POBLACION: CATASTROFE INCUMPLIDA
Sergio Cecchetto
Una vez finalizada la Segunda Gran Guerra, el crecimiento de la población mundial comenzó a comportarse de una manera cuantitativa y cualitativamente diferente de como lo hiciera hasta entonces: una veloz reducción de las tasas de mortalidad, sin una equivalente reducción de las tasas de natalidad, elevaron las tasas globales de crecimiento hasta un valor cercano a 2% anual.
Este aumento (1) permitió que la cantidad de personas que pueblan el planeta se duplicara cada 35 años, y que cada 365 días otros 77 millones de personas se hayan sumado al bando de los vivientes. Sin embargo, debe comprenderse que existe un contraste de base entre los países ricos y los pobres, puesto que en los primeros, desde 1950, esa tasa de crecimiento no ha superado 0.5 a 1% anual, y en los segundos es de 2.0 a 3.5% anual.
Ahora bien, por el efecto de inercia en la dinámica poblacional, cualquier reducción actual en las tasas de natalidad solo afectará las cifras totales muy lentamente. Esto es producto de que en las décadas anteriores las tasas de natalidad fueron altas, y existen hoy en el mundo abundantes grupos de jóvenes en edad de procrear durante muchos años. Cualquier política que apunte a la reducción de su fertilidad, entonces, podrá ser apreciada no antes de varias décadas. Algunos han anotado que tal reducción significaría, a pesar de todo, una ventaja en el corto plazo para las naciones involucradas, ya que implica una disminución en la demanda de alimentos, de salud, de educación, etc., y una oportunidad para radicar los recursos económicos ahorrados en inversiones productivas que permitan acelerar el desarrollo.
Una amplia gama de aspectos que hacen a la calidad de vida se vería de tal manera mejorada, inclusive el crecimiento del producto bruto interno y los ingresos per capita. Los que así piensan no consideran deseable esperar a que los procesos de modernización y de desarrollo global se presenten naturalmente y que, como resultado de ellos, las tasas de fertilidad comiencen a descender. Pretenden desconocer la experiencia histórica que demuestra, de manera palmaria, que la instrucción de las mujeres ha sido la llave privilegiada para reducir la fertilidad, en un clima de libertad individual y democracia política.
La población mundial ha sido calculada por la ONU a mediados del año 2000 en 6.100 millones de personas y, si bien continúa creciendo a un ritmo global de 1.2% anual, esto sucede como efecto de un número reducido de naciones –Bangladesh, China, India, Indonesia, Nigeria, Pakistán y algunas pocas más-, porque en otras –que son mayoría- hay una disminución notable de gente joven.(2) Esto significa que en los países desarrollados hoy el número de niños que nacen no son suficientes para mantener a la población en su nivel actual. Se espera que en los próximos 50 años el número de personas mayores de 60 años aumente, desde 10% actual hasta 22% aproximadamente.
La I Asamblea sobre el Envejecimiento convocada por la ONU en Viena durante 1982 y la reciente II Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento -ONU, Madrid, 2002- nos proporcionaron datos que causan preocupación: en 1950 los mayores de 60 años constituían 8% de la población mundial, se espera que en 2025 esa cifra se eleve a 14% y en 2050 a 22%. Es decir que, si hoy son 629 millones las personas mayores que pueblan el globo, serán 2000 millones para 2050. En todo el mundo desarrollado, donde ya hay más ancianos que niños, en el año 2050 su número sobrepasará al de personas menores de 15 años.
Entre los países de América, Uruguay, Chile y Argentina son los países más "envejecidos". En Argentina los mayores de 64 años ya conforman 9.7% de la población total, y serán 15% en el 2025; pero algunas ciudades, como Mar del Plata, ya han alcanzado hoy esa cifra. Bien mirados, estos datos nos dicen que esa ciudad, por ejemplo, mantiene una estructura social semejante a la de Suiza, con idénticos problemas sanitarios, urbanos, etc. La dificultad no está constituida por el número de personas mayores física y mentalmente plenas, sino porque esa ampliación del horizonte vital no se traduce, para la mayoría de esas personas, en una ampliación paralela de oportunidades sociales. Este cuadro altera también a las grandes potencias, que encuentran como única salida a su despoblación el recurso a las migraciones de reemplazo, esto es, a incrementar el nivel de migraciones internacionales para evitar los efectos de la disminución y el envejecimiento de la población nativa, los cuales resultan de tasas de fecundidad y de mortalidad bajas.(3)
De acuerdo con las predicciones de Robert Malthus en el siglo XVIII, el suministro de alimentos para sostener a una población mundial en aumento no podría expandirse tan rápido como sería necesario. Pero el paisaje por él descrito, poblado de hambrunas masivas, de fallas en las cosechas, de costos desmedidos para la energía y el incremento de los precios en los fertilizantes, el sobrepastoreo, la desertificación, la deforestación y la erosión de suelos, la consecuente destrucción de la tierra, la contaminación del agua, la sedimentación de los diques y el deterioro de las pesqueras, así como también la insoportable presión de las personas sobre un medio ambiente frágil, no han tenido lugar, limitándose apenas a fenómenos bien circunscriptos de zonas superpobladas. El último informe de la Food and Agriculture Organization (FAO, un organismo de la ONU) augura más bien todo lo contrario de lo sugerido por las previsiones catastrofistas: si en el año 1900 el mundo estaba poblado por 1.600 millones de personas y al llegar al 2000 ya somos 6.100 millones (un número cuatro veces superior), se recalca que la productividad mundial en idéntico período creció entre 20 y 40 veces, con lo que no solo se pudo atender todas las demandas formuladas, sino mejorar aun las condiciones de vida de todos.
Tomando en consideración un período más breve, entre 1961 y 1998, es decir en los albores de la revolución verde y los pañales de la bio-revolución agrícola, la cantidad de alimentos per capita creció 24%. En su informe Agricultura: hacia el 2015/2030, ese organismo anota que la población mundial proyectada para entonces estará mejor alimentada que en tiempos previos. "El crecimiento de la agricultura seguirá superando a la población mundial con 1.2% más en 2015 y 0.8% en el período (que alcanza) al 2030". Por otra parte, tampoco la población ha presionado sobre los recursos no renovables, tales como combustibles fósiles y minerales, puesto que su demanda depende más de niveles de producción industrial que del número total de habitantes. Frente al eslogan neo-malthusiano "mundo sostenible = familia planificada", ha surgido otro precepto: "familia sostenible", que desde la reunión Habitat II en Estambul 1996 viene batallando con inteligencia y buenos argumentos.
Los teóricos del esquema de la transición demográfica (4) han equivocado también sus previsiones. Según ellos, a) la mejora en las condiciones de vida y en la atención médica harían descender la tasa de mortalidad; y b) la natalidad bajaría velozmente debido a los fenómenos de urbanización, ya que los padres no necesitarían contar con muchos hijos para que los mantuvieran en su vejez (hecho que sí se registra en zonas rurales). Las tasas actuales de crecimiento poblacional son hoy, en todo el orbe, netamente inferiores a las registradas durante las décadas de 1960 y 1970.
Este fenómeno podría responder a cierta lógica en países como China (debido a su política antinatalista), en algunas regiones industrializadas del Brasil o de la India, pero resulta claramente inexplicable si fijamos la vista en naciones muy pobres, como Bangladesh, o en naciones de fuertes tradiciones, como Siria, Irán o Bolivia. Además, la estabilización de la población prevista en las naciones industrializadas ya está dejando atrás el nivel de sustitución para continuar descendiendo.(5)
El Tercer Mundo en general se resiste a dejarse explicar por esta aproximación teórica: la fecundidad se redujo en estos países en una cifra cercana a 40%, cuando los expertos le auguraban una fase de explosión demográfica nunca vista antes. La esperanza de vida del Tercer Mundo ciertamente aumentó, debido principalmente a los planes universales de vacunación puestos en práctica por la Organización Mundial de la Salud. El aumento de la población esperado se compensó finalmente, en forma parcial, con la disminución de los nacimientos, porque los habitantes de estas regiones se mostraron sensibles a la prédica de los medios masivos de comunicación social y al estereotipo de la familia urbana occidental con hijo único.
DESACTIVANDO LA BOMBA POBLACIONAL
La mentada bomba poblacional probablemente no estallará: las poblaciones envejecen y la fecundidad decrece en forma rápida en todo el globo, la cantidad de alimentos disponibles aumenta... y la humanidad –aun cuando el planeta se encuentre amenazado por el deterioro conciente que le infligen sus depredadores humanos- es hoy más rica que nunca. ¿Se debe esto al éxito obtenido con las políticas de control poblacional o, por el contrario, a que el diagnóstico estaba mal formulado y por ende también era mala la solución recomendada? Nos inclinamos por esta segunda posibilidad, ya que no tropezamos con indicios que permitan sospechar que la creciente población sea la causa del atraso y de la pobreza en las naciones del mundo.
La obsesión de la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional (USAID), del Fondo para las Actividades de Población de la ONU (UNFPA) y de sus socios ("permítannos limitarlos, y el desarrollo les vendrá por añadidura") es ideológicamente falaz, y se formula en el lenguaje de los derechos ("ustedes, los pobres del mundo, tienen derecho a la anticoncepción, al aborto, a la esterilización, de manera voluntaria o compulsiva si fuera menester; y nosotros, los ricos, pretendemos ayudarlos a que ejerciten esos derechos"). Pocas veces llega a plantearse, en cambio, que las necesidades de los países más atrasados son el saneamiento, los servicios sanitarios, las escuelas, la necesidad de terminar con la mala administración, con la corrupción gubernamental, con la centralización estatal de la economía, con la injusticia social, con el salvaje capitalismo, sin regulación por parte del Estado, con los conflictos bélicos, y con la necesidad de la solidaridad internacional en caso de catástrofes naturales.
Algunos de los temores inculcados por el fantasma sesentista de la bomba poblacional pueden con sencillez desarticularse, apelando simplemente al sentido común. Por ejemplo, los casi 6.000 millones de personas que pueblan hoy el planeta solo ocupan 1% de la tierra disponible y, hablando en términos matemáticos, cabrían cómoda e íntegramente en una superficie no mayor que la del Estado de Texas (USA) o que la de Alemania, dejando vacío el resto del planisferio conocido. Este cálculo sencillo elimina cualquier hipótesis centrada en la merma de "espacio vital" para el desarrollo de las generaciones futuras.
Tampoco ha podido demostrarse con hechos tangibles que una disminución de la natalidad sea condición indispensable para el desarrollo de los pueblos. Existen países muy poco poblados, como Australia, que son al mismo tiempo desarrollados; hay otros, en cambio, poco poblados pero subdesarrollados (Africa Central puede proporcionar un buen ejemplo para ilustrar esta categoría). Pero también existen países muy poblados y a la par desarrollados (como Holanda), y otros muy poblados y atrasados, como sucede con Bangladesh.
Las principales ciudades de Asia están superpobladas, pero son prósperas: Bangkok, Seúl, Singapur, Tokio, Hong Kong. Taiwán tiene una densidad demográfica de 912.5 habitantes por km2 y China de 225 habitantes por km2, ¡pero el PBI de Taiwán es enormemente superior al chino! En Africa hay 80 habitantes por km2 y en América apenas 55 habitantes por km2; sin embargo en Europa, cuya densidad es de 213 habitantes por km2, se respira el desarrollo. Debe reconocerse, además, que un cierto nivel elevado de población es necesario para hacer funcionar una economía de manera eficiente, al tiempo que se constituye en factor imprescindible de expansión y de adquisición de poder. Una escasa población respecto del potencial de los recursos físicos a administrar genera, tarde o temprano, una debilidad que puede ser explotada por intereses ajenos.(6)
En la actualidad, en definitiva, no es la superpoblación la que nos amenaza ni la falta de alimentos o de espacio, sino la depoblación y el envejecimiento, generados por el descenso de las tasas de fertilidad que ya han caído por debajo del nivel de reemplazo en muchos sitios. En 1990 no existía un solo país en el globo que no hubiera alcanzado la expectativa media de vida de la Gran Bretaña de 1890. Por otro lado, la edad mundial promedio en 1975 era 22 años y la actual es de 26 años, pero ya se espera que en 2050 llegue a los 36 años.
Puede echarse mano a los estudios de distintas autoridades para confirmar lo dicho, economistas o demógrafos: Paul A. Baran, Peter Bauer, Pierre Chaunu, Jean-Claude Chesnais, Josué de Castro, Jacqueline Kasun, Simon Kusnets, José Nabuco, Oreste Popescu, Amartya Sen, Julian L. Simon, Friederich A. von Hayek, Ben Wattenberg, Basil Yamey... Todos ellos admiten, en distintos tonos, que la historia y los datos comparativos rechazan la afirmación de que el crecimiento demográfico tenga que ir acompañado, necesariamente, por un desarrollo económico menor. Y aun cuando las relaciones internas entre desarrollo, medio ambiente y crecimiento poblacional sean tan complejas que no puedan ser íntegramente comprendidas, no es menos cierto que las estrategias en el área de la salud y en el sector educación son las que alcanzan un efecto decisivo sobre la fertilidad.
Este paquete incluye mejoras en la nutrición, prestaciones de salud para reducir la mortalidad infantil e información adecuada y disponibilidad de métodos anticonceptivos, expansión del empleo, mejoras en el estatus social de la mujer, programas educativos especiales para mujeres, incremento del empleo femenino, mejoras en la seguridad de la tercera edad, asistencia para la población rural, etc.
La pobreza, en cualquier caso, no deviene como consecuencia de la superpoblación sino a la inversa; y la crudeza del hambre amenaza no como producto de suelos exiguos que ya no pueden sostener a contingentes demográficos en aumento, o como resultado de una imposibilidad de producir más, sino de la mala distribución de la riqueza y de una planificación económica mundial que deja mucho que desear.
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