Serie: Acontece (XXV)

Izquierda: hacia una nueva tradición

Jaime Yaffé

La identidad del Frente Amplio se apoya en la construcciòn de una nueva tradición política. La fundación de esta "tercera divisa" de la política uruguaya se fundamenta en sucesos críticos del pasado reciente. En particular, la "resistencia" a la dictadura que asoló al país entre 1973 y 1984 se constituyó en la región fundamental en la que la memoria política de la izquierda encuentra los fundamentos de una identidad partidaria imbuida de contenidos épicos y heroicos.

Seguramente, la ocasión en que se cumplen 30 años del golpe de Estado (junio de 1973). será propicia para que refloten las inconducentes discusiones, ya planteadas en anteriores oportunidades, acerca de las responsabilidades y las culpabilidades políticas que coadyuvaron al desenlace de 1973. En un pronóstico más optimista, el aniversario será una oportunidad para que los uruguayos nos iniciemos en una experiencia de relación más "normal", espontánea y abierta con nuestro pasado reciente.

Entre el olvido y la memoria

Desde que, en 1989, la ratificación ciudadana de la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado tuvo por efecto el destierro del espacio público de la crisis y la dictadura como tema de debate, los uruguayos nos privamos de la relación natural que es saludable tener con el pasado propio. Un largo camino debió recorrerse hasta que el pasado reciente volvió, tibiamente, a la memoria ciudadana. Algunos momentos de este recorrido tuvieron una significación particularmente relevante: comenzó el 20 de mayo de 1996 con la primera marcha por "Verdad, memoria y nunca más" y tuvo un punto de inflexión fundamental el 1º de marzo de 2000 con el anuncio de la creación de la Comisión para la Paz, cuyo informe ganó el conocimiento público y el estatus oficial semanas atrás.

Este trigésimo aniversario del golpe podrá ser la oportunidad para dar un nuevo paso en la dirección correcta. Si este pronóstico esperanzado es realista, algunos acontecimientos conmemorativos podrán hacer su aporte para seguir andando por el camino de la recuperación de la memoria, de reencuentro con el pasado, nuestro propio pasado colectivo, del que nos hemos divorciado en un contexto de verdadera y deliberada amnesia colectiva. En el ámbito académico se anuncian actividades que podrán efectuar una contribución sustancial en esa dirección.

¿Qué hay del ámbito político? Aunque algunos de sus más notorios representantes insisten en la conveniencia de seguir dándole la espalda al pasado, los partidos y los políticos harían buena cosa si procesaran su propio viaje al pasado, a sus respectivos pasados, revisitando críticamente los pronunciamientos y las acciones con que cada cual transitó por varias de las coyunturas cruciales de las últimas décadas. En general, nuestros partidos han exhibido una relación dificultosa con algunos períodos y eventos del pasado reciente, así como un diagnóstico muy autocomplaciente con respecto a sus trayectorias.

La izquierda no escapa a esta realidad. Ha estado procesando con dificultades la reconstrucción y la evaluación de su propia trayectoria en contextos tan relevantes como el período pachequista y la dictadura. En un primer momento (entre la salida de la dictadura en los años 1983-1984 y el referéndum de 1989) se produjo una intensa remisión introspectiva hacia el pasado inmediato, que desató un fuerte debate entre distintas corrientes dentro de la izquierda. Luego, como en el país todo, estos debates desaparecieron casi por completo de la escena pública y de las preocupaciones de la propia izquierda.

En lo que sigue de esta nota –que recoge parte de un trabajo más amplio sobre las relaciones entre izquierda, historia y tradición en Uruguay- se analizan algunos aspectos de la relación de la izquierda con el pasado reciente a partir de los debates suscitados en aquel primer momento de "estallido de la memoria" (1983-1989), inscribiéndolo en el proceso de tradicionalización del Frente Amplio que ha llevado a este partido a constituirse en la tercera divisa partidaria del Uruguay.

El lugar de lo tradicional en la renovación de la izquierda

En los años transcurridos desde la recuperación democrática el Frente Amplio ha experimentado un proceso de renovación caracterizado por tres fenómenos: la democratización, la moderación y la tradicionalización. Esa renovación está estrechamente vinculada con el cambio de posiciones de la izquierda como actor relevante del sistema político: ha sido una renovación exitosa que, en parte, explica el creciente peso político de la izquierda, el que a su vez la legitimó internamente y la impulsó.

Por un lado, la izquierda procesó en estos años una franca reconciliación con la democracia liberal ("burguesa"). Por otro, se moderó progresivamente al limar las aristas más radicales de su discurso, su programa y su accionar. Por último, el Frente Amplio se tradicionalizó, acuñando una experiencia histórica propia a partir de la cual fundó una nueva tradición política, cultivada y expuesta como seña de identidad partidaria.

De esta forma, el Frente Amplio se volvió un partido con tradición propia y abandonó su viejo antitradicionalismo, propio de una izquierda que gustaba definirse como "de ideas" por oposición a las partidos "tradicionales". En ese marco, la izquierda incorporó una nueva visión del pasado, del propio, del nacional y del de los otros (partidos). Elaboró una peculiar reconstrucción de la historia uruguaya que se remonta a la revolución oriental y llega hasta nuestros días. ¿Qué lugar ocupa y qué papel juega el pasado reciente en esa reconstrucción?

El pachequismo: memorias en conflicto

En los años de la transición y consolidación democrática (entre 1983 y 1989) las miradas de la izquierda hacia el pasado se concentraban en dos momentos cercanos: la coyuntura 1968-1973 y el pasado inmediato, el período dictatorial abierto en 1973. El primero era un período corto y relativamente reciente, especialmente relevante para el ajuste de cuentas de la izquierda con su propio pasado. El período fue visitado y revisado, como objeto de parte de los debates de la izquierda política y social. La mirada llevaba implícito un fuerte tono de "balance". El ejercicio se repetía en todos los ámbitos: el PIT-CNT discutía su "balance", el MLN procesaba su "autocrítica", el PC discutía sobre la (in)conveniencia de ambos.

Que la mirada al pasado se concretara en esa precisa coyuntura y que la impregnara el tono de balance se explica por motivos que los propios promotores de las evaluaciones y autocríticas expusieron. La izquierda había sido derrotada y debía reconocer las causas de aquella derrota, identificar los errores que no debían volver a cometerse. Lo que rodeó a esta discusión de ribetes tan polémicos fue el hecho de que la identificación de causas y errores era difícilmente discernible del señalamiento de responsabilidades e individualización de culpabilidades. Este no era un temor hipotético de quienes no creían en la conveniencia de tal autocrítica, sino que era una intención explícita de quienes la reclamaban. Al respecto Hugo Cores, discutiendo sobre este tema con Esteban Valenti, decía lo siguiente: "No enfrentar el análisis del pasado es un atajo practicista ... si nuestro objetivo actual es el mismo de ayer ... y nos va a costar mucho tiempo volver a crear una situación en términos de acumulación de fuerzas del tipo de la que se creó entre 1968 y 1973 ... si entre el 68 y el 73 ninguna organización se equivocó ¿de quién es la responsabilidad de la derrota? ¿Acaso de las masas populares o de la gente?..." Por ello, cuando a la salida de la dictadura se planteó el tema del balance del período 1968-1973, en la interna de la izquierda y del sindicalismo generó distintas posiciones ya que, si el balance derivaba en señalar culpabilidades y errores, no todos estaban dispuestos a sumergirse en esa discusión.

Los documentos de balance del período 1968-1973 que circularon en la izquierda política y en el movimiento sindical y estudiantil entre 1983 y 1989 evidencian las dificultades de la izquierda uruguaya para enfrentar y asimilar su pasado inmediato. Las posiciones variaron del hipercriticismo tupamaro a la reticencia comunista. El MLN concentró buena parte de su energía en procesar una "autocrítica". El frustrante resultado final –si se le juzga según sus propias intenciones- de tal ejercicio introspectivo fue no haber podido llegar a una síntesis aceptable de una sorprendente diversidad de opiniones existentes en el seno de la organización. Según Eleuterio Fernández Huidobro "Cuando el MLN se abocó a hacer esa autocrítica en forma organizada después del 85, con la presencia de todos los sectores que tuvieron que ver con el MLN ... hubo 43 propuestas articuladas de autocrítica que hasta ahora [1991] no han podido ser sintetizadas ... están debidamente archivadas y guardaditas ahí para que algún historiador algún día se aboque a hacer esa labor de síntesis y analice este período concreto ...".

En el caso del PC, no hay evidencias documentales de que haya procesado algún tipo de balance autocrítico del período previo al golpe. De haberse producido no tomó estado público. No es posible detectar, tampoco descartar, una discusión interna. De lo que no hay dudas es que los comunistas creyeron inconveniente, por inconducente y por distractivo respecto de las prioridades de aquel momento, el planteamiento abierto de tal discusión en el seno de la izquierda. Esa era la posición oficial del PC y así se planteó explícitamente. En la discusión antes citada, Esteban Valenti afirmaba que: "... hemos pasado al período de la crítica total ... la autocrítica se ha transformado en un fetiche, en un talismán: sirve para exorcizar todos los errores, todas las tragedias, incluso, a veces, para ocultar la incapacidad de tener una respuesta renovadora para los procesos que se dan en la sociedad, en la propia izquierda y en el propio partido. Y eso ocupa un espacio muy grande ... como estado de ánimo mío y de la izquierda uruguaya mayoritariamente, hoy la atención fundamental está puesta en qué respuesta le damos a la perspectiva de futuro ... Para mí la autocrítica no es solo el reconocimiento del error, incluye también el análisis de la causa. Pero a estas alturas, no me entusiasma, no me convoca, no despierta mi interés un análisis del pasado ... es más fácil para nosotros discutir el pasado. Lo que nos falta ... es .... ver qué respuestas tenemos en perspectiva sobre el programa, el modelo, el proyecto, la táctica. De eso es que está huérfana la izquierda ... En un país que tiene una carencia de expectativas impresionante, no creo que sea positivo contribuir a agregarle más frustración, más tragedia ..."

Seguramente pesaba, en esa posición, el hecho de que el PC era el blanco de la mayoría de las críticas provenientes de otros grupos de la izquierda a la hora de efectuar el "balance" del período 1968-1973. La táctica política y sindical seguida por los comunistas en esa coyuntura fue objeto de los más fuertes cuestionamientos de parte de casi todo el resto de la izquierda, que la caracterizaba cuando menos como "reformista", término que hoy no causa ningún sobresalto, pero que en los años ochenta (rememorando los sesenta) era una molesta acusación en el mundo de la izquierda. Se trataba de la continuación de un debate no saldado, de una polémica muy fuerte que ya había enfrentado a comunistas y no comunistas antes de la dictadura. A la hora de señalar culpas y errores, los comunistas se llevaban la mayoría de los palos, y el PC respondió a ello poniéndose a la defensiva, mostrándose reticente a los balances y desconfiando de las autocríticas reclamadas por otros. De hecho, el tema nunca llegó a instalarse oficialmente en el Frente Amplio.

En cambio, en el ámbito sindical el "balance" encontró el cauce orgánico que no tuvo en el Frente Amplio. Su procesamiento se volvió crítico y fu uno de los temas álgidos del Tercer Congreso del PIT-CNT (octubre de 1985), que casi culmina en la ruptura de la central sindical. Dos fueron los puntos de ese balance sindical que generaron mayor polémica: la táctica aplicada por la CNT frente al pachequismo entre 1968 y 1971, y la conducción de la huelga general de junio-julio de 1973. En ambos puntos la discusión apuntaba directamente a problemas de dirección del movimiento sindical. En concreto se evaluaban los aciertos o errores de la conducción mayoritariamente comunista de la CNT en aquellos años. Se retomaba en el primer punto el debate ya iniciado en el 1er. y 2o. congresos de la CNT realizados en 1969 y 1971. El segundo punto, referido al balance de la huelga general de 1973, retomaba una discusión iniciada en el transcurso mismo de la huelga, que había enfrentado a la conducción comunista de la CNT con los componentes del variado universo de la "tendencia combativa" (heterogénea coordinación de dirigentes y militantes sindicales, críticos de la línea seguida por la mayoría comunista), y en la que se cruzaron acusaciones acerca del cumplimiento de las previsiones que el sindicalismo tenía para el caso del golpe de Estado y de su efecto sobre la (in)efectividad de la medida, que al cabo de quince días debió ser levantada, sin lograr el efecto buscado.

En el marco de estas discusiones, tanto en el ámbito político como en el sindical, se encuentra un caso distinto, una evaluación relativa al desenlace del período y a la responsabilidad de la izquierda, que a diferencia de los anteriores, contó con una coincidencia autocrítica generalizada. Se trata del señalamiento crítico de la incapacidad de la izquierda social y política para articular todas sus vertientes, como una de las causas de la "derrota del 73", en la medida en que habría debilitado la "respuesta popular", al dispersar sus recursos, desaprovechando la oportunidad de concentrar toda su potencialidad hacia objetivos comunes. En una versión extrema de esta posición, que lleva sus consecuencias mucho más allá de la eventual detención del ascenso autoritario, Enrique Rubio señalaba que "... la dispersión táctica ... nos bloqueó alternativas revolucionarias o por lo menos condiciones prerrevolucionarias ... hubo un momento acá donde coexistieron el fenómeno guerrillero, los fenómenos sindicales, las corrientes militares enfrentadas y la emergencia del fenómeno político; pero no hubo una unidad de acción y nos liquidaron por separado". De acuerdo con esta hipótesis el golpe podría haberse evitado, o por lo menos las condiciones que lo ambientaron, de no haberse desaprovechado las posibilidades que hubiera abierto la coordinación de todos los componentes de la izquierda política y social. Esa omisión de la izquierda habría sido su mayor culpa. La aceptación que esta hipótesis tuvo en el momento que estamos considerando, puede explicarse por el hecho de que, al plantear una responsabilidad colectiva de la derrota, Rubio no individualizaba culpabilidades atribuibles a algún sector de la izquierda en particular.

La "resistencia" (1973-1984): la memoria heroica y unánime

La etapa de la "resistencia" a la dictadura, desde el levantamiento de la huelga general en 1973 hasta la reaparición pública de la izquierda en 1983-1984, es el otro período que fue objeto frecuente de las miradas hacia el pasado en ese primer momento que estamos considerando (1983-1989). Se trata del tramo más significativo en la historia de la izquierda uruguaya, signado por la persecución, la prisión, el exilio y la clandestinidad, la tortura y la muerte. En este caso no hay polémicas, ni balances autocríticos, más allá de discusiones puntuales sobre acontecimientos producidos al interior de las cárceles y en el exilio. Lo que prima es la mirada épica, heroica, constituyente de una mística que, a la vez que tonificante de la identidad frenteamplista, se volvió carta de presentación democrática del Frente Amplio a la salida de la dictadura.

En la reconstrucción de este pasado inmediato, cuyo recuerdo tiene la intensidad propia de la contemporaneidad, la izquierda se presenta como una fuerza en lucha contra el poder autoritario, que sufrió y pagó un enorme costo humano que ninguna otra fuerza tributó: la persecución, la violencia, la muerte, la tortura, el exilio, la cárcel, el secuestro, la desaparición de adultos y el robo de niños. Esta experiencia que -más allá de mantenerse en el recuerdo por su carácter contemporáneo se refuerza al ser deliberadamente traído al presente- se vuelve un elemento religante muy importante, que mueve elementos emotivos que fortalecen el sentimiento de pertenencia a la fuerza política que la reclama como propia.

De esta forma, a lo largo del período transcurrido desde 1983, la identidad frenteamplista se ha visto fortalecida con este agregado de una mística y una épica alimentadas por la mirada al pasado más inmediato, que actualiza la memoria de los "tiempos oscuros". La experiencia de la persecución dictatorial, y en menor medida la del enfrentamiento al pachequismo, con su sangrienta secuela de muertos, desaparecidos y torturados, pasó a ocupar en la mística y la emotividad de los militantes y simpatizantes frenteamplistas un lugar similar al que ocuparon en el pasado hechos anclados en las historias y las tradiciones de los partidos Nacional y Colorado. La larga historia de enfrentamientos armados entre blancos y colorados a lo largo del siglo XIX, con su secuela de muerte, violencia y sufrimiento, generó en ambos partidos un tipo de adhesión sentimental, con referencia directa a hechos de sangre, muy similar al lugar que ocupa la "resistencia" a la dictadura para el Frente Amplio. Puede decirse en este sentido que la dictadura militar es hoy al Frente Amplio lo que la "hecatombe de Quinteros" y el "sitio de Paysandú" fueron en el pasado para colorados y blancos respectivamente. En este sentido, es plenamente compartible el señalamiento hecho hace algunos años por Alberto Methol Ferré cuando se refirió a las divisas tradicionales como "comunidades de sangre" y al hecho de que la frenteamplista es, estrictamente hablando, la única divisa reconocible en la política uruguaya contemporánea.

No obstante la pertinencia del paralelismo entre las situaciones mencionadas (Quinteros, Paysandú, dictadura), desde el punto de vista de su incorporación a la épica que alimenta las tres grandes tradiciones partidarias uruguayas, cabe introducir un matiz entre las dos primeras y la última. Este matiz refiere específicamente a la asunción plena de los muertos como propios por parte del partido respectivo. No hay dudas de que colorados y blancos asumieron desde un principio a las víctimas de Quinteros y Paysandú como mártires del partido, identificando a la vez al partido rival como el victimario. En el caso del Frente Amplio, el asunto tiene otras dimensiones, y no se ha producido esta asunción plena de las víctimas por parte del partido. Influyen para que ello sea así una serie de factores que revisten de complejidad a la situación pero que, en parte, explican la diferencia. Entre ellos cabe mencionar al menos dos estrechamente vinculados entre sí: el victimario no es un partido sino una institución del Estado –las FFAA- que retiene importantes espacios de poder y con la que el FA mantiene una difícil relación que trata de recomponer a medida que se incrementan sus expectativas de acceder al gobierno; el complejo tema de las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura, que se mantiene aún irresuelto, dio a estos casos el nivel de un drama nacional, lo cual hizo a la vez inconveniente y difícil su apropiación partidaria. Por estas y otras razones, el FA ha mantenido con respecto a la incorporación de los muertos como patrimonio partidario (al estilo de lo sucedido con los muertos de Quinteros y Paysandú) una actitud dual. No obstante ello, aceptando esta observación, se mantiene la validez de considerar la resistencia al autoritarismo dictatorial, con su larga lista de víctimas, como el soporte fundamental de una épica propia que se incorporó a la tradición de la izquierda.

Memorias y olvidos de la izquierda.

En el proceso de construcción de una tradición propia de la izquierda, una parte de los elementos fundamentales fueron tomados del pasado reciente. La tradición frenteamplista se nutre de los dos tramos precisos y sucesivos de ese pasado que hemos considerado anteriomente: el del enfrentamiento al pachequismo y el de la resistencia a la dictadura. La evocación de esas experiencias cercanas se volvió un elemento religante de la identificación partidaria que, agregando un componente emotivo a las referencias ideológicas y a las definiciones programáticas, reforzó al frenteamplismo como organización política forjada en una tradición de lucha contra el autoritarismo con todo lo "épico" y "heroico" que de ello se deriva.

El recurso a este componente épico, místico, emotivo, se ha vuelto más fuerte en el Frente Amplio que en los propios partidos tradicionales. Como han señalado algunos historiadores, estos partidos, a diferencia del Frente Amplio, han estado recorriendo la otra senda del camino, aminorando progresivamente el peso del pasado y del factor tradicional en la configuración de sus identidades partidarias. En su caso ya están muy lejos en el tiempo los sucesos que cumplieron ese rol, los mismos han perdido frescura y vitalidad, quedando en la zona del olvido, cada vez más lejos del alcance de la memoria. Pero también es muy probable que opere una voluntad política en esa dirección. La distancia temporal no tiene por qué tener un efecto automático de olvido, ya que la deliberada alimentación de la memoria es un recurso esencial para la construcción y mantenimiento de tradiciones políticas. La situación del Frente Amplio es la contraria en ambos aspectos. En primer lugar, el recuerdo de ese pasado sufrido está fresco, es reciente y contemporáneo. Muchas víctimas de la represión aún viven y dan testimonio de la persecución y la resistencia. La irresolución de la cuestión de los desaparecidos en dictadura, su carácter de asunto pendiente, también contribuye a que ese pasado se mantenga en el presente, más allá de los efectos contrarios del plebiscito de 1989 antes mencionados. En segundo lugar, el Frente Amplio recurre a estos elementos como recursos que fortalecen la identidad partidaria y los incorpora como parte esencial de la construcción de una tradición política propia.

Es notorio que el pasado es un terreno de la disputa política, al tiempo que una cantera de recursos para la acción. Esa dimensión de la relación entre pasado y política inevitablemente afecta tanto a la memoria de la política como a las políticas de la memoria. Las dificultades para procesar el debate en torno al balance del período 1968-1973 verificadas entre 1983 y 1989 evidencian que la diferencial apertura de los distintos componentes de la izquierda para procesar tal debate tiene directa relación -en distintos grados según sea el peso de otro tipo de consideraciones- con el cálculo de costos y beneficios que cada uno de los involucrados hace. Cuando los temas sometieron a algunas de las partes a la eventualidad del señalamiento de culpabilidades partidarias individualizables, este factor determinó la reticencia al debate o la dificultad para procesarlo con relativa normalidad desde posiciones predispuestas a la autocrítica y la revisión sincera y abierta del accionar propio. Es el caso de las discusiones en torno a la táctica sindical entre 1968 y 1971, a las posiciones asumidas frente a los comunicados 4 y 7 de febrero 1973, y a la conducción de la huelga general de junio-julio de 1973. En cambio, cuando se trata de temas que suponen el reconocimiento de responsabilidades o méritos compartidos no atribuibles a algún sector en particular, la disposición al debate y al acuerdo sobre el pasado no genera mayores dificultades. Es el caso de las evaluaciones críticas respecto a la incapacidad para articular una coordinación general de la izquierda social y política frente al avance autoritario a lo largo de toda la coyuntura 1968-1973, así como de la visión heroica de la resistencia a la dictadura.

Sin embargo también esto merece un reparo: la rememoración del ese período remite además a la cuestión de la "lealtad democrática", entre otros, de la izquierda. Se trata de un asunto complicado en el que no abundaré ahora, pero que merece ser al menos indicado. Aunque en el marco de la renovación, la democracia política ha sido incorporada como un valor y una convicción propias, es evidente que en los años previos al golpe de estado una gran parte de los sectores que convergieron en el Frente Amplio tenían una muy pobre preocupación por la "democracia formal" ("liberal", "burguesa", etc.) que se desmoronaba. Este factor, que no involucra a ningún grupo en particular sino al conjunto, es parte de las dificultades que la izquierda enfrenta en su relación con aquel período.

Para finalizar, si se observa qué sucedió después de este primer momento (1983-1989) del reencuentro de la izquierda con el pasado reciente, se comprueba que el polémico balance autocrítico del período previo al golpe pasó convenientemente a ocupar un lugar secundario en el debate y las preocupaciones de la izquierda después de 1989. La rememoración del período dictatorial subsistió y, con sus ribetes místicos y épicos, se constituyó en el componente central de la tradición propiamente frenteamplista. En una evidencia más del carácter selectivo de la memoria (partidaria en este caso), el único asunto del período dictatorial que generó diferencias de opinión importantes en la interna frenteamplista (la salida pactada entre el Frente Amplio, el Partido Colorado y las Fuerzas Armadas en los acuerdos del Club Naval de 1984) ha sido convenientemente dejado en la zona del olvido. La "resistencia" ocupa, por ahora, casi todo el espacio de la memoria partidaria.

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