cuentario

Ludito

Wilmar Berdino

"No sé que me dio..." me dijo Ludito meneando la cabeza "Te juro que no sé lo que me pasó. Un black-out. Yo que había salido de casa sin idea fija, a ver, con la idea, claro, de comprar carne. La patrona me dijo: "Andá hasta lo del Lucho y traeme medio kilo de aguja de segunda para el puchero". Yo estaba leyendo el diario en el fondo, al lado de las tomateras, lo más tranquilo. Nada en especial. Un sábado como cualquier otro. Así que dejé el diario encima de la reposera, me levanté, tomé la chistera de la compra, me puse el casco y arranqué la moto. Para ir a lo del Lucho, que estaba a la vuelta nomás, cerquita de la Curva de Maroñas, vos sabés, a dos pasos, pero igual siempre me iba en moto. No sé. La costumbre. Hice el par de cuadras con la moto ronroneando entre las piernas. Un día precioso. Solcito, a pesar de ser invierno, los gurises jugando a la pelota en la calle, algunos paseando el caballo porque al otro día había carreras en el Hipódromo... lo de siempre. A la carnicería la vi, a la izquierda, y sabía que tenía que frenar, esquivar los pozos al doblar y parar en el estacionamiento a la entrada. Pero no sé. Seguí de largo. Era como si fuera otro el que manejaba la moto y yo era un pasajero. Seguí, y sabía que estaba haciendo mal, que la patrona estaba esperando el medio kilo de aguja de segunda para el puchero, pero no era yo, bueno, sí que era yo pero otro, no sé si me entendés, y todo era tan pacífico e irreal... como en un sueño. Pronto el paisaje empezó a cambiar, de Piedras Blancas para afuera, saliendo de los andurriales, todo se empezó a poner más verde, las chacritas, los viñedos, vacas, eucaliptos... Yo estaba poseído por el aire claro, el cielo azul, el vibrar de la moto que era un ente autónomo, un bagual retornando al redil con el gaucho arriba, seguro, confiado, sin penas ni pucheros sin carne. En ese plan contemplativo seguí, y cuando quise acordar estaba llegando a las afueras de Minas, el lugar en el que nací, tomando las curvas conocidas de los barrios a los que no veía desde ya hacía quien sabe cuanto, viendo las casas descascaradas y los árboles de las plazas de mi juventud, los bares, los almacenes y las personas en las esquinas, en el dolce far niente minuano. Una manada de vagos, bah. Permanecí dos días allí, visitando parientes y amigos. El lunes partí para Maldonado... ¿te acordás, no? Aunque eras chico seguro que te acordás de aquel día en el que llegué en la moto cagado de frío y no me podía bajar de tan agarrotado que estaba, la moto encendida en el fondo de la casa de ustedes y yo gritándole a tu padre que la apagara porque tenía los dedos como estalatictas o estalagmitas, no me acuerdo cual corresponde en este caso, en esta descripción de los hechos, por así decirlo, bueno, y tu viejo se moría de la risa y me decía "¡¿Qué hacés loco de mierda con este frío acá?!" Con ustedes me quedé hasta el jueves, fuimos a pescar, ¿te acordás? Luego arranqué para Atlántida, a visitar al tío Cantalicio y a la tía, y estuvimos chupando el vinito casero que el viejo bandido tiene almacenado en el galpón del fondo, contándonos anécdotas, anécdotas, bah, el viejo me estuvo descosiendo a mentiras, si seguimos más de los dos días que me quedé seguro que me dice que un platillo volador había aterrizado encima del techo de la cocina y por eso la chimenea no tiraba bien, había una humareda que ni te cuento, entre eso y el vino dulzón... Bueno, para hacerla corta; llegué a mi casa exactamente una semana después de que había partido, y a la hora que tendría que haber llegado si la moto no se hubiera convertido en caballo sentimental autónomo. Total que abro la puerta de entrada, vicho para la cocina y allí estaba la patrona, cocinando como si nada, vestida igual y en la misma posición que la había dejado el día de la partida. El tiempo parecía que se había detenido. ¡A lo mejor me había caído en un agujero negro y no había pasado nada y lo sucedido me lo había imaginado! Pero no. Cuando la patrona se giró me lanzó una de sus miradas vascas. Vos sabés. La mirada. Balbuceé varias excusas no sabiendo como explicar lo inexplicable. Le di saludos de toda la parentela a la que había visitado en mis tres destinos. La puse al tanto de enfermedades, curas, casamientos, divorcios, cornamentas y cumpleaños de quince. La patrona impasible blandiendo la espumadera. Se hizo un silencio en la que ella aprovechó para acercarse unos pasos. Bajo el tormento de su mirada vasca y la posibilidad de un espumaderazo en el débil recinto de mis pocas neuronas dijo: "¿Terminaste?" Yo, mirando al suelo, ya sin argumentos, dije: "Sí". Y poniendo las manos en las caderas como lo hacía Lauren Bacall en las películas de John Ford agregó :"¡¿Y me querés decir donde mierda tenés la carne?!"

"¿El loco?" dijo El Profeta, su hermano, mi padre "Tá como una cabra. Estábamos de pesca por la zona del Penitente, una vez, cuando éramos gurisotes, él, otro amigo y yo. Había que cruzar un arroyo. No demasiado ancho. Unos diez metros de orilla a orilla. Primero me largué yo con las cañas. Luego el amigo que tenía flor de panza y flotaba como un corcho con la caja con anzuelos y carnadas. El loco se había quedado del otro lado mirando el agua. Le gritamos: "¡Tirate de una vez que aún tenemos un buen trecho por andar hasta el pesquero!" El gordo era baqueano en la zona y sabía en donde estaban los mejores pozos con bagres y tarariras, pero había que patear por entre los chilcales y a campo traviesa su tiempito. El loco parecía dudar pero al fin se zambulló. Pasaron algunos segundos. No aparecía en la superficie. Con el gordo nos miramos extrañados. Pasó casi un minuto. Ya nos empezábamos a preocupar que a lo peor se hubiera dado de cabeza contra una roca cuando aparece a nuestros pies, resoplando como un lobo marino. Le preguntamos que por qué se había venido buceando. Nos miró mientras se paraba. Dijo: "¡Qué buceo ni que niño muerto! ¡No sé nadar!" El chiflado se había venido reptando por el lecho del arroyo, agarrándose a las raíces y a las rocas, hasta dar con la otra margen. ¡Tá como una cabra!".

El Ludito, tras jubilarse y para apaciguar su espíritu aventurero, se compró un terrenito en la Ruta 6, en las cercanías de Toledo -lugar por el que sin duda pasó en su búsqueda de identidad cárnica años atrás- y se construyó, con la ayuda de El Profeta, una casita en la que convive con sus plantas, sus esculturas y sus gallinas, que corretean libremente por el lugar y le ponen huevos en la cama. Al Ludito lo visito cada vez que voy al Uruguay. Generalmente coincide cuando él tiene cumpleaños -el 3 de Enero- y hace algún asadito bajo la frondosidad de los árboles y en las cercanías de su monumento al dios Baco: una mano de hormigón le sirve a una copa del mismo material un poco de vino de una botella que sostiene. (La Catalana, impresionada por la monumentalidad de tal efigie, y ya bajo los efectos de algún tintillo de la zona, quiso inmortalizarse ante la representación). En las reuniones, entre sorbo y sorbo, se discute, generalmente, de la irredomable estupidez de la raza humana. Ludito es un acérrimo defensor del escepticismo y de la desconfianza como arma en las acciones de la mayoría de los políticos y de los interesados de turno. Se ve a sí mismo como un "anarco de huevos aplastados", y hace reír a todos con sus frases únicas y originales, a contracorriente del main stream. En la visita del último verano Ludito me hizo entrega de su "herencia"-una alcancía de la Caja de Casupá llena hasta los topes de monedas viejas- porque, según él, de este año no pasaba. Ciertas molestias en el pecho habían llevado a un infarto tiempo atrás y presentía lo peor. El Profeta me había anunciado vía telefónica, en la tercera semana de Mayo, que una operación a corazón abierto era inevitable. Preocupado llamé poco tiempo después para saber cómo había ido todo.

"¿El loco?" dijo El Profeta "¡Tiene asombrados a todos los médicos de La Española! ¡A los dos días de la operación estaba caminando como si nada, puteando por los políticos y tratando de convencer a las enfermeras de las ventajas del anarquismo! Sabés como es...!"

Imagino el comentario pertinente que haría el Ludito ante la situación: "Y bué... algún día la iré a quedar como todos... luchando en este calvario ridículo de nuestros días consumistas.... aparte... ya te habrás fijado que últimamente... ¡se está muriendo gente que nunca antes se había muerto!".

Wilmar Berdino

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