Serie: Entredichos (XXXVII)

Entredichos: Fernando Ulloa/ Luis Grieco

Fernando Ulloa es médico y psicoanalista y profesor de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos.Aires desde 1960. Forma parte del grupo de analistas argentinos que, con un fuerte compromiso político -junto a Langer, Rodrigué, Pavlovsky, Kesselman y Bauleo, entre otros-, tuvieron forzosamente que transitar durante varios años de su vida por los caminos del exilio, en la década de los 70.

Con más de cuarenta años de trabajo en psicoanálisis, psicología clínica, docencia e investigación, es uno de los referentes centrales en la formación de varias generaciones de psicólogos y psicólogas de nuestro país. Ha extendido la práctica psicoanalítica a instituciones, comunidades asistenciales, centros escolares y organizaciones de derechos humanos, y es autor de varios libros y de más de doscientos artículos sobre su especialidad. En la actualidad investiga los dispositivos socioculturales de la ternura y la crueldad desde una perspectiva social y metapsicológica.

El encuentro con Ulloa tuvo lugar en los aledaños del psicoanálisis, la salud mental y los derechos humanos.

 

- En este último tiempo, varias de sus producciones han estado enfocadas en el campo de la salud mental, desde distintas variables: política, cultural, social. ¿Cómo surgen las razones para hablar de la salud mental en la actualidad?

- Se trata de un tema que estoy trabajando desde una perspectiva, no sé si original, que procura despejar la cuestión de la salud mental, de por sí importante y cuya delimitación no es siempre clara. Además, hace un año Ediciones del Zorzal me pidió un texto acerca de la salud mental, justamente, que resultara útil a los diferentes oficios y especilistas que se ocupan del tema, y que además fuera de fácil lectura para la población en general, a quien en definitiva está destinada la producción sobre salud mental. Así fue que por entonces escribí un texto cuya claridad conceptual no me satisfizo del todo, al mismo tiempo que su lectura me pareció algo intrincada. Por esa razón, como suelo hacer en ocasiones semejantes, me propuse dar algunas charlas; una ya tuvo lugar en Buenos Aires, en la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo, en el marco del Primer Congreso de Salud Mental. Llevaba por título: "La salud mental: una variable política". Desde una perspectiva más amplia, que tiene para mí especial importancia en cuanto a mi práctica psicoanalítica con lo social, la conferencia de Montevideo "La salud mental: una producción cultural" ofrece un peso teórico propio, en atención a algunas ideas freudianas. Dentro de poco daré en Rosario una tercera conferencia: "La salud mental: un recurso antimanicomial".

- ¿Cuál es la apoyatura que en Freud- el creador del psicoanálisis-,quiere usted destacar en relación con esta temática?

- En este caso hago una revisión de los trabajos sociales que Freud produjera en el curso de su última década de vida, cuando registra –según se encarga de señalarlo- un cambio significativo en sus escritos teóricos. Él destaca que después de un largo recorrido por las ciencias naturales, la medicina y el psicoanálisis, vuelve a encontrarse con su temprana vocación por el destino cultural de la humanidad.

En esos escritos Freud despliega una certera agudeza, a la par que una gran sobriedad intelectual. El resultado de ese trabajo lo lleva a un pesimismo marcado con respecto al destino cultural de la humanidad, situación que no le hará perder su tenaz entusiasmo –diré de renovada juventud- por sus investigaciones sociales. Esos trabajos son: "El porvenir de la ilusión" (1927); tres años después, el clásico y más conocido "Malestar en la cultura", y poco más adelante, después de una corta correspondencia con Einstein acerca de la guerra, "El por qué de la guerra" (1932).

Lo curioso es que esa producción me llevaría a hablar de su pesimismo-entusiasmo, en cuanto a relatar la historia de la civilización a través de los siglos, incluídos algunos acontecimientos contemporáneos de Freud. Es así que él examina con interés y con evidente descreimiento la experiencia rusa de 1917, sobre todo en cuanto a las condiciones que deberían reunir los líderes, como minoría capaz de conducir ciertos cambios fundamentales, sobre todo en la condición pulsional del hombre, con el imperativo de sublimar algunas de sus más fuertes demandas pulsionales con relación a la agresión, al apoderamiento. Por allí pasa su pesimismo, puesto que no considera que la sola abolición de la propiedad privada llegue por sí misma a modificar las cosas de un modo sustancial. Los años habrían de darle la razón, en lo inherente a lo se dio en llamar "el socialismo real". Tampoco olvidemos que relativamente pronto, en el horizonte, habría de comenzar el nacimiento nazi.

Sin embargo, él incluye en "El porvenir de una ilusión" una definición de cultura, considerándola con términos tales como "... todo el quehacer y el saber que el hombre pone en juego para extraer de la naturaleza los bienes necesarios" y, en un momento dado, afirma que la distribución arbitraria o justa de estos bienes es también un factor importante en la perspectiva del porvenir cultural de la humanidad, así como la explotación laboral de los sujetos humanos, explotación que también apunta a su condición sexual. Posiblemente esta referencia a la distribución de la riqueza y a la explotación del hombre no sea ajena a la experiencia rusa.

Me importa señalar esta suerte de pesimismo en Freud, que lo hará objeto de los reproches actuales del filósofo Derrida, que en ocasión de la crueldad denuncia una suerte de "resistencia autoinmune" del psicoanálisis, pese a su idoneidad para examinar muchos aspectos que hacen al ámbito social, en especial –como señalé- aquellos que se refieren a la crueldad. Concuerdo en ciertos aspectos con el planteo de Derrida, porque es un tema, este de la crueldad, no como adjetivación de la conducta sino como sustantivo, que en los últimos tiempos me he dedicado a explorar; sobre todo en mi práctica en el campo de los derechos humanos, cuestión que me ocupa desde los comienzos de la década del 70.

- ¿Cuál es su posición con respecto a lo que denomina el entusiasta pesimismo de Freud?

- Le agradezco la pregunta, porque a eso me encaminaba. Ese pesimismo, que llamo entusiasta, me está indicando un concepto actual, importante para mí, que Freud ya evidencia –tal vez sin advertirlo- en la década del 30. Se trata de una nueva forma de definir la utopía, a partir del decidido propósito de negarse a aceptar todo lo que niega la realidad subyacente. Es esta una doble negación que procura develar cómo son los hechos, sobre todo aquellos que aparecen como poco auspiciosos. Lo curioso es que esta doble negación –digamos positiva- tiene un sentido opuesto al clásico mecanismo psicológico de la renegación, de la que enseguida me ocuparé. Se trata de un mecanismo observado con frecuencia en poblaciones que frente a la experiencia de situaciones muy intimidatorias por las que atraviesan, terminan por naturalizar lo antinatural, por incorporar a y zozobrar en la costumbre. Llegar a ese estado supone poner en juego esa renegación –ahora diré "negativa"-, en la cual no solo se niegan las condiciones adversas que hostigan a quien recurre a este mecanismo, sino que además se llega a negar que se está negando; lo cual implica una verdadera amputación del aparato psíquico en cuanto a la percepción de la realidad. Todo esto remite a un sujeto que no sabe a qué atenerse, por cuyo motivo inexorablemente habrá de atenerse a las consecuencias. Ya los griegos llamaban a esto la "posición del idiota", antes de que el término se convirtiera en un insulto o en un cuadro psiquiátrico.

Estas condiciones son precisamente las que, surgen frente a aquello que podría ser la esencia dinámica del "malestar de la cultura", según lo define Freud, donde un sujeto, en la medida que renuncia a ciertos aspectos de su singularidad pulsional en favor del bien común, resulta ser una hechura cultural que se compromete solidariamente con la cultura, con el entorno de su comunidad. Pero al mismo tiempo, en ese dinamismo del malestar cultural, la circunstancia de ser hechura de la cultura no supone renunciar a la condición de hacedor de la cultura. En cambio, cuando el sujeto es solo hechura, y su condición de hacedor queda excluida, nos encontraremos con un malestar hecho cultura. Por mi parte llamo, a esto, "cultura de la mortificación". Una situación donde prevalece, fundamentalmente, la queja que nunca se recibe de protesta; la infracción que nunca adviene transgresión. Esta última es siempre fundadora, ya que introduce la posibilidad de una ruptura de esa mortificación cultural, cosa que no ocurre con la mera infracción, ventajera y mezquina. La transgresión funda la teoría revolucionaria, la ruptura epistemológica, la toma de conciencia, la fiesta, la lucha. Esto me permite hablar de cómo en esas condiciones de mortificación prevalece el síndrome de padecimiento, donde la gente pierde coraje, valentía; pierde lucidez, en la medida que se atiene a las consecuencias; se idiotiza –sin agraviarlos con el calificativo- y, además, se desadueña de su cuerpo, pierde el contentamiento del cuerpo en acción.

En relación con lo anterior, en nuestro país, y posiblemente en otros lugares de la región, se registran fuertes movilizaciones; por ejemplo, la de "los piqueteros", y no solo a de ellos, sino también las de otros que apuntan a lo mismo. Se trata de una situación en lucha que cada vez se organiza mejor hacia una nueva subjetividad solidaria.

- Ha aludido a un cambio significativo en los escritos teóricos de Freud, a partir de determinados artículos, conferencias y supongo que también tomando desarrollos de otros autores, así como algunos de su propia autoría. La propuesta que usted plantea sería, entonces, desarrollar algo más que una conceptualización teórica de los problemas sociales. Digamos: ¿una práctica social centrada en un enfoque clínico?

- En efecto, Freud no se dedicó a trabajar con la sociedad, sino a describirla, a hacer un relato de lo que pasaba. Por mi parte, procuro –como lo hacen muchos analistas, tanto en Uruguay como en Argentina y otros lugares de América Latina- ir más allá y no limitarme a hacer un relato de lo que ocurre, válido relato sin duda, sino que apoyándome en diversos planteos -como usted señala-, además de los de Freud y los de mi propia experiencia, procuro no desmentir la condición, ni la experiencia, ni la práctica psicoanalítica trabajando con la sociedad.

Dos son las experiencias importantes en esta perspectiva. Una la estoy llevando adelante en el suburbio de Buenos Aires, en Berisso, cerca de La Plata, en un barrio muy marginado. Estoy trabajando allí desde hace unos años, tratando de constituir bolsones del oficio clínico con médicos generalistas, trabajadores sociales, psicoterapeutas, en una tarea interdisciplinaridentro de los bolsones de la miseria, procurando no solo atender, sino además organizar la comunidad. El otro trabajo importante en que estoy colaborando consiste en ayudar a organizar un debate crítico en el seno de la conducción colectiva de una importante colonia psiquiátrica argentina: Colonia Oliveros, donde la gente está procurando denodadamente sustituir el manicomio, no explicarlo, para crear un ámbito asistencial destinado a las psicosis. Últimamente estamos avanzando mucho en esto. El manicomio no está sólo en el hospital. Está en muchos momentos de la vida cotidiana –ya sea la familia, ya la escuela, en sentido amplio-, e incluso en los programas de salud; está cada vez que surge una situación que defino como la "encerrona trágica". Es así que yo suelo insistir en que resulta difícil vaciar los manicomios; se trata. Se trata de no llenarlos.

- La noción de la "encerrona trágica" constituye un concepto de su autoría, que desde hace algún tiempo aparece en sus trabajos escritos y conferencias. Me gustaría saber cómo llegó al mismo y si podría sucintamente desplegarlo.

- Se trata de un término que extraje de mi trabajo en el terreno de los derechos humanos, donde el paradigma de esa encerrona podría estar representado por la tortura. Define una situación en la cual se halla un sujeto cuyas potencialidades físicas han sido literalmente amarradas, por lo que depende, para dejar de sufrir o para sobrevivir, de alguien que lo atormenta sin piedad.

Sin embargo, la idea de encerrona trágica se me presentó con mayor claridad en ocasión de escuchar en el consultorio a una madre terriblemente angustiada por el secuestro de su hijo. Primero esa persona dijo: "Ojalá todavía viva..." Pero sabiendo del inexorable tormento al que estaría siendo sometido quien acababa de desaparecer, agregó en voz mucho más baja: "Ojalá haya muerto y no sufra". Aproximaba así su posición a la de los criminales y quedaba en un encierro tremendo.

Allí me di cuenta que, en realidad, ese era el encierro con el que se identificaba esta madre, quien estaba previendo la crueldad con la que su hijo iba a ser o estaba siendo tratado. El hijo, por su parte, podía estar pensando a su vez: "Ojalá no me maten" y, frente al sufrimiento inexorable: "Ojalá me muera antes que me saquen una palabra".

Esta es la situación de encerrona trágica, donde no hay un tercero de apelación, nadie que ponga fin a esa situación, un tercero de la ley, una terceridad.

Quizás lo esencial, en esa situación de dos lugares que es la encerrona trágica, es su relación con la crueldad –otra investigación que estoy llevando adelante desde hace un tiempo, a partir de un peritaje muy terrible que con tres colegas tuvimos que hacer en representación de las Madres de Plaza de Mayo, en el juicio que se sustenta contra los genocidas y expropiadores de niños. Al respecto sugiere Derrida que el atormentado sufre la crueldad directamente, con el tormento atroz del cuerpo. Crueldad viene de cruento, es decir sanguinolento, en tanto que en el sufrimiento de aquella madre de un desaparecido, que estoy evocando, no hay derramamiento de sangre –como señala Derrida, la crueldad queda aquí adverbializada: sufría cruelmente; no hay sangre, aunque el sufrimiento sea atroz y tal vez con "lágrimas de sangre".

La crueldad de la encerrona trágica no tiene el valor de un adjetivo calificador de un comportamiento; es un verdadero sustantivo, es un hecho concreto.

En la encerrona trágica no hay angustia, hay dolor psíquico, un dolor de mayor o menor intensidad, pero que no cesa. Suelo decir que el infierno es una metáfora del dolor psíquico. Sólo puede ser interrumpido por un tercero de apelación, o en el tormento, donde no hay la más remota posibilidad de tal tercero, por una voluntad férrea que se apoya, solitariamente, en la solidaridad con sus amigos a los que no delatará. En verdad, nadie está seguro de lo que puede pasar en un tormento, ni aun quien esté mejor preparado para enfrentarlo. Por eso, en el caso de la encerrona que representa la tortura, la víctima que se quiebra y delata, resulta muchas veces, si sobrevive, eternamente atormentada por esa situación. Muchos de estos se han buscado su propia muerte.

- ¿Qué piensa de los efectos que producirán en la sociedad los llamados tribunales de justicia, que en Argentina se están haciendo en este momento para quienes aparecen como responsables de los crímenes de lesa humanidad incluida la apropiación de niños?

- Hay algo que resulta bastante importante en la represión integral que atravesó nuestra región, una represión que estaba integrada por los siguientes elementos: el secuestro, el tormento inexorable, la desaparición de personas la mayoría de las veces, que incluia la desaparición y la pérdida de identidad de los hijos pequeños o los recién nacidos en cautiverio. Pero hay un cuarto elemento que también es importante, y es la pretensión de impunidad de quienes implantaron los distintos niveles, incluyendo no solamente la vera crueldad de los torturadores, sino también aquellos que planearon logísticamente la situación; los que tomaron medidas de gobierno y muy especialmente los financiadores internacionales por los cuales nosotros soportamos, en la región, estas deudas terribles. También ellos fueron cómplices de esta situación, puesto que financiaron no solamente la expoliación de los países, sino también la represión integral. Un argumento legítimo para cuestionar y para rechazar la pretensión de impunidad de los acreedores de una deuda que en muchos aspectos está atormentando nuestra región.

Pues bien, a mí me parece que este llamado que se está haciendo en la Argentina, este triunfo de la prédica de los organismos de los derechos humanos y de sectores políticos que mantienen una postura solidaria en cuanto a combatir la impunidad en todo sentido, apunta precisamente a esto, a terminar con tal pretensión.

Como analista voy a dar una respuesta. Hace unos años una periodista alemana me preguntó por qué, siendo tan interesante y constituyendo una verdadera fuente de información, los analistas que trabajábamos en derechos humanos no analizábamos a los torturadores. Y yo le contesté: podría decirle que por repugnancia, pero yo estoy escribiendo un dossier sobre violencia en la clínica; si usted se queda en Buenos Aires un tiempo, le pediría que me hiciera este reportaje dentro de dos o tres días. Entonces, cuando en efecto volvió, entre otras cosas recurrí a una conceptualización casi ingenua: dije que uno podía estar mal porque había perdido su capacidad de decisión, o alguien le había expropiado tal capacidad, o también se la había expropiado él mismo; esto está ejemplificado por un enfermo cardíaco o con angina de pecho que por día fuma treinta cigarrillos; él mismo se expropia la capacidad de decisión de su cuerpo para reponerse. Uno puede ser malo porque se apropia de la capacidad de decisión de otro o la capacidad de decisión de sí mismo. Puede ser malo por la explotación de sus obreros, o de su familia, o cualquier otra situación.

En cierta forma decía que estar mal y ser malo es patrimonio bastante frecuente en todos. Pero que había una tercera categoría, que es la categoría de la malignidad. El maligno desconoce absolutamente toda ley y se abroquela en la arrogancia de su saber cruel para desconocer toda ley. Mal podría un maligno -estaba pensando en torturadores y además en corruptos que infligen un tormento en su corrupción institucional, en su corrupción política, en las múltiples formas de la corrupción, cuando ya deja de ser un flagelo para transformarse en un arma política de marginación- mal podría alguien en esa posición de malignidad, aceptar y ajustarse a las leyes de un oficio clínico como es el psicoanálisis, que trata, entre otras cosas, de establecer cómo fueron los hechos. Entonces no es solamente por repugnancia y rechazo que no podría atender a un maligno torturador; ese sujeto se cae de todo dispositivo clínico. Por otra parte, sería una estupidez montar un simulacro de exculpación. Usted dirá: ¿viene esa gente a un análisis? Y yo le digo: sí, ¿sabe cuándo vienen? Cuando han caído en desgracia frente a sus propios cómplices, frente a sus superiores; entonces sienten que han sido abandonados por estos, y suelen aparecer. Pero a estos individuos los esperan otros escenarios inexorables, los de la justicia y los del oprobio.

- Me interesaría realizarle un par de preguntas más.sobre temáticas adyacentes. Siendo usted psicoanalista, ¿qué especificidad tiene esa disciplina con relación al trabajo en el campo de la salud mental? y ¿cuál es, a su criterio, el porvenir del psicoanálisis?

- En primer lugar, quiero decir que la salud mental no es patrimonio del psicoanálisis ni de ningún oficio "psy". Es de todos los oficios. A todos ellos les corresponde ofrecer condiciones justas. En un hospital, cuando un paciente, tal vez carenciado, intenta buscar una atención médica que calme sus sufrimientos –o tal vez busca la muerte asistida- y el hospital lo repulsa, lo rechaza, lo mal atiende, este paciente está en una situación de encerrona trágica. Incluso muchas veces los propios integrantes de ese hospital, carentes de recursos, y enfrentando una demanda excesiva, también configuran una encerrona trágica, situación de la que con frecuencia me ocupo cuando opero sobre la cultura de la mortificación.

Otro tanto ocurre cuando los obreros son despedidos o contratados en condiciones arbitrarias, o han perdido sus derechos sindicales y se resignan sin luchar. Se trata, como dije, en lo fundamental, de crear las condiciones para la ruptura de ese síndrome de padecimiento, para que se vaya despejando el coraje de advertir y no negar lo que está aconteciendo, se logre recuperar el cuerpo en movimiento y sentir el placer que produce de ese accionar. Es para ese trabajo que el psicoanálisis resulta particularmente idóneo; allí es donde debe jugar aquello de la resistencia autoinmune de la que habla Derrida.

El problema es que una vez que se ha enriquecido el campo donde la gente se va dando cuenta –uno, más uno, más uno, pero entrelazados- de la posibilidad de ser hacedores y hechura de la cultura, en ese contexto del malestar sobre el cual trabajamos los analistas, cada uno a su manera, compartiendo aquellos aspectos que se pueden compartir de esa diversidad de prácticas, el problema, entonces, aparece cuando corresponde tomar decisiones. Entonces resulta muy importante un segundo momento, para organizar el consenso sobre una situación que cada uno ha entendido a su manera, legítimamente, enriqueciendo el campo. Se trata de la instancia del debate crítico y de su operatividad para organizar ese campo. Le corresponde al analista trabajar en la producción de subjetividad, de modo tal que cada sujeto vaya aportando desde su singularidad a una actitud común, un entusiasmo, una valentía, una lucidez en el aprendizaje de tomar decisiones, fundamentalmente la de saber qué política adoptamos en cada situación. El psicoanalista debe estar entrenado en la conducción de ese debate crítico y no presentarse nunca como un experto respecto a ese campo, sino que debe ayudar para que ese campo adquiera su propia expertidad. Este es un requisito fundamental. No se trata de predicar el psicoanálisis, sino de valerse de él, trabajando en lo que llamo el punto clínico de facilidad relativa, en que uno trabaja con los equipos de salud o de educación, que son capaces de extraer efectos multiplicadores.

Otra distinta operación, en cuanto a la salud mental, está ilustrada por la conferencia que pronuncié. Dicha conferencia apunta a hacer masa crítica, concepto propio de la termodinámica, para indicar cómo progresivamente –como ocurre en ese contexto- la gente se va dando cuenta, va tomando conciencia, va resignificando su propia práctica, su propia condición. En un momento dado esto forma colectivamente masa crítica y se instaura en la población una actitud cultural distinta y propicia a un cambio sustancial.

Aclaro que el término "salud mental" está acuñado por el uso, pero por mi parte tiendo a buscar otros nombres; quizás termine acuñando otro distinto, quizás próximo al de "salud cultural". Por otra parte, retomando los términos de "salud mental", me importa destacar que no significan lo contrario de la enfermedad mental. Se trata de un valor que permite, en un momento dado, sobre todo frente a ciertas circunstancias, movilizar todos los recursos para superarlas. La primera de esas circunstancias consiste en, los múltiples infortunios de la vida cotidiana; la segunda, los múltiples rostros de la enfermedad; y la tercera, la mediata o inmediata muerte, como destino de todo sujeto. Tres circunstancias donde se ponen en juego no solo los recursos del sujeto, sino los recursos solidarios de la comunidad.

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