Serie: Alteridades (XLII)

Género, sexo y buena letra

Alma Bolón, Carlos Hipogrosso

En estos días, la sacralización de las formas gramaticalmente femeninas en los discursos políticamente correctos es estrictamente contemporánea del no lugar que se da a la mujer en asunto tan comprometidamente femenino como son las decisiones sobre la maternidad y el aborto.

Tan lejos como en 1492, Elio Antonio de Nebrija -en rigor Antonio Martínez de Cala, nacido en Lebrija, Sevilla, humanista, gramático, profesor universitario- publicó la primera Gramática Castellana que dedicó a Isabel la Católica y donde puede leerse:

"Género en el nombre es aquello por que el macho se distingue de la hembra, et el neutro de entrambos. Et son siete géneros: masculino, feminino, neutro, común de dos, común de tres, dudoso, mezclado. Masculino llamamos aquél con que se aiunta este artículo el, como el ombre, el libro. Feminino llamamos aquél con que se aiunta este artículo la, como la muger, la carta. Neutro llamamos aquél con que se aiunta este artículo lo, como lo justo, lo bueno. Común de dos es aquél con que se aiuntan estos dos artículos el, la, como el infante, la infante; el testigo, la testigo. Común de tres es aquél con que se aiuntan estos tres artículos el, la, lo, como el fuerte, la fuerte, lo fuerte. Dudoso es aquél con que se puede aiuntar este artículo el o la, como el color, la color; el fin, la fin. Mezclado es aquél que debaxo deste artículo el o la, significa los animales machos et hembras, como el ratón, la comadreja, el milano, la paloma. Mas avemos aquí de mirar que cuando algún nombre feminino comiença en a, por que no se encuentre una a con otra, et se haga fealdad en la pronunciación, en lugar de la ponemos el, como el agua, el águila, el alma, el açada si comiença en alguna de las otras vocales, por que no se haze tanta fealdad, indiferente mente ponemos el o la, como el enemiga, la enemiga; pero en el plural siempre les damos el artículo de las hembras, como las aguas, las enemigas."

 

Bastante m.as cerca de nosotors, en el Curso de lingüística general, Saussure sostiene que el lenguaje, en mayor o menor medida, despierta el interés de todos, a la par que suscita una serie de ficciones y de espejismos. El asunto del género puede encajar en esta caracterización.

Véase por ejemplo el arriba citado pasaje de Nebrija. En esa clasificación convergen dos criterios dispares. Por un lado, se identifica un fenómeno gramatical con uno sexual: "género en el nombre es aquello por que el macho se distingue de la hembra, et el neutro de entrambos", criterio en donde se presupone una relación natural entre género gramatical y sexo, por lo que el análisis de las palabras queda impregnado del análisis de las cosas. Por otro lado, se entiende la lengua a partir de sus peculiaridades combinatorias: "masculino llamamos aquél con que se aiunta este artículo el, como el ombre, el libro. Feminino llamamos aquél con que se aiunta este artículo la, como la muger, la carta".

El primer criterio responde a lo que Saussure llamó perspectivas nomenclaturistas, y que consisten en entender las lenguas como reflejo de las cosas. Así vistas, las palabras son etiquetas que con mayor o menor exactitud remiten a entidades preexistentes que se imponen, moldean y sustancializan las lenguas.

El segundo criterio, eminentemente lingüístico, tiende a explicar la lengua a partir de su propio orden, a partir de las relaciones que la constituyen: Nebrija llama masculinos a los nombres que se combinan con el artículo "el" y llama femeninos a los que se combinan con el artículo "la". Establecidas estas dos primeras distinciones, Nebrija encuentra otras posibilidades que también explica a través de las combinatorias a las que se someten.

El género gramatical es un hecho de lengua que ya estaba presente en el primitivo indouropeo, y que sufrió diferentes transformaciones en las lenguas pertenecientes a esta familia. Básicamente, es una categoría inherente al sustantivo, lo que significa que todo sustantivo, en las lenguas que conservaron esa diferencia, tiene género. Por ejemplo, el español conserva la tripartición genérica del indoeuropeo en el artículo (el, la, lo) y el pronombre (aquel, aquella, aquello) pero no la conserva en el sustantivo, para el cual solo tiene una oposición bipartita (nube, puré). Sin embargo, el inglés, de la tripartición del indoeuropeo, apenas mantiene una reliquia que se manifiesta en los pronombres personales y posesivos (he/she/it his/her/its), pero no se manifiesta en los sustantivos para los cuales hay una única posibilidad combinatoria (the).

Como se desprende del ejemplo -nube, puré- citado para el español, el género es independiente tanto de las entidades que puedan ser designadas como de las terminaciones de los sustantivos. En este sentido, la asimilación de género gramatical y sexo constituye una de las ficciones o espejismos mencionados por Saussure. Esto es particularmente notorio en el conjunto de seres sexuados que pueden ser designados por sustantivos cuyo género es invariable: la multitud (ya sea para conjunto de hombres o de mujeres o de ambos), la gente (idem), la muchedumbre (idem), el pueblo (idem), la persona, el ser humano, la masa, la comunidad, la clase (como conjunto de estudiantes), la dirección (como conjunto de jerarcas), la autoridad, la jerarquía (como conjunto de jerarcas), la presidencia (Tabaré Vázquez o Michelle Bachelet), la población, la familia, la manifestación, la asamblea, la pareja (como par o como miembro masculino o femenino del par), la pulga (macho o hembra), la mosca, la serpiente, la cebra, la cucaracha, la jirafa, la rana, el delfín, la tonina, la marmota, el pejerrey, la cigüeña, el tero, el búho, la lechuza, el sapo, el ciempiés, la comadreja, el canguro, el ñandú, el avestruz, el salmón, la tararira, el pez espada, la lombriz, la ostra, la ballena, el tatú, la ardilla, la vinchuca, la mulita, el dinosaurio, el mamut, la bestia, el animal, la liebre, la hormiga, etc. Surge nítidamente de este listado que el género de los sustantivos empleados es independiente del sexo de las entidades designadas. Así por ejemplo, "el sapo" designa un sapo hembra o un sapo macho; "la lechuza" designa una lechuza hembra o una lechuza macho; el género gramatical femenino de "la lombriz" no presta atención al carácter hermafrodita de ese bicho, etc. etc.

Como lo sabe cualquiera que ha aprendido otra lengua provista de diferenciación genérica, al pasar de un idioma a otro, suelen aparecer cambios: la nube, le nuage; el puré, la purée; o suele haberlos a lo largo de la historia de una lengua, la color>/el color; o suelen coexistir dos géneros el calor/la calor.

La ausencia de correspondencia entre las entidades sexuadas de la realidad y el género de los sustantivos es tal, que estos pueden variar de un idioma a otro. Así por ejemplo, en francés: la cebra, le zèbre; la cucaracha, le cafard; la serpiente, le serpent, la ardilla, l'écureuil, la liebre, le lièvre. Como quedó dicho, la lengua inglesa no establecerá diferencias genéricas: the zebra, the cockroach, the snake, the squirrel, the har.

Podría objetarse que existen en español sustantivos que remiten a entidades sexuadas y "cambian de género": niño, niña; actor, actriz; caballo, yegua. Sin embargo, puede responderse que no se trata de un sustantivo que "cambia de género" sino de que en español, en ciertos casos, la lengua presenta dos sustantivos diferentes. Esta diferencia no es solamente material (no solo no están en juego los mismos sonidos, por ejemplo) sino que también se plasma en las combinaciones a las que estas palabras pueden estar sujetas: se dice "un actor social", sin embargo, ni la más empedernida feminista diría "una actriz social"; a su vez, en el discurso jurídico, "actor" se diferencia de "actora" y no de "actriz".

Esto es particularmente notorio en caballo, yegua; toro, vaca; hombre, mujer, en los que es fácil mostrar que no es un sustantivo que "cambia de género" sino que se trata de pares de sustantivos diferentes, cada uno sometido a sus propias combinaciones. Se dice "andar a caballo" y "cabalgar", pero no se dice "andar a yegua" y "yeguar"; se dice "ganado vacuno" (que incluye al "toro") pero no se dice "ganado toruno"; curiosamente, en francés, comer "viande de bœuf" ("buey") puede producir la enfermedad de la "vache folle" ("vaca loca")... Se dice "hombre de paja" pero no "mujer de paja".

Ahora bien, si la relación que existe entre niño y niña es similar a la que existe entre actor y actriz y a la que existe entre caballo y yegua o vaca y toro, ¿cómo fundamentar que en un caso es la misma palabra que cambia de género mientras que en otro caso el género se manifiesta en dos palabras distintas?

Aún más contundente es lo que sucede en, por ejemplo, la lengua danesa en que los sustantivos en kvinde (una mujer), en mand (un hombre), en onkel (un tío), en idiot (un o una idiota) pertenecen al mismo género (reconocible por el artículo "en"), y se diferencian genéricamente de et menneske (un ser humano), et barn (un niño o una niña) et bord (una mesa), et hus (una casa). De hecho, para nuestro propósito, bastaría con señalar que la lengua danesa confunde en el mismo género gramatical en moder (una madre) y en fader (un padre).

Algo semejante sucede en alemán, en que el sustantivo das Mädchen, perteneciente al género neutro, designa a una muchacha o niña; y das Weib, también perteneciente al género neutro, designa a una mujer.

En este sentido, es solo gracias a una especie de espejismo o ilusión que asimilamos género gramatical y sexo, trasladando al primero lo que estimamos que plantea el segundo.

Sin embargo, este espejismo, en los últimos años, a impulso de vientos anglosajones con pretensiones contestarias y justicieras, ha secretado una jerga propia de lo políticamente correcto. Esta jerga es fácilmente reconocible, y no solo porque aparezca en boca y pluma de la burocracia política (administración estatal, organismos internacionales, ONGs), sino también por el recurso lingüístico empleado: la redundancia maniática que desconoce las neutralizaciones que operan en la lengua. La calificamos de "jerga" en la medida en que ahí se usa una lengua que solo se adecua a un protocolo impuesto, en determinadas condiciones enunciativas, por un imaginario que pretende cancelar por la denominación las injusticias del mundo. Es "jerga" por el ámbito restringido en que se hace oír, y porque perdurará coexistiendo con la lengua común, como un cargoso dialecto burocrático:

"Juntos podemos transformar la realidad. Pensando, proponiendo y votando contribuimos a crear el barrio y el Montevideo que todas y todos queremos. Participar y lograr que otras y otros participen está, como toda transformación, en tus manos. Ayudá a hacer realidad el barrio que imaginás." (Ricardo Ehrlich, IMM, tarjeta de propaganda distribuida con motivo del presupuesto participativo para el 2007)

Este ejemplo delata la condición de jerga antes señalada. Por un lado, asume un tono coloquial, típicamente rioplatense ("Ayudá", "imaginás"), habla de yo a vos. Por otro lado, desarrolla una redundancia que ningún hablante produce en su coloquio habitual. No solemos decir "me voy a encontrar con mis amigos y mis amigas", sino "me voy a encontrar con mis amigos".

El carácter artificioso -de jerga, de protocolo enunciativo impuesto desde fuera de la lengua por consideraciones extralingüísticas- se pone en evidencia en que, mientras se repite todas y todos, otras y otros, se pasa por alto el adjetivo inicial Juntos que, al también admitir variación de género, debería comportarse de igual manera que los otros.

Interpretar este ejemplo como un mero descuido del enunciador es insuficiente. En efecto, si bien en este caso, cabe "corregir el descuido" y desarrollar todavía más la redundancia ("Juntos y juntas podemos..."), abundan los casos en que esto no es posible. Por ejemplo, en "Juan y María trabajan juntos" no hay posibilidad de decir "Juan y María trabajan juntos y juntas". "Mis amigos están juntos esperándome" puede admitir, en jerga políticamente correcta, "Mis amigos y mis amigas están juntos esperándome", pero no podrá admitir: "Mis amigos y mis amigas están juntos y juntas esperándome".

De la misma manera, las expresiones "otras y otros", "todas y todos" pueden no ser posibles en otros contextos en que las entidades del mundo designadas también sean sexuadas. Así, por ejemplo, "Además de los que conocés, María y Juan son otras personas del grupo" no soporta su traducción a jerga políticamente correcta: "Además de los y de las que conocés, María y Juan es otro persona y otra persona del grupo". Igualmente, "Juan y María son todas las amistades que tengo en la vida." no puede dar lugar a "Juan y María son todos y todas las amistades que tengo en la vida."

En anterior oportunidad , estudiamos un ejemplo provisto por Tabaré Vázquez, en su discurso de asunción de mando, y que ilustra el problema que aquí exponemos.

El 1º de marzo de 2005, Vázquez mostró la imposibilidad de un supuesto acto de justicia realizado por el juego del género gramatical. Proclamó: "...nunca más, nunca más hermanos contra hermanos, uruguayas y uruguayos".

Ciertamente, la expresión "uruguayas y uruguayos" pretende incluir a las mujeres, cumpliendo con el protocolo de la corrección política. Sin embargo, como ya comentáramos en la oportunidad mencionada, la fórmula "hermanos contra hermanos" para designar a quienes participaron en las luchas, y en su represión, no puede dejar fuera lo que "uruguayas y uruguayos" pretende incluir.

La lengua constriñe y anula las veleidades de lo políticamente correcto: ni hermanos y hermanas contra hermanos y hermanas, ni hermanos y hermanas contra hermanas y hermanos, ni hermanas contra hermanos, ni hermanos contra hermanas, ni hermanas y hermanos contra hermanos, ni hermanas y hermanos contra hermanas ... dan cuenta de lo que inevitablemente incluye "hermanos contra hermanos", así como de lo que hubiera quedado incluido en el simple uruguayos.

El carácter artificioso, como una jerga formulariamente recitada, de estos protocolos enunciativos impositores de redundancia es el resultado de la negación de la realidad de la lengua. Se niega el orden que es propio y constitutivo de la lengua, reduciéndolo a manipulable reflejo del orden del mundo. De este modo, la distinción de los sustantivos en géneros gramaticales resulta homóloga a la distinción sexuada de los individuos.

Concomitantemente, se niega la neutralización, en plural, de la distinción genérica propia del español, la cual permite, y llegado el caso obliga a, suspender la distinción masculino/femenino. La suspensión de esa distinción se produce sin que el entendimiento sufra, tanto el género de las palabras como el sexo de las entidades denotadas son formuladas sin otro perjuicio que el inherente al que habitualmente nos somete el lenguaje, por la ambigüedad que lo constituye. Tanto al decir "una persona" como al decir "un ser humano" la entidad denotada puede ser del sexo femenino como del sexo masculino sin que esta ambigüedad se pueda remediar.

Bastaría fijarse en el curioso efecto que produciría la letra del tango "Uno", si se sometiera al protocolo de lo políticamente correcto: "Uno busca lleno de esperanzas..." traducido a dicha jerga se volvería ininteligible o, por lo menos, perdería su capacidad de evocar la soledad de cada uno de todos nosotros: "Uno y una buscan lleno y llena de esperanza...".

Consecuentemente, la sustitución por "La gente busca llena de esperanza..." conserva, por lo menos en alguna interpretación, el rasgo de generalidad antes evocado, aunque se emplee un sustantivo femenino. La realización "Una busca llena de esperanzas..." es posible en español, sin embargo, no permite la generalización que el masculino posee.

En un breve ensayo sobre el realismo en el escritor Eduardo Gutiérrez, Jorge Luis Borges hace una afirmación fulgurante: "Descartada la guerra con España, cabe afirmar que las dos tareas capitales de Buenos Aires fueron la guerra sin cuartel con el gaucho y la apoteosis literaria del gaucho" .

En estos días, la sacralización de las formas gramaticalmente femeninas en los discursos políticamente correctos es estrictamente contemporánea del no lugar que se da a la mujer en asunto tan comprometidamente femenino como son las decisiones sobre la maternidad y el aborto.

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