Serie: Memoranda (XXX)

Uruguay: La revolución conservadora (1930-1940)

Alfredo Alpini

Siempre que la mayoría se atribuye la potestad de gobernar y de decidir políticamente, surgen espíritus que, espantados ante tal idea, dedican todas sus fuerzas a señalar los males del gobierno democrático. Tal fue lo sucedido con todos aquellos que rechazaron el gobierno del demos, desde el autor anónimo de una "República de los Atenienses" (424 a.c.) hasta Edmund Burke y Joseph de Maistre, en tiempos de la Revolución Francesa.

En Uruguay hubo hombres que se dedicaron a reflexionar sobre la sociedad y la política y que no estaban lejos del conservadurismo tradicional. Sin embargo, una aclaración previa se hace necesaria para comprender la utopía conservadora que vamos a exponer. Una crítica antidemocrática, cuando la democracia todavía no existe como forma de gobierno, no nos sorprende demasiado si consideramos que esta reacción conservadora aún no conoce los males -o los bienes- del gobierno de la mayoría. Las ideas de José Enrique Rodó que podemos leer en su "Ariel" (1900) son el llamado de atención de un espíritu conservador, temeroso de que la plebe inunde, con su hedonismo y su materialismo, una sociedad que aún no está madura para tal asalto. Pero ya en tiempos democráticos, otro era el tenor de las ideas de pensadores como el argentino Leopoldo Lugones (1874-1938) y el uruguayo Adolfo Agorio (1888-1965).

En Uruguay, Agorio fue el primer intelectual que reflexionó sobre el fascismo, considerándolo una salvación para Occidente y para nuestro país. Posteriormente, entre 1935 y 1940, se sumaron a la causa fascista varias publicaciones –revistas, periódicos, mensuarios- y distintos grupos políticos defensores del falangismo en España y del régimen de Mussolini. Inspirados en las ideas de la derecha radical, comenzaron a hacer una prédica en pos de una revolución nacionalista (*). El objetivo de todos ellos era la destrucción del sistema político liberal y la instauración de un régimen corporativo. Entre los distintos grupos políticos y publicaciones existían ciertas diferencias, aunque un espíritu común. En una vertiente radical, decididamente antiburguesa y antisistema, militaban la "Acción Nacional", "Renovación Nacional", el "Movimiento Revisionista" y, tal vez, Agorio. Por otro lado, más cercanos a la derecha política católica, a los sectores más conservadores del Partido Colorado, se encontraban la "Acción Revisionista del Uruguay", la "Unión Nacional del Uruguay" y el "Movimiento Comercial Nacional Antijudío", no tan destructivos como los primeros, pero sí antiliberales.

Ahora bien, ¿a qué se debe el surgimiento de este movimiento antidemocrático? Conservadores en Uruguay siempre existieron, pero estas agrupaciones iban más allá del mero conservadurismo. Un hecho que resulta obvio es que nacieron en la era del fascismo mundial. Pero esto no explica del todo el fenómeno. En nuestro país no existía una real amenaza de izquierda. En las elecciones de 1934, el Partido Comunista y el Socialista habían obtenido 3.600 y 5.800 votos respectivamente. La pequeñez de tales partidos no justificaba el surgimiento de agrupaciones filofascistas. Es cierto que los nacionalistas se definían como antisocialistas, pero su bandera era el antiliberalismo. Una de las caracerísticas constantes de estos grupos radicales fue el rechazo de la Revolución Francesa y la modernidad, y no tanto el anticomunismo.

Recordemos brevemente que la modernización -principalmente de la mano del batllismo- ya había echado raíces en nuestro país. Desde principios de siglo se venían operando profundos cambios en la sociedad uruguaya. En el periodo que nos atañe, la década de 1930, el sufragio universal masculino ya era un hecho; el sistema de partidos daba al lector la posibilidad de elegir entre distintas ideas. En el plano social, las mujeres adquirieron un protagonismo antes cuestionado; Montevideo se expandió con nuevas e inmensas construcciones para la época (Palacio Salvo, Palacio Legislativo, Estadio Centenario); la inmigración que arribaba no era solamente de italianos y españoles, sino que en los años treinta se sumaron judíos, turcos, armenios, etc. En el plano de la cultura se secularizaron los valores y se difundió la cultura de masas gracias al cine y a la generalización de la radio. La modernización fue vista por los revolucionarios nacionalistas como un agente disolvente de la sociedad. El hombre, pensaban, debido a tales cambios se convertía en un ser individualista, aislado y egoísta.

El rechazo de la diversidad de ideas y la condena de los partidos políticos y del parlamentarismo estaba vinculado con la idea de nación que se habían formado los revolucionarios. El antagonismo en los valores e ideas disolvía a la sociedad y no permitía la unidad en torno a un valor único. El Uruguay debía recuperar -o construir- un ethos y una cultura común que se expresarían en un Estado ético. En una sociedad orgánica, la libertad individual desaparecería por la supremacía de un Estado que todo lo controlaría.

ADOLFO AGORIO: "VIVERE PERICOLOSAMENTE"

Adolfo Agorio fue el caudillo, el Gran Hombre de los revolucionarios. Liberal batllista en la juventud, socialista en los años veinte, escéptico y nihilista destructivo en los años de entreguerra, simpatizante del fascismo luego...A fuerza de buscarla, Agorio nunca encontró la Verdad. Leopoldo Lugones, Giovanni Papini, fueron otros tantos que abrevaron en distintas aguas, en un mundo de incertidumbres del que no fue ajeno Agorio. Porque la vida para ellos era "vivir peligrosamente". El sentido de la existencia era el ideal heroico en oposición a la vida burguesa, de chata mediocridad, y al hedonismo de la plebe. El culto a lo heroico era, para ellos, el rechazo del espíritu superficial y materialista, el desprecio por la seguridad. Esta se debía sacrificar por un ideal, por la acción.

Agorio se destacó como periodista, ensayista y crítico teatral. Fue, además, viajero incansable y entusiasta defensor del mundo de las Ideas. Formó parte del grupo de críticos y ensayistas que ascendió a la vida intelectual entre 1915 y 1920. Entre los que se destacaron encontramos a Dardo Regules, Gustavo Gallinal, Alberto Zum Felde, Antonio M. Grompone, Emilio Oribe y Horacio Maldonado.

La primera etapa intelectual, inscripta en las ideas liberales, transcurrió desde su ingreso en la redacción de "El Día", en 1914, hasta la publicación de la obra "Ataraxia" en 1923. Desde las columnas del diario batllista siguió el desarrollo de la Primera Guerra Mundial defendiendo la causa de los aliados y las ideas democráticas. Con la trilogía "La Fragua" (1915), "Fuerza y Derecho" (1916) y "La Sombra de Europa" (1917) ganó vasto renombre intelectual, tanto en Uruguay como en Europa. Como dato relevante cabe consignar que su primer libro fue prologado por el expresidente del Consejo de Ministros de Francia, J. Caillaux, y que en 1917 el gobierno de Clemenceau le otorgó la medalla de la "Reconnaisance National", en mérito a sus esfuerzos intelectuales favorables a Francia durante la guerra.

La trilogía mencionada reúne las crónicas e ideas que él escribiera sobre los sucesos de la guerra mundial. La guerra representó para Agorio la lucha entre la democracia y el militarismo imperialista encabezado por Alemania. "En la angustiosa partida –dice Agorio- se juega la suerte de las libertades humanas y de la democracia internacional". (1) Francia –que a fines de los años treinta representaría para el ensayista todos los males ideológicos del mundo contemporáneo- era en 1916 "la verdadera madre de nuestra alma", la que "nos ha formado en la escuela de la democracia". (2)

Finalizada la guerra, los tiempos cambiaron. La causa aliada ya no fue objeto de atención para Agorio. En 1919 publicó "La Rishi-Abura. Viajes al país de las sombras", una novela de corte fantástico, metapsíquica y ocultista, donde se narraban las aventuras exóticas y siniestras de una bruja en los pantanos de la India.

La obra que lo apartó definitivamente del liberalismo y de la democracia fue "Ataraxia" (1923), publicada en Madrid. El desdén de Agorio hacia la democracia asumió un tono violento y destructivo. Lo único que producía esa forma de gobierno era medianía niveladora, el materialismo y el hedonismo del demos. Argumentaba que la ley del número excluía el perfeccionamiento selectivo y acarreaba la descomposición de los valores morales que hacían la verdadera esencia humana. "La democracia es la superchería que más ha perdurado a través de sus diversas formas contradictorias. (...) Es el invento por el cual se ha hecho creer a los pueblos que ellos gobiernan". Más adelante afirmaba que "faltaba la teoría que explique el fin del mundo por la democracia, que es la descomposición de todos los valores nobles que hacen la única dignidad del hombre". (3)

La historia ha sido, entiende Agorio, la dominación de la estirpe de los amos sobre la estirpe de los esclavos. "Las muchedumbres, [que] son genéticamete ingratas", (4) y no comprenden los verdaderos valores nobles, deben ser contenidas por una minoría que nació para dominarlas. Para encauzar la moral del rebaño que tiende a invadirlo todo nació el conductor, el Dictador. "La especie forja en los dictadores las defensas naturales contra ese culto excesivo del rebaño que convierte a los espíritus superiores en células muertas de un todo inorgánico". (5)

En 1925 Agorio viajó a la Unión Soviética y escribió sus reflexiones en "Bajo la Mirada de Lenin" (1925). Para varios críticos –entre ellos Zum Felde- este libro era contradictorio con sus posteriores obras, donde exaltará el ideal fascista. Sin embargo, las contradicciones no eran tales. Para Agorio, la disciplina y el orden eran bienvenidos tanto si los establecía el comunismo o el fascismo. "Lenin hoy es tan fuerte como Marx, y querer modificarlo significa lo mismo que pretender corregir a Dios". Los comunistas, como los primeros cristianos, poseen una "disciplina de hierro" que "salvó entonces la integridad del espíritu" religioso, del mismo modo que "la inquisición roja constituyó un innegable factor de victoria para el bolchevismo". Por el contrario, "los partidos burgueses carecen de disciplina, porque no saben lo que quieren ni a dónde van"; a diferencia de estos, "ser miembro del partido [comunista] impone sacrificios, deber de responsabilidad de todo género". (6) Si en esta argumentación sustituyésemos bolchevismo por fascismo, coincidiría perfectamente con lo que Agorio afirmará luego del ascenso de Mussolini y Hitler al poder.

Con la publicación de "Roma y el espíritu de Occidente" (1934), Agorio se consagró como un intelectual entregado al fascismo y al ideal ascético de la vida. Este libro constituyó, para su autor, lo que para Leopoldo Lugones fue el "Discurso de Ayacucho" (1924): había llegado la "hora de la espada" para las sociedades modernas. Una autoridad indiscutible, la voluntad de dominio del Estado, "se imponía como un medio de vivir socialmente". (7) La civilización moderna podría resucitar si el Estado recuperaba el principio de autoridad, de manera que contuviera "los egoísmos primarios", el imperio de "las cosas materiales que perturban el verdadero significado de la vida humana". (8) Occidente, que se hallaba inmerso en la decadencia moral y política por obra del liberalismo y de la demagogia democrática, sería salvado por el fascismo, que encarnaba los valores de la "Roma eterna". "´Roma o muerte´ es el lema que cobijó los prolegómenos de la revolución fascista, como un ideal de la suprema jerarquía del sacrificio contra el dominio de los bienes materiales. (...) Ahora es el Occidente entero, en esta hora de desfallecimiento, el que reclama la gracia espiritual de Roma, (...) la fuerza homogénea, recia, simbolizada por tres mil años de civilizaciones". (9)

En julio de 1935 Agorio fue invitado como periodista, junto con otros colegas latinoamericanos simpatizantes de la Alemania nazi, a participar del primer viaje del Zeppelin Hindenburg entre Rio de Janeiro y Berlín. Durante su estadía en Alemania se publicaron en "La Mañana" artículos referidos a la situación política, los que posteriormente fueron recopilados en "Impresiones de la Nueva Alemania" (1935).

A su arribo, pronunció un discurso en la radio agradeciendo la recepción ofrecida por los alemanes del Tercer Reich. En la alocución criticó a la Alemania de Weimar, argumentando que estaba dominada por la banca extranjera y por las finanzas internacionales. Aquel era un país, decía Agorio, anarquizado por los partidos políticos, que habían aprovechado la política en beneficio propio. En cambio el presente, la Alemania de Hitler, mostraba la esencia del pueblo alemán.

Los sucesivos artículos que Agorio envió a "La Mañana" enaltecían el régimen nazi, elogiaban el orden, la disciplina y el trabajo sacrificado, y ensalzaban el nacionalismo, la raza y la juventud alemana, pilares y símbolos de la "Nueva Alemania".

LA UTOPÍA CONSERVADORA

¿Cómo debemos interpretar a estos grupos políticos y pensadores que rechazaban la democracia liberal y al mismo tiempo condenaban a los partidos de derecha y de izquierda? ¿Eran conservadores, fascistas, nacionalistas reaccionarios o revolucionarios de derecha?

Estrictamente no eran conservadores según la línea de pensamiento de Edmund Burke, o al estilo uruguayo de Luis Alberto de Herrera o de José Irureta Goyena. El cambio que postulaban los nacionalistas era radical en el sentido de romper con la tradición política del Uruguay, y crear un nuevo modelo. "El objetivo inmediato de nuestro movimiento Nacionalista Corporativo –decía la Acción Nacional- es el desplazamiento del Estado liberal y burgués. En su lugar erigiremos un régimen Nacionalista (...) El Estado liberal es una de las barreras que se levantan deteniendo el impulso de la Revolución Nacionalista". (10) Para estos grupos, los conservadores eran los partidos tradicionales, apegados a los caducos principios del liberalismo. Incluso acusaban al Riverismo –la agrupación más conservadora del Partido Colorado- de representar la tradición anglosajona liberal y no comprender las ideas nacionalistas, pues "le faltaba juventud de espíritu para ello". "No es evolución lo que hace falta, sino revolución –afirmaba la publicación Audacia de la Acción Nacional-. Esto es lo que la inteligencia conservadora reaccionaria de [el matutino riverista] `La Mañana´, no comprende ni alcanzará jamás a comprender". (11)

El "ancien régime", el régimen democrático-liberal, mostraba su agonía en todo el mundo. El último golpe asestado por la revolución nacionalista lo sustituiría por un régimen corporativo. Si el pasado ya no otorgaba inspiración política y el Estado liberal del presente se encontraba en crisis, las sociedades contemporáneas tenían, según estos revolucionarios, dos caminos: "o sucumbir en manos de la barbarie bolchevique siguiendo la inevitable pendiente de la democracia o sobrevivir adoptando la nueva estructuración política, social y económica que le ofrece los grandes movimientos jerárquicos y nacionalistas imperantes actualmente en grandes naciones europeas. (...) Las posiciones intermedias se acaban, se acaban las medias tintas"(12).

EL PROYECTO REVOLUCIONARIO

Una mirada rápida, y tal vez simplista, puede situar las ideas de los grupos nacionalistas y de Adolfo Agorio cercanas a las de aquel pensamiento conservador que promovió el golpe de Estado de Gabriel Terra en 1933 y apoyó al régimen hasta 1938. Pero si profundizamos en el análisis de sus ideas descubriremos que los revolucionarios conservadores iban más allá que los grupos que apoyaron a la dictadura terrista. Sabemos que Terra sentía simpatía por el régimen de Mussolini, pero esto no autoriza a calificar al régimen de 1933 de "fascista". Terra se mostró ambivalente al respecto y controló cualquier tipo de extremismo. En 1931 prohibió las "Vanguardias de la Patria", afirmando que prefería las "vanguardias del arado". Su autoritarismo, muy laxo, por cierto, no impidió que se presentaran el Partido Comunista y el Socialista a las elecciones de 1934.

Gerardo Caetano y Raúl Jacob han estudiado en diversas obras el apoyo que recibió el golpe de Estado de Terra por parte de los representantes del pensamiento conservador uruguayo: el grupo herrerista vinculado al sector ganadero y los colorados antibatllistas (riveristas, sosistas, vieristas). Con el golpe de Estado, entienden Caetano y Jacob, el pensamiento conservador cuestionó "buena parte del sistema de símbolos y significaciones identificado con el período anterior". Este conservadurismo cuestionó el orden simbólico de índole democrático y reformista que el batllismo había logrado afianzar en el imaginario colectivo, el cual se caracterizaba por la primacía urbana, el cosmopolitismo, el legalismo, la democracia y la excepcionalidad uruguaya. (13)

Los sectores sociales promotores del golpe intentaron ofrecer una alternativa al sistema de símbolos democráticos. Esta ofensiva antibatllista se centraba en "la defensa acendrada de un modelo económico liberal y capitalista, un antisemitismo fervoroso, la protesta permanente contra la política impositiva reformista, (...) el anticomunismo y la descalificación de todo proyecto y utopía de signo transformador, (...) la exaltación del espíritu y de la iniciativa privados, la defensa del papel del capital extranjero en la economía nacional, etc."(14).

Estas ideas conservadoras, tradicionales en el pensamiento occidental, eran distintas a la de los revolucionarios nacionalistas. Estos últimos, si bien compartían ciertos rasgos ideológicos con los que señala Caetano y Jacob, se diferenciaban, por su prédica destructiva y violenta, del liberalismo político y económico. Sus ideas llevaban a romper con la institucionalidad y la legalidad: el parlamento y el sistema de partidos.

Su principal ataque se dirigía a la base de la sociedad moderna: el individuo desligado de todo vínculo cohesionante, ya fuese estamento, corporación, familia, patria o religión. Carlos Real de Azúa, cuando era muy joven, fue integrante de la Acción Nacional y entendía por entonces que el fascismo, el nazismo y la Falange poseían la virtud de estar "contra el individualismo anárquico (...), contra la lucha de clases, el capitalismo y la violencia proletaria, y propugnan soluciones corporativistas de distinto matiz". (15) Los revolucionarios conservadores entendían que el destino del Uruguay y el interés general no podían estar subordinados a la discusión plural y culpaban a los partidos políticos y al parlamento de promover la heterodoxia en las opiniones y la disolución de los valores tradicionales.

Una vez negada la libertad y la capacidad racional que tenían los hombres de elegir a sus representantes, el paso siguiente era negar la igualdad humana. Los hombres, por razones naturales, no eran iguales, sostenían. "Los igualitaristas actuales desconocen (...) la jerarquía –afirmaba la publicación Fragua del Movimiento Revisionista- y nivelan hacia abajo, hacen descender a los que se destacan a la misma altura de los incapaces. Al igualar hacia abajo, niegan el progreso y la perfección. Un igualitarismo en este sentido es antisocial, porque conduce al aniquilamiento de la misma organización humana". (16) La desigualdad era una consecuencia de la naturaleza, y contrariar un hecho objetivo perjudicaría indefectiblemente a la sociedad. Si no negamos lo natural, argumentaban, entenderemos por qué algunos hombres nacieron para obedecer –la mayoría- y otros para gobernar –unos pocos-. La legitimación de sus ideas la encontraban en la historia: "son minorías inteligentes las que han hecho marchar al mundo", sostenía Agorio. (17)

EL ESTADO ÉTICO Y AUTORITARIO

Los revolucionarios conservadores entendían que para instaurar un régimen corporativo y un Estado ético-autoritario era necesario rechazar la legalidad democrática. Los procedimientos electorales eran un impedimento y un freno para la revolución. La democracia producía "esclavos miserables de un fetiche, el monstruoso fetiche de la legalidad". (18) La revolución, liderada por el conductor, héroe carlyleano de la historia, sería el caudillo de los nuevos tiempos. El pueblo siempre buscó por instinto a las individualidades que mejor interpretaron sus sueños y sus ideales. He aquí al Dictador, el intérprete de los sentimientos colectivos, el Gran Hombre que es capaz de despertar pasiones en los demás. "El Dictador se responsabiliza ante sí mismo y ante la Historia de la salvación de los intereses de la colectividad creando un nuevo Estado". (19) El Dictador dirigiría los intereses de la nación, que es algo orgánico, vale decir, una entidad con una personalidad, un alma. Y esta sociedad orgánica, que no es una mera colección de individuos, sólo se podía expresar por medio de corporaciones.

El Estado corporativo sería un intento de suprimir la autonomía de los individuos y el conflicto de clases, integrando la sociedad en el Estado. Así, el Estado representaría verdaderamente a la nación en su conjunto, representación que no existía con la vigencia del sistema de partidos. La representación de la nación en el Estado se lograría organizando a la sociedad conforme a sus respectivas actividades (corporaciones). Ningún grupo estaría fuera o contra el Estado, porque toda la sociedad estaría dentro del Estado.

Pero además, el Estado sería ético y autoritario, consagraría la jerarquía natural de la sociedad y estaría regido por los más aptos. Esta idea del Estado ético se basaba en una auténtica comunidad que el fascismo trató de hacer realidad, fusionando el individuo con la nación. Sólo en una comunidad semejante podía el individuo realizar sus verdaderos valores, que eran más espirituales que materiales. El nuevo hombre sería un hombre heroico, patriota y sacrificado.

Con la instauración del Estado autoritario se daría paso a un orden social y político armónico en el que los conflictos de intereses y de ideas no tendrían lugar. Un orden en el que predominase la uniformidad en sustitución de la pluralidad y las diferencias. En la utopía conservadora de los nacionalistas, ni las libertades políticas ni las libertades individuales tendrían cabida. Leslie Crawford, el caudillo del Movimiento Revisionista, no vacilaba en afirmar que "el Estado Autoritario es la antítesis del Estado Liberal". (20)

Distintos dispositivos de control asegurarían la perdurabilidad de la nueva sociedad. La Acción Revisionista planeaba instaurar un Tribunal de Defensa Interior y una Policía Social cuyo cometido sería la defensa contra los elementos extraños e inadaptables al nuevo régimen. Los "elementos extraños" estaban identificados ideológicamente: estos eran los judíos y los comunistas. Pero la categoría de los enemigos inadaptables incluía a personas que eran consideradas como peligrosas por una cualidad independiente de su conducta política: prostitutas, proxenetas, locos, criminales, etc.

El proyecto utópico de los revolucionarios nacionalistas aboliría la autonomía de la sociedad civil en nombre de valores absolutos, que serían los de la Nación. Las ideas y valores no serían individuales, sino los del Estado ético. Frente al modo de vida burgués, antipatriota y antiheroico, los revolucionarios conservadores exigían actos altruistas de sacrificio a la Patria. Había llegado el tiempo de la autoridad que desplazaría a la época de la democracia. Ante la libertad individual, se alzaba la realidad de la Nación uruguaya.

REFERENCIAS

(*) El térimino "nacionalista" se utiliza para designar a las publicaciones y grupos políticos abanderados de la revolución de derecha. No se refiere a los integrantes del Partido Nacional, antaño partido Blanco.
(1)Agorio, A.; "La Fragua", Mdeo., Claudio García editor, 1915, p.39.
(2)Agorio, A.; "Fuerza y Derecho", Mdeo., Claudio García editor, 1916, p.65.
(3)Agorio, A.; "Ataraxia", Madrid, s/e, 1923, p.110.
(4)Ibíd., p.145.
(5)Ibíd., p.110.
(6)Agorio, A.; "Bajo la mirada de Lenin", Bs. As., Editorial Pax, 1925, p.41.
(7)Agorio, A.; "Roma y el espíritu de Occidente", Mdeo., Monteverde y Cía., 1934, p.113.
(8)Ibíd., pp.131-133.
(9)Ibíd., pp.19-20.
(10)"Audacia"; junio de 1937, nº23, año II.
(11) Ibíd.
(12)"Audacia"; julio de 1936, nº4, año I.
(13)Caetano, G.; Jacob, R.; "El nacimiento del terrrismo. El golpe de Estado", tomo III, Mdeo., EBO, 1991, pp.140-141.
(14)Caetano, G.; "La República conservadora", tomo II, Mdeo., Ed. Fin de Siglo, 1993, p.204.
(15)Citado por Rocca, P.; "Carlos Real de Azúa: el pensamiento crítico", p.255. En: Raviolo, Heber; Rocca Pablo (directores); "Historia de la literatura uruguaya contemporánea", tomo II, Mdeo., EBO, 1997.
(16)"Fragua"; 15 de marzo de 1940, nº18, año II.
(17)Agorio, A.; "Ataraxia", op. cit., p.112.
(18)"Audacia"; junio de 1937, nº23, año II.
(19)"Corporaciones"; noviembre de 1936, nº9, año I.
(20)"Fragua"; octubre de 1939, nº19, año II.

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