Serie: Orbe Freudiano (XXXVIII)

Malestar con la cultura

Fernando Barrios Boibo

Freud acuña la expresión "malestar en la cultura" aludiendo, fundamentalmente, a nuestro estar en la cultura. Estar en la cultura que nunca es sin malestar, algo como el anatema lacaniano según el cual "lo que no puede faltar es la falta". Lo que algunos llamarán hominización, otros más clásicamente socialización, conlleva siempre renuncias, trasformaciones en nuestra "naturaleza" primera, mutaciones, derivas. Pérdidas, castraciones, que nos alienan de lo original primero (sea como fuere que conceptualicemos esta original "masa sensorial", como la llama Freud).

"Quizás convenga que nos familiaricemos también con la idea de que existen dificultades inherentes a la esencia misma de la cultura e inaccesibles a cualquier intento de reforma". S.Freud. El malestar en la cultura (1930)

Freud comienza su trabajo "reprochándose" no poder compartir las bondades de un sentimiento religioso, sentimiento oceánico que nos haría sentir parte indisoluble del mundo, de un todo: "en mi propia persona no llegaría a convencerme de la índole primaria de semejante sentimiento". Y avanza reconociendo penosamente: "también el sentimiento yoico está sujeto a trastornos"; habla de fachada, apariencia engañosa, etc. Es decir que ni yo, ni mundo, ni mucho menos cultura y nuestra relación con cada uno de estos términos nos son dados a priori. Son objeto de una producción, construcción o destrucción, "operaciones psíquicas",individuales y colectivas, en una permanente tensión dialéctica

¿Será que nuestra civilización continúa produciendo cultura a partir de la tramitación individual y colectiva de ese malestar, imposible de eliminar? ¿O, por el contrario, busca a toda costa, en alianza perversa con el mercado, eliminar cualquier atisbo de malestar, eliminando al bebé con el agua de la bañera?

Sin caer en transposiciones simplistas, ¿no ocurre algo similar a aquel funcionamiento psíquico descrito por Freud como "yo placer", cuando buscamos expulsar todo lo displacentero y conservar solo lo que nos produce placer? ¿Se mantiene hoy la confianza- esperanza en cuanto a que, tras renunciar a un "placer momentáneo pero inseguro", se ganará después en seguridad y placer? (Freud; 1911)

¿Se puede seguir hablando de cultura? ¿Hasta qué punto?

¿Quiere el hombre contemporáneo la sociedad en que vive? ¿Quiere otra? ¿Quiere alguna sociedad?, se pregunta Castoriadis (1991)

La culpa, sentimiento capital en torno al cual giraba en la "mitología" psicoanalítica, toda construcción fraterna, social, colectiva, todo lazo social ¿sigue operando como articulador de sublimaciones y simbolizaciones, base de la cultura?

Es cierto que Freud nos advierte que no es posible soportar la vida sin alguna clase de lenitivo, distracciones, diversiones, satisfacciones sustitutivas. ¿Será entonces una cuestión de grados? O también del tipo de lenitivos sustitutos que escojamos (o se nos ofrezcan, desde un orden social colonizado por el mercado).

La aspiración a la felicidad

Hace ya tiempo que Castoriadis (1991) nos alertó acerca de la hegemonía en torno a un ideal de consumo que atraviesa nuestras vidas y de la trivialidad en cuanto a las significaciones imaginarias sociales que esto conlleva.

La aspiración a la felicidad parece seguir siendo motor de nuestras vidas y acciones, más o menos enmascarada, más o menos intrincada a Thanatos, que nos propone como figura sublime el cero de tensión, el nirvana. Pero, ¿que ocurre cuando la felicidad, que necesariamente se compone de "fenómenos episódicos", es pretendida como permanente y definitiva, a través de objetos de consumo que borronean peligrosamente las diferencias entre deseo y necesidad? Magistralmente Freud nos advierte: "nuestra disposición no nos permite gozar intensamente sino el contraste". Es decir, que necesitamos mantener la tensión dialéctica placer-displacer si no queremos producir mayor displacer (¿malestar?).

Freud propone tres fuentes de sufrimiento: el cuerpo, el mundo y la relación con los otros; y considera esta última fuente como la principal, aunque aclara: "bien podría ser un destino (…) ineludible". Ahora bien, sabemos que la relación con los otros, los vínculos humanos han ido variando según épocas históricas, configuraciones sociales, políticas, económicas, etc. Asímismo cambia permanentemente la definición de ese otro al que consideramos otro (semejante-otro)

Por otra parte, alude a una "anhelada independencia frente al mundo exterior", a la necesidad de aislarse. ¿Es esto posible hoy? ¿Es posible aislarse fuera de las redes, telarañas cibernéticas que nos Inter.-conectan globalmente? ¿Pertenecen a un mismo registro el hecho de aislarse en los pensamientos o las actividades propias, subjetivas y subjetivantes y el "aislarse" frente (¿dentro?) a una máquina-red de máquinas-ciberespacio?

Con la sinceridad que lo caracteriza Freud dice: "el sentimiento de felicidad experimentado al satisfacer una pulsión instintiva indómita, no sujeta por las riendas del yo, es incomparablemente más intenso que el que se siente al saciar un instinto dominado", de allí lo perverso y la atracción por lo prohibido. Pero ¿qué es hoy lo prohibido? Esto vale tanto para lo sexual como para lo agresivo.

Más allá o más acá de la ley jurídica, ¿dónde se ubican realmente las interdicciones sociales? Lo sexual pornografiado, exhibido como mercancía, fetichizado, se ofrece sin límites. El valor de la vida humana claramente ha decaído, creo que huelga dar ejemplos: desde un hincha de fútbol que es muerto a cuchilladas por portar insignias de un cuadro contrario hasta las invasiones imperiales genocidas, hasta la rapiña que culmina en muerte innecesaria, "gratuita".

La "importancia del trabajo en la economía libidinal" a la que Freud solo alude de modo conciso (pero certero), como desplazamiento de la libido, diríamos que por lo menos ha sido objeto de una descatectización a favor exclusivamente de los bienes de consumo que permite conseguir (para no aludir a quienes, hace ya mucho tiempo, vaticinan "el fin del trabajo")

Sin embargo nada puede "hacernos olvidar la miseria real", parece querer decirnos el creador del psicoanálisis; y quizás sea bueno que así sea, en tanto el reconocimiento de esta "miseria" nos haga más humanos, sin que por eso creamos ingenuamente que aquel deseo bíblico del origen de "ser como dioses", desaparezca totalmente.

Naturaleza, cultura. Naturaleza de la cultura

"La indomable naturaleza" (que más adelante llamará personalidad primitiva) está también en nuestra constitución psíquica, dice Freud, y será esta una de las principales fuentes de malestar, fuente de "hostilidad contra la cultura". Freud deriva, al menos en parte, esta hostilidad de dos factores históricos: el cristianismo y el contacto con pueblos primitivos a los que la humanidad "civilizada" vio como más libres y felices.

Freud alude asimismo a la decepción ocasionada porque los adelantos técnico-científicos no han traído el monto de felicidad que se esperaba, adelantos que, nos dice, no pueden ser "la meta exclusiva de las aspiraciones culturales". La superación de las limitaciones físicas parece estar en la base de la mayoría de los instrumentos que el hombre crea para "dominar a la naturaleza". "Un Dios con prótesis", dice del hombre moderno.

Si, como el autor del Malestar en la cultura, entendemos la consideración por actividades superiores del espíritu, el aprecio por las ideas, como indicador máximo de cultura, ¿qué diremos de la era de la frivolidad? ¿Era del vacío? ¿Ascenso de la insignificancia? Es lo que nuestros pensadores describen. Si "provecho y placer" deberían ser fines convergentes ¿qué diremos de la orientación exclusivamente hedonista en la producción de objetos de consumo? ¿Qué diremos de la manipulación de nuestros deseos a favor de un consumo voraz de lo superfluo?

Freud creía en que la transferencia de poder del individuo a la comunidad garantizaba el paso hacia la cultura. La comunidad debería impedir la imposición de la fuerza bruta del individuo. Esta concepción nos resulta hoy un tanto demasiado optimista, dado el curso de los acontecimientos, la fragmentación social, los grupos de poder nacionales y transnacionales (optimismo sorprendente, dado que siempre se le ha imputado al texto un gran pesimismo, opinión que no compartimos). Henry Rey Flaud comienza su trabajo diciendo: "Evidentemente, ‘El malestar en la cultura’ es la expresión del pesimismo de Freud en el ocaso de su vida", si bien relativiza después esta afirmación.

El anhelo de libertad puede dirigirse contra determinadas formas y exigencias de la cultura o bien contra esta en general, dice el texto que trabajamos; y eso nos lleva a pensar en nuestra época, si, haciendo dialogar Freud-Castoriadis, ¿no existe un rechazo generalizado hacia todo lo que define cultura: aplazamiento de la satisfacción, cuidado del otro humano, generación y mantenimiento de ideales, búsqueda de "la felicidad de todos"? Nos preguntamos si no se ha buscado eliminar la tensión entre individuo y sociedad a favor del primero, lo que redunda en una pérdida cultural invalorable. Y aunque Humberto Eco pueda calificarnos de apocalípticos, confieso que no reconozco en este autor, al menos en el mismo grado, la solidez del humanismo profundamente y explícitamente ético freudiano, por lo que la hondura de los análisis, creo yo, es muy distinta.

Malestar, conflicto. Malestar con el conflicto

Pero Freud mismo se plantea: ¿no será que el conflicto es en sí mismo inconciliable? Esta es nuestra postura, la que intenta justificar este trabajo: así como el conflicto intrapsíquico es inherente al psiquismo humano, no lo es menos el conflicto-malestar resultante de la doble naturaleza, biológico-social, del hombre. Si apuntalamiento pero sí y siempre sí, incompletud, insatisfacción del deseo, falta en ser, "prioridad del otro" y alienación en el Otro en la constitución subjetiva.

Nuestro ser en la cultura implica modificaciones económicas en el origen mismo del psiquismo. Sin embargo, entre sublimaciones, formación de rasgos de carácter (más o menos patológicos), represiones, alianzas fraternas, Eros y ananké y malestar sobrante (Bleichmar) íbamos tramitando, hasta ahora, la "frustración cultural" que nos hacía humanos (¿pero dónde situar este "ahora" histórico? ¿quizás hasta el momento mismo en que un Freud, intuitivo, escribía sobre las ya incipientes ruinas de una cultura?).

Si bien en la época de ‘Malestar en la cultura’ podría decirse que las satisfacciones sustitutivas eran principalmente síntomas neuróticos, creo que hoy ya no podríamos sostenerlo y las actuaciones de todo tipo, asociales pero fundamentalmente sociales, socialmente admitidas, estimuladas, habilitadas desde el mercado, han ido ganando terreno y entonces "seis cadburys equivalen a la felicidad" nos dice un afiche en pleno centro, o el helado "máxima" sustituye sin problemas a un compañero sexual. Deportes de riesgo, exhibición permanente de símbolos de moda y status imaginario, consumo de sustancias, cambios de parejas o banda ancha las veinticuatro horas, son sustitutos al alcance de muchos (aunque, es cierto, estadísticamente de unos pocos).

Moralidad y supervivencia

La "primordial hostilidad entre los hombres" hace, según Freud, que la sociedad civilizada se vea constantemente al borde de la desintegración, y es la cultura la encargada de poner freno a esa tendencia; aunque se nos dice: "la rivalidad no significa necesariamente hostilidad".

En este texto, que insisto en considerar magistral, se nos propone incluso una hipótesis para el hoy tan importante y doloroso tema de discriminación de las minorías: "siempre se podrá vincular amorosamente entre sí a mayor número de hombres, con la condición de que sobren otros en quienes descargar los golpes". La dureza de esta afirmación parece situarnos frente a lo difícilmente evitable de algún tipo de discriminación, chivo expiatorio, exclusión de sujetos y grupos o etnias, propios de la cultura humana. Los hombres sobrantes, superfluos, de que hablan autores contemporáneos, tienen en Freud un antecesor poco reconocido.

La cultura resulta de una construcción permanente en la que todos participamos, con renuncias y aportaciones, con libido y agresión de fin inhibido, con arte y ciencia y "vida en común" (Todorov).

Hasta aquí parecería que Freud hace derivar casi exclusivamente del sentimiento de seguridad, la renuncia a parte de la felicidad individual. Sin embargo, la introducción del sentimiento de culpabilidad, resultante de la tensión yo-superyó, hace girar las ideas hacia otros derroteros, sobre los que hoy queremos llamar la atención. La represión de la agresión se asienta aun aquí sobre el miedo a la pérdida del amor del otro primordial garante de nuestra existencia, mera "angustia social", único escalón al que parecen llegar algunos en las sociedades del vale todo ("vergüenza es robar y que te vean", reza un dicho popular; dejando en evidencia las fallas en la constitución del superyó)

Creo que la elaboración individual (fundamentalmente en la adolescencia, con la constitución de ideales del yo) y colectiva (política, no exclusivamente institucional, partidaria, sino de participación en la polis), tiene un papel fundamental en la regulación pulsional instintiva; pero en esto no debe subestimarse el papel de los ideales sociales, de las significaciones imaginarias de la sociedad (Castoriadis). ¿Como podríamos caracterizar hoy este super yo que según Freud la comunidad misma también desarrolla? (super yo cultural)

Si la cultura sigue siendo "la obra de Eros" en lucha con la muerte, "la lucha de la especie humana por la vida", ¿qué papel tiene en nuestras sociedades la culpa? ¿Vale más que el éxito? ¿Se tolera la pérdida de felicidad resultante de las limitaciones pulsionales?

La cultura fue y será "la tarea de unificación de individuos aislados para formar una comunidad libidinalmente vinculada"; pero Freud se arriesga a preguntarse por la posibilidad de "culturas neuróticas" (aunque luego descarta la viabilidad del paralelismo individuo-cultura). En este juego de analogía, se me ocurre que en todo caso hoy pensaríamos más en el sentido de "culturas narcisistas" o "perversas", o francamente "psicopáticas", pero la prudencia del maestro respecto de traslaciones inconvenientes debe hacernos retroceder.

Dice Rey-Flaud: "si se deshace la dialéctica de Eros y Thánatos siempre vence Thánatos". ¿Podríamos pensar que la dialéctica misma es obra de Eros? Y al nivel en que estamos intentando analizar estas cuestiones, ¿no será que el mantenimiento mismo de esa dialéctica, su cuidado, su renovación permanente es obra de todos? Obra colectiva, creación conjunta, cultura.

Bauman (2003) toma el camino de analizar el malestar en la cultura desde lo que llamaremos el costado "ético" y las dificultades ya señaladas por Freud al respecto. Y concluye que la moralidad es condición sine qua non de la supervivencia. Diríamos, si damos vuelta a esta idea, que el odio al otro (no dialectizado por el amor al otro), a lo otro y a la cultura misma, nos coloca peligrosamente al borde del abismo.

REFERENCIAS

Bauman, Zygmunt (2003)
Sobre la dificultad de amar al prójimo en Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Fondo de Cultura Económica>
Bleichmar,S. (2005) La subjetividad en riesgo. Ed Topía,BsAs
Castoriadis,C. (1996) El ascenso de la insignificancia. Ed. Frónesis. Universitat de Valencia
-------------------(1991)El derrumbe de occidente en El ascenso de la insignificancia. Ed. Frónesis. Universitat de Valencia; 1996
-------------------(2001) Las raíces psíquicas y sociales del odio. Rev. Zona Erógena Nº 48.BsAs
Freud,S (1911) Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico. Obras completas TI Ed.Biblioteca Nueva.
Freud,S (1930). Obras Completas TIII. Ed. Biblioteca Nueva
Laplanche,J (1992) La prioridad del otro en Psicoanálisis. Ed Amorrortu
Le Rider,J;Plon,M;Raulet,G;Rey-Flaud,H. (1998) Sobre el malestar en la cultura.
Ed. Nueva Visión, BsAs.
Todorov, T. (1995) La vida en común. Ensayo de antropología general. Ed. Taurus
Viñar, M., Gil, D., (1992) Malestar en la cultura. Un diálogo con Freud desde el Uruguay 1992. XIX Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis. Malestar en el Psicoanálisis. APU, Montevideo.

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