Serie: Freudiana

Freud: tiempo y conciencia

Graciela Fernández

El estudio de la génesis temporal fue motivo de preocupación en varios de sus escritos de Freudy a pesar de ser observaciones fragmentarias, encontramos aquí intuiciones vigorosas que merecen ser reconstruidas. Su aporte se halla, sobre todo, en la comprensión del origen psicológico del tiempo y la investigación de ciertas relaciones de primacía del espacio sobre el tiempo en la figuración onírica y en los procesos profundos de la vida anímica.

En general, se puede decir que las observaciones de Freud(1) constituyen un aporte para la interpretación empirista de la génesis de la representación abstracta de tiempo.

Muchos de esos pasajes parecen orientados a refutar la tesis de Kant acerca del carácter a priori del tiempo como forma del sentido interno: La tesis de Kant según la cual tiempo y espacio son formas necesarias del pensar puede hoy someterse a revisión a la luz de ciertos conocimientos psicoanalíticos. Tenemos averiguado que los procesos anímicos son en sí atemporales. (2)

Aquí Freud está refiriéndose en mi opinión, al carácter de la autopercepción empírica y en la afirmación acerca de que en el sentido interno, nos autopercibimos bajo la forma del tiempo. En todo momento mantiene con Kant un diálogo intenso cuando reflexiona sobre los problemas de la génesis temporal. Cree que la vida anímica -conciente e inconciente- manifiesta cierto rasgo de atemporalidad, o bien de temporalidad figurada, esto es, de temporalidad transfigurada en espacio. Así en las formas más primitivas de la conciencia, que nunca nos abandonan y siguen operando justamente allí donde creímos haberlas superado, Freud piensa a diferencia de Kant, que el espacio le gana al tiempo.

Las operaciones básicas el alma interpretan al tiempo bajo la figuración espacial y operan con metáforas espaciales y representaciones-palabra donde se instalan esas imágenes. No se trata del tiempo de la constitución trascendental en el sentido de la fenomenología, sino del que corresponde a ciertos pr ocesos psicológicos del pensar. (3)

Es mi interés confrontar aquí las intuiciones de Freud con las de Kant acerca del tiempo en tres aspectos: 1) la relación entre la apercepción empírica y la temporalidad; 2) la primacía del tiempo sobre el espacio (o viceversa) en los procesos profundos de la vida anímica, y 3) la génesis de la representación abstracta de tiempo.

Como lo advirtió para siempre San Agustín, el tiempo es lo más difícil y cuando quiero decir qué es, se me escapa como pez en el agua. Freud creyó refutar a Kant, pero sus aportes resultan, a la postre, más bien complementarios. Parece como si la complejidad del tiempo fuera capaz de admitir múltiples abordajes -fenomenológicos, trascendentales, empiristas- y dar su fruto misterioso por distintos caminos.

DOS ASPECTOS DE LA "CONCIENCIA EMPIRICA DE SI": RELACIONES ENTRE TIEMPO Y APERCEPCION

¿Cómo nos autopercibimos y cómo nos pensamos? Si separamos estas dos funciones del reconocerse a sí mismo (siempre desde el punto de vista psicológico) podemos advertir lo siguiente: Kant cree que nos autopercibimos bajo la forma del tiempo, y Freud cree que nos pensamos bajo la forma del espacio.

Entiendo por "autopercibirse" y por "pensarse" dos posibilidades de la experiencia del reconocerse a sí mismo. Conviene distinguir entre ambas. Nos "autopercibimos" significa que nos sentimos vivir, tenemos una conciencia vaga de nuestra propia existencia, aunque no estemos reparando específicamente en ello. También significa que podemos dirigirnos hacia nosotros mismos e intentar captarnos en una experiencia intencional de nuestra propia existencia. Este es el tipo de actos de autoconocimiento que están involucrado en lo que Kant llamó "apercepción empírica" o "sentido interno".

En segundo lugar, y ahora le toca el turno a los intereses de Freud, los seres humanos podemos alcanzar una representación de nosotros mismos, esto es formar una (o varias) "ideas" de nosotros mismos. Entiendo por "pensarse" esto último. Uso el término "idea" en el mismo sentido en que lo usó Hume, como un producto, más o menos vago, de la imaginación, ligado a alguna impresión originaria. Por ejemplo, en sueños, podemos soñar con nosotros mismos, aunque no nos veamos claramente. Podemos ser concientes de nuestros estados presentes y pasados. Se trata de una representación acompañada de conciencia, que es más que un "sentimiento de existir", y que tampoco es el resultado de un acto intencional de conocimiento dirigido al yo. Si aplicamos categorías humanas, estaríamos aquí frente a una "idea" primaria de nosotros mismos, muy estrechamente ligada a la impresión de existir, un producto de la imaginación con su vaguedad característica.

Precisando un poco más: Kant se refiere, en el primer caso, a ciertos actos propios el autorreconocimiento, acerca de los cuales no podemos formarnos una "idea". El espacio está excluido de ellos. "Nos sentimos existir" significa "tenemos una impresión del fluir de nuestro río mental", o bien "tenemos una impresión de nuestros estados físicos". En segundo lugar, significa la imposibilidad de captar nuestra existencia en un acto intencional de autoconocimiento. Se trata siempre de posibilidades cognoscitivas empíricas de la conciencia de sí.

Kant advirtió con claridad un hecho básico de la vida anímica: el yo, cuando se dirige hacia sí mismo en un acto intencional de autorreconocimiento, no puede localizarse en ningún sitio. Esto significa, dicho de otro modo, que no puede atraparse, no puede cosificarse u objetivarse en coordenadas espaciales. Cuando nos buscamos hacia adentro, no nos encontramos en ningún sitio: ésta ha sido, quizás la intelección fundamental de la que partió todo el existencialismo. Hecho paradojal de la conciencia empírica que nos coloca en el vacío y la indeterminabilidad y cuya dificultad está en la base del imperativo con que nos desafiaron los griegos para siempre: "conócete a ti mismo".

Lo que Kant llama, con la psicología de su época, sentido interno, involucra tanto el sentimiento confuso de sí, como la captación intencional del yo, a las que me he referido más arriba. En esas operaciones del autorreconocimiento empírico, Kant encontró el tiempo (y no el espacio) en la base de esos fenómenos. El tiempo está allí como fluir, tanto en el sentimiento del fluir permanente de los pensamientos y de los estados, como en el resultado (siempre frustrado) del acto intencional de autoconocimiento: una visión objetivante de nuestra existencia nos es tan imposible como el sacarnos de la ciénaga tirándonos de nuestra propia coleta.

La apercepción empírica no nos devuelve en ningún sitio, y sólo nos arroja en el río temporal de los pensamientos que fluyen continuamente. Todas las prácticas orientales de meditación están volcadas a este hecho: a frenar o suspender el río de los pensamientos mediante una técnica de control específico. El que medita, y también el que se autobserva, se dirige a sí mismo como polo de su intención, en el primer caso intenta "vaciar" el contenido de su río mental; en el segundo, intenta "atraparse" a sí mismo, para lograr una visión de sí, similar a la que alcanza de los objetos.

Freud, con categorías humanas, describe otro fenómeno. El yo tiene la posibilidad de autorrepresentarse, de autofigurarse de modo no intencional. Se trata de la idea del sí mismo, ligada a la percepción que continuamente se origina en la experiencia. Freud se ocupa de este segundo fenómeno en particular, tal como se da en los sueños, en las psicosis y en general en la vida anímica.

Me estoy refiriendo siempre a las posibilidades de autopercepción empírica que no se deben confundir con ningún tipo de "apercepción trascendental", ni en el sentido de Kant, ni en el de Husserl, y ni siquiera en lo que el "yo pienso" cartesiano pudiera tener de trascendental. La cuestión de la "trascendentalidad" de la apercepción requiere un enfoque y una discusión en un nivel lógico que en este caso no interesa. La apercepción empírica, podemos reconocer ahora, es compleja y admite diferentes formas. La clase de la que se ocupó Freud, la formación de la idea de sí, no presupone ir contra la corriente de los pensamientos, ni intentar sorprenderse o de atraparse en medio de ese río que fluye: no implica ninguna búsqueda intencional, sino sólo la descripción de una representación-imagen o representación-palabra (4) que alcanzamos espontáneamente de nosotros mismos. El enfoque existencial-fenomenológico resulta apropiado para continuar las investigaciones de Kant; el empirista es útil para averiguar qué está pensando Freud en este complejo asunto del conocimiento de sí y la génesis del tiempo ligada a él.

En la Crítica de la Razón Pura, Kant se refiere en varias oportunidades a estos hechos de la vida psíquica. Además de su rechazo metodológico a todo lo que pueda parecer psicología, se advierte también que la experiencia psicológica involucrada (el costo emocional) no le gusta y le resulta chocante: hasta se diría que, en el fondo, le teme a la experimentación introspectiva, la que, según dice, significa torcer la dirección "natural" del conocimiento: "el metódico observador de sí mismo se labra el camino al manicomio" escribe en la Antropología Pragmática. La dirección "natural", piensa Kant, está dirigida hacia los objetos: que el yo se intencione a sí mismo en la autoobservación le parece peligroso. Diríase que ve en ello una especie de onanismo intelectual, del que conviene huir si se quiere ganar en salud.

La autoobservación metódica de sí -a la que Freud y muchos otros (San Agustín, Montaigne, Descartes...) acudieron sistemáticamente- es distinta al interesante fenómeno de la "objetivación", ese hecho de poderse ver a sí mismo como un fenómeno al que Kant se refiere, sin reparo, muchas veces en la Crítica de la Razón Pura. Este fenómeno del "extrañamiento de sí" -la experiencia esquizofrénica que posiblemente esté en la base de la posibilidad misma de la ciencia natural y social- no le causa, sin embargo, a Kant ningún temor. Por el contrario, acude sin inconvenientes a la duplicación de mundos. El poder verse a sí mismo como "fenómeno" y, a la vez como "noúmeno", le permite, entre otras cosas, dar lugar a su explicación de la libertad.

EL TIEMPO EN LAS FIGURACIONES ONIRICAS

Freud advirtió otro aspecto en el fenómeno complejo de la conciencia de sí: cuando nos pensamos, aun en la forma rudimentaria de los sueños, cuando nos autorrepresentamos, nos mostramos a nosotros mismo bajo figuraciones espaciales, que son las más primitivas de nuestra vida anímica. También es posible que incorporemos el tiempo, en general, en imágenes.

Tal como Aristóteles, Freud piensa que la vista es el sentido dominante entre las funciones cognoscitivas. Existe un pasaje, no aclarado suficientemente, entre esas imágenes primitivas con las que nuestro cerebro se acostumbró a representarse el mundo y las construcciones lingüísticas, donde las representaciones-imágenes se convierten en representaciones-palabra. Cuando soñamos, advirtió Freud, el tiempo es "absorbido" por las imágenes en un modo primitivo y transpuesto luego en representaciones-palabra.

Freud creyó que lo pequeño, en sueños, debía interpretarse como "lejanía en el tiempo" y asoció la incapacidad para representar la perspectiva de los pintores antiguos con la incapacidad para distinguir el tiempo que es propia de los sueños. Las relaciones temporales se trastocan en figuraciones espaciales: ...toda vez que es posible, el trabajo del sueño transpone relaciones temporales en espaciales y las figura así. Por ejemplo, uno ve en el sueño una escena entre personas que parecen pequeñitas y muy distantes, como si las estuviese mirando por el extremo contrario de unos prismáticos, la pequeñez y la lejanía espacial significan aquí lo mismo... (5)

El segundo rasgo básico del sueño estaría dado, justamente, por la confusión que mezcla las alucinaciones, imaginaciones y percepciones externas. Freud piensa que, en el sueño, la proximidad temporal se teje como una trama objetiva: ...en psicoanálisis se aprende a reinterpretar la proximidad temporal como una trama objetiva; dos pensamientos en apariencia inconexos, que se siguen inmediatamente uno a otro, pertenecen a una unidad que ha de descubrirse, así como una a y una b que yo escribo una junto a la otra deben pronunciarse como una sílaba ab. Algo parecido ocurre con la sucesión de sueños encadenados (IV, 257). (6)

Las relaciones lógicas no encuentran en el sueño una figuración particular. La contradicción por ejemplo, puede ser una contradicción al sueño (7) o bien estar tomada del contenido de uno de los pensamientos oníricos. En ocasiones, puede ser una contradicción entre los pensamientos oníricos, pero siempre aparece simulada bajo la acción de ciertas situaciones o personajes, unas veces amenazantes, otras seductores, que desalientan o desvían la escena. Freud cree que ni el tiempo ni la negación, como forma lógica, pueden alcanzar expresión en el inconciente. Tiempo (en el sentido de databilidad) y negación, como forma lógica, son operaciones elevadas de la conciencia conciente, en tanto que el inconciente y los sueños las desconocen, o bien las transforman en figuras, las transfiguran.

Los distintos análisis encuentran su anclaje en el sueño de Irma. (8) La escena del sueño construye una ensambladura temporal, nunca fija o igual para todos los casos. En esa ensambladura el sueño "satisface el nexo que irremediablemente existe entre todos los fragmentos... Refleja una conexión lógica como simultaneidad; en eso obra a semejanza del pintor, quien en un cuadro sobre la escuela de Atenas o sobre el Parnaso reúne a todos los filósofos o todos los poetas". (9) Dos pensamientos que se siguen inmediatamente uno al otro pertenecen a una trama temporal objetiva que el análisis debe descubrir. El rápido decurso de la fuga de ideas, propio de la psicosis y la escisión de la personalidad, se corresponden con el carácter de las representaciones en el sueño. En ambos falta toda medida del tiempo. "La escisión de la personalidad en el sueño que por ejemplo reparte entre dos personas lo que el sujeto sabe... tiene exactamente el mismo valor que la conocida escisión de la personalidad en la paranoia alucinatoria". (10)

Muchas veces me he preguntado: ¿ quién es el yo que sueña? ¿quién es el auriga del sueño? El análisis de la experiencia onírica muestra, efectivamente, que el primer rasgo básico del sueño es la falta de orientación y la falta de reflexión crítica. Pero, esto último, cabe acotar, sólo en cierta medida. Efectivamente, conservamos allí alguna capacidad crítica, hecho del que Freud no se ocupa; capacidad gobernada por una cierta lógica, absurda en la vigilia, pero que nos convence dormidos. Esa capacidad crítica nos lleva a corregir muchas veces el contenido del sueño, o simplemente a censurarlo, pero con unos criterios que casi nunca consideraríamos apropiados para nuestra vida en vigilia. Parece haber un yo que sueña y otro que critica, pero ninguno de ellos es propiamente el yo que analiza en la mañana, ya despierto, lo soñado. Es convincente la idea acerca de que más que un u-topos parece haber un u-cronos en los sueños: el sitio, aunque confuso, es siempre más claro que el momento.

No me parece, sin embargo, satisfactoria la idea de Freud acerca de que lo pequeño deba interpretarse como "lejano en el tiempo". Yo misma he soñado con sillas altas y con puertas que tenían sus picaportes a la altura de mis ojos. Estoy inclinada a pensar que en esos sueños, el auriga era mi yo infantil, digamos, a los cinco años, y que por lo tanto, ese sueño transcurría hace una cantidad considerable de tiempo. Me parece, sin embargo, acertada la intuición de Freud acerca de que la datación del sueño es siempre imprecisa y debe ser deducida de ciertas imágenes y que es correcta su observación acerca de que el tiempo ha sido absorbido por las imágenes. Cómo sueñan los ciegos de nacimiento es algo que ignoro y acerca de lo cual seguramente se podrían formular observaciones interesantes.

LA GENESIS DE LA REPRESENTACION ABSTRACTA DE TIEMPO

El tiempo -la idea abstracta de tiempo- pensó Freud, se genera en un espacio lúcido de la conciencia. El inconciente, en cambio, lo ignora. En el sistema pre-conciente se forma la representación abstracta que tenemos del tiempo. A esta intuición me referiré ahora.

Kant encontró al tiempo como forma del sentido interno en el fenómeno de la apercepción empírica, en ese tipo de acto que he descrito más arriba como autopercepción intencional. Allí el tiempo tiene primacía sobre el espacio porque, precisamente, no hay espacio. Freud describe otro fenómeno, estrechamente ligado al anterior, pero de una cualidad diferente: el de la autofiguración empírica del yo en el pensamiento (y sentimiento) de sí mismo. Y también encuentra al tiempo, pero ahora transfigurado en espacio.

Incluso cree Freud-y en esto va más allá de lo que sus propias observaciones le permiten- que la representación abstracta del tiempo está ligada al fenómeno de la autopercepción: Nuestra representación abstracta del tiempo parece más bien enteramente tomada del modo de trabajo del sistema Prcc y corresponde a una autopercepción de éste. Acaso este modo de funcionamiento del sistema equivale a la adopción de otro camino para la protección contra los estímulos. Sé que estas aseveraciones suenan muy oscuras, pero no puedo hacer más que limitarme a indicaciones e esta clase (XVIII, 28). (11)

Esta intuición, que al mismo Freud le resulta oscura e insatisfactoria, está expresada en la metáfora de la pizarra mágica que utiliza para caracterizar el funcionamiento del sistema conciente-preconciente. Freud extrae de la doctrina de la represión el concepto de inconciente, caracterizando dos clases: el inconciente latente, también preconciente, inconciente sólo descriptivamente y no en sentido dinámico, y lo reprimido, no susceptible de conciencia, inconciente en sentido dinámico. De este modo caracteriza tres términos, el conciente (Cc) el preconciente (Prcc) y el inconciente (Icc).

Es en esta oscura intuición de la génesis de la representación abstracta del tiempo donde Freud aplica el marco de la interpretación empirista. La idea de tiempo es, al fin y al cabo, (contra Kant) una idea abstracta que debe haberse generado en algún sitio del sistema perceptivo. Como "colada" del sistema perceptivo, nos hemos formado una idea de tiempo, que expresamos mediante representaciones-palabra, sobre algo que, originariamente, fue impresión. Freud piensa que esa idea abstracta de tiempo está ligada a la autopercepción que el sistema perceptivo alcanza de sí mismo, en la esfera preconciente. La representación abstracta de tiempo sería una especie residuo que queda al retirarse el estímulo inicial (interno o externo) con que se origina continuamente la experiencia.

Freud se vale de un artefacto, la pizarra mágica, para dar forma a su intuición. Los que tenemos una cierta cantidad de años, recordaremos aquella pizarra. Un papel transparente, montado sobre un cartón oscuro y encerado. Sobre el papel, con un palillo que hace las veces de lápiz, se graba el cartón, y en la superficie, mientras no despeguemos la hoja, aparece la escritura. Cuando levantamos la hoja, "mágicamente", el escrito desaparece, y así esa pequeña superficie nos permite escribir y volver a escribir, sin un límite fijo. Sin embargo, podemos suponer, en la tablilla permanecen las huellas de lo escrito. Sólo que ya no podemos leerlo.

Ese artefacto le resulta a Freud un ingenio para explicar el mecanismo conciente-preconciente-inconciente. De un modo vago, el conciente estaría representado por el momento de la lectura, el preconciente es la hoja que continuamente se despega y sirve de vehículo; el inconciente es la tabla encerada y oscura a la que no tenemos acceso. En la pizarra mágica del alma los estímulos sobrevienen de adentro y también de afuera. Hemos sido concientes, alguna vez, aunque fuera en un modo precario, de aquello que ha quedado sepultado, como la escritura en la tablilla: el papel se ha despegado y ahora no podemos recordar lo que está escrito.

Pero la totalidad de nuestra vida anímica se conserva en alguna parte de nuestro sistema: En la pizarra mágica -escribe Freud- el escrito desaparece cada vez que se interrumpe el contacto íntimo entre el papel que recibe el estímulo y la tablilla de cera que conserva la impresión. Esto coincide con una representación que me he formado hace mucho tiempo acerca del modo de funcionamiento del aparato anímico de la percepción, pero que me he reservado hasta ahora.

Freud acude, tal vez sin advertirlo, al modelo empirista por excelencia: la tabla de cera, donde las impresiones (internas y externas) son continuamente grabadas. Piensa que las inervaciones de investidura son enviadas y vueltas a recoger en golpes periódicos rápidos desde el interior hasta el sistema Prcc, que es completamente permeable, y que en el artefacto explicativo está representado por la hoja de papel.

¿Por qué se despega el papel? En este caso no es una mano que, desde afuera, suspende el contacto. En el sistema perceptivo, el papel se despega desde adentro; su funcionamiento consiste en recibir el estímulo, que llega en golpes periódicos, y despegarse, también periódicamente. En tanto el sistema permanece investido, recibe las percepciones acompañadas de conciencia.

Freud no aclara qué tipo de conciencia es aquella que alcanzamos mediante la excitación de nuestro sistema de percepción. Pero esta conciencia, sea lo que sea -todo lo primitiva que sea- es transmitida hacia los sistemas mnémicos inconcientes. La interrupción de la excitación, que en la pizarra mágica sobreviene desde afuera, cuando retiramos el papel, en el sistema perceptivo se produciría desde el interior del mismo. La investidura es retirada: se trataría de una discontinuidad periódica de nuestro sistema para protegerse de una excesiva carga. Freud emplea, en esta explicación, el modelo aplicable a los fenómenos eléctricos. La discontinuidad del sistema perceptivo evita su colapso.

Tan pronto la investidura es retirada, se extingue la conciencia y la operación del sistema se suspende. Sería como si el inconciente, por medio del sistema Prcc, extendiera al encuentro del mundo interior unas antenas que retirara rápidamente después de que éstas tomaran muestras de sus excitaciones. Por tanto, hago que las interrupciones, que en la pizarra mágica sobrevienen desde afuera, se produzcan por la discontinuidad de la corriente de inervación; y la inexitabilidad del sistema percepción, de ocurrencia periódica, reemplaza en mi hipótesis a la cancelación efectiva del contacto.

Freud no aclara nada más sustantivo sobre la aparición de la idea abstracta de tiempo: Conjeturo además que, en este modo de trabajo discontinuo del sistema Prcc, se basa la génesis de la representación del tiempo. Si se imagina que mientras una mano escribe sobre la superficie de la pizarra mágica, la otra separa periódicamente su hoja de cubierta de la tablilla de cera, se tendría una imagen sensible del modo en que yo intentaría representarme la función de nuestro aparato anímico de la percepción. (12)

También el vínculo con el tiempo, tan difícil de describir, es proporcionado al yo por el sistema de percepción; apenas es dudoso que el modo de trabajo de este sistema da origen a la representación del tiempo... (13)

Discontinuidad, periodicidad, golpes, autopercepción, parecerían estar en la base de la abstracción que genera la idea de tiempo. Autocaptación de los ritmos internos del sistema perceptivo, vaciado de su propio contenido, que sólo conserva la forma de un tam-tam permanente, que estaría en el origen de la sucesión que da lugar a la idea de tiempo.

Como sea que fuese, el tiempo sería el resultado de la captación de los estados internos. Parece que hemos hecho un gran recorrido para volver a Kant. En el sentido interno nos autopercibimos como tiempo, dice Kant, y Freud observa, en forma independiente, la idea de tiempo deviniendo como resultado de la autopercepción de nuestro propio sistema perceptivo. La diferencia que se mantiene entre ambos lleva la discusión a otro nivel, que en este escrito he decidido sortear. Para Kant, ninguna experiencia sería posible, si no contáramos a priori con la forma sensible del tiempo. Para Freud, es la experiencia, justamente, la que origina el tiempo. Y este es tema para la discusión trascendental que he obviado deliberadamente al presentar el enfoque empirista de Freudy el trascendental-fenomenológico de Kant.

El tiempo nos aparece también, indirectamente, como el resultado abstracto de la función del olvido, porque la hoja de la pizarra mágica, al despegarse, no hace otra cosa que generar el olvido. "Suele creerse -escribe Freud- que es el tiempo el que vuelve inciertos y deslíe, los recuerdos. Muy probablemente respecto del olvido no se puede hablar de una función directa del tiempo". De modo que no es el tiempo el que hace que olvidemos sino que, a la inversa, es la periodicidad del mecanismo del olvido el que hace posible que generemos la idea de tiempo. (14) Sin esta función la experiencia tendría una permanencia aterradora.

Muy provocadora resulta la idea de Freud acerca de que en el inconciente, es decir, en lo más hondo de nuestra vida anímica, todas nuestras experiencias permanecen en una suerte de inmortalidad sui generis. Freud se refiere a la inmortalidad de las mociones de deseo y aplica a la vida anímica el principio de permanencia material que, en general, si bien estamos dispuestos a sostener en la esfera de los fenómenos físicos, negamos a los mentales.

Pocos pasajes son tan bellos como la descripción de la atemporalidad de la conciencia que surge en la analogía con las ruinas de Roma. Allí Freud nos pinta la metáfora de la conciencia, presentada por medio de la vívida reconstrucción arqueológica de esas ruinas. Un imaginario explorador, un arqueólogo que lograra introducirse allí, sin dañar con sus instrumentos las sucesivas capas, encontraría perviviendo los antiguos restos de la Roma Quadrata. Al mismo tiempo, y sin suprimirse, estaría la fase del Septimontium, las murallas de Servio Tulio, las creaciones del Período Republicano y las construcciones de los primeros tiempos del Imperio, etcétera, etcétera. Todo en la más absoluta simultaneidad, propiedad que le está negada al tiempo y, en general, al discurso. Todas las diferentes Roma aparecerían vivas, superpuestas, derruidas por aquí y por allá, pero manteniendo sus formas. Las capas del pasado convivirían, ocupando el mismo espacio, sin desplazarse unas a las otras y sin fundirse totalmente: simultáneas y no sucesivas, y todas al mismo tiempo. (XXII, 70-71).

Como la metáfora de Roma, la conciencia de un adulto contendría el cúmulo de sus estados: los infantiles, gobernando las figuras delirantes de los sueños y las formaciones neuróticas, los de la juventud, la madurez, los recientes y los pasados. Así la excavación de la conciencia permitiría sacar a la luz -como el producto de un fantasmagórico y memorioso Funes- las huellas de lo que vivimos y creímos ya desaparecido. (15)

La tradición kantiano-fenomenológica ha practicado una suerte de sobredimensionamiento conceptual del tiempo al momento de caracterizar la existencia. La ha retratado siempre como el río de Heráclito que no se deja atrapar por descripciones parmenídeas o estáticas. Estas breves notas sobre atemporalidad de la vida anímica que pueden reconstruirse en la obra de Freud polemizan con esa representación. La metáfora de la existencia ya no recuerda al eterno fluir heracliteano: se asemeja más bien a un dibujo primitivo: un garabato dibujado en la infancia cuyos trazos persisten y no nos abandonan.

 

 

REFERENCIAS

1) Todas las citas de Freud corresponden a la edición, ordenamiento y comentario de James Strachey, en la traducción directa del alemán de José L. Etcheverry, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1990. Las principales observaciones acerca de la relación entre vida anímica y temporalidad se encuentran en las siguientes obras: La interpretación de los sueños; 1900a (1889), vols. 4 y 5; Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, 1933a (1932), vol. 22, (especialmente la conferencia 31: "La descomposición de la personalidad psíquica"); Más allá del principio de placer, 1920 g, vol. 18; Nota sobre la pizarra mágica, 1925a (1924), vol. 19 y Psicopatología de la vida cotidiana, 1901b, vol. 6.

2) Cf. Sección V 1915 e. "Los procesos del sistema Icc son atemporales, es decir, no están ordenados con arreglo al tiempo, no se modifican por el transcurso de éste, ni, en general tienen relación alguna con él. También la relación con el tiempo se sigue del trabajo del sistema Cc. (En la edición de 1915 decía "Prcc", preconciente, que coincide con lo expresado en la Nota sobre la "pizarra mágica"). En el vol. 14, pág. 184, nota 4, el editor aclara que la cuestión de la "atemporalidad" de lo inconciente se menciona de manera dispersa a lo largo de los escritos de Freud, desde, por lo menos, 1897, (cf. Freud, 1950a, Manuscrito M).

3) En otro artículo he distinguido diferentes niveles de temporalidad. También existen cuestiones básicas, que no discutiré, referidas a la posibilidad misma de la filosofía trascendental. Cf. G. Fernández de Maliandi: "Niveles de temporalidad y lugar del tiempo subjetivo en la Crítica de la Razón Pura" en Escritos de Filosofía 21-22 (Fenomenología II), enero-diciembre, 1992, págs. 137-156.

4) "Estas representaciones-palabra son restos mnémicos; una vez fueron percepciones y, como todos los restos mnémicos, pueden devenir de nuevo concientes... Concebimos los restos mnémicos como contenidos en sistemas inmediatamente contiguos al sistema Prcc, por lo cual sus investiduras fácilmente pueden transmitirse hacia adelante, viniendo desde adentro, a los elementos de este último sistema" (La interpretación de los sueños V, pág. 531).

5) Cf. XXII, 24. Freudcita a Delboef, quien señala como primera marca del sueño la ausencia de lugar y de tiempo, es decir, el hecho de que la representación se emancipa del lugar asignado al individuo dentro del orden espacio-temporal. Alucinaciones, imaginaciones y combinaciones de la fantasía se mezclan con percepciones externas: "Falta de orientación, he ahí todo el secreto del vuelo que toma la fantasía en el sueño y falta de reflexión crítica..." (IV, 75, n.) Independencia del tiempo: "otro privilegio del sueño, muy apreciado por autores antiguos, a saber, que puede derogar soberanamente las distancias en el tiempo y el espacio, se reconoce con facilidad como una ilusión; el soñar recorre libremente el tiempo y el espacio. Cf. "Sueño de Maury" (IV, 87-88).

6) Cfr. IV, 257.

7) Cfr. V, 440 ss.

8) Cf. Sueño de Irma, IV, 127 ss.

9) Cfr. IV, 320.

10) Cfr. IV, 13.

11) Cfr. XVIII, 28.

12) Cf. XIX, 246, 247 Cf. también Más allá del principio de placer, 1920 g A E 18, pág. 28; La negación, 1925 b, pág. 256 y Proyecto de psicología, 1950 a, A E 1, págs. 382-383.

13) Cfr. XXII, 71.

14) Atemporalidad de lo inconciente: cf. VI, 266, nota agregada Psicopatología de la vida cotidiana (1901). Nota agregada en 1907: "sobre el mecanismo del olvido en sentido estricto puedo dar las siguientes indicaciones. El material mnémico está sometido en general a dos influjos: la condensación y la desfiguración (dislocación), esta última es obra de las tendencias que gobiernan dentro de la vida anímica, y se dirige sobre todo contra las huellas mnémicas que han conservado eficiencia afectiva y se mostraron más resistentes a la condensación. Las huellas devenidas indiferentes caen bajo el proceso condensador sin defenderse contra éste; no obstante, se puede observar que, además de ello, unas tendencias desfiguradoras se sacian en el material indiferente toda vez que quedaron insatisfechas allí donde querían exteriorizarse. Como estos procesos de la condensación y la desfiguración se extienden por largos períodos, durante los cuales todas las vivencias frescas contribuyeron a la replasmación del contenido de la memoria. Lo esencial de estas puntualizaciones ya había sido expuesto en una breve nota al pie del libro sobre el chiste (1905 c), A E 8, pág. 161-2 n. Un interesante examen del proceso mediante el cual son olvidados los recuerdos cargados de afecto se hallará en el Proyecto de psicología, pág. 430-1.

15) En el caso de las huellas mnémicas reprimidas se puede comprobar que no han experimentado alteraciones durante los más largos lapsos "Lo inconciente es totalmente atemporal. El carácter más importante y también más asombroso de la fijación psíquica es que todas las impresiones se conservan, por un lado, de la misma manera como fueron recibidas, pero además de ello en todas las formas que han cobrado a raíz de ulteriores desarrollos, relación esta que no se puede ilustrar con ninguna comparación tomada de otra esfera. Teóricamente, entonces, cada estado anterior del contenido de la memoria se podrá restablecer para el recuerdo aunque todos sus elementos hayan trocado sus vínculos originarios por otros nuevos. Cf. "atemporalidad de lo inconciente" XIV, pág. 84 nota 4). También el tiempo se pierde en las formaciones del inconciente, que lo desconoce, donde el ayer y el hoy se mezclan y se confunden en una convivencia permanente.

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