Pelé y Maradona

Martín Hopenhayn

En fútbol, los grandes del mundo -Bobby Charlton en Inglaterra, Beckenbauer en Alemania, Cruyff en Holanda, Pelé en Brasil, Puskas en Hungría, Di Stéfano en España o Argentina, Platini en Francia- supieron ser a la vez honorables embajadores simbólicos de sus países de origen, medidos ante los medios de comunicación, ilustres o célebres. Héroes inquebrantables en quienes convivió el genio futbolístico y el comportamiento ejemplar. En cambio Maradona fue el reo de los reyes, el desatinado de la fiesta y el aguafiestas de si mismo. ¿Por qué?

¿Por qué Maradona es lo que es, fue lo que fue, y por qué el contraste tan fuerte con Pelé, el otro genio del fútbol? ¿Por qué esa suerte de destino maldito en que la figura futbolística más creativa acaba como drogadicto irredimible, mezcla singular pero lamentable de incurable cancherito, amigo tanto de la mafia como de Fidel, inconfiable e imprevisible, cuesta abajo en la rodada, hecho un quilombo y un final de tango? ¿Por qué el otro gran genio del mundo, el rey Pelé, con el mismo origen modesto en un país periférico, se convierte en embajador, ministro y empresario del deporte, tío Tom del fútbol? ¿Qué hace que entre los dos mayores genios de la historia del fútbol medie un abismo tan grande en biografía, manejo de la propia vida, imagen pública, articulación con el dinero y con el poder, y en el uso productivo del cuerpo y el talento?

Sobre esto no se puede más que especular. Y la especulación que sigue elude deliberadamente los rasgos singulares de carácter, con el objeto de remitir las diferencias de destino a contextos históricos. Diferencias de contexto que marcan la infancia, la entrada a la vida adulta y la trayectoria futbolística de Maradona y Pelé. Que hacen del primero un malogrado y del segundo un gran empresario de si mismo.

Vayamos por partes. En primer lugar están los contextos sociales y nacionales de la infancia. Ambos surgen de medios socioeconómicos muy modestos. Maradona es el pibe de barrio pobre en Buenos Aires, Pelé es un niño negro en un pueblo pobre. El primero viene de una sociedad históricamente más democrática y más igualitaria que la que vivió Pelé en su infancia. Por lo mismo, no agacha la cabeza, hace lo que le parece, no toma la movilidad social como un milagro o un favor, sino como algo que le pertenece. Pelé, en cambio, es el negro pobre en un país marcado por las mayores desigualdades, con un régimen de esclavitud vigente hasta muy tarde en la historia, donde el negro llevaba la marca de la condena a la pobreza. Salir de la pobreza es más milagroso y más providencial: hay que estar agradecido, portarse a la altura. Como un caballero. Como Pelé.

Por otro lado Maradona viene de un imaginario popular donde la movilidad social tiene también una connotación de revancha: la de los cabecitas negras, los descamisados, aquellos que entran al corazón de la ciudad afirmando su torso mestizo, su sudor, sus alpargatas. Que desafían y transitan por el despecho al mismo tiempo que por el acceso al poder o la promoción social. Y la revancha viene con su reflujo, vuelve sobre sí misma y de alguna manera sabotea su propio triunfo. En el reverso de la epopeya, el desenlace trágico: Evita, Monzón, Maradona.

En segundo lugar están los contextos más contingentes de entrada a la vida adulta. Maradona alcanza su mayoría de edad en la Argentina de fines de los setenta, mientras Pelé lo hace en el Brasil de fines de los cincuenta. ¿Cómo podría este factor de contexto establecer una diferencia?

Pelé ingresa a la vida autónoma en un Brasil que está iniciando un proyecto de largo plazo, de industrialización sustitutiva, de economía de país grande, con una vocación desarrollista y modernizadora. Surge con el proyecto de Brasilia, vale decir, con el sueño de la ingeniería y de la planificación; y con el Sao Paulo de la industria automotriz, del ensamblaje cronométrico y sistemático. Es un Brasil cuyo proyecto de modernización requiere el disciplinamiento productivo de aquellos que formarán parte del país próspero y moderno: el país del obrero automotriz y del nuevo empleado público, del empresario productivo y del profesional competente; el país en que la pertenencia al sector más dinámico implica cierto código de conducta, cierto régimen de uso productivo de la creatividad y de la inteligencia. Contra el mito del Brasil fiestero, o el mito del mulato o el mestizo que no logran organizar su vida en torno a una rutina de trabajo eficiente, surge el nuevo mito industrialista en que la trayectoria vital requiere atenerse a ciertas reglas, y surge también un modelo político autoritario y modernizador. Hay que optimizar el tiempo, la energía, las potencialidades. De ese Brasil viene Pelé. De la industrialización intensiva bajo un modelo de autoritarismo burocrático: disciplinado, ordenado, oportuno, contenido, mesurado, incluso sumiso cuando hizo falta. Un hombre que no reclama, no protesta, hace lo suyo optimizando sus capacidades. Un ser básicamente productivo. Un genio creativo y a la vez un espíritu productivo. Un milagro brasileño.

Maradona se hace adulto en la Argentina de la plata dulce, de la especulación financiera, de la corrupción política, de la pérdida de los grandes principios que rigieron el imaginario del desarrollo desde los años 20 hasta los 60. Es el país del todo vale, del individualismo irresponsable, de la pérdida de valores de referencia. Es también el comienzo de lo que podríamos llamar la sociedad desaprovechada, el gran despilfarro de las posibilidades de desarrollo. El país con mejor nivel de recursos humanos, mayor nivel de industrialización, inmejorables condiciones en recursos naturales, mercados más diversificados, transición demográfica completa (en primacía urbana y en conductas reproductivas), refinamiento cultural, cultura obrera consolidada. Y sin embargo, es el país que se estanca, retrocede y se hunde. Un país en que todas esas virtudes se malogran mientras la sociedad se precipita en el mayor colapso político, económico, de sentido de nación y de posibilidades de convivencia. Entre fines de los 70 y fines de los 90. Como Maradona.

Lo que define a Argentina actual es la gran riqueza humana malograda, la farándula como matrimonio de la política y la especulación dineraria, y como metáfora de la decadencia nacional. Como Maradona: el pibe genial, el mayor talento futbolístico de la historia en el mundo, que en mitad de su carrera entra por el despeñadero de la droga y la disipación. Un potencial malogrado, pero no por un enemigo externo sino por el aguafiestas interno, del propio Maradona.

En tercer lugar, están los contextos globales durante la carrera profesional propiamente tal. Pelé vive todavía el fútbol de los tiempos continuos o estables, y donde la invasión de la cámara televisiva y la distorsión mediática no han alcanzado su apogeo. Su carrera la hace casi en un sólo club, asentado en su país de origen y no muy lejos de su pueblo natal. Es mundialmente famoso pero no gasta su cara en la pantalla de la televisión, al menos hasta 1970. No migra, salvo al final de su carrera deportiva y hacia un medio mucho más aséptico, no futbolizado, y por motivos específicamente materiales: quiere retirarse con un patrimonio respetable. Maradona en cambio es un fenómeno mediático, móvil, metido desde el comienzo en el baile de los millones de dólares, de los clubes-empresas, de la especulación dineraria atada a la producción futbolística, de los intermediarios chupasangre en que se mezcla la mafia con la compra y venta de jugadores. El micrófono lo sorprende incoherente, lo sobre-expone antes de tiempo. Rápidamente migra, se desarraiga respecto de la familia y el barrio, el país y la base social que le dio su identidad. Le toca un mundo errático que lo hace errático, que lo levanta a la gloria y lo fractura en un abrir y cerrar de ojos. Un mundo en que la frustración no se soporta sino que se anestesia. Y acaba introyectando esa misma lógica de los ochenta en sus propias opciones: el mundo del dinero, de la imagen, la farándula, la levedad del ser… la cocaína. El paquete se compra completo.

Un último giro. Maradona asume la causa política de los obreros del fútbol contra los políticos del fútbol. Contra la FIFA quiere liderar una federación de jugadores. Una suerte de revolucionario del gremio, con opiniones políticas más polémicas, inclinaciones ideológicas más confrontacionales. Por lo mismo, según especula la hipótesis conspirativa, lo liquidan. Los operativos policiales que lo sorprenden consumiendo cocaína, el control antidoping en el mundial de 1994, ¿no serán formas de usar estratégicamente la información para bajar al sedicioso, neutralizar el conflictivo, frenar el mal ejemplo? Esto no quita que Maradona sea autor de su propia tragedia. Pero la forma en que la autoridad usó esa tragedia la hizo doblemente trágica.

Pelé, en cambio, fue un caballero del fútbol, un amigo de la FIFA y de los dirigentes, un hombre del establishment, el talento sistemático que hizo más de 1000 goles en su carrera profesional. Supo irse a tiempo, casi demasiado, en un terrible triunfo de la cabeza fría por sobre la pasión del fútbol. Maradona fue el genio espasmódico del segundo gol contra Inglaterra en el mundial del 86. Pero también el vivaracho del primer gol del mismo partido, con la mano escondida, al borde de la legalidad, como buen -o mal- argentino. No supo irse a tiempo y quiso volver, volver y volver (con neuronas marchitas).

Fue la terrible derrota de la cabeza fría frente a la pasión por el fútbol. Una derrota poética y lamentable.

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