Serie: Economoptropos (XXXI)

La polìtica económica como tecnología

Relaciones entre teoría, tecnología y ética

Andrés Blanco

La tecnología económica, bajo forma de políticas económicas, no sólo es posible sino que es un hecho constante. Su racionalidad depende de que sea posible la Ética como discurso prescriptivo dotado de alguna forma de "corrección"; si no se cumple esta condición, ninguna política económica, tenga el sesgo que tenga, es preferible a otra.

En el número 271 de Relaciones, en el que se publicó mi artículo "Ética, economía y políticas económicas", se publica también una nota de Carlos Lorenzo titulada "¿Es moral el capitalismo?", referida básicamente a las mismas interrogantes sobre los que intenté debatir en mi artículo: ¿existe algún vínculo posible entre ese complejo de relaciones sociales que llamamos "economía" y el discurso ético, así como entre este último y la teoría económica? El propósito de la nota de Lorenzo es, según su autor, "contribuir a la mejor comprensión de la complejidad de algunas de esas cuestiones"; y vaya que lo logra con creces, ya que su mayor parte está constituida por una selección de fragmentos extraídos de una obra de Comte-Sponville homónima del artículo.

Así pues, y con el mismo objetivo de Lorenzo de contribuir a un debate tan complejo como imprescindible, me parece oportuno agregar nuevas reflexiones a partir del trabajo de Comte-Sponville que se ha traído a discusión. Mi punto de partida son tres tesis centrales de este autor francés: a) lo que llamamos "economía" es un proceso absolutamente espontáneo de las relaciones sociales, análogo a los procesos que se desarrollan en la Naturaleza (como los procesos químicos o biológicos); b) como consecuencia de lo anterior, el capitalismo es algo totalmente ajeno a los juicios éticos, ya que simplemente es; y c) la teoría económica, y las "técnicas" que ella produce, son por tales motivos también disciplinas ajenas a lo ético (Comte-Sponville, p. 84 y ss., 91 y 92, entre otros)

PREMISAS NECESARIAS DE LA DISCUSIÓN: ¿QUÉ ES "ÉTICA"?; ¿CUÁLES SON LAS RELACIONES ENTRE TEORÍA Y PRAXIS?

Ante todo, la discusión requiere una definición de qué entenderemos por "Ética". Siguiendo la línea de mi anterior trabajo (Blanco, capítulo "Economía, discurso económico y ética") propongo considerar por "Ética", en primer lugar, un cierto discurso prescriptivo: un lenguaje cuyo uso es, en sentido lato, la determinación de la conducta de los otros. Como también observara en dicha ocasión, el problema medular que enfrenta ese tipo de discurso es si le es aplicable algún tipo de "corrección" o "racionalidad" que sustituya el valor de "verdad" que tiene el discurso descriptivo. Demos entonces un paso más y llamemos "Ética" a aquel discurso prescriptivo construido a partir de la aceptación de que efectivamente existe una corrección prescriptiva que tiene un valor siquiera análogo a la "verdad"(Guibourg, p. 93 y ss.). Naturalmente que esta definición de "Ética" es, como toda definición, rigurosamente estipulativa y provisional (Wittgenstein, por ejemplo p. 91 a 97), pero también revela que sin alguna premisa de esa especie, aunque sea diferente a la propuesta por mí, la discusión es imposible.

En este punto hay, si no me equivoco, una deficiencia seria en la tesis de Comte-Sponville (para lo que sigue, Comte-Sponville p. 73 y ss.). En primer lugar, el autor entiende por "Moral" el conjunto de deberes que se imponen "a la conciencia" de forma "incondicional". Esta es una definición preanalítica o metafísica de "Moral", en tanto ignora los desarrollos de la teoría y la lógica de los lenguajes que, desde Russell, Carnap y Wittgenstein (por nombrar sus impulsores más destacados), han establecido con bases bastante difíciles de refutar que la ciencia, la Ética, la política, etc., son esencialmente formaciones lingüísticas o discursos, y no sistemas de ideas dadas y accesibles a la razón de forma inmediata, como supone Comte-Sponville. Otro tanto cabría decir cuando Comte-Sponville propone que "Ética" es el discurso guiado por el "amor": sin perjuicio de que la influencia de los afectos (o desafectos) puede llevar a coincidencias entre usos prescripitivos y emotivos en un mismo discurso, parece bastante claro que cuando contemporáneamente se habla de "Ética", no se entiende por ella lo que nos propone este autor francés. En cuanto a los contenidos de la "Moral", parecería que Comte Sponville adopta sin más un criterio coloquial de lo que es "bueno" y "malo", una especie de "comunitarismo ético craso" también inaceptable a esta altura de los desarrollos de las teorías éticas que, desde Stevenson hasta Hare, desde Moore hasta Habermas, pasando por Rawls, han elaborado, más allá de compartir o no sus resultados, criterios o enunciados éticos básicos.

La segunda premisa de la discusión es, a mi entender, aquello que constituye un supuesto fáctico sin el cual la Ética y la Metaética no tienen sentido: la autonomía del ser humano, esto es la posibilidad de autogobernarse y decidir de un modo eficaz en cuanto a la conducta propia. La discusión de este supuesto de la Ética no está lejos de la discusión epistemológica acerca de las relaciones entre teoría y praxis (aunque no coincido con varios de sus puntos de vista, este planteo general está formulado en Habermas, p. 13 a 48), que a mi entender se resume en los siguientes problemas: asumiendo que una teoría social es, en principio, epistemológicamente posible sobre una base empírica: a) ¿en qué medida la teoría habilita la construcción de una praxis social?; y b) ¿en qué medida la teoría y la praxis están influidas por su propio objeto?

Desde ambas ópticas (metaética y epistemológica), la tesis de Comte-Sponville, pues, no es más que una versión del determinismo social rígido: la creencia de que el comportamiento social se desenvuelve al influjo de leyes que son, por un lado, de tipo absoluto o casi absoluto, en tanto abarcan todo comportamiento posible dentro del campo que pretende explicar; y por otro lado totalmente ineluctables, en tanto no admiten desvíos, al menos sin riesgo de una catástrofe.

TEORÍA Y PRAXIS SOCIAL. RELACIONES ENTRE TECNOLOGÍA Y ÉTICA Y TECNOLOGÍA Y TEORÍA, Y SUS MANIFESTACIONES EN LAS CIENCIAS SOCIALES

Es tiempo de encajar entre sí las premisas propuestas más arriba, y analizar a la luz de ese marco las tesis de Comte-Sponville. En ese sentido la autonomía humana es no sólo imprescindible para que sea posible la Ética, sino que también es el único supuesto sobre el cual se pueden responder afirmativamente la primera pregunta acerca de las relaciones entre teoría y praxis en materia social: sólo si es posible algún grado de autonomía será también posible generar un praxis social que tenga sentido, y que a su vez pueda operar sin determinarse por su objeto, lo cual es el exacto opuesto el determinismo social duro al que responde Comte-Sponville.

Para analizar este problema, me apoyaré en los pasajes en los que el mismo Comte-Sponville fundamenta sus tesis proponiendo una analogía entre la teoría económica y las tecnologías emergentes de las ciencias naturales (Comte-Sponville, págs. 87 y 88, por ejemplo). El argumento sería el siguiente: si la teoría y la tecnología en las ciencias naturales son mecanismos ajenos a la moral, no existe razón alguna para que la tecnología producida por la teoría económica sea susceptible de juicios éticos. A mi entender, esta tesis de Comte Sponville no sólo es meridianamente errónea, sino que el análisis de la tecnología en las ciencias naturales en todo caso lleva agua para el molino opuesto.

Entendiendo por tecnología a la ciencia aplicada (Klimovsky e Hidalgo, p. 17 y 18), parece evidente que el adjetivo "aplicado/a" denota que ella no es sino un uso consciente y deliberado del conocimiento en un determinado sentido, una intervención en la realidad guiada por la teoría. En las llamadas ciencias naturales, la posibilidad de la tecnología -innecesaria de demostración, ya que nació con la propia Humanidad- es también una evidencia incontestable de que el mundo no es un complejo de leyes radicalmente inelectutables. En efecto, y si el mundo en su estado natural absolutamente puro hubiera significado la operación de diversas leyes naturales combinadas de una cierta forma x, la tecnología significa que el ser humano puede tornar dicha combinación en y en la medida en que pueda reconocer esas "leyes"; tal lo que sucede cuando el ímpetu de un río se convierte en energía eléctrica, o cuando un cohete vence la fuerza de la gravedad. Es decir que la tecnología opera en los intersticios de las "leyes" de la realidad, que, por ese motivo, quizás merecieran llamarse tendencias (como propuso Popper, p. 121 y ss.). En consecuencia, la palmaria comprobación de que el ser humano produce tecnología y con ello altera el mundo es una evidencia también palmaria de que el ser humano está dotado de un cierto margen de autonomía, y que su voluntad puede incidir en un mundo cuyo curso no es fatal.

Por otra parte, de lo anterior se deduce que la producción de tecnología a partir de las ciencias naturales puede orientarse en cualquier sentido que no choque con las propias leyes naturales. Para poner un ejemplo grueso: el conocimiento de la energía atómica pudo derivar tanto en una tecnología para combatir el cáncer, como también en una tecnología para matar cientos de miles de personas en pocos segundos en Hiroshima y Nagasaki. De manera que, contrariamente a lo sostenido por Comte Sponville, el problema ético (o mejor dicho, el problema metaético en tanto posibilidad de un discurso ético con pretensiones de corrección) no sólo no está desterrado de la tecnología de las ciencias naturales, sino que en ellas se presenta quizá de manera más cruda que en ningún otro campo del saber humano: en el ejemplo propuesto, si no es posible la Ética, no habrá razones para preferir la radioterapia a la bomba atómica. Pero todavía más: hoy está claro que incluso en la investigación en una ciencia natural básica el científico enfrenta, desde la determinación de su programa de investigación, hasta la selección de datos y su encadenamiento en una explicación particular o una teoría general, problemas que discursivamente son prescriptivos y que, por tanto, sólo pueden resolverse dentro de una ética (Feyerabend, p. 226 y ss.).

Ahora bien, en las ciencias sociales, y muy especialmente en la Economía, la tecnología misma es un discurso prescriptivo, total o preponderantemente. Partamos de la base de que, en la medida en que invariablemente entraña una acción humana, toda tecnología implica el uso de un lenguaje. Si, por otra parte, asumimos que la tecnología derivada de una ciencia social consiste en una serie de acciones discursivas tendientes a lograr un determinado comportamiento en otras personas, estamos ante un discurso prescriptivo en todo su empaque (Habermas 2000, p. 15). Considerando como tecnología económica a la política económica, el carácter prescriptivo de ésta es palmario, extremo admitido por los propios economistas (Fischer y otros, p. 5 y ss.): primero porque las solas recomendaciones económicas abstractas tienen la naturaleza de prescripciones tendientes a determinar el comportamiento de otros (por ejemplo, de los políticos); y segundo porque la implantación de las políticas (lo que ya no sería la tecnología en sentido propio, sino la técnica entendida como ejecución de las líneas de acción trazadas por la tecnología) asume la forma de discurso normativo, y más específicamente de normas jurídicas de la más variada índole si, como es lo más frecuente, dichas políticas son estatales. Por tanto, si quien desarrolla una tecnología e implanta una técnica en Economía bajo forma de políticas económicas de cualquier tipo (tributarias, de gasto, monetarias, etc.) no conecta su discurso con premisas elaboradas dentro de alguna teoría ética, y más todavía, si -al menos implícitamente- no adopta una respuesta positiva acerca del problema metaético, la propia propuesta de política económica o las normas jurídicas que la traduzcan tendrán un serio déficit de racionalidad, ya que carecerán de una razón para presentarse como "correctas". Cuidado: con lo dicho no estoy tomando todavía partido por ninguna teoría ética en particular, por lo que en este punto de la discusión sólo propongo que una política económica sólo puede pretender alguna racionalidad en caso de enlazarse con alguna teoría ética, lo cual no resuelve por sí solo el problema, ya que entonces la discusión se desplaza a la racionalidad de la teoría ética implícita en la política económica de que se trate.

Así planteadas las cosas, la idea de Comte Sponville de un total divorcio entre tecnología social y Ética carece literalmente de sentido en términos discursivos, amén de que en el fondo debería derivar (cosa que el autor obviamente no hace, puesto que pondría en riesgo sus propias afirmaciones) en la negación de racionalidad de toda teoría y toda tecnología. Desde luego que es una postura nada original, ya que -como lo expuse en mi anterior artículo- es notoria su predominancia en la teoría económica de las últimas cinco décadas, siendo la causa de los serios déficit epistemológicos de dicha rama del conocimiento social, como lo ha advertido con toda lucidez Sen (Sen, p. 26 y ss.). Pero por otro lado, esa autocomprensión (discursiva y epistemológicamente falsa) de la teoría y la tecnología -económicos o no- como saberes ajenos a todo lenguaje prescriptivo ha conducido, como lo señala Habermas, a un déficit crónico en la legitimidad social de las políticas públicas en general y económicas en particular (Habermas 2000, p. 16, 117 y 314 y ss.). También hay que señalar que Comte-Sponville, si bien distingue (a mi juicio correctamente) la economía como conjunto de relaciones sociales, de la economía como teoría, sostiene que la determinación absoluta de la primera implica que la teoría sea una suerte de proceso intelectual mecánico. Empezando por la correlación entre objeto teórico y teoría, la conexión que entabla Comte-Sponville es, en los términos que él lo hace, un gruesísimo error epistemológico, porque una cosa es el grado de espontaneidad de un cierto fenómeno, y otra cosa es saber si en la conciencia humana, que es donde se da la construcción teórica, básica o tecnológica, la autorreflexión es posible o está determinada de alguna forma por su propio objeto.

Por último, la tesis de Comte-Sponville en cuanto al carácter totalmente espontáneo y legaliforme del comportamiento económico es refutada, paradójicamente, por la observación de la misma tecnología que, bajo forma de política económica, el autor francés utiliza como argumento para su tesis. En efecto, la constante puesta en acción de discursos prescriptivos de contenido económico, sea como directrices técnicas abstractas tendientes a influir en el temperamento de los hacedores de normas jurídicas, o propiamente como normas jurídicas tendientes a influir en los comportamientos económicos, indica que, lo mismo que la Naturaleza (esto es, en el mundo de lo no humano), la sociedad es un campo constantemente alterado por intervenciones deliberadas del ser humano y, por tanto, no regido por auténticas leyes sino por simples tendencias susceptibles de variación consciente.

En la siguiente parte del trabajo ilustraré la discusión exponiendo el análisis teórico y las consecuencias de política económica de un problema central de la Economía, cual es la relación entre la demanda, el dinero y el producto, por dos corrientes paradigmáticas: el keynesianismo y el marxismo. Con ello intentaré demostrar que, aunque exista una visión teórica convergente, las diferencias en las visiones metaética y ética originan planteos tecnológicos absolutamente divergentes.

LAS TEORÍAS KEYNESIANA Y MARXISTA ACERCA DEL EFECTO DE LA DEMANDA Y EL DINERO SOBRE EL PRODUCTO Y EL CRECIMIENTO

La originalidad más notable de Keynes, que influyó decisivamente en toda la teoría y la praxis económica posteriores, radica en el papel asignado a la demanda agregada como generador de los ingresos y, en consecuencia, como factor determinante del producto, el crecimiento y la ocupación. Entendamos por "demanda agregada" el gasto de inversión, más el gasto de consumo, tanto privado como público, nacional y extranjero, respecto de una oferta dada de un país, esto es,

DA = C + I

donde DA expresa la demanda agregada y C e I el consumo y la inversión respectivamente, tanto públicos como privados (Keynes, p. 61 a 71 fundamentalmente).

Otro supuesto de Keynes (esencial para la explicación del conjunto) es la propensión a consumir: la hipótesis de que la renta, preponderantemente, se gasta, y una parte menor se ahorra, y que ello puede expresarse en términos constantes. En esos términos, matemáticamente tanto el consumo como el ahorro pueden expresarse como funciones de la renta. Si esto es correcto, la demanda agregada podría expresarse así:

DA: xY + I

donde Y es la renta y "x" es el porcentaje de ella que se destina a consumir (Keynes, p. 93 y ss.). Ahora bien, el problema es que para vaticinar una demanda agregada, tanto la demanda de consumo (esto es, el porcentaje de renta que se consume) como la demanda de inversión tienen que tener un nivel constante o previsible. Keynes rechazó que todo el ahorro determinara necesariamente un incremento de la inversión, estableciendo otro círculo: el ahorro depende (es una función) del ingreso, y el ingreso está determinado por la inversión, por lo cual no es necesario el ahorro para que haya inversión sino al contrario, habrá ingreso y ahorro en la medida en que exista inversión (Keynes, sobre todo p. 146 y ss.). Por tanto, si la relación entre consumo e ingreso es más o menos constante, la gran variable que determinaría el ingreso nacional sería la inversión. La teoría de Keynes es realmente revolucionaria en la medida en que el movimiento de al menos uno de los factores determinantes de la demanda agregada (la inversión) no es previsible ni siquiera en forma tendencial, por lo que perfectamente puede existir un déficit de demanda agregada que determine una crisis del producto y de la ocupación. Aquí se advierte un quiebre con la teoría económica preponderante incluso hasta el día de hoy basada en el concepto de utilidad marginal decreciente, algunos de cuyos representantes emblemáticos fueron Léon Walras y Pareto: para estos autores, el capitalismo tendría una tendencia natural al equilibrio en la medida en que la economía funcione en términos de competencia "pura" de mercado. En cambio, para Keynes el mercado de competencia perfecta o cualquier otro estado no conduce necesariamente a ningún equilibrio, ni a ningún crecimiento, ni a ningún nivel de ocupación ni de salarios. (Dobb 2003, 222 y ss.); en su lugar, todo depende de que exista demanda, y especialmente inversión, sin la cual un "mercado de competencia pura" puede conducir no a un equilibrio sino a un desplome de la economía.

Respecto del dinero, la teoría de Keynes también difiere de la visión de la teoría de la utilidad marginal y el liberalismo clásico y encaja perfectamente con su análisis de la demanda agregada (Keynes, p. 214 y ss. para todo lo que sigue). En primer lugar, Keynes trata al dinero como un bien, aplicándole las categorías "producción", "oferta", "demanda", etc., centrando luego su análisis en su tasa de interés. Para Keynes la "tasa de interés" de un bien sería el rendimiento que provoca su posesión en sí, a diferencia de la eficacia marginal del capital, que sería la expectativa de rendimiento que provoca la inversión para la producción de un bien. En rigor, la tasa de interés de un bien es la expectativa de rendimiento directo del mismo (q), menos el "costo de almacenamiento", que incluye la amortización, los gastos de custodia, etc. (c), y más la tasa de liquidez, que sería la expectativa de seguridad para el futuro que una persona tiene por la posesión de un bien (l). De manera que la tasa de interés de un bien cualquiera sería q-c+l.

Ahora bien, observa Keynes que la tasa de interés del dinero tiende a ser menos variable y más alta que la de los demás bienes. ¿A qué se debe ese fenómeno, que provoca que la gente prefiera destinar sus ahorros a "comprar" dinero en vez de, por ejemplo, trigo o puertas de madera? Keynes dice, por una parte, que todas las tasas de liquidez de los bienes están vinculadas con la elasticidad (esto es, la rapidez para fluctuar) de su producción: a mayor elasticidad, menor tasa de liquidez, dado que probablemente la gente se sienta menos tentada a comprar bienes cuya producción pueda tornarse demasiado abundante. Esto no ocurre con el dinero: incluso cuando el Estado emite mayor cantidad de dinero, el comportamiento natural de la gente (al menos en condiciones previas de estabilidad) es a creer que el Estado no incrementará en demasía la cantidad de dinero. Por otra parte, dice Keynes que los "costos de almacenamiento" del dinero son mucho menores que en todos los otros. Estos motivos llevan a que la tasa de interés del dinero tienda a ser superior a todas las otras, lo que a su vez explica que la gente tienda a "comprar" dinero antes que otras cosas. Esta tendencia trabaja en contra el pleno empleo y el crecimiento del producto, porque provoca atesoramiento de dinero y no demanda agregada, la que es -según Keynes- el único motor del crecimiento económico (al menos en el corto plazo, si permanecen estables otros datos como la población y el estado tecnológico de los modos de producción). Por tanto, para que exista demanda agregada y crecimiento el dinero debe lanzarse a consumir o invertir, no permanecer ahorrado.

En Marx (Marx 2000, p. 350 y ss.) el problema del consumo y la inversión se plantea como reproducción y circulación del capital, entendiendo por "capital" tanto al variable (esto es, la fuerza de trabajo) como al constante (que engloba tanto al capital fijo como al circulante). Marx advierte que la clave de ese proceso de reproducción está dada por el consumo, tanto productivo (la inversión) como también individual (el consumo en sentido estricto), y que si bien el valor es generado en la esfera de producción (tesis esencial de la teoría económica marxista, heredada de Ricardo), es el consumo el que permite la realización del valor y de la plusvalía. Y ello tanto para la reproducción simple (lo que equivale a una inversión neta igual a cero), como en la reproducción ampliada, donde una parte de la plusvalía se destina a la acumulación del capital (lo que equivale a una inversión neta de signo positivo).

Debería deducirse de ello que las crisis del capitalismo podrían depender de las dificultades de realización de la plusvalía, esto es de insuficiencias de consumo e inversión, lo mismo que en Keynes. Aunque algunos autores como Serrano (Serrano, p. 23) han querido ver en Marx una predicción de esta índole, lo cierto es que -sorprendentemente- la rechazó expresamente (Marx 2000, p. 366), al menos en lo que se refiere al consumo individual, por una razón sumamente débil: la afirmación apodíctica -ya que Marx no la ilustra con ejemplos concretos- de que las grandes crisis de producción van precedidas de alzas de salarios. Pero donde sí hay una coincidencia importante entre Marx y Keynes (reconocida por Keynes, p. 43) es en la descripción del dinero como factor decisivo en el ciclo económico capitalista, y especialmente en la relevancia de la cantidad de dinero en la generación de las crisis económicas capitalistas. Para Marx, el dinero es el medio necesario de la circulación de mercancías, al punto que -rechazando por falsa la existencia de una antigua "era del trueque generalizado"- sin él no hay circulación, ni mercancía, de lo que se deduce que sin dinero no podría tampoco existir producción bajo cualquier formación económica en las que existan mercancías. Por eso para Marx, lo mismo que para Keynes, la vieja ley de Say (según la cual toda oferta crea su demanda) es rotundamente falsa, y cualquier insuficiencia en la cantidad de dinero en relación con las mercancías creará una crisis comercial y de producción (Marx 1978, p. 125 y 126).

Quienes sí propusieron a las insuficiencias de la demanda como causas de las crisis capitalistas (lo cual no era muy difícil a partir de las tesis de Marx, si bien malgré Marx) fueron otros autores marxistas como Lenin (Lenin, p. 510 a 516), Rosa Luxemburg (según Dobb, p. 181 y 182) y Preobrazhenski, a quien me referiré más abajo. Anticipándose a Keynes (quien escribió a mediados de la década de 1930, cuando los autores antes citados lo hicieron entre 1905 y 1926), esta línea de análisis económico marxista advirtió que lo que Marx llamó "reproducción" no era un proceso estable sino que podría acelerarse, retardarse, anularse o incluso retroceder al influjo de las oscilaciones de la demanda. También en este aspecto esta línea de análisis económico marxista anticipa teorías posteriores sobre el carácter cíclico del capitalismo, como -por ejemplo- la desarrollada por Kalecki.

Creo oportuno señalar que, a mi entender, las conclusiones de esta línea de análisis keynesiana y de algún marxismo han sido confirmadas como explicaciones, aunque no de todas, sí de muchísimas de las crisis económicas contemporáneas. Sin ir más lejos, no me parece descabellado arriesgar que la crisis argentina, y en buena medida la uruguaya, de principios de esta década son perfectamente explicables desde tales puntos de vista. En efecto, en los años anteriores a dichas crisis confluyeron sobre ambos países, si bien con distintas "recubiertas" jurídicas (ya que en Uruguay no hubo una Ley de Convertibilidad), soluciones que fueron durante décadas banderas de organismos como el FMI y el Banco Mundial: política monetaria y cambiaria restrictivas, que naturalmente provocan un desfase con la producción y tienden a constreñir la circulación y con ello la demanda agregada, lo que resiente la producción; restricción severa del gasto público, con la consiguiente ausencia de un contrapeso al déficit de demanda agregada que provoca la restricción monetaria; alto endeudamiento, que estimula que el dinero se dirija a la colocación financiera en vez de lanzarse al ciclo de producción, lo que también arrastra a la baja la inversión; etc. Una combinación de esta índole derivaría, desde la óptica de estas teorías sobre la demanda y el dinero, en un derrumbe del producto y el empleo, cosa que efectivamente sucedió.

LAS TECNOLOGÍAS ECONÓMICAS DERIVADAS DE LOS DIFERENTES MARCOS TEÓRICOS: DIFERENCIAS EN LAS VISIONES EPISTEMOLÓGICAS Y ÉTICAS

Hasta aquí, pues, se advierte una importante convergencia teórica en cuanto al papel de la demanda como motor de la dinámica capitalista, y también acerca del papel del dinero en dicho ciclo. Sin embargo, esa convergencia no se tradujo en una coincidencia en cuanto a las tecnologías que, bajo forma de políticas económicas, pueden desarrollarse a partir de los hallazgos teóricos.

En lo que concierne a Keynes, dedica todo el capítulo final de su libro (Keynes, p. 357 y ss.) a deducir de su teoría lo que llama consecuencias de filosofía social; esto es, unas políticas económicas destinadas a obtener ciertos objetivos sociales, sostenidas en las explicaciones del comportamiento económico sentadas en la parte estrictamente teórica de su obra. Por una parte, como hemos visto el proponer políticas económicas tiene como premisa epistemológica que las tendencias del comportamiento económico de los sujetos tienen la flexibilidad suficiente como para, en cierto grado, operarlas según la voluntad. Pero por otro lado, y si bien Keynes no aplica en forma consistente y sistemática ninguna teoría ética, el solo uso del término filosofía denota que tenía la convicción de que cualquier sugerencia de políticas económicas concretas es algo apoyado en una cierta creencia ética. Para poner un ejemplo bien notorio: aunque explícitamente se muestra contrario a una economía socialista, Keynes también es explícito en su valoración positiva del pleno empleo y la tendencia a la igualdad económica entre las personas, aun cuando no haya, por descuido, ignorancia o prudencia, fundamentado esas ideas en una propuesta ética general. Y es en función de ello que propone las políticas que hasta hoy se identifican como "keynesianas", típicamente la intervención del Estado para suplir la demanda agregada insuficiente.

Por su lado, las consecuencias que en buena parte del marxismo se derivaron del análisis de la demanda y el dinero son radicalmente distintas, lo cual en mi opinión es una consecuencia de la visión epistemológica de ese paradigma teórico y sus consecuencias para el problema metaético.

Un ejemplo notable es Preobrazhenski, seguramente el economista marxista más talentoso de los primeros tiempos de la Revolución de Octubre, luego ejecutado por Stalin. Si bien en algún pasaje descarta de plano que la teoría económica bajo el capitalismo pueda entrañar la producción de una tecnología, seguidamente admite que las "leyes" que rigen el capitalismo (que califica de meras tendencias, con lo cual anticipa la tesis de Popper vista más arriba) ofrecen intersticios en los que puede actuar una praxis consciente, una política económica. Concretamente, Preobrazhenski sostiene que una posible causa de crisis y estancamiento capitalistas es la falta de demanda agregada, que puede corregir el Estado a través de la generación de incentivos para consumir, aún cuando los mismos no puedan -en su opinión- tener más que un corto alcance. El pasaje a un modo de producción socialista entraña para el autor ruso un cambio radical en las relaciones entre teoría y praxis económicas, puesto que si bien surgen otras leyes de producción y distribución (para Preobrazhenski la ley cronológicamente primera es la acumulación socialista originaria), ellas carecen de la rigidez de las que caracterizan el capitalismo, por lo que el socialismo permitiría una tecnología social y económica de alcance amplio (Preobrazhenski p. 63 a 95).

Lo que me interesa destacar de esta propuesta es la no asunción de su carácter prescriptivo. En efecto, Preobrazhenski proponía una serie de medidas tributarias, monetarias, de precios, etc., tendientes a transferir a la naciente economía estatal soviética una parte esencial del valor generado en la economía capitalista todavía subsistente (recuérdese que la NEP de Lenin dejó amplios campos abiertos a la producción y el comercio privados, especialmente en el sector agrícola), pero insistiendo fuertemente en que esas políticas operan en concordancia con una tendencia económica absolutamente objetiva, cual es la mencionada "acumulación socialista originaria". Como dicho discurso se inscribe en la línea tradicional de Marx y Engels en la que el curso histórico está despojado de connotaciones éticas (Marx y Engels, p. 37 y 38), Preobrazhenski no pretende que las políticas que propone sean correctas en función de principios éticos (por ejemplo, lograr una mejor vida material para todas las personas), sino sólo que son funcionales a cierta tendencia económica espontánea. Como naturalmente ello no evita que la parte tecnológico-política de la propuesta sea discursivamente prescriptiva, su falta de fundamentación en base a un modelo ético deja a esas políticas pendiendo en el vacío en cuanto a su razón de ser: si la política económica opera en el campo que le dejan libre las tendencias espontáneas de la economía, ¿por qué es importante impulsar una política económica en una economía estatizada y no bajo el capitalismo?; o respecto del socialismo, ¿por qué preferir una política que lo fortalezca antes que una neutra?; o mejor aún: si el capitalismo y el socialismo responden a tendencias necesarias, ¿por qué no dejarlos librados a la operación de estas últimas, sin refuerzo alguno proveniente de políticas activas? Si no se sostiene el discurso económico político, la tecnología económica, en algún tipo de premisa ética, estas preguntas directamente carecen de respuesta. Es por ese motivo que Preobrazhenski no justifica su propuesta en atención a que el socialismo sea "más justo" o "mejor" que el capitalismo, sino en que es el sustituto históricamente necesario de este último.

Por otra parte, las discrepancias acerca de las funciones y posibilidades de la política económica entre Keynes y Preobrazhenski también son demostrativas de las diferencias epistemológicas. En Keynes la admisión de políticas económicas activas desde el Estado para contrarrestar las caídas del producto, el empleo y los salarios dejan en claro que el autor inglés no creía en un determinismo absoluto del comportamiento económico, ni en la necesidad de seguir fielmente supuestas tendencias espontáneas en la economía, sino que veía a ésta como un fluir flexible en el cual era posible y recomendable intervenir. En Preobrazhenski, en cambio, se advierte un problema general de las corrientes marxistas (si bien no de todo el marxismo) que, aunque parezca paradojal, tienen una coincidencia epistemológica con la tesis de Comte-Sponville, cual es la postulación de tendencias espontáneas, necesarias e irreversibles en la sociedad, más concretamente en los modos de producción. En efecto, esa visión "naturalista" de la evolución social, que es el requisito imprescindible para ver al socialismo no como objetivo a lograr sino como "heredero forzoso" del capitalismo, es consistente con la indiferencia que Preobrazhenski muestra acerca de las políticas económicas bajo el capitalismo, pero como vimos deja sin resolver el porqué de que el socialismo tenga sus políticas económicas, tal como propone el mismo autor.

Para terminar con este capítulo, creo necesario subrayar que la convicción de estar obrando en un sentido impuesto por las leyes naturaleza, que genera la creencia (y aquí vuelvo a Comte Sponville) de que lo ético nada tiene que hacer en este campo, puede provocar que la tecnología económica produzca catástrofes sociales, de la misma manera que la tecnología física pudo producir una Hiroshima: piénsese, si no, en la colectivización forzada de la agricultura soviética en tiempos de Stalin, o los cataclismos socio-económicos desatados en América Latina o Indonesia (para mencionar algunos ejemplos) como consecuencia de los "consejos" del FMI.

ALGUNAS CONCLUSIONES

Si quisiera resumir los resultados de los análisis anteriores, diría pues lo siguiente. En primer lugar, la pretensión de aislar por completo la teoría y la tecnología económicas del discurso prescriptivo es discursivamente imposible, mientras que la ineluctabilidad de las leyes económicas y la consiguiente imposibilidad de una tecnología económica son afirmaciones factualmente falsas. En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, la tecnología económica, bajo forma de políticas económicas no sólo es posible sino que es un hecho constante, cuya racionalidad depende de que sea posible la Ética como discurso prescriptivo dotado de alguna forma de "corrección"; sin esto último, ninguna política económica, cualquiera sea su sesgo, es preferible a otra.

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EL PRESENTE ES EL PRIMERO de una serie de dos artículos sobre el tema, preparada por el Dr. Andrés Blanco. La pubicación de la misma concluirá en un próximo número de relaciones.
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REFERENCIAS

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