EL PRESENTE ARTICULO será complementado con un segundo que aparecerá en el próximo número de relaciones

Serie: La Singularización (XIV)

Indianidad, identidad, americanidad

Pueblos y culturas

Daniel Vidart

Hablar desde el Uruguay, un país sin indios tribalizados, del "Problema Indígena" y de las soluciones propuestas para resolverlo por parte del indigenismo y el indianismo, parecería enfrentarnos a un tópico que no nos atañe. Como dirían los colombianos, ya no cabe considerar el tema por sustracción de materia. Pero sucede que América es una sola y la conciencia continental debe ser una sola también, no obstante los acentos regionales impuestos por las particularidades políticas, sociales y económicas vigentes en las naciones americanas.

Dicha consideración hace que el tema sea plausible y que lo analicemos con el interés y la urgencia que hoy reclaman la teoría y la práctica de los Derechos Humanos. Estos Derechos Humanos aún no se han establecido plenamente en un escenario mundial donde todos somos actores, en tanto que habitantes de este planeta azul que las guerras enrojecen con sangre de inocentes y las catástrofes sociales oscurecen con la prepotencia de los fuertes y la impotencia de los débiles. Hablemos, pues, sobre los indios de América desde nuestra perspectiva rioplatense y nuestra vocación americana. Y no a partir de las ruinas del pasado, sino avizorando los posibles paisajes del futuro.

Los tipos somáticos

No había uniformidad somática entre los aborígenes de las Américas al tiempo de la invasión europea iniciada en el siglo XV. No obstante, el español Antonio de Ulloa dictaminó que "visto un indio, se han visto todos". Tampoco existía, ni existe, uniformidad cultural y social en las tribus y comunidades que, ayer dueñas de las tierras, aguas y ecosistemas del Mundus Novus -así llamado por el etnocentrismo de Occidente-, se extendían desde Alaska a la Tierra del Fuego.

Los antropólogos han utilizado distintos criterios para la clasificación de los indios americanos. Algunos hablan de un solo tipo mongoloide, cuya adaptación a diferentes ambientes climáticos y socioeconómicos habría provocado las visibles variedades regionales (Hrdlicka, Nesturj). Otros diversifican algo más el panorama racial y triparten los contingentes indígenas en raza sudamericana, centroamericana y norteamericana (Deniker). Y finalmente, dejando de lado las subdivisiones que mentan cinco o seis stocks raciales, debe citarse la prolija clasificación de Imbelloni, quien, basándose en los estudios de von Eickstedt y R. Biasutti, afina la taxonomía hasta el extremo de ofrecer una considerable variedad de tipos somáticos. Dicha tipología, a la que Canals Frau agregó cuatro subvariantes que no incluyo para no complicar el ya abundoso nomenclátor, ha sido posteriormente cuestionada por serios especialistas (Newman, Birdsell,Garn) cuyos argumentos, de ser expuestos, dilatarían en extremo esta reseña. Los tipos propuestos por Imbelloni son los siguientes: subártidos, colúmbidos, plánidos, apalácidos, sonóridos, ístmidos, pueblo - ándidos, amazónidos, láguidos y fuéguidos.(1) Por obvias razones de espacio no me refiero a sus caracteres somáticos, cuyo análisis ha sido elaborado muy rigurosamente por los autores de esta amplia gama "racial" -el término hoy está en desuso-, si bien bajo distintas denominaciones específicas. Por ejemplo, a los amazónidos de Imbelloni von Eickstedt denomina Brasilidae y Biasutti Formazione amazoniana. Por su parte Sergi, cuya clasificación no incluyo, se refiere al Hesperanthropus columbi amazónicus, coincidiendo así con Imbelloni. Y hasta aquí llegamos, pues importa más la cultura que el humánido físico que la crea y ejercita.

Los mundos culturales

Cuando arribaron los primeros conquistadores españoles a Mesoamérica y los Andes, zonas que constituyen la América Nuclear de los antropólogos, los Estados e imperios de las civilizaciones del maíz allí asentados exhibían una compleja urdimbre política, mental y tecnológica cuyos logros habían alcanzado muy altos niveles en las industrias, las artes y las ciencias (recordemos solamente los guarismos y los cálculos astronómicos de los mayas).

En las zonas selváticas intertropicales prosperaban las culturas medias que, por razones climáticas y técnicas, no conocían los admirables avances de la agricultura hidráulica, de la metalurgia à cire perdue y de la arquitectura colosalista, propias de las culturas montañesas de meseta, vertiente y valle, sino que practicaban, mediante la roza, cultivos de yuca (mandioca -manihoc esculenta-) como base alimenticia, al par que la madera, la fibra, la liana y el parasol foliáceo del mundo vegetal brindaban una fuente de recursos variados y eficaces. Finalmente, en las praderas, "campos" y estepas de las diversas zonas climáticas, aptas para la recolección, la caza y la pesca, así como en los bosques australes y boreales, nomadizaban tribus que en su inmensa mayoría desconocían las agrotécnicas y cuya población era mucho menos densa que la selvática. Esta, por su lado, repartida en un inestable archipiélago de aldeas itinerantes, no alcanzaba los grados de concentración de los imperios de las tierras altas y sus aledaños, tales como la costa pacífica de México o Perú.

En estas tres grandes regiones geográficas, socioeconómicas y culturales vivían los mal llamados indios, cuyas tribus, frecuentemente, se distinguían a sí mismas designándose como las de los "hombres verdaderos", que eso quieren decir chónik, cheyenne o muisca, y cuyos caracteres corporales y fisionómicos -compárese la norma somática de un chibcha con la de un charrúa o un guaraní- exhibían una notable gama de diferencias que la ignorancia y el europocentrismo del naturalista Linneo redujo a una mala caricatura, al mezclar lo físico con lo psíquico, lo corporal con lo cultural. En efecto, uno de los grupos de su famosa tetrapartición se refería al Homo americanus rufus, que caracterizó de este modo: "Rojizo, bilioso, recto; pelo negro liso y grueso; ventanas de la nariz dilatadas; cara pecosa; mentón casi imberbe; obstinado, alegre; vaga en libertad; se pinta con líneas curvas rojas; se rige por costumbres." (2)

Ideología versus demografía

¿Cuánto sumaban los originarios pobladores de estas tierras denominadas América a raíz de una ocurrencia de los humanistas, editores y cartógrafos del Gimnase Vosguien (3) que, de haberla llamado Colombia, como hubiera mejor convenido, también otorgaba al talante del Otro, al fin y al cabo dueño del poder militar y las técnicas de Occidente, el privilegio de pergeñar un nomenclátor de cuño europeo? Las estimaciones modestas, deflacionistas, como las de Mooney y Kroeber, no llegan a los nueve millones; las de la escuela de Berkeley, inflacionistas, van más allá todavía que la de Spinden, quien proponía una población que iba de los 60 a los 70 millones; las de cuño intermedio, como las de Rosenblat y Steward, oscilan entre los 13 y l5 millones y medio. La discusión permanece abierta, pero en la actualidad se supone que en las zonas de las altas culturas sierrales y sus adyacencias el número de indígenas era multimillonario.

En consecuencia,como se desprende de los retos de la geografía y las respuestas de la cultura, para hablar en términos toynbianos, las concentraciones y los vacíos se alternaban según las características de los escenarios naturales, las actividades económicas y las estrategias sociales. Existían, por lo tanto, zonas de plétora demótica -y no demográfica, como descuidadamente se dice- y desiertos humanos, islotes de población densa en los macizos montañosos, donde la agricultura preciosista daba de comer a inmensos asentamientos de aldeanos y citadinos, y dispersas bandas de recolectores y cazadores que vagaban por océanos de hierbas y sabanas arbustivas.

El caldero triétnico

Superponiéndose al sustrato originario de indígenas sierrales, silvales y pratenses, el Nuevo Mundo, a partir de 1492, recibirá dos nuevas corrientes pobladoras: la de los europeos, que en un principio fue escasa pero dotada con armas mortíferas, caballos avasallantes y terribles arsenales patológicos -las enfermedades mataron más indios que los mosquetes y las espadas- y la de los africanos, que trasegó millones de negros esclavos a las plantaciones, las haciendas y las nacientes ciudades de América. La mescolanza genética de estos caudales humanos dio origen a un caldo triétnico que hirvió en las marmitas del mestizaje y la aculturación. Las elites políticas y económicas, descendientes de los primitivos conquistadores cuyo lema, sintetizado por Vargas Machuca, era "A la espada y el compás, más y más y más y más", se entretuvieron en sistematizar y clasificar dicha mescolanza de especímenes cromáticos, que también eran morfológicos. Entonces, haciendo pie en una tan orgullosa como pretendida pureza de sangre (España fue un melting pot de razas y culturas a partir de un presunto iberoceltismo precursor), llegaron a crear más de cien castas, cuyos ejemplares humanos, dibujados, pintados y descriptos con pulcritud, se convirtieron en los protagonistas de una apoteosis taxonómica del más acendrado racismo y las más pintorescas denominaciones.

Como ha quedado demostrado por documentos innegables, los indios, los negros y sus cruzas con el blanco y entre ellos, fueron objeto de maltratos despiadados y adjetivos degradantes. Durante el auge del período colonial los zambos, para escoger un solo ejemplo entre miles, son así vituperados por López de Vidaurre: "nada fieles, sumamente iracundos, crueles, traidores y, en suma, gente de cuyo trato debe huirse". Del mismo modo, fundamentado en la condición de "vileza" e "infamia" de esa ralea, el coronel Castillo, en el año 1801, prohibió entrar a la Sociedad Patriótica de Buenos Aires a "negros, mulatos, chinos, zambos, cuarterones y mestizos". (4) Yo he sentido decir, durante mi larga residencia en el área andina, cosas como esta: "es una buena persona, es blanco", refiriéndose a un mestizo de encumbrada posición, al par que a los blancos pobres se les motejaba de indios, esto es, de "hombrecitos" sucios, mentirosos y haraganes. Más realista y menos hipócrita, Ricardo Palma, buen conocedor de su gente, escribió que "En el Perú todos tenemos algo de inga o de mandinga". Finalmente, quien en los días que corren busque indios en los equipos de fútbol formados con jugadores de la zona montuvia ecuatoriana o la costa peruana, se llevará un chasco. No obstante, los cronistas deportivos denominan incas a los futbolistas negros del Perú, como en 1924 y 1928 llamaron charrúas a los campeones olímpicos uruguayos descendientes de italianos.

La danza de las tipologías

Algunos espíritus simplistas y simplificadores, atentos a la pigmentación predominante en el abigarrado panorama de mixigenaciones locales y zonales, hablaron de Américas Blancas (Río de la Plata, Chile, Noreste de los EE.UU., Canadá), de Américas Negras (Antillas y región Circuncaribe, costa nordestina del Brasil, valle del Cauca, etc.) y Américas Indias (Mesoamérica, Andes, hoya amazónica, Patagonia, etc.). Otros barajaron las cartas del naipe y construyeron, esperanza adentro, prospectiva afuera, un futurible bienvenido por algunos y amenazante para otros, esto es, una América totalmente mestizada, recíprocamente transculturada, espiritualmente osmótica, económicamente interactuante, propensa al intercambio de tradiciones y el perfeccionamiento de proyectos históricos, generosa en sus avenimientos afectivos, democrática en su expresiones políticas, igualitaria en sus relaciones sociales, cuyos pueblos se fusionarían en la gran síntesis de aquella "raza cósmica" soñada por José Vasconcelos. Pero, dejando de lado los sueños y ateniéndonos a las carencias de un mosaico humano que aún no comulga con la espiritualidad cosmopolita de las Epístolas de San Pablo, se puede comprobar que todavía falta mucho para que tal ideal se haga realidad.

En tal sentido, el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro se refirió a tres tipos de " pueblos" presentes en el escenario americano. Ellos son los pueblos nuevos, los pueblos testimonio y los pueblos transplantados.

Colonias Esclavistas y Colonias de Poblamiento

Las características externas de las distintas zonas de América conquistadas y colonizadas por los europeos fueron impuestas por los designios evangelizadores y económicos de los invasores, si bien Pizarro, olvidando los primeros, hizo especial énfasis en los segundos: "a mí no me importa bautizar a los infieles, a mí me importa solamente el oro."

El antropólogo brasileño Darcy Ribeiro supo llamar la atención sobre estas modalidades, cuyo fatum histórico estuvo determinado por operaciones comerciales y proyectos políticos de signo diverso. Las Colonias Esclavistas prosperaron merced a la plantación tropical y el consiguiente acarreo de mano de obra desde el Africa sudsahariana. El indio de esas zonas, defendido por Bartolomé de las Casas, no resistió la ferocidad de la demanda laboral primigenia y, agotado su caudal, fue suplantado por los negros esclavos. Las Colonias de Poblamiento, por su parte, revistieron dos modalidades. Los Padres Fundadores, que por motivos religiosos abandonaron Inglaterra, establecieron sus haciendas agrícolas en pequeñas parcelas familiares, sobre tierras arrebatadas a los naturales establecidos en el noreste de los futuros EE.UU. -"el indio bueno es el indio muerto", se decía mientras se firmaban formales convenciones de mutuo respeto (5)-, al tiempo que organizaban sus sociedades de modo más o menos igualitario. No hay latifundios y detrás de los Apalaches se extienden llanuras inmensas, pobladas de pieles rojas y bisontes. Quienes vengan tras los pasos de los precursores encontrarán un hinterland infinito, lleno de peligros, sí, pero abierto a la ambición y la esperanza. En cambio, los colonizadores hispánicos -Lusitania era parte de Hispania - organizaron sus colonias de poblamiento a partir de "los inconmensurables" acaparados por terratenientes cuasi feudales, dedicados, en el caso del Río de la Plata, a la ganadería extensiva. En América del Norte, cuando llegan los esclavos son destinados a los algodonales sureños, en manos de una aristocracia terrateniente. En la región platense los esclavos trabajarán en las jóvenes ciudades y unos pocos se incorporarán a las escasas peonadas de las estancias. Y, a falta de quilombos o palenques, los negros sueltos y levantiscos se perderán en las soledades de las cuchillas y pampas, matrereando, contrabandeando, sumándose a la libertaria orden del gauchaje. Es en las Colonias Esclavistas del Caribe, del Brasil y parte de la costa pacífica sudamericana -Colombia, Ecuador, Perú- donde surgirán los negros hormigueros de la africanería sujeta a la esclavitud. Su cárcel económica será la plantación de azúcar, de cacao, de algodón. Pero en ambos casos, en las Colonias de Poblamiento y en las Colonias Esclavistas, existe un sustrato más o menos denso de poblaciones indígenas originarias que, al mezclarse con los señores blancos y los esclavos negros, darán vida y destino a una humanidad mestiza de matizada pigmentación y disímil morfología corporal. Eso en un principio. Porque durante el siglo XIX y parte del XX Europa y aun el Asia -exportadora de chinos, indostánicos, japoneses, sirios, libaneses, etc.- envían, muchas veces de modo torrencial, contingentes de inmigrantes que irán a incorporarse a espacios caracterizados por distintos modos de producción, distintas formaciones socioeconómicas y distintos medios geográficos.

Las configuraciones históricoculturales

De tal manera, según Ribeiro, surgirán tres tipos de configuraciones histórico-culturales, a saber: los Pueblos Testimonio, los Pueblos Nuevos y los Pueblos Transplantados.

Los Pueblos Testimonio se asentarán sobre los restos de las civilizaciones del maíz (los indianatos de América Nuclear, integrada por parte de la región andina y toda la mesoamericana) y tanto las sociedades coloniales como las criollas, dueñas de vidas y haciendas, coronarán, pasándose la posta de los privilegios y exacciones, la pirámide de una rígida estratificación socioeconómica. El indio se convierte entonces en un expoliado campesino al servicio de los señores, ayer de escudo en puerta y hoy instalados en el sitial de las clases dominantes. Sobrevivirán las tradiciones ancestrales de los hijos de la Madre Tierra, si bien cubiertas, o encubiertas, por el barniz ritual del catolicismo y la parafernalia de la "modernización". El trasfondo físico y cultural del indio, empero, persiste. Esta es la zona donde los criollos han planteado las ecuaciones, a veces irresolubles, del "problema indígena", peliagudo asunto que, apelando a los valores nacionales, pretenden resolver mediante la integración dictada por las recetas del "indigenismo". En un cuadrante opuesto al de los que apuestan al eclipse del indio y su cultura, los nuevos líderes nativos de nuestros días procuran, en nombre del "indianismo", convertir a los antiguos servidores en dueños de sus destinos.

Los Pueblos Nuevos son multirraciales, triétnicos, hijos de la mestización intensa y la aculturación tenaz. Los contingentes africanos de las empresas coloniales esclavistas se mezclan con los remanentes indígenas y las elites europeas y criollas en la zona antillana, circuncaribe y litoral brasileña. Donde no existen plantaciones, como en Chile y Paraguay, el mestizaje se opera entre európidos y amerindios. En el Río de la Plata la humanidad paleocriolla es triétnica, como sucedió en el sur del Brasil, el oriente argentino y la antigua Banda Oriental. Pero la mezcla de pigmentaciones y el transvase de culturas no despojó de sus prerrogativas y poderes al conquistador y sus descendientes. Los patriciados criollos sucedieron a las oligarquías coloniales en el reparto del botín y todo siguió como antes. Una cosa son las identidades nostálgicas o el folclore pintoresco, y otra las riendas del gobierno y los privilegios de las clases dominantes. En consecuencia, los indios fueron barridos del escenario y los negros permanecieron arrinconados. Por su parte, algunos corajudos mestizos de indio y blanco lograron ascender por la escalera marcial -Anacleto Medina, Fausto Aguilar, Gervasio y Pablo Galarza, entre otros uruguayos decimonónicos- a peldaños sociales relativamente elevados, pero el mulaterío, salvo casos excepcionales -Bartolomé Hidalgo y Joaquín Suárez entre nosotros- permaneció uncido al yugo ancestral de postergación y marginalidad.

Los Pueblos Transplantados, finalmente, forman parte del "malón gringo" que tanto en Norte América (Canadá, EE.UU.) como en América del Sur (Brasil meridional, Río de la Plata) ocupó los espacios vacíos de las praderas, pampas y cuchillas, ya purgadas por Jackson, Rivera y Roca del pecado original de los bravos indios ecuestres. En el hemisferio septentrional se afincaron sucesivas oleadas de anglosajones, italianos, irlandeses, polacos, eslavos, y en el hemisferio meridional, desde las malolientes "panzas de los buques" descendieron gallegos, asturianos, catalanes, baleares, italianos continentales,peninsulares e insulares, etc. Y por igual, en ambos hemisferios desembarcó, desde una nueva Arca de Noé, la mishpajá de los judíos que huían del pogromo y soñaban, a falta de la Tierra Prometida, con acogedoras comarcas abiertas al comercio y la industria, a la universidad y la universalidad, exentas de discriminación religiosa y odio racial. Como establece Ribeiro, "estos pueblos crecieron como réplicas de las sociedades europeas, plasmando paisajes similares, componiendo un cuadro racial homogéneamente caucásico (sic), cultivando las mismas aspiraciones de educación y consumo" (6)

REFERENCIAS

(1) José Imbelloni. Genti e culture indigene nell´America. In Renato Biasutti, Le Razze e i Popoli della Terra.vol IV. Unione Tipografico - Editrice Torinere. Torino, 1957
(2) La clasificación cuatripartita de Linneo figura en la décima edición (1758) de su Sistema de la Naturaleza. La reproduce Paulette Marquer en Morphologie des races humaines. A. Colin, Paris,1967
(3) Daniel Vidart. Los muertos y sus sombras. Cinco siglos de América. Banda Oriental, Montevideo, 1993. La certidumbre de estos datos, muy bien establecidos y comprobados por los historiadores, desmiente la posibilidad de que el toponímico América derive del parecido nombre de una montaña de América Central, como entre nosotros se ha sostenido.
(4) José Pérez de Barradas. Los mestizos de América. Cultura Clásica y Moderna, Madrid, 1948
(5) D´Arcy McNickle. The Indian Tribes of the United States. Ethnic and Cultural Survival. Oxford University Press, London, 1962
(6) Darcy Ribeiro. Las Américas y la civilización. Centro Editor de América Latina. Buenos Aires, 1969

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