Serie: Rescates (II)

El espíritu de la madera

Daniel Vidart

El reino de la madera se extiende como un anillo intermedio entre la quietud geológica de la piedra y la libertad dinámica del animal. La planta es un ser viviente dueño y prisionero a la vez del sitio en que crece, el único movimiento que le cabe es el del desarrollo vertical; le está vedado desplazarse hacia el desafío incitante del horizonte; no se abalanza como el carnívoro ni huye como el herbívoro; su cuerpo estático, tendido como un puente entre los cuatro elementos, trepa desde el agua y la tierra que dialogan en las profundidades hacia el aire atmosférico y el fuego del sol, padre de la vida.

La raíz de la criatura vegetal se hunde en el humus nutricio y su tallo, que en los árboles se convierte en un tronco leñoso, construye una columna de madera casi mineral como en el caso del ñandubay, o de tan liviana casi levitante, como sucede con el palo de balsa. Y ese cuerpo vigoroso, cuyos pies se asientan en el mundo subterráneo, mece en lo alto, a merced de los vientos, una cabeza coronada por el aleteo de las hojas. esas verdes mariposas detenidas en su vuelo hacia la luz. Sujeto a la dialéctica impuesta por el geotropismo del sistema radicular y el heliotropismo de la copa, es decir, el abajo y el arriba que comandan el reclamo centrípeto y la escapatoria centrífuga del planeta, el árbol crece y se yergue gracias a la arquitectura fabricada a partir de su propia alquimia. La celulosa y la lignina, progenitoras de la madera, son los materiales que conceden solidez y resistencia al tronco arbóreo.

Este tronco no se derrumba como el cuerpo del animal cuando la vida llega a su término. Nace y muere de pie. Y es tan intenso su afán de perdurar que el cese de la circulación de la savia y la pérdida total del follaje no dan fin a su peripecia biótica: el alma del tronco desnudo, deshidratado, convertido en el ataúd de los taninos ,las resinas, los aceites y las gomas que ayer circulaban entre el cambium y la corteza, esa rugosa epidermis que recubre la carne del leño y el hueso de la médula -si es que cabe el símil zoológico- resucita en la salamandra que danza en la hoguera, se incorpora al universo de los objetos utilitarios tallados y pulidos por los carpinteros, ingresa al expresivo repertorio que brota de la mano -nuestro cerebro externo, según Kant- de los artesanos y los artistas.

Al morir la casa rumorosa de la copa donde anidaban los pájaros y conversaban las brisas, al cesar el ascenso capilar de la savia, al retirarse la frescura del agua que le concedía elasticidad y lozanía, el árbol no muere del todo. Inútil para los menesteres de la vida natural traslada entonces los servicios de la madera a los requerimientos de la vida humana. Integrado al universo de la cultura objetivada ingresa al acervo de los artefactos que activan los trabajos y gratifican los ocios, se instala en la habitación de los hombres y decora la morada terrenal de los dioses. Entonces, de tal modo renacida y refuncionalizada. la madera trasmite sus virtudes de solidez y fortaleza a los horcones que soportan la techumbre de las casas y a las columnatas que sustentan la majestad de los templos. En tal sentido, los historiadores de la arquitectura, confirmando la supervivencia de un modelo orgánico, han observado que la columna del templo griego conservó en su estructura la vieja forma arbórea.

En tanto que integrante del reino vegetal, la planta, ya sea hierba, arbusto o arbol, es un ser autotrofo, una delicada y compleja maquinaria que se nutre a sí misma. La química clorofiliana de la hoja y la física hidráulica del sistema radicular, la respiración del follaje, que inhala oxígeno y exhala anhídrido carbónico, y la succión de los minerales subyacentes disueltos en el agua subterránea por medio de un invisible y silencioso bombeo, fabrican los hidratos de carbono que mantienen la vida propia de la planta y la vida ajena del herbívoro, al que devorará el carnívoro, y de tal modo, dando inicio a la cadena trófica, el metabolismo vegetal origina y sustenta una entidad providente sin cuya presencia hubiera sido imposible la vida en tierra firme.

El arbol, mediador entre las vísceras del mundo y el aéreo pulmón del cielo, resulta ser a un tiempo la matriz de la madera y el caliz genitor de los frutos, ya que los dos sexos conviven en el juego genético de la flor, un prodigio de la naturaleza que perpetúa, merced a la cohabitación monoica, la unidad inicial del cosmos.

LA ALIANZA

Desde sus orígenes la humanidad entabló una indestructible alianza con la madera. Con ella se defendió del asalto de las fieras y del semejante humano, ambos animales de presa, utilizando la porra maciza, el filo del silex enastado en la lanza y la jabalina, la flexibilidad del arco y el vuelo de la flecha. A partir de la madera fue posible la hazaña de la primera fogata y su posterior propagación a las comunidades de cazadores itinerantes que nomadizaban en las estepas mordidas por el frío, barridas por los huracanes, maldecidas por los peligros de la noche.

Milenios mas tarde, cuando el paso del tiempo y el ataque de la humedad habían destruido los utensilios vegetales fabricados por el hombre de la aurora ,haciéndonos creer que gracias a la piedra tallada pudo subsistir la horda paleolítica, que a la vez y en mayor grado también era paleofítica, surge, al socaire de nuevas técnicas y nuevos géneros de vida, un renovado universo objetual brotado de la madera curada y maleada, pulimentada y ensamblada. Con la madera dura fueron construidos los arados, que según Hesiodo tenían noventa piezas, y cuyas rejas. a modo de penes simbólicos -así se creía- fornicaban con la Gea, una hembra yacente y dadivosa.

A partir de la madera dúctil y la madera maciza ingresaron al orbe humanizado los carros y las ruedas, los utensilios y los muebles de los hogares aldeanos, los zuecos y los instrumentos de labor de los campesinos. Al despuntar la edad de los metales, éstos -el cobre, el bronce y el hierro, según el orden cronológico que pautó los progresos de la minería y la fundición de aquellos-, se aliaron con los dispositivos botánicos para dar origen a las primeras herramientas compuestas. Pero el campesino de la India. hasta en pleno siglo XX, rechazó las rejas de hierro, la madre de los alimentos solo podía ser arada con la reja de madera. hija del bosque y nieta de la tierra. Del mismo modo, el campesino italiano del valle del Po se rehusó a cortar el pan de polenta con el cuchillo metálico: únicamente el hilo de cáñamo o el cuchillo de madera podrían hacerlo sin caer en el sacrilegio.

 

DE MADERA ES

Mientras la gente encargada del mantenimiento de los amos echaba mano a las maderas ásperas y ordinarias, semejantes a la condición de los sudorosos braceros, las maderas finas y perfumadas, de veta noble y delicado formato, se incorporan al mobiliario y las piezas decorativas propias de las clases altas, aquellas elites palaciegas liberadas del trabajo, amantes de la inutilidad de la belleza y, a resultas de ello, fundadoras de mecenazgos artísticos.

De madera es la cuna donde se nace, la cama donde se duerme y se procrea, el féretro que lleva a los muertos hacia la última morada. Y son leños los que arden en las piras donde incineran los cadáveres otras civilizaciones cuya funebria difiere de la Occidental. De madera son las casas de troncos en el área donde predomina el bosque boreal de coníferas, desde la isba rusa a la cabaña canadiense de hogaño, cuyos modelos antepasados se hunden en la noche de los tiempos. De madera son las balsas y las embarcaciones que navegaron los ríos en la era potámica, de madera los trirremes griegos y las galeras romanas que recorrieron los mares mediterráneos en la era talásica, de madera las carabelas, aquellos cisnes transtlánticos celebrados por Hegel. que inauguraron la era oceánica.

De la madera surgen la carpintería utilitaria de las clases sociales que viven del trabajo manual y la carpintería lujosa de las mansiones aristocráticas, los artesonados de los palacios de la realeza, las sillerías del coro de las catedrales. Y si bien los fellahim de todas las edades y los sacerdotes del culto y la sabiduría proclaman a la madera como el símbolo de la paz, los señores de la guerra la incorporan a los artefactos bélicos que sitian las ciudades y destruyen sus murallas. Las catapultas que lanzan piedras y fuego, los puentes portátiles y las escaleras de asalto. las torres rodantes y los arietes que topan y derriban los portones. los ingenios militares concebidos para horadar las ventanas y entramar las "tortugas" que guarecen a los invasores en formación. toda esa parafernalia del sitio y de la fatiga pertenece al hemisferio letal de la madera, a los terribles ingenios arbóreos que anuncian el saqueo y la matanza..

COSA SAGRADA

Madera se dice materia en latín, y la materia es el símbolo de la madre como lo expresa Jung en su libro Transformaciones y símbolos de la libido. En efecto, para los antiguos hindúes la sustancia primera, origen de todas las cosas, era la madera, y no el agua, lo indefinido, el aire o el fuego como sostenían los filósofos presocráticos. Los antiguos chinos. eternos conciliadores de las fuerzas del macrocosmos con las facultades del hombre, encarnación del microcosmos, la tenían como uno de los cinco elementos.

Según ellos la madera representaba el punto cardinal del este, personificando la primavera. Pero, sobre todo y ante todo, el yang primigenio brotaba con el arbol que asciende hasta el canto de los vientos desde el silencio de las raíces, obligadas a reprimir el rumor de las fraguas subterráneas. Entonces, al vencer la coacción de los bajos elementos, la madera, cuando llega a la superficie, libre ya de la cárcel telúrica, estremece los aires con el estrépito de un trueno que conmueve la mitad del Universo.

La otra mitad pertenece al yin, como cuenta el mito Crecen dos arboles simbólicos en el Paraíso Terrenal, el Gan bíblico, el Jardín que verdea en un oasis del Eden, o sea el erial infecundo, el desierto enemigo de la ternura y la piedad, donde vagan los fantasmas del terror y la tentación. El uno es el Arbol de la Vida; el otro, el Arbol del Conocimiento del Bien y del Mal. El fruto del primero. de ser comido, habría convertido en seres inmortales, casi en dioses. a los integrantes de la pareja primordial. El fruto del segundo. éste sí ingerido por insinuación del Diablo, el provocador, el enredador, aunque también el Espíritu del Aire y el Señor de la Sabiduría, convertirá a Adán. a Eva y a sus descendientes en sujetos culturales, en hijos del trabajo y el sufrimiento, pero también en artífices de la sociabilidad y el ejercicio de las ciencias y las técnicas. Como se sabe, el tema del Arbol del Centro, en tanto axis mundi, no se circunscribe a la tradición judeocristiana. Se le encuentra en casi todas las mitologías, particularmente en las de la Europa nórdica, donde se celebra la saga del esbelto, del frondoso Igdrasill. y en las del área dominada por las culturas del sudeste asiático, en particular la indostánica.

Del mismo modo la madera es sacralizada de continuo en la tradición judeocristiana. De madera son el Arca de Noé y el Arca de la Alianza, construída con tablas de acacia (sittim), donde se guardaron los testimonios del Maná, la vara de Aarón, la Serpiente de Bronce y la Tablas de la Ley. De madera es el Tabernáculo levantado en el desierto, el primer santuario del Pueblo de Israel en cuyo Debir, o sea el Sancta Sanctorum, se alojaba la intocable Arca de la Alianza. De madera son el Arca de las Ofrendas que hizo fabricar Josué para depositar en ella las contribuciones que ayudaron a reconstruir el Templo, y el Arca de las sinagogas donde se guardaban los rollos de la Torá. Y de madera fueron. finalmente, para citar solamente los dramáticos momentos que marcan el nacimiento y la escisión de lo sagrado en los puntos extremos donde coinciden y disienten el Judaísmo y el Cristianismo, la Zarza Ardiente que iluminó a Moisés con el resplandor del mysterium tremendum et fascinans y la Cruz donde murió la carne perecedera de Jesucristo, Hijo del Hombre y Mesías de Dios.

La madera es el asiento de la sabiduría y, a tal punto, que del liber, o sea la parte interna de la corteza de los árboles, saldrá el cuerpo de los libros romanos. Byblos en griego y liber en latín significaron primitivamente corteza arbórea. antes de designar a los libros en ellas escritos. En las lenguas célticas madera y saber son la misma cosa: en bretón, gwez se le dice al árbol. al par que guez significa saber.

HECHA CUERPO

Dejemos ahora la historia de lado. Vayamos en estado de perdición al contacto con la madera. Sintamos su gravitación material. que todavía conserva el temblor de la vida. Palpemos su piel, suave si lijada, rugosa si todavía en bruto, y percibamos, merced a un tacto nouménico, el encanto una íntima leyenda que insiste en ser contada. el relieve de la savia dormida en los nudos, el mapa de las vetas que dibujan senderos perdidos en su propio laberinto, el estremecimiento de un relámpago que ilumina el corazón de las tinieblas.

La madera torneada, suave al tacto, se deja acariciar como una mejilla. Mantiene aún el rescoldo de la vida en su núcleo interior, en la memoria del verano que la entibia por dentro. La madera aserrada en las carpinterías libera los aprisionados aromas que dan cuenta de sus distintos linajes, que individualizan los perfumes provenientes de los troncos desangrados o de las raíces ciegas, prisioneras de la gravedad. De esa madera de pino, de sicomoro, de sándalo, de cedro del Líbano, de palo santo, de laurel, de terebinto, de boj. de enebro, de árboles cuyos nombres se han olvidado y de otros que solo los pueblos de las florestas conocen y reverencian, brotaron, esculpidas por manos toscas y almas delicadas, máscaras ceremoniales de dioses y demonios, palos totémicos que miran con ojos de ofidios. ágiles gacelas y ominosos felinos ,santos indianos de las Misiones Jesuíticas y retablos medievales, cataduras de seres maléficos y alegrías de sencillos aldeanos, hechiceros del Congo y fantasmas de Sepik, retratos de dignatarios egipcios y figuras emblemáticas del arte contemporáneo.

De tal modo la madera, hija de la natura naturata, se transforma en cuerpo poiético, en portadora de mensajes donde se afianza la certidumbre o, a veces, se acrecienta el misterio de la imaginación creadora. Sobre los goznes de su pesantez, tras las cortinas de su nicho tridimensional, se abren las puertas que conducen a los aéreos corredores del espíritu, a la cueva hermenéutica donde se descifran los códigos secretos, a las almenas desde donde se contemplan los paisajes interiores que se inmovilizan en el signo visible de los primeros planos o se dilatan hasta los símbolos invisibles de las lejanías, que al cabo son profundidades.

AL ARBOL Y AL HOMBRE

Con lo expresado, y con todo lo que no he podido convertir en palabras y en conceptos -que son. y con creces, suplidos por la callada elocuencia de la madera y su convocatoria a los númenes- quise decir que cuando acudimos a los museos, a las exposiciones, a los talleres, a los calveros de la selva, a los espacios por donde desfila una procesión inmemorial de tallas traídas al mundo por imagineros del Mas Allá, por juglares de la fantasía, por albaceas de la belleza, dicha comparecencia supone el descubrimiento de una metempsicosis virtual. En efecto, los leños, los troncos, las raíces, las esencias vegetales, si bien nunca estuvieron muertos, al ingresar al orden escultórico cobran nueva vida, se humanizan, se integran al muestrario plástico de la cultura.

Y entonces no sabemos si es al árbol, o al hombre, o a los dos juntos. a quienes debemos dar las gracias por esta alianza de formas y sentidos, por esta asamblea de objetos creados y manos creadoras que, al par de engrandecernos, nos llaman a la contemplación humilde de la obra de arte.

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