Serie: Tributo a Derrida

Acerca de Derrida y la escritura "clara y distinta"

Filosofía y legibilidad

Andrés Crelier

¿Debe la filosofía ser legible? ¿Qué significa ser "legible", cuáles son los límites de la legibilidad y los criterios para considerar que un texto lo es? ¿Es legible una contradicción? ¿Cuáles son los criterios para determinar si un escrito pertenece efectivamente al difuso campo de la filosofía?

Estas cuestiones han cobrado vigencia a partir de autores contemporáneos como Jaques Derrida quien, junto a otros pensadores franceses denominados "post estructuralistas", desafió a la comunidad filosófica internacional con una gran cantidad de exitosos textos filosóficos que cuestionaron, explícitamente y a través de su propio estilo, los viejos ideales cartesianos de la escritura "clara y distinta". Sin duda dichos autores han forzado el ámbito de la filosofía como nunca antes se lo había hecho. Hay textos de Derrida que parecerían no "esconder" sentido alguno, de modo que los iniciados serían meramente iniciados en la jerga y no en una postura filosófica particular, y su señal de pertenencia sería tan sólo el uso de ciertos términos o cierta forma de jugar con las palabras, una forma adecuada para abordar textos filosóficos o literarios o al menos para lograr un reconocimiento académico.

Más allá de los preconceptos con los que se aborde los textos derrideanos, resulta relevante discutir algunas cuestiones que el "fenómeno Derrida" ha vuelto insoslayables. Como se adelantó al inicio, hay una serie de problemas relacionados con la legibilidad que están de algún modo presentes en la escena filosófica actual. El primero de los que trataré concierne a la legitimidad de cometer contradicciones en filosofía; pasaré luego a la posible defensa de la "oscuridad oracular" en ese ámbito y finalmente, como tema de fondo, abordaré la vieja cuestión de qué es lo que se entiende o se debe entender por "filosofía". Más que un examen de la obra derrideana, propongo discutir ciertas problemáticas que ésta ha suscitado en la reciente cultura filosófica.

La actitud policial frente a la libertad de contradecirse

Una acusación a la que se expone la filosofía "clara y distinta" es la de que sus tesis operan como una suerte de "policía epistemológica", un tribunal de carácter riguroso destinado a controlar proposiciones y argumentaciones incoherentes. Obligar a que una tesis sea coherente sería para algunos mantener una actitud policial.

Esa tesis podría por lo pronto ser criticada con sus propias armas, ya que implica una actitud policial similar a la que condena. En efecto, se rechaza a las tesis que exigen coherencia del mismo modo que éstas rechazaban la incoherencia. Sin embargo, como la incoherencia no es para esta postura una objeción, entonces permanece más allá de toda crítica. Además de esta inconsistencia, creo que es un error pensar en la exigencia de coherencia como una actitud policial que amenaza con "castigos". La exigencia de coherencia no es como un policía o un juez que castiga, sino a lo sumo como un juez que señala un defecto. No hace falta que exista el juez para que la autocontradicción sea inválida.

Parece, por otro lado, que si la contradicción es simple y se expresa en una proposición breve y clara entonces cualquiera, hasta un filósofo, podría coincidir en que se trata de un enunciado absurdo que hay que rechazar. En cambio, si la incoherencia es lo suficientemente larga, expresada en un lenguaje oscuro, en un texto largo y asociada con temas que apelen a la simpatía del lector –por ejemplo la idea de uno es libre de hacer lo que quiera, incluso contradecirse- entonces muchos afirmarían que se trata de "filosofía" (según cierta idea de filosofía que por supuesto no todos comparten). Por suerte, se puede por lo general mostrar la estructura simple de contradicciones complejas.

Volviendo al tema de la actitud "policial" supuestamente implícita en la exigencia de coherencia, uno puede preguntarse qué tesis filosófica no es "policial" en el sentido de que rechaza explícita o implícitamente todas las otras tesis incompatibles sobre el mismo tema. En todo debate se desprende de cada postura un rechazo de la postura contraria. Si Carnap ataca explícitamente a Heidegger, de los textos de este último se desprenden ideas contrarias a Carnap. Así, la idea heideggeriana de que "la nada nadea" implica de algún modo un rechazo del análisis filosófico tal como lo practicaban los neopositivistas, y "la apertura de sentido epocal" implica una radical negación de la teoría neopositivista de la verdad, negación tan "policial" como la de Carnap. Del mismo modo, perspectivas supuestamente liberadoras como la de Rorty resultan policiales con respecto a qué se debe entender por "filosofía". En efecto, sus afirmaciones acerca de que "no es saludable acudir a eslóganes tales como ‘la filosofía debería ser argumentativa"’ rechazan que se fijen normas para la filosofía ¡con una nueva norma!

Creo que uno de los peligros que subyacen a quienes denuncian una actitud policial en la exigencia de coherencia y claridad es considerar toda "crítica" dirigida contra estilos oscuros como autoritaria y por ende inválida. La estrategia, o al menos el resultado no deseado de ciertas actitudes filosóficas, es "inmunizarse" frente a la crítica pero permitirse a sí mismo tener una actitud policial que abarca a veces a toda la filosofía occidental.

Oscuridad oracular y argumentación

La contradicción es tan sólo una de las maneras de no ser "claro y distinto", pero la oscuridad puede adquirir las más variadas formas. Dado que resulta difícil y hasta ilícito tratarla en términos demasiado generales, mencionaré otra forma concreta de defenderla. Se trata de la idea expresada por Rorty de que hay pensadores –entre los que no sería forzado ubicar a Derrida- que en lugar de argumentar practican una filosofía "oracular" en la que se ausenta la lógica argumentativa. El oráculo carece de exactitud, no tiene precisión, y la responsabilidad de darle un sentido es del intérprete.

Ante todo, resulta evidente que lo oracular no puede ser completo, es decir no puede desligarse completamente de la argumentación legible. Si así fuese, un texto oracular no implicaría ninguna postura frente al tema tratado, sino que se trataría de una cosa sin significado. Pero se podría defender la oracularidad sosteniendo que lo que le da sentido es el intérprete. Pero entonces lo que interesa es la relación entre lo oracular y el intérprete, o las posiblidades que tiene lo oracular para ser interpretado, no lo oracular en sí mismo. ¿Y qué es interpretar? Básicamente, es buscar el argumento que está implícito en el texto interpretado, a veces mediante procedimientos que incluyen la intuición no racional. El intérprete sustituye o intenta sustituir con argumentos la carencia de argumentos de algunos textos oscuros, o formular en términos legibles lo que contiene un texto difícil. Esto significaría no sólo que no se puede desligar lo oracular de lo argumentativo, sino también que lo oracular potencia lo argumentativo.

De este modo, los filósofos oscuros en general no hacen algo diferente a argumentar. Por el contrario, su oscuridad equivale a un plus de argumentos al menos en dos sentidos. Según el primero, la oscuridad está dada por la afirmación de tesis contradictorias: en este caso hay dos o más tesis con el agregado de que las mismas están en conflicto. Según el segundo, la oscuridad está dada por la dificultad de reconocer la o las tesis defendidas: en este caso existe una pluralidad de interpretaciones posibles, es decir una pluralidad de tesis que están o no en conflicto debido en muchos casos a la falta de rigor conceptual. En ambos casos la oscuridad implica un plus de argumentación.

John Searle afirmó en una entrevista que Derrida era tan oscuro que resultaba imposible no entenderlo. Es decir, la oscuridad puede dar lugar a tantos argumentos, y los argumentos, por su parte, pueden dar lugar a tantas "comprensiones", que cuanto más oscuro sea un texto más posibilidades hay de "entenderlo". Esto, por supuesto, sería un "comprender" limitado que no satisfaría a muchos.

La oscuridad, por supuesto, puede ser relativa a la competencia del lector o en sí misma. La primera se puede solucionar con el debido entrenamiento, como sucede con el aprendizaje de un idioma. La segunda, la oracular, sólo se atenúa mediante la acción de un intérprete, pero resulta sospechosa desde diversos puntos de vista. Puede tratarse de un mero fraude o no esconder nada relevante, puede esconder una ausencia de argumentos o todos los argumentos posibles, de modo que el texto no puede ser discutido, ya que para discutir hace falta que algunas interpretaciones sean más verosímiles que otras. Justamente, la sospecha que cae en autores como Derrida es la de que su oscuridad no suele ser otra cosa que una estrategia argumentativa "ilegítima" que sirve al autor ya sea para encubrir tesis banales o para alejarse de la crítica, sin dejar de criticar a toda la filosofía occidental con tesis como la del "falologocentrismo".

Es obvio que la argumentación no puede agotarse en formas convencionales y que debe recurrir a tecnicismos difíciles de descifrar. Un libro de lógica resulta críptico sin largas explicaciones que lo vuelvan legible, por lo que "claro y distinto" no significa por lo pronto accesible. La legibilidad es una cuestión de grados así como también de códigos. Asimismo, siempre queda abierta la cuestión de determinar si la aparente oscuridad de un texto particular esconde verdaderamente algún sentido o tan sólo sugiere vagamente una pluralidad de interpretaciones. La carga de la prueba, creo, está en quien sostenga que la oscuridad es promisoria. Todos los filósofos son al principio oscuros y difíciles, pero sería autoritario que quien se enfrenta con un texto insistentemente oscuro tenga que asumir a priori que la culpa es suya y no del texto.

 

¿Es la filosofía una actividad puramente convencional?

Algunos escritos postestructuralistas sugieren que existirían modos de argumentar caracterizados por su indiferencia al hecho de contradecirse y de ser oscuros. ¿Qué concepción de la filosofía se desprende de textos oscuros y autores indiferentes a la regla de no contradecirse? Creo, y esto es sólo una hipótesis, que se desprende naturalmente la de un círculo de fanáticos que interpretan la palabra del profeta, ya que, ¿por qué otro motivo que no sea un apego fanático puede alguien acercarse una y otra vez a un texto completamente incomprensible? La curiosidad tiene sus límites, por lo que tiene que haber un impulso irracional que lleve a penetrar textos que no dejan de mostrarse oscuros. Algunos de estos textos exigen una actividad interpretativa incansable, y un exceso de interpretación transforma fácilmente la palabra interpretada en palabra sacra y a los intérpretes en acólitos. La historia de los textos de diversas religiones dan cuenta de ello. Por supuesto que un "filósofo" nunca va a llegar a ser un profeta para la humanidad, ya que la oscuridad de un profeta religioso suele estar hecha de expresiones simples.

Esta problemática nos lleva a la pregunta por los límites de la filosofía, y a la de si todos los considerados filósofos han practicado una misma "actividad" con características intrínsecas. En efecto, los defensores de la ilegibilidad podrían sostener que es posible cambiar el ámbito de lo que se llama filosofía, teniendo en cuenta que ni siguiera se puede trazar con precisión sus límites convencionales. La oscuridad completa, en suma, podría caber en una nueva definición del ámbito filosófico.

Me parece, en contra de esta posibilidad, que existe un denominador común entre los filósofos más disímiles en la actividad de argumentar. Pero, se dirá, Heráclito no era un argumentador y muchas veces Nietzsche tampoco lo era. Sin embargo, se puede afirmar que sus metáforas y frases oscuras sólo tienen interés filosófico en tanto implican posturas frente a temas determinados, es decir en tanto que argumentos. En suma, creo que existe un rasgo mínimo común para lo que tradicionalmente se ha llamado "filosofía".

Esta es una cuestión de hecho, ya que nada esencial impide que la historia hubiera sido diferente, y que se hubiera llamado "filosofía" por ejemplo a los manuales de mecánica para el automóvil y "filósofos" a los especialistas mecánicos. O, para alejarnos más de cualquier juego de lenguaje, a rascarse. Sin embargo, de hecho no ha ocurrido así, lo que nos lleva justamente a indagar cuál es la relación entre filosofía y argumentación. La respuesta, creo, está en que se ha llamado "filosofía" a cierta actividad humana cuyos rasgos intrínsecos no resulta fácil alterar, a saber, la actividad de proponer y defender tesis acerca de un tema determinado. Si bien los temas han variado a lo largo de la historia, no así el juego lingüístico mediante el cual se los ha abordado. Y dicho trabajo conceptual argumentativo no se puede modificar sin cambiar sustancialmente la actividad misma.

Obviamente, se podría incluir por convención otra actividad dentro de lo que cubre el nombre "filosofía", pero la misma actividad podría seguir existiendo bajo otra denominación. Hasta ahora, los intentos de incluir a la literatura u otras expresiones lingüísticas dentro de lo que es filosofía no han tenido éxito, precisamente porque la tradición cultural conserva como núcleo de lo que se considera "filosofía" a la misma actividad que hace 2500 años. La prueba de esa falta de éxito es que los filósofos en su gran mayoría –si no todos- siguen discutiendo. Y la prueba de que la actividad es en lo que respecta a la argumentación y algunos de sus temas básicamente la misma –ahora y en sus inicios griegos- es que se le sigue discutiendo a Platón. La historia, si bien podría hacer cambiar lo que se considera bajo el término "filosofía", no podría cambiar lo que constituye lo característico de la actividad filosófica.

Con respecto a la posibilidad de redefinir "filosofía" para que ya no remita a la mencionada actividad, propongo imaginar la siguiente situación: un día todos los filósofos se reúnen y se ponen de acuerdo en llamar "filosofía" solamente a un juego de cartas. A partir de esa decisión, todos los jugadores de ese juego de cartas se convierten en filósofos y todos los que siguen practicando la vieja actividad en, digamos, mecánicos. Este ejercicio imaginario pone en evidencia algunas cosas. Más allá del nombre, seguiría existiendo, como se dijo, una actividad de determinada clase, sólo que con otro nombre. Dicha actividad –antes llamada filosofía y ahora mecánica- seguiría consistiendo en lo mismo: aportar razones para defender tesis sobre la verdad acerca de algún tema. La objeción de que perdería sentido hablar de una actividad que nadie practica es irrelevante: hay profesiones que no se practican desde hace siglos pero todavía se pueden concebir o comprender, como consta en los libros de historia.

Otra posibilidad sería cambiar algunas notas de la misma actividad mediante una decisión convencional. Sin embargo, ¿se podría proponer, por ejemplo, una actividad que consista en argumentar sin pretender buscar la verdad sobre un tema? ¿O se podría proponer buscar la verdad sin proponer argumentos sobre aquello en que puede consistir? Ambas posibilidades son absurdas, y ponen en evidencia que no se puede cambiar por una mera convención aquella actividad que se venía llamando filosofía (y que no habría inconvenientes en llamar "mecánica del automotor"). Más exactamente, lo que no se podrían cambiar de la actividad serían sus notas características mencionadas: defender tesis respecto de un tema determinado. Se puede dejar de participar de esa actividad, pero para ello hay que dejar de argumentar con respecto a ella o a alguna de sus tesis, porque eso sería seguir participando.

Queda en evidencia, entonces, que no se puede cambiar la actividad que se ha llamado "filosofía", ni se la puede "eliminar" poniéndole otro nombre. Pero, ¿con qué fin cambiar o ampliar el ámbito de lo que se entiende por "filosofía"? Si se lo hace para permitir que se desarrollen otras maneras de acercarse a la verdad, entonces en definitiva no se cambia lo que ya se entiende por "filosofía", pues los diversos modos concebibles de acercarse a la verdad son otras tantas posturas frente a la verdad, en definitiva argumentos.

Todo lo que he sostenido no implica, creo, una actitud "cerrada" o una concepción "positivista" con respecto a los límites de la filosofía. Por el contrario, la tesis de que los textos más oscuros o difíciles encierran una pluralidad de argumentos posibles equivale considerarlos dentro del campo de la filosofía, incluso si rechazan –como algunos posmodernos- el valor de la verdad, la argumentación como medio de alcanzarla y la racionalidad misma de la actividad filosófica. Resta por discutir caso por caso las clases de oscuridad, los significados de las contradicciones y el valor de cada pensador, en el fondo en cuanto filósofo argumentativo. De este modo, creo que un texto "oscuro" puede sugerir argumentos "luminosos".

Lo que es seguro es que lo oracular y lo metafórico no se salen de la argumentación, y que el mero hecho de argumentar conlleva la exigencia de hacerlo de manera "clara y distinta". Para desligarse completamente de esta actividad se debería proponer algo radicalmente diferente y, para ser filósofo, se debería además dejar la argumentación racional y dedicarse a esa otra actividad. Pero pensadores como Derrida son en definitiva filósofos tradicionales, sólo que pertenecientes a aquel tradicional grupo de pensadores que tratan de impugnar lo mismo que hacen, a saber, la antiquísima actividad de indagar, proponer tesis y discutir con otros filósofos sobre determinados temas en un lenguaje común.

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