Los 50 años de Gran sertón: veredas, de J. Guimarães Rosa
EL REMOLINO DE LA NARRACIÓN
João Cézar de Castro Rocha
Medio siglo atrás se publicaba Gran sertón: veredas, extensa novela del ya entonces prestigioso João Guimarães Rosa (1908-1967). Su fuerza narrativa, su novedad formal, que tardó una década en ser reconocida fuera del Brasil, produjo una revolución literaria de considerables proporciones.
PALABRA Y CULTURA.
Con extraordinario poder de síntesis, ya en el primer párrafo de Gran sertón: veredas, el autor propone los ejes del relato. El principio motor sería la violencia como cara oculta de la cultura. Esta hace su irrupción con los tiros que sorprenden al interlocutor. "Nonada", la palabra símbolo con que se abre la historia, es empleadA por el narrador-protagonista –el jagunço Riobaldo– con una finalidad tranquilizadora, al tiempo que con esa palabra se dispara el relato.
Ese término propone de algún modo que el narrador no se "sirve" del lenguaje, sino que existe a través de él. Por su intermedio habla la travesía en apariencia interminable de los jagunços, quienes viven su "cristo-jesús" en el "lugar sertón"; el eterno retorno de la pregunta sin respuesta sobre la vigencia del mal, vislumbrada en el becerro defectuoso, el de "ojos de no ser"; el pasado del narrador que se esboza en el préstamo de las armas que le pertenecen; el diálogo permanente –y constitutivo de la trama– con un interlocutor forastero, cuya reserva bien puede esconder el recuerdo de una amenaza ("el señor ríe ciertas risotadas"). Y, por último, el sertón, lugar que se expande, auténtico personaje que casi asume el papel de una voz narrativa, modulando el relato, abarcando al sertanejo como al interlocutor de Riobaldo. Porque "el sertón está en todas partes".
En suma, el primer párrafo lanza abruptamente al lector en el remolino de la narración. No hay mediaciones o movimientos preparatorios, la lectura de la primera palabra crea el lugar sertón de Guimarães Rosa. "Nonada": no hay otra cosa que desde siempre no haya sido lenguaje. En palabras de Riobaldo: "A la manera del molino que, en él, no teniendo qué moler, se muele a sí mismo, en sí mismo, muele, muele". Vale decir, una palabra empuja a la otra y, la mayor parte de las veces, una desdice o por lo menos matiza a la otra. Pero también "nonada" es una fórmula de pensamiento, un demoledor tratado filosófico cuyo contenido se encierra en el título-símbolo, aunque el narrador no se canse de glosarlo, como si deseara probar lo que afirma por su opuesto: "Es y no es. Usted cree y no cree. Todo es y no es..."
Al concluir la novela y, por cierto, sin saber si de hecho ocurrió el pacto con el Cão, el Tal, el Não-sei-que-diga, el Cramulhão –o sea, el diablo–, el narrador debe contentarse con la respuesta de un sofista del sertón adepto al espiritismo, una especie de Gorgias reencarnado, el Compadre meu Quelemém: "Uno tiene que cismar. Pensar para adelante. Comprar o vender, a veces, son acciones que son casi iguales...". Pero que producen la diferencia irreductible de una pregunta que, en lugar de ofrecer respuestas, sólo propone nuevos problemas. Jean-François Lyotard catalogaría una situación de este tipo como "pregunta filosófica", pero en la metafísica de Riobaldo se trata de la propia condición humana. Por eso mismo, "nonada" no es una mónada. Quizá en el punto resida una de las múltiples lecciones posibles de Guimarães Rosa. La escritura de Gran sertón contiene en su reverso una aguda lectura de la tradición de la novela y, sobre todo, el hallazgo de una alternativa a los impases experimentados por el género después de la obra de James Joyce, sólo por mencionar el nombre ejemplar de la crisis de representación EN la novela en el siglo XX.
PREGUNTAS Y RESPUESTAS.
La novela se abre con una respuesta cuya pregunta no fue enunciada. El lector tiene que imaginar un interlocutor que, después de escuchar los tiros lejanos, se asusta y pregunta con recelo poco disimulado: "¿Qué fue eso?" El narrador, probablemente con una sonrisa despectiva ante la ignorancia del "doctor", responde a quemarropa: "Nonada". Y esta es la clave: esa misma respuesta será la marca de Riobaldo, ya que él nunca abrigará certeza alguna. "Nonada" es, también, su condición existencial. En consecuencia, la primera palabra de Gran sertón no sólo sumerge al lector en el remolino del tiempo particular que impone el lenguaje de Guimarães, sino que lo proyecta hacia un espacio extratextual, construido a través de la palabra, pero que asimismo supone un lugar capaz de modelarla. Si parece acertado recordar que el sertón de Guimarães Rosa es, antes que nada, semiótico –esto es, un acto lingüístico–, no por eso debería olvidarse que el lenguaje del autor se plasma en el proyecto de transcribir una experiencia.
El lenguaje crea un universo singular, cuya relación con un espacio determinado puede ser considerado irrelevante para la recepción de la obra. O como lo propone Riobaldo: "Yo quería descifrar las cosas que son importantes. Y lo que estoy contanto no es una vida de sertanejo ni de jagunço, sino la materia que fluye". Al mismo tiempo, el universo de Guimarães revela hasta la extenuación la incapacidad del lenguaje para agotar la complejidad del mundo, pues las cuestiones "primeras" de la existencia nunca encuentran respuesta. En Gran sertón, "todo es y no es", hasta el propio lenguaje, si se quiere. En su historia, por lo tanto, el escritor mineiro aprovecha las fundamentales innovaciones lingüísticas de la novela moderna sin descartar al narrador convencional, tal como fue definido por Walter Benjamin.
Dicho de otro modo: además de participar de la experimentación de las vanguardias, Guimarães desea compartir las experiencias del "hombre humano" en su "travesía". Por eso Gran sertón combina la proliferación de innumerables neologismos estructurales con las aventuras novelescas, por eso reúne una exploración lingüística de alto voltaje y una trama arcaica de venganza y de odio; de ahí, también, que invente una dicción poética única en medio de la historia de un imposible episodio de amor, que mantiene atrapado al lector hasta la última página. Novela experimental y novela tradicional aparecen como dos caras de la misma moneda, los dos lados de la misma materia que fluye.
Al fin de cuentas, en su prólogo a Tutaméia. Terceras estórias (1967), titulado "Aletria e hermenêutica", Guimarães comentó el método: "Entre Abel y Caín, faltó un hermano cuyo nombre empezaba con B". En otras palabras: sólo en el seno de la tradición es posible renovar, a través de una apropiación irreverente y creadora. Se podría ENTONCES adaptar EL siguiente pasaje del discurso de Riobaldo: "Lo más importante y bonito del mundo, es esto: que las [historias] nunca están iguales, aunque fueran terminadas, siempre van cambiando. Afinan o desafinan. Verdad mayor". Tal vez esa sea una de las lecciones más relevantes y vigentes de Gran sertón: veredas.
(Traducción de Pablo Rocca)
EN EL PRINCIPIO FUE EL NEOLOGISMO
|
Volvamos al comienzo del texto
![]() Portada |
© relaciones Revista al tema del hombre relacion@chasque.apc.org |