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Pirata, Caballero. Su barco y su muerte

Sir Francis Drake

Caballero para los ingleses y pirata para los españoles, Sir Francis Drake fue ambas cosas. No puede negarse que su fama como navegante fue merecida desde que fue, entre otras razones que sustentan su memoria, el primer inglés en circunnavegar el mundo.

Nacido cerca de Tavistock, Dorset, alrededor de 1540, tiene una historia movida y por momentos novelesca. Y como otros tantos personajes que se recuerdan, conlleva una cuota de misterio, al igual que el más célebre de los buques que comandó.

De familia humilde, su vinculación con el mar se inició en su adolescencia. Hizo viajes comerciales durante un tiempo. Llegó hasta Guinea africana. Algo desilusionado con el tráfico costero y los limitados horizontes del Mar del Norte, se alistó en la flota de la familia Hawkins, cuyo miembro más famoso, John, había intentado al principio negociar legalmente con las colonias hispanas de ultramar. Mas Drake se lanzó de lleno a la ilegalidad. Cruzó el océano con variada fortuna por primera vez a los 27 años. En 1570-71 volvió a las Indias, donde sus atrevidas acciones de pillaje y de guerra contra localidades y buques españoles -hechas ya por su cuenta, y no subordinado a otras figuras como Hawkins- en venganza por anteriores reveses, comenzaron a cimentar su fama y consolidar su fortuna por la costa de tierra firme caribeña y aguas adyacentes, el Spanish Main para los ingleses de entonces.

Hasta 1572, poseedor de patentes de corso y al mando de dos pequeños buques, ulteriores saqueos acrecentaron su fortuna y su experiencia náutica. Fue en ese año cuando, después de haber incendiado la localidad panameña de Portobelo -donde convergían las remesas del oro y la plata que España enviaba desde las Indias, fabuloso botín para el pirata- divisó por primera vez el Océano Pacifico, momento en que, tras un romántico impulso, rogó a Dios que le diera vida y permitiera a buques ingleses surcarlo. Tan remuneradora aventura agradó, naturalmente, a la reina en su fuero íntimo, dada su forma de ver y sentir las cosas.

El viaje más célebre de Drake comenzó a fines de 1577, año en que volvió a cruzar el Atlántico dirigiéndose al sur, al mando del Pelican, de 100 toneladas, del Elizabeth, de 80, del Marigold, de 30 y de dos buques menores más, con el cometido de concluir tratados comerciales con quienes habitaran fuera de la zona de influencia española y, de ser posible, explorar las tierras australes americanas, todo ello bajo los auspicios de la corona. Después de haberse efectuado algunos cambios en la flota en aguas africanas, hacia el mes de abril estaba por nuestras latitudes, e hizo escala en lo que más tarde se conocería como Punta del Este. En agosto siguiente, tras el incendio y abandono de dos de los navíos, no sin haber ocurrido también algún serio incidente disciplinario, entró en el Estrecho de Magallanes. Allí cambió el nombre del Pelican, adoptando el que habría de hacerse célebre, Golden Hind ("Cierva de Oro"), probablemente en honor de su patrocinante, Sir Christopher Hatton, en cuyo escudo de armas lucía una cierva, tal vez a manera de compensación tal vez por la pérdida de los buques citados, también apadrinados por él.

Al entrar en el inmenso Pacífico, violentas tempestades con vientos huracanados sacudieron a la flotilla, ya reducida a tres unidades, de la que un buque, el Marigold, desapareció sin dejar huellas, y el otro, el Elizabeth, decidió volverse atrás, al presumirse también hundido el buque insignia.

El Golden Hind, que había logrado, en cambio, milagrosamente superar las adversidades, costeó el litoral chileno, atacó diversos puertos, procurando su comandante evitar posibles desmanes de la tripulación, se aprovisionó en Valparaíso, apenas un caserío entonces, capturó algunas presas, entre ellas Nuestra Señora de la Concepción (también conocida como Cacafuego, nave española en ruta a Panamá, portadora de valiosa carga) a la altura del Perú, con cuyo capitán se portó caballerescamente, y siguió viaje hacia el norte, tomando nuevas presas y renovando sus provisiones en el camino, hasta llegar a la actual costa meridional canadiense, aproximadamente sobre el paralelo 48, buscando un pasaje hacia el Atlántico. Puso allí proa al sur, en parte debido al intenso frío. A la altura de California llamó a esta región Nova Albion, en recuerdo de su patria, y se dirigió luego al oeste. Durante 68 días los expedicionarios no avistaron tierra, hasta que arribaron a las islas Palaos, en Micronesia. Después de reabastecerse en Java, el Golden Hind hizo rumbo al Cabo de Buena Esperanza, atravesando el Océano Índico, cosa que ningún buque inglés había intentado, tras lo cual llegó sin mayores dificultades y con nuevos reaprovisionamientos a Inglaterra en setiembre de 1580, luego de dos años, nueve meses y dieciséis días de navegación.

Había dado la vuelta al mundo, sin proponérselo quizás en un comienzo. Se cuenta que al avistarse su nave en Plymouth, un domingo a la hora de la misa, la gente abandonó la iglesia para ir a recibirlo a los muelles. El libro de bitácora indicaba, sin embargo, que era lunes; no había advertido Drake que habían ganado un día al circunnavegar el planeta en esa dirección, de este a oeste.

Aunque muy satisfecha por los logros del navegante, la reina no podía reconocer públicamente lo que sentía, pues las relaciones con España estaban en una fase de tregua, previa a la crisis definitiva. Como, al igual que otros personajes, ella misma había aportado una cuota de los gastos del viaje, los extraordinarios e insospechables dividendos que el mismo produjo -varios cientos de miles de libras- no fueron un motivo menor de regocijo. Le participó a Drake, además, que España le consideraba simplemente un pirata; al embajador de este país, Bernardino de Mendoza, le comunicó, no obstante, que nada sabía de las andanzas de su súbdito, cuyos ataques desvergonzados a buques y bienes hispanos tampoco toleraría. Pero, pasado un tiempo prudencial, visitó al navegante en su barco, y después de haberle pedido que se arrodillara, le dio el espaldarazo, y agregó, con real calma: "Levantaos, Sir Francis". Inglaterra tenía así un nuevo caballero.

A partir de allí la guerra abierta con España se vuelve inevitable; los ataques de Drake ("el Draque", para sus adversarios) a Cádiz y demás depredaciones y acciones bélicas exitosas -"el quemar las barbas del rey español"-, decidieron a Felipe II la invasión del territorio enemigo, y se aprontó trabajosamente la famosa Armada Invencible, que en 1588 intentó lograr sus propósitos.

La leyenda aquí también tiene su cuota: se dice que el 29 de julio de tal año, cuando Drake estaba en medio de una partida de bolos en Plymouth Hoe, le trajeron la noticia de que se había avistado una fuerte congregación naval española cerca de las Islas Scilly. Calmosamente, contestó: "Tenemos tiempo suficiente para terminar la partida y también para batir a los españoles". Y prosiguió jugando.

Lo cierto es que, una eficaz combinación del mal tiempo reinante con la buena táctica de los buques ingleses, comandados por Drake, más ligeros y maniobrables que los poderosos galeones llenos de soldados de su enemigo, así como otros problemas del momento, desbarató los planes de ataque, dispersó y hundió buques, causó innumerables muertes y la empresa española se tornó un total fracaso. Felipe diría después: "Yo envié mis naves a luchar con los hombres, no contra los elementos". Otra hubiera sido la historia de ambas naciones si no hubiera sucedido así. A pesar de ello, España seguía siendo la mayor potencia militar de Europa; Inglaterra era a la sazón un país chico y casi sin ejército; mas este desastre marcó el principio de la decadencia marítima de España.

En filas inglesas, el triunfo sobre la Armada trajo una ola de optimismo y entusiasmo, que más tarde habría de menguar con algunas derrotas sufridas en las contiendas de Irlanda y con la ocupación española de algunos puertos del Canal de la Mancha.

Años después, tras algunas campañas locales, una breve actuación en asuntos públicos e incluso en el Parlamento, el distinguido caballero Drake volvió a las Indias Occidentales, en agosto de 1595, junto con John Hawkins, el segundo en comando de la flotilla, ya citado, ex-esclavista y corsario, también hecho caballero –conocido como "Juan Aguinas" por sus víctimas-, sin presentir que ese sería para ambos su último viaje.

La suerte no habría ya de acompañarlos: surgieron incidentes entre ambos hombres; un ataque a las Canarias terminó en fracaso; los españoles causaron la pérdida del buque de Drake, el Francis; y, finalmente, en noviembre moría Hawkins cerca de Puerto Rico. A esto siguió la derrota de una fuerza expedicionaria que Drake envió al istmo de Panamá. Para ese entonces, Sir Francis había caído presa de la temible disentería amíbica, que traería el fin de su vida al año siguiente, en las inmediaciones de Portobelo.

Y aquí comienza otra interrogante. Nuestro personaje murió en el mar, pero no en mar abierto; se conocen incluso el lugar y las circunstancias de su deceso. Su cuerpo fue colocado en un ataúd recubierto de plomo y arrojado por la borda del galeón Defiance, como lo confirman crónicas y testigos presenciales, en medio de una apropiada ceremonia.

Que el féretro estaba así acondicionado lo certifican además los inventarios que quedaron de la expedición, en que consta la diferencia de peso del metal que llevaba el buque a la ida y a la vuelta. Se sabe, por otra parte, que restos humanos pueden conservarse tras un largo tiempo de inmersión si los cubre la arena o el limo. Por lo tanto, sería quizás posible hallar sus despojos, sabiéndose, como se sabe, dónde fueron arrojados. Este dato lo confirman además posteriores testimonios, obtenidos tras la toma de Portobelo en 1601, y publicados junto con mapas bastante exactos de la zona, que muestran además las fortificaciones y la ciudad misma, y mencionan concretamente una roca, la Isla Verde de las cartas marinas del siglo XX, junto a la cual estaban anclados los buques cuando se llevó a cabo la aludida ceremonia fúnebre.

Nuevas búsquedas realizadas a partir de 1975, con instrumental apropiado, detectores de metales y otros medios, hallaron restos de barcos, que pudieron haber pertenecido quizás a la Vizcaína, carabela del cuarto viaje de Colón, hundida en 1503 en las inmediaciones, o al anterior buque de Drake, el mencionado Elizabeth, que naufragó también por esos lugares poco después de la muerte de este, ocurrida en 1596. Los investigadores se sintieron defraudados, aunque sostienen que el ataúd de plomo del navegante se encuentra allí. De hallarse, probablemente fuera depositado en Londres, como el de Nelson, que reposa en la Catedral de San Pablo, con los honores que el pueblo inglés está dispuesto a rendirle… mas la ley panameña puede ser un obstáculo, toda vez que dispone que los hallazgos de tal índole deben permanecer en el país.

Para finalizar, es menester agregar que la nave del gran periplo de 1577-80, la Golden Hind, tampoco ha sido hallada. Su historia, curiosamente, es también conocida, así como el último lugar en que estuvo anclada. Se ignora quién fue su constructor, pero se sabe que no era nueva cuando Drake la tripuló. No han sobrevivido dibujos o referencias concretas, pero se entiende que tendría unos cien pies (30 metros) de eslora, y un desplazamiento de no más de 140 toneladas, lo cual, incluso con los parámetros de la época, no hacía de ella una nave grande. Estaba, no obstante, bien artillada, y su construcción era sólida. La descripción de uno de sus tripulantes, el portugués Nuño da Silva, es bastante elocuente al respecto: dice que "está bien equipada, tiene buenos palos y velas y hace poca agua al navegar".

Cuando el tornaviaje de 1580, se había dispuesto que el Golden Hind quedara en Deptford, sobre la margen sur del Támesis, al este del centro de la ciudad, donde se construyó un muelle especial al efecto, para que la nave pudiera ser visitada, tal como se haría más de dos siglos después con la Victory de Nelson en Portsmouth. Allí permaneció la que fuera nave de Drake durante algunas décadas. Pero a partir de 1662 la información al respecto es muy parca; parece que algunos cazadores de recuerdos se apropiaron de trozos de madera del buque, el que finalmente, en especial por el natural deterioro, quedó reducido a una sombra de lo que había sido. Para colmo de males, un incendio se declaró a bordo, causando aun mayores destrozos.

Pasado mucho tiempo, ya a principios del siglo XX, obreros que trabajaban en la central eléctrica de Woolwich, próxima al lugar, hallaron trozos del maderamen de un buque, que se creyó inicialmente menos antiguo de lo que era. Al sacar esos trozos a la luz, despojándolos del barro que los protegió, comenzaron a desintegrarse. Demasiado tarde se cayó en la cuenta de que podían ser restos del Golden Hind. Algunas de las fotografías tomadas entonces, que registraban cuadernas y otros trozos de roble, han desaparecido también, a consecuencia de los bombardeos de la segunda guerra mundial. Se dice, sin embargo, que su proa y el trinquete (mástil delantero) se hallan en las inmediaciones de la central eléctrica. No obstante, la nave estaba en Deptford, no en Woolwich, lo cual aumenta la incertidumbre acerca de los restos hallados. En 1977 nuevos intentos de rescate se llevaron a cabo, y se hallaron otros elementos que parecen corresponder al siglo XVII. Dadas las características físicas del lugar, se cree que la parte inferior del buque puede haber sobrevivido. Quizás futuras excavaciones, en tanto lo permitan las construcciones costeras existentes, logren llegar al casco original, para agregarse a lo que la tradición afirma que proviene del buque: una silla de la Biblioteca Bodleiana de Oxford, y una mesa de la entidad profesional Inner Temple (una de las Inns of Court) de Londres, fabricadas con aquellas maderas que en algún momento fueron retiradas por manos anónimas de la célebre embarcación, cuyo curioso y similar destino la acerca más a su famoso comandante.-

Roberto Puig

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