Serie: Pensamiento ()

Sesgos en el entender

Enrique Puchet C.

No se aludirá a los dilemas mayores, de los que se ocupan los expertos en el estudio del hombre, cientistas y filósofos: explicar/comprender, mecanismo/teleología, sicologismo/sociologismo… Como tales, como controversias que se nutren de mucho saber, caen fuera de nuestro alcance. Pero hay, sí, un plano, el de la docencia, -bipolaridad que deberíamos aminorar,- en el que surgen a menudo sesgos y discrepancias útiles,es decir: que dan que pensar.

Conciernen a modos de ver procesos cualesquiera (humanos, desde luego), los cuales, no por ser menores y requerir no más que capacidades promediales, carecen de significación en sus reflejos en el discurso público. Vivimos -a no olvidarlo- en un tiempo y un país en que arrecia la discusión acerca de qué perspectivas asignar a la nación común en cuanto tal. Se nos asegura que son momento y lugar para decisiones: las de método intelectual no serán indiferentes en un medio en el que, es sabido, todo deriva naturalmente en algún laberinto dialectizante. Razonamos bien o razonamos mal -es cosa de ponerse a prueba-, pero es cierto que lo hacemos.

UN SESGO NO POCO EXTENDIDO

Aquí va a ocuparnos señalar disentimientos con un estilo de argumentar, nada infrecuente, que bien merece ser calificado de tremendismo. Asume formas diversas, y acaso ciertas carreras intelectuales de primer orden se asienten en un proceder semejante. ¿Cuál es este? No contando con una tipología en regla, sólo enumeramos: aparece, el tremendismo, teñido ordinariamente de puritanismo, como predilección por las aristas más cortantes de los temas o de las posturas en debate; se lo sorprende alentando la permanente sospecha de que el interés sólido -y todo interés lo es, para el puritano en cuestión- se esconde tras los propósitos en apariencia más generosos; por lo tanto, interpreta siempre "hacia el lado de la conveniencia egoísta" la posible comprensión de cualesquiera situaciones ambivalentes (sin embargo, no dejará de afirmar que respeta ambigüedades y polisemias); no duda en presumir intenciones perfectamente definidas en todo resultado que redunde en favor de los actores y disfavor de los que quedan fuera…

Siendo así, solidificado el prejuicio de que la historia ha sido hasta ahora una operación de salteadores, los sujetos del caso, intérpretes que no están dispuestos a abandonar su temple acerado, se complacen, por otro lado, en figurarse al frente de algún "nuevo orden" del que, en verdad, sólo se sabe que no contiene nada de lo que contenía el pasado, inclusive ese borde movedizo en el que presente y pasado intercambian sus comunes miserias incorregibles. Es imperioso creer que no es de esa manera que están hechos los buenos constructores de sucesivos futuros esperanzadores.

DIGNIDAD DEL BURGUES, SEGUN K. MARX

"Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constante distinguen la época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas… Todo lo sagrado es profanado".

Un pasaje muy conocido del Manifiesto comunista ofrece una aplicación casi paradigmática para este ejercicio incuestionablemente instructivo: poner a prueba nuestra perspicacia de lectores, promovidos e intérpretes cavilosos para recoger el núcleo vivo de una idea y abstenerse de pagar tributo a la truculencia que las palabras sugieren a veces.

En la vertiginosa reconstrucción del ascenso de la burguesía en Europa,-trastorno de valores y, en la base, revolución del modo de producción,- describen los autores del texto famoso, lo que podríamos llamar la mundanización de aquellos rasgos apreciables que el modo social, ahora en plena reconstrucción, ha considerado respetables y trasmisibles; proceso paralelo al de mundialización de las transacciones de la economía. En un universo de transacciones que necesitan fluir sin obstáculos -"hacer" y "pasar" libremente-, no hay lugar para virtudes inmóviles -esas de que se enorgullecían los antepasados-, sino, predominantemente, para conductas previsibles, para cumplimientos (como se dice) "en tiempo y forma": esa es la honra del burgués, protagonista de una nueva ciudadanía fincada en la eficiencia. ¿Qué sería de la producción textil en Inglaterra si los despachos de algodón consistieran en el fraude como método?

Es en ese contexto, en el que Marx y Engels han querido reflejar nada menos que la "revolución burguesa", que se lee la fórmula que desafía nuestra aptitud para recibirla sin prevenciones, las cuales, en el caso, serían moralizantes: "La burguesía ha hecho de la dignidad personal (die persönliche Würde) un simple valor de cambio".

Se abren posibilidades de interpretación. El sesgo moralizante, -y reconozcamos que entre nosotros se lo encuentra a flor de piel,- …………… la fórmula como denuncia de la corrupción en que las relaciones materiales no pueden menos asumir a los hombres modernos: ninguna honestidad se sostiene contra la avidez que busca su precio; nada es seguro más allá de la técnica del mejor postor. Se está obligado sólo mientras la conveniencia no dicta dejar de estarlo.

Pero, con esto, siguiendo un pendiente por la que es fácil deslizarse, lo que en el texto del Manifiesto es un concepto descriptivo acorde con las transformaciones que se han venido mencionando con vivacidad innegable, se trueca en acusación de tono tradicionalista que ignora, precisamente, la originalidad de la situación descrita. Conjeturamos que a Marx y a Engels les hubiera sorprendido que les atribuyeran semejante elegía para mayor gloria del ubicuo orden nuevo con que sueñan los predicadores de estos días.

Una humanidad mejor saldrá -ha estado saliendo ya, aun con quebrantos y decepciones- de un modo demasiado atenido al cálculo de beneficios monocentrados. No es verdad, por ejemplo, que lo que es bueno para la gran empresa sea bueno, sin más, para la sociedad más amplia. Pero el avance no se hará a través de una persistente confusión, en suma desesperanzada; que se obstina en identificar cálculo con trampa exitosa. Las presuntas razones de un corazón sensible, por sí solas, no ponen las cosas en un punto prometedor de logros mayores.

¿CAPACIDAD O PROYECTO?

Nuestro segundo ejemplo proviene también del campo del materialismo histórico; lo extraemos de la síntesis de J. Kuczynski, Breve historia de la economía (ed. Platina, Buenos Aires, 1961), en la que nos referimos al capítulo "La miseria alemana (1525-1807)".

Parece darse aquí una peculiar dificultad para aceptar lo que por otra parte debería resultar obvio en una consideración materialista de los hechos humanos; esto es: que una política cualquiera -de soberanos del "antiguo régimen", de Estados nacionales, de organizaciones de intereses,- puede representar un proyecto social de amplio alcance y, a la vez, una herramienta para fortalecer el poder que lleva adelante la "operación" en cuestión. La presencia del interés material (¿cómo podría estar ausente?) no hace de lo que es proyecto una empresa de mera capacidad: simplemente, lo radica a fondo en el mundo real; cosa que debería resultar evidente para seguidores del realismo histórico.

El episodio al que se refiere Kuczynski, quien lo comenta sirviéndose de un escrito de Engels, es el proceso que, en los países alemanes y a partir del siglo XVI, habría representado una suerte de refeudalización, esta vez para agravar el sometimiento del campesinado ("fue el período de la segunda servidumbre de la gleba") al poder personal del señor: los labriegos, privados de "sus parcelas", descienden a un estado equivalente a la esclavitud (se nos dice que Lenin habló también de esto respecto del siglo XVIII). Surge la imagen de un proletario rural que sobrevive con una retribución miserable, en la condición de individuos "fuera de la ley".

No sin que la práctica señorial hallara resistencia en los monarcas prusianos. Se afirma que estos ensayaron en sus dominios lo que hoy llamaríamos la alternativa, en palabras del historiador de la economía:

"Surgió, particularmente en Prusia, una tendencia opuesta. La encabezaban los reyes prusianos, a quienes por tal motivo frecuentemente se ha mostrado como amigos de los campesinos. Tomaron posición contra la reducción de los campesinos a esclavos, abogando por la formación de una capa campesina autónoma… Estas medidas representaron sin duda cierto progreso, y allí donde fueron puestas en práctica, es decir, en los dominios reales, aliviaron las condiciones de los siervos de la gleba".

Claro que harían falta más datos para aseveraciones concluyentes. Pero aquí se deja ver, ya, el intento monárquico de restablecer en su vigor a los campesinos despojados y destituídos de identidad legal: "formación de una capa campesina autónoma", es bastante expresivo como para pensar en un proyecto. Sin embargo, nuestro autor parece creer que ha concedido demasiado. Siendo incuestionable que el auxilio "desde arriba", fortaleciendo una clase decaída, aumenta el número de contribuyentes al Estado, (algo así como la "masa imponible" puesto que los esclavos no pagan impuestos), y, además, abastece a la milicia. -¿hay gobernante que deje de pensar en estos efectos?-, tales componentes lo inclinan a ver, en el proyecto, una manifestación de capacidad: "Es evidente, escribe, que esta política no era dictada por ninguna preocupación digna de padres de la patria, sino por motivos de una especie totalmente distinta, egoístas en grado sumo"

Son palabras que sobrentienden un trasfondo inconvincente. Puede que se vea en nuestra reflexión un prurito de distinciones bizantinas. De todos modos, nuestra "lectura" aspira a valer como preferible en tanto que interpretación más comprensiva. Enunciada en forma negativa, esta sería nuestra directiva básica: cuando, como acabamos de verificar, una acción en la historia es concebida como sórdida, mero asunto de egoísmo que no se trasciende, entonces, verosímilmente, las cosas no están siendo encaradas en un integralidad de actuación multiforme. Salvo excepciones, denunciar, por ejemplo, la interferencia del "interés gubernamental" es incurrir, o en pleonasmo, o en estrechez de miras.

UN RECLAMO YA VIEJO

"El otro método no sólo tiene en cuenta los elementos sino también su orden, el ensamble entre ellos y su dirección común. No explica lo vivo por lo muerto sino que, viendo vida en todas partes, define las formas más elementales por una aspiración a una forma de vida más alta".

H. Bergson (11904), sobre F. Ravaisson

Es posible probar, aun sin pretensión de revisiones exhaustivas, que el reclamo de integralidad entre los modernos data de fecha tan distante como 1850. Llega hasta nuestros días o, por lo menos, hasta el inmediato pasado en expresiones -es verdad- generalmente desatendidas, hoy. El actual momento, con su notoria propensión a consagrar miradas unilaterales, es una buena ocasión para recordar antecedentes todavía persuasivos.

El hoy desconocido Augusto Comte había escrito, al criticar el reduccionismo en que cae la Economía Política:

"Por la naturaleza del tema, en los estudios sociales, como en todos los relativos a seres vivos, los diversos aspectos generales son, necesariamente, solidarios entre sí y racionalmente inseparables, al punto que sólo unos por otros se los puede aclarar convenientemente. Cuando se deja el mundo de las entidades para abordar los estudios reales, se hace indudable que el análisis económico o industrial de la sociedad no puede realizarse positivamente si se prescinde de su análisis intelectual, moral y político…".(Curso de filosofía positiva, lección 47a.)

No era poco para alguien acusado habitualmente de segmentador irrefrenable.

En otro lenguaje, décadas atrás, J. P. Sartre reflexionaba sobre las carencias de aquel planteo para el que, falaciosamente, la cuestión radica en optar: o bien atendemos a cualidades (valores) o bien, tomando en cuenta vía preferida- las realidades crudas y duras de la conveniencia, de la ventaja inmediata de tal o cual grupo, etc.; como sí, entre tanto, no fuera constante la trasposición de intereses en visiones de sociedad renovada, de nuevas relaciones y realizaciones humanas en el seno de empeños que persiguen el beneficio económico.

Valdría la pena plantearse si el lenguaje sartreano, tan ausente en la discusión contemporánea, no es todavía discurso retomable; no parece que estemos intelectualmente tan bien provistos como para sacrificar un pensamiento tan incisivo. En notas 1947-48 (Cahiers pour une morale, Gallimard, 1983), puede leerse:

"Error del materialismo histórico: la simplificación. Pone lo económico fuera de la Historia… Si aceptamos el principio esencial de la historicidad: nada puede actuar sobre la Historia sin estar en la Historia y sujeto a cuestión en ella, comprendemos que la acción de la economía es total, y total, también, la acción sobre lo económico. La religión y la moral son afectadas por lo económico, pero, recíprocamente, lo económico es sostenido (est flottant dans) por la religión y la moral)".

"Ambigüedad de la Historia: (sería) relativamente simple si fuera juego de intereses, y relativamente simple si fuera (sólo) concordancia de devoción y sacrificios".

Se diría que el modo unilateral de interpretar al que nos hemos referido aquí, obstáculo para una comprensión acabada, nos pone ante una opción excitante pero desesperada: o interesados o devotos. Digamos que los reyes de Prusia hubieran debido enfrentar el dilema de practicar la filantropía (lo que les hubiera debilitado) o, si no, proponerse como objetivo la exacción de los campesinos… y exponerse, con ello, al mismo resultado que en el primer caso. Sartre había dicho también: "el interés se muda en valor, y el valor se hace interés para cobrar eficiencia (pour agir)". Inesperada lección si, como conviene, es cosa de contrariar nuestra inclinación a exaltar la generosidad sin cuidarnos de los medios con que convertirla en ayudas efectivas.

 

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