papeles de un traductor

Nombrar, dar destino

IaIr Menachem

Ella sostiene entre sus manos, frente a los ojos, el bollo de masa informe; ya terracota, gris parduzco u blanco cristalino. El bollo de masa es promesa de una forma que, en el mejor de los casos, estará ya vigente tan sólo en la fantasía que imprimirá sentido a la labor de sus manos, hasta tener ante sí un producto terminado.

En sus ojos fecundos se refleja un sueño, ilegible para quien contempla desde fuera esa realidad que bulle dentro de ella queriendo manifestarse en la realidad visible, palpable, exterior. Todo se apresta a la magia de la creación humana.

En español, "diseño" viene de "designio" (es aún más obvio en el "design" inglés). Diseñar, dar forma a algo, es aparejar la materia que lo compone con una designación, con un nombre. Dar forma, como dar nombre, es determinar un destino.

Quien diseña una casa, es responsable de estar determinando límites a las rutinas que se vivirán dentro de ella. De su arbitrio dependerá que sea posible pasar directamente de los dormitorios al baño, o que sea ineludible dar un rodeo. De él dependerá la circulación del aire, la energía y la luz entre los distintos ambientes; y del tamaño y disposición de éstos, cuáles serán elegidos para su ocupación por los adultos y cuáles serán destinados a los niños. De su elección para el revestimiento del piso dependerá que éste reciba o no alfombras, o que resulte placentero andar descalzos sobre él.

Lo mismo ocurre en lo concerniente a los nombres. La Toráh trae multitud de ejemplos de hasta qué punto un nombre determina el destino de quien lo lleva, al punto que el secreto de meshanéh shem, meshanéh mazál (quien cambia de nombre cambia de sino) se aplica a Abrám y Sarái que se vuelven fértiles en conjunto al "convertirse" (re-diseñarse) en Abrahám y Saráh, o en Ia'akóv, que en otro orden espiritual se llamará Israel, y por último Ieshurún. Del nombre del rey Shaúl deducen nuestros sabios su naturaleza de "Bináh": la preponderancia en él de la pregunta y el cuestionamiento analítico del hemisferio cerebral izquierdo; y la redención de ese límite y atadura resulta ser su misión vital trascendental.

Ahueca el bollo de masa con el puño, redondea con la espátula sus formas, aplasta el fondo contra la mesa. He aquí un cuenco. Lo mira disgustada, y vuelve a amasar, tras humedecer el amasijo para volverlo a su laxitud original. Lo estira en un largo chorizo cuya punta aplasta, para darle luego forma elíptica y ahuecarlo con una herramienta en forma de huevo. Es ahora una cuchara. Agua otra vez y masa informe, escurriéndosele entre los dedos furiosos que reclaman el hallazgo. Reviste con la masa una botella vacía hasta la mitad de su altura y comienza a burilar sobre ella letras y dibujos azarosos. Sabe que, una vez seca la masa, su forma será ya inexorable.

En hebreo, el verbo le'atsév (diseñar, dar forma) significa también "amargar" o provocar sufrimiento. ¡El mismo verbo se utiliza con ambos sentidos! Hurgaremos, pues, en las fuentes de sentido, en busca del denominador común de ambas acepciones.

Nada tiende por naturaleza a ponerse límites; la asunción de límites es siempre algo infligido al "sujeto" (o la "cosa") desde fuera. Uno querrá siempre ser capaz de ver hasta el infinito, mas verá hasta donde sus ojos le permitan. Un líquido derramado sobre una superficie plana, tenderá a esparcirse sobre ella hasta ocuparla por completo. Y así hasta el colmo de los ejemplos. Toda sustancia, materia, conciencia, es potencialmente "todo lo posible", hasta que deviene en los hechos una de las opciones, en detrimento de todas las demás que se le hacen exteriores; que es igual a decir que se le hacen ajenas.

Recién cuando una porción de materia o de conciencia es acotada a través de recibir "designación" (ésto es: nombre y forma), adquiere la posibilidad de generar una estrategia, una rutina, que hace manifiesto el sentido de su existencia en el tiempo. Sobre quince metros cuadrados cualesquiera en medio de un descampado, se yerguen cuatro paredes sobre cuyos filos se apoya un techo: ahora habrá allí una guarida, una vivienda, un dormitorio, en ese mismo espacio que antes era indeferenciable de todo el resto que lo rodea.

En una paradoja de la construcción de sentido, la materia prima llora, pena cuando le es infligido un diseño, porque en ese mismo acto pierde el sueño de todas las otras formas que potencialmente podría haber asumido. Y acto seguido a ese duelo por la pérdida de potencia, sobreviene la alegría de la realización, la asunción de un cometido, el desempeño de una misión. Mi brazo no podrá ya alcanzar el horizonte: "sabe" que deberá actuar sobre la circunferencia de metro y medio de diámetro que me tiene por centro; y se abocará a hacerlo, entonces, ahora que no le cabe más dudar entre las opciones infinitas.

Combinando los ejemplos: dado que la "cantidad de tí" es fija, cuanto menos busques abarcar en la extensión del espacio plano (cuanto menos busques conquistar del nivel en que te encuentras), más alto serás capaz de llegar.

Mira el objeto terminado: se compone de varias partes, de formas diversas, unidas entre sí por hilos y canales delgados. Nada de ello es algo que ella hubiera visto antes; no hay nombre alguno aguardando en el lenguaje para designar este producto de su creación. De ojos cerrados, recorre el objeto con las yemas de los dedos, reconociéndole. Lo encierra entre sus brazos con agrado. Está seco; por consiguiente, su forma es ya definitiva. Siente que su creatura es buena, es bella. Sonríe. Y con sensación de plenitud, da por cumplida la misión de esta jornada. Una certeza se enciende, como al cabo de cada obra, en su corazón: Quien da forma a la materia o a la producción de la conciencia es, en la medida de lo humano, un demiurgo, un creador que se erige en el espejo que desea el Creador, para el mundo que diseñó entre paredes de tiempo.

La misma raíz del verbo hebreo le'atsév es compartida por la palabra 'atsáv, que significa "nervio": la fibra que nos recorre por dentro con el cometido de transmitir tanto impresiones como impulsos motores. Al realizar ese recorrido de ida y vuelta entre el cerebro y todo el resto del organismo, y dada la conciencia de los propios límites, el nervio se encarga de movilizarnos de acuerdo a las reales posibilidades que nos brinda nuestra posición en el espacio. El caso más claro acaso sea el del nervio vestibular, que se origina en el oído interno y mantiene el equilibrio corporal y la orientación. El nervio está a cargo de la operación que sigue a la conciencia de los límites y la hace "útil", y es, por consiguiente, realidad inherente al diseño de la persona, cual el eje es fundamento de toda simetría. Es en la función del nervio donde adquiere carácter motriz lo positivo de la limitación; donde la limitación se traduce en la posibilidad física de realizarse cumpliendo un cometido vital.

Para auxiliarnos a cerrar el círculo, también la palabra 'atsáv tiene una segunda acepción: "estatua, monumento", objeto ya formado y culminado, y por consiguiente estático, al que más nada se le ha de agregar o quitar. La estatua, el monumento, el arte-facto, lo ya creado y completado, que restará únicamente para la memoria y el enriquecimiento de la experiencia, en la evolución del creador. 'Atsáv es el objeto consumado, aquél ante el que los cultos idólatras caen en la tentación de creer perfecto y por consiguiente poderoso, y que los hebreos sabemos únicamente testimonio de los límites sobre el que hay que pararse y al que hay que decapitar -como hiciera Abraham en la tienda de su padre-, para ser capaces y dignos de volver a crear.

"Como te llamen los hombres te llamarás, pues sólo para enseñarte a ellos he de haberte creado", dice mirándolo con cariño. Y la criatura guiña un ojo invisible, conciente de que advendrán sus propios límites, ajenos a los sueños de ella, que lo integrarán por fin al plan original del Creador.

 


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