Por otra parte

"El Señor de los anillos"

LA SAGA DE TOLKIEN

Juan Carlos Capo

En los angostados y dramáticos días que corren en la comarca uruguaya y en la región -Argentina, Brasil, para no hablar de otras-, parece una evasión ocuparse de otras Comarcas, más distantes en el tiempo, y más mítico-poéticas e irreales, aunque resulten no menos opresivas y angustiosas que las más cercanas, prosaicas, reales, históricas.

Y sin embargo escribo acerca de seres fabulosos: hobbits, elfos, enanos y Hombres, conjurados en una comunidad temerosa aunque alegre y vigorosa, que un día parte para verse libre de los obstáculos asechantes que interrumpieron el libre discurrir de sus vidas plácidas, y a esa escritura llego porque algo emite su señal para que el llamado de la Comarca de la Tierra media alcance mi corazón.

Se encuentran en la saga de J. R. R. Tolkien elementos de estructura y de formas y funciones que articulan entre sí, a la manera de las fábulas.

Anatomía de las fábulas

Gianni Rodari, maestro italiano e investigador de la comunicación con los niños, a través de técnicas teatrales y estudio de una posible/imposible puesta a plano "matemática y geométrica" de las fábulas, trasmite en su libro "Gramática de la fantasía" (Introducción al arte de inventar historias), (Turín, 1973) consideraciones útiles para abordar la saga de Tolkien.

Influyeron en Rodari su formación marxista, la lectura del poeta romántico alemán Novalis (que buscó, infructuosamente, las leyes de una Fantástica), los poetas surrealistas con Breton a la cabeza, y los formalistas rusos, entre ellos Victor Sklovskij y Vladimir Propp.

Las cosas, continúa Rodari, empezaron con el genio de Leonardo, que consideró una máquina cualquiera no como un organismo único, un prototipo irrepetible, sino como un conjunto de máquinas más simples. Algo similar a esa descomposición que hizo Leonardo con las máquinas, hizo Propp con las fábulas, y llegó al "extrañamiento" del objeto, y al encuentro con las "funciones" de ese objeto. Y esa búsqueda y esos resultados, los dejó escritos en su obra

FUNCIONES DE LAS FABULAS

Para Propp, el núcleo más antiguo de las fábulas mágicas deriva de los ritos de iniciación de las sociedades primitivas. El rito precede al mito (si bien este también puede preceder a aquel) y en la estructura de la fábula se repite la estructura del rito.

Las fábulas habrían nacido por caída del mundo sacro al mundo profano. El niño se ve ante el caballito y la muñeca, hoy convertidos en juguetes; pero otrora, antes de la caída, fueron objetos rituales, culturales. En fin, Propp crea un ligamen profundo entre el niño prehistórico, que vivió los ritos iniciáticos, y el niño histórico que vive, precisamente, en y con la fábula, su primera iniciación en el mundo de lo humano.

Propp analizó la fábula popular rusa y entresacó de ellas personajes con sus funciones a la manera de elementos estables, constantes, que se suceden en forma idéntica y que en el sistema (o recuento) de Propp suman 31. De estas funciones, solo voy a citar algunas: -alejamiento; -prohibición; -infracción; -investigación; -delación; -trampa; - connivencia; -mutilación (o carencia); (...) -partida del héroe; -el héroe es sometido a la prueba del donador; -donación del atributo mágico; -lucha entre el héroe y el antagonista; -reposición de la carencia inicial; -regreso del héroe; -su persecución; -el héroe se salva; -el héroe llega de regreso a casa; -el héroe ejecuta su misión; -el héroe castiga al antagonista; -el héroe se casa.

La estructura de la fábula repite la experiencia de los niños, una sucesión de misiones y de duelos, de pruebas difíciles y decepciones, según una cierta sucesión ¡ay! inevitable. Ni siquiera falta al niño, ni mucho menos, la experiencia de las "dotes mágicas": los regalos de Navidad y de Reyes.

Leopardi escribió que la edad más bella y afortunada del hombre es la infancia, pero al estar tan llena de tormentos que adoptan mil formas distintas, mil angustias y temores y fatigas, debidos a la educación y a la instrucción, se llega al extremo de que, habiendo llegado a la adultez, e incluso en medio de la infelicidad, el hombre adulto no aceptaría volver a ser niño y sufrir lo mismo que sufrió durante la infancia.

Propp acabó por servirse casi de los mismos términos con que San Agustín describiera el trabajo de la imaginación, que para él consistía en "disponer, multiplicar, reducir, extender, ordenar, recomponer (...) imágenes".

EL AUTOR

J. Ronald Ruelen Tolkien nació el 3 de enero de 1892 en Bloemfontein (Sudáfrica) y murió en Londres el 2 de setiembre de 1973, en Londres. Fue profesor de anglosajón y de literatura y lengua inglesas en la Universidad de Oxford. La mayor parte de su vida transcurrió entre los muros de la Universidad, donde enseñaba filología inglesa medieval. Quedó a temprana edad huérfano de ambos padres, y un sacerdote católico lo tuteló y lo ayudó económicamente para que siguiera sus estudios. En la adolescencia se enamoró de Edith Bratt, también huérfana, y pese a los contratiempos, se casaron a comienzos de la primera guerra mundial. Tolkien se había enrolado y estaba terminando sus estudios. Estuvo en una batalla muy importante, la batalla de Somme, en la que perdió muchos amigos, y de la cual volvió enfermo, afectado de la "fiebre de las trincheras" (fiebres, dolores, postración, arrastrada a lo largo de los años debido a una causal infecciosa). Su obra mayor, "El Señor de los Anillos", le demandó doce años de preparación: el manuscrito fue iniciado en 1937, terminado en 1949, y publicado en 1954.

"Historias semejantes -dijo Tolkien a propósito de El Señor de los Anillos- no nacen de la observación de las hojas de los árboles ni de la botánica o la ciencia del suelo; crecen como semillas en la oscuridad, alimentándose del humus de la mente: todo lo que se ha visto o pensado o leído, y que fue olvidado hace tiempo (...) La materia de mi humus es, principal y evidentemente, materia lingüística".

Ese humus se había formado, nutrido y desarrollado con los cuentos de hadas de las naciones del norte de Europa, con la Saga de Beowulf de la literatura sajona, con los cuentos de hadas y las leyendas celtas. En ellas, los dioses y las damas de los bosques se revelan e iluminan a sus guerreros y a otros personajes, al igual que la luz de la luna, que es vivida como otra divinidad salvadora, y esa Naturaleza animada ejerce un secreto influjo sobre los personajes, quienes parten para la guerra tocados de esa manera milagrosa y mágica. Borges ha dicho en "Literaturas germánicas medievales" (México,1951) que, en la historia de las literaturas, el arte de la prosa es siempre posterior al de la poesía. Y más específicamente entre los anglosajones, que produjeron una literatura poética compleja y una prosa relativamente rudimentaria. No mencionar directamente las cosas era casi un deber.

La prosa sajona fue poesía antes que prosa, y los personajes de esas sagas de casi todo el norte de Europa abundan en palabras compuestas en un lenguaje rico en metáforas. Los poetizadores primeros de estas sagas sajonas fueron los iniciadores de tales metáforas. Las primeras metáforas eran toscas, brutales, pero también hermosas. Borges decía a propósito de estos temas que hay un agrado en las metáforas que no hay en las palabras directas: decir la sangre no es decir "la ola de la espada". Y como esta, otras: no es lo mismo decir lengua que decir "remo de la boca", o decir la mano que decir "asiento del halcón", o decir la cabeza que decir "castillo del cuerpo", o decir la sangre que decir "sudor de la guerra", o decir el corazón que decir "dura bellota del pensamiento", o decir El Rey que decir "El Señor de los anillos".

Pero en el humus de "El Señor de los anillos" se encuentran diversos ecos: de la Odisea, de Edipo Rey, de la Biblia, de Lucrecio, de Don Quijote, de William Shakespeare, de Charles Dickens, de Lewis Carroll, de Arthur Conan Doyle, de las Mil y una Noches, de los mitos griegos, y también de Platón, y de Tomás Moro, y de los cuentos de hadas y leyendas sajonas, del propio cine y del comic, especialmente de Walt Disney, y quizás de Italo Calvino y su caballero inexistente, y hasta de Julio Cortázar con cuyos cronopios se podrían emparentar los hobbits y los elfos. (Ray Bradbury se debe haber inspirado en algunos pasajes de Tolkien para el tono poético justo que encontró para sus áureas evocaciones de infancia.)

J. R. R. Tolkien escribió, entre otras obras, The Hobbit (1937), El Señor de los Anillos (1954,1955); The Adventures of Tom Bombadil (1962) y The Silmarilion (1977).

EL LIBRO

Este es el exordio (poético y enigmático) que abre la narración:

Tres Anillos para los Reyes Elfos bajo el cielo.

Siete para los Señores Enanos en casas de piedra.

Nueve para los Hombres Mortales condenados a morir.

Uno para el Señor Oscuro, sobre el trono oscuro

En la Tierra de Mordor donde se extienden las sombras.

Un anillo para gobernarlos a todos. Un anillo para encontrarlos,

un anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas

en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras.

Los hobbits

La historia, precisa el narrador, atañe principalmente a los integrantes de este pueblo sencillo y muy antiguo. El origen de los hobbits viene de muy atrás, de los Días Antiguos, ya perdidos y olvidados. Cuenta Tolkien que en su inmigración hacia el este, como muchos otros pueblos, los hobbits se empezaron a establecer en comunidades ordenadas. En aquellos tempranos días aprendieron el alfabeto y fue alrededor de esta época que la leyenda comenzó a ser historia entre ellos.

Los hobbits son amantes de la paz, la tranquilidad y el cultivo de la tierra. Originariamente -y esto fue el origen de la narración- ("un hobbit sólo necesita un agujero en la tierra para vivir"), los hobbits vivían en cuevas redondas, con ventanas redondas. Los hobbits son parientes lejanos de todos nosotros, los Hombres Mortales, pero desconfían de la Gente Grande, como también nos llaman, y ahora nos evitan con temor y es difícil encontrarlos. En esas circunstancias, tienen un gran dominio en el arte de desaparecer, y lo hacen sin recursos mágicos, pero los ayuda en eso su "íntima amistad con la tierra". Tienen el oído agudo, la mirada penetrante, y aunque engordan con facilidad, nunca se apresuran si no es necesario, y se mueven con agilidad y destreza. No entienden de maquinaria más complicada que una fragua, un molino de agua o un telar de mano. Son gente diminuta, no tanto como los enanos, aunque menos corpulenta y fornida, visten ropas de colores brillantes, prefieren el amarillo y el verde, muy rara vez usan zapatos, las plantas de sus pies son duras como el cuero, y los pies mismos están recubiertos de un espeso pelo rizado, de color castaño. Sus rostros son bonachones más que hermosos, ojos vivos, mejillas rojizas y bocas dispuestas a la risa, a la comida y a la bebida.

También son amigos de las celebraciones y los regalos, le temen al agua de los ríos, a los botes y a remar, muy pocos podrían nadar, y no se podría decir que los hobbits sean un pueblo guerrero, pero son valientes si se los acosa, ya que el ocio y la paz no han alterado su raro vigor, y, llegado el momento, es difícil intimidarlos o matarlos. Ellos tiran bien con el arco y si un hobbit recoge una piedra, lo mejor es ponerse a resguardo en seguida, como bien lo saben las bestias merodeadoras.

Ahora bien: si se compara a un hobbit con un elfo, el hobbit no llega a necesitar de la música y la poesía y las leyendas, tanto como los elfos. Pero si de conversar se trata, ¡no hay nadie como los hobbits!

La comunidad del anillo

Bilbo, un hobbit viejo, cumplidos sus 111 años, quiere retirarse para escribir, en la tranquilidad del retiro, las Memorias de la Comarca. Para eso ha de dejar el sitio a su sobrino Frodo, de 33 años, que cuando emprenda la partida tendrá 50 años (una edad temible).

Bilbo le ha de entregar un anillo a Frodo, un anillo que torna invisible a quien lo tiene, pero el mismo talismán, dotado de esa tal fuerza (que podría cifrar la energía atómica) no es amigo de quien lo posea. El anillo, es cierto, puede hacer desaparecer de la vista a quien lo tenga, pero también se puede imponer sobre la voluntad de su dueño y obligarlo a hacer algo que su poseedor no quiere hacer.

El libro trata de más seres fabulosos: orcos y trolls y bargors y otros seres más terribles aun, seres que no están ni vivos ni muertos, y que montan sobre caballos veloces: se los conoce como los Jinetes Negros.

Tanto los orcos como los trolls, como los bargors y los Jinetes Negros, y los caballos que montan, son todos criaturas no muy reconocibles; surgen en la oscuridad y atacan en manadas. Son como animales husmeadores, que se acercan furtivamente, atacan y huyen.

Huyen y atacan a seres no menos fabulosos que ellos: a elfos, a enanos, y a unos hombres singulares, montaraces y magos, todos reunidos en una comunidad muy especial que ha de partir desde una apacible Comarca para ir en pos de un nuevo orden para sus vidas, alterado ahora por el acecho de extraños seres que vienen desde la Tierra de Mordor (que suena parecido a Murder).

Los héroes

Elfos y enanos y Hombres están próximos a los hobbits, y se ofrecen a ayudarlos.

Esta disposición a un nuevo accionar de la compañía procura conjurar un inquietante malestar, con la decisión de partir llevando como consigna un objetivo único: verse libres de la maldición del talismán.

En la trama no han de faltar escuderos fieles, como Sam, un hobbit incondicional de Frodo, personaje gruñón, terco y tierno, que evoca al inefable Sancho, y guerreros destronados, que quizás en un pasado remoto fueron reyes, como el montaraz Trancos, también conocido como el guerrero Aragorn, con sus ropas gastadas, sus botas barrosas y su presencia adusta y silenciosa, pero tan capaz de usar su espada de modo temible como de ayudar a Bilbo a terminar un poema.

Gimli es otro de los integrantes de la comunidad, un enano joven. Los enanos hacen buenas armaduras y espadas afiladas, son buenos en minería y en la construcción de calzadas de piedra, en el diseño de canales y en la construcción de torres. No son lo que podría decirse una comunidad ociosa; no, señor. Los hobbits, y también los elfos, no las tienen todas consigo con los enanos. Ambos se burlan de su forma de hablar: -"Qué lenguaje este de los enanos, ¡como para romperle a uno las mandíbulas!" -exclaman los hobbits con sorna. La compañía incluye también a un mago:

Gandalf, que es sabio como Bilbo pero tiene más recursos que este, y cuyo aspecto es el de un rey sabio salido de antiguas leyendas. Se lo podría emparentar con el mago Merlin, o con el Próspero de la Tempestad shakespeareana. (Así lo vio, por ejemplo, el actor Ian McKellen, que lo interpreta en el film). Y es también preciso mencionar a una o dos

Damas de los Bosques, que son evanescentes, aparecen, reaparecen, como los infaltables personajes míticos femeninos que relevara Propp en la morfología de las fábulas, y que en la saga de Tolkien también se encuentran. Así tenemos aquí a la Dama del Agua, que acompaña al personaje de Tom Bombadil, que rescata a nuestros héroes de un bosque abominable -fragmento que el film no recoge- y una segunda Dama, una especie de Reina del país de los Elfos, Estrella de la Tarde para su pueblo. La mirada de ella revela conocimiento y sabiduría, como si hubiera visto todas las cosas que traen los años. Cuando la compañía deje la región de los Elfos, ella les ha de dar una especie de bendición acompañada de dones fabulosos a cada uno de los miembros de la Compañía. Estas mujeres impresionan por su imponencia: altas, majestuosas, etéreas, se muestran como reales estatuas idealizadas, y el gentil Frodo y el guerrero Aragorn parecen sucumbir a los encantos misteriosos de estas heroínas dulces y terribles.

Y también hay que consignar la presencia de dragones en el tiempo mítico de los orígenes, y un juego de enigmas -como los que la Esfinge jugara con Edipo- que se plantea aquí entre Gollum -una criatura viscosa, repugnante y mortífera- y Bilbo. Bilbo engaña a Gollum en el juego -en puridad, la pregunta que Bilbo le hizo a Gollum no tenía nada de enigma-. Pero, de todos modos, Bilbo se considera vencedor. El otro no ha contestado, y Gollum, confundido y lerdo, acepta sus condiciones. Es entonces que Bilbo le arranca a Gollum la promesa de que le muestre la salida de los túneles de las profundidades. Y Bilbo sale triunfante a la luz, llevando en el bolsillo el ambiguo talismán.

En la región de los Elfos

La Naturaleza toma otro carácter en la región de los elfos... De los elfos mismos, ¿qué decir? La casa en la que Frodo descansa luego de violenta escaramuza con los Jinetes Negros, en la que casi pierde la vida, es un refugio perfecto para curarse la herida, el cansancio, el miedo y la melancolía. Sam, el Sancho de esta historia, describe a los Elfos ya como reyes, ya como niños. Una atmósfera élfica es dada por Tolkien con una descripción del sonido del agua que corre y cae en cascada, y un débil perfume de flores y árboles que flota en la noche, como si el verano se hubiera demorado allí de un modo eterno. Descanso y comida abundante, y buena charla, y música, y poesía. Y el conocimiento de la escritura rúnica, que Borges, solícito, nos acerca otra vez: ese alfabeto rúnico, conocido de antiguo por los elfos, era usado para breves inscripciones en piedras o en metal, pues no hay pruebas de que se recurriera a él para escribir con pluma y tinta sobre pergamino. (Luego el cristianismo irrumpió, y con él, el latín, y muchas influencias más, todo ello verificable en la saga de Tolkien.)

Es en la región élfica donde Frodo se hunde en un profundo reino de sueños, y la canción que Bilbo compone en esa tierra parece un poema que se continuara con el sueño que Frodo sueña.

Es que los hobbits nunca llegan a necesitar de la música y la poesía y las leyendas, tanto como los Elfos, que viven en ellas, de ellas, con ellas.

En este mundo de elfos es mejor hablar de las estrellas, de los árboles, y de la dulce declinación de los siempre brillantes años en los bosques.

La partida

La lucha emprendida por la comunidad se hace contra el fondo de una naturaleza animada de modo siniestro: un bosque de árboles carnívoros, un cielo surcado de águilas vigilantes, pantanos y ríos con reptiles peligrosos, costas sembradas de enemigos armados con arcos y flechas, la corriente del río acelerada de pronto en rápidos traicioneros, y estatuas de piedra, que también buscan detener a la cuadrilla.

Una partida que va en pos de la aniquilación de ese anillo indestructible en un lugar propicio, como han de ser las profundidades de las grietas del Destino en una Montaña de Fuego. Porque solo el fuego de los Dragones podrá destruir y consumir ese Anillo de Poder. Pero no hay por ahora ningún dragón que tenga ese fuego y pueda dañar ese Anillo. Un Anillo Unico grabado con inscripciones rúnicas, y construido por Sauron, amo del Mal, que lo perdió en una batalla feroz, en tiempos remotos.

La atmósfera del libro (y del film) es tan compacta desde un ángulo persecutorio, que hay una frase que describe, por lo negativo, esa densidad paranoica de la que hablamos, y que prima en la obra toda: "Nada entra aquí por puertas y ventanas salvo el claro de luna, la luz de las estrellas, y el viento que viene de las cumbres."

EL FILM

Los jóvenes que ya vieron la película han comentado: ¡"Está buena"! y esa aprobación lacónica obliga a afinar el lápiz crítico, aunque sin claudicar empero; espero. Es un espectáculo de cine a máxima, con millones de dólares en producción -en realidad se filmaron tres películas en forma simultánea: las dos siguientes partes: Las dos torres y El regreso del rey, se estrenarán a su tiempo en los próximos veranos- y una doble comunidad, ahora de producción, se puso al servicio de la otra comunidad. Una compañía de escritores, productores, escenógrafos, carpinteros, jardineros, músicos, jinetes, maestros de armas, y de lenguas, para que los actores se familiarizaran con el lenguaje élfico, emparentado con el celta, más "una comparsa" de orcos, de arqueros, de enanos, y de monstruos varios, más realizadores de animación digital, y equipo de efectos especiales, (¡hay que ver un dragón de fuego que avanza, amenazante, en el cielo, sobre una multitud!).

El espectacular resultado no merece sino admiración. Es el cine como espectáculo, que algunos desdeñan. Pero además el cine es más que eso. Este film es más que eso. Esos prodigios de producción no hacen sino más admirable la tarea del director, productor y adaptador Peter Jackson, un neozelandés que contaba con una sola película (interesante) en su haber (Criaturas celestiales, Nueva Zelanda, 1994), y que no le hizo ascos a esta superproducción, para la que contaba con su seguro e incondicional amor por la saga de Tolkien. Con este dato ya se podía contar con que Jackson buscaría ser fiel al libro, y lo llamativo del film es que hay muy pocos capítulos del libro que no estén en la película.

Llama la atención, por ejemplo, que se haya omitido el pasaje del bosque claustrofóbico y carnívoro. Exceptuado esto, hay una fidelidad encomiable, y hay fineza en la descripción con que se da, cinematográficamente, el mundo de los hobbits con Frodo (el veinteañero Ellijah Wood, impecable en su inocente energía), y el de los elfos, tan bucólico y leve, o el de los enanos, tan geométrico y recortado, con Gimli y su hacha, y su lenguaje trozado (John Rhys Davies, impecable), y la lealtad y la traición asomando y desapareciendo en el rostro adusto de los hombres que luchan: Aragorn, un humilde montaraz que irá a más (Viggo Mortensen, actor de reales ancestros celtas) y Boromir, un guerrero valeroso y simple (Sean Bean), como asimismo los dobleces codiciosos en los rostros de Gandalf, el mago (notable, como siempre, Ian McKellen), o en el de Bilbo (Ian Holm, jugando a ser Bilbo, sin perder nunca ese sello de fábrica de gran actor shakespeareano que es). Las Damas de Compañía están muy bien representadas por Liv Tyler (una divina joven Elfa, que acepta la mortalidad en aras del amor) y Cate Blanchett, como Reina elfa, inmortal, virginal y bruja.

¿Qué puede pasar con la imaginación del espectador? Cuando leemos un libro monumental como el de Tolkien, que nos reclama como niños, o que nos encara para que suspendamos (al modo que recomendaba Coleridge) nuestra incredulidad, si se ha leído el libro, hemos armado en nuestra caja interior una puesta en imágenes que, perezosos, nos resistiremos a levantar. Si la película nos desagrada es porque de seguro seguimos prefiriendo la puesta en imágenes nuestra. Eso no ocurre con la película de Jackson; la propuesta en imágenes que él nos plantea es tan hermosa y dinámica, y tan conmovedora estéticamente, y tan violenta y persecutoria, que pone al espectador al borde del asiento, y del ahogo, con palpitaciones y sin aliento; pero como es tan fiel al espíritu del libro, uno se entrega al bando de Jackson sin pensarlo más. Todo eso hace que el espectador que leyó el libro consienta en sustituir la versión imaginaria personal por la que el director formula. Y quien no lo ha leído, dice con lacónica alegría: "¡Está buena!"

Ha sido dicho que el film es una alegoría del poder, y es también una alegoría de la necesidad de que los hombres se unan para enfrentar un avance totalitario: para el caso, el avance del nazismo en Europa, por la época en que Tolkien empezó a redactar el manuscrito. Pero también en el anillo se cifra la fuerza misteriosa que cualquier corporación de hombres quisiera tener: un arma poderosa, un arma de extinción radioactiva, un arma que puede ser letal para el mismo que la usa. Los talismanes simbolizan más cosas: los juguetes ideales (y mortíferos) de todo hechizo, llámese pócima, tóxico, droga, dinero, o los dominios ambiciosos del placer y del goce.

A todo ello puede aludir el anillo. Los riesgos de perderlo son las mutilaciones en el alma, los sentimientos de carencia inevitables con que todo ser vivo se enfrenta en su vida; y no olvidemos que no todos los miembros de la Comunidad están dispuestos a abandonar el anillo. Resultan de efectos particularmente tocantes en el film los momentos en que la comunidad se debe separar de los distintos seres queridos: Frodo de Bilbo, Sam de su burro, la Comunidad del mago Gandalf; después, la compañía de las Damas del Bosque, cuando deben partir y dejar el Reino Elfo. Gandalf dice palabras reveladoras: todos tenemos nuestra hora del anillo, todos debemos decir adiós a muchas cosas maravillosas que se habrán de perder para siempre en una Montaña de Fuego del olvido. En los intervalos entre persecución y persecución -la película, ya lo dije, es adrenalina pura, una persecución sucede a la siguiente en cabalgata angustiante, sin dar respiro al espectador- los personajes reflexionan, y lo que hablan toca las fibras más tiernas y sensibles del corazón del espectador. No solo una cabalgata violenta, no solo un gran espectáculo, sino también una sabia amalgama de aventura, en la que se entrelazan las heroicas tramas de las Epopeyas con las delicadas guirnaldas líricas de los Romances.



Volvamos al comienzo del texto


Portada
Portada
© relaciones
Revista al tema del hombre
relacion@chasque.apc.org