El MLN, un caldero en ebullición
Hebert Gatto
La bibliografía sobre los Tupamaros es extensa y de calidad muy variada. Ningún otro grupo político, incluyendo a los partidos históricos, ha concitado últimamente tanta atención de historiadores y analistas. Ese interés no ha excluido la diatriba, la pasión exculpatoria o la más encendida apología, a menudo encubierta de retórica científica.
Curiosamente, la investigación o la que presume de tal se detiene en 1985, como si los más de veinte años transcurridos desde la salida de la dictadura carecieran de importancia para caracterizar a un movimiento que si ha algo ha demostrado es capacidad para mutar. A salvar esa omisión responde Adolfo Garcé en un libro reciente que ya agota su primera edición (1) El trabajo, encarado con la seriedad que caracteriza al joven politólogo, señala, junto a la notoria plasticidad del MLN para adaptarse a las nuevas condiciones políticas del país, ciertas líneas de continuidad con sus propósitos fundacionales mucho menos destacadas hasta ahora.
LA HIPOTESIS
Garcé parte de una hipótesis que vertebra su trabajo: contrariamente a lo que podría parecer como la capacidad de modificar el programa y su accionar por parte de algunos partidos revolucionarios una vez que ingresan a la liza electoral, admite como variable explicativa a su propia ideología en tanto cumpla con dos requisitos: a) admita una relación flexible entre teoría y práctica; b) exhiba tolerancia en la interpretación interna de sus postulados, autorizando la presencia de fracciones permanentes. Así, mientras algunos partidos, como el comunista, practican un alto grado de rigidez ideológica, otros, como los "populismos de izquierda", menos casados con la teoría, adhieren a idearios más abstractos y generales que autorizan márgenes amplios de pragmatismo en su práctica.
A su vez el grado de fraccionalización permitida en el interior de los partidos revolucionarios es muy variable –otra vez los comunistas basados en el centralismo democrático exhiben el mínimo de corrientes-, mientras lo opuesto ocurre en otros grupos de izquierda. Para Garcé, en tanto el MLN eludió definirse como marxista mantuvo flexibilidad interpretativa y pluralismo interno, configurándose como un grupo de accionar pragmático con ventajas, sobre otros grupos de izquierda, para adaptarse a la competencia electoral luego del advenimiento de la democracia. Pese a que ese cambio de estrategia, nos recuerda Garcé, no fue total ni pacíficamente admitido.
En líneas generales la tesis de Garcé es básicamente compartible, desde que no hay dudas que el MLN y luego el MPP como su creación, se han mostrado hasta ahora como fuerzas electorales pujantes, capaces de captar el mayor número de votantes dentro de una izquierda mayoritaria en el país, al tiempo que han exhibido aptitud para coparticipar en la gestión del gobierno que integran. Parece bastante obvio que sin esa aptitud no podrían ocupar dos ministerios en una administración que nada tiene de revolucionaria ni pesar, como lo hacen, de forma preponderante en sus decisiones.
Otra cosa, aunque menos importante a estas alturas, es admitir, que el notorio pragmatismo de los tupamaros acredite que su ideología es ajena al marxismo, cosa que el autor argumenta explícitamente. Alcanza para relativizar este encare con repasar los manifiestos fundacionales del movimiento, entre otros las "Actas Tupamaras", los documentos constitutivos del uno al cinco, verdadera carta instituyente del movimiento, o revisar las declaraciones de sus sucesivos congresos, incluyendo el último de mediados de este mismo año, para advertir la presencia central de las ideas ejes de esta visión: clasismo, revolución como objetivo final, socialismo, nacionalismo antiimperialista en visión cubana, imaginario insurreccional o etapismo en el desarrollo histórico.
Por otra parte, ¿qué práctica política en el mundo ha sido más plástica a las circunstancias, más presta a la mayores y más inesperadas piruetas tácticas que la de los partidos comunistas en el mundo? ¿Acaso ello les impidió profesar el marxismo?
La izquierda uruguaya abrazó esa definición desde sus mismos comienzos al despuntar el siglo XX y salvo en algunos grupos cristianos o anarquistas, no abdicó de ella, a la que interpretó y representó de modos muy diversos. Desde el "marxismo legal" de Frugoni, al "etapismo" de los comunistas, pasando por el marxismo nacionalista y latinoamericanista con sabor habanero de los tupamaros. La década del sesenta fue el momento de auge de esta cosmovisión dentro del pensamiento político uruguayo y a ella no escapó el MLN, salvo por su manifiesta disposición, foco urbano mediante, de concretarla en los hechos en el menor tiempo posible.
El marxismo constituyó en esa época el gran digestor, capaz de asimilar y adaptar cualquier aporte táctico o estratégico para hacerlo congruente con sus objetivos, mediata o inmediatamente revolucionarios. De tal modo que todo, incluyendo el anti teoricismo y el pragmatismo, se traducían en clave marxista. Una disposición omnívora que, como demostraron los cubanos, hizo escuela en el continente.
Pero más allá de estas inscripciones, lo que Garcé pone de manifiesto con rigor documental, es cómo el ingreso del MLN a la vida democrática fue mucho más compleja y controvertida de lo que podía presumirse. Desde 1985 en adelante coexistieron dentro de la organización varias corrientes enfrentadas, que si bien no se presentaron como rígidas y consolidadas, admitiendo traslados, mutaciones y retiros, persistieron hasta el presente. Cada una con proyectos y métodos para lograrlos bastante diferentes.
Puede discutirse, como se ha hecho por estos días pretendiendo descalificar el enfoque de Garcé, cuál era la exacta naturaleza del "Frente Grande" que en 1985, a la salida de la prisión, propugnaba Sendic como referente de una de esas corrientes. Es conocido que los marxistas y particularmente las variantes comunista y socialista, han discutido hasta el cansancio y con bizantinismo paroxístico, la naturaleza y alcance exacto de las diferentes alianzas políticas que en cada momento histórico podía permitirse la izquierda: frente antiimperialista, frente con la burguesía nacional, frente sin la burguesía, frente con los campesinos, frente democrático, frente antifascista, frente con la pequeña burguesía; la variedad es infinita y responde más que a otra cosa a la necesidad, tan característica en esta escuela, de otorgar nombre, apellido y ralea científica a las innumerables coaliciones o alianzas que las coyunturas pudieran aconsejar o permitir.
DOS VISIONES
Lo cierto es que así como Sendic propugnaba una alianza política amplia e incluyente, en aceptación del juego democrático –no sin nostalgias guerrilleras y cierta desconfianza hacia los partidos-, los así denominados "proletarios" como sus principales opositores, entre los cuales destacaban entre otros Julio Marenales, Andrés Cultelli, Jorge Zabalza o Irma Leites, preveían un recrudecimiento de la lucha de clases que desembocaría en una "confrontación generalizada" donde el MLN, como en el pasado, debía prepararse militarmente para defender al pueblo.
A través de los años las escaramuzas entre ambas visiones, una difiriendo y la otra adelantando el momento revolucionario, fueron múltiples, confusas en sus encuadres y siempre presididas por la habilidad de Mujica y en cierto modo de Fernández Huidobro -este último trasladándose del radicalismo a la moderación-, para mediar entre ellas. Fue esa capacidad, más su habilidad como comunicador, la que le permitió a Mujica el convertirse en líder sin nunca definirse claramente entre los extremos enfrentados. Pero mientras la pugna se desarrollaba con predominio sucesivo de unos y otros, los "proletarios", como lo hace público Garcé, no dejaban de prepararse para apoyar el "poder popular". Con el imaginario insurreccional como encuadre, en el año mil novecientos ochenta y nueve y siguientes los tupamaros realizaron instrucción militar, incluso una treintena de militantes lo recibieron en Libia, al tiempo que por lo menos alguna de las "regionales" realizaba "expropiaciones" para obtener financiamiento.
Pero todo cambió a partir de 1995, momento en que, en la estela de la mayoría de la izquierda agrupada en el EP-FA, se incorporaron sin vacilaciones a la estrategia electoral del EP-FA, debilitando a la corriente proletaria para facilitar el triunfo frentista del 2004.
Hasta aquí, en escorzo, el excelente trabajo de Adolfo Garcé, una investigación que, apelando a declaraciones, entrevistas y análisis documentales, ilumina zonas oscuras de la historia de la principal fuerza política frentista y, sin proponérselo expresamente, aclara las circunstancias que habilitaron el actual y decisivo rol político de José Mujica.
"PROLETARIOS" POR LA VUELTA
Pero hoy la realidad, siempre más dinámica que los textos, ya ha agregado otro capítulo en cierto modo inesperado a esta historia inacabada.
Según las últimas elecciones internas del MLN, una vez más la corriente radical, que con la retirada de Zabalza y otras figuras parecía definitivamente domeñada, ha vuelto por sus fueros. La derrota de los moderados con Fernández Huidobro a la cabeza fue vivida internamente como importante, tanto que el mismo senador, luego de propinar severas críticas a los vencedores tildándolos de seres de dimensiones cúbicas amarradas al imaginario insurreccional de los sesenta, amagó con su renuncia. Sólo el apoyo del insumergible Mujica, que acudió a otra de sus típicas operaciones de salvataje permitió disuadirlo.
No se trata, con todo, de un simple y puro retorno al pasado. La guerrilla, el foco y la insurrección como metodología de pasaje a una nueva sociedad integran definitivamente el museo de antigüedades de la izquierda universal. El propio socialismo, salvo que se lo piense como atenuante del capitalismo en versión social democracia, o como artificio discursivo del más crudo populismo, formato Chávez, ostenta un lugar de honor en el mismo museo. Pero no por haber perdido objetivos e instrumentos el imaginario utópico ha desaparecido. Mucho menos cuando, como ahora ocurre, carece de referentes de reemplazo y el capitalismo del subdesarrollo continúa, como siempre, generando inequidades. Los paraísos, aún los seculares, no se clausuran abruptamente ni es sencillo renunciar a los sueños redentores sin compensación alguna.
El actual triunfo del marxismo crudo de los "proletarios" del MPP, inmerso en un panorama político donde los sindicatos son ámbito de conflicto con leve predominio de los radicales, mientras socialistas y comunistas junto a las inefables "bases" arrastran en el mismo sentido a la coalición, no augura días tranquilos para el gobierno. Ratifica que el "aggiornamiento" de la izquierda uruguaya y de gran parte de su militancia, que ha hecho de la fidelidad ideológica a sus consignas tradicionales una cuestión de identidad, está lejos de haber concluido. Y ello pese a que el país crece en porcentajes hasta ahora desconocidos y mejora la distribución del producto, prolongando un proceso que a su actual ritmo no podrá mantenerse mucho tiempo.
Sin embargo del resultado de este conflicto de visiones, cuando alumbra una nueva izquierda sin que la antigua termine de morir, depende si el país detiene su giro y regresa al pasado o la imaginación política, ese bien tan escaso entre los uruguayos, logra por una vez imponerse.
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