Serie: La Responsabilidad (XCXXIX)
Ética y juego
Mauricio Langon
El juego no es serio, el homo ludens rompe la seriedad del sapiens, dijo no recuerdo quién. Si algo es serio, no es juego. Por eso hay siempre algo maldito en el juego. Porque rompe, porque desarticula, porque pone de manifiesto. Porque muestra los entretelones, las estructuras, los esqueletos que se salen para afuera como los arbotantes de las catedrales medievales o como los huesos que atraviesan la piel del ganado muerto en el desierto y dejan a la vista la corrupción, que quería estar oculta.
Quiero decir, que el juego es maldito y no es serio, por la radicalidad crítica del juego, por esa alegre, aguda, irónica, hiriente y persistente resistencia jocosa a la seriedad, que es la raíz de toda resistencia y la afirmación de vivir como jugando. El juego es maldito, el juego no es serio, porque rompe las reglas de juego...
ARRANCAR DE LA PRACTICA
Arrancar de la práctica. Meter lo ético en lo que hacemos cuando jugamos todos los días, cuando nos jugamos, cuando abandonamos antes que nos den el jaque mate, cuando pedimos y ofrecemos tablas en vez de pedir y ofrecer mate. Ética es una reflexión crítica sobre la moral y las costumbres. Y el juego es parte de la moral y las costumbres. Hagamos ética, entonces, reflexionemos críticamente sobre el juego. Juzguemos el juego. Jugar y juzgar los valores que están en juego y el valor del juego. También juguemos con los juicios.
Queremos algo así como una mirada juguetona sobre el juego, jugar con el juego. A ver si podemos encontrarnos a nosotros mismos y a la diversidad de todos los otros en el juego. A ver qué tal juegan el bien y el mal, mezcladitos en el juego de la vida; y qué pasa con la moralidad, la inmoralidad y la amoralidad en el juego; y si se aprende a respetar normas, a crearlas, a cambiarlas o a eludirlas con el juego; y si se es justo en el juego; y si se aprende a valorar y qué en los juegos; y si hay juegos buenos y malos; y...
Preguntas. Queríamos empezar con preguntas. ¿Qué preguntas éticas le haríamos cada uno de nosotros al juego? Invitamos a que cada uno interrogue a sus juegos predilectos; y se interrogue sobre su juego en lo que no es juego. Y a que cada colectivo lúdico se haga preguntas y busque respuestas sobre los juegos en que entra.
Pero... ¿Hay que pensar y repensar el juego o sólo jugarlo? Y una vez jugado cada juego:
a) ¿Podríamos pensarlo para "analizar la partida" para saber, por ejemplo, por qué perdimos y no cometer los mismos errores, para desarrollar nuestros poderes y proteger nuestras debilidades, para prepararnos mejor para el próximo juego?;
b) ¿Podríamos pensarlo para analizar en qué crecimos al jugar? ¿qué tal nos vinculamos con los demás? ¿qué tal se consolidó o se debilitó el grupo o la amistad? ¿qué aprendimos de nosotros mismos o de los otros? ¿cómo transferiríamos fuera del juego lo aprendido en el mismo? ¿qué tal vivimos el momento del juego?
c) ¿Podríamos ju(z)gar (con) el juego? ¿Podríamos inventar un juego para ju(z)garlo? ¿Es el juego un modo de pensar, de relacionar, de juzgar? ¿Es un ensayo, un aprendizaje, una reforma, una revolución de los modos de relacionar(nos) con los otros, con lo natural, con lo divino, con lo artificial, con nosotros mismos?
Puede haber muchas preguntas. Por ejemplo ¿qué es un juego y qué no lo es?. Al menos para saber de qué estamos hablando. O qué vale en el juego o qué valor tiene el juego. El juego ¿es? ¿vale? El ser, es. El valor, vale. El juego, juega. Jugar es jugar. Jugar es otra actividad distinta que ser o valer. "Se juega" no es una fórmula impersonal: uno se juega. ¿Quién juega?
Estaría bueno jugar a hacerle preguntas al juego. A hacerle preguntas a cada juego. A preguntarnos antes y después de cada juego. Pero aquí y ahora tendríamos que intentar ordenar un poco las preguntas para no dispersarnos -para no divertirnos- demasiado. Para no distraernos en cuestiones laterales o de poca monta.
Problemas. Hay que ir a la raíz de las preguntas. Pero la raíz de las preguntas es un problema de alguien. Y si por problema entendemos no sólo algún jueguito interesante, sino algún obstáculo importante, alguno de esos problemas que no te dejan dormir, entonces, nos encontramos con algo serio en la raíz del juego.
Para nosotros, jugadores en el mundo de hoy, donde la ciencia y la tecnología parece que están en condiciones de disolver o resolver (casi) todos los problemas ¿qué problema podría haber? No problem diría el juguetón Alf. Juguemos en el bosque, que el lobo ya no hace temblar a nadie, y ya nunca está. ¿Qué problema podría haber en nuestro mundo sin problemas? Juguemos, dancemos, cantemos.
Desde Gilgamesh o Nezahualcóyotl está la conseja: goza mientras puedas, que mañana morirás. Y si no puedes, si piensas que todo lo que ha de morir ya está muerto, entonces, deja alguna obra imperecedera... O... Pero éstas eran viejas respuestas al problema. Hoy, resultan innecesarias, porque ya no hay problema: todo problema se resolverá, y lo que ha de resolverse, ya está resuelto. Relájate y goza.
JUGAR EN EL MUNDO DE HOY
Nos tocó jugar en la cancha de hoy, donde todo es juego. La sociedad de hoy nos es presentada como un juego por von Hayek y seguidores. El mercado es un juego de azar. Debe estar librado a sus reglas de juego (que no hizo nadie y que por tanto son inmutables). Todos están obligados a entrar en el juego, todos tratando de ser ganadores (ricos, consumidores insaciables) y no perdedores (condenados a exilio -donde podrán pasar a ser ganadores- a exclusión, a pobreza, a muerte). Algunos (el Estado, las ONG, las almas bellas) deberán preocuparse por asegurar la igualdad de oportunidades (de ser ganadores o perdedores); a veces, de que no se hagan trampas. Aunque el juego no tiene ninguna regla que pueda ser violada... y por tanto todo vale, ya que las únicas reglas, son las leyes de la oferta y la demanda, que son leyes que funcionan siempre, necesariamente, como las leyes de la naturaleza, no reglas de juego que puedan cumplirse o no. Ese juego en que cada uno busca ganar, pocos triunfan y muchos pierden la felicidad y la vida, es sin embargo, según dicen, un juego en el que ganan todos...
abría que empezar por reflexionar críticamente sobre el problema que representa para la inmensa mayoría de la humanidad (o para todos) esta imagen del mundo humano como un juego. Un juego que tuvo sus anticipos en las Bolsas de Comercio y en el Juego del Monopolio (que sólo termina cuando uno se ha quedado con todas las riquezas y los otros con nada).
Cuando yo era niño no entendía por qué la ruleta era un juego inmoral. Para mí era evidente que cada jugador iba con la esperanza lícita de obtener ganancias por azar, sin perjudicar a nadie. Un religioso se tomó el trabajo de explicarme que era inmoral porque los que ganaban se quedaban con el dinero de los que perdían; que, en ese tipo de juegos, jugar para ganar dinero era jugar no ya para ganarle a otro una partida, sino para quedarse con su dinero, para hacerle perder vida. El juego mundial, según esto, sería un juego inmoral.
Este juego mundial real se parece demasiado a la imaginaria Lotería de Babel, de Borges, en la cual, para darle más emoción, se repartían no sólo premios sino castigos, y se podía "ganar" un cargo público de importancia o "perder" una pierna o un empleo.
Otros juegos de hoy también merecerían una mirada metaética, un metajuego: ciertos juegos de TV; ciertos juegos de guerra y estrategia, por ejemplo. Uno podría preguntarse no ya si son morales o inmorales, éticos o antiéticos, sino también si son juegos o antijuegos. Si no tienden a hacer imposible jugar.
Algunos poetas, teólogos y filósofos del siglo XX se preguntaron si será posible hacer poesía, teología o filosofía después de Auschwitz. Cabría tal vez preguntarse también si es posible jugar después de Auschwitz (tomando este nombre como símbolo de las máximas atrocidades inhumanas llevadas a cabo racionalmente y hasta en nombre de la razón y de la humanidad). En todo caso, ¿qué transformaciones radicales deberían sufrir la poesía, la teología, la filosofía o el juego en el Auschwitz en que se transformó el mundo después de Auschwitz... ?
¿Qué características tienen los juegos del padre con el hijo en la película "La vita è bella"? ¿Y el del médico alemán que trata de solucionar adivinanzas ¿es el absurdo del juego situaciones límites, o es el juego el modo de comunicar que la situación no tiene solución, que no se puede hacer nada?
En todo caso: ¿son éstos los juegos que habrá que jugar ahora? ¿A qué enigma estamos abocados a encontrar solución?
Juego de enigmas. Edipo y la esfinge: quien no sabe quién es el ser humano se precipita al abismo. "Adivinanza de la esperanza: lo mío es tuyo, lo tuyo es mío; todas las sangres formando un río". Juegos de preguntas y respuestas. Descubrir verdades ocultas. "Adivina, adivinador". Hay que saber ver... y si no se sabe ver, como Edipo... aunque adivine enigmas... necesitará un ciego que vea mejor cuáles son las causas de la peste.
En este juego de la escondida, ver sin ser vistos es la clave para sobrevivir. Que conocen muy bien animales cazadores nocturnos; los ingleses en la guerra de las Malvinas con lentes para ver de noche; los bombarderos norteamericanos invisibles; la niña que muere dentro del tronco de un árbol antes que dejarse ver, en un cuento de Bierce; Poe que esconde una carta entre las cartas; los maquis y los guerrilleros que se esconden en la multitud; las dictaduras que esconden cadáveres.
Pero en el verdadero juego -a lo mejor- se juega algo más que la mera sobrevivencia: se juega porque sí, por mera gratificación vital, como una función de la vida. Y ese juego que juega el neoliberalismo no sabe de nada gratis, no sabe perder, no sabe jugar. No es juego sino inversión del juego.
INVERSION DEL JUEGO, CORRUPCION DE LA HUMANIDAD
La guerra y el mercado simulan ser juegos, juegan a ser juegos en su racionalidad estratégica, pero no son juegos. Nunca dan handicap, nunca dan ventajas para que se pueda seguir jugando. No les interesa jugar sino ganar. Y ganar definitivamente, ganar para que no se puede jugar más. La idea de handicap, de dar ventaja en cambio, tiende a permitir que todos jueguen con todos, que todos puedan gozar de poder jugar con los diferentes. Los caballos dan ventaja en el peso; en ajedrez, se da ventaja en el tiempo de las jugadas; en boxeo: en el peso de los guantes...
La humanidad ha avanzado a través del juego:
a) De guerra a ley y deporte reglado y ritualizado, a juego, a diálogo. Se puede avanzar -como en las modernas Olimpíadas- hacia la confraternidad universal, simbolizada en las Olimpíadas del 36 en la Alemania nazi, cuando el rubio alemán segundo en los 100 metros llanos, abrazó al negro norteamericano que lo derrotó y se hicieron amigos, derrotando juntos a la discriminación y el odio.
b) Pero la guerra y el mercado que simulan ser juegos para poder seguir siendo lo que son: antijuegos; es la inversión del proceso seguido por la humanidad. Se puede retroceder -como en las modernas Olimpíadas- hacia la corrupción, hacia la inhumanidad.
¿Qué juego jugar? Los niños siguen preguntando: "¿Puedo salir a jugar?" Porque siguen viviendo el juego en íntima relación con la libertad, aunque tengan que pedir permiso, e indignarse (como corresponde) si éste no se les concede. Los adultos nos seguimos olvidando de eso: no nos damos permiso para jugar. De grande, si no te obligan, no jugás.
Pero el gran antijuego que se propone como juego en el mundo actual desata al juego de su relación con la libertad, por más que se diga liberal. Te obliga a entrar en el juego. A veces te engatusa con sus piñatas multicolores, con esas cajitas mágicas, esos cajeritos automáticos que te dan dinero, esas tarjetitas todopoderosas que te permiten comprar sin plata... y que terminan con tu libertad acogotándote con deudas. Otras veces son más sucios: simplemente te consideran jugador por más que no quieras jugar, y te someten a las reglas de su antijuego antihumano.
Pero el verdadero juego es diversión gratis; con premios inútiles pero que te llenan de satisfacción porque recuerdan cómo te gratificó el juego.
¿Cómo jugar en un mundo donde nada es gratis, donde todo se paga? Ése es el problema.
LA AFIRMACIÓN DEL AZAR Y LA GRATUIDAD EN EL JUEGO
"Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí." ("Así habló Zaratustra") ¿Qué es jugar en Nietzsche?. Es vivir, y vivir es sinónimo de creación en función del sentido de la Tierra. Hay reglas: las de la vida misma.
Gratuidad es el juego: ¿juego para algo?. No. En el juego mismo hallo mi finalidad; o mejor dicho no hay finalidad. Una rueda que se mueve por sí misma, un círculo que no tiene sentido; lo contrario de una flecha con dirección, cuyo sentido es llegar a un objetivo, habiendo superado, evolucionado, con relación al punto inicial. El círculo, la rueda, simplemente gira, sin ser girada por nadie. El niño, el hombre, abandonado a sí mismo y al juego de la vida.
¿Por qué puede ser ético el juego?. Porque la eticidad está en el vivir, en el crear. La vida es creación y es gozo por ella, y a tal punto es este gozo y este amor a la vida, que Nietzsche somete al niño hombre a la repetición eterna de su juego.
Lo que está fuera de la opción ética, o lo que implica una moralidad falsa, que el autor llama enferma (y a quienes la siguen "enfermos y decrépitos"), consiste en reprimir, cortar, anular la vitalidad y en no vivir en función del Sentido de la Tierra.
Esto no implica un deber ser, un sometimiento a valores impuestos, sino que significa danzar con el ritmo de la tierra. En la danza dejo de ser yo mismo, dejo de tomarme como centro de referencial de todo lo demás. Me uno con el ritmo de la danza que me incluye y me centra, al mismo tiempo des-centrándome. Soy un niño: me interno en la rueda que se mueve por sí misma.
"Si alguna vez jugué a los dados con los dioses sobre la divina mesa de la tierra, de tal manera que la tierra tembló y se resquebrajó..." ("Así habló Zaratustra") Jugando no persigo finalidad extrajuego, y si la persigo soy un mal jugador. La afirmación del azar no persigue finalidad: no es la jugada, no es la echada de dados en función de un cálculo de probabilidad. El cálculo no es ético: quiero aventajar, pero al mismo tiempo no quiero jugar, porque quiero extraer un provecho en función de la pérdida de otros. Y si no quiero jugar tengo mala conciencia.
Afirmación del azar: no hay mala conciencia, no hay cálculo, no hay explotación a otro, o a la tierra.. Me la juego en la echada de dados y afirmo luego su necesidad; porque amo esa jugada, amo el azar y quiero eternamente esa jugada.
Me interesa rescatar la imagen de la echada de dados: cuento con posibilidades; yo mismo soy posibilidades y tengo que jugármelas. Pero es el azar lo que determina qué posibilidad se pone en marcha, y una vez dada la combinación yo la elijo, porque amo este momento presente que constituye mi momento de vida-juego. Lo amo incluyendo lo trágico, lo que me puede hacer conmover.
Como símbolo de esta actitud, Nietzsche toma a Dionisio, dios de la embriaguez, que ríe y danza con todos los aspectos de la vida sin excepción.
Ahora bien, al tirar los dados, no hay apuesta, no hay idea preconcebida. Por eso, ser mal jugador es apostar. Dionisio no apuesta, sino que vive; no salta, sino que danza. El bufón es el que salta y que cree que al saltar está danzando, y que danzar significa alcanzar, sobrepasar.
Me parece muy interesante este planteo, en el marco contemporáneo, donde saltar es lo que se impone, e incluso, dentro de los supuestos valores dados como valores dominantes. Me refiero a esos valores que el discurso hace referencia cuando dice "se han perdido lo valores", o cuando se dice por ejemplo "tenés que ser..."
El problema consiste en la afirmación sin reflexión, sin atender a un contexto dado; el dar por válido un cierto deber ser, que, en este caso se supone que se ha perdido, pero que tiene que volver a ser, porque ha sido, y porque lo que ha sido es valedero. Este discurso maneja varios supuestos: el que existió un orden que se realizó y la obligatoriedad intrínseca de esos valores, independientemente del contexto dado.
La pregunta podría ser: ¿tengo que ser?, ¿hay obligatoriedad? ; y si la hay ¿porqué y para qué la hay?, ¿qué finalidad persigue?. Porque si hay algo obligatorio, se supone que es por algo, o está dirigido hacia algo. Es decir tengo que asumir ciertos valores como permanentes, porque parecen ser obligatorios con relación a algún fin.
Debo ser, debo calcular, debo saltar, sobrepasar para llegar a algo. Aquí no hay danza; no está dada la tarea de Dionisio, que consiste en hacernos ligeros, en enseñarnos a danzar, en concedernos el instinto del juego, en fusionarnos con la alegría. Parecería todo lo contrario: estamos frente a la afirmación de la finalidad y el servilismo.
Aquí está el mal jugador: el que tiene mala conciencia, el que sirve a algo, a alguien por una supuesta tajada.
Ahora bien: si te sirvo y no me das, si persigo la finalidad y no accedo a ella, entonces aparece el deseo de venganza. La venganza está implícita en el servilismo. Si te sirvo, quiero mi recompensa: y si no la obtengo, entonces quiero mi venganza.
El buen jugador, el niño hombre vive creando, tal como lo afirma Zaratustra: "un santo decir sí".
¿QUE ES EL JUEGO Y QUE VALE DEL JUEGO?
Por ahí ya vamos avanzando en qué es el juego y qué vale el juego. Por el lado de la gratuidad y por el lado de matarlo preguntándole servilmente ¿para qué sirve jugar? ¿para qué sirven los niños, ésos que sólo juegan?
Podemos agregar que es jugando que se aprende lo más básico de una cultura: distinguir presencia y ausencia (ta / no ta), imitar a los grandes hablando y haciendo como hacen ellos; relacionarse con las cosas, con los otros, consigo mismo; descubrir que hay cosas ya normadas y que se las puede simplemente cumplir, eludir, querer o cambiar. Nos hominizamos jugando. Jugar es una de las acciones que nos permiten llegar a ser humanos de determinada cultura. Nos hacemos humanos diferentes de otros con ciertos juegos en los que ensayamos, simulamos, curioseamos, exploramos.
Juego es entrenamiento para la vida y para la muerte. Probamos el sentido de la vida y experimentamos el fracaso. El ajedrez, en francés, es "el juego de los fracasos" que termina en el "fracaso de muerte". Hay juegos de inclusión y exclusión, que dejan afuera a las niñas, con la pelota, o a los varones, con las muñecas, o al que no entiende el juego o al que juega mal. ¿Por qué será que en "ladrón y poli" pocos quieren ser policías y ésos generalmente son excluídos? El juego da sentido en el conflicto y acerca a través de la rivalidad sostenida entre distintos barrios o cuadros, o grupos humanos. El juego es vida: se sigue jugando siempre, igual que se sigue viviendo. "Mientras hay vida hay esperanza", se dice: Mientras hay vida hay juego.
El juego es un dispositivo cultural; algo de lo que dispongo y que me fue dispuesto. Es un mecanismo para socializarme, con-formarme, dominarme; y es aquello de que dispongo para resistir, liberarme, formarme, personalizarme. Jugando se aprende que no se comienza nunca de cero, que la cuestión es cómo jugamos con aquello de que disponemos. También explorando alternativas y comenzando de vuelta.
Juego es también aprendizaje de que las cosas no tienen final; de las cosas que tienen sentido en sí mismas, no por referencia a su fin ni a su origen. Como la vida, por ejemplo. Se juega por jugar y para volver a jugar, para repetir el juego; no para terminar, para ganar definitivamente, para morir. La finalidad del juego no está en el final, en quién gana cuando el juego termina (o sea cuando los jugadores mueren) , está en jugar. Jugar y vivir como finalidad y como valor. Las otras finalidades (el desarrollo del físico o la mente, la ganancia, el desafío, el vértigo...) ¿capaz que son sólo pretextos para jugar? Uno no puede retirarse de una mesa de póker, o de los caballos que pierden por una cabeza, porque sería retirarse de la vida. Es trampa cortar el juego porque me llevo la pelota. No vale decir: "Mancha; pido gancho, el que me toca es un chancho; pido, no juego más". Hay que jugar siempre; el juego es in-finito.
Y el juego es entre iguales. Donde hay desigualdad no hay juego: hay abuso, trampa. La desigualdad es un final (que siempre se presupone al principio) y que impide el juego.
Retirada "Hasta el otro carnaval"
Al juego del mundo capitalista de hoy lo llamamos antijuego. Porque no es gratuito, porque sacrifica el tiempo (siempre presente) a un presunto final, porque sólo mira siempre en la misma dirección, porque quiere la desigualdad, porque deja de construir y degrada al hombre. Quizás sea mejor verlo, sin embargo, como una plenitud, como la plenitud de esos juegos viciosos que se han hipertrofiado hasta negarse a sí mismos. Los guaraníes califican la perfección ética de una persona con un término que podríamos llamar plenitud y que supone la indestructibilidad en una tierra sin mal, indestructible, plena. La degradación ética la llaman "plenitud otra": la del hombre que ha perdido su humanidad y se vuelve animal también irreversiblemente.
¿Qué juegos jugar, entonces, en este mundo que juega un juego fatal?
JUGAR ES COSA DE NIÑOS
Cállicles le escupía a la cara a Sócrates -el que seguía jugando filosofía con los adultos, y no sólo con los niños- el siguiente ataque a la filosofía, que es ataque al juego: "Es bueno conocer filosofía en la medida en que sirve a la educación, y no es vergozoso filosofar cuando se es joven. Pero el hombre maduro que sigue filosofando hace una cosa ridícula, Sócrates, y los hombres que se dedican a filosofar se me hacen como esos hombres que balbucean y juegan como niños. Cuando veo un niño que balbucea y juega, es algo propio de su edad, me encanta, lo encuentro gracioso, muy conveniente a la infancia de un hombre libre; mientras que si oigo a un niño expresarse con precisión, eso me entristece, lastima mi oído y me parece tener algo de servil. Un hombre hecho y derecho que balbucea y que juega es ridículo; no es un hombre, dan ganas de azotarlo. Es precisamente lo que siento respecto a los filósofos. En un joven me gusta mucho la filosofía; ella está en su lugar y denota una naturaleza de hombre libre: el joven que no se dedica a ella me parece un alma inferior, incapaz de proponerse una acción bella o generosa. Pero, Sócrates, un hombre de edad que sigue filosofando sin parar, merece ser azotado."
Filosofar, pensar, jueguitos para niños. Las personas adultas se dedican a cosas serias. A la guerra, por ejemplo. El planteo socrático no merecería ser perseguido y muerto, mientras fuera puramente un juego de niños, charla con jovencitos ociosos, pura di-versión separada de la realidad político-social y de los efectos que en ella pudiera tener. El juego dialéctico socrático no sería un enemigo peligroso mientras se mantuviera al margen de las cosas serias, de las "cosas de hombres".
Y la reivindicación socrática sería, justamente, seguirse dedicando a preguntar, a cuestionar, a criticar, aún de viejo, aun muriendo. Y sembrando siempre y hasta lo último el juguetón virus crítico, también en quienes están en condiciones de asumir responsabilidades políticas, en quienes pueden realizar acciones que afectan la vida de la "polis", en quienes pueden efectivamente cambiar la realidad.
Dussel dice: "Nosotros tenemos en nuestra comprensión del ser, en el momento que irrumpimos en la adolescencia a la libertad, todos los Abeles muertos de la historia. Ése es el pecado originario". Cuando cada muchacho o cada chica nace a la libertad, en la adolescencia, ya está el hermano asesinado, y ya está instalada una sociedad en que está bien matar al hermano, en que es aceptado y propuesto el fratricidio.
Esa interpretación del "pecado original" permitiría ubicar con precisión la cuestión de la diferencia entre filosofar y jugar entre niños, jóvenes y adultos: la diferencia está en el nacimiento a la libertad, en la posibilidad de participación en la "polis"; en la posibilidad de actuar; de asumir resposabilidades. Antes de eso, tal vez, filosofar y jugar sean socialmente "aceptables".
Dice Dussel: "El otro es el que pedagógicamente va constituyendo mi mundo y su sentido, y llega un momento (...) en que afloro a la libertad, emerjo a un mundo que me ha sido dado, que no he constituido solo. Es necesario que sea así. Pero en ese mundo se encuentra ya Abel muerto. Ese es el pecado originario. En el mundo del muchacho o de la chica en libertad se encuentra que el "otro" ya ha sido negado de muchas maneras, ese mundo es su ser".
Ahora, a partir de la adolescencia, ya no se puede jugar, porque tal vez se podría jugar a reflexionar sobre el sentido de esa educación (de ese pecado) que nos da un estar en un mundo en que el "otro" ha sido negado; nos da un estar caínico en un mundo en que ya no se puede jugar con otros sino contra otros y hasta matarlos. Filosofar, jugar se hacen ahí cuestión de vida o muerte, de sentido de la vida, de inserción en el complejo proceso de cambio del mundo.Y si es así, entonces, esto transforma las aulas y los juegos en lugares de una muy peligrosa y asombrosa, espantable y filosófica encrucijada entre los espacios de los niños y de los adultos, entre la escuela y la política; entre jugar y convivir en sociedad.
Dice San Pablo: "El amor nunca pasará. Algún día, las profecías ya no tendrán razón de ser, ni se hablará más en lenguas, ni se necesitará más el conocimiento. Pues conocemos algo, no todo, y tampoco los profetas dicen todo. Pero cuando llegue lo perfecto, lo imperfecto desaparecerá. Cuando yo era niño hablaba como niño, pensaba y razonaba como niño; pero cuando fui hombre, dejé atrás las cosas de niño" (I Corintios, 13,8 -13). ¿Se trata de dejar atrás los juegos de niños?
Ese texto paulino culmina el famoso himno al amor. Establece una jerarquía en que el amor aparece por encima de toda sabiduría, de todo conocimiento y acción, de la fe y de la esperanza. Se habla, piensa y razona "como niño" cuando aún no se (re)conoce la supremacía absoluta del amor, mientras se sigue necesitando fe y esperanza.
Quizás se podría plantear nuestro problema en términos de gente que quiere amor en un mundo que quiere otra cosa. En el fondo, quizás es el mismo problema de Pablo de forjar un hombre nuevo. Pero después de pasar por una experiencia histórica que muestra las limitaciones de la fe (de las convicciones) y la impotencia relativa del amor (en cuya base está, sin embargo, la potencia, su capacidad de engendrar), mantenidas ambas por una esperanza, cansada pero insistente. El problema sigue siendo el mismo de San Pablo: seguir actuando por fe, amor y esperanza, aun sospechando que ser martys del amor te lleva a ser mártir.
"Entonces no seremos ya niños a los que mueve cualquier oleaje o cualquier viento de doctrina, y a quienes los hombres astutos pueden engañar para arrastrarlos al error" (Efesios, 4, 14), espera Pablo. Es el punto de la educación filosófica en un momento de transición. ¿Es también el punto que nos permita repreguntarnos qué juegos jugar en este mundo que mata con fuego como juego?
El juego vale, el juego no es serio, el juego es maldito, el juego es juego porque juega, y, al hacerlo rompe las reglas de juego... Un juego que no rompe las reglas no es un juego.
Un personaje de García Márquez se negaba a jugar a las damas porque no podía concebir que los jugadores estuvieran de acuerdo en las reglas de juego. Tal vez convendría empezar por negarse a entrar en el antijuego neoliberal, por no aceptar las reglas de ese juego de damas.
La filosofía crea conceptos. Nietzsche decía que "de lo que más tiene que desconfiar el filósofo es de los conceptos mientras no los haya creado él mismo". El juego crea juegos. De lo que más tiene que desconfiar el jugador es de los juegos, mientras no los haya creado él mismo.
A ver si aprendemos a jugar, a romper reglas de juego. Para poder jugar, para poder vivir.
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