En busca de Rafael Alberti

Jorge Arias

Estaba en busca de varios libros de Alberti para una charla y se me ocurrió ese título; no creo haberlo encontrado, todavía. De los poetas de la generación del 27 Alberti es el más difícil de encontrar; es difícil de definir; parece escaparse siempre.

Cuando uno supone que Alberti, en "Marinero en tierra", hace una poesía matinal a lo Juan Ramón Jiménez, aparece algún verso inquietante, cuya última explicación encontraremos en "Sobre los ángeles"; escrita bajo un signo muy distinto de las "Arias tristes". Llega otro libro: Alberti ha llevado su caballete de poeta a los pueblos de Castilla, y se ha sentado, plácido, a pintarlos con palabras; pero el libro se llama, misteriosamente, "La amante". Pues uno busca a la amante; cuando la encuentra está en un poema sin verbos: Por amiga, por amiga./Sólo por amiga./Por amante, por querida./Sólo por querida./Por esposa no./Sólo por amiga.

Poema en que la amante deja de ser amante: amiga, y ahí te quedas. En el libro hay emoción; pero cuando aparece de nuevo la amante las cosas se enfrían. Alberti le requiere madrugar: "Madruga la amante mía/ madruga que yo lo quiero.../.no esperes que zarpe el día/que yo te espero".

Suena a una cita por teléfono. No somos versados en las costumbres de los amantes, pero se nos ha informado que suelen dormir juntos. Sabemos que el amante que escribe el libro viaja; se encuentran al alba. Pero el frío del alba es mortal: Salí de mi casa, amante,/por ir al campo a buscarte./Y en una zarza florida/hallé la cinta prendida,/de tu delantal, mi vida.

Parece que todo va bien, y que se encontrará con la amante, con la que tampoco esta vez ha dormido, luego de encontrar la cinta del delantal; pero: Hallé tu cinta prendida,/y más allá, mi querida,/te encontré muy mal herida/bajo del rosal, mi vida./Zarza florida,/rosal sin vida,/bajo del rosal, sin vida.

Fin del poema. Es hermoso; es difícil explicar por qué lo es y por qué la amante tiene que morir, así sea bajo un rosal. No hay sin sobresaltos: no habrá un Romeo envenenándose ante Julieta adormecida. La amante ¿ha sido un pretexto para combinaciones de palabras aliteradas y combinaciones de colores, rosa, rojo, con el toque gris de los cementerios? En algún momento pensamos que la amante podría ser la muerte, y Alberti "joven prometido a la muerte", hipótesis nada imposible si tenemos en cuenta que Alberti estaba enfermo, al parecer de tuberculosis, y buscaba alivio en el aire campestre.

Leemos su libro autobiográfico "La arboleda perdida" y nos dice que la amante existió, pero al comienzo o tal vez antes del viaje; que no lo acompañó. Al fin del libro Alberti insinúa que la amante fue más soñada que real.

¿Es Alberti un poeta frío? El dice que "la belleza formal... se apoderó de mí hasta casi petrificarme el sentimiento" ("La arboleda perdida"). Pero no hubo tal muerte del alma: unas páginas más adelante aparece en "La amante", un poema con implicaciones filosóficas que no esperábamos en un poeta joven:

¿Por qué me miras tan serio,/carretero?/Tienes cuatro mulas tordas,/un caballo delantero,/un carro de ruedas verdes,/y la carretera toda/para ti,/carretero./¿Qué más quieres?

Muy estoico. Alberti cumple la regla de oro de la evolución de un poeta que acuñó Eliot cuando escribió que "el progreso de un artista es un continuo autosacrificio, una continua extinción de la personalidad". De los poetas de la generación del 27, es uno de los que más ha desdibujado su persona, en forma consciente. Más tarde Alberti se sintió en la obligación de escribir poemas políticos, que apenas pueden recordarse; en otros momentos situó sus poemas en lugares precisos, a los que alude delicadamente, como la costa del Paraná o Punta del Este; pero siempre, en todos los poemas, pesa mucho más el paisaje que el poeta. Lo vemos salir al campo con su libreta de apuntes y detenerse cuando le surge un tema; muchos son tan humildes como un boleto de tranvía, una hoja pegada en el zapato, un árbol descuajado y hasta un elogio de los productos de la casa Pedro Domecq. En "La arboleda perdida" nos enteramos de muchas cosas de Alberti y de su familia; en ningún momento Alberti se siente interesante. Cuando habla del despertar del sexo, se refiere a sus compañeros y a la frecuentación de prostitutas por los señoritos de Cádiz; cuando parece que va a hablar de sus primeros amores, lo vemos trepar por un tejado con una amiga. Con toda su libertad de espíritu, parece que fuera de las uniones legales apenas hubo espacio en su vida para Eros.

Nos preguntamos a dónde conducía esa indiferencia del poeta por el objeto; y nos ha parecido que para Alberti el gran objeto de la poesía, si no el único, es la palabra. Podríamos aplicar a Alberti lo que dice Eliot de Montaigne: ("una niebla, un gas, un elemento fluido e insidioso"). Pero volvamos al principio. Lo único que debe interesarnos de un poeta es, por supuesto, su poesía; y si desmenuzamos la de Alberti siempre encontramos, al fin de análisis y restituciones, a la palabra. No decimos que su poesía no tenga objeto; afirmamos que no es una impostura. Alberti creó un universo verbal que no parece necesitar ningún soporte; es impersonal, pero también indestructible. Sus mejores realizaciones, como veremos, son fantásticos edificios verbales, muy a la manera de Góngora, en los que el sentido está reducido al mínimo; casi podríamos decir que el sentido suele ser la música del verso, su superlativo encanto verbal.

Hemos oído decir que en Alberti es interesante la peripecia humana; afirmamos que es respetable, dolorosa, con las penas del exilio; pero aunque aquí y allá, sobre todo en "Retornos de lo vivo lejano" evoque a España desde el extranjero, no hay ni dolor ni nostalgia. Intenta el regreso de una vivencia, pero no padece la distancia.

Baudelaire, el primer autor que cita Alberti en " Marinero en tierra", escribió que para un hacer un poeta se necesitaban dos cosas: un químico perfecto y un alma santa. El químico aprende un oficio, y hay en la poesía mucha más deliberación y trabajo del que suele pensarse. Pero ¿cuáles fueron las palabras que motivaron a Alberti para construir sus edificios verbales? ¿Cuáles sus fundamentos, sus bases?

Hay en su primer libro una recatada señal de dolor, inquietud y casi de espanto. El poeta de las playas y del mar alberga moradas subterráneas. Hay una nota angustiosa en este poema de "Marinero en tierra" donde pregunta a su padre: El mar, la mar,/el mar. ¡Sólo la mar!/¿Por qué me trajiste, padre,/a la ciudad?/Por qué me desenterraste/del mar?/En sueños la marejada/me tira del corazón./Padre, ¿ por qué me trajiste/acá?"

Alberti estaba desterrado, ay, antes de conocer el destierro. El mar, que aparece como algo seguro, más firme que la tierra, es invocado dos veces, alternativamente como masculino y femenino: el mar y la mar; y el poeta se decide, como Hemingway, por "la" mar. Al trasluz encontramos a la madre, a la que no se nombra. Mar, madre: se entrevé a través de este reproche al universo amniótico, un mar donde todavía el nuevo ser ha de flotar, luego de la fecundación.

Con este poema donde se reniega del nacimiento se relaciona un fragmento del poema de "El alba del alhelí" "Madrugada oscura": Algún caballo alejándose,/imprime su pie en el eco/de la calle./

¡Qué miedo,/madre!/¡Si alguien llamara a la puerta!/¡Si se apareciera padre/con su túnica talar/chorreando...!/¡Qué horror,/madre!

Antes de volver a "La arboleda perdida" en busca de la relación de Alberti con su padre, miremos de cerca la túnica "talar". No es una vestimenta masculina; es la túnica de los religiosos, a los que, particularmente en los jesuítas, en cuyo colegio se educó Alberti, se les llama "padre". Si vida en el colegio de los jesuítas eds el único punto donde muestra una sombra de rencor. "¡Cuántos brazos y angustiados pulmones hemos visto luchando fiera y desesperadamente por salir de esas simas, sin alcanzar al fin ni un momentáneo puñado de sol!" escribe en "La arboleda perdida". Podemos pensar que él mismo fue teatro de esas luchas, de las que tal vez sus castigados pulmones estuvieron entre las primeras bajas.

En "La arboleda perdida" encontramos un padre ausente, que sin salir de España, en su profesión de vendedor de vinos, se pasó hasta más de dos años fuera del hogar.; es posible que, como a Odiseo, los suyos no los reconocieran a su regreso. Y hay en "La arboleda perdida" el dolor de no haber tenido una mejor relación con su padre. "... no lo traté ni supe cómo era hasta en los últimos años de su vida" ( pag. 16). Tal parece que lo viera realmente, por primera vez, cuando muere; y es un extraño el que muere. Alberti se siente en deuda con su padre, por no haber podido expresar sus sentimientos filiares; quizás no advirtió, ni siquiera cuando escribió, ya en el exilio, "La arboleda perdida", que él iba a homenajear extrañamente a su padre reproduciendo sus viajes en el microcosmos de España con su periplo por las costas del Atlántico.

La nostalgia de la preinfancia, perdida cuando fue desenterrado del mar, tiene su realización en uno de los poemas que preferimos de Alberti, "Paraíso perdido" que está en "Sobre los ángeles":

A través de los siglos,/por la nada del mundo,/yo, sin sueño, buscándote./............/.¿Adónde el Paraíso,/sombra, tú que has estado?/

Pregunta con silencio./Ciudades sin respuesta,/ríos sin habla, cumbres/

sin ecos, mares mudos./Nadie lo sabe. Hombres/fijos, de pie, a la orilla/

parada de las tumbas,/Me ignoran./ Diluidos, sin forma/la verdad que en sí ocultan/huyen de mi los cielos./......./ya en el fin de la tierra,/sobre el último filo,/resbalando los ojos,/muerta en mi la esperanza,/ese pórtico verde/busco en las negras simas./¡Atrás, atrás! ¡Qué espanto/de tinieblas sin voces!/

¡Qué perdida mi alma!/ Angel muerto, despierta./¿Dónde estás? Ilumina/

con tu rayo el retorno./Silencio. Más silencio./Inmóviles los pulsos/del sinfín de la noche./¡Paraíso perdido!/Perdido por buscarte/yo, sin luz para siempre.

Después de esto ya no podemos reducir a Alberti a los poemas donde juega con las palabras, donde parece deleitarse con la repetición de la letra "i", o con experimentos como " Diablo./ Vocablo./ Venablo./Arrumba. /Derrumba.Retumba./....Clama./Embalsama./Derrama./Inflama./Proclama./Re-clama/Llama". Sería de interés investigar la presencia del mar en la poesía, y sin duda Alberti debería figurar en uno de los primeros lugares en la investigación, por la cantidad de veces en que es mencionado el mar, o lo flúido, o los ríos; y es curioso que haya vivido siempre o casi siempre cerca del agua. Cádiz, Punta del Este, en el "río como mar", en el Paraná.

Pero el mar, o la mar, tiene todavía otro sentido. No hay precisamente descripciones del mar; no se siente casi su presencia física; el poeta tiene una relación muy fuerte, muy magnética, con el mar, pero no lo percibe como objeto, ni siquiera como objeto de su poesía. El mar aparece como una totalidad, como un conjunto de casi infinitas posibilidades. Hojeando los poemas de Alberti, en particular los de "Pleamar", donde parece intentar navegar al océano desde una orilla de poemas de una línea, el mar es tantas cosas que se confunde con el universo; sobre todo, es tan ilimitado que se confunde con la libertad.

Hemos visto que Alberti se educó en el catolicismo, y por los jesuítas; pero Alberti es tan generoso que todo el horror de las pláticas, esa visión del infierno que se creyó eficaz y moralizante, le merece apenas un poema sombrío, "Colegio (.S.J.). ": Veo los años,/los mismos que ahora escucho volver a mí esta tarde/colgados de sotanas,/espantajos oscuros/....../Oigo cómo me invaden crucifijos,/ despiadadas penumbras de toses con rosarios y vía- crucis,/y un olor a café,/a desayuno seco,/descompuesto en las bocas tibias de los confesonarios./No es posible que vuelva este mismo paisaje,/que reconquiste ni por un momento su sueño/embrutecido de moscas,/formol y humo./...../.No es posible,/no quiero/no es posible querer para vosotros la misma infancia y muerte/

No hay casi acusaciones; pero esa enseñanza era, como el mar, universal: comprendía todo y abarcaba todo. ¿Cómo pudo conseguir la liberación? Alberti nunca dice expresamente cuándo perdió la fe en el catolicismo, la religión de sus padres y de sus maestros, pero sí dice cuándo adquirió otra fe, una fe nueva, mucho más afín a sus ansias de libertad; la fe en el arte, que fue su religión, y quizás más aún la fe en la civilización: porque su arte no es un arte primitivo, ni ingenuo, ni decorativo, ni paisajístico. Es un arte ciudadano, y su camino de Damasco no fue el mar, ni las dunas, ni los arbustos de la costa de Cádiz, ni la sierra de Guadarrama, con todo lo que ello valió para el poema: fueron los salones del Museo del Prado. Amó más las Venus del Tiziano que a las de carne y hueso; le parecieron, con razón, más densas de significados, más valiosas como instrumentos de comunicación. Un azul de Veronese es tan bueno o mejor que el cielo mismo. Pero dejemos que él mismo diga este momento en que la Belleza barre las cenizas del Infierno, con el viento que sopla desde otras épocas, como el personaje mitológico de la "Primavera" de Botticelli: ¿Por qué a mi adolescencia las antiguas figuras/ le movieron el sueño misteriosas y oscuras?

Alberti se encuentra con el Renacimiento, y lo encuentra vivo; y sin duda aprendió en las salas de los italianos mucho más del Renacimiento que nosotros con los libros de Burckhardt o Panofsky. Adquiere así, con extraordinaria rapidez e impacto, un sentido histórico; y no reconstruye en "A la pintura" la historia del arte plástico en el Renacimiento, sino que descubre, en los instrumentos del pintor, en los colores y en los grandes artistas plásticos, un pasado vivo aún, en el fondo irreligioso, que produce ese milagro de la inmortalidad que en vano prometen los corredores oscuros del colegio. Y -oh relámpago súbito- senti en la sangre mía/arder los litorales de la mitología. Aquello fue un reencuentro, no sólo con la palingenesia de la civilización grecolatina, sino con sus ancestros, los Alberti, de origen italiano:

... y oí desde tan métricas, armoniosas ventanas/mis andaluzas fuentes de aguas italianas.

Aquello fue un exorcismo, y Mis oscuros demonios, mi color del infierno/me los llevó el diablo, ratoneril y tierno/del Bosco....

Los cuadros de los pintores italianos, en particular los de Tiziano, "metieron en mi sangre para siempre el anhelo de una perpetua juventud, de una ilimitada, luminosa armonía". ("La arboleda perdida"). Descubrió su "pertenencia de mis raíces a las civilizaciones de lo azul y lo blanco..." En el poema que dedica al Tiziano dice: "¡Oh juventud! Tu nombre es el Tiziano"./...¿Cuándo otra edad vio plenitud más bella,/altor de luna, miramar de estrella?

Obtenido el sentido histórico obtiene también la consciencia del signo. Su mundo fue modificado por el arte, y como dice en "A la pintura", invocó al pasado para que le devolviera aquel momento de revelación y magia:

Díerame ahora la locura/que en aquel tiempo me tenía/Para pintar la Poesía/con el pincel de la Pintura.

Con esta consagración al verbo llega a Alberti la libertad, pero los antiguos terrores son reemplazados por una nueva angustia. Los intelectuales de comienzos del siglo XX creyeron que la unión de los obreros del mundo impediría la guerra; una ola de nacionalismo barrió con el pacifismo y se fue con flores en los fusiles a la guerra de 1914-1918, que se supuso terminaría con todas las guerras. La guerra barrió con las esperanzas de los intelectuales de crear un mundo mejor; sobre todo demostró que los intelectuales nada pesaban en las decisiones que hacían girar al mundo; y así aparecieron los movimientos nihilistas, como Dadá y los comienzos del surrealismo. Pero también el período de las primera guerra mundial trajo la esperanza, la revolución rusa de octubre de 1917. No era cualquier revolución: era una revolución conducida por intelectuales, en lucha abierta contra quienes creían en la espontaneidad de las masas; era una revolución inspirada en textos filosóficos que invitaban a transformar el mundo y mostraban cómo hacerlo, con el respaldo de una interpretación de toda la historia de la humanidad.

Alberti pasó de una religión que explica todo, el pasado, el presente y el porvenir, a una filosofía que también lo explica todo y cuya anunciación es el momento angélico en que Lenin llega a la estación de Finlandia de San Petersburgo: el momento en que, como dice Edmund Wilson ("Hacia la estación de Finlandia"), por primera vez en la epopeya humana una filosofía de la historia calza y hace girar una cerradura histórica. Alberti, siempre generoso y propenso al sacrificio, en algún momento abomina de sus primeros versos, indudablemente "burgueses". Viaja varias veces a la Unión Soviética y convence o casi convence a García Lorca de que solicite el carnet del partido comunista. El resto de la historia es conocido: su adhesión a la República, sus poemas políticos, el concepto de la poesía y el arte como arma. Y Alberti llega a escribir, casi con desesperación, en su "Nocturno", que es a la vez un poema comprometido y militante y un requiem por sus objetos más queridos: Cuando tanto se sufre sin sueño y por la sangre/se escucha que transita solamente la rabia, /que en los tuétanos tiembla despabilado el odio/ y en las médulas arde continua la venganza/las palabras entonces no sirven: son palabras./Balas, balas./Manifiestos, artículos, comentarios, discursos,/ humaredas perdidas, neblinas estampadas,/¡qué dolor de papeles que ha de borrar el viento/qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua!/.../Siento esta noche heridas de muerte las palabras.

Pero ¿dónde está la poesía? No está, naturalmente, ni en la anécdota, ni en el tema, así sea el vasto mar; menos aún en la emoción; y todavía hoy se confunde, lo que nunca le sucede a Alberti, pasión con poesía. El nos dice, muy justamente, que la poesía es el acento y el tono, que no es ni expresa a la personalidad, pero que la implica y de ella depende. "Acento" y "tono" tienen las palabras. La poesía para Alberti tal vez no sea un objeto real; pero es algo que puede captarse, que puede quizás cazarse, que puede caer en nuestras redes. Por eso, parte de la poesía está en el trabajo de salir en su busca; y parte está en tener suerte con la cacería. Así escribe en "Pleamar": "¡Oh poesía del juego, del capricho, del aire, de lo más leve aún imperceptible: no te olvides que siempre espero tu visita". En una entrevista que concedió a Natalia Calamai, Alberti dijo: ".. yo estoy de acuerdo con la frase atribuida a Picasso: yo no busco, encuentro..." También escribió: "Hay que arriesgarse, hay que explorar hasta perderse o incluso hasta morirse" (El Sol, Madrid, 19 de junio de 1936).

Falta saber cuáles son los instrumentos que empleó; o, para volver a Baudelaire, cuál fue su química. Hay en Alberti una sensibilidad absolutamente extraordinaria para el idioma, como sonido y como sentido. Alberti se extasía ante la palabra "naranjeles", que en efecto tiene algo de naranjal y de vergel, y ante la palabra "Cantegril", del mismo modo que no soporta "terruño". Y cada tanto lo vemos experimentando con los sonidos puros, como un pintor que busca en su paleta un nuevo color a partir de los que ya posee; del mismo modo que el músico no tiene, al fin, otro instrumento que el do - re - mi. Así las repeticiones, donde algunas veces logra una sensación de construcción, de sabia arquitectura y otras de juego; y diré que el poema de "A la pintura" que en nuestro sentir debe haberle sido más satisfactorio a Alberti, casi por "afinidades electivas", es el que dedica a Piero della Francesca:

Arquitectura ilesa/,incólume armonía./pesa la geometría/y la luz también pesa./.../.Nada suspende el vuelo./aquí la forma aferra/sus plantas en la tierra/como si fuera el cielo.

Pero de los poemas que Alberti tejió more geometrico, preferimos una de las "Baladas y canciones del Paraná", donde la repetición, a partir de objetos muy comunes logra rodear a las palabras con un halo metafísico.Es la "Balada de lo que el viento dijo":

La eternidad bien pudiera/ser un río, solamente,/ser un caballo olvidado/y el zureo/de una paloma perdida./En cuantro el hombre se aleja/

de los hombres, viene el viento/que ya le dice otras cosas/.../Hoy me alejé de los hombres/y solo en esta barranca,/me puse a mirar el río/y vi tan solo un caballo/y escuché tan solamente/el zureo/de una paloma perdida.

Naturalmente, el poema más célebre de Alberti en este punto es el octavo poema de la "Metamorfosis del clavel", donde es imposible encontrar un sentido explícito, pero donde la sugestión verbal es tan fuerte y la música interna del verso tan poderosa, que todos la comprendemos de inmediato, aunque difícilmente podríamos explicar qué es lo que comprendemos: Se equivocó la paloma./Se equivocaba./Por ir al norte fue al sur./ Creyó que el trigo era agua./Se equivocaba./Creyó que el mar era el cielo;/ que la noche, la mañana./Se equivocaba./Que las estrellas, rocío;/que el calor, la nevada./Se equivocaba./Que tu falda era tu blusa;/que tu corazón su casa./Se equivocaba.

Es posible que como virtuoso del idioma Alberti no haya podido superar la destreza de Darío, también un virtuoso de la palabra pero con unas clara afición a los objetos reales, a las musas de carne y hueso. Pero exceptuando a Darío, en materia de música es difícil no cederle la derecha a Alberti; y lo vemos ejecutar difíciles proezas. Escribe, por ejemplo, un poema en una extraña combinación métrica de octasílabos y decasílabos; el tema que trata es entre malevolente y atroz; el efecto es pura música.

No quiero, no, que te rías,/ni que te pintes de azul los ojos,/ni que te empolves de arroz la cara,/ni que te pongas la blusa verde,/ni que te pongas la falda grana./Que quiero verte muy seria,/que quiero verte siempre muy pálida,/que quiero verte siempre llorando,/que quiero verte siempre enlutada.

(El alba del alhelí).

Pero volvamos al alma. El poeta padece, siente, sufre, supera al dolor. Dejemos a Alberti que se despida de ustedes con un gesto estoico, digno de Epicteto: Nos dicen: Sed alegres./Que no escuchen los hombres rodar en nuestros cantos/ni el más leve ruido de una lágrima./Me miro a mí me escucho esta mañana/y perdido ese miedo/que me atenaza a veces hasta dejarme mudo,/me repito: Confiesa,/grita valientemente que quisieras morirte./.../Perdonadme que hoy sienta pena y la diga./No me culpéis. Ha

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