Serie: Freudiana (LXXVIII)

Mecanismos de defensa en las neurosis

Carlos Sopena

Desde el principio, el psicoanálisis explicó los fenómenos psicopatológicos por la existencia de una defensa. El estrechamiento de la conciencia, de tipo fisiológico, planteado por Janet, fue cuestionado por Freud, para quien la pérdida de conciencia estaba determinada por una defensa, la represión.

En los Estudios sobre la histeria sostiene que la defensa interviene para resolver un conflicto psíquico suscitado por una representación inconciliable con el yo, que se introduce en él a partir de una vivencia traumática de índole sexual. El mecanismo de la represión aparta a la representación de la conciencia, dando lugar a la formación de un grupo psíquico separado, verdadero cuerpo extraño interno, que actúa como agente provocador y como causa patógena permanente. Freud no tardará en descubrir el Edipo y el papel de la fantasía, y a partir de ahí lo verdaderamente inconciliable con el yo ya no será una vivencia traumática sino el deseo.

Si la represión consiste en la expulsión de determinada representación del conjunto de representaciones preconscientes, el levantamiento de la represión se producirá por una operación asociativa, ese decir, por el restablecimiento de los vínculos entre las representaciones a través de una actividad psíquica en la que interviene el pensamiento. Es una operación subjetivante de simbolización y de elaboración psíquica, afín con el método analítico y con la función de la interpretación.

En un principio Freud plantea que las defensas actúan frente a las excitaciones internas, mientras que frente a las provenientes del exterior intervienen funciones protectoras que son anteriores a las defensas propiamente dichas. Desde el Proyecto de psicología, basándose en un modelo psicofisiológico, concibe la existencia de aparatos protectores respecto de las excitaciones externas, que en Más allá del principio de placer van a tomar el sentido de una protección antitraumática, constituyendo una barrera frente a las excitaciones externas. Este sistema para-excitación no tiene un soporte corporal determinado, sino que tiene una significación psicológica y un rol puramente funcional. La protección contra la excitación es asegurada por una investidura y una desinvestidura periódicas del sistema percepción-conciencia, que aporta muestras del mundo exterior. Es un modo de funcionamiento temporal que asegura una inexcitabilidad periódica.

Freud afirma que la defensa emana del yo y se levanta contra agresiones internas de tipo pulsional, contra las representaciones inconciliables con el yo, displacenteras o penosas. Tiene en cuenta no sólo el destino de dichas representaciones sino también el afecto al que están ligadas.. Muy tempranamente se da cuenta que cada una de las neurosis usa un tipo de defensa particular, o sea, que la manera en que el yo se desembaraza de una representación inconciliable condiciona el tipo de perturbación neurótica.

Lo determinante no son los contenidos pulsionales ni el temor a sus consecuencias, que son universales, pues en todas las neurosis se encuentra una defensa contra las tendencias censurables del Edipo. Lo determinante es la modalidad de la defensa, que depende del yo, del sujeto, y el análisis tratará de modificar a la defensa, o sea, al sujeto.

Cualesquiera sean las diferentes modalidades de los procesos defensivos en la histeria o en la neurosis obsesiva, los dos polos del conflicto son siempre el yo y la pulsión. El yo busca protegerse de la amenaza interna que representan las mociones pulsionales. La pregunta que surge es: ¿Por qué la descarga pulsional, que debería procurar placer, se vuelve displacentera y peligrosa para el yo? A partir de El yo y el ello, la diferenciación de instancias en el aparato psíquico permite precisar que lo que es placentero para un sistema puede no serlo para el otro, el yo en este caso. Lo fundamental es que el objeto real del deseo sexual está prohibido, por lo que se torna imposible y, por ende, frustrante. Lo que se reprime es algo que está representado en la pulsión como prohibido y que pone en juego la defensa por la angustia frente al superyó.

Este mecanismo consta de tres fases. La primera es un proceso hipotético descrito como primer tiempo de la operación de represión, que está constituido por la fijación que la precede y la condiciona. La represión primaria fija la pulsión a una representación inconsciente, lo que tiene como efecto la formación de un cierto número de representaciones o reprimido originario, que produce la separación entre actividad consciente y actividad inconsciente. Antes de esta separación que comporta una división subjetiva, los mecanismos de defensa se hacían por transformación en lo contrario y por la orientación hacia la persona propia. En Las pulsiones y sus destinos Freud dice que la transformación en lo contrario se observa, por ejemplo, en la transformación del sadismo en masoquismo o del voyeurismo en exhibicionismo. En cuanto a la orientación hacia la persona propia, es un proceso que sustituye al objeto de la pulsión por la propia persona, de manera que la meta pulsional inicial pasa de la actividad a la pasividad.

Volviendo a la represión, tenemos que los núcleos inconscientes constituidos por la represión primaria colaboran con la represión propiamente dicha por la atracción que ellos ejercen sobre los contenidos a reprimir, conjuntamente con la repulsión proveniente de las instancias superiores. La represión primaria condiciona pues a las represiones ulteriores. La segunda fase es un proceso esencialmente activo, que es la represión propiamente dicha. Pero es la tercera fase la que aparece como la más importante en lo que concierne a la aparición de los fenómenos patológicos: es la del fracaso de la represión y del retorno de lo reprimido. La formación de síntomas es la tercera fase de la represión.

Si bien en un comienzo la represión es considerada como una defensa patológica, responsable de la formación de síntomas, pronto pasará a jugar un papel importante en el psiquismo normal. Por una parte instituye lo inconsciente y, por otra, es el mecanismo defensivo por excelencia, según el cual se moldean todos los otros. Instaura la división subjetiva entre procesos conscientes y procesos inconscientes, haciendo surgir lo desconocido e incognoscible de uno mismo. Un sujeto dividido es alguien capaz de interrogarse sobre cuál es su parte en el malestar del que se queja.

El proceso que permite constituirse como sujeto supone la diferenciación entre uno mismo y el otro (la madre) y reconocer la diferencia entre la madre y el padre, que permite constituirse como sexuado. La función paterna tiene el cometido principal de abrir una vía hacia el deseo por la interdicción del incesto. El deseo y la consiguiente investidura de los objetos se hace posible por la pérdida del objeto originario, al quedar el hijo separado de las figuras parentales. El padre no es meramente el que prohibe, sino que al mismo tiempo es el que abre una vía hacia el deseo. Puede surgir entonces el deseo y la defensa frente al mismo.

Para ser mitigada, la intensidad del empuje pulsional requiere en primer lugar que funcione la barrera del incesto, con la consiguiente frustración real y, a partir de ahí, la creación de un escenario fantasmático que permita sostener y canalizar toda esa energía. Estas formaciones de la fantasía, elaboradas sobre la base de recuerdos de escenas vividas y otras imaginadas, son el soporte del deseo, que permite dar una configuración a la tensión pulsional, que al estar integrada y circunscripta en la escena de la fantasía ya no es tan invasora y desorganizadora. Es la pulsión ligada, puesta al servicio del principio de placer.

En las neurosis hay una insuficiente elaboración de la situación edípica, por lo que el neurótico permanece atrapado en el triángulo edípico, dando lugar a una introversión de la libido, que permanece fijada a objetos fantasmáticos tomados de la infancia. El desplazamiento a la transferencia inicia un proceso de liberación de la libido desligándola de las imagos parentales sepultadas en el inconsciente para que, devolviéndola a la influencia del yo, pueda alcanzar otras formas de satisfacción en la realidad.

El Edipo y la castración están en el corazón de la estructura neurótica, entendiendo por castración la renuncia a la omnipotencia que implica el cumplimiento de los deseos incestuosos. El niño podrá renunciar o no a tratar de satisfacer los deseos de la madre, aceptará o no ser castrado por el padre, lo que dará lugar a diferentes tipos clínicos. Si mantiene una imagen fálica de la madre, la estructura ya no será la neurosis sino la perversión. Lo que caracteriza al perverso es la desmentida de la castración materna, con el consiguiente clivaje del yo, que hace posible la coexistencia del reconocimiento de la castración y de su rechazo.

Las defensas, en estos casos, ya no se ocupan de las pulsiones sino que son ardides para tratar la realidad. Lo desmentido no es un hecho perceptivo sino la interdicción del incesto sobre la que se basa la organización social y cultural, de evidentes consecuencias sobre la realidad. El clivaje, no obstante, no remite siempre a una patología. Por ejemplo, el clivaje entre consciente e inconsciente, es decir, la división subjetiva, no es lo mismo que el clivaje como defensa, aunque no están suficientemente discriminados en la teoría psicoanalítica. También hay clivajes que se observan no ya en las perversiones o en las psicosis sino en las neurosis, pues Freud encontró que existía un clivaje en la vida amorosa masculina entre la corriente tierna y la corriente sensual.

En lo que respecta a las psicosis, Freud describió un tipo de defensa más radical, que consiste en el rechazo violento de la representación insoportable, de manera que es como si ésta nunca hubiera llegado al yo. La representación es rechazada sin ser disociada del afecto ni de la realidad ni del propio yo, por lo que al efectuarse esta acción defensiva el yo se separa de un trozo de la realidad y también de un fragmento suyo, que es arrastrado por la representación rechazada, que retornará transformada en percepción alucinada, en un dato indescifrable que invade al yo desde lo real.

Si la identidad subjetiva se organiza a partir del agujero creado por la pérdida del objeto, una cosa completamente distinta ocurre cuando la fantasía no interpone su pantalla entre el sujeto y el objeto de goce. Muchas veces este objeto está presente y es accesible, como ocurre en el caso de las adicciones. Últimamente es frecuente encontrarse con pacientes que demandan la satisfacción por el objeto mismo, rechazando toda aproximación organizada por la representación. Exigen un objeto materializado y no aceptan dilaciones ni subrogados.

Las carencias que puedan existir en la constitución de la represión primaria, dan lugar a diversos trastornos en el trabajo de simbolización, con la consiguiente merma de los procesos de elaboración psíquica. Son precisamente estos tipos de perturbaciones las que encontramos en las patologías ubicadas en los bordes de las neurosis de transferencia y en las que trascienden el campo propio de las mismas. En estas afecciones no domina la represión sino la proyección, el clivaje, la desmentida. Aquí tenemos la impresión de vérnoslas con un sujeto compacto, no dividido, en principio inanalizable.

La disposición a la transferencia es esencial para que el analista tenga la posibilidad de actuar. La transferencia, que en determinados momentos puede funcionar como obstáculo, es al mismo tiempo el más poderoso auxiliar del análisis. Es el modo y el instrumento de actualización de las configuraciones del inconsciente y el medio de acceso a las mismas. Las transferencias negativas, aun las muy intensas, mantienen el vínculo transferencial, aunque sea a través del ataque agresivo o de diferentes acting-out, por lo que se mantienen las condiciones del análisis en transferencia.

Evolución de los conceptos freudianos

En la época correspondiente a la clínica de la histeria y al estudio de los sueños, los conceptos fundamentales eran el inconsciente reprimido, la represión y la teoría sexual. El conflicto básico estaba planteado entre las pulsiones sexuales y las pulsiones de autoconservación. Las neurosis de defensa, cuyo punto nuclear es el proceso psíquico de defensa o de represión, se oponen a las neurosis actuales, consideradas entonces como no analizables. Freud sostiene que el yo está en el origen de la represión y que la manera en que el yo se desembaraza de una representación inconciliable, que es de índole sexual, condiciona el tipo de perturbación neurótica. La meta terapéutica, sobre todo en la histeria, consiste en el levantamiento de la amnesia infantil.

En las Cinco conferencias, de 1910, Freud se refiere por primera vez al juicio de condenación, por el que el sujeto, al tomar conciencia de un deseo, se prohibe el cumplimiento del mismo por razones morales o de oportunidad. El juicio es el resultado de un conflicto soportado, algo distinto a la represión, que es un mecanismo automático, inconsciente.

A partir de la introducción del narcisismo y de la oposición entre el principio de placer y el principio de realidad, la defensa obedece a la oposición de las tendencias del yo y las libidinales. La formación de un ideal emerge como la condición de la represión, que se aplica a aquellas tendencias que entran en conflicto con las representaciones éticas y culturales del individuo. Freud precisa que la represión parte de la propia estimación del yo. Se produce asimismo una extensión del concepto de defensa al atribuirle importancia al principio de realidad. La meta terapéutica apunta al abandono de las fijaciones infantiles, de la introversión de la libido, a través de la transferencia, en favor de una investidura en la realidad.

En el último período, de 1920 a 1938, los conceptos fundamentales son la pulsión de muerte, la segunda tópica, el inconsciente no reprimido, la nueva teoría de la angustia y la escisión del yo. El conflicto básico se da entre las instancias psíquicas y, subyacentemente, entre la pulsión de vida y la pulsión de muerte. La defensa es relacionada con la angustia, pues es desencadenada por la angustia del yo frente al superyó. La represión pasa a ser un caso particular de defensa, más específico de la histeria. Las defensas del yo conciernen no sólo a las pulsiones eróticas sino también a las agresivas.

Al estudiar el fetichismo, Freud plantea un nuevo tipo de defensa, la renegación o desmentida, con el consiguiente clivaje del yo. El humor forma parte también de los medios de defensa del yo contra la realidad, y está al servicio de su narcisismo, pues le permite considerarse invulnerable. La meta terapéutica consiste ahora en posibilitar al yo la conquista progresiva del ello, de hacerlo más independiente del superyó y lograr una adaptación racional a la realidad. La pulsión de muerte debe ser controlada mediante su intrincación con la libido.

La defensa en la histeria

La teoría de la represión como mecanismo defensivo central en la histeria es el primer aporte original y fundamental de Freud. Dicho mecanismo consiste en transformar la representación fuerte de la penosa experiencia infantil (seducción) en una representación debilitada y en desviar el afecto o suma de excitación de su fuente verdadera; la inervación en lo somático produce la conversión, que es el mecanismo típico de la histeria. La bella indiferencia histérica da a entender que el afecto no ha permanecido en el dominio psíquico, siendo en este sentido una defensa más eficaz que en el caso de la neurosis obsesiva o la fobia.

Esta interpretación económica de la conversión, concebida como transformación de la energía psíquica, es inseparable de otra simbólica que enfatiza el sentido metafórico de la perturbación corporal, siendo la zona afectada la que mejor se presta para simbolizar el conflicto inconsciente. Se produce la alteración de una función fisiológica, que de esta manera es utilizada para expresar fantasías que en el análisis pueden ser retraducidas del lenguaje corporal al lenguaje en palabras en que podrían haberse expresado de no haber ocurrido la conversión.

El síntoma conversivo es un sustituto de la representación reprimida, en el que las fantasías y los pensamientos son transformados en una expresión plástica. Es un mecanismo similar al del sueño, en el que hay una regresión desde los pensamientos a las imágenes que constituyen la escena plástica del sueño. El síntoma es interpretable en la medida que simboliza un conflicto, por lo cual es del mismo registro que la interpretación.

Pero hay otra dimensión del síntoma difícilmente interpretable, que es la del goce procurado por el mismo. Freud observó que al pellizcar u oprimir la piel y la musculatura de la pierna afectada de Elisabeth von R provocaba en ella reacciones más de placer que de dolor, semejantes a las que suscita un cosquilleo voluptuoso. El goce inconsciente producido por el síntoma no permite reducirlo a un simple registro expresivo y puede explicar la renuencia del paciente a desprenderse de su síntoma. Este es el antagonismo existente entre la pulsionalidad y la significación.

El mecanismo de la conversión nos confronta con el complejo tema de las relaciones entre cuerpo y psiquismo, que el psicoanálisis viene planteándose desde sus orígenes. Se trata en este caso de un cambio de lugar del conflicto, que se pone de manifiesto en lo somático. Se postula entonces un dualismo cuerpo-mente como realidades paralelas, que interactuarían entre ellas sobre la base de relaciones de causalidad. La conversión así entendida plantea problemas, ya que el salto de lo puramente psíquico al terreno de lo puramente somático, transformándose en otra cosa distinta, es, como el misterio del espíritu haciéndose carne, muy difícil de explicar.

También cuando afirmamos que la zona corporal afectada en el síntoma es la que mejor se presta para la simbolización del conflicto, surge el interrogante de por qué determinados fragmentos del cuerpo, que son variables según los casos, son más apropiados que otros para funcionar como registro expresivo, lo que conduce a tomar en cuenta el valor erógeno de dicha zona.

Uno de los más claros ejemplos de simbolización relatados por Freud fue el caso Cecilia, que padecía una pertinaz neuralgia facial que pudo ser esclarecida al rememorar el episodio en el que sufrió una ofensa verbal de su marido, experimentada por ella como una bofetada. En este caso, la representación psíquica penosa, la frase "Esto que me ha dicho es como si me hubiera dado una bofetada" ha sido sepultada en el inconsciente, mientras que el estado afectivo, su dolor y su cólera, fue transformado en sensaciones somáticas, la neuralgia, empleando un mecanismo regresivo similar al del sueño.

Freud pensó que existía una "complacencia somática", según la cual una afección puramente orgánica facilitaría la conversión, entrando a posteriori en conexión simbólica con las fantasías inconscientes del sujeto. Quiere decir que la frase "Es como una bofetada" sería algo segundo que se agregaría por asociación con una sensación dolorosa previamente experimentada en el cuerpo.

También consideró la alternativa contraria, según la cual sería prioritaria la representación psíquica sobre la sensación somática, en cuyo caso la paciente crearía por simbolismo su perturbación somática, hallando así una expresión somática de su dolor por la ofensa recibida. En ambos casos habría que concebir la existencia de un encadenamiento causal entre el cuerpo y el psiquismo.

Una tercera posibilidad consiste en encarar la simultaneidad o coincidencia de la representación y de la sensación somática, por lo que sería inapropiado concebir que la conversión simboliza a la frase. Parecería más lógico afirmar que la representación y la sensación orgánica tienen una raíz común, por lo que la representación por palabras debe coincidir con el cuerpo, como ocurre en la expresión de las emociones (D.Maldavsky, 1987). A una representación por palabras no es posible disociarla de la voz y su tonalidad afectiva; la palabra forma parte del cuerpo, que no es algo cerrado sobre sí mismo sino un cuerpo hablado y hablante, abierto al otro.

Esta coincidencia de las representaciones verbales y de las sensaciones somáticas impide concebir al síntoma como la mera exteriorización de un conflicto interior, que sería su sentido. Lo psíquico no es el sentido del síntoma como algo previo y exterior al mismo; están envueltos el uno en el otro y el sentido no es algo que está detrás sino que es algo que surge en el síntoma, que es por sí mismo un texto o un montaje gramatical que puede ser descifrado.

La fragilidad de las defensas histéricas está emparejada con la fragilidad del yo. La multiplicidad de las identificaciones histéricas, su labilidad y su incoherencia, son generadores de conflictos internos que determinan en el yo histérico una tendencia a la disociación, dando lugar a las personalidades múltiples de las que hablaba Freud, quien decía que el histérico es como un actor de teatro que representa todos los papeles de la obra.

El histrionismo, el producir impacto en los demás, son rasgos constantes en la personalidad histérica. El exhibicionismo toma el aspecto de una adicción a la mirada del otro, de tal manera que lo que viene a satisfacer su necesidad amorosa es esa mirada que actúa sobre ella como una droga de la que no puede prescindir. La histérica tiene una verdadera adicción al otro y sus vínculos son frecuentemente pasionales.

J.McDougall (1996) sitúa al lado de la adicción a las sustancias la adicción al otro, que pueden tener la misma función que los tóxicos contra el sufrimiento. La "solución" adictiva trata de reparar una falla del universo psíquico interno. La mirada del otro gratifica a la histérica, que se siente deseada y admirada, unificada bajo esa mirada, pero también puede llegar a sentirse poseída y embrujada por esa mirada que tiene tanto poder sobre ella. En esta adicción encontramos algo muy similar a lo que Freud descubrió en la pasión amorosa, en la que el desbordamiento de la libido del yo sobre el objeto es tal que tiene la fuerza de suprimir las represiones y de restablecer las perversiones. (J. Lanouzière, 2001).

Histeria de angustia o fobia

Hay una similitud entre el mecanismo psíquico de la fobia y el de la histeria, por lo que Freud la denominó histeria de angustia. Es una histeria que presenta un síntoma fóbico central, que la distingue de la histeria de conversión. En ambos casos, la acción de la represión tiende a separar el afecto de la representación. La diferencia reside en el hecho de que en la histeria de angustia la libido desprendida del material patógeno por la represión no es convertida por inervación corporal sino que es liberada bajo forma de angustia.

La angustia devenida libre reclama un trabajo psíquico a fin de ser ligada nuevamente. En Inhibición, síntoma y angustia Freud sostiene que la angustia está en el origen de todos los síntomas neuróticos, que son una forma de ligarla. El síntoma fóbico viene a ligar la angustia a un objeto o a una situación determinada, que pasan a representar todo lo temido por el sujeto. La angustia es transformada en miedo a algo real y palpable, miedo que permanece y constituye el síntoma central, y que previene contra el peligro de que se vuelva a producir la angustia.

En Inhibición, síntoma y angustia cambia y se hace más complejo el concepto de angustia. Freud diferencia la angustia automática o angustia-desbordamiento, que es eminentemente traumática, de la señal de angustia, que previene al yo de las posibles amenazas a su organización. Esta transformación de la angustia se hace a partir de un trabajo psíquico que utiliza una experiencia anterior traumática como señal preventiva. La tarea principal del yo confrontado a la angustia es ligarla a representaciones para organizarla como señal protectora sobre la cual va a poder apuntalarse la estructuración psíquica. Esta internalización de la vivencia traumática hace posible la puesta en juego de una defensa en respuesta a una conflictiva interna en la que la subjetividad va a poder sostenerse.

Se requiere pues un desarrollo considerable del aparato psíquico, apuntalado en el reordenamiento simbólico que instaura el complejo de Edipo, para que la angustia se defina como amenaza de castración y pueda funcionar la señal de alarma que pone en juego a la defensa. La angustia al nivel edípico ya no está referida a la pérdida total del ser sino a una pérdida parcial, que se define y organiza en torno al fantasma de castración, que al contener y atenuar la angustia le impide desarrollarse más allá de ciertos límites. Y es al temor a la castración al que se van a remitir, en su repercusión subjetiva, todas las situaciones de peligro internas o externas, pasadas o futuras.

En el caso Juanito, Freud encontró que el objeto fóbico sustituye al objeto original y que el caballo temido representaba al padre amado a la vez que odiado. El temor del castigo por castración resultante del odio, se transforma en angustia fóbica de ser mordido por un caballo, o en angustia de muerte del caballo.

La proyección juega un rol esencial en la formación de las fobias. El peligro proyectado en el espacio, en el mundo externo, refleja en realidad una realidad interna. Lo que angustia al sujeto proviene de lo que hay de más profundo en él y de lo cual depende su deseo. Es el enigma de la pulsión, que nos aproxima al oscuro y enigmático núcleo de nuestro ser. Lo más íntimo es a la vez lo más extraño y angustiante, tal como lo planteó Freud en Lo siniestro.

En la segunda tópica, luego de introducida la pulsión de muerte, la angustia proviene del ello y es experimentada en el yo, que teme ser avasallado por el ello y perder su organización. Para Freud, es un peligro interno lo que motiva la angustia neurótica; el incremento pulsional es sufrido pasivamente y produce una sensación de impotencia psíquica. No es posible huir del empuje pulsional, que siendo eminentemente activo es desconocido por ser inconsciente.

La función de la defensa fóbica consiste en localizar en el espacio externo a un objeto que produce más que angustia, miedo, evitando la angustia ante las fuerzas internas desconocidas. La angustia es más del orden del afecto y de la falta de objeto, mientras que el miedo es más del orden de la representación y se da ante una presencia

En el fóbico hay un fallo en la estructuración edípica y en el acceso a la castración. El síntoma viene a suplir el temor a la castración, que se manifiesta de un modo regresivo al nivel oral: miedo a ser devorado por el objeto, o a ser mordido por el caballo, como en el caso Juanito. La fobia es una suplencia de la ley simbólica, que ha funcionado de una manera imperfecta; al separar al sujeto del objeto evita que se cumpla el deseo. La externalización que hace el fóbico determina que va a estar angustiado sobre todo por el deseo del otro, deseo incontrolable e inconmensurable. El temor a ser devorado es frecuente en el fóbico, que con ayuda de la regresión a la fase oral soslaya el tema de la castración.

De un modo general, las fobias dan testimonio de un trabajo de ligazón y de elaboración que permite organizar el espacio psíquico, haciendo posible la restitución de la amenaza dando un soporte simbólico a la angustia a través del síntoma.

No obstante, J.Bergeret (1996) afirma que puede resultar complicado formular un diagnóstico diferencial entre una fobia de origen genital y una fobia de origen narcisista. No es la forma ni la importancia del síntoma lo que indicará la naturaleza de la estructura de base sobre la que se desarrollan los síntomas, que es la que hay que tener en cuenta para la elección del modelo de cura. Este autor cuestiona la existencia de una estructura neurótica fóbica.

Este autor señala que hay fobias que no reposan sobre una estructura neurótica ni sobre una estructura psicótica, sino sobre una organización de la personalidad que por un lado ha alcanzado su cohesión y su unidad identificatoria primaria pero que, por otro lado, su fragilidad narcisista secundaria impiden el fácil acceso a la identificación secundaria sexual, es decir, a una organización de la personalidad ubicada en la primacía de la triangulación edípica. En este tipo de fobias no se trataría de evitar a un objeto fóbico relacionado con pulsiones sexuales difíciles de dominar sino, al contrario, de conservar un vínculo anaclítico suficiente con un objeto contrafóbico destinado a mantener el narcisismo deficiente del sujeto.

Aunque la proyección, como he dicho, desempeña un papel esencial en la fobia, la relación que el fóbico establece con el objeto temido es muy distinta a la del paranoico con su perseguidor. Lo que al fóbico le produce miedo puede resultarle al mismo tiempo fascinante y excitante, cosa que no ocurre en el paranoico. La excitación que produce el miedo, tan evidente en los niños que juegan a darse miedo y en los aficionados a actividades de alto riesgo, nos lleva a considerar otro aspecto que el síntoma puede proporcionar, aparte de funcionar el miedo como defensa.

Elías Canetti, en La lengua absuelta, describe muy bien esa mezcla de fascinación, excitación y horror al relatar el miedo que de pequeño tenía a los gitanos, pues estaba convencido de que secuestraban a los niños y que ya le habían echado el ojo a él. Cuenta que cada viernes los gitanos entraban en el patio de su casa, donde les daban leña y comida, y dice que, a pesar del terror que les tenía no hubiera dejado de contemplarlos, pues era espléndido el aspecto que ofrecían. "Muchos llevaban sacos a la espalda y a mí me costaba no imaginar que dentro tuvieran niños secuestrados"... "Yo acostumbraba a esperar el momento en que hacían su aparición por el portón del patio"... "y atisbaba por la ventana el avance de los gitanos"..."Anhelaba verlos, me sentía poseído por ellos, pero en cuanto los había visto me aterrorizaba la idea de que me hubieran descubierto y echaba a correr gritando de pánico".

Podríamos decir que lo que hacía con los gitanos era un juego de miradas: ver-ser visto, en que lo verdaderamente temido era la mirada de los gitanos, que ya le habían echado el ojo o que lo habrían descubierto detrás de la ventana. A este pánico a una mirada secuestradora se referirá en otra de las obras autobiográficas.

En Juego de ojos, Canetti narra su encuentro con Anna, a quien no conocía: "Anna se dio vuelta y me miró a la cara. Yo no estaba lejos de ella y sentí que su mirada se apoderaba de mí. A partir de aquel instante sus ojos no me soltaron"..."Anna consistía en ojos, todo lo demás que en ella se veía era pura ilusión"... "Tales ojos son la espaciosidad y la hondura que se ofrecen: arrójate dentro de mí, con todo lo que seas capaz de pensar y sentir, dilo ¡y ahógate!"....."El lago de esa mirada no tiene memoria, es aquél un lago que exige y recibe. A él le ha entregado uno todo lo que posee, todo lo que importa, todo aquello en que uno consiste en lo más íntimo de sí. No es posible sustraer ninguna cosa a esa mirada".

La mirada que describe Canetti exige un tributo total, hasta la pérdida de la identidad personal. El sujeto experimenta que no puede dejar de darse por entero. Es encontrarse expuesto a ser tragado por ese agujero sin fondo, infinito, lo que desencadena la mayor angustia. La espacialidad infinita y la hondura sin fondo de la mirada están en consonancia con su exigencia absoluta, sin límites, sin que nada pueda serle sustraído. Ante una demanda de tal orden quedan abolidas las fronteras con el otro y los límites del espacio.

Espacio y tiempo en la fobia

La agorafobia, por ejemplo, se interpretará de distinta manera si predomina la problemática edípica o la narcisista. Todo depende del papel que desempeñe el objeto contrafóbico, es decir, de la persona que debe acompañar al paciente para evitar la angustia. Esta persona puede representar a los padres, que protegen al agorafóbico de las tentaciones sexuales susceptibles de surgir en la calle. También puede representar al padre inconscientemente detestado, cuya presencia constituye una prueba de que no ha sido eliminado.

Cuando es la propia identidad lo que está en juego, encontramos que en la agorafobia el sujeto se ve confrontado a un espacio infinito en el que las fronteras y las distancias no están marcadas, lo cual produce toda suerte de vértigos. La calle es vivida como ese espacio vacío e ilimitado en el que el sujeto se pierde, se desvanece, es decir, que no se reconoce, dada la imposibilidad de ser reconocible y reconocido, por carecer de una imagen de identificación asumible. Por eso es imprescindible el objeto contrafóbico o acompañante, para que se interponga como pantalla ante el abismo y ofrezca, a través de un vínculo especular, un complemento narcisístico indispensable para mantener el sentimiento de identidad.

Para protegerse de esa amplitud infinita el fóbico pone mojones imaginarios en el espacio, tratando de delimitar una frontera, pasada la cual está todo lo desconocido, temido y prohibido, que debe ser evitado. El espacio del fóbico debe estar limitado por cierto número de objetos y de situaciones fobígenas, que buscan establecer un orden mínimo a su espacio de existencia. Estos objetos tienen una función de alarma. Lo que circunscribe el espacio fóbico son los evitamientos.

Si tiene que tomarse todo ese trabajo para delimitar zonas en el espacio es porque no tiene internalizadas ciertas normas que determinan que hay ciertos espacios que deben ser respetados, protegidos por límites que no deben ser franqueados. Este tributo que hay que pagar, para el fóbico no tiene límite y debe darse enteramente, todo él como cuerpo-falo (C.Melman, 1989).

Es así como el fóbico tiene una relación muy especial no sólo con el espacio sino también con el tiempo, que se hace notoria en su comportamiento. No puede, por ejemplo, quedarse en un lado mucho tiempo y no bien llega a un lugar está pensando irse para otro. Es una persona inquieta y movediza, que da la sensación de estar siempre huyendo. Se puede interesar por las cosas siempre que no duren demasiado. Como no tolera la proximidad ni permanecer en un lugar siempre tiene por delante planes que lo proyectan a otro sitio. La velocidad es también para él un aspecto muy importante y frecuentemente padece de eyaculación precoz.

El acto sexual puede ser vivido como un retorno al interior de la madre, de acuerdo con la fantasía descrita por S.Ferenczi. La angustia que despierta el coito es la angustia de ser tragado: dar el pene es darse por entero, sin poder sustraer ninguna cosa.

La defensa en la neurosis obsesiva

Los mecanismos que caracterizan a la neurosis obsesiva son el desplazamiento del afecto sobre representaciones alejadas del conflicto original, el aislamiento y la anulación retroactiva. Desde el punto de vista de la vida pulsional, son reseñables la ambivalencia y la regresión al estadio sádico-anal; el carácter anal y las formaciones reactivas. En cuanto al punto de vista tópico, lo más notorio es la relación sadomasoquista interiorizada bajo la forma de una tensión entre el yo y un superyó cruel. La angustia en esta neurosis se juega con relación al superyó.

Freud consideró a la neurosis obsesiva como un dialecto de la histeria, como una variante de la misma. Halló que en esta afección las experiencias sexuales tenían la misma importancia que en la histeria, aunque aquí no se trata de una pasividad sexual sino de una participación activa experimentada con placer en actos sexuales agresivos. Esto podría explicar la preferencia de esta neurosis por el sexo masculino.

Si la experiencia primitiva fue de placer, como en el caso de la neurosis obsesiva, las defensas deben erigirse en el sujeto mismo y los síntomas estarán centrados en la formación reactiva, por ejemplo. Lo más angustiante serán las satisfacciones posibles que tienen un sentido activo, fálico. Si por el contrario la experiencia fue displacentera, el peligro será representado como proveniente del otro seductor y las defensas serán las del asco y la conversión somática, propias de la histeria, frente a un goce supuesto del otro.

Pero Freud descubrió también en los casos de neurosis obsesiva un sustrato de síntomas histéricos relacionados con una escena de pasividad sexual que había precedido a la acción generadora de placer. En esta neurosis se encuentra, pues, un núcleo de síntomas histéricos al que se añade el suplemento de una tendencia sexual activa ocurrida más tarde, por lo cual vendría a ser una histeria complicada por la adición de nuevos mecanismos que operan en un tiempo ulterior. Se agrega también el papel preponderante del superyó. Las fantasías de la neurosis obsesiva, a diferencia de las ensoñaciones visuales de la histeria, consisten en enunciados. El obsesivo se siente sujetado a palabras que tienen un carácter amenazante o imperioso; son órdenes, prohibiciones o razonamientos en apariencia irrefutables.

En lo que se refiere a los mecanismos, el afecto separado de la representación del acontecimiento sexual pasado se une a otra representación no sexual que ya no es inconciliable con el yo. Quiere decir que la defensa opera una sustitución, un desplazamiento que en este caso, a diferencia de la histeria, permanece en el dominio psíquico. La intensidad del afecto unido a la nueva representación que no lo justifica, da cuenta del carácter absurdo de las obsesiones.

Pero los reproches no responden obviamente a acontecimientos sexuales pasados, sino a fantasías e impulsos actuales. La insuficiencia de la función limitante hace que el obsesivo se sienta frecuentemente a punto de cometer una trasgresión incestuosa, contra lo cual debe erigir barreras a través de actitudes reactivas o fóbicas.

Si la represión es la defensa prototípica de la histeria, que explica la amnesia infantil que se observa en su caso, en la neurosis obsesiva los acontecimientos no han sido olvidados; ellos permanecen conscientes aunque aislados. El aislamiento, junto a la anulación retroactiva, son los mecanismos típicos de esta afección. El aislamiento consiste en la separación del afecto y de la representación inconciliable, el debilitamiento de ésta y su mantenimiento fuera de toda asociación. La impresión traumática es despojada de su afecto y cortada de toda representación asociada, a lo que pueden ayudar actos mágicos de aislamiento. Las huellas mnémicas son aisladas mediante contrainvestiduras, por lo que no pueden entrar en relación con los demás procesos intelectuales; aun en el caso de que ellas llegasen a la conciencia permanecerían aisladas, como cuerpos extraños sin vínculo con el resto.

Las acciones compulsivas en dos tiempos son también características de la neurosis obsesiva. El enfermo racionaliza el fenómeno, cuya verdadera significación reside en el hecho de presentar el conflicto entre dos mociones opuestas que, como muestra la experiencia, es siempre la oposición del amor y el odio. La tendencia a anular es idéntica a la tendencia a reprimir y a rechazar. Esta anulación puede presentarse de la siguiente manera: el síntoma es en dos tiempos, de manera que a la acción que ejecuta una determinada prescripción le sucede inmediatamente una segunda que la suprime o la deshace, aunque ella no ose ejecutar la contraria. Es una magia negativa que por un "simbolismo motor" intenta suprimir no a las consecuencias de un acontecimiento sino al acontecimiento mismo.

El sentimiento de culpabilidad es otro de los rasgos que definen a la neurosis obsesiva. A través de revivir en representaciones y afectos actuales las precoces experiencias de placer, el obsesivo se siente invadido por reproches a los que Freud va a identificar con las ideas obsesivas, que no son otra cosa que reproches desfigurados por un trabajo psíquico inconsciente de transformación y sustitución.

Los impulsos rechazados por el obsesivo son, en su origen, tendencias fálicas asociadas al Edipo y a la amenaza de castración. La defensa, que es la regresión libidinal en este caso, se dirige primero contra el Edipo, sustituyéndolo por el sadismo anal, para volverse luego contra los impulsos sádico-anales. La regresión es también la causa de la peculiar severidad del superyó, que no puede eludir la regresión hacia el sadismo.

El obsesivo, como todo neurótico, ha sufrido una gran decepción producida por su madre. Si bien la primitiva relación con ella ha sido particularmente satisfactoria, llega un momento en que la madre hace saber al hijo que hay otra cosa que le interesa mucho más, que es en general un antiguo amor, un sacerdote, un santo de su devoción o un gran hombre. Así el niño se entera de que él no da la talla, que no responde a lo que la madre espera como satisfacción de su deseo.

Pero el obsesivo, que ha conocido esa gran satisfacción, va a esforzarse para volver a ocupar el lugar del falo imaginario del que ha sido desalojado. No pretende como el perverso ser el objeto del deseo de la madre, sino que vive al objeto fálico como un rival al que se esfuerza por igualar para reconquistar a la madre. El verdadero rival del obsesivo no es el padre sino el falo, por lo que queda alienado en esa rivalidad con el falo imaginario. Permanece entonces atado al eje imaginario donde se dan los desdoblamientos especulares.

En tanto deseante, se desdobla en una serie infinita de personajes. De ahí la duda en lo que tiene que ver con sus decisiones. Elige estudiar medicina, por ejemplo, y duda si ese era verdaderamente su deseo. ¿Era el suyo o el de otro? ¿El de su hermano, también médico?¿O el de su amigo de la infancia, médico también? Su rivalidad con ellos entra en juego en su elección. Estas preguntas ponen de relieve el tabú del contacto que según Freud es algo que define a la neurosis obsesiva. El contacto en el encuentro con el deseo del otro es asimilado a una contaminación. Parece que el saber que viene a buscar en el análisis está destinado a asegurar la función de corte, de demarcación, gracias a la cual podrá autentificar su deseo como propio. En el fondo busca reconstruir la función separadora del padre.

Llevado por este empeño en afianzar su deseo como propio e incontaminado, el obsesivo cede a la tentación de imponerle su deseo al otro. R.Dorey (1981) ha estudiado el papel de la pulsión de dominio en el perverso y en el obsesivo. Si el primero trata de anular la voluntad ajena por la vía de la seducción, el segundo recurre principalmente a la fuerza, pudiendo llegar a convertirse en un tirano. Se dedica a contrariar los proyectos de los demás, a frenar toda iniciativa que no sea la suya. Su meta es inmovilizarlo todo y crear una inercia que petrifique lo viviente, para lo cual el otro como ser deseante debe ser anulado o aniquilado.

La ambivalencia afectiva y el papel dominante de la organización sádico-anal son ingredientes que pueden dar cuenta de la agresividad que caracteriza a los obsesivos. Esta agresividad que proviene de la lucha del yo por conservarse y afirmarse procura, por un lado, una satisfacción narcisista a un yo que se siente fortalecido y, por otro, una satisfacción sádica sustitutiva del goce sexual prohibido (L.Veríssimo de Posadas, 1991)

Freud describió las distintas fases de la defensa obsesiva de la siguiente manera: al principio, como decíamos antes, tiene lugar una experiencia pasiva, desagradable, a la que se suman más tarde experiencias sexuales activas placenteras. Con la maduración sexual, un reproche se liga al recuerdo de estas acciones generadoras de placer.

El proceso defensivo, que es sumamente complejo, se produce en tres tiempos. Un primer tiempo de defensa primaria que reprime el reproche y que es predominantemente caracterológica: escrupulosidad, vergüenza, angustia hipocondríaca, angustia social. Se abre así un período de salud aparente, que de hecho es de defensa exitosa.

Le sigue un período de enfermedad, caracterizado por el retorno de los reproches reprimidos, lo que da lugar a la formación de nuevos síntomas. Los reproches se hacen conscientes como representaciones y afectos obsesivos que reemplazan al recuerdo patógeno; son formaciones de compromiso a través de las cuales es retomada la defensa que había fracasado.

Un tercer tipo de procesos obsesivos constituye una defensa secundaria que son medidas de protección contra las representaciones y los afectos obsesivos. Son las acciones compulsivas, que nunca son primarias y que pueden ser explicadas si se las relaciona con el recuerdo obsesivo que combaten. Por ejemplo, cavilación obsesiva, ceremoniales pesados, que son verdaderos actos de expiación, medidas de precaución y toda clase de fobias, supersticiones e incremento de la escrupulosidad, que es el síntoma primario. El obsesivo puede llegar así a prohibirse toda acción y toda relación posible.

La complejidad de este entramado defensivo refleja la dificultad para desenmarañar ese conglomerado de defensas y rasgos de carácter. Esta situación puede generar confusión e incertidumbre, tanto en el paciente como en el analista. La defensa consiste, precisamente, en que no se comprenda nada, defensa que se manifiesta como una resistencia en el contexto transferencial. Lo que el analista encuentra es ese conjunto de defensas secundarias cada vez más alejadas del deseo inconsciente, lo que plantea un problema técnico.

A pesar de todas las dificultades, Freud consideró a la neurosis obsesiva como el objeto más interesante y remunerativo de la indagación analítica. Por lo demás, el analista cuenta con la transferencia como instrumento de trabajo. El Hombre de las ratas había imaginado que una joven con la que se había cruzado en la escalera era la hija de Freud, a raíz de lo cual llegó a injuriar groseramente a Freud y a su familia. Freud entendió que su paciente sólo pudo reconocer las pulsiones hostiles reprimidas dirigidas contra su padre recurriendo al doloroso camino de la transferencia.

 

REFERENCIAS

Bergeret, J. (1996) La pathologie narcissique. Dunod, Paris
Chemama, R. (2003) Clivaje et modernité. Eres. Cahors
Dorey, R. (1981) "La relation d`emprise". Nouvelle Revue de Psychanalyse, Nº 24. Gallimard, Paris
Faladé, S. (1986) "Reperes structurels des nevroses, psychoses et perversions"- Document de travail. École Freudienne, Paris
Freud, S. (1893-5) Estudios sobre la histeria. O.C. Amorrortu, T.II
Freud, S. (1894) "Las neuropsicosis de defensa". O.C. T.III
Freud, S. (1895) "Obsesiones y fobias". O.C. T.III
Freud, S. (1896) "Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa". O.C. T.III
Freud, S. (1912) "Sobre los tipos de contracción de neurosis". O.C. T.XII
Freud, S. (1913) "La predisposición a la neurosis obsesiva". O.C. TXIII
Freud, S. (1915) "La represión". O.C. TXIV
Freud, S. (1926) Inhibición, síntoma y angustia. O.C. T.XX
Lanouzière, J. (2001) "L`hystérique et son "addiction". En Anorexie, addictions e fragilités narcissiques. PUF. Paris
Maldavsky, D. (1987) "Metapsicología de la histeria de conversión: puntualizaciones y propuestas", Revista de Psicoanálisis. XLIV, 3
McDougall (1996) Éros aux mille et un visajes. Gallimard, Paris
Melman, C. (1989) "Le nouage borroméen dans la phobie" La Bibliotheque du Trimestre Psychanalytique. Grenoble
Sopena, C. (1989) "Metapsicología del inconsciente: la represión y los mecanismos de defensa". En Introducción a la teoría psicoanalítica. Comp.. L.Grinberg. Tecnipublicaciones, Madrid
Sopena, C. (1993) "Comentarios acerca de la histeria". Revista Uruguaya de Psicoanálisis, Nº 78
Sopena, C. (1995) "Estudios sobre la histeria: cien años después". Panel del 39º Congreso de la API, San Francisco
Sopena, C. (1995) "El cuerpo en la histeria". Revista de Psicoanálisis. Número especial internacional, Nº 4
Veríssimo de Posadas, L. (1991) "Neurosis obsesiva ¿Un holograma del deseo?". Temas de Psicoanálisis, Nº 14-15. Asociación Psicoanalítica del Uruguay

Volvamos al comienzo del texto


Portada
Portada
© relaciones
Revista al tema del hombre
relacion@chasque.apc.org