Grela, la suerte
Wilmar Berdino
Desde la clásica estampita en la cartera de la dama a la herradura en el bolsillo del caballero, los humanos necesitamos sentirnos protegidos por fuerzas "superiores", "especiales" o "divinas" para que guíen y ayuden nuestros temerosos pasos en este valle de lágrimas, en donde el mal campea en cada insospechado rincón.
Uno, teórico y práctico del escepticismo en la materia, cree, ante cada nueva prueba de superchería que se presenta ante los ojos, haber llegado al súmun de la superstición y la estupidez, la cúspide inalcanzable, la fresita encima de la torta del miedo, la esperanza y la duda. Ayudado por las burbujas etéreas de mi jabonosa profesión en la que la meticulosidad limpiadora es el lucero que conduce mis acciones dirigidas a emprenderla contra la roña traidora, soy testigo diario de variados ejemplos de simbologías de lo "bueno" o representaciones de la "suerte" repartidas en los interiores de los coches a los que someto a mi tiranía del aspirador.
Los amuletos que emiten "buena onda", "fuerza" y "fe" vienen en las más diversas formas y colores, y pueden estar ocultos en las guanteras, colgando de los espejos retrovisores o mimetizados debajo de los asientos, lugares que, parece ser, son una insospechada fuente de "energía positiva" (¿será porque ésta puede entrar con más facilidad al cuerpo del mortal necesitado por la abertura al final de la espalda?). Fotografías de los seres queridos con dramáticas inscripciones debajo (¡No corras! !Te espero en casa!) son moneda corriente, ya que el calor que irradian las imágenes hace que uno, supongo, piense dos veces ante de sucumbir al anárquico encanto sin igual de la pata y bocina.
Aventuro a especular, sin embargo, la peligrosidad de tales mensajes ambiguos. En una no muy lejana época solía visitar nuestro establecimiento un muy elegante señor, siempre muy aseado y más que correctamente emperifollado, que era poseedor de una de esas fotografías al costado del volante de su Passat verde. El ser allí retratado, presumiblemente su mujer, era un esperpento inimaginable que para colmo sonreía una mueca cachavacha a la sombra de un apéndice nasal que tenía toda la apariencia de mango de una escobilla de inodoro. El muy educado señor, atormentado -supongo- ante la terrorífica certeza del "¡Te espero en casa!" ignoró un buen día la primera premisa -"¡No corras!"- e hízose pronta y literalmente puré contra el tronco de un abedul que era parte componente del paisaje al inicio lateral de una curva de la ruta por la que él, en aquel infausto -o liberador, según como se mire- día transitaba.
Ergo: los talismanes tiene siempre dos caras. Una positiva y una, a veces, muy pero muy fea.
Aparte de los interiores de los autos uno de los lugares en los que tradicionalmente más se ejecutan esos ritos paganos y cristianos es el vestuario de fútbol. Si uno ha tenido la oportunidad de practicar tal deporte, sabe que ya desde la más tierna edad se es partícipe, entre olores a linimentos, sudor y medias sucias, de las extrañas modalidades y formas que toma la superstición entre las descascaradas y masculinas cuatro paredes.
En la gloriosa época del Depor de finales de los años setenta y principios de los ochenta, recuerdo las epopéyicas "cábulas" -como decía el Pancho- ejecutadas en el vestuario de atrás del frontón por una variada gama de personajes de la cuarta y la tercera división como el Servando Marrero, el Víctor Hugo Fernández -el poeta camionero del INVE-, el Lalo, Lentini, Míster Holmes, el Cacho Sámano, Sauchenko, el Palito García, el Tono y el Flaco Nene. La mayoría de las cábalas eran inofensivas (medias bajas, camisetas por fuera del pantalón, cintas adhesivas en las rodillas, crucifijos), otras olorosas (meadas en los arbustos), otras violentas (gritos guerreros, golpes a la despachurrada camilla), otras cariñosas (tocarle el culo al gordo masajista de turno).
Pero la mejor, la más compleja y larga la tenía el ya nombrado Flaco Nene. Su elaborada cábala comenzaba dos días antes, el viernes por la noche en la "confitería" de Cruzado con una simple cervecita, rubia y espumosa, y terminaba diez minutos antes de comenzar el partido con la cabeza metida bajo el chorro de agua fría de las duchas del vestuario y con una bolsa con hielo sobre los huevos. Pero quien tuviera la buena fortuna de ver al Flaco Nene en acción impulsado por los benefactores dioses etílicos gambeteándole el alma bajo los implacables soles del Ginés Cairo, bueno, tenía la oportunidad de apreciar un espectáculo único que lamentablemente duraba sólo 45 minutos: en la pausa el Flaco se echaba bajo los eucaliptos que rodeaban la cancha y no había dios que lo despertara.
De todas maneras, haciendo gala de una técnica que desconcertaba a rivales, espectadores, juez y compañeros de equipo, lograba anotar dos o tres goles -con comentarios incluidos "¡La lleva el Flaco por la punta, desborda, levanta la vista, deja otro rival por el camino, driblea al arquero, va a patear, estáááá... vieeeneee... goooooooooool! ¡Goooool del Flacoooo!" - y marraba otros treinta o cuarenta, ventaja con la cual, a pesar de ser todo el equipo Flaco-dependiente, ganábamos el partido. Logramos salir, de esta manera, campeones departamentales bajo la asombrosa dirección técnica del japonés: ("¡Cuando ellos atacan todos pa trás! ¡Cuando nosotros atacamos todos pa lante! ¡Y traigan más dielo pal Flaco!").
Volviendo al presente y los automóviles. Una bella damisela, ítalo-suiza ella, es asidua visitante de nuestras instalaciones por problemas relacionados a la coordinación cerebro-acelerador-volante, lo cual la lleva a embestir cuanta figura animada o inanimada que tenga la desgracia de cruzarse en su camino, ocasionando daños considerables a su maltratado vehículo.
Lo bonito del caso es que la bella en cuestión está protegida por un pentagrama mágico que tiene situado debajo del asiento del conductor. Dicho pentagrama tiene hasta fecha de vencimiento. Algún avivado aprendiz de brujo se lo renueva cada tres meses y cobra sus buenos dinerillos por el "trabajo". El pentagrama -una estrella de cinco puntas dibujada groseramente con un marcador negro- se haya acompañado por un breve texto escrito a máquina que describe las áreas en las cuáles surte efecto. Se puede leer, entre otras cosas, que su influjo alcanza para "radar, accidentes, vandalismo, agresiones, controles de tránsito, multas, robos, embotellamientos, peleas, daños a terceros, problemas técnicos y todo tipo de influencias negativas".
En los últimos cuatro meses ha dejado su auto unas diez veces para reparar, batiendo todos los récords históricos del taller. Piensan nombrarla socia vitalicia, así le sale más en cuenta.
En su más reciente visita, la semana pasada, controlé debajo del asiento mágico. Había renovado su porción de buena suerte. "Válido hasta el 2 de Agosto" se podía leer. Pero tiendo a descreer que alguna vez vaya a funcionar.
Porque es grela, la suerte.
Wilmar Berdino
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