Serie: Memoranda (XCI)

Dos Julio Verne

Roberto Markarian

El motivo inicial de rastrear los aspectos científicos en la producción de Verne fue derivando naturalmente hacia el análisis de cómo la literatura refleja muchas veces las ansias, las hesitaciones y el espíritu de su tiempo y de la extraordinaria coincidencia entre las opiniones del propio escritor, los análisis históricos y la información existente sobre su época.

"Volaron los globos, y fue lo mismo que si hubiera volado yo. Volar un globo no es volar un hombre. El hombre primero tropieza, después anda, luego corre, un día volará".

"Pero padre, cree de verdad que yo volé, Cuando somos viejos es que las cosas del porvenir empiezan a ocurrir, y una razón de que sea así es que ya somos capaces de creer en aquello de que dudábamos, e, incluso no creyendo que haya ocurrido, creemos que ocurrirá, Yo he volado, padre, Y yo te creo, hijo."

(José Saramago: Memorial del convento, sobre hechos que ocurrieron a comienzos del siglo XVIII.)

La inflexión de las opiniones de Julio Verne y de su obra en los últimos lustros de su vida reflejan los cambios ideológicos que se consolidaban a finales del siglo XIX. De estos aspectos de la vida de Verne se habla y se escribe poco, aunque son particularmente importantes. Dedicaremos al final algún espacio al estudio del Verne angustiado y pesimista, menos conocido, que es particularmente interesante para este acercamiento al novelista francés. (*)

Rasgos de la época

Jules Verne nació el 8 de febrero de 1828 en Nantes, en la desembocadura de la Loire, cerca de la Bretaña, al noroeste de Francia. Vivió en Paris (y sus alrededores) entre 1848 y 1871, año en que se traslada a Amiens, en la Picardía, al norte de Francia, sobre el Somme, donde morirá el 24 de marzo de 1905.

Como datos que pueden ayudar a caracterizar esos tiempos, recordemos que en 1830, dos años después del nacimiento de Verne, corría el primer ferrocarril (entre Liverpool y Manchester), y Francia ocupaba Argelia, de la que solo se iría (expulsada) en l962. Libros de historia del siglo XIX (por ejemplo, los de Eric J. Hobsbawm o el de Robert Schnerb) consignan que en los tiempos de la juventud de Verne "la sociedad burguesa […] está confiada y orgullosa de sus éxitos. En ningún otro campo de la vida humana esto es más evidente que en el avance del conocimiento, de la `ciencia´. Los hombres cultos de este período no estaban solo orgullosos de sus ciencias, sino preparados para subordinar todas las otras formas de actividad intelectual a ellas." Es un período "de masivo avance de la economía del capitalismo industrial en escala mundial, del orden social que lo representa, de las ideas y creencias que parecían legitimarlo y ratificarlo: la razón, la ciencia, el progreso y el liberalismo."

La era de los viajes y el colonialismo

"El hombre de Occidente se lanza alegremente a la conquista del planeta. Fantasía y valor, pasión de apóstol y de sabio empujan a la aventura, puesto que el dominio de lo imprevisto es todavía vasto." Es la época de la expansión colonialista. Ya nos referimos a la conquista de Argelia, pero más sintomático es lo que sucede en la India, donde la Compañía Inglesa de las Indias Orientales pasa a dominar directa o indirectamente la totalidad del territorio a partir de 1840 y, una vez reprimida la gran revuelta de los cipayos en 1857, se instala oficialmente el Imperio de la Indias en 1877. Sobre todo esto escribirá Verne. Uno de sus máximos héroes, el capitán Nemo de Veinte mil leguas de viaje submarino, resultará ser en realidad el Príncipe Dakkar -hijo de un rajá del territorio de Bundelkund-, que fue el alma de la insurrección de los cipayos y "su organizador en inmensa escala". Esta historia se revela en el capítulo LVIII de La isla misteriosa. El cruce en ferrocarril y elefante a través de la India, en La vuelta al mundo... incluye un pasaje por esta misma zona y cantidad de anécdotas dignas de recordar.

No es extraño que un gran número de obras, itinerarios y guías ilustren y despierten la curiosidad. The Illustrated London News, que aparece en 1842, tiene una tirada de decenas de miles de ejemplares. La vida y extrañas sorprendentes aventuras de Robinson Crusoe del inglés Daniel Defoe, publicado por primera vez en 1719, prosigue su carrera triunfal; se traducen a todos los idiomas de Europa y suscitan otros tantos Robinsones: el suizo, el americano, El Robinson de 12 años, Los verdaderos Robinsones, los de los hielos, el de las niñas. Es también la época de prestigiosos maestros de la novela de aventuras, algunas exóticas: el americano Herman Melville (1819-1891), el escocés Robert Louis Stevenson (1850-1894), el francés Pierre Loti (1850-1923).

En ese contexto, el creador de la novela geográfica, Jules Verne recorre el mundo sin abandonar su mesa de trabajo, mezcla un estudio detallado de los avances científicos de los últimos decenios con una inventiva desbordante, elabora visiones exactas de los paisajes y de las sociedades, crea personajes que hechizan a los jóvenes: Phileas Fogg, que da la vuelta al mundo en 80 días; el capitán Nemo, al que seguimos a través de Veinte mil leguas de viaje submarino; el capitán Hatteras, que vence al Polo Norte.

Es bueno recordar que a partir de esos años los planisferios y mapas de los países están en las paredes de las escuelas, y que es la época de la "domesticación del tiempo": se fija un horario de referencia, escogido a partir del meridiano de Greenwich, se trazan los husos horarios, y poco después se abre la Oficina Internacional de la Hora (1880), todo ello presionado, en particular, por los horarios de los ferrocarriles que se extienden por el mundo.

Muchas tierras desconocidas

En 1860 los geógrafos declaran terra ignota la mayor parte de Africa, partes importantes de Asia, Arabia, Amazonia; se siguen descubriendo islas del Pacífico; hay una verdadera obsesión por lanzarse al descubrimiento: desierto australiano, fuentes del Nilo, Borneo, Sahara… El acontecimiento más notable en esta materia es quizás el viaje del Challenger, entre 1872-1876, que da la vuelta al mundo y cosecha datos que serán publicados en Londres en 50 volúmenes. En 1889 se establece en Copenhague el Consejo Internacional permanente para la exploración del mar. Las conquistas de los polos serán posteriores. El Norte, por Robert Edwin Peary, en 1909. El Sur, por Roald Amundsen en 1911.

Pero Verne recorre esas zonas mucho antes; va a las fuentes del Nilo en 1863 (Cinco semanas en globo), al Polo Norte en 1866 (Aventuras del Capitán Hatteras ), al Polo Sur con el capitán Nemo en 1870 (Veinte mil leguas de viaje submarino).

El mismo Verne refrendó su afán descriptivo y literario. En un reportaje de 1894 (en McClure´s Magazine) expresó: "A través de mis novelas, mi objetivo ha sido dar una imagen de la Tierra y no solo la Tierra en sí, sino del Universo. Recuerde que, en algunas ocasiones, he llevado a mis lectores más allá de la Tierra. Al mismo tiempo he intentado mantener la belleza en el estilo. Se dice que no puede haber estilo en una novela de aventura. No es cierto, aunque admito que es más difícil escribir una novela de este tipo a un nivel literario aceptable, que escribir el tipo de novelas modernas, basadas en un estudio profundo de los personajes de la misma."

Y termina esta entrevista con una opinión muy sui generis, pero completamente adaptada al espíritu cientificista y pragmático al que ya nos referimos. Opina en el sentido opuesto a las corrientes literarias que se impondrán en los decenios siguientes: "Quiero aclarar" -dijo Verne elevando ligeramente sus anchos hombros- "que no soy un gran admirador de la llamada novela psicológica, porque no entiendo qué tiene que ver una novela con la psicología. Exceptúo aquí a Daudet y De Maupassant."

Avance impetuoso de la ciencia

En las obras de Verne también se notará que estos son tiempos de avance impetuoso de la ciencia. Recordemos la obra de unos pocos investigadores:

- Lord Kelvin (William Thompson, 1824-1907), quien perfeccionó muchos aparatos eléctricos (desarrolló el telégrafo), dirigió la inmersión del primer. cable transatlántico, introdujo el sistema cegesimal. de medida y la escala absoluta de temperatura;

- Hermann L. F. Helmholtz (1821-1894), fisiólogo en Könisberg, Bonn, Heidelberg y físico en Berlín, que es el primero en plantear el significado de la energía potencial, el principio de conservación de la energía, y que la electricidad está formada por partículas eléctricas;

- James Clerk Maxwell (1831-1879), quien unifica la teoría de las interacciones eléctricas y magnéticas, matematiza su estudio, postula la naturaleza electromagnética de la luz, aplica la estadística a la teoría cinética de los gases;

- P.E. Marcellin Berthelot (1827-1907), el "rey de la química", quien realiza las síntesis orgánicas del alcohol etílico, del metano, del ácido fórmico (luego, otros sintetizarán la bencina, el acetileno, la naftalina), y estudia el calor de las reacciones;

- Dmitrij Ivanovich Mendeleiev (1834-1907), introductor del sistema métrico decimal en la Rusia de los zares y elaborador de la famosa tabla que ordena los elementos por su peso atómico;

- Ludwig Boltzman (1844-1906) y Henri Poincaré (1854-1912), que marcarán la física y la matemática del fin del siglo, especialmente en la teoría de los gases el primero y en mecánica celeste, teoría de la relatividad, y en casi todas las ramas de la matemática el segundo (quizás la figura central de la ciencia de su época).

Pero no se notará, casi, que son también los años de Charles Robert Darwin (1809-1882), Johann Gregor Mendel (1822-1884) y Karl Marx (1818-1883), por más que en El pueblo aéreo (1901), ya en el ocaso de su producción, Verne escriba sobre el eslabón perdido entre el hombre y el mono. Tampoco se verá reflejada la obra de los grandes investigadores en bacilos y vacunas, Louis Pasteur (1822 – 1895) y Robert Koch (1843 – 1910).

La forma en que fue descubierto Neptuno presenta un símil científico de lo que poco después sería el estilo de trabajo de Verne. La existencia del planeta, sospechada desde unos decenios antes en virtud de las perturbaciones de la órbita del más cercano Urano, es determinada con precisión en 1846. "Le Verrier, como dice Aragó, vio el nuevo astro sin dirigir una mirada al cielo; lo descubrió en el retiro y la soledad de su gabinete de estudio, sin más guía que su genio superior ni más instrumento que su pluma; la poderosa palanca del cálculo fue bastante para remover los mundos y descubrir en los confines de nuestro sistema solar un nuevo astro." (Diccionario Enciclopédico Hispano – Americano) Menos de un mes después de publicada la monografía, un astrónomo de Berlín confirma visualmente la predicción.

Se discute sobre la naturaleza de la corteza terrestre, las grandes corrientes aéreas, la climatología; por 1860 se realizan los primeros mapas de las corrientes marinas. Todo esto atraerá obsesivamente a Verne: su descripción de las rocas de todos los lugares por donde andan sus personajes las transforma en actores no humanos de sus novelas; el profesor Lidenbrock, personaje principal de Viaje al centro de la tierra era profesor de geología; las corrientes ocupan un lugar primordial en sus libros con temas marinos; el clima es estudiado en detalle en todas sus novelas.

En ese caldo de cultivo, con los medios veloces de comunicación aún no muy desarrollados y en una época en que la lectura se extendía a sectores más amplios de la sociedad ¿es de extrañar que surgiera un escritor que hiciera uso de todas esas ideas para escribir novelas amenas, que rozaban de cerca las posibilidades casi fantásticas de la realidad?

¿Ciencia ficción?

Por más que sea difícil clasificar a Julio Verne como un autor de lo que hoy llamamos ciencia ficción, hay quienes lo consideran uno de sus padres, junto con Herbert George Wells (1866 - 1946). Si se acepta, como muchos lo hacen, que "ciencia ficción es la literatura de la imaginación disciplinada", es claro que se puede considerar a Verne como un cultivador del género, por más que él lo negara indirectamente, como veremos más adelante. Estudiosos del género, como Pablo Cappana, dicen que "Cuando la ciencia sigue los caminos lógicamente previsibles, estas profecías se convierten en `anticipaciones´, como en el caso del submarino, cuyos prototipos ya navegaban en tiempos de Verne. Pero en cuanto la ciencia se aparta de ellos, la ciencia ficción cautelosa que se inspiró en ella corre el riesgo de ir a parar al museo de las ideas fallidas, junto con el flogisto, los epiciclos o el planeta Vulcano. De tal modo, las anticipaciones optimistas de Verne sobre un futuro de prosperidad alcanzado gracias a la técnica nos resultan hoy ingenuas, mientras que algunas de las pesadillas más grotescas de Wells siguen siendo inquietantes." En el fondo esa era también la opinión de Verne, pero con un enfoque casi opuesto.

Aunque Verne no haya "inventado" la ciencia ficción, no cabe duda que fue el primer cultivador del género en tener éxito comercial con ese tipo de literatura y el primero, y quizás el último, en ser bendecido por un Papa (en 1884, por León XIII).

Predicciones

"Pero esta vez hay quien los ve, gente que huye despavorida, gente que se arrodilla y alza las manos implorando misericordia, gente que tira piedras, se apodera la inquietud de miles de hombres, quien no ha llegado a verlo, duda, quien lo vio, jura y pide testimonio del vecino, pero pruebas ya nadie puede presentar, porque la máquina se ha alejado en dirección al sol, se ha vuelto invisible contra el disco refulgente, tal vez no haya sido más que una alucinación, los escépticos triunfan sobre la perplejidad de los que creyeron." (José Saramago: Memorial del convento)

El reportero Robert H. Sherard (en una nota publicada en 1903) pregunta a Verne sobre el "hecho de que muchas de sus invenciones en ficción se han convertido en realidad. En este momento de la conversación la amable señora Verne estuvo de acuerdo conmigo."

"Las personas son lo suficientemente amables para decir que es así" dijo Julio Verne. "Están adulándome, pero no es cierto." "No seas modesto, Julio", le dijo su esposa. "¿Y tus submarinos?" "No hay relación", dijo Verne. "Sí la hay", replicó la señora Verne. "No. Los italianos habían inventado aparatos submarinos sesenta años antes de que yo creara a Nemo y su submarino."

Pero, si bien algo parecido a un submarino ya existía en esos tiempos, no todo lo que Verne "inventa" estaba inventado.

En aras de completar este paseo por la época y la producción de Verne, resaltando algunos aspectos científicos de su producción, conviene hacer una lista de algunas otras de las predicciones fantasiosas de Verne que tuvieron algún carácter premonitorio: viajes en globo a larga distancia (Cinco semanas en globo, Robur el conquistador, Héctor Servadac); uso de cañones de largo alcance (Los quinientos millones de la Begún, De la Tierra a la Luna); búsqueda de tesoros sumergidos (Veinte mil leguas de viaje submarino); helicóptero (Robur el conquistador); viajes espaciales (De la Tierra a la Luna, Alrededor de la Luna, Héctor Servadac); transmisión de imágenes y videoconferencia (En el siglo XXIX); uso de la corriente eléctrica como fuerza motriz (Veinte mil leguas de viaje submarino, La isla de hélice, Robur el conquistador, Matías Sandorf, Dueño del mundo); uso de tanques (La casa de vapor); uso de la escafandra (Veinte mil leguas de viaje submarino); máquinas de vuelo aerodinámico (Dueño del mundo); uso de satélites artificiales (Los quinientos millones de la Begún).

Predicciones erróneas

Destacamos ahora algunas de las "previsiones científicas" vernianas francamente equivocadas, que complementan diversos casos que hemos ido desgranando anteriormente (cómo eran los polos, los tubos de los volcanes, etc.). Es conveniente hacer un repaso de estas "predicciones" en un autor que reivindicaba, poseer, una gran precisión científica.

En una conversación en Cinco semanas en globo se prevé la destrucción del mundo por tecnología avanzada, pero la causa sugerida es la explosión de una caldera colosal calentada a tres mil atmósferas.

La maquina de volar de El dueño del mundo lo hacía batiendo alas.

En De la tierra a la luna Verne da por sentado que durante la caída libre la nave experimentará primero la atracción de la Tierra y luego la de la Luna con un periodo de ingravidez solo en los lugares donde la atracción de la Tierra y la Luna se equilibran (en las célebres figuras de este libro, todos los objetos están apoyados sobre los elementos constitutivos de la nave). La caída libre sucede sin embargo apenas los motores son apagados: el hombre y la nave están moviéndose ("cayendo") juntos a través del espacio, con exactamente las mismas fuerzas actuando sobre los dos; el hombre –y el perro, en las figuras- solo sentirían la atracción hacia el piso ("hacia abajo") si estuvieran siendo empujados en esa dirección más que la nave; ella misma no sería suficientemente masiva para ejercer alguna gravedad perceptible por sí misma.

En la misma obra, no es difícil imaginarse el aplastamiento de los objetos al recibir en forma casi instantánea el impacto de la inmensa aceleración inicial de un proyectil.

Formación como literato

En la entrevista ya citada del McClure's Magazine (enero de 1894) Julio Verne explicaría algo de su formación como literato, que lo muestra claramente como una persona imbuida del espíritu de su época: "Empecé a escribir cuando tenía doce años. Escribía entonces poesía, y los poemas no eran muy buenos. Aún recuerdo uno que compuse para el cumpleaños de mi padre. Fue recibido muy bien, incluso fui felicitado y me sentía bastante orgulloso. Recuerdo que por esa época yo solía pasar un gran tiempo ocupado con mis escrituras, copiando y corrigiendo. Nunca llegaba a sentirme satisfecho con lo que había hecho." "Supongo que unos pueden ver en mi amor por la aventura y por el mar lo que sería el giro que tomaría mi mente unos años más tarde. Ciertamente, el método de trabajo que yo tenía se me ha afianzado desde entonces y ha permanecido conmigo durante toda mi vida. No creo que haya hecho en alguna ocasión algún trabajo descuidado."

¿Atrapado por la ciencia?

"No, no puedo decir que fui particularmente atrapado por la ciencia. En realidad, nunca he estudiado ciencias. Pero en la época en que era un muchacho adoraba ver cómo trabajaban las máquinas. Mi padre tenía una finca en Chantenay, una ciudad situada cerca del Loira. Cerca del lugar se encontraba la fábrica de máquinas gubernamentales de Indret. En ninguna de mis estancias en Chantenay dejé de visitar la fábrica. Allí me quedaba de pie horas y horas, observando cómo las máquinas hacían su trabajo. Esta característica ha seguido conmigo por el resto de mi vida. Aun hoy, siento tanto placer en mirar cómo trabaja la máquina de vapor de una locomotora como en contemplar un cuadro pintado por Rafael o Correggio. Mi interés en las industrias humanas siempre ha sido un marcado rasgo de mi carácter, tan marcado, realmente, como mi amor por la literatura […]y mi deleite por las bellas artes, que me ha llevado a visitar cada museo y galería de alguna importancia en Europa. La fábrica de Indret, las excursiones en el Loira y mi intento de escribir versos fueron las tres grandes pasiones y ocupaciones de mi juventud."

En 1850, en la pobreza que lo había dejado su padre, al negarse a mantenerlo por no querer Verne vivir de su recién adquirida profesión de abogado, sacia su hambre con la lectura en la Biblioteca Nacional. Descubre a Edgar Allan Poe (1809–1849), que aún no había sido traducido al francés; estudia geometría, física, química, revistas de geografía como Le Tour du Monde, comienza a concebir "la novela de la ciencia". El gran Alejandro Dumas (padre) dará el espaldarazo a esta idea: califica de "fantástico" al propósito de Verne de novelar la ciencia con toques románticos. En 1852, con 24 años, es admitido en la revista Musée des Familles como redactor de la nueva sección científica. Se hace socio del Club de la Prensa Científica, donde entabla relaciones con exploradores y científicos, entre ellos el matemático Henri Garcet, cuyos Elementos de mecánica estudia cuidadosamente. Éste, que era maestro en la Sorbona, lo introduce en el mundo del observatorio astronómico y el jardín botánico, y en los gabinetes de física y química. Mientras tanto, escribe obras dramáticas y algunas se representan; se casa con la hermana de un hombre rico que le financia algunos viajes; conoce los astilleros de Glasgow, donde se construía el Great Eastern, pionero de los transatlánticos modernos, que tendería el primer cable a través del Atlántico. Verne ya tiene 34 años cuando funda la Sociedad de la investigación aérea con Nadar, alias de un célebre fotógrafo (retrató a las máximas figuras francesas de la época) adelantado de los viajes en globo. Con él y sus amigos aprende todo sobre la aeronáutica de la época y decide tomar el tema de un viaje en globo para su primera novela de la ciencia. Pierre Jules Hetzel, famoso editor de la época, recibe el manuscrito, lo obliga a modificarlo radicalmente, y finalmente lo acepta, tras lo cual lo publica en enero de 1863. Verne tenía ya 35 años y con Cinco semanas en globo comienza su deslumbrante carrera.

¡Ninguna!

En el mismo reportaje de enero de 1894, a continuación de la respuesta anterior, le preguntan sobre la preparación que tenía al escribir su primera novela geográfica: si tenía conocimiento o experiencia de viajes en globo.

"Ninguna" - contestó Verne -, "escribí Cinco semanas en globo no pensando en una historia sobre cómo viajar en globo, sino en una historia sobre África. Siempre he estado muy interesado en la geografía y los viajes, y con la novela quise dar una descripción romántica de África. De manera tal que no había otra forma de llevar a mis viajeros hacia África a no ser en un globo, y esta es la respuesta de por qué es introducido un globo en la historia. En ese momento nunca había hecho un ascenso en globo. De hecho, sólo he viajado en globo en una ocasión en mi vida. Fue en Amiens, mucho después de que mi novela fuese publicada. La travesía se verificó en tres cuartos de hora, debido a que tuvimos un problema al subir. Godard, el aeronauta, estaba besando a su pequeño hijo al tiempo que el globo comenzaba a elevarse; de manera que tuvimos que llevar al chico con nosotros. El globo estaba tan pesado que no pudo ir muy lejos. Viajamos hasta Longeau, una ciudad por la que usted pasó antes de llegar aquí. Puedo decirle que tanto en el momento en que escribí la novela como ahora, no tengo fe en la posibilidad de dirigir globos, a excepción de que se estuviera en una atmósfera completamente estancada como, por ejemplo, en esta habitación."

¡Ninguno!

¿Entonces usted no tenía ningún estudio científico en que basarse?

"Ninguno. Puedo decirle que nunca he estudiado ciencias, aunque gracias a mi hábito de leer he podido adquirir conocimientos que me han sido útiles. Soy un gran lector y cada ocasión que leo lo hago con un lápiz en la mano. Siempre llevo un cuaderno conmigo e inmediatamente apunto, tal y como lo hacía Dickens, algo que me interese o que pueda ser de posible uso en mis libros. Vengo aquí todos los días después del almuerzo y de inmediato me dispongo a trabajar. Leo hasta quince publicaciones distintas, siempre las mismas quince, y puedo decirle que son muy pocos los artículos que aparecen en ellas que escapan a mi atención. Cuando veo algo de interés lo escribo en mi cuaderno. Leo publicaciones tales como Revue Bleue, Revue Rose, Revue des deux mondes, Cosmos, La nature de Tissandier y L'astronomie de Flammarion. También leo los boletines de las sociedades científicas, sobre todo los de la Sociedad Geográfica. Debo manifestar que la geografía es mi pasión y mi estudio. En mi biblioteca personal se encuentran todos los trabajos de Elisée Reclus -por el cual siento gran admiración-, y todos los de Arago. He leído una y otra vez, debido a que soy un lector muy cuidadoso, la conocida colección Le tour du monde, la cual es una serie de historias donde se describen viajes a diferentes partes del universo. Poseo miles de notas actualizadas sobre diferentes temas. En estos momentos cuento con veinte mil notas que pueden ser vertidas en mi trabajo, pues hasta los días de hoy no han sido usadas. Algunas de estas notas fueron tomadas en conversaciones. Me gusta oír hablar a las personas, sobre todo a aquellas que me proveen de información sobre tópicos que conocen."

En 1865 Hetzel funda el Magazine d’Education et de Recréation, ilustrada y apta para todos; Verne es el responsable de la parte científica. En ella aparecerán en entregas casi todas sus novelas más famosas, comenzando con la primera parte de Aventuras del Capitán Hatteras. Esta novela inaugura la serie de los Viajes extraordinarios.

Un burgués conservador

El accionar conservador de Verne en la sociedad francesa de la segunda mitad del siglo XIX fue un rasgo característico. Cuando los movimientos revolucionarios de 1848 y 1871 se cruzaron con su vida, se puso al margen de los acontecimientos, asumiendo el papel de simple espectador; se le anotaron rasgos antisemitas; cuando el caso Dreyfus tomó posición, apoyando las posiciones oficialistas que condenaban con una falsa acusación de espionaje a este militar de origen judío. Con todo, no fue un hombre que ignorara los temas de su tiempo y no se afilió a las tesis colonialistas. Más bien estaba en contra de las conquistas y muchos de sus héroes son rebeldes amantes de la libertad, tal como se la concebía en aquel tiempo.

Matices no despreciables

Estas opiniones conservadoras se ven matizadas por la ausencia de grandes sentimientos religiosos; hay invocaciones convencionales a la voluntad divina y agradecimientos a la Providencia, pero a pesar de los panoramas tormentosos e inesperados, se confía más en el ingenio y en la ciencia humanos que en otros designios. Es de destacar también su admiración por el Príncipe Pyotr Kropotkin (1842-1921), que dedicó su vida a causas revolucionarias. Su figura quizás inspiró el carácter del noble anarquista de Los sobrevivientes del Jonathan (publicado póstumamente en 1909). El interés de Verne por las teorías socialistas se puede ver también en Matias Sandorf (1885).

Incluso, en 1863 había escrito la novela Paris en el siglo XX, trabajo pesimista y profético, cuyo manuscrito no apareció sino hasta 1989. La obra transcurre después de 1960. Su último capítulo -XVII Et in pulverem reverteris- comienza así:

"¿Qué fue del desgraciado durante el resto de la noche? ¿Hacia dónde dirigió sus pasos el azar? ¿Se perdió sin poder abandonar esa capital siniestra, ese Paris maldito? ¡Preguntas insolubles!

Hay que creer que giró sin cesar alrededor y en medio de las innumerables calles que rodean el cementerio de Père-Lachaise, ya que el viejo campo de los muertos se encontraba en pleno aumento demográfico."

El eterno Adán

Ese tono casi fúnebre desaparecerá en la época que produce sus obras más famosas, que le dan el máximo reconocimiento. Sin embargo, luego de La isla misteriosa (otra de las obras que Hetzel lo obligó a rehacer, con resultado excelente) se abre, en 1875, el período pesimista de Verne, que se ennegrecerá en 1888, luego de Dos años de vacaciones. A partir de entonces desaparece el optimismo positivista que caracteriza sus novelas y comienza una etapa de pesimismo histórico y falta de fe en el progreso. Su última novela corta, El eterno Adán, es, al decir de Tomás Eloy Martínez, "la más misteriosa de todas y, si uno se abre a sus infinitas posibilidades de lectura, advierte que cualquier realidad cabe en el laberinto de sus metáforas." "Un maremoto colosal ha borrado los continentes y solo un grupo ínfimo de náufragos sobrevive a la catástrofe. A diferencia de lo que sucedía en La isla misteriosa o Dos años de vacaciones, que exaltaban el ingenio humano, en El eterno Adán hay solo corrupciones, ambición y decadencia."

Verne se inspira en el tsunami resultante de la explosión de un volcán en agosto de 1883, una ola de 40 metros que arrasó la isla de Krakatoa, cerca de Java (cualquier parecido con la actualidad es pura casualidad).

El eterno Adán da cuenta de los últimos días de la humanidad a través del diario de un sobreviviente. La narración del zartog Sofr-Air-Sr (¿Zaratustra?) es brutal. Los escasos sobrevivientes sortean todos los mares, escrutando el mundo en búsqueda de un resquicio de tierra. Al final de muchos meses, al borde de la muerte por inanición, encuentran un nuevo continente. "Los náufragos pierden el sentido del tiempo, la noción de propiedad común y el afán de vestirse. La vida se convierte en una búsqueda incesante de comida."

La ciencia no lo soluciona todo

En El eterno Adán muchos de los sobrevivientes son científicos y poseen los conocimientos necesarios para reconstruir una civilización en el nuevo territorio emergido de las aguas, pero en este caso apenas si logran sobrevivir. Sobrevivir a una catástrofe no les garantiza nada a los científicos, y tener una formación académica, mucho menos. Con la catástrofe se perdieron todos los beneficios científicos y tecnológicos. Hay que iniciar todo desde cero, desde lo más primitivo. Se comienza de nuevo, pero en un mundo arcaico y elemental. El final de la narración es totalmente antiverniano:

"Y quizá, después de todo, los contemporáneos del redactor de aquel relato tampoco hubieran inventado nada. Quizá no habían hecho más que rehacer, ellos también, el camino recorrido por otras humanidades llegadas antes que ellos a la Tierra. ¿Acaso el documento no hablaba de un pueblo al que denominaba atlantes? A esos atlantes, sin duda, correspondían los pocos vestigios casi impalpables que las excavaciones de Sofr habían puesto al descubierto debajo del limo marino. ¿A qué conocimiento de la verdad habría llegado esa antigua nación, cuando la invasión del océano la barrió de la Tierra?

Fuera cual fuese, no quedó nada de su obra tras la catástrofe, y el hombre tuvo que reemprender desde abajo la penosa ascensión hacia la luz. [...]

Quizá volviera a ocurrir otra vez después de ellos, y otra vez aun, y otra, hasta el día... ¿Pero llegaría nunca ese día en que se viera satisfecho el incesante deseo del hombre? ¿Llegaría nunca el día en que este, habiendo terminado de subir la cuesta, pudiera por fin reposar en la cima conquistada?

Así soñaba el zartog Sofr, inclinado sobre el venerable manuscrito.

A través de aquel relato de ultratumba, imaginaba el terrible drama que se desarrolla perpetuamente en el universo, y su corazón estaba lleno de piedad. Sangrado por los innumerables males que todos aquellos que habían vivido antes que él habían sufrido, doblado bajo el peso de aquellos vanos esfuerzos acumulados en el infinito del tiempo, el zartog Sofr-Ai-Sr adquiría, lentamente, dolorosamente, la íntima convicción del eterno recomenzar de todas las cosas."

Verne escribía ahora más parecido a Nietzsche (1844–1900) que al Verne famoso. En sus obras finales Estados Unidos de América, donde transcurren 23 de sus cerca de 100 novelas, comienza a desarrollar aspectos negativos; el típico héroe verniano de Robur el conquistador de 1886, reaparece como un destructor en Dueño del mundo, de 1904. Es que su pensamiento y obra literaria también habían entrado en el viraje ideológico (y económico, y social) que llevaría a la primera. guerra mundial, cuando las seguridades estaban escondidas y la ciencia misma mostraba al universo como un edificio inacabado. El divorcio entre la ciencia y la intuición será particularmente claro en la matemática y la física. Pero esto ya no corresponde a la época que generó a Julio Verne, de cuya muerte conmemoramos 100 años.

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(*) Estas notas surgen de la relectura -a decenas de años de las lecturas iniciales- de cuatro novelas de Verne: Veinte mil leguas de viaje submarino (1870), La Isla Misteriosa (1875) -que constituyen con Los hijos del capitán Grant (1868) una trilogía marina-, La vuelta al mundo en 80 días (1873) y Dos años de vacaciones (1888). Y también de la lectura de diversas obras menos divulgadas del autor y de materiales sobre, así como entrevistas a Verne. La lectura casi simultánea de una obra de José Saramago: Memorial del Convento (1982), en la que también campea la fantasía amarrada a la realidad, permitió comprobar sin entrar en opinables clasificaciones de estilos, cómo la literatura suele reflejar, tal como lo señalamos al comienzo, los anhelos, las dudas y el espíritu de cada época.

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