publicados de Historia de la sexualidad.

Si bien forman parte de un proyecto coherente -cimentado en la pasión por la verdad, la búsqueda incisiva e intensiva de las condiciones de posibilidad de los discursos y las prácticas- saber, poder, ética y estética de la existencia, resumen tres etapas del trabajo de Foucault, en el que desarrolla una propuesta de análisis crítico que comienza por pensar las categorías de pensamiento en tanto categorías históricas, para culminar en una genealogía de la moral. Se trata de una vasta y difícil tarea, que une el análisis arqueológico con la crítica genealógica: las dos caras del trabajo de Michel Foucault.

Hacia una arqueología del saber

El título de su libro La arqueología del saber resulta por demás subjetivo. En él Michel Foucault procura explicar –partiendo de la problemática filosófica contemporánea– las condiciones y posibilidades de la historia del saber, dado que "Hubo un tiempo en que la arqueología como disciplina de los monumentos mudos, de los restos inertes, de los objetos sin contexto y de las cosas dejadas por el pasado, tendía a la historia y no adquiría sentido sino por la restitución de un discurso histórico; podría decirse, jugando un poco con las palabras, que, en nuestros días, la historia tiende a la arqueología, a la descripción intrínseca del monumento." (La arqueología del saber, p. 11).

El sentido que Foucault otorga al término "arqueología" no apunta a establecer un origen o determinar un principio, sino a realizar –a la manera de la ciencia arqueológica– una descripción intrínseca de los monumentos, esto es, de los discursos. Lo que le interesa mostrar es que no existen por una parte discursos inertes y por otra sujetos que los manipulan o los renuevan, sino que los sujetos forman parte del campo discursivo, en el que ocupan una posición (con posibilidades de desplazamiento) y en el que cumplen una función (con posibilidades de mutación).

El autor sitúa su obra dentro de la polémica suscitada en torno a esa "... disciplina de los lenguajes flotantes, de las obras informes, de los temas no ligados" (La arqueología..., p. 230), la historia de las ideas, que no da cuenta de la historia de las ciencias, "... sino la de esos conocimientos imperfectos, mal fundamentados, que jamás han podido alcanzar /.../ la forma de cientificidad", pero que "... se atribuye la tarea de atravesar las disciplinas existentes, de tratarlas y de reinterpretarlas."(La arqueología..., pp. 229-230)

Frente a esa historia de las ideas, sustentada en categorías provenientes de las ciencias humanas que la conducen a una continuidad lineal, a una historia sin interrupciones, Foucault postula una historia basada en una noción de discontinuidad, que es a la vez instrumento y objeto de investigación. Tal categoría de discontinuidad es, al mismo tiempo, una operación deliberada del historiador, un resultado de la descripción histórica y un concepto metodológico, gracias al cual "... deja de ser el negativo de la lectura histórica (su envés, su fracaso, el límite de su poder), para convertirse en el elemento positivo que determina su objeto y la validez de su análisis." (La arqueología..., pp. 13-15). La discontinuidad se despliega en un entramado de transformaciones diferentes, ligadas entre sí según esquemas de dependencia. La historia no es otra cosa que el análisis descriptivo y la teoría de estas dependencias.

En el terreno de las circularidades

Puede afirmarse que toda la parte "crítica" de La arqueología del saber se inscribe en la continuidad del trabajo precedente. Según lo manifiesta el autor, esta obra constituye una nueva consideración metódica y controlada, de lo que ya venía desarrollando anteriormente, aunque "... de una manera medianamente ciega, pero cuyo perfil de conjunto trato de volver a captar ahora, a reserva de reajustarla, a reserva de rectificar no pocos errores o no pocas imprudencias." (La arqueología..., p. 192)

En efecto, desde Historia de la locura hasta El orden del discurso, el pensamiento arqueológico de Foucault se va desenvolviendo a través de una circularidad que avanza del análisis histórico al metodológico y viceversa. El método desarrollado en La arqueología del saber parte de los resultados de las obras precedentes, a los cuales fundamenta y convierte en puntos de apoyo de sus reflexiones. Por ejemplo, las conclusiones de la arqueología de las ciencias humanas expuestas en Las palabras y las cosas abren el camino a un análisis del lenguaje desarrollado metodológicamente en La arqueología del saber, el que a su vez fundamenta las investigaciones históricas de la primera, puesto que "– en la medida en que se trata de definir un método de análisis histórico liberado del tema antropológico, se ve que la teoría que va a esbozarse ahora se encuentra, con las pesquisas ya hechas, en una doble relación. Trata de formular en términos generales (y no sin muchas rectificaciones, no sin muchas elaboraciones) los instrumentos que esas investigaciones han utilizado en su marcha o han fabricado para sus necesidades. Pero por otra parte, se refuerza con los resultados obtenidos entonces para definir un método de análisis que esté libre de todo antropologismo." (La arqueología..., p. 26)

En el prefacio de Las palabras y las cosas, Foucault plantea el problema arqueológico en los siguientes términos: "Los códigos fundamentales de una cultura -los que rigen su lenguaje, sus esquemas perceptivos, sus cambios, sus técnicas, sus valores, la jerarquía de sus prácticas- fijan de antemano para cada hombre los órdenes empíricos con los cuales tendrá algo que ver y dentro de los que se reconocerá. En el otro extremo del pensamiento, las teorías científicas o las interpretaciones de los filósofos explican por qué existe un orden en general, a qué ley general obedece, qué principio puede dar cuenta de él, por qué razón se establece este orden y no aquel otro. Pero entre estas dos regiones tan distantes reina un dominio que, debido a su perfil intermediario, no es menos fundamental: es más confuso, más oscuro y, sin duda, menos fácil de analizar."(Las palabras y las cosas, pp. 5-6). Al arqueólogo del saber le corresponde describir ese "dominio intermedio" que determina tanto los códigos fundamentales de una cultura como las explicaciones científicas o filosóficas, los "órdenes empíricos" como las teorías, la percepción como el lenguaje.

Si bien el problema que ocupa la reflexión de Foucault es el mismo en Las palabras y las cosas que en La arqueología del saber, en esta última sitúa su enfoque en una perspectiva metodológica, procurando definir las categorías y los conceptos apropiados para analizar ese "dominio intermedio" y determinar su ámbito de aplicación. Vale decir que el objetivo que se percibe en Las palabras y las cosas es describir, mientras que La arqueología del saber trata en cambio de explicitar los instrumentos teóricos de la descripción.

Más allá del enfoque histórico y de la metodología de análisis, presentes en La arqueología del saber, no se excluye tampoco la reflexión teórica implicada en todo análisis histórico. Podría decirse que toda la obra foucaultiana se halla atravesada por esas diferentes circularidades, que se observan entre historia y método, historia y filosofía, investigación histórica y especulación teórica. "Yo no procedo por deducción lineal – dice Foucault – sino más bien por círculos concéntricos, y voy tan pronto hacia los más exteriores, tan pronto hacia los más interiores..."(La arqueología..., p. 193).

Situándose en un plano de anticipación y a la espera de poder formular posteriormente una teoría general, Foucault se abstiene de proporcionar una fundamentación teórica claramente definida "... yo no desarrollo aquí una teoría en el sentido estricto y riguroso del término: la deducción, a partir de cierto número de axiomas, de un modelo abstracto aplicable a un número indefinido de descripciones empíricas. De tal edificio, si es que alguna vez sea posible, no ha llegado ciertamente el tiempo." (La arqueología..., pp. 192-193)

 

En torno a la liberación del discurso

En el capítulo segundo de La arqueología del saber Foucault plantea la necesidad de "liberar de su incierto estatuto" a ese conjunto de disciplinas llamadas Historia de las ideas, de la ciencia o del pensamiento, abandonando (o dejando al menos en suspenso) la estructura histórico-trascendental en que las había encerrado la filosofía del siglo XIX. Esto significa liberar al campo discursivo de los conceptos a través de los que se diversifica y se conserva la noción de continuidad, o por los cuales se reduce la discontinuidad histórica valiéndose de la función sintetizante del sujeto (La arqueología..., pp. 33 y ss.). A estos efectos enumera tres grupos de categorías que relacionan los discursos, los clasifican y garantizan una continuidad finita. Una vez suspendidas -dice Foucault- esas formas inmediatas de continuidad que permitían a la historia tradicional de las ideas, o de la ciencia, establecer relaciones entre los discursos científicos o clasificarlos, o recuperar un sustrato de continuidad, se abre un dominio inmenso, constituido por el conjunto de todos los enunciados efectivamente producidos, ya fueren estos orales o escritos. (La arqueología..., p. 43)

El discurso se halla constituido por la diferencia que permanece entre aquello que podría decirse correctamente en una época (respetando las reglas de la gramática y de la lógica) y lo que efectivamente se ha dicho. El campo discursivo es pues, en un momento determinado, la ley de esta diferencia. Dicho campo define un cierto número de operaciones que no son del orden de la construcción lingüística o de la deducción formal, pero que se despliega en un terreno "neutro", en el que la palabra y la escritura pueden hacer variar el sistema de su oposición y la diferencia de su funcionamiento (Saber y verdad, p. 62). Al establecer el conjunto de condiciones en las que se ejerce esta función enunciativa del discurso y la medida en que tales condiciones pueden modificar y redistribuir el dominio de la historia de las ideas (La arqueología..., p. 199), Foucault logra conjugar en una reflexión filosófica elementos teóricos e históricos, es decir, afronta el problema de una teoría de la historia concebida según el modelo de la teoría del discurso.

En una segunda fase de análisis metodológico, el discurso se define como el proyecto de una descripción de lo que Foucault denomina acontecimientos discursivos en tanto horizontes para la investigación de las unidades que estos conforman (La arqueología..., p. 43). A fin de establecer relaciones entre los discursos y de explicitar su unidad, elabora una investigación basada en cuatro hipótesis referidas a la unidad del objeto, la forma y tipo de encadenamiento, a la permanencia de determinados conceptos, y a la identidad y persistencia de determinados temas. Guiado por sus investigaciones históricas anteriores, Foucault rechaza en un primer momento cada una de estas hipótesis y propone a continuación una solución diferente, aunque paralela a cada una de ellas. Hasta que en un tercer momento diferencia la descripción de los hechos discursivos por un lado, de los análisis interpretativo-hermenéuticos y, por otro lado, de los análisis formales, lingüísticos o estructuralistas.

 

El campo de los enunciados

El intento por caracterizar la unidad fundamental del acontecimiento discursivo lleva a Foucault a proponer la noción de "enunciado". Para ello se hace necesario realizar algunas precisiones terminológicas que permitan distinguir ciertas expresiones que utiliza con frecuencia, como: actuación verbal o lingüística, formulación, frase, proposición. Entiende por actuación verbal o lingüística todo conjunto de signos efectivamente producidos a partir de una lengua, natural o artificial; por formulación, el acto individual o colectivo que hace surgir, a partir de la materialidad, un conjunto de signos; por frase, la unidad analizada por la gramática; y por proposición, la unidad de la lógica. Por enunciado, en cambio, precisa "... la modalidad de existencia de un conjunto de signos..." que le permite ser algo más que un simple conjunto de marcas materiales, que le posibilita referirse a objetos y a sujetos, entrar en relación con otras formulaciones, y que le faculta, además, la repetibilidad. (La arqueología..., p. 179-180)

Esta posibilidad de referirse a objetos, de implicar sujetos, de relacionarse con otras formulaciones y de ser repetible, no se reduce ni a las posibilidades de la frase en cuanto frase, ni a las posibilidades de la proposición en cuanto proposición. El enunciado se articula sobre la frase o sobre la proposición, pero no se deriva de ellos. No se reduce a la proposición, en primer lugar, debido a dos razones: porque para hablar de enunciado no es necesario que exista una estructura proposicional, y porque dos expresiones equivalentes desde el punto de vista lógico, no son necesariamente equivalentes desde el punto de vista enunciativo. En segundo lugar, en cuanto a la correspondencia entre el enunciado y la frase, Foucault señala que no todos los enunciados poseen la estructura lingüística de la frase, no solo porque el enunciado comprende los sintagmas nominales, sino porque las palabras dispuestas en columna en una gramática latina, por ejemplo, como "amo, amas, amat..." también constituyen un enunciado. Junto a estas distinciones respecto de la unidad de la gramática y de la lógica -y precisamente a causa de ellas- Foucault destaca la correspondencia entre los enunciados y lo que los analistas ingleses llaman speech acts. En este sentido afirma que "Aquí tampoco se podría establecer una relación bi-unívoca entre el conjunto de los enunciados y el de los actos elocutorios." (La arqueología..., p. 139)

La materialidad institucional del discurso

Es indudable que lo fundamental en el acontecimiento discursivo es la noción de relación, entendida esta como un conjunto de conjunciones de "... coexistencia, sucesión, funcionamiento mutuo, determinación recíproca, transformación independiente o correlativa.."(La arqueología..., p. 63). Foucault precisa la naturaleza de los acontecimientos discursivos al determinar las relaciones de los enunciados entre sí, aun cuando percibe que tal determinación es todavía insuficiente, porque no da cuenta de la existencia material e histórica de los mismos.

Para que una secuencia de elementos lingüísticos pueda ser considerada y analizada como enunciado, debe poseer, según Foucault, materialidad. Esta no es una condición entre otras, sino que es constitutiva. "... no es simplemente principio de variación, modificación de los criterios de reconocimiento, o determinación de subconjuntos lingüísticos. Constituye el enunciado mismo: es preciso que un enunciado tenga una sustancia, un soporte, un lugar y una fecha." (La arqueología..., p. 169). Sin anticipar demasiado podría decirse que la investigación del "modo de materialidad" del enunciado se orienta más hacia la sustancia y el soporte que hacia el lugar y la fecha. "El régimen de materialidad al que obedecen necesariamente los enunciados es, pues, del orden de la institución más que de la localización espacio-temporal." (La arqueología..., p. 173)

Foucault descubre que en realidad la "localización espacio-temporal" puede ser deducida de las "relaciones" entre enunciados o grupos de enunciados, si se comprende que hay que reconocer a dichas relaciones una existencia material, vale decir, que esas relaciones no existen fuera de ciertos soportes materiales en los que se encarnan, se producen y se reproducen. Esto pone de manifiesto la necesidad de pensar la historia de los acontecimientos discursivos como estructurados por relaciones materiales encarnadas en instituciones. La necesidad, reconocida pues por Foucault, de definir "el régimen de materialidad" del discurso, la necesidad correlativa de elaborar una nueva categoría de discurso y la de pensar la historia de este discurso, es la triple tarea que intenta llevar a cabo en La arqueología del saber.

El discurso como práctica

Foucault se ve conducido a dar una singular definición de discurso, como "... conjunto de enunciados que dependen de un mismo sistema de formación..." (La arqueología..., p. 181). Si se tiene en cuenta lo dicho acerca del "modo material del enunciado", el discurso no puede definirse fuera de las relaciones que lo constituyen (por eso habla más bien de "relaciones discursivas" o de "regularidades discursivas"), y esto ocurre porque, en definitiva, este discurso es una práctica, lo cual significa que no refiere a la actividad de un sujeto, sino a la existencia objetiva y material de ciertas reglas a las que ese sujeto debe ceñirse desde el momento en que interviene en el discurso.

Las relaciones discursivas no son internas con respecto al discurso, no son lazos existentes entre conceptos o palabras, frases o proposiciones; pero tampoco son externas, es decir, no son circunstancias exteriores que lo constriñen. Por el contrario, determinan el conjunto de relaciones que el discurso debe efectuar para tratar acerca de determinados objetos, para nombrarlos, analizarlos, explicarlos, clasificarlos, etc. De ahí que tales objetos deban ser definidos "... refiriéndolos al conjunto de reglas que permiten formarlos como objetos de un discurso y constituyen así sus condiciones de aparición histórica." (La arqueología..., pp. 78-79). El discurso aparece, entonces, en una relación descriptible con respecto al conjunto de otras prácticas.

La categoría de práctica discursiva, tal como la propone Foucault, es indicativa de una innovación teórica que consiste en no establecer ningún discurso fuera del sistema de relaciones materiales que lo estructuran y lo constituyen. Esta nueva categoría determina una línea de demarcación entre La arqueología del saber y Las palabras y las cosas.

El trabajo que sistematiza Foucault no constituye, pues, una formalización ni una exégesis, sino una arqueología, es decir, la descripción del archivo (conjunto de reglas que, en una época dada y para una sociedad determinada, definen los límites y las formas de su decibilidad, conservación, memoria, reactivación y apropiación), o sea, las exigencias a las que responden las categorías fundamentales expuestas en La arqueología del saber. Se trata, en definitiva, de pensar las leyes que rigen la historia diferencial de las ciencias desde distintos ámbitos.

REEFERENCIAS

FOUCAULT, Michel. "Saber y verdad", Madrid, Ediciones de La Piqueta, 1991
FOUCAULT, Michel. "La arqueología del saber", México, Siglo XXI Editores, 1997
FOUCAULT, Michel. "Las palabras y las cosas", Madrid, Siglo XXI Editores, 1999

 

Pensamiento

Artículos publicados en esta serie:

(I) Supratemporalidad de las Humanidades (María Noel Lapoujade, Nº 148)
(II) La idea de problema (Mario Silva García, Nº 149)
(III) Filosofía, camino y experiencia (Mario A. Silva García, Nº 150)
(IV) ¿Crisis de la racionalidad científica? (Ezra Heymann, Nº 151)
(V) Lo natural y lo artificial (Roald Hoffmann, Nº 154)
(VI) Herder y el origen de la lengua (Mario A. Silva García, Nº 156)
(VII) Vico y Joyce (José Guilherme Merquior, Nº 157)
(VIII) Un modelo dialógico del pensar. Reflexiones a partir de un espacio de diálogo intercultural. Mauricio Langón, Nº 158)
(IX) A propósito del dualismo cartesiano. ¿Quién tiene el cuerpo? (Massimo Desiato, Nº 159)
(X) Verdad y mentira en el lenguaje (Mario A. Silva García, Nº 160)
(XI) Habermas y la hermenéutica (Gianni Vattimo, Nº 162)
(XII) Avatares de la imaginación (Maria A. Silva García, Nº 163)
(XIII) ¿Comprender o explicar? (Alberto Chá Larrieu, Nº 164/65)
(XIV) Los arquetipos (Mario A. Silva García, Nº 167)
(XV) Arquetipos y pensamiento colectivo (Mario A. Silva García, Nº 169)
(XVI) Emanuel Levinas (Efraim Meir, Nº 170)
(XVII) Los arquetipos en el pensamiento filosófico (Mario A. Silva García, Nº 174)
(XVIII) Etica y moral (Mario A. Silva García, 176/77)
(XIX) Nietzsche Un polémico legado (Pablo Ney Ferreira, Nº 179)
(XX) La gran fisura (Francis Fukuyama Nº 182)
(XXI) La gran fisura (Francis Fukuyama, (INEDITO) Nº 182)
(XXII) La casa (Mario A. Silva García, Nº 182)
(XXIII) Especulación trascendente acerca de La supuesta intencionalidad en el destino individual (INEDITO) (Arthur Schopenhauer, Nº 183)
(XXIV) Una confidencia (Mario A. Silva García, Nº 183)
(XXV) Estética contra ética (Amelia Valcárcel,.Nº 184)
(XXVI) Revisión de la analogía (Oscar Luis Sarlo, Nº 186)
(XXVII) Etica y estética (Ezra Heymann, Nº 190)
(XXVIII) Realismo ontológico, relativismo epistemológicoLa mirada médica (José Portillo, Nº 192)
(XXIX) Schopenhauer y Nietzsche (Rüdiger Safranski, Nº 194)
(XXX) El "Ariel" de Rodó (Mario A. Silva García, Nº 195)
(XXXI) La realidad ¿inventada? (José Portillo, Nº 196)
(XXXII) Nietzsche, el crítico (Enrique Puchet C., Nº 198)
(XXXIII) Nietzsche, el retorno (Ma. Noel Lapoujade, Nº 198)
(XXXIV) Nietzsche: ¿filósofo o poeta? (Mario A. Silva García, Nº 199)
(XXXV) Arturo Ardao De y por la inteligencia (Ma. Angélica Petit, Nº 200/201)
(XXXVI) Arturo Ardao La pasión y el método (Jorge Liberati, Nº 200/201)
(XXXVII) ¿Por qué temer a los depredadores (Enrique Puchet C., Nº 202)
(XXXVIII) Martin Buber Una lectura de la filosofía contemporánea (Pablo Da Silveira, Nº 203)
(XXXIX) ¿Qué es el hombre? (Andrea Díaz Genis, Nº 204)
(XL) Quine (Carlos E. Caorsi, Nº 205)
(XLI) Una realidad que se escapa de las manos (Jorge Liberarti, Nº 206)
(XLII) Identidad cultural (Ezra Heymann, Nº 206)
(XLIII) El mal (Mario A. Silva García, Nº 207)
(XXXIX) Crítica del instante y del continuo Tiempo e historia (Giorgio Agamben, Nº 208)
(XC) La "vez" o los fantasmas de la lógica (Jorge Liberarti, Nº 209)


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