La medicina en el "Quijote"

Es corriente que al hablar de Cervantes o del Quijote se considere a uno o a otro desde el punto de vista literario; a lo sumo se hace especial referencia al ambiente social y político, o cultural, de la España de la época, que es la de Felipe II y Felipe III, coincidente en el tiempo con los reinados de Isabel I y Jacobo I en Inglaterra, con los reinados de Enrique II a Enrique IV en Francia, y con el papado de Paulo III y sus sucesores hasta Paulo V.

Es la época de las contiendas religiosas, de la Armada Invencible, de la batalla de Lepanto, de la conquista de América, del Edicto de Nantes; es el Renacimiento. Pero en lo atinente a la ciencia, y particularmente a la medicina, se ha escrito mucho menos, que sepamos.

VISION MEDICA

Hay en el Quijote numerosas y variadas referencias a la ciencia de la época. Al referirse a la caballería andante, dice, entre otras cosas, Don Quijote a Don Lorenzo, hijo del Caballero del Verde Gabán (I-XVIII): "Un caballero (...) ha de ser astrólogo, para conocer por las estrellas cuántas horas son pasadas de la noche y en qué parte y en qué clima del mundo se halla; ha de saber matemáticas, porque a cada paso se le ofrecerá tener necesidad dellas", y así sucesivamente. En la España de Felipe II estos conocimientos y los referentes a la navegación eran sumamente importantes, dadas las circunstancias.

Pero en materia de medicina, en ese mismo diálogo el protagonista había dicho antes: "Un caballero (...) ha de ser médico, y principalmente herbolario -vale decir, experto en hierbas medicinales-, para conocer en mitad de los despoblados y desiertos las hierbas que tienen virtud de sanar las heridas; que no ha de andar el caballero andante a cada trinquete buscando quién se las cure". Y desde el mismo capítulo inicial de la obra encontramos unas cuantas referencias sobre el tema. En primer lugar, la descripción del hidalgo, Don Alonso Quijano, que, haciendo cuentas, debió nacer en la segunda mitad del siglo XVI, prácticamente como el propio Cervantes, que había visto la luz en 1547 en Alcalá de Henares, época en que pocas personas pasaban promedialmente de los sesenta, siendo la esperanza de vida al nacer de veinte a treinta años. El mismo capítulo uno -cuyo comienzo es universalmente conocido- describe al personaje: "Frisaba la edad de nuestro hidalgo en los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza".

El retrato se complementa con otros datos: piernas largas y delgadas, rostro pálido, venas grandes y visibles. En el capítulo referente a D. Diego de Miranda, el Caballero del Verde Gabán, se dice: "Lo que juzgó de Don Quijote de la Mancha el de verde fue que semejante manera ni parecer de hombre no le había visto jamás: admiróle la longura (flacura) del caballo, la grandeza de su cuerpo, la flaqueza y amarillez de su rostro, sus armas, su ademán y compostura; figura y retrato no visto por luengos tiempos atrás en aquellas tierras" (II-XVI). Hay asimismo alguna referencia, no muy comprensible para el lector moderno, a alguna uropatía del personaje, cuando se dice que se ciñó su espada de un tahalí de lobos marinos, "que es opinión que muchos años sufrió de los riñones", porque a la piel de foca se atribuían a la sazón propiedades curativas (II-XVIII).

Pero no hay solamente descripciones físicas, sino atisbos psicológicos en la obra. Dice Cervantes, por ejemplo, en el Cap. II, que el ventero, por ser gordo, era muy pacífico. El escritor tiende a combinar lo psíquico con lo somático para darnos un esbozo de una personalidad completa. Vienen a cuento aquí las diversas clasificaciones científicas, las que nos hablan del tipo esquizoide como idealista, y del ciclotímico como práctico, como rasgos generales. Don Quijote y Sancho, a quien se describe de barriga grande, talle corto y zancas largas (I- IX, II-XVI), representan así, en principio, los polos opuestos de la tipología humana (leptosómico y pícnico respectivamente), a los que hace décadas se refería Ernst Kretschmer.

En la época era opinión corriente que las cuatro cualidades elementales, como los cuatro humores, constituían en su equilibrio o desequilibrio las condicionantes del temperamento. Los datos físicos de Alonso Quijano coincidían en lo fundamental con los tradicionales del individuo colérico y colérico-melancólico, de los que provendrían los rasgos de ingenio e inventiva propios del hidalgo. El origen de la teoría humoral se remonta a varios siglos antes de Cristo, luego de lo cual se sostuvo que las enfermedades provenían del predominio o falta de alguna de las cualidades esenciales del ser humano. En la época de Cervantes, el tema de la melancolía no era simplemente médico, ya que, por otra parte, los exorcistas de la inquisición española tenían que poder distinguir la melancolía de las manifestaciones de la posesión demoníaca, que tales consecuencias habrían de producir. Aparte de ello, el siglo XVI parece no haber sido siempre capaz de discernir lo científico de lo no científico, es decir, de separar realmente el mito y el logos, en sus diversas manifestaciones.

El Renacimiento tuvo médicos llamados humanistas, cuya obra participa de la ciencia y la filosofía, corriente que en España tuvo destacados representantes: Averroes, Ibn Tofail, Maimónides, Arnaldo de Vilanova, Miguel Servet, entre otros, que iban a hacer tambalear los cimientos de la medicina escolástico-galénica e impondrían otras teorías, como la iatroquímica.

Cuando Cervantes tenía unos seis años (1553), era quemado en Ginebra Miguel Servet, que había sido condiscípulo de Vesalio. Algo más tarde la cirugía española experimentaría un gran desarrollo: se da entonces lo que Laín Entralgo llamó "la invención quirúrgica como aventura". Los cirujanos tenían entonces vastas oportunidades de aprender, cuando servían en los ejércitos españoles que combatían por doquier. Los médicos, por su parte, gozaron, antes que otros, de una profesión más sólidamente organizada; los seguían en esto los cirujanos y los boticarios.

TRAUMATISMOS

Pero volviendo al Quijote, decíamos que desde un principio hay sucesos de índole médica: los traumatismos empiezan a aparecer, y serán abundantes en la obra. Cuando, recién armado caballero, sale de la venta, arremete contra un mercader "con tanta furia y enojo, que si la buena suerte no hiciera que en la mitad del camino tropezara y cayera Rocinante, lo pasara mal el atrevido mercader. Cayó Rocinante, y fue rodando su amo una buena pieza por el campo; y queriéndose levantar, jamás pudo: tal embarazo le causaban la lanza, adarga, espuelas y celada, con el peso de las antiguas armas. Y, entre tanto que pugnaba por levantarse y no podía, estaba diciendo: Non fuyáis, gente cobarde; gente cautiva, atended, que no por culpa mía, sino de mi caballo, estoy aquí tendido". Pero un mozo de mulas que estaba por allí empeora la cosa, porque oyendo al caballero lo vio arrogante, y después de haber hecho pedazos su lanza, comenzó a dar de palos a Don Quijote, moliéndolo "como a cibera" (o sea, como grano que se introduce en la tolva para molerse, o como residuo de frutos recién exprimidos) (I-IV).

Todos estos incidentes frecuentemente dejan a Don Quijote tendido, molido, tullido, quebrantado, vapuleado, además de marrido, es decir, triste, melancólico, como relata Cervantes, aunque no fundamentalmente herido, ni considerándose vencido, porque en cierto momento dice que "Las feridas que se reciben en las batallas antes dan honra que la quitan" (I-XV). Y este espíritu perdurará hasta el final de sus aventuras o, por lo menos hasta su encuentro y descalabro frente al Caballero de la Blanca Luna, es decir, Sansón Carrasco, luego del cual se siente impotente y superado, perdida su honra.

La sangre es mencionada muchas veces, porque los personajes sufren hemorragias varias: epistaxis, gingivorragias, otorragias. Incluso en una ocasión, la celada que con un golpe de espada le arrancan a Don Quijote en la pelea con el vizcaíno, se lleva la mitad de la oreja, suponemos que con sensible pérdida del líquido vital (I-IX). Otro ejemplo es el del Cap. LII de la Primera Parte, donde se cuenta que el "cabrero cogió debajo de sí a Don Quijote, sobre el cual llovió tanto número de mojicones, que del rostro del pobre caballero llovía tanta sangre como del suyo ..."

"Tomar la sangre" significa allí "cortar una hemorragia" (I-XXXIV); inversamente, se mencionan las sangrías, como en el Cap. IV de la Primera Parte, tan pródigo en traumatismos. Mucho después, el mago Merlín -proveniente de la leyenda artúrica- le dice a Sancho, en ocasión de los azotes que este ha de darse: "yo sé que sois de complexión sanguínea, y no os podrá hacer daño sacaros un poco de sangre" (II-XXXV). Pero también se habla de la sangre en expresiones figuradas: vengarse "a sangre helada" (II-LXIII), hacer algo "a sangre caliente" (II-LXXI), "la sangre se hereda" (II-XLII), o ser "limpio en sangre" (I-LI).

Con referencia al episodio anteriormente citado de la oreja, surge también que los caballeros andantes llevaban medicamentos al lanzarse a la ventura: Sancho extrae entonces de sus alforjas hilas y ungüento blanco para curar a su amo (I-X), ya mencionados anteriormente (I-III).

De castigos que provocan contusiones, equímosis y lesiones varias hay ejemplos también tempranamente: Juan Haldudo, el rico, por ejemplo, azota en forma despiadada a su indefenso sirviente, al que Don Quijote intenta proteger (I-IV); tales acontecimientos se reiteran hasta finalizar la Segunda Parte, en la que, por ejemplo, el Duque -para quien, junto con la Duquesa, Cervantes se inspiró en personajes históricos- manda dar cien palos al lacayo Tosilos, en un curioso incidente (II-LVI). En el Cap. I-XXXIV, en el episodio del Curioso Impertinente, Camila es acometida con una daga.

Sancho, por su parte, tampoco se libra de golpes y violencias. A menudo dice Cervantes que el episodio "dio con él en el suelo". A veces tanto el amo como el criado son castigados, como cuando Cardenio aporrea a ambos (I-XXIV). Pero no sólo nuestros queridos protagonistas son objeto de violencia: incluso el bueno de Rocinante recibe coces, mordiscos y palos, como en el capítulo XV; es lo que coloquialmente comentamos diciendo que también se la liga.

INTIMIDADES

El dolor que acompaña todo traumatismo tampoco le hace, en general, quejarse a Don Quijote, que en una oportunidad dice: "... y si no me quejo del dolor, es porque no es dado a los caballeros andantes quejarse de herida alguna, aunque se le salgan las tripas por ellas". Con todo, en alguna oportunidad lo hace, o más bien lo menciona, leve pero amargamente (I-XV). Sancho, en cambio, ve las cosas de otro modo: "De mí sé decir que me he de quejarme del más pequeño dolor que tenga" (I-VIII). En algún momento Don Quijote le comenta a Sancho: ".. si a ti te mantearon una vez, a mí me han molido ciento, y esto es lo que te llevo de ventaja" (II-II). A Sancho suelen molerle las costillas, la nuca, la espalda, mientras que Don Quijote, en cambio, recibe golpes en todas partes del cuerpo.

En la época los antecesores de nuestros traumatólogos eran llamados "algebristas", o a veces "bizmadores" (la bizma es un emplasto), los cuales normalmente tenían conocimientos empíricos de fracturas y luxaciones, cuyas tareas no eran generalmente desempeñadas por cirujanos.

Empíricos fueron también los dentistas. Cervantes se describe a sí mismo, se autorretrata, mencionando igualmente sus pocos dientes, en el prólogo de laS Novelas Ejemplares, compilación de trabajos anteriores, aparecida cuando el autor andaba por los 65 ó 66 años: "Éste que aquí veis, de rostro aguileño, de cabello castaño, de frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años fueron de oro; los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande ni pequeño; la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas y no muy ligero de pies ..."

Mas con referencia a la dentadura del hidalgo hay una alusión concreta en el Cap. XVIII de la Primera Parte, cuando, después de alancear a los carneros, tomados por caballeros, es atacado por sus dueños: " ...llegó en esto una peladilla de arroyo (guijarro) y, dándole en un lado, le sepultó dos costillas en el cuerpo. Viéndose tan maltrecho, creyó sin duda que estaba malferido y, acordándose de su licor, sacó su alcuza (vasija generalmente para aceite) y púsosela en la boca y comenzó a echar licor en el estómago, mas antes que acabase de envasar lo que a él le parecía que era bastante, llegó otra almendra (piedra o guijarro pequeño) y diole en la mano y en el alcuza tan de lleno, que se la hizo pedazos, llevándole de camino tres o cuatro dientes y muelas de la boca y machucándole malamente dos dedos de la mano". (...) Le dice entonces a Sancho: "Llégate a mí y mira cuántas muelas y dientes me faltan, que me parece que no ha quedado ninguno en la boca". (...) -¿Cuántas muelas solía vuestra merced tener en esta parte? –Cuatro –respondió Don Quijote- fuera de la cordal (del juicio). (...) Digo cuatro, si no eran cinco –respondió Don Quijote- porque en toda mi vida me han sacado diente o muela de la boca, ni se me ha caído ni comido de neguijón (caries) ni de reuma (infección) alguna. –Pues en esta parte de abajo –dijo Sancho- no tiene vuestra merced más de dos muelas y media; y en la de arriba, ni media, ni ninguna, toda está rasa como la palma de la mano"-

LOCURA

Cervantes tenía conciencia del papel de la dentadura en la digestión, también por experiencia propia, pues la buena masticación evita enfermedades del estómago.

Alude a los sesos unas cuantas veces, con referencia a la actividad de pensar, pero más con referencia a la locura: al principio de la novela dice que a su personaje "del poco dormir, y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio" (I-I). Al respecto, hay otras opiniones en la obra: en la Segunda Parte, Lorenzo de Miranda, el hijo del Caballero del Verde Gabán, dice que Don Quijote es "un entreverado loco, lleno de lúcidos intervalos", más a su padre le parecía que era "un cuerdo loco y un loco que tiraba a cuerdo" (II-XVIII). Y Roque Guinart, bandido que existió realmente con el apellido Guinarda, conoció que "la enfermedad de Don Quijote tocaba más en locura que en valentía" (II-LX). Rodó, por su parte, llama a Don Quijote "maestro de la locura razonable y la sublime cordura".

Para Juan Antonio Vallejo-Nájera, la locura del personaje se resume en cuatro puntos: a- delirio sistematizado; b- credulidad para todo lo que se refiera a ideas delirantes; c- estado de ánimo en relación con los delirios, y d- conducta relacionada con el sistema delirante.

Es de advertirse que a pesar de la enorme cantidad de traumas que nos ofrece la novela, la muerte es rarísima consecuencia de ellos. Hay, por ejemplo, en el episodio del citado Roque Guinart, un momento en que este parte la cabeza de uno de sus hombres con su espada (II-LX), y en otro episodio dos soldados mueren de disparos de arma de fuego -escopeta- efectuados por unos turcos borrachos (II-LXIII); la autoridad también ajusticia a algunos reos, lo cual obedece a otras motivaciones. Los cadáveres de estos ahorcados aparecen en ciertas partes de la novela, como cuando en la tercera salida se dirigen sus protagonistas a Barcelona. (II- LX).

Conviene recordar que el propio Cervantes había tenido experiencia directa en el combate, en su época militar, que tanto le enorgullecía, y que había sido testigo de escenas de violencia de diverso tipo en su vida, de modo que no tenía necesariamente que usar solo de su imaginación sino de su memoria para reproducir hechos agresivos y traumatizantes, lo cual hace con su consumada maestría en el Quijote.

Hay otros padecimientos diversos asimismo, que se nombran aquí y allá en la novela, así como en otras obras: dermatitis seborreica en el cuero cabelludo, nevus piloso en la espalda, o como el que Aldonza Lorenzo, la idealizada Dulcinea, mostraba como bigote (II-X). Don Quijote se lamenta de que el encantador maligno que lo persigue le había puesto cataratas en los ojos (II-X), que se nombran también con referencia a una zagala (II-XVI). Hay quienes exhiben rinofima (II-XIV, XVI) , manos en garra, cifosis, etc.; en algún pasaje se refiere Cervantes al morbo gálico, enfermedad adquirida de modo non sancto, consecuencia del amor ilícito, pero de la que no sufren sus personajes aquí, como tampoco de tabardillo (tifus exantemático) o garrotillo (difteria). Se nombran parasismos (I-XVII, I-XXVIII, II-LX); hoy diríamos paroxismos, aunque el vocablo no se emplea estrictamente en el sentido usual, porque aquí significa generalmente desmayo, aunque alguna vez síncope (II-LX); en el Cap. I-XV se habla de la aplicación de una melecina, es decir, una lavativa o enema, y nada menos que de agua de nieve y arena, al Caballero del Febo, personaje de leyenda. Se habla asimismo del frío de cuartanas, de quebraduras, de calenturas pestilentes (Cap. I-XIX). Como se ve, hay toda una variedad de trastornos de salud en la multitud de personajes que actúan o se citan en la obra.

Pero ocurre, curiosamente, que a pesar de todos sus males físicos, golpes, heridas, caídas, Cervantes nunca hace ir a Don Quijote a que lo vea un médico. Éste aparecerá, con todo, muy brevemente al final de la novela.

LA VIDA

En otro plano, Don Quijote imparte consejos generales sobre higiene y salud, como cuando prepara a Sancho para el gobierno de la ínsula. A Roque Guinart le dice que el principio de la salud está en conocer la enfermedad y en querer tomar el enfermo las medicinas que el médico le ordena. "Dios, que es nuestro médico -agrega-, le aplicará las medicinas que le sanen, las cuales suelen sanar poco a poco, y no de repente y por milagro" (II-LX). Mas los personajes, incluso el hidalgo, no son muy aseados que digamos. En general, hay descuido en muchos de los que aparecen en la obra; hay tiña, pediculosis, olores corporales; así, el capítulo I-XVI destaca, por ejemplo, el feo aliento de Maritornes; Dulcinea tenía "un olorcillo algo hombruno", dice Sancho (I-XXXI); una zafia labradora tiene mal olor en la boca (II-XVI). Don Quijote se lava muy poco. Pero hay también otras indicaciones de valor médico, dermatológico, digestivo, infeccioso, etc. Tanto el amo como el criado tienen feos vómitos, después de ingerir un bálsamo hecho de varios componentes (el llamado de Fierabrás, conocido gigantesco personaje de las leyendas de siglos anteriores, mencionado en el Cap. I-X), que les provocó asimismo sudor. Romero, aceite, sal y vino (I-XVII) componen una típica receta al efecto; el vómito provocado como mera purga estomacal mediante hierbas se menciona en el Cap. XII de la 2a. Parte. Sancho sufre además diarreas (I-XVII), que se repetirán, por ejemplo, un día por el frío de la mañana, tras haber cenado cosas con efecto laxante (I-XX). Hay otras referencias también, en las que lo escatológico, por cierto, no escasea.

Las hay en varios lugares a productos específicos, como el aceite llamado de Aparicio, al que se atribuían unos cuantos usos: tenía virtudes febrífugas, astringentes, vulnerarias, vermíficas y diuréticas, muy recomendable para tratar heridas frescas (II-XLVI)

El Quijote es fiel reflejo del sistema de alimentación de la época: pan, vino y carne como alimentos esenciales, la última sobre todo de cabrito o carnero, luego vaca o buey; las aves las consumía la clase acomodada. Manteca y tocino eran grasas habituales; aceite de oliva, jamón, luego menudos. Aparte de eso, las normas eclesiásticas imponían ayunos muchos días del año, como los cuaresmales, que se respetaban o no tanto, según los casos. El queso es alimento muy citado por los protagonistas de la novela; los huevos también, que gozaban de prestigio entre los médicos, porque por su naturaleza se digerían bien, y se convertían en seguida en sangre. Verduras, como lentejas, se nombran desde un comienzo. Los dulces más habituales eran entonces el azúcar y la miel; la fruta parece menos importante. En los diversos episodios de comidas en el Quijote vemos la pitanza pobre del campesino, y los alimentos más ricos y apetecibles de la nobleza. Curiosamente, el único alimento americano que se menciona es el pavo, que Sancho nombra como "gallipavo" (I-XI), pero no se citan productos vegetales de nuestro continente, aunque el maíz ya se cultivaba en España, o la batata, o ciertos pimientos. El Dr. Pedro Recio Agüero, de Tirteafuera, da consejos alimentarios a Sancho, elegido gobernador, en el palacio, al empezar el banquete, pero al final le impide comer, indicando los efectos nocivos de cada plato, siendo esa una de las razones de Sancho para alejarse de la ínsula: "más quiero hartarme de gazpacho que estar sujeto a la miseria de un médico impertinente que me mate de hambre" (II-LIII). En otra parte de la obra, dice: "yo tiraré mi vida comiendo hasta que llegue el fin que le tiene determinado el cielo" (II-LIX). El agua también contribuía a sanar; los arranques de desasosiego y malestar de Don Quijote se aplacaban bebiendo un jarro de agua fría, equilibrándose así el exceso de calor producido por este humor (I-V).

La enfermedad se enfoca en la obra más bien como el resultado de una vida desarreglada, tanto en el comer como en el beber, y por no sujetarse a las normas de higiene. Hay en esto alguna analogía con las teorías que sustenta contemporáneamente Shakespeare, cuando atribuye ciertos males y acontecimientos luctuosos a desarreglos en la conducta de los hombres. Se enfatiza aquí también la necesidad de descanso, como en el pasaje que citamos al comienzo, donde se expresa que del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro a Don Quijote. Aparecen aquí y allá recomendaciones concretas sobre el cuidado de la salud, como las que el amo da al escudero antes de ingresar al gobierno de la ínsula: "... lo primero que te encargo es que seas limpio y que te cortes las uñas, sin dejarlas crecer, como algunos lo hacen, a quien su ignorancia les ha dado a entender que las uñas largas hermosean las manos, como si aquel excremento y añadidura que se dejan cortar fuese uña, siendo antes garras de cernícalo lagartijero"; "Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago. Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto, ni cumple palabra" (II-XLIII). Más adelante sugiere moderación en el sueño, "que el que no madruga con el sol no goza del día" (II-XLII) Y vuelve a referirse al astro rey en la Segunda Parte como ente benéfico, al que alude entusiastamente como Febo desde el comienzo del capítulo: "tirado aquí, médico acullá" (II-XLV). Era lugar común entonces una antigua idea, proveniente de Aristóteles, del calor del sol como fuente de vida, originaria del famoso y centenario aforismo que dice que "donde entra el sol no entra el médico", con su variante de "donde no entra el sol entra el médico".

Se refiere Cervantes también a las propiedades terapéuticas de los distintos remedios, afirmando que "son más estimadas las medicinas simples que las compuestas, porque en las simples no se puede errar, y en las compuestas sí, alterando la cantidad de las cosas de que son compuestas" (II-XLVII). Entre otras cosas, por ejemplo, Sancho aplica a su amo una cura para la oreja, consistente en hojas de romero mascadas y mezcladas con sal (I-XI). Pero muestra aquél, al mismo tiempo, cierta animadversión a la farmacopea: "Tomara yo más aína (pronto, antes) una cuarta de pan, o una hogaza y dos cabezas de sardinas arenques", dice el hidalgo, "que cuantas yerbas describe Dioscórides, aunque fuera el ilustrado por Laguna" (se refiere a la obra del autor del siglo I, que conoció en la edición de 1555, ilustrada por el Dr. Andrés Laguna –1494-1560) (I-XVIII). Para esa época, sin embargo, la contribución médica americana enriquecía visiblemente a la farmacopea tradicional.

Por otra parte, nuestro autor parece anticipar el movimiento de la medicina preventiva moderna, cuando el doctor Recio de Tirteafuera dice de sí mismo a Sancho que "no cura las enfermedades cuando las hay sino que las previene para que no vengan", como relata en su carta el escudero a su amo (II-LI).

El tema de la muerte del hidalgo, Don Alonso Quijano el Bueno, vuelto a su aldea y ya recobrada la cordura, está descrito con la pericia habitual del escritor, que, sorpresivamente allí sí hace que los amigos del moribundo llamen a un médico, que le toma el pulso, sin aventurar un diagnóstico y, entre calenturas, desmayo y lucidez del protagonista recomienda atenderle la salud del alma, porque la del cuerpo corre peligro. El facultativo es del parecer que las "melancolías y desabrimientos le acababan".La melancolía, que con frecuencia caracteriza la etapa inicial de la locura, caracteriza también a veces su declinación, y la ocurrencia del cambio hacia la normalidad, como le sucede al hidalgo. Tras de lo cual, habiendo hecho testamento, deja este mundo el noble caballero, rodeado de sus seres queridos (II-LXXIV).

Por último, un comentario acerca de los médicos. Cervantes al hacer la crítica los deja un poco de lado. ¿Sería porque su padre era médico, o quizás por creer que no eran tan malos como algunos los pintaban? Molière también se ocupará de ellos en sus efectivas y graciosas sátiras, dirigidas a los pedantes, quienes fuera de lo formal y lo superficial no mostraban mérito alguno. Pero en el caso de Cervantes, que, como dijimos anteriormente, no llama a ninguno para atender a sus héroes durante sus aventuras, en boca de Sancho pone incluso una alabanza, cuando este dice que "a los médicos sabios, prudentes y discretos les pondré sobre mi cabeza y les honraré como a personas divinas" (II-XLVII). Hablándole a Roque Guinart, Don Quijote le manifiesta que "el principio de la salud está en conocer la enfermedad y en querer tomar el enfermo las medicinas que el médico le ordena. (...) Dios, que es nuestro médico, le aplicará las medicinas que le sanen, las cuales suelen sanar poco a poco, y no de repente y por milagro" (II-LX).

Como decía Rodó, "Cervantes es el más alto representante espiritual, que fue, a la vez, el mayor prosista del Renacimiento, y el más maravilloso creador de caracteres humanos que pueda oponer el genio latino al excelso nombre de Shakespeare". Mas también en materia médica sus creaciones, y no solo el Quijote, son dignas de estudio y encomio, y merecen toda nuestra atención e interés, que aumentan insensiblemente, al igual que nuestra admiración, a medida que nos internamos en su mundo de maravillas. Por algo aquel famoso médico que fue Thomas Sydenham (1624-89) recomendaba a los estudiantes de medicina leer la inmortal novela.-

Roberto Puig

 

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