Freud y su “complejo romano”
Raptan a un niño
Moisés Kijak
En su obra “La interpretación de los sueños”, Freud se ocupó de su anhelo de visitar a Roma y su dificultad de concretarlo. Esto lo analiza en varios sueños cuya temática común está vinculada con dicha ciudad. Tomando como centro su sueño “Mi hijo el miope”, y guiándome por sus ideas con respecto a las experiencias tempranas grabadas en el inconciente que se exteriorizan en el contenido manifiesto de los sueños, me propongo relacionar su dificultad con una situación traumática acaecida durante su temprana infancia: el rapto del niño Edgardo Mortara, que generó una gran conmoción social que se mantuvo durante muchos años.
"... la memoria, esa forma del olvido,
que retiene el formato, no el sentido...".
Jorge Luis Borges: “El ciego”
A los 150 años del nacimiento de Sigmund Freud, el interés en conocer más a fondo su legado, por parte de los estudiosos de su vida y de su obra, no solo no ha disminuido sino que por el contrario, se ha intensificado cada vez más . Prueba de ese interés son los numerosos escritos publicados por una cantidad cada vez mayor de investigadores y los congresos, jornadas y encuentros realizados con el mismo propósito.
La obra del creador del psicoanálisis está íntimamente ligada a su vida, que lleva la marca indeleble tanto del punto geográfico donde nació, creció y desarrolló su actividad, como de las circunstancias sociales en las que Freud estaba inmerso, producto de la tormentosa época en que le tocó vivir.
Sus grandes descubrimientos, que ayudaron tanto a develar los misterios del alma humana fueron posibles gracias a su autoanálisis.Profundizar en aspectos de su vida puede conducirnos tanto a una corroboración como a una ampliación de sus teorías.
Las situaciones traumáticas producidas por conmociones sociales pueden dejar huellas en el psiquismo y es posible ahondar en el estudio de las diferentes maneras en que las mismas se manifiestan a lo largo de la vida.
El “complejo romano”
En “La interpretación de los sueños”, (7) su obra autoanalítica por excelencia, dice Freud: “... en el sueño pueden emerger impresiones de tempranas épocas de nuestra vida, de las cuales no dispone nuestra memoria en la vigilia.” Más adelante agrega que“La demostración de que se trata de impresiones de la infancia tiene, por tanto, que realizarse de un modo objetivo, cosa también difícil, dado que solo en muy raros casos disponemos de los datos necesarios.” ( Cap. V, B). Siempre refiriéndose a dichas impresiones tempranas, nos hace saber que “... aunque el deseo provocador del sueño sea contemporáneo, queda robustecido por lejanos recuerdos infantiles.” En el mismo capítulo y apartado relata cuatro sueños cuyo común denominador es el deseo de viajar a Roma, cosa que, aunque muy anhelada, no había podido realizar hasta entonces. Al analizar estos sueños hace referencia al peculiar comportamiento que en la realidad tenía con respecto a dicha ciudad: haber llegado en varias oportunidades casi hasta sus puertas para luego retroceder. Buscando una explicación a ello, toma conciencia de su identificación con Aníbal, el héroe cartaginés, hacia quien volcaba, desde la época del Gymnasium, todas sus simpatías en su lucha contra los romanos. El porqué de tal identificación lo explica así: “... cuando... fui comprendiendo las consecuencias de pertenecer a una raza extraña al país en que se ha nacido, y me vi en la necesidad de adoptar una actitud ante las tendencias antisemitas de mis compañeros, se hizo aun más grande ante mis ojos la figura del guerrero semita. Aníbal y Roma simbolizaron para mí, respectivamente, la tenacidad del pueblo judío y la organización de la Iglesia Católica”. “... El deseo de ir a Roma llegó de este modo a convertirse, con respecto a mi vida onírica, en encubridor y símbolo de otros varios, para cuya realización debía laborar con toda la tenacidad y resistencia del gran Aníbal. La importancia que el movimiento antisemita ha adquirido desde entonces para nuestra vida espiritual contribuyó a la fijación de los pensamientos y sentimientos de aquella época.”
Como suceso fundamental que influyó en estos sentimientos y que según él se exteriorizaban en los sueños, relata lo que, teniendo 10 - 12 años, su padre le contó. ´Cuando yo era joven salí a pasear un domingo por las calles del lugar en que tú naciste, bien vestido y con una gorra nueva en la cabeza. Un cristiano con el que me crucé me tiró de un golpe la gorra a la zanja, exclamando: `°Bájate de la acera, judío!' `Y tú, qué hiciste?', pregunté entonces a mi padre. `Dejar la acera y recoger la gorra'...”. En ese momento, dice Freud, “... situé frente a la escena relatada, otra que respondía mejor a mis sentimientos: aquella en la que Amílcar Barca, padre de Aníbal, hace jurar a su hijo que tomará venganza de los romanos. Desde entonces tuvo Aníbal un puesto en mis fantasías. ª
Finalizando sus comentarios sobre estos sueños romanos, dice: “Cuando más ahondamos en el análisis de los sueños, más frecuentemente descubrimos las huellas de sucesos infantiles que desempeñan, en el contenido latente, el papel de fuentes oníricas.”
Leyendo detenidamente las asociaciones que hace con respecto a sus sueños romanos,éstos aparecen ligados a diferentes hechos, desde los relativamente más recientes (el episodio del gorro, a los 10 -12 años) hasta los pertenecientes a la temprana infancia en Freiberg (su rivalidad con su sobrino Hans)
El 2 de setiembre de 1901 logró concretar su sueño: llega a Roma, “... uno de los momentos culminantes de la vida... ”, como le escribe a su amigo Fliess el 19-IX-01 (6). En la misma carta relata las impresiones diferentes que le causaron las tres Romas: la antigua, la medieval y renacentista y la italiana contemporánea. Respecto de la segunda dice que “... me molesta su sentido intrínseco, e incapaz de sobreponerme al recuerdo de mi propia miseria y de toda la otra miseria que conozco, no logré soportar la patraña de la salvación de la humanidad, que tan orgullosamente levanta su faz al cielo” (B.N. IX, 3651)
Llamativamente no incluye, entre sus sueños romanos, otro que relata varios capítulos más adelante y del cual me ocuparé especialmente.
“Mi hijo, el miope”
Los dos primeros fragmentos de tal sueño, que Freud (7) consigna en el capítulo V, apartado IV (S.E. IV, 269) son los siguientes: “Sueño que un profesor de nuestra Universidad, al que conozco, dice: “Mi hijo, el miope (der Myops)”. Luego sigue un diálogo de breves réplicas. Entonces continúa el tercer fragmento del sueño, en el que aparecemos mis hijos y yo; en lo que atañe al contenido del sueño, padre, hijo, profesor M... son solo hombres de paja que nos ocultan a mí y a mi hijo mayor”.
En el capítulo VI (S.E. V, 441) incluye la parte faltante “... que nos propone el esclarecimiento de una formación léxica absurda e incomprensible”.
“A causa de algunos sucesos acaecidos en la ciudad de Roma es necesario poner a salvo a los niños, y eso es lo que acontece. La escena se despliega después ante una puerta, puerta doble al estilo antiguo (la Porta Romana de Siena, según yo lo sé todavía en el sueño). Me siento en el borde de una fuente y estoy muy triste, casi lloro. Una persona del sexo femenino: cuidadora, monja, saca a los dos varoncitos y los entrega al padre, que no soy yo. El mayor de los dos es nítidamente el mayor de mis hijos, y no veo el rostro del otro; la mujer que lo trae le pide un beso de despedida. Ella se singulariza por una nariz roja. El niño le rehúsa el beso, pero le dice, tendiéndole la mano a modo de despedida: “AUF GESERES”; y a nosotros dos (o a uno de nosotros): “AUF UNGESERES”. Tengo la idea de que esto último significa una deferencia”.
Según Freud, dicho sueño está íntimamente vinculado con la obra teatral “Das neue Ghetto” (El nuevo ghetto), de Theodor Herzl, que había visto y cuyo contenido le había impresionado mucho. Tal como lo dice Freud, “La cuestión judía, la inquietud por el futuro de los hijos a quienes no podemos dar una patria, el cuidado por educarlos de tal modo que puedan trasladarse libremente a través de las fronteras (das siefreizugig werden konnen), son fácilmente reconocibles en los pensamientos oníricos correspondientes”.
No es mi intención hacer un análisis exhaustivo de este sueño. En él es posible reconocer diferentes contenidos latentes que convergen y de los cuales ya se han ocupado otros autores, Didier Anzieu (2) y Alexander Grinstein (9) por ejemplo. Estos señalaron, dentro de las ideas latentes, el duelo por el padre, el comienzo de las desavenencias con Fliess, la curiosidad sexual infantil, el temor a la castración, los riesgos que amenazaban a su hijo por el comienzo de su vida sexual y situaciones traumáticas infantiles, tales como las pérdidas de su lugar de origen, de su hermanito Julius y de la niñera cristiana.
En un trabajo anterior (12) comenté las serias circunstancias políticas y sociales reinantes en la época en que tuvo ese sueño, y sobre otros momentos históricos críticos que Freud evoca en sus asociaciones (la destrucción de Jerusalén y el exilio babilónico, los edictos nocivos contra los judíos o gezeres, p. ej.) y en los sentimientos y pensamientos que despertaban en él. En el mismo trabajo puntualicé que desde el año 1870, en Roma, el último bastión de la discriminación, los judíos podían gozar de las plenas libertades que habían ido logrando en el resto de Italia.
El lector tiene fácil acceso al texto de Freud, por lo cual no es necesario transcribir el minucioso análisis que el autor hace de cada uno de los elementos constituyentes del sueño. Pero creo importante detenerme en un aspecto que, aunque evidente, no ha recibido ni por el autor ni por sus biógrafos y estudiosos de su obra el interés que merece.
El “análogo suceso” en la infancia de Freud
Al igual que en el ejemplo de “La carta robada” de E. A. Poe, una manera de que algo buscado no sea percibido, es dejándolo a la vista. Y creo que eso es lo que sucede con este sueño. “A causa de algunos sucesos acaecidos en la ciudad de Roma es necesario poner a salvo a los niños...” “... Una persona del sexo femenino, cuidadora, monja, saca a los dos varoncitos y los entrega al padre, que no soy yo. El mayor de los dos es nítidamente el mayor de mis hijos...”
Freud no duda en asociar estos elementos del sueño con “La cuestión judía, la inquietud por el futuro de los hijos a quienes no podemos dar una patria, el cuidado por educarlos de tal modo que puedan trasladarse libremente a través de las fronteras... En una nota al pie de página, vinculada con el contenido manifiesto, dice: “La escena onírica que me muestra huyendo de Roma con mis hijos se halla, además, deformada por su referencia regresiva a un análogo suceso de mi infancia. Su sentido es que envidio a unos parientes míos que tuvieron ocasión, hace ya muchos años, de trasladar a sus hijos a otras tierras.”
Esta nota se refiere al hecho que sus medios hermanos Emanuel y Philipp emigraron a Manchester con sus familias y gozaban, como judíos, de un ambiente relativamente tolerante, mientras que él, a los cuatro años, abandonó Freiburg, su pueblo natal, con sus padres y su hermana Ana, para radicarse en Viena, caracterizada por su virulento antisemitismo. Será ese el “suceso análogo” de su infancia, o para Freud la emigración de sus hermanos sería más bien una medida para evitar que dicho suceso les acaeciese? Si se tratase de esto último, queda entonces por saber a cual “análogo suceso” se podría estar refiriendo.
E. A. Poe sostiene que se poseen elementos importantes para resolver un enigma difícil, si se tienen en cuenta “... las circunstancias de que se encuentra rodeado...”. Agrega que “... será difícil que un comprensivo examen de los diarios... no nos aportase algunos pormenores que imprimieran al sumario una nueva dirección.” (13). Siguiendo estas directivas y guiado por la afirmación de Freud de que en los sueños pueden “... emerger impresiones de tempranas épocas de nuestra vida, de las cuales no dispone nuestra memoria en la vigilia...” y puesto que para demostrar esto hay que recurrir a datos objetivos, me referiré a un hecho que sucedió teniendo Freud dos años de edad y que por sus características produjo conmocion en la opinión pública mundial durante muchos años y que aun hoy en día sigue inquietándola.
El secuestro de Edgardo Mortara
Separar por la fuerza a niños judíos de sus padres no era un hecho novedoso. En 1856, año del nacimiento de Sigmund Freud, el zar Alexander II dejó sin efecto el edicto conocido en la historia judía como “Di cantonistn gezeire”, puesto en vigencia desde 1827 por el zar Nicolás I, según el cual niños de 8 a 12 años les eran quitados a sus padres, eran conducidos a lugares remotos del imperio ruso y alojados en “cantones” (de allí su nombre) con una doble finalidad:convertirlos a la religión ortodoxa rusa y entrenarlos militarmente para que, a los 18 años, fueran incorporados al ejército,donde debían servir durante 25 años. La mayoría de los niños morían antes de alcanzar esa edad, debido al hambre y los castigos físicos a los que estaban expuestos. Se calcula que el número de las víctimas fue entre 30.000 y 40.000. Muchos judíos emigraron a lugares más seguros durante los 29 años en los que este edicto estuvo en vigencia. Tal gezeire, que de hecho siguió vigente hasta 1858, dejó profundas huellas entre los judíos de Europa Central y Oriental. (Enciclopaedia Judaica. V, 130-33)
La escena que aparece en el sueño de Freud ocurre en un lugar geográfico determinado. Así es como lo relata: “A causa de algunos sucesos acaecidos en la ciudad de Roma es necesario poner a salvo a los niños... “. Si continuamos con el consejo de E. A. Poe y seguimos revisando las crónicas de esa época, encontramos un trágico suceso que correspondería mucho más a lo que estamos buscando. Este conmocionante hecho ocurrió bajo el reinado del papa Giovanni Maria Mastai Ferretti [Pío IX], el Sumo Pontífice que durante más años (1846-78) ejerció el Papado. En 1848, a los dos años de su ascenso al poder, puso en marcha una política liberal, abriendo las puertas del ghetto donde los judíos habían sido confinados, en 1555, por Pablo IV (4) (5). Poco duró esa política. Ese mismo año una revolución obligó a Pío Nono a huir a Gaeta, en el reino de Nápoles. Después de 17 meses volvió a Roma y retomó el poder que ejerció de manera despótica. Los judíos fueron nuevamente recluidos en el ghetto, obligados a pagar pesados tributos y a someterse a humillantes condiciones de vida. Refiriéndose a esa época, Dubnow, (4) el más grande historiador judío, la calificó como “... el acto final de una tragedia de muchos siglos”.
En la noche del 23 al 24 de junio de 1858, Edgardo Mortara, un niño de seis años, hijo de un matrimonio judío residente en Bologna (ciudad que entonces pertenecía a los Estados Pontificios) fue secuestrado por la policía papal y conducido a Roma, donde se lo alojó en la Casa de los Catecúmenos. El niño, según declaró la sirvienta de la familia, fue bautizado en secreto por ella cuando tenía dos años. Estaba enfermo y ella creyó que iba a morirse. Al relatar cuatro años después el hecho a su cura confesor, éste lo hizo saber a las autoridades eclesiásticas. La Iglesia sostenía que bautismos realizados en tales circunstancias eran válidos, aun sin el consentimiento de los padres. En vano intentaron los padres recuperarlo.
Secuestros de este tipo eran frecuentes en Italia. Ya habían sucedido anteriormente y siguieron ocurriendo después. El caso del niño de 11 años Giuseppe Coen, en Roma, en 1866, es un ejemplo de ello, (5). Pero, por una conjunción de factores, ninguno tuvo tan grande resonancia: el secuestro de Edgardo Mortara produjo una conmoción mundial. Napoleón III, que con sus tropas protegía al Papa, fue uno de los que protestó por la flagrante violación de la libertad religiosa y del derecho de los padres. Otro tanto hizo el emperador Francisco José. Muchos embajadores en el Vaticano, junto con intelectuales de Europa y la prensa mundial se unieron a la protesta. Valga como ejemplo el hecho de que el New York Times, durante el mes de diciembre del año 1858, publicó 20 artículos condenando la actitud del Papa (8). El rabino Ludwig Philippson (cuya traducción de la Biblia Freud poseía de niño), encabezó la nota de protesta de los rabinos de Alemania, que no fue contestada. Sir Moses Montefiore, la figura más relevante del judaísmo de aquella época, viajó especialmente a Roma en 1859, pero el Papa Pío IX se negó a recibirlo. Este último también rechazó todas las demás peticiones. Hasta el Cardinal Antonelli, Secretario de Estado del Papa, comprendiendo que este caso dañaría a la Iglesia católica, le rogó, sin resultado alguno, que devolviera al niño a sus padres. La “Alliance Israélite Universelle” se fundó en 1860, motivada por este caso, con el propósito de “defender los derechos civiles y la libertad religiosa de los judíos”. (5)
En 1860, Bologna, hasta ese momento perteneciente a los territorios papales, fue incorporada a Piamonte. Los padres del niño emprendieron nuevas acciones para recuperar a su hijo; todas fueron en vano.
El Papa era enemigo del catolicismo liberal y del movimiento de unificación italiana (el Risorgimento) encabezado por Garibaldi y Mazzini. Había arrestado a algunos patriotas que habían combatido contra su poder terrenal y los hizo ajusticiar. Dos de estos patriotas, Giuseppe Monti y Gaetano Tognetti, fueron por decisión papal decapitados el 28 de noviembre de 1868.
En 1870 el Papa fue despojado de su poder terrenal y Roma se transformó en la capital del Reino de Italia. Pío IX se negó a reconocer el reino de Italia, a establecer relaciones diplomáticas con él y excomulgó al rey Victor Emanuel II.
Las murallas del ghetto de Roma, el último que subsistía en Europa, fueron derribadas. Mucho influyó en la caída del Papa el secuestro de Edgardo Mortara. Los patriotas italianos invocaron este aberrante hecho como ejemplo notorio de la política ultramontana y antiliberal del Vaticano. Edgardo, por entonces un novicio augustino rebautizado con el nombre de Pío, y a quien el Papa consideraba su hijo, recibió la autorización de retornar a su familia y al judaísmo. Pero el novicio se negó y continuó con su carrera convirtiéndose en un ferviente predicador, que recibió del papa León XIII el título de “Misionario apostólico”. Fue profesor de teología. Falleció en la Abadía de Bouhay, Bélgica, en 1940, pocas semanas antes de la entrada de los nazis.
Una demostración categórica de que el secuestro de Edgardo Mortara y la política antisemita, antiliberal y antipatriótica del papa Pío IX no fueron olvidadas, son las muchas protestas que volvieron a elevarse a raíz de su reciente beatificación. Quiero mencionar entre ellas a la formulada por la Sra. Tullia Zevi, presidenta de la Federación de las Comunidades Judías Italianas y la que el 3 de setiembre 2000 dio a conocer Abraham H. Foxman, Director Nacional de la Liga contra la Difamación (ADL) de la B¥nai B¥rith, quien expresó su “ ... preocupación por la beatificación del Papa Pío IX, quien es responsable por el rapto, en el año 1858, de un niño judío de 6 años” (1). Para la misma fecha, el Padre Sean McManus (Irish National Caucus), conocido luchador por los Derechos Humanos, expresó públicamente que Pío IX “… violó los derechos de los judíos y el de los católicos irlandeses. …l expulsó y excomulgó a decenas de miles de católicos irlandeses de los Estados Unidos y de Irlanda.”(13)
Vale la pena recordar también que desde que tuvo lugar el secuestro hasta nuestros días, varias obras de teatro fueron puestas en escena condenando ese hecho y que una película sobre el tema se rodó hace un par de años, con Anthony Hopkins como protagonista.
Conclusiones
En su obra “La interpretación de los sueños”, Freud se ocupó de su anhelo de visitar a Roma y su dificultad de concretarlo. Esto lo analiza en varios sueños cuya temática común está vinculada con dicha ciudad. Tomando como centro su sueño “Mi hijo el miope”, y guiándome por sus ideas con respecto a las experiencias tempranas grabadas en el inconciente que se exteriorizan en el contenido manifiesto de los sueños, cabe relacionar su dificultad con una situación traumática acaecida durante su temprana infancia: el rapto del niño Edgardo Mortara, que generó una gran conmoción social que se mantuvo durante muchos años.
Un suceso de la envergadura del descrito, que conmovió a todo Occidente, produjo en los judíos, durante muchos años, un gran efecto traumático. Esto fue especialmente notorio en los países en los que la influencia del catolicismo conservador (el Imperio Austro-Húngaro, p. ej.) era poderosa. Es difícil suponer que sucesos como este no queden inscriptos en el psiquismo. De acuerdo con las series complementarias, estos se expresarán en el transcurso de la vida de distintos modos. El secuestro de Edgardo Mortara no habrá sido la única motivación inconciente del “complejo romano” de Freud. En su autoanálisis pudo ir develando diferentes causas. Pero es mi opinión que tal secuestro es el recuerdo traumático que, aunque no pudo ser incorporado a la cadena asociativa, se exteriorizó sin embargo con tanta claridad en el contenido manifiesto del sueño conocido como “Mi hijo, el miope”.
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